Javier Biardeau R.
1.- ¿Ocurrió una “victoria contundente”?:
Hay más de dos lecturas ante lo sucedió el 26-S en Venezuela. Desde el punto de vista de los objetivos principales que se trazó la alta dirección estratégica de la revolución bolivariana, lo más elemental y sensato sería reconocer el “revés táctico”. El des-conocimiento de esta situación está generando una falla sísmica de sintonía, entre los que las bases chavistas sienten y piensan, y lo que la alta dirección política pretende seguir afirmando. Una mayoría simple que no alcanza los 99 curules, no es motivo suficiente para cantar “victoria contundente”.
El día sábado, 21 de noviembre de 2009, en la reunión ante los 772 delegados del PSUV, el presidente Chávez, advirtió que la revolución está “obligada” a ganar al menos dos tercios de la Asamblea Nacional (AN) en las elecciones de septiembre de 2010 para garantizar el “avance” del proceso de cambios que abandera: “Nosotros estamos obligados, no sólo a ganar la mayoría en la Asamblea Nacional, sino ganar los dos tercios por lo menos, ése es el objetivo, desde ahora hay que mirar para allá”.
Este objetivo trazado, fue el leitmotiv de la toda la campaña en el año 2010. No puede ser que sea la propia alta dirección política la que omita este “pequeño detalle”, esta fijación de objetivos y metas. Pero lamentablemente, hasta ahora, es.
En declaraciones dadas en noviembre del año 2009, el ya fallecido diputado y dirigente político de izquierda Luis Tascón, afirmaba a partir de un informe de previsión de escenarios político-electorales , que la popularidad del gobierno de Hugo Chávez, descendía progresivamente desde 2007, mientras que la oposición había sostenido una política coherente que le ha permitido aumentar gradualmente la fuerza electoral en el mismo periodo de referencia.
Planteaba Luis Tascón que si se mantenía la tendencia electoral, el Gobierno obtendría: “una mayoría calificada muy precaria para aprobar leyes orgánicas y designar autoridades de los otras ramas del Poder Público”.
El informe electoral Tascón señalaba que el apoyo a la oposición crecía en los sectores populares, especialmente en los asentamientos urbanos, mientras el chavismo perdía espacios, y que la maquinaria del Partido Socialista Unido de Venezuela, no había logrado superar en eficacia al Comando Miranda, de 2006, ni al Comando Maisanta, de 2004. Vale la pena citar literalmente aquel informe, que fue rápidamente minimizado y descalificado, y que además no tomaba en cuenta las desproporciones que generaría el sistema electoral aprobado en el año 2009:
“La fortaleza de la revolución en los estados periféricos, permitirá un triunfo holgado en las elecciones de 2010, si la tendencia ascendente de la oposición se logra frenar y la descendente de la revolución se detiene, sin mayores análisis de mantenerse las tendencias electorales, la oposición ganaría entre 66 a 76 diputados, sobre todo en los centros mas poblados y la revolución obtendría entre 91 a 101 diputados, en cualquier escenario es muy precaria la mayoría calificada para aprobar leyes orgánicas y designar autoridades de los otras ramas del poder publico, lo cual obligara al acuerdo con la oposición que podrá recuperar espacios de poder en instituciones vitales de la República, comprometiendo la estabilidad y gobernabilidad reeditando la polarización y conflicto del parlamento vivido en el parlamento entre 2000 y 2005, Por otro lado de mantenerse la tendencia aunque la asamblea nacional se ganará, la oposición obtendrá una victoria en el voto popular, calculada en cerca de 500 mil votos, diferencia que podrá incrementarse de mantenerse la crisis de la opción revolucionaria y abrirá las puertas de la derrota en las elecciones del 2012 tanto en estados y municipios estratégicos como en la presidencia de la República misma.” (Ver cita 1)
Hay muchas maneras de presentar los resultados electorales del 26-S. Ya hay numerosos trabajos que presentan datos absolutos y relativos, sea por asignación de cargos en Estados y Circuitos, en el caso de Parlatino y el los representantes de los pueblos indígenas, ya sea por número de votos, totalizados con referencia a circuitos, a los estados, o incluso (la práctica más usual en medios opositores), a escala nacional como “votos totales nacionales”.
Sin embargo, cabe decir que la presentación de los datos, su puesta en escena política, no escapa a las campañas propagandísticas para maximizar ó minimizar la percepción de ventajas electorales obtenidas, entre el “polo chavista” y el “polo opositor”.
De allí se desprenden múltiples lecturas, pero ninguna puede ignorar el hecho de que el “polo bolivariano” ha obtenido una mayor cantidad de cargos, con una pequeña ventaja relativa de votos a la hora de valorar la correlación electoral.
Incluso, un análisis detenido, estado por estado, circuito por circuito, muestra que las diferencias no superan en muchos casos el 5 % de los votos. No hay amplias ventajas electorales.
El “polo bolivariano conquistó la victoria en escaños totales en 17 estados (70,83% del total de estados del país), empató en 2 estados (Miranda y Sucre) y perdió en 5 estados (Amazonas, Anzoátegui, Nueva Esparta, Táchira y Zulia), De los 87 circuitos disputados por votos uninominales, el polo bolivariano conquistó 54 circuitos (62,06% de circuitos totales del país). Simultáneamente, el polo bolivariano conquisto 98 curules, la oposición 65 y el PPT sólo 2. Todo esto, con una ventaja relativa en el total de votos por circuitos mayores de 5 %, con una ventaja significativa en tan sólo 37 de los 87 circuitos.
Aquí comenzamos a entrar en la verdadera dimensión de la victoria del polo electoral bolivariano. En 50 de los 87 circuitos disputados (57,47 %) hay prácticamente mínimas ventajas relativas (un equilibrio de fuerzas) entre ambos polos: el polo electoral bolivariano y el polo electoral opositor, incluyendo a los votos del PPT.
Entonces, ¿Hay base estadística suficiente para declarar que se conquistó una “victoria contundente”? Tan solo en 37 de los 87 circuitos. Si los números se invirtieran, eso es lo que significaría una “victoria contundente”: ganar al menos por más de 5 % de los votos en 50 de los 87 circuitos disputados.
Se trata entonces de una victoria mínima del polo bolivariano, casi sin adjetivos: entre “pírrica” y “suficiente” para sobrevivir en el equilibrio de fuerzas electorales, y por tanto, en el “estancamiento” de cara a valorar un resultado que permita descifrar ventajas decisivas en la correlación de fuerzas electorales; es decir, para ejercer un prudente y riguroso cálculo estratégico de cara al año 2012.
El sistema electoral vigente desde 2009, ha generado un doble espejismo-triunfalista: tanto para la fuerzas bolivarianas que ha conquistado un mayor número de curules, así como para la plataforma electoral opositora que valora los acontecimientos en términos de estricta “sumatoria de votos”; es decir: sumar la totalidad de votos obtenidos en la lista de los estados, por una parte, o la totalidad de votos por circuitos, por otra, donde operaba, por una parte, una modalidad bastante singular de representación proporcional; y por la otra, la personalización del sufragio; sin dar cuenta de una realidad cruda, que favorece con ventaja relativa al polo bolivariano: la oposición perdió en más Estados, también perdió en más circuitos, pero sin grandes ventajas en correlación de votos, que tampoco permite hacer una afirmación tan desafortunada como aquella del Comando del PSUV : la “victoria fue contundente”.
Si se trata de re-moralizar a la “tropa chavista”, hay que proyectar esperanza y menos miedo, sin perder una mínima conexión con la verdad de los datos electorales. La verdad de los votos es lo que las bases sociales del chavismo tienen en mente a la hora de valorar los resultados y proyectarlos hacia el 2012, y no la verdad de los curules obtenidos.
Pensar en los curules incluso, puede interpretarse como parte de una soterrada “ideología del cargo” que está haciendo poderosa mella en las estructuras burocráticas del Estado y del partido. Si lo que la gente aspira es a tener un “puestico” para acumular "privilegios", es que no se ha superado la subcultura adeca de “no quiero que me des, sino que ponme donde haiga”.
Por mi parte, interpreto los datos como una situación de revés táctico, que requiere enfrentarse con medidas correctivas profundas, con maniobras decisivas (de carácter complementario), para evitar una derrota estratégica a corto plazo. Las materias relacionadas con leyes orgánicas, la designación de altos cargos en el poder ciudadano, judicial o electoral, la distribución de comisiones en la propia AN, las materias presupuestarias, el propio espacio de resonancia política del parlamento, son altamente sensibles a las correlaciones de fuerzas que se han constituido.
Por tanto, hay que salir de ambos espejismos-triunfalistas derivados, por cierto, de un defectuoso “sistema electoral” (y para las fuerzas minoritarias, un signo de aberración en términos de representación proporcional), que genera sobre-representaciones en la adjudicación de cargos con ventajas menores al 5 %. Allí se concreta el fin de la idea de “igualdad política” de la democracia electoral, entendida bajo la simple tesis: un hombre-un voto de igual valor.
Hay inequidades que deben revisarse en el sistema electoral vigente. Este es un tema apasionante, que debe ser asumido para salir del síndrome de un bipartidismo acentuado y manufacturado por un defectuoso (y aberrante) sistema electoral que promueve la victoria absoluta por mayorías simples (los ganadores se lo llevan todo). Pero no es allí donde queremos hacer énfasis en esta oportunidad, aunque hay que decirlo con fuerza: los aparentemente técnicos “sistemas electorales”, encubren y promueven opciones ideológicas y políticas; en algunos casos, encarnan prácticas de realpolitik y de decisionismo.
No nos chupemos los dedos en un país donde se hicieron famosas aquellas fórmulas como las “morochas electorales”, por ejemplo. Fueron eliminadas algunas triquiñuelas, pero fueron ensambladas otras “ñapas” electorales.
Si se mantiene el actual sistema, cualquier opción política debe pasar por el peaje del “partido mayoritario de gobierno”, o por el “partido mayoritario de oposición”. Así de sencillo. Eso quedó en evidencia para el PPT, y para cualquier tercerismo crítico de la polarización.
Para la oposición, el nuevo sistema electoral es un extraordinario incentivo institucional para mantener la unidad electoral a toda costa. Incluso, puede convertirse en cuchillo para la propia garganta del gobierno, como ocurrió en Zulia y Anzoátegui, en futuros procesos electorales. Pero esto no es lo único que decide las correlaciones de fuerzas.
2.- Las correlaciones de fuerzas determinan si habrá o no derrota estratégica:
Las correlaciones de fuerzas, no son exclusiva ni predominantemente electorales, son en estricto sentido una combinación desigual de fuerzas económicas, sociales, políticas, ideológicas, institucionales, militares, internacionales y culturales, donde se evalúan factores de movilización de recursos de poder y de control de centros estratégicos de decisión.
Hay muchos más aspectos a considerar entonces, aunque los votos son los que cuentan como plano de superficie, si se trata de hacer previsiones para el 2012, desde una perspectiva restringida de “democracia electoral”.
Lo fundamental, sin embargo, de un riguroso análisis de la correlación de fuerzas, es evitar la derrota estratégica de la revolución bolivariana. Y allí la crítica, por más desmesurada que sea, es un insumo de trabajo político. Así valoro las opiniones que se están elaborando sobre la actual situación política, sea o no, de connotados y reconocidos analistas. Es el momento de una nueva oportunidad (perdida o no, quien sabe) para reconducir el proceso.
Y para este elemental propósito, considero que no hay que apelar demagógicamente a la ya demolidas “3R-virtuales”, ni a espejismos triunfalistas. No hay ningunas 3-R. Más bien hay NI-3R (Ni revisión, ni rectificación, ni reimpulso). Tal vez, las NI-3R explican la existencia de los llamados segmentos “NI-NI”.
En algún momento posterior a la derrota del proyecto de reforma constitucional, hice hincapié en las “4R”, expresando que hay que Reinventar-Renovar el Proyecto Histórico Socialista. Sostengo que se ha fallado en todos los factores presentes en el “triángulo de gobierno” (Carlos Matus), se ha fallado en la significación histórica del Proyecto Político de Gobierno, se ha fallado en las Capacidades de Gestión del Gobierno, se ha fallado en la Gobernabilidad de los sistemas implicados; por ejemplo, se ha fallado en establecer una consistente relación entre la Constitución de 1999 y la vía venezolana al socialismo (“Socialismo Bolivariano”).
Resumo este tema en dos grandes cuestiones que son inseparables: a) “El proyecto de transición democrática al socialismo”; y b) el “proyecto de transición al socialismo democrático”.
Para algunos actores, fuerzas y movimientos, promotores de la revolución socialista en sentido estricto de socialismo revolucionario, el “Socialismo Democrático” constituye una babosada “reformista, socialdemócrata y claudicante”, que defendió en alguna época pretérita la llamada “Internacional Socialista”. Es así, desde determinada interpretación, que apela a un particular archivo de formaciones de discurso y practicas políticas, marcadas por la disputa entre “comunistas históricos” y “socialdemócratas reformistas”.
Sin embargo, la tesis que sostendré es que hay que ir más allá de las dos izquierdas históricas para renovar la Democracia Socialista en el siglo 21. Con el perdón de los camaradas que se autodefinen básicamente como “guevaristas doctrinarios”, considero que en Venezuela, NO se han agotado las condiciones de la lucha cívica, democráticas, electorales, constitucionales, de lucha pacíficas.
Es difícil confundir la competencia política parlamentaria, diseñada y vigente en la Constitución de 1999, con las tácticas y técnicas de la “guerra de guerrillas”, por ejemplo. Incluso, si hacemos una analogía con lo allí planteado, la oposición ha perdido espacio electoral pero sigue conquistando tiempo decisivo. Los resultados del 26-S fueron una poderosa emboscada opositora. Luego de la batalla, en el polo bolivariano tenemos más fusiles, pero tenemos menos combatientes. Es posible que así se entienda mejor lo sucedido.
Pero más allá de las metáforas bélicas, estamos en un escenario marcado, si prefieren, por las reglas, prácticas y condiciones de la democracia liberal-pluralista, reconocidas en cierta medida en el ordenamiento constitucional. Por tanto, si se pretende construir un “Estado Socialista” a la vieja usanza, habría que convocar un proceso constituyente de facto o de jure. La Constitución no permite confundir doctrinariamente el Estado democrático y social de derecho y de justicia, con los “Estados Socialistas” que caracterizaron a los Socialismos Reales. Pero nadie convoca una constituyente en semejante equilibrio de poderes electorales.
Una cosa es ser enemigos de los híbridos económicos (economía mixta presente en el texto constitucional), de la democracia política burguesa (con parlamento, pluri-partidismo y rituales electorales, también presente en el texto constitucional), otra es desconocer que es insostenible mantener el juego de lenguaje revolucionario pro-bolchevique, para colocar los pies en dos terrenos políticos con formulaciones ideológicas inconmensurables.
Para un bolchevique consecuente, las revoluciones no se hacen con elecciones pluri-partidistas, ni siquiera de modo preferente con elecciones, ni acatando Constituciones demo-liberales. Estos son métodos socialdemócratas, propios de una valoración positiva de los tiempos maduros de Marx y Engels, ya asimilada la derrota de la Comuna de Paris, y observando sus propias "ventanas tácticas" en algunas condiciones nacionales, empleando el sufragio político.
Hubo un tiempo en que “lo revolucionario-cuatriboleao” (cambiando de registro sociolingüistico) en Venezuela era descartar absolutamente cualquier vía electoral, echar plomo, vencer en la batalla y punto. Ahora, los militantes revolucionarios de la vieja guardia o del viejo paradigma de conquista del poder, tienen que saber que van a hacer con tantas elecciones, con tantos “retos electorales”.
De allí, que quiéranlo aceptarlo o no, están jugando con las reglas y límites de la democracia constitucional y electoral. O se aceptan las reglas de funcionamiento de la Democracia Constitucional, con sus vacios y ventanas constituyentes, o se repite aquella historia posterior a 1958, desafiando la fachada democrática impuesta, por ejemplo, por Betancourt; y se opta claro, preciso y conciso por la “vía insurreccional” ó la “lucha armada”, con sus diversas variantes tácticas. Esto, por cierto, no es nada nuevo en la historia política de las izquierdas en Nuestra América.
Sin embargo, opino que el escenario es desde 1989 otro: la conquista de la hegemonía democrática a partir de interpelaciones revolucionarias y nacional-populares. Si, una revolución democrática que avanza hacia otro-socialismo, con métodos y prácticas radicalmente democráticas. Que concibe el Socialismo como una forma más avanzada de democracia, de democracia sustantiva, participativa y con protagonismo fundamental del poder popular.
En este orden de ideas, sugiero que el movimiento revolucionario, popular, democrático, bolivariano aún se mueve sobre una gran dosis de confusión en cuestiones estratégicas:
¿Reconocemos las reglas, prácticas y condiciones, del terreno para una transición democrática: electoral, constitucional, pacífica al Socialismo? Seguidamente: ¿Cuál Modelo de Socialismo? ¿Reconocemos las reglas, prácticas y condiciones del Socialismo Democrático Participativo?
Para evitar confusiones derivadas de la tradición de enfrentamientos entre “comunistas históricos, en la mayoría de los casos, marxista-leninistas” y “social-demócratas reformistas”, que nos llevarían al campo gravitatorio de los “Socialismos del siglo 20”, planteo la necesidad de un Proyecto Histórico de Democracia Socialista, apalancado por una plataforma teórica revolucionaria de pensamientos críticos, diversos y anticapitalistas.
Si se separan ambos proyectos: transición democrática y socialismo democrático participativo, me temo que surgirán muchos más desvaríos. Si no se despejan las ambigüedades, confusiones y mascaradas, acerca de si se trata o no de una revolución democrática y socialista (y he agregado por razones estratégicas: eco-política y descolonizadora), me temo que la construcción de una hegemonía popular-revolucionaria para un nuevo bloque histórico y un nuevo sistema hegemónico, que asuma la democracia e igualdad sustantivas, el multiculturalismo y la interculturalidad, la defensa de la vida del planeta, como estrategia orientadora, quedarán definitivamente “bloqueadas”.
En términos clarísimos: ¿Vamos o no vamos a seguir el modelo de las experiencias de los Socialismos Reales, del “Despotismo Burocrático”, del comunismo de estado? ¿Vamos o no vamos a diferenciarnos en aspectos fundamentales de la experiencia histórica de la Revolución Cubana? ¿Seremos originales o simples “calcos y copias” del archivo histórico de las revoluciones, como afirmó Trotsky, “traicionadas”?
Y enfatizo, traicionadas en su promesa de emancipación.
Mientras algunos meten la cabeza debajo de la alfombra cuando se hacen estas preguntas, uno asume la responsabilidad de hacerlas, incluso en medio del debate sobre el farragoso diseño del Proyecto de Reforma Constitucional: ¿Quiénes son los responsables de haberle entregado en gran medida a la oposición, las banderas políticas de defensa de la carta de derechos fundamentales, así como los potenciales activos y constituyentes de la democracia participativa presentes en la Constitución de 1999? ¿Acaso la Constitución de 1999 es pura y simple “legalidad burguesa”?
Si es así, estamos ante un desvarío que conduce a liquidar la cuestión de la “transición democrática al socialismo”, a liquidar la relación entre poder constituyente y poder constituido, desde el terreno de la democracia radical. Sin un efectivo ejercicio directo e indirecto de la democracia participativa, del protagonismo popular, del poder constituyente, el asunto de la revolución termina siendo la confiscación del proceso de transformación del Estado y la Sociedad, otra versión del imaginario “elitista revolucionario”, llámese “aparato-maquinaria”, “leninismo de partido único”, “cesarismo revolucionario, hiper-liderazgo o populismo mesiánico”. Y peor aún, una revolución que reproduce los vicios de ineficiencia, mala gestión, corruptela y burocratismo de la IV República.
(1) (www.scribd.com/doc/22612754/Informe-Tascon-sobre-tendencias-electorales-para-2010)
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