miércoles, 11 de agosto de 2010

LA IZQUIERDA CAVERNARIA BLOQUEA EL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO-PARTICIPATIVO

Javier Biardeau R.
La separación entre la cuestión democrática y la cuestión socialista es la puerta de entrada de todos los despotismos burocráticos en el seno de la izquierda. Obviamente, a la derecha anticomunista le conviene mantener el guión que expresa que toda aspiración socialista o comunista, en el estricto sentido emancipador, inspirado en el pensamiento crítico de Marx y Engels, es de cuño “totalitario”.
A la ramplona mascarada anti-comunista no se la enfrenta con las debilidades despóticas de inspiración bolchevique (“socialismo en un solo país”, “partido-único”, “planificación burocrática”, “propiedad estatizada”, “deber de sumisión ideológica”, “hegemonía autoritaria”), sino con la fortaleza de la democracia radical, con la deliberación, participación y protagonismo libertario de las mayorías populares en el ejercicio del poder, con el poder constituyente y la revolución democrática, descolonizadora y ecológica.
Si no se concibe el socialismo radicalmente democrático como la más profunda re-distribución y socialización del poder social, se le ofrece a la petrificada derecha anticomunista una ventaja para reforzar el viejo guión que expresa la imposibilidad de una democracia socialista. Por tanto, la derecha anticomunista y la izquierda despótica se refuerzan mutuamente en sus prejuicios, pasiones y estereotipos.
¿Cómo salir de este laberinto? Sin una voluntad de ruptura con la crisis histórica de consistencia teórica y de legitimación que evidencian las nociones de la izquierda cavernaria no habrá nuevo socialismo.
La crisis de la Modernidad occidental no solo ha puesto en aprieto al viejo conservadurismo que organizaba al poder a partir de un eje vertical de trascendencias de cuño religioso (unidad del Estado y la monocracia religiosa en el absolutismo; de cualquier religión, lo que la historia moderna europea denominó el ancien regime), ni sólo al liberalismo contractualista derivado de la Dialéctica de la ilustración, sino además la variante radical que instituyó al marxismo-leninismo como religión secular o de legitimación del Estado socialista.
Todo este paquete ideológico y epistémico de la Modernidad occidental se ha hecho ruinas, y lo que aparece en escena en el mejor de los casos es un pluralismo radicalizado de orientaciones normativas y valorativas, que aún recompone los diseños político-institucionales del siglo 21. En el peor de los casos, se reactivan los integrismos religiosos, seculares ó de la llamada “nueva era” (todas esas espiritualidades de supermercado que se agitan en el sentido común de la muchedumbre solitaria).
Es el anhelo de un monismo que asegure todas las certezas, que liquida cualquier contingencia y responsabilidad, la cuna del “totalitarismo”, con su consecuente mutilación de diferencias, diversidad y alteridades. El totalitarismo es resultado precisamente de un pánico agresivo hacia el Otro, la impotencia de asumir la incongruencia, la divergencia, la polémica, la incertidumbre y las contradicciones, sin síntesis tranquilizadoras.
Sin una vocación pluralista que asuma la diversidad (la diferencia que enriquece y el antagonismo que se opone) no hay posibilidad de democratizar el imaginario socialista. Y sin democratizar el imaginario socialista, lo que se apuntala es la izquierda cavernaria.
En esta línea de argumentos, hay que revisitar la tradición de fecundaciones mutuas entre la revolución democrática y la revolución socialista. La historia del socialismo democrático no comienza en el 1917, sino en 1848. La riqueza de la idea socialista democrática culmina justamente con su empobrecimiento como despotismo burocrático.
Tanto la socialdemocracia a lo Engels como el comunismo de consejos a lo Pannenkoek, son muchos más fieles a la profundización del espíritu emancipador del marxismo originario, que el bolchevismo a lo Stalin. De allí, que la incompetencia intelectual por una recreación histórica de lo sucedido como profundo debate socialista entre 1848 y 1924 en la “modernidad euro-céntrica”, es parte del contrabando que la izquierda cavernaria nos quiere pasar por “marxismo oficial” (el leninismo codificado por Stalin es parte de estas mercaderías ideológicas).
Un marxismo de derecha es justamente aquel que fecunda el despotismo burocrático. Entre anticomunistas fascistoides y el despotismo de izquierda hay afinidades en su desprecio a profundizar la democracia radical, social y participativa.
La cuestión política que se plantea en la actualidad para la lucha revolucionaria es, en buena medida, las implicaciones entre la revolución democrática y la revolución socialista, incluso ir mucho más allá que una postura defensiva acerca de la vigencia de la propia teoría marxiana, pues la realidad histórica, social y cultural muestra que hay nuevos fenómenos, tendencias y circunstancias que Marx, ni siquiera pensó ni imagino. Ni la cuestión ecológica ni el diálogo de civilizaciones y culturas, relacionados a los procesos de descolonización en el contexto de la globalización del capital, fueron ejes de la reflexión central del pensamiento socialista entre 1848 y 1924. No hay posibilidad para la democracia socialista, libertaria, descolonizadora y ecológica, si no aborda estos asuntos, y si no abandona urgentemente el imaginario social de la izquierda cavernaria.
No hay que olvidar aquella frase de Marx:
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” (Marx-18 Brumario de Luis Bonaparte)

domingo, 8 de agosto de 2010

LA DERECHA CAVERNARIA ESTÁ AGAZAPADA

Hitler y el "Cardenal Pacelli"
“Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente envilecida, los elementos esenciales del veneno social, y supo reunirlos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada para poder destruir así con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia raza.” (Hitler. Mein Kampf)
Javier Biardeau R.
Por una parte, cuando escucho el término “Socialismo Democrático” o “Democracia Socialista” como definición del camino socialista en Venezuela, digo “Ojalá, así sea”. Porque la deriva frente al término proviene de viejos prejuicios sedimentados por al menos 120 años de historia del Socialismo Moderno Europeo, cuyo legado no se puede ignorar ni confundir con una mala copia de la tradición bolchevique, tan reclamada como “auténtico socialismo revolucionario” por los portavoces del ya enmohecido “leninismo de partido único”. Primer desacuerdo.
Desde allí (leninismo de partido único) no hay viabilidad histórica para el nuevo socialismo. Además, contribuye al extravío, el mar de confusiones, de intencionadas deformaciones, a manipulaciones ideológicas propias de la lucha, del conflicto, del antagonismo entre el campo del status quo y un campo revolucionario que pretende rebasar el capitalismo desde la revolución democrática.
Proviene de una vieja historia, las erradas disyunciones entre la cuestión democrática y la cuestión socialista. Si usted separa la revolución democrática del socialismo surgen todos los desvaríos del despotismo burocrático. Pues no es lo mismo declararse críticamente frente al liberalismo democrático, rebasándolo a partir de una democracia participativa, deliberativa, protagónica, radicalizada, que confundirla con una confiscación del poder por un centro político burocrático. Segundo desacuerdo.
Por otra parte, viejos sectores contra-revolucionarios se cobijan en el manto del anti-totalitarismo, en clave de derecha, con complejo (o cálculo) de afirmar que son parte del patético anti-comunismo, del “macartismo tropical”.
Son los viejos anti-comunistas de otrora, encubiertos en una mascarada que no deja de resonar en los tambores de la “guerra fría cultural”. Estos anti-totalitarios son poco respetables, sobre todo porque desvían la atención cuando se les advierte el sello totalitario del colonialismo occidental, del imperialismo, del fascismo, del integrismo católico o las ruinas que dejó el Mein Kampf hitleriano.
Bastaría que revisarán un significativo libro titulado: “El Totalitarismo: trayectoria de una idea límite”, escrito por la filósofa italiana Simona Forti (2008), para encontrar sus filiaciones, acentos y procedencias.
Algunas críticas anti-totalitarias muestran miradas de águila para condenar el estalinismo, pero son completamente miopes cuando están “cara a cara” con el legado de Mussolini, Franco, Hitler, o más cercano, con los “Estados de seguridad nacional” latinoamericanos y sus Constituciones legales, hechura de gente como Pinochet.
A esta derecha cavernaria no le gusta que le recuerden su afinidad electiva con el fascismo, ni cómo en 1933 el Vaticano desplegó su interés en el poder en ascenso del Nazismo cuando el Cardenal Pacelli (quien después llegó a ser el papa Pío XII) firmó en Roma un concordato entre el Vaticano y la Alemania nazi. En representación de Hitler, Von Papen firmó el documento y Pacelli, otorgó a Von Papen la elevada condecoración papal de la gran Cruz de la Orden de Pío. No hay que olvidar entonces (“anti-totalitarios de derecha”), cómo desde el Vaticano se dio apoyo a la tiranía nazi, que fue considerada un baluarte contra el “comunismo mundial”.
De este anticomunismo cavernario al anticomunismo de la politología norteamericana, no hay grandes cambios de registro ideológico. Tal vez quienes han sido socializados por métodos similares a los utilizados por las llamadas “juventudes hitlerianas” (Hitlerjugend), usen el término “totalitario”, en un sentido simplemente cínico o hipócrita.
No hay que olvidar tampoco que Hitler no sólo era anti-semita, sino que era (y por eso) un declarado anti-marxista: “En aquella época abrí los ojos ante dos peligros que antes apenas si conocía de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tan espeluznante trascendencia para la vida del pueblo alemán: el marxismo y el judaísmo.” (Mein Kampf)
No abundaremos en citas: “Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente envilecida, los elementos esenciales del veneno social, y supo reunirlos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada para poder destruir así con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia raza.” (Mein Kampf)
O para aclarar su desprecio por la democracia: “La democracia del mundo occidental de hoy es la precursora del marxismo, el cual sería inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer término proporciona a esta peste mundial el campo de nutrición de donde la epidemia se propaga después.”
Cuando se afirma que el “socialismo marxista” es totalitario, el beneficio de la duda sugiere preguntarse: ¿Desde cuál sistema de referencia y de cuál marxismo me hablan estas presuntas voces anti-totalitarias?
El anticomunismo más ramplón tiene piernas cortas, como la mentira. Confundir las experiencias del estalinismo (o el marxismo-leninismo) con Marx es parte del juego de lenguaje de la derecha cavernaria. Basta advertir cómo Hitler se refería negativamente a la propia relación del legado de Marx, y un partido socialdemócrata que aún mantenía cierta fidelidad hacia la contribución de la teoría crítica radical.
Justamente hacia aquellas coordenadas espacio-temporales pueden seguir dirigiendo su mirada, quienes quieran enfrentar críticamente el legado despótico que terminó desplegando la experiencia bolchevique, sin denegar por eso del pensamiento crítico y creativo de Marx y Engels.
Aquí hay que volver a traer a colación la frase de Engels de 1891 (Contribución a la crítica del programa socialdemócrata), y el modo como fue distorsionada por Lenin (El Estado y la Revolución), en la que plantea: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa.
Personajes como Rosa Luxemburgo quedaron sembrados en la historia como voces y signos de una crítica radical aún no suficientemente asumida. Como quedaron fuera del canon, voces tan heterodoxas como Korsch, Gorter, Serge, Souvarine, Djilas, Basso, e incluso Simone Weil (Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social).
La burocracia marxista-leninista generó su propia ideología legitimadora. Pero eso no era Marx. Tercer desacuerdo.
No hay democracia socialista sin ejercicio directo de la soberanía del pueblo, ni sin ejercicio directo del poder por parte de las clases trabajadoras, con sus múltiples expresiones organizativas, con la vitalidad de la polémica democrática y con corrientes de pensamiento diversas; no bajo sustituciones de centros políticos burocráticos, ni con la peor de las fórmulas: sistema de partido único, embrión de lo que a la postre ha sido la cuna de los rasgos autoritarios del llamado “Socialismo realmente inexistente”.
La naturaleza de las formaciones sociales de los países del este europeo y Rusia ha sido objeto de una amplia polémica, se han empleado un gran número de denominaciones para acercarse a una elemental verdad: no hubo socialismo de los trabajadores ni democracia revolucionaria alguna, y solo los desprevenidos por la mentira institucionalizada llegaron a reconocerlo desde 1991. Capitalismo de Estado, Socialismo burocrático, Colectivismo burocrático, vía no capitalista para la industrialización, transición bloqueada al socialismo, Estado obrero degenerado, o socialismo autoritario. Hay quienes han ironizado con las propias denominaciones de este tipo de sociedades y así hablan de “socialismo irreal” o de “socialismo inexistente”. Otros prefieren seguir habitando en la gran narrativa de la mentira institucionalizada.
El criterio para cotejar si la emancipación de los trabajadores, trabajadores, de los ciudadanos y ciudadanas, utilizando los hilos conductores de Marx, se hace por el camino de la democracia socialista, pasa por atravesar todos los fantasmas del totalitarismo y del despotismo burocrático, pasa por el balance de inventario crítico de todas las experiencias que fracasaron en su promesa.
Y sobre todo pasa por abrir (polémicamente) el canon del marxismo institucionalizado, sobre todo para de-construir y reconstruir el pluri-verso de la teoría crítica radical, des-dogmatizándola y descolonizándola. Sin esta práctica de fondo y de vasto calado ( que no es una distracción especulativa, sino un asunto con implicaciones políticas en la prais revolucionaria), sólo se le darán argumentos a la derecha cavernaria.
Y el viejo anticomunismo retornará como paranoia colectiva, como práctica contra-revolucionaria, no se sabe si con las mismas fórmulas de Hitler, Mussolini o Pinochet. O cínicamente en nombre del anti-totalitarismo.