lunes, 31 de marzo de 2008

DESCOLONIZAR EL IMAGINARIO DE LA MODERNIDAD




Javier Biardeau R.

Considero fundamentales las contribuciones a una comprensión de las críticas de la Modernidad, impulsada desde diversos espacios de pensamiento crítico. Sin embargo, algunas de ellas adolecen de un punto ciego en su postulados: la reproducción del sesgo colonial/euro/céntrico. No existe una auto-reflexión crítica sobre este sesgo, que implique superar la mirada mutilada. Se asume de manera modélica la propia crítica intra-europea de la Modernidad, continuada en muchas de las llamadas perspectivas postmodernas. Las diferentes vertientes principales del pensamiento históricamente hegemónico a escala planetaria pueden ser caracterizadas como colonial/euro-céntricas. Sus efectos en “Nuestra América”, utilizando la denominación de José Martí, son harto conocidos. El mimetismo colonizante va desde las crónicas de indias, el pensamiento liberal de la independencia, el positivismo y el pensamiento conservador del siglo XIX, la sociología de la modernización, el desarrollismo en sus diversas versiones durante el siglo XX, el neoliberalismo y las disciplinas académicas institucionalizadas en las universidades del continente. También el imaginario radical, en sus variantes socialistas, marxistas y comunistas, no escapa al mimetismo colonizante. Más allá de la multiplicidad de orientaciones, de sus contextos históricos, es posible identificar una modalidad interpretativa hegemónica que mutila los regímenes de percepción y saber, configurando una lectura de estas sociedades a partir de la cosmovisión europea, prolongada luego por la academia modernizadora norteamericana. Las políticas de transformación, se hacen fundamentalmente a imagen y semejanza de las sociedades del Norte generando tanto la falacia desarrollista como la desvalorización de modelos culturales socio-diversos, que reconozcan la vitalidad de matrices culturales más amplias. La crisis civilizatoria tiene mucho que ver con la reproducción de una autoridad geocultural en la definición de los modelos sociales legítimos. No significa esto, desconocer los aportes al conocimiento de las culturas hegemónicas, sino reconocer sus límites, sus premisas, problemas y consecuencias. La construcción del imaginario sobre lo que se puede llegar a ser como pueblos, lejos de constituir un asunto de expertos en epistemología, de ingeniería social o de cuadros intelectuales, es una cuestión de importancia política y cultural para la esfera pública. En la medida en que reconocemos que las formas hegemónicas del conocimiento sobre estas sociedades, contribuyen en los procesos de legitimación y naturalización de las formas de dominación, desigualdad y exclusión social que han prevalecido históricamente, podemos asumir con claridad nuestros distanciamientos y compromisos. Reconocidos pensadores venezolanos como Esteban Emilio Monsonyi, Edgardo Lander y Fernando Coronil han planteado en diversos textos y conferencias, la necesidad de examinar las políticas del conocimiento en Occidente, a explorar las maneras como estas teorías particulares se difunden, como los localismos se globalizan, a discernir cómo se establecen las nuevas modalidades colonizantes de influencia en diferentes regiones y disciplinas académicas. Desde la filosofía intercultural de la liberación, Enrique Dussel ha planteado desmontar el mito euro-céntrico de la Modernidad. El concepto hegemónico de Modernidad es euro-céntrico, provinciano, regional. La Modernidad, en esta visión, sería una emancipación, una "salida" de la inmadurez por un esfuerzo de la razón como proceso crítico, que abre a la humanidad a un nuevo desarrollo del ser humano (Kant). Su contra-cara despótica, disciplinaria y colonial se invisibiliza. Este proceso se cumpliría en Europa, esencialmente en el siglo XVIII. El tiempo y el espacio de este fenómeno lo describe Hegel, y lo comenta Habermas en su conocida obra sobre el tema -y es unánimemente aceptado por toda la tradición europea actual. Esta filosofía ha sido fundamento de las ciencias sociales y políticas de la modernización, las cuales han definido la agenda pública de las sociedades. Otro concepto implicaría asumir una visión mundial, reconociendo como determinación fundamental del mundo moderno el hecho de ser "centro" de la Historia Mundial. Es decir, hubo Historia Mundial desde 1492, desde la expansión portuguesa en el siglo XV, que llega al Extremo Oriente en el siglo XVI, y con el descubrimiento de América hispánica. Desde entonces, todo el planeta se torna el "lugar" de "una sola" Historia Mundial. El ego cogito moderno (Descartes) fue antecedido en más de un siglo por el ego conquiro (Yo conquisto-la razón del mas fuerte), que impuso su voluntad (la primera "Voluntad-de-Poder" moderna) al indio americano, y luego al esclavo africano. Esta voluntad de poder es condición de posibilidad del “mito” de la modernidad: a) La civilización moderna sería más desarrollada, superior. b) La superioridad obliga a desarrollar a los más primitivos, rudos, bárbaros, como exigencia moral. c) El camino de dicho proceso educativo de desarrollo debe ser el seguido por Europa. d) Como el bárbaro se opone al proceso civilizador, se debe ejercer en último caso la violencia, para destruir los obstáculos a tal modernización (la guerra justa colonial). e) El carácter "civilizatorio" de la "Modernidad", hace inevitables los sufrimientos o sacrificios (los costos) de la "modernización" de los otros pueblos "atrasados" (inmaduros), de las otras razas esclavizables, del otro sexo por débil, etcétera. Frente al dilema intra-europeo entre modernidad/post-modernidad, hay que abrir el horizonte a otras racionalidades, a otras opciones político-culturales. Capitalismo y Socialismo, sean modernos o postmodernos, tienen un profundo sello coloniales/euro-céntrico. Es necesario abrir espacios de descolonización, de recomposición y reorganización del poder del saber y los conocimientos. Hay un mas allá de la modernidad/post-modernidad en clave euro-céntrica.

sábado, 29 de marzo de 2008

ENFOQUES CONTRAHEGEMONICOS Y ECOPOLITICA RADICAL

Alzar la bandera de la ecopolitica radical
Javier Biardeau R.
La modernidad/colonialidad es nuestro horizonte regulado del pensamiento, pretensión de fundamento de la racionalidad hegemónica planetaria. Desde allí racionalizamos términos, palabras maestras que domestican el espacio subjetivo y las relaciones sociales. Discursos de las ciencias, de las moralidades, de las artes, de las doxas; en todas estas esferas, la modernidad/colonialidad se hace presente. Sin embargo, los hechos socioeconómicos y ambientales, no solo sus interpretaciones, indican que catástrofe es el futuro asegurado, no del ciclo de la vida, sino del modelo civilizatorio dominante. Ya con cifras no actualizadas, el 20 % mas rico del planeta consume-destruye el 82,7 % de los bienes (incomes) del planeta, mientras el 20 más pobre consume solo 1,4 % de dichos bienes (PNUD, 1992). El problema numero 1 de la política mundial es la cuestión de las relaciones entre Norte y Sur, dadas las conexiones entre crisis socioeconómica y crisis ecológica. Desigualdad, polarización, exclusión y crisis ecológica son nudos de una misma trama. Aquí, es inevitable referirse a las tres ecologías de Guattari. La ecología no es asunto exclusivo de ambiente, flores y de especies en extinción. No es tema simple de hippies, comeflores o neo-místicos panteistas. La ecología es asunto de política, poder, hegemonía y dominación, de relaciones sociales y de subjetividad, es asunto del cuadrante antroposocial, del mithos, logos, pathos y ethos, es asunto de una macro-ética tanto como de una macro-micro-política. Lo que está en juego es el territorio existencial de la “vida digna”. Ya el capitalismo hegemónico nos había maltratado la dignidad; ahora pretende liquidar la vida a las generaciones futuras, y tal vez de la nuestra. No son solo “aquellas” especies, no es solo “aquella” biodiversidad, no solo son “aquellos” lejanos mundos de la naturaleza, “aquellos” paisajes naturales, presentados como imágenes y representaciones lejanas, mediatizadas en nuestra textura de experiencia. Uno pudiera decir, que la presentación de imágenes de la naturaleza viva en la subcultura mediática, es inversamente proporcional a su destrucción en la existencia real y efectiva. Para sensibilizar de la crisis que se nos avecina, ¿será necesario confinar temporalmente, a modo de experimento micro-fascista, a nuestras elites económicas, políticas y culturales, en túneles de aire contaminado, darles de beber agua envenenada, llenarles sus carritos de supermercado con alimentos trans-génicos o cancerigenos industrializados? Con la ecología no estamos ante simples interpretaciones postmodernas. Es el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos, que no son poca “cosa”. La crisis ecológica no es una “crisis que nunca existió”, ni un simulacro, no es un invento mass-mediático, no es una moda hermeneutica o deconstruccionista, es un revelador de nuestro distanciamiento con la materialidad de la vida, en sus aspectos mas simples, es la llave maestra del existir o del no existir. Estamos ante una civilización que se jacta de orgullo con los índices de la “esperanza de vida”, pero que no calcula aún su “probabilidad de exterminio” auto-inducido. No se trata de realizar simples ajustes, pequeñas reformas incrementales, adoptar dispositivos de industrialización sostenible, de capitalismo eco-sostenible. Hay que afrontar el marco más amplio de la crisis de la modernidad, del progreso ilustrado, de la modernización capitalista, de la falacia desarrollista. Allí toma lugar la eco-política radical. Campo contra-hegemónico en la medida en que impugna la racionalidad dominante. No es posible seguir adelante con nuestros modelos-estilos de crecimiento económico, que simplemente destruyen la posibilidad de la vida misma en el planeta. No son posibles simples “soluciones técnicas”, “programas de optimización, cálculo y control de riesgos”. Hay una crisis de fundamentos epistémicos, axiológicos de los conocimientos científicos, de las representaciones e imaginarios calificados como doxas del desarrollo, de la modernización y del progreso. No se trata de inspectores ambientales y nuevas tecnologías. Es falso que exista “desarrollo sostenible”. Lo que existe es inútil intento de postergación de la catástrofe. Ha muerto la política, que viva la eco-política radical.

martes, 25 de marzo de 2008

¿SOCIALISMO CON DESIGUALDADES?


Desigualdad en la distribución del ingreso en Venezuela 1999-2007
Javier Biardeau R.

Hay mucho que rectificar en la revolución bolivariana en los ámbitos económico, social, político y ético-cultural. Hay muchos espejismos por desmitificar. De manera clásica, Bobbio ha planteado que la izquierda lucha por la concreción del principio de igualdad social y política, mientras la derecha enfatiza una combinación de orden, seguridad y libertad individual. Pizzorno ha planteado que bajo las tendencias de re-estructuración capitalista neoliberal, la izquierda lucha contra las exclusiones, mientras la derecha defiende los privilegios y los nichos de poder.
En todo caso, no puede decirse que se avanza en una política de izquierda si no se avanza en una reducción significativa de la desigualdad y la exclusión social. Menos, se puede decir que se construye el socialismo, si utilizando la taxonomía de las clases sociales en América Latina elaborada por Portes y Hoffman (Cepal; 2003) tenemos que el proletariado formal, tanto no manual como manual, así como el proletariado informal, constituye la inmensa mayoría asalariada que sufre penosas condiciones de precariedad laboral y desigualdad social.
Preocupa, el silencio de las políticas revolucionarias por reducir significativamente no solo la pobreza, sino la desigualdad entre ricos y pobres, entre clases dominantes, intermedias y subordinadas, por ejemplo. No basta con reducir la pobreza, si los sectores dominantes se hacen cada vez más ricos, en proporciones exponenciales, mientras las clases trabajadoras mejoran su condición social, en lenguaje coloquial, a paso de morrocoy mocho.
Las estadísticas oficiales y no oficiales confirman unas, la no reducción de la desigualdad en la distribución del ingreso en 8 años de gobierno revolucionario; otras, el aumento incluso de la desigualdad entre el 20 % de hogares con mayores ingresos y el 40 % de los hogares con menores ingresos familiares. ¿Se justifica toda la retórica sobre el socialismo bolivariano del siglo XXI, si no se ataca este frente social y económico? La respuesta es no. Lo cierto es que mientras en el año 1997, los 2 quintiles mas bajos (40 %) concentraban solo un 12,3 % del ingreso, el quintil más alto (20 %) concentraba un 53,6 % del ingreso. En el año 2004 (6 años después), las cifras se agravaron: los dos quintiles más bajos concentraban el 11,1 % del ingreso y el quintil más alto concentró el 54,8 % del ingreso, de acuerdo a cifras oficiales del INE. Incluso la leve mejoría del año 2007 no es nada halagadora, si contrastamos estos cambios con los crecientes ingresos petroleros del Estado Venezolano: los dos quintiles más bajos concentraron un 15,9 % del ingreso, mientras el quintil más alto, concentró un 49, 7 % del ingreso.
La brecha se mantuvo intacta, no hay reducción de la desigualdad a pesar de los avances en la reducción de la pobreza crítica. Hay menos pobreza, pero vivimos en una sociedad donde las brechas de desigualdad siguen prácticamente intactas, en un cuadro de políticas de un gobierno que proyecta un intenso mensaje revolucionario. El coeficiente de desigualdad, definido por Portes y Hoffman como la relación entre el ingreso nominal medio del quintil superior de la población y el de los dos quintiles inferiores, se mantiene casi idéntico desde 1997 al año 2007.
La conclusión es preocupante para el pensamiento crítico socialista: ningún indicador de distribución del ingreso muestra resultados halagadores, en comparación con períodos anteriores. Las cifras pueden ser consultadas y comparadas. La izquierda ha reconocido que el coeficiente de Gini es un indicador que subestima las brechas sociales. Cuando se asumen mejoras en el coeficiente de Gini se ocultan las brechas reales. Por tal razón, es indispensable analizar la distancia entre quintiles de ingreso. ¿Para que sirve distribuir la renta petrolera si refuerza un patrón desigual y concentrador de los ingresos? ¿No existen allí síntomas de que se promueve velozmente una nueva clase económico-política, mientras las condiciones de vida del pueblo, de las clases asalariadas y subalternas, no mejoran en proporciones similares?
Sería falaz ocultar las contradicciones, viejas y nuevas, del momento que experimenta la revolución bolivariana. No hay socialismo en un cuadro material y simbólico de desigualdad, con altos niveles de subempleo y precariedad laboral, que contrastan con burbujas de enriquecimiento de grupos vinculados o no, al alto gobierno. Para un reimpulso revolucionario, hay que rectificar. No hay socialismo, cuando se refuerza un modelo económico-social de carácter desigual y concentrador de la riqueza material en las clases dominantes. En el discurso hay mucha retórica de izquierda, pero los hechos apuntan a mejorar fundamentalmente el cuadro económico de las condiciones de vida de las clases dominantes.
La izquierda aparentemente gobierna, pero la derecha acumula poder económico y mantiene sus privilegios. Continuará…

domingo, 23 de marzo de 2008

ECOPOLITICA Y NUEVO SOCIALISMO



Javier Biardeau R.

«Así como existe una ecología de las malas hierbas, existe una ecología de las malas ideas»(Gregory Bateson)


Nada mejor para descentrar la política que gira sobre el amor-odio al personalismo político, y sus connotaciones totémicas, que reconocer que sin la R de renovación radical del pensamiento-praxis socialista, no habrá ni revisión, ni rectificación ni reimpulso revolucionario. En efecto, planteamos la relevancia de la “ecopolítica socialista”, pensada no como ecologismo convencional, sino a partir de los aportes de Felix Guattari, quién nos habla de tres registros ecológicos: medio ambiente, relaciones sociales y subjetividad. El nuevo socialismo tiene que dar cuenta de la transformación cualitativa de estos registros ecológicos y de sus relaciones. Desde los enfoques contra-hegemónicos (diversidad de pensamientos críticos anticapitalistas) cualquier renovación radical del socialismo es un cambio del modo de ser-hacer-en-grupo. Sólo mediante mutaciones existenciales (cambiar la vida) cuyo objeto es la esencia de la subjetividad, podrá reinventarse la relación del sujeto con el cuerpo, la finitud de la vida, la superación de las relaciones de opresión, los misterios de la vida y de la muerte. Sería indispensable seguir de cerca los planteamientos del Manifiesto Eco-socialista (Joel Kovel-Michael Löwy; 2001), para comprender las transformaciones del imaginario social radical a partir de la ecopolítica. Como ha planteado Gramsci, vivimos en un tiempo cuyo viejo orden está muriendo (arrastrando a la civilización consigo) mientras el orden nuevo no parece aun capaz de nacer. Pero al menos puede anunciarse. La sombra más profunda que se cierne sobre nosotros es el fatalismo que naturaliza como actitud lo defendido por Margaret Thatcher, su famosa TINA, no hay alternativa posible al orden mundial capitalista. Frente a este fatalismo, la potencia constituyente que en Venezuela se mueve en diferentes espacios, ha planteado que otra sociedad es posible, que otro mundo es posible. Las expectativas positivas sobre la iniciativa de reforma constitucional abrían una ventana a los mundos posibles. Las desilusiones frente a los contenidos concretos de la misma, son un registro del estado del arte del imaginario socialista en Venezuela. En la reforma constitucional, poco o nada de planteamientos sobre eco-política socialista. Sencillamente, la problemática no existe. Más bien, pueden rastrearse otras fuentes de inspiración. El cesarismo populista mezclado con el viejo socialismo burocrático. Algunas excepcionalidades esperanzadoras, pero desdibujadas frente a estos núcleos de sentido. Esta situación prende todas las alarmas en las fuerzas socialistas democráticas (sin democracia sustantiva no habrá socialismo). Los contenidos de la reforma traducen las debilidades ético-culturales y epistémicas del “imaginario revolucionario” que pretende otorgarle sentido al movimiento nacional-popular. En esta encrucijada, no es casual que la pragmática del poder sea apropiada por la derecha endógena, por cuadros políticos, en alianza con los burócratas socializados en la vieja cultura de aparato estalinista. Pocos espacios en el gabinete para sujetos de innovación socialista. El análisis de la composición ideológica-política y las primeras declaraciones del nuevo gabinete apuntan a un viraje hacia la “eficiencia” y la pragmática de los resultados. Luego de la inflación retórica del viejo socialismo burocrático, y de la apuesta dura por lealtades ciegas e incondicionales hacia el Líder, se anuncia la decisión de ralentizar el paso hacia el Socialismo (bajo la falacia de que el modelo está claro y debatido), para gestionar urgencias detectadas a través de sondeos de opinión. Síntomas de sobre-vivencia política, pero no de revolución democrática y socialista. El socialismo burocrático y la pragmática de la eficiencia coyuntural, sin calidad revolucionaria, son opciones igualmente malas. La reforma fracasa no solo por ineficiencia de la acción de gobierno, sino porque no ofreció alternativa viable para profundizar la democracia participativa como institucionalidad del nuevo socialismo, porque no hacia efectiva la justicia social y la calidad de vida (sin retardos y sin excusas), porque no transformaba, democratizando, la pesada e inútil estructura burocrática del Estado ni la economía rentista; y porque el poder popular sigue sin ser el verdadero motor-protagonista de los cambios, incluida la nueva geometría territorial. Ahora la agenda es defensiva, parece ser conservar espacios de poder, sin ofrecer nada que supere el actual cuadro de relaciones capitalistas dominantes. Mientras tanto, el capitalismo vive su mejor tajada (la acumulación de capital, la corrupción, la explotación, la coerción, la manipulación ideológica y diversas discriminaciones siguen más vivas que nunca). No basta citar a Maneiro. Eficacia y eficiencia si, pero reflexionando si es un simple asunto técnico-instrumental. La ecopolítica enseña que los óptimos técnicos pueden ser desastres para los tres registros: para el medio ambiente si lo que importa es la velocidad del crecimiento y el consumismo, para las relaciones sociales, si se refuerza la explotación, la coerción y la manipulación ideológica; para la subjetividad, si se normaliza la sumisión psicológica. Frente a esta patética proyección, no queda mas que cuestionar radicalmente el pragmatismo, y sobre todo, si huele a derecha.

POR UNA ECOLOGIA POLITICA RADICAL


Rigoberto Lanz

DEL BIPODER A LA BIOPOLITICA

Tanguy, la gran transformación.

Maurizio Lazzarato

http://www.debatessobreelsocialismo.blogspot.com


martes, 18 de marzo de 2008

EL FANTASMA DEL ANTIPODER

Picasso, fragmento del Guernica

Javier Biardeau R.
jbiardeau@gmail.com

"Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del antipoder. Todas las fuerzas de la vieja civilización se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa, Bush, los radicales, socialdemócratas, fascistas, nacionalistas burgueses y los polizontes de todas las nacionalidades". Anónimo

Cuando Chávez plantea que hay una corriente que pretende sembrar divisiones en las fuerzas populares y la ubica en los “anarquistas”, en los defensores del “antipoder”, me viene a la memoria toda la ceguera histórica para comprender en toda su complejidad al campo popular-subalterno. Obviamente, hay pocos ácratas serios en su entorno inmediato, muchos menos en la dirección del PSUV, donde abundan otros pelajes ideológicos y económicos, más próximos a las intimidades del Capital (léase derecha endógena, boli-burguesía, “burguesía nacionalista” y capital bancario, un extraño coctel con olor a whisky 24, mezclado con cubas libres. ¡Mezclar licores de alto octanaje no es un buen consejo!). El metabolismo del capital está muy cerca de determinadas esferas del alto gobierno, que en dos meses le otorga una amnistia a la derecha golpista del 11 de abril, y en este corto período, descalifica una manifestación sin carácter masivo alguno, de un pequeño grupo que gritaba: “no queremos que nos gobiernen, queremos gobernar”. No hablemos de las superganancias del capital especulativo, bancario, comercial, inmobiliario y paraestatal. A nosotros nos quieren convencer con pdvales y pdvalitos: ¡no jodan!

De la polarización de una retórica ultra-izquierdista del año 2007 pasamos a la pragmática eficiencia y las jefaturas de corte militar, un estilo cómodo para los dueños del capital, preocupados por las rentabilidades en “paz, orden y trabajo”. Que el pueblo desee gobernar, esto es demasiado. Este es un grito que nos retrotrae a aquellas barricadas parisinas de 1848, donde todavía no aparecía una jefatura, un mando centralizado y concentrado, aquel que previera luego Trotsky en la “degeneración burocrática” del poder obrero-campesino, y el famoso “centralismo burocrático”. Mientras nos enfocamos en combatir las maniobras del imperio (lo que hay que hacer, por cierto), observo con desparpajo la abusiva represión contra los obreros de SIDOR, una verdadera lección de gobernabilidad burguesa. Comprendo a ese grupo de “infiltrados”, “anarquistas”, “indisciplinados” y “divisionistas” como aquellos seres infames que merecen etiquetas, rótulos, estigmas. Por supuesto, han sido conquistados inconcientemente por los planes de la CIA. A lo mejor hasta un chip electrónico de direccionamiento ideológico, les han inoculado; una suerte de “mk-ultra” para chapistas descontentos. Pero esta versión me parece falaz, de cabo a rabo. Los tiros van por otro lado. Hay razones para rebelarse, hay malestar, desconcierto y deriva en la dirección revolucionaria, en Chávez. Todo esto no se resume a simples actos de indisciplina. Hay que excavar más en profundidad, con menos prejuicios, con más inteligencia general.

El asunto es claro, preciso, breve: Hay que rectificar, pero ¿hacia donde? Luego de despilfarrar un capital electoral de 63% en dic-2006 y pasar al patético cuadro del 32 % en feb-2008, es ostensible la crisis de direccionalidad revolucionaria. ¿Que ha crecido? ¿La oposición? No, el cansancio político. Se han quebrado los alineamientos automáticos. Crecerá sin duda, la abstención. Algo está pasando en los cimientos políticos del país. Escucho el grito de rebeldía frente a la indiferencia oficial a conmemorar la masacre del 27 de febrero de 1999. Palabras más, palabras menos: “maldito sea el soldado que vuelva sus armas contra el pueblo” decía Simón Bolívar. Todo esto me recordó a Holloway, y sus argumentos para “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Atilio Borón ha replicado: fantasías, fanfarronadas del anarquismo.

Tal vez el problema no sea el poder, sino la lógica de la dominación como huella matricial. Pero lo lamentable es que aquí se desconozca el debate de fondo. Nos quedamos en la epidermis del asunto. A pesar del principio de rendimiento denunciado por Marcuse, sigo insistiendo en la quimera, no del antipoder (Farruco dixit), sino la de la complejidad, algo que asume R. Lanz en diversos espacios. Cuando Chávez llama al antipoder un “limbo sin definiciones”, me parece clave la escasa capacidad para generar distinciones desde una inteligencia general. Existe un tejido interdependiente, interactivo e inter-retroactivo entre el objeto de conocimiento y su contexto, las partes y el todo, el todo y las partes, las partes entre ellas; para pensar no desde lo disjunto, desde la racionalización paranoica, sino desde otras operaciones lógicas maestras: inclusión, distinción, conjunción, implicación. Rectificar implica una “inteligencia general”, referirse a lo multidimensional, lo complejo, el contexto y lo global (Morin dixit). Hay que romper paradigmas. J. V. Rangel calificaba en febrero de 2007 a Chávez de ser el antipoder. Un año después, Chávez descalificaba al antipoder de ser infiltrados de la CIA. Chávez caligrafía mentalmente el leninismo y el centralismo democrático: “Quizás yo por mi formación militar, hecho y pensado para la guerra… uno está en una guerra, uno esta acostumbrado a que tiene que haber un plan, tiene que haber una jefatura, tiene que haber un liderazgo, pues, tiene que haber una disciplina que no tiene que ser militar, por supuesto, para nada, pero disciplina revolucionaria, disciplina, y cuadros revolucionarios, reconocimiento a un liderazgo revolucionario, a un programa revolucionario y la autocrítica revolucionaria”. Bien, 20 puntos en leninismo, pero el problema es que el examen no lo está haciendo un comité central de un Partido leninista en un remoto lugar (¿o si?), sino el pueblo venezolano. Ojalá no se cometan los errores de caligrafiar a Kronsdat, Hungria, Polonia, Checoslovaquia… para no hablar de las decisiones de Stalin en la República española Esto explica que caigan estatuas, que los jóvenes vean con entusiamo “Good Bye Lenin” o “La vida de los otros”. Recordemos a Fromm, a Schaff, a Petrovic y a tantos otros: un socialismo sin libertad, sin escala humana, sin democracia participativa, será un fracaso. Como para tomar nota, y sobre todo, rectificar.

domingo, 16 de marzo de 2008

REVELACIONES DE LA DERECHA MEDIATICA



Javier Biardeau R.
En ningún momento, el panorama ideológico de la revolución bolivariana ha lucido despejado y sin retos en la definición del horizonte patriótico y de transición al nuevo socialismo. Solo la ignorancia puede afirmar lo contrario. Luego de la crisis del marxismo soviético y de la crisis de los socialismos realmente inexistentes, plantear una renovación de una izquierda revolucionaria, profundamente consustanciada con la refundación democratica y nacional de la República, luce como una odisea. En contraste, para la derecha, la revolución bolivariana ha sido un despropósito, una ilusión amenazante, una deriva hacia el abismo. Sin embargo, para una mayoría del pueblo ha sido una esperanza, guste o no guste. Como todo acto heroico, esta experiencia no deja de presentar luces y sombras, virtudes y defectos, posibilidades y limitaciones. Esta experiencia ha nacido al calor de luchas con oponentes internacionales y nacionales, enclavados en atavismos anticomunistas, privilegios de clase, y los llamados por Vallenilla Lanz, prejuicios de casta. Al parecer, la reacción visceral a los atentados terroristas del 11 de septiembre, liquidó cualquier solución multilateral a los desafíos de seguridad, justicia y paz internacional: ¡o están con nosotros o están con los terroristas! Desde entonces, se ha ido estirando semánticamente la noción de terrorismo, para colocar en ella a cualquier actor, movimiento o programa, que desafíe los objetivos de dominio-control global de la administración Bush. Nuestra derecha, mimética, refleja, truncada en su madurez intelectual y moral, truncada en su autonomía psicológica, subordinada y tutelada, ha seguido pasivamente el dictat de Washington, mostrando una nula capacidad de criterio nacional, reforzando su coloniaje espiritual (su obsesión para rastrear en sus abolengo, algún rastro de aristocracia feudal de la España de la contra-reforma), inhibiendo cualquier resorte emocional que la comprometa con la idea de autodeterminación y soberanía nacional. Al parecer, han optado por un modelo de relación con el gobierno republicano de los EE.UU, que es calco y copia de la sumisión incondicional del Geist de la “apertura petrolera”. No hay evidencia alguna de derecha nacional, sino de derecha transnacional, una derecha raquítica para pensar su papel en la construcción compartida y democrática de un ideal nacional articulada a valores y principios de la Constitución de 1999. Tenemos todos los perfiles de una derecha gomera, que identifica a Manuel Matos como un símbolo de adscripción de clase, una seña de identidad, una suerte de grupo sociológico de pertenencia. Frente al fracaso de una inexistente “derecha nacional” para construir algo distinto a las patologias del "histerismo político", no es casual el giro retórico de segmentos de la oposición, buscando alguna conexión con la “democracia social”, palabra históricamente extraviada y desempolvada de los baúles del recuerdo. Un paradójico revival del Betancourismo, “padre de la democracia”. Enfrentar al llamado “castro-chavismo” (Mires dixit) con el neo-betancourismo, con el reformismo de una socialdemocracia en crisis, parece estar de moda en librerías, cafés y editoriales. Pero mientras lo rescatable de Betancourt sea una suerte de anti-castrismo ramplón, no se habrá roto con el cordón umbilical de la sumisión a Washington. Para ir más allá de esta estúpida obsesión que terminó con el periplo que va, desde ARDI y el Plan de Barranquilla hasta al “Gran Viraje”, nuestro neo-punto-fijismo tendría que olvidarse de la “programación ideológica, neuro-lingüística incluso, del neoliberalismo. No es tarea fácil. Tendrían que reconocer los logros de Chávez, y salir de las patologías crónicas, de la esterilidad política del anti-chavismo. Más que empantanarse con los misterios del PSUV, podrían digerir sus éxitos, lo que no contraria reconocer sus debilidadese. Los escenarios de las elecciones internas del PSUV definieron el campo de las tendencias internas, a pesar del nuevo chantaje cesarista de la consigna "lo que diga Chávez". El resultado final ha sido la imperiosa necesidad de reconocimiento de una tendencia crítica interna, que más allá de los conservadores y moderados que hacen silencio sobre la realidad de la "derecha endógena", plantean darle un giro profundo a las conquistas democráticas revolucionarias del proceso bolivariano, construyendo las condiciones efectivas para el desarrollo de una nueva forma de sociedad justa, solidaria y profundamente democrática. No se trata, entonces de conformarse con las formulas capitalistas de la "compensación popular" desde las ideologias liberales y conservadoras frente a la "cuestión social". Tampoco, un retorno al inexistente socialismo real, que generó un despotismo filatrópico, carente de autoemancipación real de las clases explotadas. Una tendencia socialista, revolucionaria y democratica no puede basarse en la transigencia con el capitalismo actual, aunque debe manejar con mucho tino las relaciones entre el programa mínimo de coyuntura y el programa máximo de transformación revolucionaria. Gradualmente en el PSUV, pueden sacudirse y desplazarse a una vieja guardia que viene de la cuarta república, gente que solo supera retóricamente el Pacto de Punto Fijo, pero que desean implantar un nuevo pacto entre nuevos grupos de poder económicos y la vieja derecha capitalista. El Capitalismo de Estado no puede ser el modelo económico promovido efectivamente desde el PSUV, y es con ésta fórmula, que la derecha económica tradicional venezolana viene trenzando una alianza tácita con la derecha endógena, para liquidar cualquier revolución anticapitalista auntentica, aunque se programa político sea gradual y heterodoxa. Por eso, la derecha mediática ha escogido últimamente como blanco de ataque a los valores e ideas-fuerza de la izquierda socialista, y no a las prácticas de la derecha endógena. En el fondo comparten, por intereses tranversales, las mismas ambiciones. En vez de agotar esfuerzos de radio, prensa y televisión, por negar que la constitución del PSUV, ha sido un acontecimiento político positivo, podrían saludar el nacimiento de una estructura de mediación política que genere aperturas en el juego político. Pero es pedirle demasiado. Allí hay una contribución en la democratización todavía insuficiente de las anquilosadas organizaciones políticas venezolanas. La derecha mediática, en vez de acentuar tanto los enredos del PSUV, podría reconocer lo que hay de impulso desde abajo, abandonar la arrogancia y el desprecio. Sabemos que esta arrogancia, este desprecio por los de abajo, es un reflejo condicionado de la derecha (prejuicios de casta para Vallenilla Lanz). Pero madurar es algo más que condicionamientos. Gastar tanto espacio, esfuerzo humano en minar, desacreditar, meter cizaña y sobreexponer los infortunios del PSUV en vez de reconocer que no hubo cabillas, balazos, puñetazos ni robo de votos como nuestra tradición adeco-copeyana hizo rutina, es el saldo de la derecha mediática frente al PSUV. Sin embargo, más allá de la proyección mediática, la conquista democrática es el civismo demostrado, el compromiso con la transformación social y el clima electoral de participación masiva de delegados, comisionados y voceros. Felicitaciones, entonces, a los de abajo del PSUV.

viernes, 7 de marzo de 2008

DIRECCIÓN REVOLUCIONARIA ES MANDAR OBEDECIENDO AL PUEBLO



Javier Biardeau R.

Se habla mucho de revolución bolivariana, de rumbo al socialismo, de estado comunal pero en la práctica, en las actuaciones, en el hacer, poco se ha avanzado en la transformación sustantiva del Estado Venezolano, para realizar efectivamente los contenidos democráticos, sociales, del estado de derecho y de justicia. Todavía está en deuda la concepción ideológica dominante de la Asamblea Constituyente de 1999, tributaria en gran medida de la socialdemocracia, pero que avanzo en el rumbo de la democracia participativa y protagónica. No se ha avanzado radicalmente en esta nueva concepción del Estado prestacional, democrático, de derecho y de justicia, una suerte de estado social-participativo y se plantea la tesis del Estado socialista.
Pero, ¿Cuál estado socialista? ¿Será posible avanzar hacia un estado socialista como prefiguraba el proyecto de reforma constitucional en el año 2007, sin debatir sobre que se entiende por estado socialista? ¿Será posible avanzar y profundizar la democracia participativa y protagónica, ahora adjetivada como democracia revolucionaria? ¿Como se redefine el horizonte socialista con la centralidad del protagonismo popular y la participación democratica?

La tradición socialista revolucionaria ha planteado que la liberación de los grupos, sectores y clases explotados y oprimidos es imposible sin la supresión del aparato del poder de Estado creado por las clases dominantes. El “carácter de clase” del Estado está vinculado de cabo a rabo con la función de mando de las clases explotadoras en las funciones económico-productivas.
Existe una coherencia profunda entre los modelos de mando autoritario del Estado Burgués con los modelos de mando autoritario de las unidades económicas o lugares donde se establece la cooperación social y técnica del trabajo social. La llamada organización técnica de la división social del trabajo encubre relaciones de dominación-mando capitalistas, su jerarquía, su disciplina, su cultura, sus normas, etc. No es casual, que en Marx, la burocracia haya sido sometida a críticas demoledoras, al generar “órganos” que presumen que están por encima de la sociedad y que no están sometidas ni al servicio de ella.
En palabras sencillas, el Estado se eleva sobre la sociedad, creado una máquina de despotismo político-administrativo sobre las clases subalternas. Allí se enquistan caudillos y jefes, que en vez de ser funcionarios servidores, se convierten en funcionarios-déspotas. La administración pública pasa a ser una pirámide de funcionarios-déspotas hasta llegar al gran déspota del ejecutivo todopoderoso. Algo muy distinto a una República democrática.

El socialismo democratico revolucionario siempre ha planteado ante este problema, tanto la extinción del Estado como su supresión. Imaginar y pensar más allá de la forma-estado es una tarea revolucionaria, para no recaer en la Estadolatria (Gramsci) ni en el Estatismo Autoritario (Poulantzas) Se trata de no confundir el transito hacia el socialismo, con el Capitalismo de Estado ni con el Socialismo burocrático-autoritario. Más importante que el Estado, es la formación de asociaciones intermedias de las clases subalternas, organizaciones y consejos de lucha social, política y cultural, con grados de autonomía variables, que trastocan la forma-.estado capitalista, democratizando y desmantelando al mismo tiempo, a la pesada maquinaria de mando político capitalista.
Marx planteó claramente la destrucción del Estado capitalista como "excrecencia parasitaria" de la sociedad, y en ningún lugar justificó la estadolatria. Para el pensamiento crítico socialista es imposible evadir el debate sobre “las formas políticas" del poder revolucionario. Ni la II Internacional Socialdemócrata ni el estalinismo burocrático, la primera por su aceptación a-critica de las formas burguesas del Estado democrático parlamentario, y el segundo por la construcción de formas estatistas-autoritarias de transición al socialismo, pueden ser modelos a ser copiados como esquemas de transición al nuevo socialismo.
Hay que construir salidas al impasse entre el estado socialdemócrata y el estatismo autoritario del estalinismo, a través de una nueva institucionalidad democrática, participativa y protagónica, con pleno control social desde abajo hacia arriba. Para esto, hay que ir más allá de Marx, pero sin desconocer a Marx en sus contribuciones en lo que se refiere a la valorización de la República Democrática como forma de estado indispensable para pensar el socialismo. De allí que para Marx, democracia revolucionaria implique mucho más que democracia representativa, es un más allá de la democracia representativa, pero al mismo tiempo, sin asumir la sustancia de la democracia es imposible imaginar y pensar un socialismo superador de la función de mando despótica del capitalismo.
Como ha planteado Adam Schaff, Lenin se equivoca al desvincular el proceso revolucionario de transformación del Estado del fortalecimiento de la “República Democrática”. La República Democrática no es solo "el camino más corto que conduce a la dictadura del proletariado", sino que es el antídoto indispensable contra cualquier forma de estatismo autoritario. La tragedia de la revolución bolchevique y su saldo negativo con el tristemente celebre destino estalinista, fue su negativa a valorizar a las formas políticas de la República Democrática.
La vía bolchevique al socialismo todavía hoy, no supera las advertencias de Rosa Luxemburgo sobre el autoritarismo del leninismo. El llamado “Estado burgués sin burguesía” que se mencionaba en los documentos bolcheviques, va a convertirse en el mantillo sobre el que se expanden los peligros profesionales del poder y a cuyo abrigo se desarrolla una nueva forma de excrecencia burocrática parasitaria de la sociedad. Todos sabemos, lo que significa excrecencia: una protuberancia que altera la textura y superficie natural de los cuerpos vivos. Con esta metáfora, la clave está en comprender que para Marx, toda forma-Estado es una malformación de la sociedad, una deformación del horizonte de la comunidad de hombres y mujeres libres, que es la meta de la utopía concreta. Para Marx incluso, el Estado es solo necesario para despachar funciones administrativas, pero no para reforzar sistemas de dominación y desigualdad social. Nada de Estadolatrias. Más bien, una nueva imaginación y pensamiento sobre la gestión colectiva de los asuntos públicos. Tales fórmulas recuerdan ciertas páginas en las que Engels sugiere que la extinción del Estado significará una simple "administración de las cosas", dicho de otra forma, una simple tecnología de gestión de lo social, donde la abundancia postulada dispensaría de establecer prioridades, de debatir opciones, de hacer vivir la política como espacio de la pluralidad. Sin embargo, esto es una ilusión. La "administración de las cosas" es un asunto político-cultural que depende de opciones humanas, de deliberaciones, de conflictos y acuerdos.

Como ocurre a menudo, tal utopía libertaria de la simple "administración de las cosas" degeneró en una utopía despótica de gobernabilidad sobre los seres humanos. Un "Estado proletario", concebido como un "cártel del pueblo entero", puede fácilmente conducir a la confusión totalitaria de la clase, del partido, y del Estado, y a la idea de que, en este cartel del pueblo entero, los trabajadores no tendrían ya que hacer huelgas, puesto que sería hacer huelga contra si mismos, y la propiedad social se confundiría con la propiedad estatal, porque sería un estado de todo el pueblo. Aquí estamos en las fabulas hegelianas y no no en Marx. Tratando de sustituir el “cretinismo parlamentario” y el “liberalismo adocenado” de la socialdemocracia, se creo un monstruo peor aún. Lenin llamó a romper con las ilusiones parlamentarias, pero se prohíbió a si mismo y a tosos los camaradas bolcheviques de la misma manera, pensar desde un lugar no despótico, las formas políticas del Estado de transición.

Es en este punto ciego de la tradición revolucionaria, donde aparece descollante la figura de Rosa Luxemburgo. Para ella, la llamada “dictadura del proletariado” no puede ser la de un partido minoritario sustituyendo a la clase y la mayoría del pueblo. Luxemburgo asume la noción de dictadura del proletariado en sentido amplio –"ninguna revolución se ha acabado de otra forma que por la dictadura de una clase"- pero agrega: " (…) la realización del socialismo por una minoría está incondicionalmente excluida, puesto que la idea del socialismo excluye justamente la dominación de una minoría". Que quede claro: el socialismo excluye la dominanción de una minoría.
En un artículo de 1918, titulado "Asamblea nacional o gobierno de los consejos", condena de nuevo el cretinismo parlamentario que ha conducido a la mayoría socialista a la política de unión sagrada en la guerra: "Realizar el socialismo por la vía parlamentaria, por simple decisión mayoritaria, es un proyecto idílico", se requiere una mayoría social que va mas allá de la representación parlamentaria. Ni es un gobierno de una camarilla dominante en el ejecutivo, ni es una mayoria de representantes parlamentarios. Es mucho mas y con otra cualidad política. Hay necesidad de combinar la acción fuera y dentro de las instituciones, "la necesidad tanto de reforzar la acción extraparlamentaria del proletariado, como de organizar con precisión la acción parlamentaria de nuestros diputados".
Pero sus críticas a la revolución rusa no fueron escuchadas con la debida atención. En el famoso debate sobre la disolución de la Asamblea Constituyente, constantemente reivindicada por los bolcheviques entre febrero y octubre de 1917, pueden analizar importantes tensiones sobre la democracia. Rosa no es sorda a los argumentos según los cuales había que "romper esta constituyente caducada", por tanto "nacida muerta", que iba con retraso respecto a la dinámica revolucionaria, tanto por sus modalidades electivas como por la imagen deformada que daba del país. Pero entonces, "había que prescribir sin tardar nuevas elecciones para una nueva Constituyente". Sin embargo Lenin y Trotsky (en su folleto de 1923 sobre las Lecciones de Octubre) excluyen por principio toda forma de "democracia mixta" planteada por los austro-marxistas.
Rosa vive en Alemania, tiene la experiencia de una vida parlamentaria ya consolidada. Por esto, se inquieta explícitamente por esta confusión entre la excepción y la regla: "El peligro comienza allí donde, haciendo de la necesidad virtud, ellos (los dirigentes bolcheviques) intentan fijar en todos los puntos de la teoría, una táctica que les ha sido impuesta por condiciones fatales y proponérsela al proletariado internacional como modelo de la táctica socialista". Esta extrapolación de condiciones y modelos debería ser precisamente el punto de mira para no repetir errores de calco y copia de revoluciones anteriores.
No pueden trasladarse mecánicamente ni las concepciones ni las instituciones de un modelo de revolución a otro. Lo que está en juego, es la vitalidad y la eficacia de la propia democracia socialista. Luxemburgo subraya la importancia de la opinión pública, que no habría que reducir a un engaño o a un teatro de sombras con medidas de restricción estatal. Toda la experiencia histórica "nos muestra al contrario que la opinión pública irriga constantemente las instituciones representativas, las penetra, las dirige. Es precisamente la revolución la que, con su efervescencia ardiente, crea esta atmósfera política vibrante, receptiva, que permite a las olas de la opinión pública, al pulso de la vida popular actuar instantáneamente, milagrosamente, sobre las instituciones representativas".

En lugar de comprimir este "pulso de la vida popular", los revolucionarios deben dejarle latir pues constituye un poderoso correctivo al pesado mecanismo de las instituciones democráticas. “Ciertamente, dice Rosa, toda institución democrática, como toda institución humana, tiene sus límites y sus lagunas. Pero el remedio que han encontrado Lenin y Trotsky –suprimir directamente la democracia- es peor que el mal que se supone curar: obstruye la fuente viva de donde habrían podido brotar los correctivos a las imperfecciones congénitas de las instituciones sociales, la vida política activa, enérgica, sin trabas de la gran mayoría de las masas populares". En nuestras condiciones, más que restringir los poderes de influencia de la mediática capitalista, habría que ampliar, fortalecer y diversificar los medios de comunicación contra-hegemónicos del bloque nacional-popular, para modificar el cuadro de fuerzas y sentidos de la opinión pública democrática.

Los errores de desmantelar la democracia tendrán su precio. En su Stalin póstumo, Trotsky reconoce hasta qué punto la guerra civil fue una escuela de brutalidad autoritaria y de mando burocrático. Stalin no tendrá ninguna dificultad para reciclar a su servicio estos métodos de mando. Las advertencias de Rosa toman entonces retrospectivamente todo su sentido. Temía en 1918 que medidas de excepción temporalmente justificables se convirtieran en la regla, en nombre de una concepción puramente instrumental del Estado en tanto que aparato de dominación de una clase sobre otra. La revolución consistiría entonces solo en hacerle cambiar de manos: "Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase obrera, el Estado socialista un instrumento de opresión de la burguesía, que no es de alguna forma más que un Estado capitalista invertido. Esta concepción simplista omite lo esencial: para que la clase burguesa pueda ejercer su dominación, no hay necesidad en absoluto de enseñar y educar políticamente al conjunto de la masa popular, al menos no más allá de ciertos límites estrechamente trazados. Para la dictadura proletaria, es ése el elemento vital, el aliento sin el que no podría existir".
En efecto, la sociedad nueva debe inventarse sin manual, en la experiencia práctica de millones de hombres y mujeres. El programa del partido no ofrece a este propósito más que "grandes paneles que indican la dirección", y además estas indicaciones no tienen un carácter indicativo, más que un carácter prescriptivo. Para resolver estos problemas, la libertad más amplia, la actividad más amplia, la más amplia parte de la población es necesaria. Sin embargo, la libertad, "es siempre al menos la libertad de quien piensa de otra forma". No es ella, sino el terror, quien desmoraliza: "Sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opinión libre, la vida se apaga en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia se constituye en el único elemento activo".

Desarrollar la democracia hasta el final, buscar las formas de este desarrollo, ponerlas a la prueba de la práctica, es sin embargo una de las tareas esenciales de la lucha por la revolución social. A lo largo de todo el siglo XX, las experiencias sociales y de las investigaciones antropológicas, los enfoques teóricos del Estado se han enriquecido y profundizado, desde Gramsci a Foucault, pasando por Poulantzas, Lefebvre, Alvater, Hirsch y muchos otros. Foucault ha contribuido principalmente a desmitificar un fetichismo del poder analizando la genealogía de las relaciones de poderes, hasta emitir la hipótesis según la cual el Estado no sería sino "un tipo diferente de gubernamentalidad". Si su teoría de las relaciones de poder, como la de los campos de Bourdieu, permite comprender una pluralidad de dominaciones y de contradicciones, no deja de ser cierto que todos los poderes no participan en la reproducción social de las relaciones capitalistas de producción. Hay, en las redes y las relaciones de poderes, nudos más importantes que otros. Las retóricas liberales del Estado mínimo o del repliegue del Estado no hacen sino resaltar con más relieve el núcleo duro de sus funciones represivas y su papel eminente en la puesta en pie de los dispositivos del biopoder.
Por tanto, no hay "Estado imparcial". El tejido de las relaciones de dominación, de poder-sobre, hay que deshacerlo a partir del poder-hacer, de la potencia; y si se trata de un proceso a largo plazo, la maquinaria del poder del Estado hay que romperla. Esta es una lección que no puede olvidarse, más cuando se habla mucho de Estado: Estado Socialista, Estado Comunal, Estado Revolucionario. Tal vez, no hay mayor veneración supersticiosa por el Estado en aquellos que han recibido a-críticamente una socialización de tipo capitalista, con sus jefaturas, jerarquías, rangos y desde el habitus del “fordismo” económico, militar o eclesiástico. El culto a jefes, a funcionarios, a jefaturas, a la división tajante entre posiciones de mando y la dirección estratégica frente a la ejecución táctica y operacional, es parte no de la solución sino del problema. Ni la forma-partido ni la forma-estado deben prefigurar la naturalización de la división entre gobernantes y gobernados, explotadores y explotados, opresores y oprimidos, sino que el poder revolucionario debe crear las condiciones para su virtual liquidación.

Cuando el rumor popular plantea: “No queremos que nos gobiernen, queremos gobernar”, esto puede dar lugar a reacciones estereotipadas cuyo fondo ideológico es la función de mando burocrática-capitalista. Creemos que no se trata de simples “consignas anarquistas”, sino de autenticas demandas populares de democracia protagónica.
Se trata de un problema real que enfrenta toda revolución cuando plantea las formas políticas del poder revolucionario y de la transición al socialismo. Esto ha ocurrido desde la revolución mexicana, pasando por la revolución en Alemania, Rusia, Hungría, Checoslovaquia, Polonia, China, por los eventos insurrecciónales en Francia, en Italia, en Argentina, en Chile y pare de contar.
Cualquier revolución es una puesta en cuestión de las lógicas de la dominación: económica, política, burocrática, mediática, eclesiástica, familiar, etc. Criminalizar estos acontecimientos, a sus actores y discursos es un síntoma de fascismo en el propio campo de la revolución. Toda posición de derecha se caracteriza por gritar orden, disciplina y jefatura, de manera estridente y permanente. Cuando aparecen estos síntomas de manera ocasional en la dirección revolucionaria o en sus funcionarios del consenso, hay que ponerse en alerta. Hay que decir, “ni son tan poquitos, porque se preocupan.” El tema de fondo es que en la dirección revolucionaria hay “mala conciencia” por las deudas en la conexión gobierno/pueblo. Lo saben pero no lo reconocen. Esta revolución está derivando hacia una forma de cesarismo, de populismo asistencial-redistributivo sin organización popular, y hacia la conciliación con la derecha económica. El pueblo organizado y movilizado, no lo duden, tendrá que corregir esta situación.
No olvidemos nunca que la coherencia estrecha entre explotadores y explotados en el mundo económico, y entre gobernantes y gobernados en el mundo político, es la condición de posibilidad de que la lógica de la dominación se reproduzca sin fin. Toda lógica de dominación entra en contradicción antagónica con los espacios de libertad, la participación, el protagonismo popular y la liberación social. Por eso en el nuevo socialismo se justifica la función de la dirección revolucionaria, conforme a liderazgos colectivos y colegiados, para mandar obedeciendo al pueblo.
Porque democracia socialista es de manera sencilla, precisa, clara y concisa: ¡mandar obedeciendo al pueblo!