Javier Biardeau R.
“Aceptar la hipótesis de la igualdad de razas, significaría proclamar la igualdad de los pueblos y consiguientemente la de los individuos. Según eso, el marxismo internacional no es más que una noción hace tiempo existente y a la cual le dio el judío Karl Marx la forma de una definida profesión de fe política. Sin la previa existencia de ese emponzoñamiento de carácter general, jamás habría sido posible el asombroso éxito político de esa doctrina. Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente envilecida, los elementos esenciales del veneno social, y supo reunirlos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada para poder destruir así con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia raza.” (Hitler. Mi Lucha)
“(…) el neofascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una paz no menos terrible, con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos micro-fascistas encargados de sofocar el menor gesto, la menor cosa o la menor palabra discordante en nuestras calles, en nuestros barrios y hasta en nuestras universidades”. Deleuze, 1977.
"Los sistemas simbólicos deben su fuerza propia al hecho de que las relaciones de fuerza que allí se expresan no se manifiestan sino bajo la forma irreconocible de relaciones de sentido". Bourdieu, 1989.
“Pienso que no hay que referirse al gran modelo de la lengua y de los signos, sino al de la guerra y de la batalla. La historicidad que nos arrastra y nos determina es belicosa; no es habladora. Relación de poder, no relación de sentido.” Foucault, 1977.
I.- INTRODUCCIÓN:
La experiencia histórica de la crisis de las formas de dominación burguesas muestra que cuando la democracia liberal no permite bloquear el ascenso de la democracia social y participativa, se recurre al fascismo como fórmula política de contención.
A la posibilidad de construir un poder popular revolucionario, se intenta por todos los medios disponibles articular una “masa disponible” de choque contra-revolucionario. Sectores medios urbanos y rurales, desempleados y subempleados, elementos delincuenciales organizados y sobremanera formaciones para-policiales y para-militares, son utilizados para estructurar el frente de choque del movimiento de corte fascista financiado por el gran capital.
Por otra parte, los arraigados guiones de la izquierda de aparato, con su profunda desconfianza por el pueblo trabajador, por los humildes y explotados; hace que la lucha contra el fascismo se encierre en el espíritu de secta, con su profundo desprecio al trabajo político de masas, suponiendo que es desde el vanguardismo más estéril desde donde se puede combatir el fascismo.
De esta manera la burguesía, el capitalismo, consiguen “tontos útiles” en quienes suponen que la democracia socialista es un opio de los pueblos, que no puede construirse desde la participación y el protagonismo de las clases, sectores y grupos dominados y subalternos. El bloque social de los oprimidos y explotados no puede ser convertido en masa de maniobra por los vanguardismos de siempre, quienes sustituyen el trabajo político para construir fuerzas sociales mayoritarias en la retórica del voluntarismo temerario. La democracia socialista ha aprendido a desconfiar de quienes siguen confundiendo la propiedad estatal con la propiedad social administrada por los productores directos, pues reconoce que el Capitalismo de Estado no es Socialismo. También ha aprendido la democracia socialista a valorar la diversidad de corrientes, tendencias y movimientos autónomos de base para impedir que el pensamiento único y dogmático de izquierda, prototípico del estalinismo se vuelva a imponer, impidiendo que la lucha contra el fascismo se haga con mayor democracia del poder popular.
Lo que mejor caracteriza a una secta es su egoísmo grupal, su narcisismo político e ideológico, el miedo a la diferencia y a la diversidad de opiniones en el seno de una construcción revolucionaria. Ese temor a la diferencia y a la alteridad es similar al miedo fascista, quien pretende restaurar un cuerpo orgánico sin diferencias como utopía reaccionaria. El miedo a las comunas, a los consejos del poder popular, a la democracia participativa, a la construcción de debates entre tendencias es parte de las pequeñas capillas sectarias y la cultura de los aparatos. Esa izquierda se muestra incompetente para imaginar y pensar un nuevo socialismo. El socialismo no es construcción colectiva sino imposición de los sacerdotes que aplican sus tablas de la Ley.
El monolitismo ideológico, el dogmatismo, el sectarismo, el burocratismo no ayudan a combatir la amenaza fascista. De manera que hay que desprenderse de la pesada herencia de la cultura de los aparatos vanguardistas para recorrer el trabajo político con los movimientos y fuerzas sociales, en todos los espacios de poder y en todos los campos sectoriales y territoriales.
El socialismo desde abajo puede recorrer los espacios de lucha y desarticular las condiciones de posibilidad del fascismo como “movimiento reaccionario de masas”. Desde la más amplia democracia, con participación y protagonismo del pueblo se le quitarán los pretextos a los núcleos fascistas para levantar un movimiento social. Un necesario trabajo político en los barrios, en las fábricas, en la calle, en la ciudad y en el campo, en las escuelas, con los pueblos originarios, con los estudiantes, con los profesionales, científicos y técnicos, con los servidores públicos, con los movimientos sociales se hace cada vez más urgente. Sin una adecuada “línea de masas” no se combate el fascismo.
Sirva este texto para animar una discusión cada vez más necesaria y urgente.
II.- TOTALITARISMO Y FASCISMO:
Uno de los mensajes más recurrentes de los voceros intelectuales presentes en los aparatos de hegemonía cultural y de los dispositivos mediáticos de las elites dominantes del mundo globalizado (el “neoliberalismo realmente existente”) afirma que la lucha por la democracia radical(democracia socialista, participativa, deliberativa, socio-diversa, desde el protagonismo popular), inspirada en aquellos aspectos de la obra abierta y crítica de Marx, así como de diferentes elaboraciones del pensamiento crítico y revolucionario que impulsan mayores espacios de igualdad, libertad y liberación social, constituye una ideología política que desde la perspectiva de derecha: “mina la democracia, está vinculada necesariamente al totalitarismo y viola los derechos humanos” (i).
El término “totalitarismo” (ii) utilizado como pieza de las formaciones de discurso propias de los trazados de fronteras ideológicas en la “guerra fría”(iii), pretende colocar en un mismo saco a la experiencia burocrático-despótica del estalinismo junto a la experiencia histórica de la derecha nazi-fascista; y en muchos casos, ha servido para encubrir la relación orgánica entre Capital Monopolista y Fascismo en momentos de crisis de legitimación de la “estructura de mando” y del “orden metabólico del Capital”.
Sin embargo, aun cometiendo estas erráticas confusiones, este uso simplificador y reductivo daría cuenta exclusivamente del llamado “totalitarismo duro”, generando una espesa capa de opacidad sobre la relación orgánica entre el Gran Capital y el Fascismo, además de dejar encubiertos los fenómenos casi imperceptibles de reconversión de las formaciones ideológicas y políticas de la “nueva derecha” (iv) basadas más en los micro-fascismos (v), el fascismo social (vi) y los “totalitarismos blandos” propios de las “Sociedades Burocráticas de consumo dirigido” (vii); es decir, los “fascismos con rostro democrático”.
En contraposición a los estados nacientes de la recomposición social y política reaccionaria desplegadas en contra del Proyecto Histórico Socialista, aquí afirmamos que la salida a los impasses de la crisis de la democracia representativa (o liberal-democrática), o peor aún a las amenazas de la diseminación de la pos-democracia con rostros fascistas, reside en la transformación y radicalización de la democracia política en la dirección del paradigma de la democracia sustantiva, radical, participativa, plural y socialista. Contra el fascismo social y político, hay que afirmar la praxis de la democracia participativa y socialista, no la liquidación sectaria, dogmática y burocrática de toda democracia.
Sobre el fascismo social, el intelectual portugués Boaventura de Sousa Santos (viii) ha advertido:
"Con ello no se está hablando de un regreso al fascismo de los años 30 y 40 del siglo pasado. A diferencia del anterior, el fascismo actual no es un régimen político. Es más bien un régimen social y civilizatorio. En lugar de sacrificar la democracia a las exigencias del capitalismo, trivializa la democracia hasta el punto que ya resulta innecesario, ni siquiera conveniente, sacrificar la democracia a fin de promocionar el capitalismo. Se trata de un tipo de fascismo pluralista producido por la sociedad en lugar del Estado. El Estado es aquí un testigo complaciente, cuando no un culpable activo. Estamos entrando en un período en el que los Estados democráticos coexisten con las sociedades fascistas. Es por tato un fascismo que nunca había existido.
Distingo cuatro clases principales de fascismo social. La primera es el fascismo del apartheid social. Es decir, la segregación social de los excluidos a través de la división de la ciudad en zonas salvajes y zonas civilizadas. (...) La división entre zonas salvajes y zonas civilizadas en las ciudades del mundo -incluso en "ciudades globales" como Nueva York o Londres que, como ha demostrado Sassen (2001), son los nodos de la economía global- está volviéndose un criterio general de sociabilidad, un nuevo espacio-tiempo hegemónico que atraviesa todas las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales y que es, por tanto, común a la acción estatal y no estatal. (...)
La segunda fase del fascismo social es el fascismo para-estatal. Se refiere a la usurpación de las prerrogativas del Estado por parte de actores sociales muy poderosos que, frecuentemente con la complicidad del propio Estado, o bien neutralizan o bien suplantan el control social producido por el Estado. El fascismo para-estatal tiene dos dimensiones, el fascismo contractual y el fascismo territorial.
El fascismo contractual se da en las situaciones en las que, la discrepancia de poder entre las partes en el contrato civil es tal que la parte más débil, presentada como más vulnerable por no tener ninguna alternativa, acepta las condiciones impuestas por la parte más fuerte, por muy costosas y despóticas que sean. El proyecto neoliberal de convertir el contrato de trabajo en un contrato de derecho civil como cualquier otro presagia una situación de fascismo contractual. Esta clase de fascismo se da hoy en día con frecuencia en políticas dirigidas a "flexibilizar" los mercados de trabajo o a privatizar los servicios públicos. En tales casos, el contrato social que regía la producción de servicios públicos en el Estado de bienestar y en el Estado desarrollista se reduce al contrato individual entre consumidores y proveedores de servicios privatizados. (...)
La segunda dimensión del fascismo paraestatal es el fascismo territorial. Tiene lugar siempre que actores sociales con enormes cantidades de capital disputan al Estado el control sobre los territorios donde actúan o neutralizan ese control al cooptar o coaccionar a las instituciones del Estado y al ejercer la regulación social sobre los ciudadanos del territorio sin que éstos participen y en contra de sus intereses. Se trata de los nuevos territorios coloniales dentro de los Estados que son con frecuencia Estados postcoloniales. (...)
La tercera clase de fascismo social es el fascismo de la inseguridad. Consiste en la manipulación discrecional del sentido de la inseguridad de las personas y grupos sociales vulnerables debido a la precariedad del trabajo o a causa de accidentes o eventos desestabilizadores. Esto desemboca en ansiedad crónica e incertidumbre frente al presente y el futuro para gran número de personas, quienes de esta manera reducen radicalmente sus expectativas y se muestren dispuestos a soportar enormes cargas para conseguir reducciones mínimos de riesgo e inseguridad. (...)
La cuarta clase del fascismo social es el fascismo financiero. Esta es quizá la clase más atroz de sociabilidad fascista y requiere, por tanto, análisis más detallados. Es el tipo de fascismo que controla los mercados financieros y su economía de casino. Es la más pluralista en el sentido que los flujos de capital son el resultado de las decisiones de inversores individuales o institucionales esparcidos por todo el mundo y que no tienen nada en común salvo el deseo de maximizar sus activos. Precisamente porque es la más pluralista, es también la clase de fascismo más cruel, puesto que su espacio - tiempo es el más adverso a cualquier clase de intervención y deliberación democrática. (...) Este espacio - tiempo virtualmente instantáneo y global junto a la lógica especulativa del lucro que lo sustenta confiere un enorme poder discrecional al capital financiero, suficientemente fuerte para debilitar, en cuestión de segundos, la economía real o la estabilidad política de cualquier país. (...) La crueldad del fascismo financiero consiste en que se ha convertido en el modelo y el criterio operativo de las instituciones de regulación global: las agencias de calificación, el FMI, los bancos centrales. (...)
En todas estas clases el fascismo social es un régimen caracterizado por relaciones sociales y experiencias de vida bajo relaciones de poder e intercambios extremadamente desiguales, que se dirigen a formas de exclusión particularmente severas y potencialmente irreversibles.”
Al releer estas interpretaciones de Boaventura de Sousa sobre el fascismo social (fascismo de la segregación, fascismo para-estatal – contractual y territorial -, fascismo de la inseguridad y fascismo financiero) cabe señalar que el fascismo social ya está presente en los rasgos centrales de la sociedad de mercado imaginada como globalismo neoliberal, y que no hay que esperar a Hitler o a Mussolini para luchar contra el fascismo.
La mundialización hegemónica contiene potenciales insospechados de fascismo global, que sólo el complejo militar-industrial-tecnológico de los EE.UU y los países que conformaron la Comisión Trilateral ha puesto a disposición para coordinar voluntades reaccionarias contra la justicia global de los pueblos.
De manera que para abordar la lucha contra el fascismo hoy, no sólo debemos prestarle atención al clásico fascismo duro (que sigue siendo muy importante no olvidarlo); es decir, al fascismo del terror extensivo, de la coerción política de masas y del control ideológico generalizado con sus expresiones latinoamericanas vinculadas a los Estados de Seguridad Nacional, al Terrorismo de Estado, los Estados Policiales, con sus prácticas de desaparición forzada, de exterminio selectivo y masivo, de tortura y de represión genocida contra el movimiento popular; es decir, la cruzada genocida contra el llamado “extremismo marxista” (anclados en los más arcaicos prejuicios de casta neocoloniales y anticomunistas), sino además a los nuevos “fascismos con rostro democrático”propio de las sociedades globalizadas de desigualdad y exclusión social, de control intensivo y vigilancia soterrada, las cuales movilizan el fascismo social en los bordes institucionales del populismo autoritario de derecha y en algunos rasgos de regímenes cercanos a los “fascismos duros”.
III.- LUCHAR CONTRA LOS ESTADOS NACIENTES DEL FASCISMO:
De allí que no podamos subestimar en la lucha contra los estados nacientes del fascismo, el movimiento ascendente, capilar o molecular, como señala Deleuze, donde se teje toda una organización coordinada de pequeños miedos, de pequeñas angustias, de pequeñas ansiedades, de pequeñas demandas reaccionarias, que van tejiendo lo que Bataille denominó “una comunidad para la muerte”, que instala deseos de sometimiento-sumisión a partir de los usos políticos del miedo;atravesando transversalmente el campo político de las derechas, e incluso de algunas formaciones de izquierda despótica; constituyendo así núcleos de subjetividad paranoico-agresivas, haciendo de cada uno de nosotros unos “micro-fascistas” en potencia, en la medida en que sofocamos con actitudes reaccionarias el menor gesto, la menor cosa o la menor palabra discordante, divergente, irreverente o insumisa en nuestras calles, en nuestros barrios, en los espacios de poder de la llamada “sociedad civil” y hasta en nuestras universidades, medios de difusión, espacios educativos y familias. Para combatir el fascismo, hay que combatir estos estados nacientes del micro-fascismo.
Obviamente no son lo mismo las actitudes, valores y posturas corporales fascistas en los espacios micro-sociales (micro-fascismo), que los fenómenos institucionalizados de un régimen político de terror y movilización reaccionaria de masas, con sus aparatos de control despótico, el uso permanente de la violencia psíquica y la vigilancia-terror policiales. La comprensión de la aceptación, el conformismo y la legitimación de un “esquema de poder” de tal naturaleza implica una inmersión en la sub-cultura, representaciones sociales y en la subjetividad que le sirve de soporte para la legitimación de un régimen de signos y prácticas que llamamos “gramática de pasiones e ideas despóticas”. No hay fascismo sin tal gramática de la experiencia, de prácticas, afectos, pasiones, ideas e ideales.
IV.- EL FASCISMO ES UNA FORMACIÓN SUBJETIVA DE CARÁCTER REACCIONARIO:
El fascismo no es sólo un régimen político; es además la exteriorización social y política de la semilla de los afectos y pensamientos reaccionarios, esperando a germinar, contagiar, propagarse y multiplicarse; es por tanto toda una praxis, un modo de subjetividad y un lenguaje, una gramática, un léxico, una sintaxis, una semántica, un modo de ser y desear; en fin, una semiótica específica, una forma de vida con sus agencia de enunciación y sus pasiones respectivas.
Pensadores como Deleuze, Guattari y Foucault destinaron sus esfuerzos en desenmascarar como el poder “atraviesa nuestros cuerpos” hasta en los más mínimos pliegues del espacio de la subjetividad (o lo que seguimos llamando campo de la conciencia), llenándolas de límites, miedos, prohibiciones, reglas, pero también (y esto es fundamental) generando placeres, privilegios, deseos y productividades (en línea con las grandes organizaciones molares e instituciones sociales), pues si el poder fuera tan sólo una relación de fuerza meramente negativa, basada exclusivamente en la represión y la censura (hipótesis represiva), jamás se comprendería su impresionante eficacia, su capacidad de engranarse a deseos, pasiones y afectos, así como su permanente reproducción histórica hasta generar efectos molares, grandes estructuras institucionales, circuitos enteros de acumulación del poder por el poder mismo, espacios de poder coordinados, pues estas redes ascendentes del poder van engranando estratos jerárquicos que se apoyan en la fuerza de la costumbre y en el deseo de sumisión. Ya Étienne de la Boétie nos hablaba hace mucho tiempo del discurso de la servidumbre voluntaria (ix).
V.- EL FASCISMO ES UNA VARIEDAD POSIBLE DE LA ESTRUCTURA DE MANDO DEL CAPITAL:
En esto consiste la estructuración social del bio-poder, lo que da lugar a determinada “estructura de mando-sumisión”, a cierto estilo de conducción, dirección y dominio, a ciertos tipos de personificaciones del Capital que regulan y aseguran la continuidad ampliada de su metabolismo social. Pues el fascismo es una variedad posible de la estructura de mando del metabolismo del Capital.
Para dar cuenta de los “fascismos sociales con rostro democrático”, se requiere ir más allá de la concepción materialista de la historia hasta posicionarse en la teoría critica radical (sin claudicación alguna ante el posmodernismo neo-conservador o el anti-marxismo de derecha), para dar cuenta de la condición central del funcionamiento del poder en tanto sometimiento: se trata de relaciones de fuerza y sentidos, que funcionan en todos los espacios sociales, en los diversos campos o esferas sociales; no sólo en las “relaciones sociales de producción”, o en la “división social del trabajo”, sino en los diversos espacios de poder: hospitales, cárceles, universidades, aparatos educativos, mediáticos, religiosos y familias; cuya organización no sigue líneas estructurales fijas ni se limita a replicar losefectos de conjunto de los aparatos económicos o el Poder del Estado (lugares privilegiados del análisis del materialismo histórico); sino que se mueve según el patrón de las estrategias de poder en una red de dispositivos ascendentes y descendentes; según Foucault y Bourdieu (entre otros), organizadas en todos los campos de la sociedad según reglas y disputas internas; regidos por la historicidad de los acontecimientos, que son siempre prácticas colectivas destinadas al control del “monopolio del poder” en cada espacio y aparato por determinados agentes: económicos, políticos, educativos, sanitarios, mediáticos, judiciales, religiosos, militares y familiares.
En consecuencia, es preciso dar cuenta de los movimientos instituyentes del fascismo en cada espacio de poder (sus estados nacientes, ascendentes, moleculares, como movimiento social y relación de fuerza en los espacios sociales), dar cuenta de las instituciones fascistas (sus aparatos molares, dispositivos, organizaciones, reglas, normas y valores instituidos); y de los procesos de institucionalización social (legitimación de prácticas, ideales e imaginarios fascistas) a partir de la dialéctica entre exteriorización e interiorización de las diferentes mediaciones de la “praxis fascista” para cada campo de poder. De manera que para combatir el fascismo, hay que hacerlo desde sus estados nacientes en cada espacio de poder.
VI.- EL MONSTRUO FASCISTA ES UNA EXTERIORIZACIÓN DE LA PRAXIS REACCIONARIA:
El “monstruo fascista” no cae del cielo, ni se decreta, sino que es una construcción derivada de la praxis humana, de la exteriorización de figuras de constitución de la subjetividad reaccionaria que se han plasmado en formaciones institucionales y políticas, incluso en la Forma-Estado, concretado en determinado régimen social y político como efecto de conjunto, como síntesis estatal. El fascismo se construye a nivel microscópico antes de convertirse en Poder de Estado, se expresa como corporalidad, posturas, hábitos, actitudes existenciales, concepciones del mundo y máximas de conducta; lo que llamamos por convención: su estructura ideológica, sus actitudes reaccionarias y sus fetiches.
El ejercicio de poder fascista es clave para entender su naturalización, su sedimentación, su guion, su conversión en usos, costumbres, actos y hábitos, pues el horizonte de expectativas fascistas se objetiva o exterioriza en “institución fascista” organizada como red de “aparatos y dispositivos”: económicos, políticos, jurídicos, militares y mediáticos sobre la base de una sub-cultura fascista.
El Estado Fascista, lo más cercano al monstruo del Behemoth (x), es por tanto una producción social, una sedimentación de determinada praxis histórica, depende de un movimiento capilar y molecular ascendente en los espacios de poder presentes en el campo social, en organizaciones sociales, movilizándose desde grupos de acción, marcados por pasiones de miedo, muerte y reacción, todo unmovimiento contra-revolucionario de masas troquelado por conceptos, pasiones y afectos reaccionarios antes de condensarse en el Régimen Fascista. Hay que comprender el pasaje del núcleo fascista a los grupos de acción, y de estos a la psicología de masas para comprender su capacidad de propagación.
A su vez, el Estado fascista pone en funcionamiento un proceso de reproducción ampliada de la lógica fascista como movimiento macro-social y macro-política: el expansionismo militar e imperial, el nacionalismo excluyente, el anticomunismo, el racismo (en ciertos casos, el antisemitismo), la homofobia, el miedo a la diferencia hasta llegar al genocidio científicamente planificado y organizado de los “Otros demonizados”: los enemigos externos e internos.
De manera que al fascismo hay que combatirlo en su génesis histórico-social, en su movimiento naciente, ascendente, instituyente, pues cuando se despliega como movimiento institucionalizado de masas la lucha va adquiriendo mayor complejidades, se convierte además en el mejor instrumento político-cultural del Capital para retomar la iniciativa contra-revolucionaria aplicada en el esfuerzo de liquidar las fuerzas sociales y políticas de izquierda, recibiendo todo el apoyo de las personificaciones del Capital (quienes suponen que puede controlarlo, hasta terminar siendo sometidos a su Forma de Mando); mientras por otra parte, los actores, movimientos y fuerzas de izquierda pueden cometer el grave error de experimentar una crisis de ambivalencia, parálisis o indecisión sobre la ruta a seguir en las transformaciones revolucionarias en contra del fascismo, generando condiciones favorables para la emergencia, consolidación y ampliación definitiva del movimiento fascista.
VII.- EL FASCISMO CRECE EN EL PASTO DE LOS ERRORES DELA IZQUIERDA DE APARATO:
El fascismo crece en el pasto de los errores de la izquierda histórica (sectarismo, dogmatismo, burocratismo, oportunismo, ambivalencia reformista), tanto social como política, sobremanera cuando fecunda prácticas no democráticas), como consecuencia de no asumir en su radicalidad las tareas políticas de los procesos de transición al socialismo; es decir, cuando el socialismo se aleja de la radicalización democrática del poder social. De manera que aquí confrontamos a cualquier voz, posición o formación de izquierda que reclame para sí el deslinde entre socialismo y democratización del poder. Con la izquierda despótica no se combate el fascismo, sino que se facilita su crecimiento y propagación.
El fascismo se incuba en las debilidades de la cultura democrática de izquierdas, en las fallas de política para distribuir efectivamente el poder, pues la democracia socialista consiste en construir órganos, espacios y organizaciones donde los trabajadores y las clases populares luchen contra la explotación del trabajo, contra la coerción política, contra la hegemonía ideológica, contra la exclusión social, contra la negación cultural, contra la destructividad ambiental; para hacer realidad la tendencia hacia el auto-gobierno popular: que la multitud proletaria y plebeya pueda coordinar una red de auto-gobierno y auto-gestión en la esferas materiales, políticas y simbólicas.
Cuando el “reformismo” o el “vanguardismo revolucionario” (con su típico sectarismo de la verdad infatuada por el sacerdote ideológico) colocan a las masas en estado de pasividad (sean “masas electorales” o “masas populares” convertidas en “masas de maniobra” o “correas de transmisión”), inhiben el salto cualitativo en la transformación del ejercicio mismo del poder constituyente por los trabajadores y el pueblo, allí se facilita la emergencia del fascismo. El fascismo encuentra tierra abonada en una línea de masas que no propende al efectivo autogobierno popular, que se enquista en el vanguardismo estéril de la pequeña secta que monopoliza la verdad.
Si desde abajo, se asume una actitud de espera pasiva de la línea política revolucionaria o se supone que ya se ha logrado el socialismo por efecto dormitivo de la retórica de aparato o por la aplicación de una tradición que carece de problemas, errores y vacíos; el fascismo avanza capilarmente cabalgando los errores de conducción de la política de la izquierda gubernamental, cuyo peor error y debilidad puede llegar a ser el raquitismo intelectual y moral, la indecisión para avanzar, para otorgarle densidad teórica y política a la praxis revolucionaria. Por cierto, densidad teórica y política que no se adquiere en la repetición de dogmas, en el calco y copia, en la letanía de fidelidades al marxismo soviético, enmascarado en una que otra retórica de defensa de los socialismos burocráticos del siglo XX.
De allí que sin la conformación de un frente amplio, democrático y revolucionario, las fuerzas de izquierda (de cualquier signo) quedan divididas y aisladas, mientras la derecha articula un bloque social poli-clasista de corte reaccionario bajo una representación política financiada por el gran capital. No es posible desarticular este bloque fascista desde una táctica de clase contra clase, desde el sectarismo, desde el dogmatismo.
Si se omite esta problemática, no se acierta en la lucha anti-fascista, pues se trata siempre de luchar en la trama de elementos materiales e intersubjetivos que configuran el universo de convenciones que dibujan “lo permitido y lo prohibido” (la revolución posible) mediante verdaderas edificaciones de límites y orientaciones para los miembros y agentes de cada campo de poder: empresas, partidos, universidades, escuelas, hospitales, sindicatos, gremios, organizaciones diversas. Si se falla en la constitución de una hegemonía popular-revolucionaria en estos campos sociales, si se inhibe la construcción de órganos de base del poder popular, de consejos democráticos y movimientos autónomos de base (trabajadores, campesinos, militares progresistas, pueblos originarios, mujeres, estudiantes, científicos, técnicos, de la diversidad sexual, ecologistas, pobladores, de comunicación popular, de consumidores, de subempleados, precarizados, movimientos ecuménicos inter-religiosos, entre otros) surge la respuesta del gran capital reconquistando cada una de estas trincheras sociales a partir de prácticas cuyos nudos de constitución son las actitudes existenciales reaccionarias (de allí la reactivación permanente del “anticomunismo” como vector de articulación y combate del movimiento fascista). Pero tampoco se combate el anti-comunismo desde una posición simétrica de anti-democracia. Ese fue precisamente el error en el combate de los estados nacientes del fascismo, suponer que la dictadura del capital se combate con la dictadura de la secta revolucionaria sobre unas masas inconscientes alienadas y carentes de la teoría revolucionaria correcta. Por esa vía, el fascismo derrota al movimiento popular.
VIII.- EL CAPITALISMO DE ESTADO ES ALIADO DEL FASCISMO:
La propia división social de trabajo capitalista, por ejemplo, ha retomado aspectos de la “psicología social del fascismo” para reintroducir en la gestión de las organizaciones empresariales, sus métodos y técnicas de control y disciplina laboral bajo la cobertura del corporativismo social y el disfraz de “relaciones humanas”, con la finalidad de lograr la colaboración de clases arbitrada desde el Estado como comisión unificada de mando capitalista.
Interiorizar en el mundo del trabajo y en los aparatos económicos la necesidad de mando capitalistapara su eficaz organización y funcionamiento, es lo que Gramsci advirtió cuando afirmó que la “hegemonía comienza en la fábrica” y analizó las relaciones entre “Americanismo y Fordismo”. Incluso en los llamados tiempos post-fordistas, en algunos sectores y ramas del capital mundializado, el mando capitalista ha generado dispositivos de persuasión y generación de conformismo hacia la derecha, activando la xenofobia hacia los trabajadores migrantes, el neo-individualismo competitivo entre categorías de trabajadores, el fundamentalismo religioso como principio esperanza, la persecución contra la diversidad erótica o el darwinismo social como estilo de vida, salidas todas funcionales a la reproducción del mando capitalista.
De una manera general, dice Gramsci, se puede decir que el americanismo y el fordismo derivaron de la necesidad inmanente de llegar a la organización de una economía administrada; es decir, el paso del viejo individualismo económico a la economía dirigida. Sin embargo: ¿Cuál fuerza de clase organiza esta transición? Si la organiza la burguesía, surgen las respuestas corporativas; pero si la organizan las formaciones burocráticas y despóticas que asumen la representación del movimiento popular se enquista el capitalismo de estado.
Para Gramsci, el hecho de que una “tentativa progresista” (Economía regulada y organizada por el Plan) sea iniciada por una u otra fuerza social no deja de tener consecuencias fundamentales: organizada desde arriba, las fuerzas subalternas, que deberían ser "manipuladas" y racionalizadas según los nuevos fines del fordismo, ofrecen necesariamente una resistencia, que se produce también en algunos sectores de las fuerzas dominantes, o al menos aliados a dichas fuerzas, pero la resultante ha sido un mayor fortalecimiento del mando capitalista, ya sea por la vía de las concesiones a los trabajadores (Estado social de bienestar) o por la vía de la imposición de políticas del capital contra la politización de las demandas de mejora de las condiciones de vida, integrando de manera subordinada a categorías de trabajadores al corporativismo empresarial.
En el corporativismo social de los Estados Unidos, se intentó forzar el nuevo tipo de trabajador conforme a una nueva industria, con valores morales y sexuales acordes a un nuevo ciclo de exigencia de productividad y disciplina funcional a un nuevo mecanismo de acumulación y distribución del capital financiero basado inmediatamente sobre la producción industrial; formando parte de las "revoluciones pasivas".
IX.- EL FASCISMO COMO “REVOLUCIÓN PASIVA” O “CONTRA-REVOLUCIÓN ACTIVA”:
Las “revoluciones pasivas” (Gramsci dixit) requieren una creciente coerción moral ejercida por el aparato estatal y social sobre cada uno de los individuos y las “crisis morbosas” que tal coerción determina. ¿No exigió acaso el fascismo un nuevo tipo humano de carácter social? Pero también lo exigió el “termidor estalinista” bajo toda una retórica de moral compulsiva en nombre de la revolución socialista.
Lo fundamental aquí es comprender en nuestro contexto que el “fascismo con rostro democrático” es parte de una “revolución pasiva” (se vende como cambio social para fines de restauración del capital):con modificaciones moleculares que en realidad modifican la composición precedente de las correlaciones de fuerzas y devienen por lo tanto en matrices de nuevas modificaciones.
Si no se actúa consecuentemente en contra de la “restauración” enmascarada como “cambio” como momento dominante de la dialéctica revolución/restauración. ¿Qué se restaura?
A través de una escenografía del “cambio” se restaura el viejo orden oligárquico y burgués a partir de un nuevo cuadro de mando político autoritario, que puede ofrecer una envoltura de populismo de derecha. De esta manera, la restauración se convierte en la forma política en la que las luchas sociales encuentran cuadros bastante elásticos para permitir a la burguesía llegar al poder, en algunos casos sin rupturas espectaculares; es decir, por vía electoral y legal; aunque sin descartar los atajos conspirativos.
De manera que la revolución pasiva, o el momento hegemónico de la restauración podría operar bajo la combinación de dos situaciones:
A) por descomposición del espíritu y elan revolucionario del gobierno progresista o socialista (corrupción política, reformismo, fraude ideológico, inconsecuencia ideológica, ambivalencia para avanzar), o
B) por la llegada del poder de quienes se autodefinen como enemigos de la revolución socialista, restaurando una nueva estructura de mando político del Capital. Todo esto implica una disputa alrededor de los campos de poder y de la arena del Estado.
Ciertamente, el Estado no deja de ser aquel conjunto de instituciones y aparatos donde el poder político actúa utilizando una combinación de coerción y consenso (ideológico y utilitario) organizando al conjunto de los sub-campos que lo componen "domesticando a los dominados"; es el máximo articulador social de los poderes y el mayor adversario a transformar, no se trata de conquistarlo o tomarlo (ruptura con las visiones instrumentalistas del marxismo que confiaban en la sólo “toma del poder” como condición de la transformación socialista); pues antes de imaginar que el poder se toma, hay que dar cuenta de su ejercicio y de las resistencias e insumisiones en el interior de aparatos, espacios y campos de poder.
De allí la importancia en toda lucha por la transformación socialista, de la transformación vía democratización radical del Estado. Mientras más burocrático, tecnocrático o tecno-burocrático sean los aparatos del Estado; es decir, mientras menos democratización del poder existe en el campo estatal, menos aproximación a la democracia socialista y mayor terreno abonado a la barbarie fascista.
La función de mando concentrado en un ejecutivo fuerte que tome el control coercitivo de la dialéctica revolución/restauración con base al “momento restauración” es parte del movimiento fascista. Restauración a partir de pasiones reaccionarias y de una “revolución conservadora” para desde nuevas actitudes existenciales, nociones y conceptos, sepultar la revolución socialista; esto es precisamente el fascismo.
Tanto los nazis como los fascistas afirmaban que la identificación entre soberanía nacional y poder ejecutivo era para someter y subordinar a las masas al poder del Estado; de ahí la formación de instituciones corporativistas, únicas instituciones donde podrían expresarse las demandas de los trabajadores y en las que participarán también los patronos; sometiéndose unos y otros al arbitraje estatal de corte autoritario. El corporativismo permitía así desarticular y despolitizar las demandas de los trabajadores y del pueblo, para convertirlos en clientes, colectivos orgánicos o familias ejemplares del Estado fascista.
De allí, que burocratización, corporativismo, tecnocracia y sobretodo, la conversión del pueblo en “masa de choque y maniobra” en operaciones de corte militar anticomunistas y racistas son rasgos del fascismo. ¿Acaso con la quiebra del nazi-fascismo y de las experiencias estalinistas del socialismo ha desaparecido la amenaza del monstruo totalitario? Pues no parece.
Como ha señalado Slavoj Zizek a la desaparición del llamado “Socialismo Real”, el espectro de la llamada “amenaza totalitaria” parece sobrevivir en tres formas: a) los nuevos fundamentalismos étnico-religiosos personificados en los llamados “dictadores malvados”, b) la aparición del “populismo de la nueva derecha” que en Europa hace estragos en las categorías de trabajadores y las capas medias, c) el avance vertiginosos de la digitalización de nuestra vidas cotidianas, que está siendo registrada y controlada hasta tal punto, que las figuras de la represión dura por parte de la policía estatal aparece como un juego de niños, pues la amenaza definitiva contra la intimidad y la libertad se ha consumado definitivamente con las figuras aparentemente benévolas del “gran hermano digital” que nos vigila y las vez “nos protege” de los enemigos de la “civilización occidental” (Huntington dixit).
Frente a esta última amenaza consumada (caso denuncias Snowden dixit) en los “Fascismos con rostro democrático”, como en el vigente régimen político del imperio norteamericano y global, Zizek propone luchar por la socialización de la red digital, para que el Gran Hermano del ciberespacio, controlado desde los gabinetes políticos del poder trilateral (proyecto neoconservador/neoliberal) se haga completamente palpable y visible para una ciudadanía bajo control total, bajo la amenazas permanente del “terrorismo”. De manera que la lucha contra el terrorismo ha sido una perfecta coartada para pasar a mayores restricciones de la democracia representativa, eliminar la posibilidad misma de democracia participativa; y crear así el terreno favorable para las diferentes variantes de “pos-democracia”.
De allí, que los elementos presentes en contra-utopías como “Un mundo feliz” (drogas domesticadoras de Huxley), “Walden Dos” (Skinner y el condicionamiento de masas generalizado), Nosotros (Zamiatin dixit) y 1984 (George Orwell) conformen parte del imaginario despótico de la “ingeniería social para el control de masas”. Uno de los legados menos estudiados del nazi-fascismo es su metabolización en las estrategias de poder de las democracias occidentales para controlar los “rebaños electorales” y los “estados de opinión pública”.
La emergencia de la “video-política”, que tanto preocupa a la teoría de Sartorí, no es más que la puesta en ejecución ya no de una “guerra fría ideológica” sino de una guerra por la colonización de los imaginarios culturales. Para Zizek, el “gran público” (la “opinión pública” de los Walter Lippmann o los Bernays) se ha convertido en un magma de “zombis controlados digitalmente”, para no olvidar en su análisis que el Estado nazi fue creado por los mismos intereses oligárquicos económicos y políticos que controlan hoy en día los que llamamos erróneamente “medios de comunicación” de masas, la televisión, los aparatos culturales y la red del ciberespacio.
Sin embargo, donde hay poderes hay resistencias y lucha por espacios de libertad, igualdad y liberación. El lado oscuro de las teorías del totalitarismo es que no permiten percibir las líneas de fractura, dislocación y tensión en el terreno de la praxis de reproducción de instituciones y representaciones del orden total administrado. Sin embargo, hay múltiples líneas de fuga, sustracción, deserción y antagonismo hacia la subcultura y los regímenes despóticos y fascistas. Contemplar estas posibilidades y actualizarlas en formas de prácticas y experiencias inter-subjetivas no recuperables por las sociedades de control es parte de la lucha antifascista.
De manera que ni siquiera en los totalitarismos más duros, podemos afirmar que todo este perdido y entregarnos a la sumisión generalizada de los sistemas sociales con reglas deterministas y finales cerrados.
Por otra parte, las experiencias del totalitarismo blando juegan precisamente con la ilusión de las falsas alternativas, con las ilusiones de la libertad reguladas por centros de control, disciplina y vigilancia social aparentemente inexistentes en las sociedades de masas. De allí que el único antídoto legado por la cultura ilustrada de la modernidad, para no ser derrumbados por nuevas formas de “totalitarismo blando” (configurados desde la tecno-estructura y la ingeniería social), sería un viaje de regreso a la procedencia del “pensamiento metafísico” que inspiró tanto a la racionalidad burocrático-instrumental como a la dominación tecno-científica de hoy, para ejercer el mayor poder que ha conquistado la mente humana: el espíritu de la crítica radical contra-hegemónica (cognitiva, afectiva, sensorial, corporal, ética, estética) a los condicionamientos y modelajes de las prácticas sociales, tanto inducidos (o interiorizados) como seducidos; es decir, luchar siempre contra los dispositivos de control, normalización y disciplina que hoy son presentados como “mecanismos de selección naturales”.
X.- RENOVAR LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA Y SOCIALISTA:
En contraposición a esta versión de los “mecanismos de selección naturales” que conforman a la elite destinada a mandar, cosificando la separación entre explotadores y explotados, entre gobernantes y gobernados, entre dirigentes y dirigidos, entre incluidos con garantías y excluidos sin garantías, entre normales y desviados, desplegada en contra de cualquier figura que aspire a la realización del proyecto democrático socialista; aquí afirmamos que la salida a los impasses de la democracia representativa (o liberal-democrática), o del “fascismo con rostro democrático”, reside en la transformación y radicalización de la democracia en un sentido revolucionario, socialista, descolonizador y ecológico; cuestionando simultáneamente diversos ejes de dominación presentes: a) Explotación del trabajo, b) Coerción política, c) Hegemonía ideológica, d) Negación cultural, e) Exclusión social y f) Destructividad ambiental.
En este horizonte, no hay posibilidad de creerse el cuento de quiénes, en nombre del pragmatismo y la real-politik, acusan a toda iniciativa de ampliar los espacios de igualdad, justicia, libertad y liberación social como un gesto de “anarquistas” o “ultra-izquierdistas”.
Para luchar contra el fascismo, hay que desprenderse de las sedimentaciones ideológicas de la vieja izquierda despótica, las cuales operan en la restricción del horizonte socialista, como ocurrió sin dudas en la propia construcción de la Revolución Rusa. Un Lenin convertido en fetiche revolucionario no contribuye en nada al desprendimiento y apertura hacia nuevas prácticas de libertad en el seno de la izquierda. Una cosa son los eventos prefigurados en “El Estado y la Revolución” o en las “Tesis de abril”, y otras las decisiones tomadas contra la oposición obrera, contra los soviets autónomos, a favor del Capitalismo de Estado, del Taylorismo, contra las tendencias en el seno del partido bolchevique, promoviendo a Stalin en el cargo de secretario general, etc. De manera, que habrá que salir del fetiche-Lenin para comprender que entre el horizonte comunista de Marx y las practicas leninistas también existen profundas tensiones y divergencias, no asumidas por las militancias posteriores para conservar lo que algunos cerebros llaman la tradición clásica.
Un balance de inventario crítico de las experiencias de construcción del Socialismo luego de la muerte de Lenin da cuenta de sus ambivalencias de los actores, movimientos y fuerzas que impulsaron semejante proyecto para enfrentar en todas sus consecuencias, y desde una teoría critica radical del poder, las experiencias de la transición en tanto democratización del poder social. La tragedia de la revolución rusa fue pasar de la consigna de “todo el poder a los soviets” a la más extrema concentración y centralización del poder en el culto a la personalidad, como encarnación del mito de la “dictadura revolucionaria del proletariado”. Del autogobierno del proletariado se pasó al mayor grado de heteronomía: la tiranía personalista.
Sin embargo, hoy sabemos que los regímenes despóticos pueden adquirir formatos mucho más complejos y sutiles: las dictaduras tecno-burocráticas, los colectivismos burocráticos, los estatismos autoritarios, los fascismos con rostro democrático y los Estados de partido único.
De manera que sería una falsa alternativa optar entre un gobierno liberal-corporativo, un estado social autoritario o un estado de partido único. Como olvidan algunos Nietzscheanos de izquierda, el Estado no es más que “el más frio de los monstruos fríos”, y quienes han perdido la capacidad de imaginar una sociedad sin estado, han perdido la mitad de la batalla contra el fascismo:
“Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: 'Yo, el Estado, soy el pueblo'" Friedrich Nietzsche (1844-1900). Así habló Zaratustra (1883, I y II; 1884, III; 1885, IV), Primera parte, Del nuevo ídolo.
Sin entrar en las extraordinarias complejidades de una hermenéutica sobre la heterogeneidad de expresiones de Nietzsche sobre el Estado, al menos en “Así hablo Zaratustra” pareciera existir una veta anti-estatista cuando afirma la gran mentira de identificar al pueblo con la Forma-Estado.
XI.- LUCHAR A FAVOR DE LA FORMA COMUNA A TRAVES DE CONSEJOS DEMOCRATICOS DEL PODER POPULAR:
De manera que quienes hablan pomposamente del “Estado Comunal” como si fueses un sintagma no problemático, sin profundizar en el debate entre la Forma-Estado y la Forma-Comuna (La “Comuna de París”-Marx dixit) han comprado en sus mentes un oxímoron: usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión para falsificar alguno de ambos.
Si de horizonte comunista se tratara, los estados obreros, socialistas, comunales o como quieran llamárselos son simples formas de transición post-capitalista hacia la extinción del Estado mismo que pueden degenerar en estados burocrático-despóticos. Mejor lo dijo Lenin cuando hablo de semi-estado, o Engels cuando prefería sustituir el término Estado por la palabra Comunidad. Quienes retornan a Hegel para regodearse con una figura del Estado ético, olvidan que la naturaleza misma del Estado implica concentrar en su seno una disposición siempre activa para la coerción violenta de los intereses de unas clases sobre otras clases; para impedir la realización de una comunidad de seres humanos libres e iguales. De manera que la única contención hacia las deformaciones burocráticas de los Estados revolucionarios no es menos democracia social y política, sino al contrario, más democracia social y política.
Ya Lenin en “El Estado y la Revolución” se enfrentaba a las terribles implicaciones que para la Forma-Estado tenía la transición al Socialismo (el término “semi-Estado” quedó colgado en el baúl de los recuerdos). Por tanto, la construcción de la Forma Comuna desbordaría tendencialmente a la Forma-Estado al menos en el entramado de los conceptos y categorías del propio Marx, y mientras exista Estado capitalista hay que evitar el uso del término Comuna como una mixtificación.
La forma-Comuna es precisamente el radical desplazamiento del gobierno de los hombres por la administración de las cosas:
“Las ideas fundamentales de Marx sobre el poder, pueden resumirse en las conclusiones siguientes:
1. El Estado es un instrumento de coerción puesto al servicio de la clase dominante, con objeto de oprimir a las otras clases.
2. Mientras existan clases, existirá el Estado y, por tanto, no se puede “acordar” ni “decretar” su abolición.
3. El proletariado, si quiere defender sus intereses, ha de luchar por la conquista del poder, que utilizará para crear una nueva sociedad sin clases.
4. Para quebrantar la resistencia de la burguesía — las clases explotadoras no han renunciado resignadamente a sus privilegios — y emprender la organización de la sociedad sobre bases socialistas, el proletariado, al tomar el poder, tiene necesidad de instaurar, transitoriamente, su dictadura de clase. Este período de transición entre el capitalismo y el comunismo es inevitable. Sin él, la emancipación de los trabajadores es imposible.
5. “La clase obrera no puede limitarse a tomar en sus manos la máquina del Estado y ponerla en marcha tal como es, para sus propios fines” sino que debe destruirla creando sus propios órganos. (Ejemplo que puede servir de orientación: La "Commune” de París.)
6. Desaparecidas las clases, el Estado propiamente dicho desaparece asimismo, para ceder el sitio a instituciones puramente administrativas. ”El gobierno de los hombres es sustituido por la administración de las cosas.”
7. Es condición indispensable, para que el proletariado pueda cumplir su misión histórica, que se organice en partido de clase, independiente de los demás y con una política independiente de clase.” (xi)
Aquí sintéticamente, lo expresado por Marx en el siglo XIX. De manera, que una cosa es Marx y otra las justificaciones que algunos portavoces del marxismo han hecho para acomodarse a la existencia del Estado por razones de geopolítica internacional y de defensa de la revolución.
Pero no podemos dejar de sugerir que la mayor ignorancia sobre los problemas de la transición al socialismo (para no hablar del comunismo y sus etapas inferiores y superiores, hoy apartadas al reino de las ficciones políticas) es justamente no dar cuenta de la transformación del Estado por parte de la praxis revolucionaria:
“La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia. La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas del Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la «libertad del Estado».” (Marx: GLOSAS MARGINALES AL PROGRAMA DEL PARTIDO OBRERO ALEMAN)
¿Se trata caso del pensamiento del Marx-joven? Pues no. Se trata de un eje de continuidad, de una isotopía argumentativa en el propio pensamiento revolucionario de Marx: debilitar los aspectos despótico-burocráticos del Estado de clase, levantarse ante cualquier espíritu supersticioso y fetichista con relación a la forma-Estado, democratizar el poder del Estado; este es el horizonte de luchas de la democracia socialista.
Para que el Estado sea un órgano subordinado a la sociedad, es preciso no sólo transformar a la sociedad capitalista sino al propio Estado como forma mixtificada del interés general. La vía para hacerlo es su democratización radical, tema bloqueado en los procesos de transición del siglo XX, inspirados ya sea en la praxis leninista, en la praxis del marxismo-leninismo ortodoxo (estalinistas o maoístas), en las formulaciones de Trotsky sobre el Estado Obrero.
Pero entre estas interpretaciones y prácticas, hay una distancia insalvable a las propuestas elaboradas por Marx, hay distinciones nada despreciables. De manera que hay que diferenciar para precisar.
Decimos por nuestra parte y simplificando, que apostamos por el proyecto de Socialismo Democrático-Participativo para el siglo XXI en contraposición no sólo a la derecha capitalista, sino a las experiencias del socialismo burocrático-despótico del siglo XX, pues en éstas también se activaron, como señalaremos a continuación, discusiones sobre su potencial contribución al fascismo (xii).
XII.- ¿POR QUÉ HABÍA COMUNISTAS QUE LES OLIA A FASCISMO EL BOLCHEVISMO?
La historia deja zonas invisibles y ruinas que muchos prefieren pasar por alto. Muy temprano se alzaron voces críticas contra la figura del “Socialismo burocrático”. En plena guerra mundial, el viejo comunista austriaco, Franz Borkenau, publicó un libro titulado The totalitarian enemy donde Rusia era caracterizada como un “fascismo rojo” y la Alemania nazi como un “bolchevismo marrón”. Es la misma idea que aparecía formulada por los Comunistas de los Consejos, como Otto Rühle; quién en una obra con un sugestivo título: Fascisme brun, fascisme rouge (Fascismo marrón, fascismo rojo), afirmaba que el totalitarismo no era sino una tendencia universal hacia el “capitalismo de Estado” que se había manifestado, en particular, en Rusia y en Alemania.
No olvidemos estos pequeños detalles de análisis crítico de la Estadolatría (Gramsci dixit). Entre democracia socialista y socialismo burocrático, hay un abismo. Es como agua y aceite. El gran deslinde ante la tradición de los muertos y su mentalidad supersticiosa frente al Estado es precisamente dar cuenta de las relaciones en el proceso de transición entre la radical democratización del Estado (Estado democrático) y la radical extinción del Estado (democracia contra el Estado). Suponer que la superación del estado liberal burgués anuncia el llamado reino de la libertad, es un espejismo. Apenas allí comienzan los verdaderos problemas de la transición, superar las pesadas sedimentaciones de las estructuras de mando jerárquicas del metabolismo del Capital.
Según Rühle, existía una “concordancia interna de las tendencias hacia el capitalismo de Estado” en estos dos países (Rusia y Alemania), “una identidad estructural, organizacional, táctica y dinámica, cuyo resultado fue el pacto político y la unidad de acción militar”.
También en 1918, Ossinskij analizaba la posibilidad del capitalismo de Estado en Rusia. Afirmaba en plena consistencia con el pensamiento marxiano que: “El socialismo y la organización socialista deben ser construidas por el propio proletariado, pues si no es así, no habrá ninguna edificación del socialismo; surgirá otra cosa: el capitalismo de Estado”.
Para despecho de nuestros neo-estalinistas tropicales y caribeños, fueron los anarquistas y los comunistas consejistas, los que primero definieron a Rusia como un Estado capitalista, donde el Estado dirigiría orgánicamente, como un cuerpo colectivo, el conjunto de la vida económica. Más que leer dogmáticamente a Lenin, habría que aprender todavía mucho más de las advertencias de Rosa Luxemburgo, de la oposición obrera y de la oposición de izquierda en Rusia, que hacerle guiños a un estalinismo disfrazado en nombre del canon clásico o del realismo político.
En un escrito aparecido en 1921, el anarcosindicalista alemán Rudolf Rocker concluía su obra con un llamamiento “al socialismo, y no al capitalismo de Estado”. Simultáneamente, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses (KAPD, Gorter et Pannekoek) proclamaban, en 1921, que “Rusia soviética y proletaria del Octubre rojo comienza a transformarse en Estado burgués”.
El anarquista ruso Piotr Archinov anotaba en 1927: “No hay ninguna duda que la ‘misión histórica’ del partido bolchevique se vacía de todo contenido y que intentará conducir la Revolución rusa a su objetivo final: el capital de Estado...”.
Así mismo, Víctor Serge intentó comprender el interior de esta evolución, apoyándose sobre su propia experiencia vivida con el estalinismo. Serge, tal y como explicita en sus Memorias, nunca se despojó de una visión del mundo libertaria, opuesta a una visión autoritaria de la revolución. Y es que este abismo ya fue tratado por el propio Babeuf en su valoración de aspectos poco visibles de la revolución francesa, casi un siglo antes:
“El hombre que ha consentido una vez beber en la copa de la autoridad sin límites, es un tirano y lo será siempre. La libertad está perdida en sus manos, puesto que él se sitúa por encima de las leyes, y en el país en que se ha hecho una revolución para la libertad, una tal creación no importa que se le llame gobierno revolucionario, es la contrarrevolución misma.” (Babeuf: Gobierno revolucionario. Talismán que oculta todos los abusos)
Babeuf acierta en la medula del título de su panfleto. Hay que evitar que en nombre del “gobierno revolucionario”, del talismán del “gobierno revolucionario”, se oculten viejos y nuevos abusos de la coerción política.
Antes de los sucesos de Kronstadt (xiii), Víctor Serge denuncia la represión a la que son sometidos los anarquistas rusos en 1920; los artículos que escribe sobre esto sólo serán publicados por la prensa anarquista francesa. Proclama claramente su hostilidad hacia toda autoridad dictatorial: “Anti-autoritario lo soy tanto como siempre, irreductiblemente”. Según Serge, el estalinismo constituía un Termidor, rasgo que Trotsky martillará en sus escritos hasta su muerte en manos de un sicario estalinista.
Perteneciendo a la Oposición trotskista, Serge fue excluido del partido bolchevique a principios de 1928. Este mismo año fue detenido, después deportado de 1933 a 1936, fecha en la que pudo salir del “país de la gran mentira”, gracias a una intensa campaña internacional. Estamos hablando de una fecha muy temprana a la luz de la comparación de los desarrollos históricos entre el marxismo eurocéntrico y los marxismos ortodoxos latinoamericanos. Mientras estos debates transcurrían en medio del ascenso del fascismo en los años 20 (Marcha de Roma-1922) (xiv), en América latina se formaban los primeros núcleos marxistas revolucionarios para luego en la mayor parte de ellos asumir la “línea oficial”: URSS, país de la gran verdad oficial del comunismo.
Sin embargo, estas dos frases pueden ayudar a una deconstrucción de los fetiches profundamente instalados en las mentalidades de aparato: “URSS, país de la gran mentira” (Serge dixit). “Gobierno revolucionario. Talismán que oculta todos los abusos” (Babeuf). No olvidemos estas enunciaciones, que desafían las lecturas cómodas, canónicas, tradicionales, de las mentalidades de aparato en todo el siglo XX; es decir, mentalidades condicionadas por el ejercicio rutinario del adoctrinamiento de cuadros y masas. Aquí aplica la tesis de Walter Benjamín: Todo documento de cultura es al mismo tiempo un documento de barbarie.
Después de su ruptura con Trotsky debida a la cuestión de Kronstadt, y luego de su adhesión al POUM español, Serge toma una orientación que le conduce a una visión del sistema totalitario como un nuevo fenómeno histórico. Toma, incluso, un cariz filosófico personalista, bajo la influencia de Emmanuel Mounier, y de la psicología social de Erich Fromm. Pues, quien haya leído a profundidad a Fromm, le costará no incluir el “miedo a la libertad” como un capitulo adicional del “manifiesto contra el despotismo”, al igual que la “psicología de masas del fascismo” de Reich. Desde la Boétie, pasando por Reich y Fromm hasta llegar a los estudios etnológicos de Clastres, lo que encontramos es una excavación a profundidad del deseo de mando y sumisión.
De manera que ni el marxismo oficial ni la izquierda nietzscheana han podido traspasar la barra del ejercicio del “poder-sobre-otros”, para construir una apertura que transite desde las resistencias al poder, a la construcción de los movimientos anti-institucionales y anti-autoritarios: hacia nuevas prácticas de libertad y liberación; indispensables para renovar la praxis de la revolución democrática, socialista, descolonizadora y ecológica. Siguen atados a la reproducción de las representaciones que impiden imaginar algo radicalmente distinto a toda la tradición que oprime el cerebro de los vivos.
Para Serge, que vuelve sobre el fenómeno en 1945, el totalitarismo se cristalizó entre 1927 y 1930. Lo definió de forma negativa como:
a) un Estado dirigido por la policía secreta y basado en los campos de concentración, llenos de deportados y condenados sin juicio;
b) un régimen de partido único;
c) la ausencia de “libertades democráticas elementales”: prensa, opinión; la ausencia de elecciones libres y del voto secreto.
La experiencia histórica de los totalitarismos mostraba la impostura de una “emancipación nacional-socialista”, si esta apalancaba la dominación de un partido de masas, alimentado de pasiones autoritarias, dirigido por el culto al personalismo carismático, con una ideología que oficializaba mitos nacionales reaccionarios, bajo el monopolio de medios de propaganda de masas, bajo control monopólico de las fuerzas policiales y armadas, un control policial-terrorista, y una centralización de la economía dirigida con apoyo de las grandes finanzas y el capital monopólico.
Todavía hoy se omite que Mussolini y Hitler también utilizaban la palabrería socialista con fines estatistas. Serge se esforzó, sobre todo, en proporcionar elementos de reflexión, para el debate, sobre todo en “Destino de una revolución 1917-1937”, donde aporta algunos elementos capitales que alimentan su concepción de un “colectivismo totalitario” en el plano económico.
En 1944, en un trabajo titulado “Economía dirigida y democracia”, Serge descubre similitudes entre la economía dirigida nazi y la colectivización estaliniana, que se desarrollan “al interior de un marco nacional... que es autárquico” (xv).
Al igual que Otto Rühle, Serge plantea la posibilidad de una tendencia general al capitalismo de Estado, por las nacionalizaciones y estatalizaciones que “permitirán responder durante un periodo a las necesidades de reconstrucción”, pero que no tienen nada que ver con la real socialización de los medios de producción”. Es decir, que no tienen nada que ver con la socialización marxiana, con el socialismo revolucionario de Marx y Engels.
En fin, el debate democracia socialista contra el socialismo burocrático, contra el capitalismo de Estado o contra cualquier restauración de signo capitalista, implica desprenderse de la idolatría del “marxismo soviético de corte estalinista”. De hecho, Serge opera una praxis de deconstrucción de todas las certezas proyectadas como pantalla encubridora de la experiencia totalitaria soviética, de toda huella de ideologización de la realidad social.
XIII.- ¿POR QUE (NO) OLVIDAR A LOS COMUNISTAS DE CONSEJOS?
Como ejemplo de las tempranas críticas a la experiencia bolchevique, analicemos la crítica que hacia los partidarios del Comunismo de Consejos a Lenin (Otto Ruhle-1939), por la afinidad que encontraban entre bolchevismo y fascismo (xvi) en el manejo de la separación entre dirigentes y dirigidos, entre partido revolucionario y masas:
“Es necesario poner a Rusia en la primera línea de los nuevos estados totalitarios. Ella fue la primera en adoptar el nuevo principio de Estado. Fue ella la que llevó adelante su aplicación. Fue el primero en establecer una dictadura constitucional, con el sistema de terror administrativo y político que lo acompaña. Al adoptar todas las características de un Estado totalitario, se convirtió en el modelo para todos los países obligados a renunciar a un sistema democrático para volver a la dictadura. Rusia era un ejemplo del fascismo. No es absolutamente un accidente o una mala broma de la historia. Los sistemas de similitud, lejos de ser sólo aparente, esto es real. Esto demuestra que estamos ante expresiones y consecuencias de los mismos principios se aplican a los diferentes niveles de desarrollo histórico y político. Le agrada o no los partidos "comunistas", el hecho es que el Estado, como la forma de gobierno en Rusia, no se diferencia de Italia y Alemania. Ellos son fundamentalmente similares.”
¿Cuáles eran las raíces de las similitudes para Otto Ruhle en este discurso que rompía el consenso sobre el mito socialista de la revolución rusa? Las encontraba en la concepción del partido leninista como prefiguración de una forma de Estado:
“Si, el fascismo sirve a los intereses del capitalismo y el imperialismo, no puede satisfacer las necesidades de los trabajadores. Si a pesar de todo esto, dos clases opuestas al parecer mantienen el mismo sistema estatal, es evidente que algo no está bien y uno está mal. Nadie puede reducir el problema a una simple cuestión de forma, afirmar que no es importante y que, aunque a veces sus formas políticas son diferentes, su contenido puede variar considerablemente. Esto dará lugar a una auto-mistificación. Para un marxista, las cosas no van bien, la forma y el contenido son inseparables. Por lo tanto, si el Estado soviético es un modelo para el fascismo, debe contener las características estructurales y funcionales comunes.”
Y entrando al meollo de la problemática del poder de clase, Ruhle señalaba:
“De acuerdo con el método revolucionario de Lenin, los jefes son los cerebros de las masas. La posesión de la educación revolucionaria adecuada, los hace capaces de apreciar la situación y el mando de las fuerzas de combate. Son revolucionarios profesionales, los generales del gran ejército civil. Esta distinción entre el cerebro y el cuerpo, entre los intelectuales y las masas, de los oficiales y soldados, se corresponde con la dualidad de la sociedad de clases, el orden social burgués. Una clase está capacitada para mandar, la otra a obedecer. Es la vieja forma de clase que nos dio la concepción leninista del partido. Su organización es una simple réplica de la realidad burguesa. Su revolución está determinada objetivamente por las mismas fuerzas que crean el orden social burgués, abstracción hecha de los objetivos que acompañan este proceso.”
Lo interesante de estas voces del “Comunismo de Consejos” es que radicalizan las propias críticas que realizara Rosa Luxemburgo contra la Revolución Rusa (xvii), generando una problematización sobre el carácter de la transición hacia el socialismo en la propia experiencia bolchevique, sobre todo si tomamos en cuenta las decisiones favorables al monolitismo de partido en el X congreso del PCUS en 1921, dando lugar a la tesis del partido único de la revolución:
“El que tiene por objeto establecer un régimen burgués, encontrara, en el principio de la separación entre la cabeza y las masas, entre la elite y la clase obrera, la preparación estratégica de tal revolución. Cuanto más la dirección es inteligente, culta y superior, las masas son más disciplinadas y obedientes, también más posibilidades de ganar tiene una revolución. Buscando hacer la revolución burguesa en Rusia, el partido de Lenin fue así completamente adaptado a su propósito. Sin embargo, cuando la revolución rusa cambió su carácter, cuando sus características proletarias se hacen evidentes, los métodos tácticos y estratégicos de Lenin perdieron su valor. Si él tomó su camino no fue a causa de su élite, pero el movimiento de los Soviets no había sido incluido en sus planes revolucionarios. Y cuando Lenin, gracias a los soviets aseguró el triunfo de la revolución, decidió deshacerse de ellos, y con ellos todo el carácter proletario de la revolución desapareció. El carácter burgués de la revolución a cabo de nuevo la escena, encontrando su conclusión natural en el estalinismo.”
De manera, que para la interpretación de las voces del “comunismo de consejos” existía un hilo de continuidad entre el leninismo y el estalinismo (¡Oh, anatema!), no sólo en el terreno de la práctica política sino en el propio terreno de la práctica teórica:
“A pesar de la preocupación de la dialéctica marxista, Lenin no podía concebir dialécticamente la evolución histórica de los procesos sociales. Su pensamiento mecanicista continuó, siguiendo reglas estrictas. Para él, sólo había un partido revolucionario - es una revolución solitaria - la revolución rusa, un solo método - el bolchevismo. Y lo que había tenido éxito en Rusia, debe hacerlo también en Alemania, Francia, Estados Unidos, China y Australia. ¿Cuál era el adecuado para la revolución burguesa rusa, sería tan también para la revolución proletaria mundial. La aplicación de una fórmula monótona, descubre una vez por todas, se convirtió en un círculo donde egocéntricamente no entró en consideración ni el tiempo, las circunstancias y niveles de desarrollo, ni las realidades culturales, ideas u hombres. Con Lenin, también llegó la maquinaria en la política. Y él era "técnica", el "inventor" de la revolución, el representante de la voluntad del jefe todopoderoso. Todas las características fundamentales del fascismo eran en su doctrina, estrategia, "planes sociales" y el arte de manejar a los hombres. No podía entender el profundo significado del rechazo revolucionario de los partidos políticos tradicionales de la izquierda. No podía entender la importancia real del movimiento de los soviets para una sociedad socialista. Ignorando las condiciones necesarias para la liberación de los trabajadores. Autoridad, la dirección, la fuerza ejercida por un lado, la organización, por el otro - que era su manera de razonar. La disciplina y la dictadura son las palabras que aparecen con más frecuencia en sus escritos. Es comprensible, por lo tanto, fácilmente, porque no podía aceptar o apreciar las ideas y acciones de la "ultra-izquierda", que negaban su estrategia y se quejaron de que, por supuesto, era indispensable en la lucha revolucionaria por el socialismo que los trabajadores tomen una vez por todas, la suerte de su destino en sus manos.”
De manera que para Ruhle, el periplo revolucionario regresaba a Flora Tristán y a Louis Blanc, y evidentemente a Marx y a la consigna de la AIT: “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”.
La dirección bolchevique se extraviaba en lo elemental y a la vez en lo esencial, y el extravío marcó para siempre la supuesta continuidad entre Marx y Lenin:
“Analizado desde el punto de vista crítico, la descripción del bolchevismo dibujado en el folleto de Lenin (xviii) en 1920 presenta las siguientes características principales:
El bolchevismo es una doctrina nacionalista. Concebido en su origen esencialmente para resolver un problema nacional, que vio más tarde fue elevado a la teoría y la práctica de alcance internacional, y una doctrina general. Su carácter nacionalista también se hace evidente en su apoyo a la lucha por la independencia nacional llevada a cabo por los pueblos colonizados.
El bolchevismo es un sistema autoritario. El pico de la pirámide es la decisión determinante central. La autoridad se manifiesta en la persona todopoderosa. En el mito de la cabeza, el ideal burgués de la personalidad encuentra su expresión más perfecta.
La organización, el bolchevismo está altamente centralizada. El Comité Central tiene la responsabilidad de la iniciativa general, instrucción u orden. Los líderes de la organización tienen el papel de la burguesía, la única función de los trabajadores es obedecer órdenes.
El bolchevismo es una concepción activista del poder. Pensado exclusivamente como la conquista del poder político, no se diferencia de las formas tradicionales de dominación burguesa. Incluso dentro de la organización, los miembros no tienen derecho a la libre determinación. El Ejército sirve como el modelo de organización del Partido.
El bolchevismo es una dictadura. El uso de fuerza bruta y métodos terroristas, dirige todas las funciones para la eliminación de las instituciones y de las corrientes de opinión no bolcheviques. Su "dictadura del proletariado", es una dictadura de una burocracia o una sola persona.
El bolchevismo es un método mecanicista. El orden social se basa en que tiene por objeto la coordinación automática, el cumplimiento obtenido por la técnica más eficaz y el totalitarismo. La economía centralizada "planeado" reduce de cerca los problemas socio-económicos técnico-organizativos.
La estructura social del bolchevismo es la naturaleza burguesa. Absolutamente no elimina el sistema salarial y se niega a la apropiación por parte del proletariado de los productos de su trabajo. Si lo hace, y permanece esencialmente en el marco de las relaciones de clase burguesa y el capitalismo perpetua.
El bolchevismo es sólo un elemento dentro de una revolución burguesa revolucionaria. No se puede realizar el sistema soviético, que es, por lo tanto, incapaz de transformar radicalmente la estructura de la sociedad burguesa y su economía. No es el socialismo, sino el establecimiento de capitalismo de Estado.
El bolchevismo no es una etapa de transición provocaría más tarde la sociedad socialista. Sin el sistema soviético sin una revolución radical y completa de los hombres y las cosas no pueden cumplir con el requisito principal Socialista, que es poner fin a la alienación humana engendrada por el capitalismo. Representa la última etapa de la sociedad burguesa, y no el primer paso hacia una nueva sociedad.
Estos nueve puntos muestran una oposición irreconciliable entre el bolchevismo y el socialismo. Ilustran, con toda la claridad, el carácter burgués del movimiento bolchevique y su estrecha relación con el fascismo.
El nacionalismo, el autoritarismo, el centralismo, la dirección de la cabeza, la política del poder, el reinado de terror, mecánica dinámica, incapacidad para socializar - todos estos rasgos fundamentales del fascismo existían y existen en el bolchevismo. El fascismo no es más que una simple copia del bolchevismo. Por esta razón, la lucha contra el fascismo debe comenzar la lucha contra el bolchevismo.”
Así terminaba Ruhle su texto, colocando una serie de condiciones que contribuían decisivamente a identificar al fascismo con el bolchevismo. También Herman Gorter (xix) y Franz Pfembfert (xx) realizaron sus críticas a Lenin por su crítica al “izquierdismo”.
De manera, que en el seno del movimiento comunista internacional había diferentes voces y disputas que no se simplificaban con un único pensamiento único. Habría que diferenciar entonces la crítica a los problemas de la revolución rusa desde el lugar de enunciación de las izquierdas y las críticas desde el lugar de enunciación y la posición política de derechas.
XIV.- CRITICAR LA GRAMATICA IDEOLÓGICA DE LA DERECHA (AUNQUE APAREZCA EN LA PROPIA IZQUIERDA):
Cabe destacar en este contexto que los voceros de la “democracia restringida”, de la “democracia de baja intensidad” o de la pos-democracia, descalifican los procesos de profundización y radicalización de la democracia social y participativa, a partir de dos operaciones conocidas en los laboratorios de guerra político-cultural (ingeniería social de control de masas) propios de la derecha mundial:
a) utilizar la oposición democracia liberal-totalitarismo como distinción básica para trazar las fronteras ideológicas e identidades de los “enemigos” de la “democracia políticamente correcta”, una democracia de baja intensidad, funcional a la estructura de mando del capitalismo;
b) desconocer la historia de luchas sociales y políticas del movimiento de los trabajadores a escala internacional, de las clases populares y subalternas por la expansión de formas de ciudadanía política y social no previstas en el horizonte liberal, así como del bloque social conformado por las multitudes plebeyas del Sur, para debilitar -superar las condiciones de dominación, desigualdad y exclusión impuestas por la dialéctica social de las civilizaciones, naciones, culturas y clases sociales (Abdel-Malek dixit).
De esta manera, se pretende proyectar a las diversas formaciones de discurso articuladas al “marxismo” como “enemigas de la democracia”. En este sentido no hay mayor refutación a esta idea que el propio planteamiento de Marx en el Manifiesto Comunista cuando señala: “El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa”.
Aquí debemos expresar que el término "marxismo" ha sido utilizado despectivamente como “blanco de ataque” por un sinnúmero de intelectuales, voceros y agentes en los aparatos hegemónicos del campo educativo, religioso, militar, mediático y jurídico para expresar la supremacía de los intereses, demandas y aspiraciones de sectores comprometidos con proyectos de carácter liberal-democráticos, católicos reaccionarios, derechas populistas, hasta llegar a la ultraderecha fascista, verdadero origen del totalitarismo y de los regímenes burocrático-autoritarios de derecha.
Por si fuera poco, cabe reconocer por otro lado, que el “marxismo”, ha sido simplificado y distorsionado como doctrina o ideario de lucha social y política, siendo más bien producto de prácticas específicas de codificación semiótica (reelaboración-reinterpretación) de la obra crítica y abierta de Marx, quien como “autor” ha sido reapropiado, re-significado y monopolizado por actores, movimientos y fuerzas identificados en principio con la dirección intelectual, moral y política de la socialdemocracia de la II Internacional; y luego, por la dirección intelectual, moral y política bolchevique en la Revolución Rusa; para que luego del inicio de la Primera Guerra Mundial, la corriente leninista fuera la fuente generativa más activa de re-interpretación y codificación semiótica del “marxismo revolucionario”, generando luego de la muerte de Lenin en 1924, las asociaciones entre la continuidad leninista del “marxismo revolucionario” y la figura de Stalin.
La confusión deliberada entre Marx = marxismo = totalitarismo ha sido el discurso elemental de la derecha mundial para desacreditar a cualquier corriente de izquierda revolucionaria o cualquier pensamiento contra-hegemónico que reclame para sí una apropiación selectiva o una recreación de los aspectos emancipadores de la obra abierta y crítica de Marx. De allí la confusión entre interpretaciones pos-marxistas y antimarxistas, que no abordaremos aquí.
En consecuencia, sigue siendo prioritario bucear en las aguas de los escritos marxianos, para coincidir con Arendt en lo siguiente: “A decir verdad, el marxismo en este sentido ha hecho tanto por ocultar y borrar las verdaderas enseñanzas de Marx”.
¿A cuál marxismo se refería Arendt? No cabe duda que al marxismo burocrático-despótico (el “marxismo-leninismo ortodoxo”). En consecuencia, la equivalencia marxismo=totalitarismo, ha constituido una operación intelectual de brocha gorda funcional a los intereses de la derecha por desacreditar a la totalidad del campo de las izquierdas revolucionarias.
Obviamente la operación político-cultural de la derecha mundial se aprovechó de la sedimentación histórica de este oscurantismo ideológico sobre la obra abierta y crítica de Marx, para hacer uso a conveniencia de la pareja democracia liberal-totalitarismo (frontera que construyó con objetivos más explícitos la figura de Raymond Aron o el escritor Jacob Talmon), hasta llegar a aquellos pensadores que llegan a suprimir afirmaciones presentes en la escritura anti-totalitaria de Hanna Arendt:
“(...) puede mostrarse cómo la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”. (Hanna Arendt: Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental; 2007)
De manera que estas palabras develan la gramática ideológica de derecha de los que señalan que Marx era un enemigo de la democracia; pues entienden por democracia exclusivamente el modelo de la democracia liberal-representativa.
La línea que separa “la propaganda anti-marxista” del rigor del pensamiento y la honestidad ética en el campo intelectual pasa por desentrañar la confusión entre la vulgarización propagandística del marxismo burocrático y el pensamiento contra-hegemónico presente en diferentes escritos de Marx. Arendt, a diferencia de quienes utilizan su nombre para fines de construir aparatos, organismos y dispositivos de propaganda contra los proyectos de izquierda, encontró finalmente que las pinceladas finas no pueden asimilarse a los pensamientos de brocha gruesa, pues la ultraderecha fascista (Mussolini, Franco, Hitler o Pinochet) se caracteriza por su bajo vuelo intelectual, como podemos analizar en las siguiente palabras de Hitler:
“La socialdemocracia teme menos a un hombre de genio, impotente y falto de carácter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque huérfano de vuelo intelectual. Esta es una táctica que responde al preciso cálculo de todas las debilidades humanas y que tiene que conducir casi matemáticamente al éxito, si es que el partido opuesto no sabe que el gas asfixiante se contrarresta sólo con el gas asfixiante. A los espíritus pusilánimes hay que recalcarles que en esto se trata del ser o del no ser.” (Hitler; Mi Lucha)
De tal manera, que el fascismo se definió abiertamente en antagonismo a las proyecciones intelectuales, morales y políticas de la obra de Marx, y es Hitler quien da cuenta de las relaciones entre el pensamiento de Marx y la democracia:
“La democracia del mundo occidental de hoy es la precursora del marxismo, el cual sería inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer término proporciona a esta peste mundial el campo de nutrición de donde la epidemia se propaga después.”
Y para muestra de las profundas afinidades electivas entre el elitismo político y el nazi-fascismo, en contraposición a la democracia de multitudes, podemos re-leer el contenido y alcance de las interrogantes de Hitler en “Mi Lucha” para intentar legitimar el principio del Führer sobre cualquier idea de participación mayoritaria en las decisiones fundamentales:
“En oposición a ese parlamentarismo democrático está la genuina democracia germánica de la libre elección del Führer, que se obliga a asumir toda la responsabilidad de sus actos. Una democracia tal no supone el voto de la mayoría para resolver cada cuestión en particular, sino llanamente la voluntad de uno solo, dispuesto a responder de sus decisiones con su propia vida y hacienda.”
Una campanada de alerta para aquellos que aun suponen que la democracia participativa y protagónica pueda siquiera deslizarse a la idea de “la voluntad de uno solo”; es decir, a una autocracia cualquiera. Pues el nazi-fascismo desconfía sobremanera de la capacidad de autogobierno y autodeterminación colectiva de la “inmensa mayoría” como llamó Marx en el Manifiesto Comunista: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.”
XV.- PARA LUCHAR CONTRA EL FASCISMO HAY QUE DESPRENDERSE DEL MARXISMO DESPÓTICO-BUROCRÁTICO:
El tránsito de las ideas de Marx (e incluso Engels) a la social-democracia revolucionaria alemana y luego al “marxismo revolucionario” de Lenin, hasta llegar al “marxismo-leninismo” de cuño estalinista no puede interpretarse como una continuidad sin contradicciones, heterogeneidades y profundas tensiones (xxi).
De manera que el “marxismo revolucionario” terminó confundiéndose con el llamado “marxismo-leninismo”, desdibujando el “pensamiento crítico marxiano”, pensamiento crítico y revolucionario que es preciso abordar en su ámbito específico de validez, legitimidad y vigencia a pesar de las voces de sus detractores de derecha y de sus supuestos continuadores de izquierda (xxii). Allí cabe la vigencia de la distinción de Ludovico Silva entre marxismo, marxología y pensamiento marxiano.
A medidas que los estudios a profundidad sobre la obra abierta y crítica de Marx avanzaban, en la misma medida retrocedía la escatología discursiva que confundía los planteamientos de Marx con la teoría de Lenin o de Stalin. No sólo se trataba de que en gran medida la obra abierta de Marx fue ignorada por Lenin o Stalin (Manuscritos económico-filosóficos, la ideología alemana, los Grundrisse, etc); sino que incluso, hoy es posible constatar las diferencias en aspectos claves de interpretación del método dialéctico, en la concepción materialista de la historia, en la matriz epistemológica, en la política entre el propio Marx y sus “fieles continuadores” (xxiii).
Minimizar estas diferencias ha sido parte de una actitud conservadora con relación a la tradición marxista, que ha planteado la necesidad de proteger una suerte de “gran código maestro” en función de intereses doctrinarios del marxismo vulgar, en vez de asumir que en el pensamiento propio de Marx existen momentos distintos, tensiones, multiplicidades, heterogeneidades y un desarrollo que no comporta ni una unidad homogénea ni una dirección única, que la totalización del pensamiento de Marx es mucho más abierta que la presentación de una doctrina cerrada, simplificada y fosilizada por planteamientos dogmáticos y sectarios.
Por eso re-afirmamos la significación de una interpretación abierta y crítica de Marx para unateoría critica anticapitalista, buscando problemáticas y temas aún vigentes; y no certezas para alimentar un dogma que organice una sociedad de discurso, una capilla ideológica o una secta.
Hoy sabemos que la obra crítica y abierta de Marx desborda (en muchos aspectos contradice) la interpretación hegemónica de sus escritos por parte de la dirigencia política de la revolución rusa en diferentes períodos, en especial en el período de la hegemonía estalinista (xxiv).
Este índice puede apuntar a un hecho políticamente irrelevante, si no fuera porque la difusión, asimilación y acomodación en el llamado “Tercer Mundo” (y en especial, en las experiencias de los nacionalismos revolucionarios en América latina y el Caribe) del “marxismo” no estuviese decisivamente troquelada por el debate ideológico de la dirección intelectual, moral y política de la Revolución Rusa al menos hasta 1930, cuando ya se había consolidado la hegemonía estalinista en el interior del cuadro de mando bolchevique. ¿Cuáles condiciones permitieron la consolidación y diseminación de esa escatología estalinista (marxismo-leninismo ortodoxo) en “Nuestra América”? (xxv).
Las ideas, valores y discursos para ser transformadas en fuerzas materiales requieren además de su producción de actos de sentido y significación, de la intervención de aparatos hegemónicos y dispositivos de poder que se constituyen en los soportes materiales del control ideológico y discursivoen las sociedades. Partidos políticos, medios de difusión, editoriales, imprentas, asociaciones, gremios y sindicatos conformaron una compleja malla organizativa donde las ideas de Marx fueron recibidas, tomaron soporte, fueron parafraseadas constituyendo todo un circuito de generación, circulación y recepción de sus discursos y textos para adquirir el estatuto de una doctrina, una concepción del mundo, un método de interpretación de la realidad social.
La historia de la recepción e interpretación de los textos y discursos de Marx en Nuestra América a finales del siglo XIX y principios del siglo XX permite conocer cuáles de éstos circularon con mayor relevancia, en cuáles espacios sociales, a partir de cuáles promotores y con cuáles efectos (xxvi).
El “marxismo latinoamericano” es el resultado de esta compleja interrelación de recepciones, interpretaciones, difusiones, circulaciones, apropiaciones y recreaciones en un clima de polémica, pues ante el pensamiento de Marx se enarbolaron reacciones, mecanismos defensivos, resistencias, censuras, ataques y desfiguraciones.
No puede comprenderse la llegada del marxismo a tierras nuestro-americanas, sin el contrapunto de voces reaccionarias, de ataques conservadores, de campañas anticomunistas, de distorsiones y relecturas de todo tipo. Pero a los dispositivos de defensa de las clases dominante, cabe añadir, la historia interna de las luchas por hegemonizar la interpretación del pensamiento de Marx.
Por tanto, rastrear la historia de las ideas socialistas y comunistas en nuestra América, no es tan sencillo en su contraste con las ideas de Marx: ¿Con cuál Marx las contrastamos? Es posible comprender entonces, como las voces del marxismo crítico y revolucionario se transfiguraron en una constelación de “marxismos de derecha” (xxvii) generando efectos desastrosos, sobremanera en la formación ideológica de izquierda de Nuestra América, donde la interpretación hegemónica del estalinismo hizo sus peores estragos, apoyándose para ello en el papel de la línea teórica oficial de los aparatos políticos comunistas Latinoamericanos y Caribeños.
El marxismo vulgarizado y el marxismo ortodoxo fueron los ejemplares más comunes en las lecturas, que a favor y en contra, se hicieron bajo la seña de Carlos Marx, sobre todo si a esto le agregamos el determinante dato que algunas de las obras de Marx fueron desconocidas incluso por quienes se declaraban “marxistas” tanto en Alemania como en la Rusia de entonces.
Basta recordar la desconfianza inicial de Riazanov, por ejemplo, sobre la autenticidad de algunos textos de Marx que logro ir recopilando, que no formaban parte de “canon inicial”, y que se referían a algunos de los textos que marcarán una nueva oleada de estudios sobre la obra abierta, crítica e inconclusa de Marx como “La Ideología Alemana”, los “Manuscritos Económico-Filosóficos” o los que a la postre serán considerados como los “Grundrisse”: “Elementos fundamentales de la crítica a la economía política”.
De manera que si algo podemos afirmar hoy es que el “marxismo” de la socialdemocracia alemana o el marxismo ruso era un “marxismo truncado o amputado”; y sobre este “marxismo trunco” se construyeron las operaciones de desciframiento y reinterpretación que dieron paso al “marxismo ortodoxo” de los aparatos de izquierda marxista latinoamericanos.
XVI.- EL FASCISMO SE DISFRAZARÁ DE POPULISMO DEMOCRÁTICO PARA COMBATIR AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI:
En conclusión, históricamente el fascismo ha sido una respuesta organizada del Capital contra la revolución democrática y socialista, utilizando para ello una “masa crítica” disponible que articula una estructura de carácter reaccionario, con una composición social y de clases amalgamada por una dirección política populista, en confrontación con la izquierda política y social; es por tanto, un movimiento reaccionario conducido por elementos específicos de los sectores medios engranados a los intereses del Gran Capital, cuyo proyecto implica una restauración de la función de mando capitalista que reproduce un sistema de dominación y explotación jerárquico contra los trabajadores y la multitud popular.
De manera, que es conveniente releer como en la “sabiduría” de Hitler, éste se inclinaba por el carácter de la “fuerza natural” (aunque huérfano de vuelo intelectual) para señalar que “el gas asfixiante se contrarresta sólo con el gas asfixiante”, pues se trata “del ser o del no ser”. Para Hitler, la lucha es cuestión de identidades y de fuerza compacta, no de diferencias y transformaciones. Para Hitler (como para gran parte de la derecha ultraconservadora) las polémicas entre Heráclito, Parménides o los Sofistas eran disipadas por un “saber callejero”, pues para luchar existencialmente contra el gas asfixiante se requiere una fuerza de igual naturaleza; en fin, “fuerza bruta” contra “fuerza bruta”.
En esa apología del llamado a la fuerza bruta del fascismo y el nazismo, obviamente, se requerían los gestos de los ojos desorbitados y otros síntomas corporales que Wilheim Reich llego a analizar como posturas de una específica “coraza de carácter social” que se manifiesta en la siguiente función enunciativa:
“La doctrina judía del marxismo rechaza el principio aristocrático de la Naturaleza y coloca en lugar del privilegio eterno de la fuerza y del vigor, la masa numérica y su peso muerto. Niega así en el hombre el mérito individual e impugna la importancia del nacionalismo y de la raza abrogándose con esto a la humanidad la base de su existencia y de su cultura. Esa doctrina, como fundamento del universo, conduciría fatalmente al fin de todo orden natural concebible por la mente humana. Y del mismo modo que la aplicación de una ley semejante en la mecánica del organismo más grande que conocemos, provocaría el caos, sobre la tierra no significaría otra cosa que la desaparición de sus habitantes.” (Mi Lucha)
Así, el discurso de Hitler se construye con base a oposiciones bastante simples entre el principio aristocrático (la fuerza y el vigor) y la masa (el número y el peso muerto), entre el principio de la “raza y el nacionalismo” en contraposición al principio de “humanidad”, destacando el bajo vuelo intelectual que nos lleva a desentrañar los misterios del “orden natural” concebible por la mente humana: “el privilegio eterno de la fuerza y del vigor”. Obviamente Hitler diseminaba los prejuicios luego refinados por Leo Strauss, Pareto o Gentile para consumo de camarillas académicas o elites intelectuales.
De manera, que en esencia, el fascismo tiene mucho que ver con un desprecio por el principio democrático, más aún por el vínculo que puede establecerse entre el pensamiento crítico marxiano y la concepción del mundo social propia de la democracia:
“Hasta la edad de los 17 años la palabra “marxismo” no me era familiar, y los términos “socialdemocracia” y “socialismo” me parecían ser idénticos. Fue necesario que el destino obrase también sobre este concepto aquí abriéndome los ojos ante un engaño tan inaudito para la humanidad. Si antes había yo conocido el partido socialdemócrata sólo como espectador en algunos de sus mítines, sin penetrar no obstante en la mentalidad de sus adeptos o en la esencia de sus doctrinas, bruscamente debía entonces ponerme en contacto con los productos de aquella “ideología”. Y lo que quizás después de decenios hubiese ocurrido, se realizó en el curso de pocos meses, permitiéndome comprender que bajo la apariencia de virtud social y amor al prójimo se escondía una pobredumbre de la cual ojalá la humanidad libre a la tierra cuanto antes, porque de lo contrario posiblemente sería la propia humanidad la que de la tierra desapareciese.”
Era necesario entonces, que la virtud social y el amor del prójimo desaparecieran del léxico político, pues el anti-marxismo y la anti-democracia-social encarnarían una “lucha existencial” para salvar a la humanidad de “la pobredumbre”, pues Hitler pudo penetrar en sus causas finales:
“Nuevamente comencé a asimilar conocimientos y llegué a penetrar el contenido de la obra del judío Karl Marx en el curso de su vida. Su libro “El Capital” empezó a hacérseme comprensible y asimismo, la lucha de la socialdemocracia contra la economía nacional, lucha que no persigue otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo internacional.”
Por si fuera poco, en la textura práctico-discursiva de Hitler se fueron tejiendo los hilos enunciativos y las energías pulsionales de un “nacionalismo excluyente”, junto con el antisemitismo y el anti-marxismo para ir conformando las premisas raciales (las “energías primordiales de la raza”) del llamado “nacional-socialismo” en antagonismo a la “socialdemocracia marxista”:
“La concepción política corriente en nuestros días, descansa generalmente sobre la errónea creencia de que, sin bien se le pueden atribuir al Estado energías creadoras y conformadoras de la cultura, el mismo, en cambio, nada tiene de común con premisas raciales, sino que podría ser más bien considerado como un producto de necesidades económicas o, en el mejor de los casos, el resultado natural del juego de fuerzas políticas. Este criterio, desarrollado lógica y consecuentemente, conduce no sólo al desconocimiento de energías primordiales de la raza, sino también a una deficiente valoración de la persona, ya que la negación de la diversidad de razas, en lo tocante a sus aptitudes generadoras de cultura, hace que ese error capital tenga necesariamente que influir también en la apreciación del individuo. Aceptar la hipótesis de la igualdad de razas, significaría proclamar la igualdad de los pueblos y consiguientemente la de los individuos. Según eso, el marxismo internacional no es más que una noción hace tiempo existente y a la cual le dio el judío Karl Marx la forma de una definida profesión de fe política. Sin la previa existencia de ese emponzoñamiento de carácter general, jamás habría sido posible el asombroso éxito político de esa doctrina. Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente envilecida, los elementos esenciales del veneno social, y supo reunirlos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada para poder destruir así con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia raza.”
De manera, que Hitler repitió lo que toda derecha repite para atacar a las izquierdas marxistas: “Aceptar la hipótesis de la igualdad de razas, significaría proclamar la igualdad de los pueblos y consiguientemente la de los individuos.” ¿Dijo usted igualdad de los pueblos, razas y los individuos?
También Pinochet utilizó la metáforas organicistas para luchar contra el “veneno social” del comunismo, considerando a los “marxistas” como agentes de la “magia negra”, producto de la ponzoña del judío Karl Marx, atacando desde el prejuicio aristocrático de la “minoría selecta” al prejuicio democrático de la “igualdad de razas, pueblos e individuos”.
Para el racismo y el nacionalismo excluyente, no se trata de diferencias ni de diversidades, sino de desigualdades de carácter: unos arriba, mandando, otros abajo, obedeciendo. Y para asegurar que este orden natural se imponga, nada mejor que la calle: “Tenemos que enseñarle al marxismo que el futuro dueño de la calle ha de ser el nacionalsocialismo, que un día será también el dueño del Estado.” (Mi Lucha)
Obviamente para tal tarea: “Una comunidad humana, reúne las características de hallarse bien organizada, si sabe fomentar del mejor modo posible las fuerzas creadoras del hombre y utilizarlas provechosamente en servicio de la comunidad. Deberá encarnar la aspiración de colocar cabezas por encima de la masa y hacer que, consiguientemente, ésta se subordine a aquéllas.” (Mi Lucha)
Es decir: “El Estado nada tiene que ver con un criterio económico determinado o con un proceso de desarrollo económico. Tampoco constituye una reunión de gestores financieros económicos en un campo de actividad con límites definidos que tiende a la realización de cometidos económicos, sino que es la organización de una comunidad de seres moral y físicamente homogéneos, con el objeto de mejorar las condiciones de conservación de su raza y así cumplir la misión que a esta le tiene señalada la Providencia. Esto y no otra cosa significan la finalidad y la razón de ser de un Estado.”
La Providencia, el Destino, los ideales que actuaron como imperativos del superyó, la voluntad de poder para llevar el fascismo, ahora como nacional-socialismo, a realizar la misión de organizar una comunidad de seres moral y físicamente superiores:
“Es un hecho que, cuando en una nación, con una finalidad común, un determinado contingente de máximas energías se segrega definitivamente del conjunto inerte de la gran masa, esos elementos de selección llegarán a exaltarse a la categoría de dirigentes del resto. Las minorías hacen la historia del mundo, toda vez que ellas encarnan, en su minoría numérica, una mayoría de voluntad y de entereza.”
En fin, se trata de dar paso a la formación paulatina de una selección del “elemento Führer”; del líder selecto que encarna la voluntad y fuerza de carácter, como guía del pueblo espiritual, política y militarmente. No hay selección natural y darwiniana de los más aptos, si el resultado no da lugar al Führerprinzip, traducido como principio de autoridad, principio de la supremacía del jefe, "caudillo”, y "obediencia absoluta".
De esta manera, el elitismo político (derivado desde las seminales ideas de Platón) nos permite llegar a la genealogía del totalitarismo, de allí que Arendt finalizara sus estudios de manera cada vez más dubitativa con relación a la identificación de Marx con el totalitarismo, pues una cosa fue Marx y otra la construcción deliberada de una ideología de partido único para fines de legitimación de una minoría selecta con derecho natural a desconocer mandamientos como: “no matarás”, “amar al prójimo como a sí mismo” o comprender al otro como una persona con “igual dignidad”.
XVII.- CONTRA LA AMENAZA DE LA BARBARIE FASCISTA, CONSTRUIR LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA Y SOCIALISTA:
La utopía marxiana de la emancipación del género humano choca frontalmente con el nacionalismo disociador y excluyente, que intenta fundar en el fascismo la encarnación de una “comunidad para muerte”. El universo de discurso burgués, por su parte, ha mostrado un recurrente deseo de desprestigiar a todo tipo de socialismo, asimilándolo al autoritarismo neo-estalinista; es decir, para confundir el proyecto de democracia socialista como horizonte abierto de las luchas por la democracia participativa, deliberativa, social y radical con el despotismo burocrático presente en el sistema soviético luego de la entronización definitiva del estalinismo posterior a la muerte de Lenin.
De manera que en contraposición al fascismo y a cualquier degeneración burocrático despótica del socialismo, el pensamiento contra-hegemónico requiere de conocimiento histórico y teórico, pues es falso que se pueda avanzar en la dirección correcta despreciando las tareas de formación de la subjetividad histórica y teórica en las multitudes populares, pues sin autogestión formativa para la praxis, no hay ni interpretación viable ni una movilización adecuada de las fuerzas que intervienen en un proceso revolucionario por la construcción de la democracia socialista.
No puede desarrollarse la potencia del nuevo socialismo democrático radical donde impera un nacionalismo excluyente, el autoritarismo, el centralismo, la dictadura del líder, las políticas de ciega movilización, el terror de reglas disciplinarias, la dinámica mecanicista, la incapacidad para socializar los medios de producción material, medios políticos y simbólicos, pues todas estas características esenciales son del fascismo. Frente al fascismo hay que luchar por la democracia participativa y socialista.
Este nuevo tipo de democracia no es una quimera: La Comuna de 1871 fue el primer intento de su aplicación, como Marx y Lenin lo registraron de manera magistral, aunque este último experimentó todas las contradicciones de su aplicación. Los soviets rusos desde 1905 hasta 1917 presentaron el modelo para el mundo de una manera inolvidable. Desde entonces, la democracia socialista pasó por un eclipse prolongado en las experiencias estalinistas y en el socialismo burocrático del siglo XX. Este eclipse coincidió con el auge del fascismo.
El error básico de las transiciones al socialismo sigue siendo este: olvidar que la democracia socialista es una superación efectiva de la democracia liberal, no una regresión histórica a una cultura política y formas de gobierno despóticas y burocráticas.
Más que beber en las fuentes autoritarias y burocráticas de las experiencias históricas y de los pensamientos hegemónicos de la izquierda que dominaron las construcciones socialistas reales del siglo XX, las nuevas generaciones deben excavar en profundidad cuáles fueron las condiciones, las pasiones y las razones por las cuales la democracia participativa y socialista no pudo convertirse en una alternativa y una contención efectiva del fascismo. De este modo, podrá recuperarse la verdadera veta libertaria de la democracia socialista y el legado de Marx como pensador contra-hegemónico.
NOTAS:
ii Simona Forti: Totalitarismo. Trayectoria de una idea límite. 2008
iii https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_Fr%C3%ADa
v “Por muy actual y poderoso que sea en muchos países, el viejo fascismo ya no es el problema de nuestro tiempo. Se está instalando un neo-fascismo en comparación con el cual el antiguo quedará reducida a una forma folklórica (…) en lugar de ser una política y una economía de guerra, el neofascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una paz no menos terrible, con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos micro-fascistas encargados de sofocar el menor gesto, la menor cosa o la menor palabra discordante en nuestras calles, en nuestros barrios y hasta en nuestras universidades”. Deleuze, febrero de 1977.
vi “Estamos en una situación complicada, precisamente porque estamos frente a un nuevo autoritarismo, un autoritarismo que se transfirió desde el Estado a la propia sociedad civil. Para mí, esta es una idea nueva que tenemos que enfrentar, una idea de fascismo social. Vivimos hoy en sociedades políticamente democráticas y socialmente fascistas. Por ello nuestras luchas tienen que ser de tipo antifascista y tenemos que buscar el fascismo allí donde esté. No necesariamente en el Estado, pues ese mismo Estado democrático actúa a veces en forma democrática, en las llamadas áreas civilizadas de la sociedad, a veces en forma fascista, en las áreas salvajes de la sociedad, contra los campesinos sin tierra, contra los marginales de este mundo.” Boaventura de Sousa Santos: El aprender de Génova.
vii Henri Lefebvre: La vida cotidiana en el mundo moderno.
viii Boaventura da Sousa Santos, Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho. Trotta, Madrid, 2009, pp. 560-563.
ix http://www.fundanin.org/boetie.htm
x “Neumann logró su reputación académica entre los estudiosos de América con la publicación deBehemoth: La estructura y la práctica del Nacional Socialismo en 1942. Su teoría mantenía que la función del Nacional Socialismo es la de una continua lucha entre los núcleos de poder unidos solamente por su odio hacia el movimiento obrero, y que, en consecuencia, la Alemania nazi carecía de un estado en el sentido político orientado a la prevalencia del orden y la previsibilidad. A pesar de las opiniones contrarias acerca de su tesis, sus ricas fuentes de documentación empírica permitieron su reconocimiento mundial. Este libro influyó mucho en el sociólogo C. Wright Mills,quién alegó que Behemoth le dio las "herramientas para comprender y analizar toda la estructura total y como una advertencia de lo que podría suceder en una democracia moderna capitalista", como más tarde explicó en su estudio de la élite del poder en los Estados Unidos.” Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Franz_Neumann
xi http://www.marxists.org/espanol/nin/1937/concepcion_marxista_del_poder.htm
xiv http://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_sobre_Roma
xv Tomamos estas referencias teóricas de la investigación de Philippe Bourrinet en: http://www.fundanin.org/bourrinet1.htm