Rectora insigne: ¿Que significa "Acateremos"?
Javier Biardeau R.
“Ni en su forma medieval ni en su forma moderna ha dispuesto la Universidad de su autonomía absoluta y de las condiciones rigurosas de su unidad. Durante más de ocho siglos, «universidad» habrá sido el nombre dado por nuestra sociedad a una especie de cuerpo suplementario que ha querido a la vez proyectar fuera de sí misma y conservar celosamente en sí misma, emancipar y controlar. Por ambas razones, se supone que la Universidad representa la sociedad. Y, en cierto modo, también lo ha hecho, ha reproducido su escenografía, sus metas, sus conflictos, sus contradicciones, su juego y sus diferencias y, asimismo, el deseo de concentración orgánica en un solo cuerpo. El lenguaje organicista va siempre asociado al lenguaje «técnico-industrial» en el discurso moderno sobre la Universidad. Pero, con la relativa autonomía de un dispositivo técnico, incluso de una máquina y de un cuerpo pro-tético, este artefacto universitario no ha reflejado la sociedad más que concediéndole la oportunidad de la reflexión, es decir también de la disociación. El tiempo de la reflexión, aquí, no significa sólo que el ritmo interno del dispositivo universitario es relativamente independiente del tiempo social y reduce la urgencia de la entrega, le asegura una libertad de juego grande y valiosa. Un lugar vacío para la oportunidad. La invaginación de un bolsillo interior. El tiempo de la reflexión es, asimismo, la oportunidad de una vuelta sobre las condiciones mismas de la reflexión, en todos los sentidos del término, como si con ayuda de un nuevo aparato óptico se pudiera por fin ver la vista, no sólo el paisaje natural, la ciudad, el puente y el abismo, sino también «telecopar» la vista.” (Derrida; Las pupilas de la Universidad. El principio de razón y la idea de la Universidad).
Para debatir una noción histórica tan problemática como la de “Autonomía Universitaria”, no hay que restringir exclusivamente el debate a una memoria histórica de corto vuelo, a una suerte de tradición parroquial (el debate sobre autonomía-sometimiento, Universidad-Estado, en la Venezuela “moderna”), ni a los clivajes amañados del capitalismo y el socialismo en clave de vulgarización ideológica y de coyuntura inmediata.
Hay que ejercer un debate inédito. Excavar a fondo las relaciones entre despotismo y libertad, entre autoritarismo y democracia, entre la superstición y la ilustración, en sociedades que siguen oscilando entre proyectos de modernización capitalista, dependientes y reflejos y proyectos de autoafirmación colectiva, de racionalidad histórica selectiva, por vías que rememoran lo que el antropólogo nuestro-americano Darcy Riberiro denominó: o la “actualización histórica” (la “profundización de la dependencia intelectual y cultural”), ó la “aceleración evolutiva”, una apropiación de las revoluciones científico-técnicas, de las reformas intelectuales y morales (como planteó Gramsci), de los cambios y mutaciones de paradigmas, partiendo de la construcción de la identidad propia, como dice aquella metáfora: "caminar con pies propios".
Y más allá de estos términos, hay que evaluar la posibilidad efectiva de autodeterminación colectiva de una sociedad que se reconoce como multiétnica y pluri-cultural, lo cual implica interrogarse si esta dispuesta a problematizar su capacidad selectiva de auto-reflexión crítica como sociedad y nación, de superar el coloniaje intelectual y la llamada "cultura académica" dogmática, doctrinaria y repetitiva, para no recaer en proyectos que mimetizan servilmente los patrones culturales, intelectuales y tecno-científicos de los centros hegemónicos.
Y sobre todo, hay que abordar el espinoso asunto de la crisis de la modernidad y de la civilización tecno-científica a ella asociada, explorar en este contexto los asuntos de la posmodernidad, la colonialidad y la liberación; y sobre todo colocar en la mesa, el estatuto de los “saberes, conocimientos y la información” en estas coordenadas de debate político-cultural, colocarlos a tono con una reinvención del imaginario crítico socialista que merece ser pensado como democracia sin fín, para revisitar un nuevo giro crítico sobre la misma ilustración nacida de las entrañas de la modernidad euro-céntrica.
Reconocer además, nuestros proyectos históricos tras las máscaras de la servil imitación a grandes narrativas ideológicas del sistema-mundo moderno (conservadores, liberales y radicales), y a su re-empaquetamiento como “democracia gobernable”. Pues el debate no es entre una democracia encorcetada por Washington, o un revival del estalinismo tropical.
Esta “democracia gobernable”, es el modelo funcional a los intereses globales de los “capataces del Pentágono”, que nos han dominado y constituido como “sujetos universitarios”; muchas veces como simples mandarines-repetidores de guiones, denominados “competencias argumentativas, humanísticas y tecno-científicas”, “formadores de cuadros científicos y técnicos” al servicio… ¿de qué o quiénes?; pero que no dejan de ser síntoma de profundos fenómenos de simulacro intelectual, científico y cultural. Ahora bién, una revolución socialista cuando es una revolución democrática, y una profunda mutación intelectual y moral, no se reduce al cliche de los manuales de "comunismo científico". Si fuera así estaríamos atrapados entre dos barbaries.
La pregunta central es si en las universidades existe hoy, lo que Derrida ha denominado, “comunidades de pensamiento” capaces de repensar sus fundamentos, justificaciones, finalidades y responsabilidades de este espacio para la la crítica radical, para la deconstrucción del principio de racionalidad hegemónico si prefieren y para evaluar su papel en la transformación social en curso (Las pupilas de la Universidad. El principio de razón y la idea de Universidad). http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/universidad.htm).
Es decir, si existe o no capacidad de hundir el tiempo de debate sobre las potencialidades y responsabilidades de la “educación universitaria” para lograr estilos pueblo-céntricos (Varsavsky) de “desarrollo humano integral, sustentables y sostenibles”; y no solo convertirlas en espacios de transferencia de “enlatados” intelectuales, humanísticos, científicos o técnicos, funcionales a los sistemas de poder y de dinero (El economista brasileño Celso Furtado hablaba de creatividad o dependencia), que bloquean la apropiación crítica, reflexiva y creativa de lo que la UNESCO ha llamado: “aprender a ser, a pensar, a aprender y a convivir” en un mundo de complejidad, conflictos, riesgos e incertidumbres.
Si es así, habrá valido la pena un tiempo de reflexión, un intervalo para el ejercicio crítico de un clima de deliberación rigurosamente sustentada, más allá de la vorágine de una estupidez proporcionalmente repartida entre los llamados "radicales" de lado y lado, de los vociferantes y su artillería de estereotipos simplificadores. Una transformación universitaria es mucho más que consignas, es el tiempo de repensar el propio pensamiento, conocer el conocimiento, agotar sus fundamentos hasta llegar hasta sus aporías y decisiones que se convierten en habitus incuestionables.
Entonces el tiempo de la reflexión es también otro tiempo, heterogéneo con respecto a aquello que refleja y proporciona, quizá, el tiempo de lo que llama a y se llama “el pensamiento”. Es la oportunidad de un acontecimiento del que no se sabe si, presentándose en la Universidad, pertenece a la historia de la Universidad. La oportunidad de este acontecimiento es la oportunidad de un instante, de un parpadeo, en un período de «crisis», pudiera ser de aceleración de la decadencia o de renovación profunda, para querer conservar incluso la oportunidad del porvenir de lo que aún no tiene y aún no está. ¿Será posible el tiempo de reflexión y debate, más allá de la artillería de las consignas?
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