Javier Biardeau R.
El amigo Efraín Márquez (http://www.aporrea.org/actualidad/a113041.html) introduce su propia sobre-interpretación a lo editado en la entrevista concedida a el periodista Hugo Prieto, de Ultimas Noticias, del día domingo 28-11-2010. Y esto es completamente correcto cuando se reconoce que es de su propia cosecha la interpretación. Para fines de aclaratoria, transcribiré lo referido al aspecto económico en su estricta denotación, para tratar de evitar las usuales tácticas de quebrar contextos y co-textos, para desde allí insinuar interpretaciones aberrantes:
“Tenemos un grave problema de que no hemos definido, adecuadamente, lo que significa en el terreno económico lo que significa Socialismo del siglo XXI. Si me preguntas a mí, a un ciudadano común y corriente, pues el modelo de Socialismo posible, consistente, además con la Constitución, es una economía mixta, donde coexisten tres sectores: la empresa privada, la empresa estatal y las empresas populares, autogestionarias o alternativas. Coexisten, pero hasta allí. No puedes avanzar si liquidas a las empresas de producción social, en el sentido de la propiedad ejercida por los propios trabajadores o por la propia comunidad, ni puedes avanzar liquidando al sector empresarial privado, sin asfixiar los motores de crecimiento económico de un país, porque los tres sectores pueden converger en un proyecto político de crecimiento económico y desarrollo humano integral. El problema son las señales que envía el gobierno, si asume que si crece uno es a costa del otro. Es una economía deformada, donde tenemos una cabeza del sector público demasiado grande, y las extremidades, que seria la economía popular y alternativa del siglo XXI, son demasiado pequeñas y atrofiadas. No le tienen ni confianza.” (Ultimas noticias; 28-11-2010, pag.5)
En primer lugar, aclaremos porque afirmamos que el modelo de Socialismo posible, consistente, además con la Constitución de 1999, es una economía mixta, donde coexisten tres sectores. Habría que analizar al menos lo referido al Título VI de la Constitución de la República de Venezuela: Del sistema socio-económico, sin perder de vista su unidad de significación y sentido (interpretación sistemática del texto constitucional) con los principios fundamentales: Título I. Para la finalidad superior de construir una sociedad justa, léase bien, sociedad justa (no “sociedad de mercado”), en la Constitución nacional de 1999 no se define el régimen socioeconómico de forma rígida.
Allí se consagran principios de justicia social, eficiencia, democracia, libre competencia e iniciativa, defensa del ambiente, productividad y solidaridad, fuera de cualquier dogmatismo ideológico con relación a la ya superada disputa sobre los roles del mercado y el Estado en la economía. Que nos guste o no nos guste esto, es otra cosa. Pero la Constitución marca unos límites precisos tanto a la “sociedad de mercado” neoliberal, como al “estatismo autoritario” que caracterizó a las experiencias del socialismo real en el siglo 20.
Ni Estado-latria ni mercado-latria. Plantea la Constitución que el Estado no está ausente, que tiene un papel fundamental como regulador de la economía para asegurar el desarrollo humano integral, defender el ambiente, promover la creación de valor agregado nacional y de fuentes de trabajo, garantizando la seguridad jurídica para fomentar, junto con la iniciativa privada, el desarrollo armónico de la economía nacional y la justa distribución de la riqueza. Nos guste o no nos guste, es otra cosa. La Constitución marca definiciones precisas, por más flexible, abierta y poco rígida que sea, allí hay unos parámetros para la disputa ideológica. Y en términos del estatuto de la propiedad, la constitución reconoce: a) propiedad personal, b) propiedad colectiva, c) propiedad de particulares, d) propiedad asociativa, e) propiedad estatal en el marco de un clausula fundamental del Estado social: “La propiedad estará sometida a las contribuciones, restricciones y obligaciones que establezca la ley con fines de utilidad pública o de interés general.”
Cuando hablo entonces de consistencia entre el socialismo posible y la Constitución estamos planteando: en el marco de esta Constitución (1999), ¿Cuál modelo de socialismo posible? Podríamos hacernos la pregunta inversa: En el marco de este modelo a1, a2, a3, a4…an de Socialismo (incluyendo a los socialismos reales, si quieres), ¿Cuál Constitución? La primera pregunta nos coloca ante relaciones distintas entre la legislación constructiva, el poder constituyente y el poder constituido; y la segunda nos abre las compuertas a diferentes diseños constitucionales con momentos constituyentes completamente abiertos. Y no estamos en el segundo mundo posible (¿O sí?), sino en el primero. Es decir, tenemos una Constitución que es un parámetro-límite. Y asumimos que es nuestro Proyecto-País (¿O no?). Nos guste o no, en el diseño constitucional de 1999, la relación Estado y mercado, es un medio para satisfacer las necesidades colectivas; se trata de un equilibrio dinámico (y contradictorio) entre productividad y solidaridad, entre eficiencia económica y justicia social, dando grados de libertad a la iniciativa privada y preservando el interés del colectivo.
Incluso, el Estado tiene el mandato de orientar las políticas macroeconómicas y sectoriales para promover el crecimiento y el bienestar. Además, el Estado se compromete a ejercer acciones prioritarias en sectores económicos específicos para darle dinamismo, sustentabilidad y equidad al desarrollo económico, tales como la actividad agropecuaria, la pequeña y mediana industria, el turismo, el sector de cooperativas y demás formas de la economía popular. La actividad de producción de alimentos queda establecida como esencial para el país, consagrándose el principio de la seguridad alimentaria en función del acceso oportuno y permanente de alimentos por parte de los consumidores.
En el Plan Nacional Simón Bolívar (2007-2013), que es un primer plan de transición y edificación del Socialismo del Siglo XXI, se establece en lo relativo al modelo productivo socialista, lo siguiente: “El Modelo Productivo Socialista estará conformado básicamente por las Empresas de Producción Social, que constituyen el germen y el camino hacia el Socialismo del Siglo XXI, aunque persistirán empresas del Estado y empresas capitalistas privadas.”
Los objetivos de este modelo de edificación del socialismo implican expandir la economía social cambiando el modelo de apropiación y distribución de excedentes, fortaleciendo los mecanismos de creación y desarrollo de EPS y de redes en la Economía Social, fortaleciendo la sostenibilidad de la Economía Social, estimulando diferentes formas de propiedad social, y transformando empresas del Estado en EPS. Incluso allí aparece un gráfico (Ver Plan Nacional Simón Bolivar).
No puede ser más explícito el documento cuando plantea: “El Estado conservará el control total de las actividades productivas que sean de valor estratégico para el desarrollo del país y el desarrollo multilateral y de las necesidades y capacidades productivas del individuo social. Esto conlleva identificar cuál modo de propiedad de los medios de producción está mayormente al servicio de los ciudadanos y quienes la tendrán bajo su pertenencia para así construir una producción conscientemente controlada por los productores asociados al servicio de sus fines.”
Sin embargo, el equilibrio dinámico y contradictorio entre estos tres sectores, así como entre las diferentes formas de propiedad social, es justamente la característica definitoria de una “economía de transición al socialismo”. La coexistencia de tres sectores, implica además definir un tercer aspecto: la concentración, el monopolio y el oligopolio, aspectos que están negados en nuestra constitución de 1999: ni monopolios, ni el abuso de la posición de dominio y ni de las demandas concentradas. Economía mixta para una sociedad justa y radicalmente democrática, con un Estado regulador sometido a la contraloría y la democratización social. He allí la posibilidad de un horizonte socialista distinto al del socialismo real del siglo 20.
¿Qué esta ocurriendo? Una posible confusión entre enemigos, adversarios y aliados. No hay 5 millones de “oligar-burgueses”. No los hay, ni siquiera en la estructura socio-psicológica de la sociedad. No tenemos la misma estructura de clases, ni socio-demográfica ni socio-ideológica de la sociedad rusa de 1917 (un pequeño detalle de nuestros nostálgicos “leninistas a la carta”). Tampoco de la de Cuba de 1958, ni la de China de 1949. Comencemos por analizar el carácter específico de la formación social venezolana de 1999, en contraste con enarbolar una “plantilla” o “chuleta” de otras experiencias de construcción socialista. Ni las situaciones de clase ni las posiciones de clase son idénticas. De allí que las correlaciones de clases y de fuerzas tampoco lo sean, ni desde un punto de vista dinámico-coyuntural ni histórico.
¿Estamos avanzando? ¿En cuál dirección? ¿Con cuáles contenidos? ¿Con cuáles alcances? ¿Con cual sector empresarial privado estamos tejiendo alianzas? ¿Con monopolios, oligopolios, transnacionales, pequeñas y medianas empresas, con empresas familiares? ¿Estamos avanzando en las empresas de propiedad social directa; es decir en el régimen de propiedad colectivo? ¿Estamos fortaleciendo el Capitalismo de Estado o el Socialismo de Estado? ¿Está claro el esquema de coexistencia dinámico, sus tensiones y arreglos institucionales? ¿Y que ocurre con el movimiento de trabajadores, empleados y campesinos en este esquema? ¿Estamos claros en la transformación del antagonismo capital-trabajo?
Lo que he planteado es que “no puedes avanzar si liquidas a las empresas de producción social, en el sentido de la propiedad ejercida por los propios trabajadores o por la propia comunidad, ni puedes avanzar liquidando al sector empresarial privado, sin asfixiar los motores de crecimiento económico de un país, porque los tres sectores pueden converger en un proyecto político de crecimiento económico y desarrollo humano integral”.
Hablo de motores de crecimiento económico, no en un solo motor anclado en los grupos económicos de poder (FEDECAMARAS). Es malamañosa la insinuación, de que yo afirmo sólo que “el gobierno está liquidando al sector empresarial privado”. Esta estrategia de descontextualización es la que usa cualquier periodista tarifado de Globovisión, por ejemplo. Saber leer es comprender la “cadena sintagmática y paradigmática” de las frases en sus conceptos. Lo otro es meter gato por liebre. ¿Me comprende amigo Efraín? ES completamente falsa su interpretación, con los aliños retóricos: “Es indudable que en su planteamiento no existe la noción de coexistencia debido a que le atribuye mayor importancia -en cuanto a efectos sobre el conjunto del sistema económico- a uno de los factores, en este caso al sector empresarial.” ¿Indudable para quién? Será para usted, con todo respeto:
“El problema son las señales que envía el gobierno, si asume que si crece uno es a costa del otro. Es una economía deformada, donde tenemos una cabeza del sector público demasiado grande, y las extremidades, que seria la economía popular y alternativa del siglo XXI, son demasiado pequeñas y atrofiadas. No le tienen ni confianza.”
Me parece que usted lee lo que desea escuchar y no lo que yo estoy planteando. Le respondo: ¿Cuál es el tipo de Empresa privada que subyace en el pensamiento de tan importante entrevistado? La que aporta crecimiento económico para construir una sociedad justa y radicalmente democrática. El resto se lo dejo a su “comentario malo-mañoso”:
“De acuerdo con la transcripción que hace el periodista es claro que se refiere no a la empresa como entidad jurídica, ni a su planta física, ni al rubro o producto que genera. Se refiere implícitamente a los empresarios. Es decir, a sus dueños, accionistas, gerentes, etc. Los describe como garantes del rumbo económico del país, por supuesto más importantes que los otros dos factores de la tríada. ¿Quiénes son ellos en el pensamiento de Biardeau? Productores, emprendedores, "dadores" de empleo, altruistas, circunspectos, ajenos a la diatriba política, amantes del orden y el progreso.”
Al parecer hemos aprendido de la “oligar-burguesía” y sus medios de desinformación algunas de sus malas-mañas. Y las utilizamos peor que ellos. No cínicamente, sino hipócritamente: “Dando fe a la duda ya que se trata de una entrevista podríamos pensar que sí los utilizó pero el periodista los obvió. En todo caso debería aclararlo so pena que se considere que su discurso es "malamañoso".
¿Dijo usted malamañoso? Terminemos con el llamado a la militancia constructiva, que no puede sino ser unitaria en la diversidad y en la controversia. Una pequeña opinión de Atilio Borón sobre el socialismo-siglo 21. En este ultimo aspecto otorgamos significación a su nuevo texto “Socialismo siglo XXI ¿Hay vida después del neoliberalismo?”. Una contribución de altísimo valor intelectual y político para la nueva coyuntura. Sobre todo para considerar las ideas acerca de los cambios en los regímenes de propiedad en las transiciones al socialismo.
Plantea Boron, por ejemplo: “(…) La propuesta de avanzar en la construcción del socialismo del siglo XXI es una invitación que no debe ser desechada. Claro está que, en el terreno económico, se trata de un socialismo superador de la anacrónica antinomia “planificación centralizada o mercado incontrolado” y que, en cambio, abre espacios para la imaginación creadora de los pueblos en la búsqueda de nuevos dispositivos de control popular de los procesos económicos, dotados de la flexibilidad suficiente para responder con rapidez al torrente de innovaciones que día a día modifica la fisonomía del capitalismo contemporáneo.”
Dice Boron: “Un socialismo que potencie la descentralización y la autonomía de las empresas y unidades productivas y, al mismo tiempo, haga posible la efectiva coordinación de las grandes orientaciones de la política económica. Un socialismo que promueva diversas formas de propiedad social, desde empresas cooperativas hasta empresas estatales y asociaciones de estas con capitales privados, pasando por una amplia gama de formas intermedias en las que trabajadores, consumidores y técnicos estatales se combinen de diversa forma para engendrar nuevas relaciones de propiedad sujetas al control popular.”
Todo esto lo dice con conocimiento histórico de causa: “Uno de los problemas más serios que tuvo la experiencia soviética, y todas las que en ella se inspiraron, fue el de confundir propiedad pública con propiedad estatal. Uno de los desafíos más grandes del socialismo del siglo XXI será demostrar que existen formas alternativas de control público de la economía distintas a las del pasado. Pero es preciso tener en claro que, tal como lo dijera en su tiempo Rosa Luxemburgo, el futuro, especialmente para los sobrevivientes del holocausto social del neoliberalismo, es el socialismo o, en caso de que no logremos construirlo, lo que resta es ser testigos de la perpetuación y agravamiento de esta barbarie que pone en peligro la sobrevivencia misma de la especie humana. Estamos ante una situación crítica en la cual, como dijera Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”.
Plantea Boron: No hay modelos por imitar. El neoliberalismo impuso el “pensamiento único” sintetizado en la fórmula del Consenso de Washington. Pero hay otro “pensamiento único”: el de una izquierda detenida en el tiempo y que carece de la audacia para repensar y concretar la construcción del socialismo rompiendo los moldes tradicionales derivados de la experiencia soviética. ¿Por qué no pensar en un ordenamiento económico más flexible y diferenciado, en el que la propiedad estatal de los recursos estratégicos y los principales medios de producción –cuestión esta no negociable– conviva con otras formas de propiedad pública no estatal, o con empresas mixtas en las que algunos sectores del capital privado se asocien con corporaciones públicas o estatales, o con firmas controladas por sus trabajadores en asociación con los consumidores, o con cooperativas o formas de “propiedad social” de diverso tipo –como las que se están impulsando en la Venezuela bolivariana– pero ajenas a la lógica de la acumulación capitalista?”
Reconoce Boron que no se trata de un experimento sencillo. Que está sujeto a múltiples contradicciones, pero “¿quién dijo que la construcción del socialismo sería, como en su momento lo observara Lenin, algo tan simple como bajarse de un pulcro tren alemán cuando un no menos atildado conductor del convoy anunciase: “¡Estación de la revolución socialista. Todos abajo!”.
Para Boron, estas ideas sobre la propiedad social dependen de un Estado políticamente fuerte, dotado de una gran legitimidad popular y muy bien organizado. Concebir el socialismo como un dogma inalterable no sólo en el plano de los principios, lo que está bien, sino también en el de los proyectos históricos, lo que está mal– salta a la vista, porque significaría la consagración de un suicida inmovilismo, la negación de la capacidad de autocorrección de los errores y una renuncia al aprendizaje colectivo, condiciones estas imprescindibles para el permanente perfeccionamiento del socialismo.
Boron cita acertamente a Marx y Engels en La ideología alemana, texto que por cierto no había analizado muchos de los ortodoxos bolcheviques: “para nosotros el comunismo no es un estado de cosas que debe implantarse con arreglo a unas premisas imaginadas, o un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual” (Marx y Engels, 1968: 54). Ideas sociales en movimiento, diría Simón Rodriguez. En otro pasaje de ese mismo libro Marx afirmaba que “la revolución social del siglo XXI no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. La revolución del siglo XXI debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido” (Marx, 1973).
Y refiriéndose a Cuba dice Boron: En la actualidad, la legitimidad de la Revolución descansa sobre dos pilares: el liderazgo de Fidel, como heredero indiscutible del legado martiano, y los logros obtenidos especialmente en los campos de la salud y la educación. Pero ninguno de estos dos pilares es eterno y, como afirmara el propio Fidel en el ya mencionado discurso, una revolución como esta, que ha probado ser imbatible desde afuera al resistir medio siglo de agresión imperialista, podría llegar a sucumbir producto de sus propios errores; o a suicidarse si no tiene la audacia necesaria para encarar los cambios que se requieren para garantizar su supervivencia y la consolidación del socialismo. Boron cita un interesante texto de Fernando Martínez Heredia, El corrimiento hacia el rojo, el cual permite penetrar en el análisis de los problemas más urgentes y graves de la Cuba actual (Martínez Heredia, 2001).Como para profundizar el debate, alejándose de estériles descalificaciones que no contribuyen a pensar en profundidad los retos del socialismo para el siglo XXI.
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