martes, 24 de mayo de 2011

VOCES CRÍTICAS Y EL LABERINTO DEL SOCIALISMO BUROCRÁTICO

Javier Biardeau R.

Los estudios sobre las transiciones-construcciones socialistas en Nuestra América muestran la necesidad de des-dogmatizar y descolonizar los debates y programas de investigación-acción para apalancar los procesos de transformación social.

Luego del “gran ensayo” de 1968 a escala mundial, de las revoluciones contra-culturales, descolonizadoras y anti-sistémicas de 1968, resulta un error seguir orientándose por los monolitos grávidos de la “socialdemocracia reformista” o del marxismo de aparato: el “marxismo soviético”.

Desde los paradigmas de base de la “vieja izquierda” se reproducen los bloqueos, los estancamientos, los callejones sin salida de las experiencias historias de los Socialismos Burocráticos. Por más voluntarismo político y decisiones desde arriba, la inquietud por los deficientes resultados de las acciones desde los “gobiernos progresistas” que pretenden construir nuevas figuras de “Socialismo para el siglo XXI”, sigue planteando la pregunta de si lo que fallan son los diseños mismos: los “modelos de socialismo” que se tienen en mente cuando se actúa en las tareas de su edificación.

Para salir de estos bloqueos (que son a la vez epistemológicos, éticos, estéticos y políticos), hay que insistir en la crítica al dogmatismo y en la necesidad de descolonizar las tradiciones del pensamiento radical, insurgente, revolucionario que se han diseminado y construido desde Nuestra América.

Y descolonizar estas tradiciones (descentrando al “marxismo euro-céntrico” como única voz revolucionaria) no es una tarea fácil, cuando los actores presumen de convicciones y prejuicios firmemente instalados, como esquemas de mentalización.

El “espíritu” y el “auto-movimiento del concepto” (que en la filosofía alemana que inspiró a Marx era crítico, dinámico, cargado de negatividad y lucha), se ha convertido en piedra; en fin, la famosa dialéctica se ha cosificado, se ha petrificado, ha sido declarada muerta en los hechos.

Como ha dicho Einstein: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. El pensamiento complejo de Edgar Morin ha hecho énfasis en la dificultad de pensar el propio pensamiento (auto-eco-reflexión crítica), en la dificultad de distanciarse de las premisas de nuestro pensar y de nuestro actuar, en examinar nuestros prejuicios y los estereotipos que dominan nuestro imaginario social. A esto se agrega, la dificultad de pensar críticamente la relación entre pensamiento heterónomo y autonomía, entre espacios de sujeción y espacios de libertad, pues es clave para la construcción del nuevo socialismo en el siglo XXI, no la construcción de masas fanatizadas por consignas y estereotipos (fascismo social) sino potencia de multitudes populares, reconociendo sus singularidades críticas, o como se dice corrientemente, “pueblo organizado y consciente” donde exista tanto autonomía individual como colectiva. Socialismo no es ni populismo ni fascismo.

La conclusión es que si las representaciones, conceptos y categorías que manejamos en el discurso sobre la construcción socialista, forman parte de un inconsciente social y político que no se cuestiona ni debate, sencillamente se aborta la potencialidad del pensamiento crítico y transformador. Más que pensar, somos pensados, pensados por el automatismo psíquico, por habituaciones, por viejos paradigmas de base articulados a una defensa reactiva del Socialismo Burocrático.

Aquí conviene recordar a Marx cuando señaló (18 Brumario de Luis Bonaparte-1852):

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal.”

Esta extraordinaria cita puede leerse complementariamente con un planteamiento muchas veces olvidado de la crítica al programa de Gotha (1875):

“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.” Y agrega Marx además: “Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento.”

La transición-edificación del socialismo para el siglo XXI debe prestarle mucha atención a las huellas y al sello troquelado de la vieja sociedad. En nuestro caso, las huellas coloniales y capitalistas dependientes son esenciales para comprender las condiciones específicas de la transición-construcción de nuestro socialismo, repetimos un nuevo socialismo, no la repetición de los guiones del viejo socialismo burocrático.

Esta ultima seria la tercera huella, que es mucho menos visible y permanece ausente: la crítica radical a las experiencias históricas del Socialismo Real. Se trata entonces de tres luchas complementarias, y no una sola anticapitalista basada en el marxismo-dogma: lucha contra la huella colonial (descolonización), lucha contra la huella del capitalismo dependiente latinoamericano (post-capitalismo), lucha contra la huella del socialismo burocrático y el marxismo-dogma euro-céntrico (critica del estalinismo ocultado en nuestras prácticas y discursos de socialismo del siglo XXI).

El mapa, la cartografía o el plano del “marxismo ortodoxo”, hemos insistido, no permite edificar el “buen vivir” (suma qamaña en aymara, sumaq kawsay en quechua) ni la plena existencia humana (Marx en sus manuscritos económico-filosóficos), pues muchas de sus premisas siguen ancladas en el desarrollismo, el estatismo autoritario, la confusión permanente entre capitalismo de estado y gestión socialista, la subordinación de los movimientos sociales y populares al espectro del “partido-único”, la utilización de las “organizaciones de base o de masas” como correajes de las decisiones no consultadas de la burocracia del Estado, la invisibilización de la prioridad de la cuestión ecológica, la reproducción del eurocentrismo, el racismo oculto y la negación cultural, la presencia de un “comisariato político” que en nada ayuda a los procesos de movilización crítica y autónoma de los movimientos sociales y populares, el escaso reconocimiento de la diversidad de corrientes, tendencias y voces críticas en el seno del campo nacional, popular y revolucionario.

Hemos planteado, entonces, que la posibilidad del nuevo socialismo para el siglo XXI pasa al menos por cuatro revoluciones que son interdependientes y transversales: la revolución democrática (democracia instituyente, deliberativa y participativa, cuestionando de las múltiples opresiones: explotación del trabajo, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social, negación cultural y discriminaciones múltiples), la revolución socialista (la autogestión económica, las socializaciones junto a la planificación social y democrática), la revolución ecológica (el eco-socialismo más que el socialismo desarrollista, industrialista, productivista y consumista) y la revolución descolonizadora (la critica radical del euro-centrismo, del colonialismo y la colonialidad en la reinvención de la emancipación).

Pues de esto se trata, de una reinvención de la emancipación...

VOCES CRÍTICAS Y EL "CAMPO MINADO" DE LA IZQUIERDA CAVERNARIA

(Dedicado a la gente de Aporrea en su aniversario, y frente a todos los cercos)

Javier Biardeau R.

"¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio". (Albert Einstein).

Dicen que Mayo es el “mes de las flores”. También del nacimiento de aquel alemán Karl Marx, del “gran ensayo” de las revoluciones contra-culturales, descolonizadoras y anti-sistémicas de 1968, que impulsaron de la radical renovación y deconstrucción de las matrices político-culturales de “las izquierdas históricas del siglo XX” del sistema-mundo (Wallerstein, Hopkins y Arrighi dixit); convertidas desde entonces en los monolitos grávidos de la “socialdemocracia reformista” y del marxismo de aparato: el “marxismo soviético”.

Cuando una revolución presenta síntomas de estancamiento y en sus aspectos ideológicos, muestra una recaída en la mentalidad sectaria y dogmática, es preciso traer como pretexto (y desde otra línea de fuga) aquella frase de Mao: “Que se abran cien flores y cien escuelas de pensamiento”.

Contra los guiones del dogma, propios de la izquierda cavernaria, hay que apostar por la multiplicidad de las voces críticas, sin bozales de arepa, sin gríngolas, sin lenguas amarradas. Hay que (des)ordenar el discurso frio de una “burocracia” presuntamente “revolucionaria”, con su chantaje más manifiesto: ¡si estas conmigo eres revolucionario, si no estas conmigo eres contra-revolucionario! ¡Chantaje basura! Hay que salir, entonces, de estos “callejones sin salida”.

Sobre la “socialdemocracia reformista”, ha sido Anthony Giddens quién mejor caricaturiza su acta de defunción, neo-liberalizando la socialdemocracia, y re-bautizándola como “Tercera vía”.

El ala ideológica de derecha del laborismo británico (el “Nuevo Laborismo”) intentó poner en circulación hace algún tiempo la consigna: “El socialismo ha muerto pero la izquierda no” (Giddens dixit). Giddens señalaba que había muerto al menos como “sistema de gestión económica” (la única opción era el sacrosanto respeto por la macroeconomía capitalista), intentando superar el falso dilema en el terreno ideológico europeo entre socialdemocracia clásica y neoliberalismo. La primera presuntamente estatista y colectivista, el segundo comprometido con el “fundamentalismo del mercado”.

De esta estratagema retórica y política, vivieron tanto las administraciones Blair como Clinton reafirmando una suerte de geopolítica del Atlántico Norte, que desde entonces fue virando cada vez más agresivamente hasta la derechización de los gobiernos europeos de la actualidad. El racismo, la xenofobia, el etnocentrismo, la colonialidad y el neo-colonialismo son cada vez más visibles en los entretelones de los gobiernos europeos, complementando la política del imperialismo hegemónico norteamericano.

Aquel programa político de “Tercera vía” planteaba a grandes rasgos: el llamado “centro radical” (más allá de la izquierda y la derecha), un nuevo Estado democrático (el Estado sin enemigos), una sociedad civil activa, la familia democrática, la nueva economía mixta, la igualdad como inclusión, el bienestar positivo, el Estado de la inversión social, la nación cosmopolita y la democracia cosmopolita. En fin, un programa político ya no de la socialdemocracia clásica, sino de un presunto centro-radical enmarcada en los límites de la cosmovisión liberal-conservadora, sin eufemismos, una derecha con “rostro humano”.

El planteamiento de Giddens hacia todas las izquierdas que pensaron e imaginaron una posible superación del capitalismo fue: “El socialismo revolucionario, decidido a transformar profundamente el mundo, ha desaparecido casi sin dejar rastro.” En fin, las luchas anticapitalistas no tienen futuro. Las únicas opciones políticas dependían entonces de un sensual abrazo entre un eufórico Giddens y la anterior frialdad de Margaret Thatcher. Un abrazo bastante aburrido, por cierto.

Por otra parte, los intentos históricos de generar reformas “desde dentro” en los partidos-estados “marxista-leninistas” del Este de Europa (y sus satélites), fueron pisoteadas y bloqueadas en su mayoría con las intervenciones militares de la cúpula política del PCUS (Hungría, Checoslovaquia, Polonia, el disenso Titoista), aunque también se intentó una suerte de deshielo del estalinismo con Khurshev, generando una apertura limitada que intento una recuperación del “auténtico leninismo” (al menos en la retórica), apertura que fue completamente enfriada desde Brezhnev; hasta llegar como es historia conocida, al nuevo intento renovador (de nuevo la retórica leninista) y posterior fracaso durante los días finales del “Glasnot” y la “Perestroika” de Gorbachov. 1989 marco el fin de ese tutelaje ideológico de esa vieja izquierda, aunque todavía haya nostalgicos del ordenado socialismo real. ¡Peor poco, que nada!, diran.

Pero el “marxismo soviético” (el marxismo-leninismo ortodoxo) fue en todo momento solo una de las “familias ideológicas” de las corrientes marxistas (la “familia ideológica” hegemónica, por cierto), generando una suerte de frontera ideológica entre lo que algunos llamaron el “marxismo occidental” (los descarriados de entonces, analizados por Merlau-Ponty y Perry Anderson) y el “marxismo oriental” (los encamisados y los bienpensantes dentro de la URSS, el campo soviético y China). El marxismo crítico y disidente en el campo socialista paso multiples tragos amargos, aunque su producción teórica es altamente creativa y vigente para las actuales encrucijadas.

Sin embargo, pocos reconocen que la invención del “marxismo soviético” no correspondió término a término a las interpretaciones de Lenin y su propuesta de “marxismo revolucionario”, en permanente oposición al “marxismo evolucionista” de la cúpula de la socialdemocracia alemana, sino a los esfuerzos de Stalin y Bujarin por estabilizar una constelación ideológica denominada “marxismo-leninismo”, construyendo así un “dogma de partido”.

Ser “marxista-leninista” era precisamente esto, ser fiel a los principios ideológicos del partido-aparato controlado a la medida de Stalin luego de la muerte de Lenin, con su Testamento convertido en silencio oficial, y toda la campaña de luchas intestinas por la dirección del PCUS que terminaron con la liquidacióón de la vieja guardia bolchevique (y leninista) hasta llegar a las "grandes purgas". Muchos revolucionarios latinoamericanos ni se enteraron, y antes que repensar si la caja de herramientas teóricas para la revolución estaba destartalada, repetian el dogma. Y estaba arruinada...

Tal vez, si se dejase de lado la pereza intelectual y se asumiera la investigación rigurosa de fuentes históricas se encontrarían con la gran sorpresa de la institucionalización del “marxismo-leninismo” estuvo asociada directamente a la burocratización de la revolución rusa, que la afirmación del dogma como doctrina de aparato (“el pensamiento único de la izquierda revolucionaria”), en oposición a todas las constelaciones del “marxismo crítico y abierto” (¡revisionistas!, era la etiqueta que se utilizaba entonces) que se interpretaban y participaban en la lucha política (Luxemburgo, Trotsky, Korsch, Lukacs, Labriola, Gramsci, Gorter, Pannenkoek, entre múltiples corrientes como los austro-marxistas, socialistas revolucionarios y mencheviques rusos, socialistas no reformistas en toda la Europa de aquellos días), fue el acta de condena para una marxismo crítico. El marxismo-dogma se impuso sobre los marxismos críticos y abiertos, el estereotipo venció a la posibilidad de figuras de "teoría crítica radical".

Se comprendería entonces el papel hegemónico que cumplió el PCUS y la III Internacional en la diseminación de aquella constelación ideológica (marxismo-leninismo ortodoxo), sellando incluso los marcos de sentido de muchas izquierdas a lo largo y ancho del mundo, entre ellas las “izquierdas latinoamericanas” que se hicieron fácilmente portavoces de las verdades estalinistas.

El “marxismo-dogma” se había impuesto, la diversidad revolucionaria se había liquidado. Pero lo que no se había planteado era que sin variedad, sin diversidad, sin tensiones y lucha de tendencias dentro del campo socialista revolucionario, cualquier resonancia con la dialéctica abierta o con el pensamiento radical quedaba abolida.

El pensamiento critico, que nace justamente de eso, de los matices, de los acentos diferenciales, de las anomalías, de las divergencias, había sido liquidado. Pero una revolución sin voces críticas es otra cosa: es una burocratización. Cosa mala, entonces.

El hecho es que si no se reconoce las discontinuidades históricas y teóricas significativas entre el pensamiento marxiano (Marx), el marxismo de Engels, Plejanov, Lenin y el marxismo-leninismo, se sella para siempre la bóveda del “marxismo-dogma”, y por otra parte, se le hace un gran favor a la derecha global con toda su estrategia de “guerra fría cultural”, montada sobre la falaz guión de la equivalencia entre Marx y el “totalitarismo”. Por cierto, este argumento ni siquiera fue planteado por Hanna Arendt, quien no se atrevió a insinuarlo ó a repetirlo.

Muchos hablan del totalitarismo nazi-fascista, del totalitarismo estalinista, pero pocos del totalitarismo de la economía capitalista en su fase de globalización neoliberal, que hace estragos a lo largo y ancho del mundo.

Totalitarismos hay por legión, como el colonialismo que aniquiló la diversidad etno-cultural presente en los territorios que fueron bautizados como “Nuevo Mundo”, que impulso la masiva trata de esclavos desde África generando uno de los etnocidios más gigantescos de la historia. Desde allí, se comenzó a hablar en clave hegemónica de “indios” y “negros”. El colonialismo y el racismo reducían a la vez que proclamaban su "universalismo progresista". Y parte de la izquieda se alimento de este imaginario. ¿Entonces, acaso no es sospechoso quien simplifica el debate?

Existe un pacto tácito entre las “dos izquierdas” monolíticas, entre la “socialdemocracia reformista” y el “marxismo-leninismo”: para ellos sólo hay dos y sólo dos izquierdas, una que administra el capitalismo con reformas y sensata gradualidad, otra que administra la mitología del “partido único-Estado” e intenta cancelar dictar cómo es una "revolución auténtica".

¿Qué ocurre cuando se derrumba este pacto tácito? El viejo dilema entre “reforma” y “revolución” termina agotándose, se abre la posibilidad de distinguir otros matices: “reformas revolucionarias” (Gorz, por ejemplo) y “revoluciones reformistas” (toda la crítica al “Capitalismo de Estado” presente en la URSS, decía precisamente esto: no hay revolución mientras se imponga una nueva modalidad de explotación, muy semejante al capitalismo monopolista de estado, así se haga desde el vértice dirigente del PCUS).

Sin embargo, bajo los monolitos ideológicos y políticos de las dos izquierdas, este dilema constituyó un falso dilema: el “dilema de la vieja izquierda”. Pues en la historia del pensamiento anticapitalista han existido mucho más de dos izquierdas. Allí está la riqueza de matices para lo actual y lo posible, en la diversidad, en la pluralidad de tendencias y corrientes revolucionarias. Es justamente allí donde se juega la posibilidad de pensar e imaginar nuevas figuras del “pensamientos radicales, socialistas y revolucionarios”.

Que se planteen múltiples voces críticas contra los dogmas, he allí el legado del gran ensayo de 1968. La vieja izquierda se aterroriza frente a esto. Obviamente entienden claramente el mensaje: ¡adiós al “pensamiento único” en la izquierda!, ¡adiós a la doctrina de aparato!, ¡adiós al pensamiento burocrático para la transición-construcción del socialismo!

Sólo superando la “historia de los vencedores” elaborada desde el lugar de enunciación de los monolitos de las dos izquierdas, construida en clave de dilema cerrado entre “socialdemocracia reformista” y marxismo-leninismo ortodoxo”, será posible acogerse a otras historias de pensamiento-acción radicales.

Es en esta multiplicidad de voces críticas, que la historia oficial (el pensamiento único de la izquierda revolucionaria) ha dejada regada como testimonio de “los vencidos” (pensemos en Rosa Luxemburgo, en Karl Korsch, en Labriola y Gramsci, en un Lenin temprano coqueteando con los tonos libertarios, aún no reconvertido en “razón de Estado”, en aquella “oposición obrera” de Kollontai, en Lukacs, en Gorter, en Pannekoek, en los días finales de Trotsky, en cada uno de las voces divergentes de la “línea de pensamiento correcta”), en los “sin voz” del “marxismo oficial”, donde hay posibilidad de recrear la criticidad radical y una praxis alternativa para un horizonte de pensamiento insurgente, un tránsito de Marx más allá de Marx. Un transito, por cierto que no es exclusivamente "marxista crítico", pero que requiere contar con sus voces.

Del pensamiento marxiano a nuevos pensamientos radicales, socialistas y revolucionarios hay toda una trayectoria histórica y teórica que requieren ser levantada, frente al “marxismo-dogma”, frente al “discurso-dogma, frente a los operadores ideológico funcionales al metabolismo del Capital. Y el marxismo-dogma es funcional porque administra el orden del discurso y las prácticas que reproducen la estructura de mando y metabolismo social del Capital. Pues no cabe ya duda que la "tecno-burocracia", llamese socialista o no, es una personificación de la administración del orden del Capital. Les guste o no les guste.

La izquierda cavernaria, ese es uno de los principales obstáculos para pensar, imaginar y hacer saltar por los aires al viejo mundo. La “mac-donalización” del “pensamiento revolucionario” es eso: comida ideológica rápida, ideología chatarra, prefabricada, cargada de códigos envenenados. Puro contrabando ideológico, pura mercadería podrida.

Desde allí, estimados y estimadas, no se le da ninguna bienvenida a la transición-construcción del nuevo socialismo, sino un verdadero adiós a cualquier revolución democrática, socialista, eco-política y descolonizadora para el siglo XXI. Son estos ejes los que pudieran convertirse en columnas del nuevo socialismo.

No se trata entonces de leer verdades prefabricadas, sino de un pequeño detalle: pensar y hacer la revolución, revolucionando y haciendo un nuevo pensamiento insurgente. Sin voces críticas, esto no será posible.

¿Por qué le teme la izquierda cavernaria a las voces críticas? Porque le puede decir simplemente, Adiós… podemos seguir avanzando con autonomía individual y colectiva..

¡Bienvenidas, entonces, las voces insurgentes, las voces críticas, las voces radicales!