Javier Biardeau R.
Se ha planteado el espacio de posibilidad para una política democrática con P mayúscula. La “política” con P mayúscula pasa aparentemente por un espacio ético no sólo del discurso, sino de la actuación responsable ante el otro.
No queda definida por Spengler (política=“continuación de la guerra con medios espirituales”, “guerra sin armas”), por Luddendorf ("la política debe servir a la guerra"), por Mao ("La política es guerra sin derramamiento de sangre y la guerra es política con derramamiento de sangre"), y más cercano a los debates post-68, por Foucault ("la política es la continuación de la guerra por otros medios").
Podría comenzarse descartando la subordinación de la Política a la lógica de la guerra, reconocer al otro sin necesidad de desconocer los conflictos y antagonismos.
No se trata de una trasnochada apología al pluralismo liberal (Rawls), al dialogo de los que comparten los mismos prejuicios (Habermas), ni a la tolerancia represiva (Marcuse). Hay diferencias, hay alteridades, si; pero hay conflictos y antagonismos, hay relaciones de fuerza que pasan por reconocer las matrices del poder, que apuntan directamente a fenómenos de explotación, coerción, hegemonía ideológica, negación cultural, desigualdades y exclusiones sociales.
En estas violencias estructurales se incuban los ejes del conflicto. No es pura palabra y texto. Los conflictos exigen de un pluralismo agonístico.
Entre el espacio de racionalidad que supone que la confrontación no existe, que sólo hay conversación entre “iguales” (que no son efectivamente “ni iguales ni libres”), y la lógica de la guerra (aniquilación coactiva del enemigo), hay mucho espacio para canalizar las pasiones democráticas de una política con P mayúscula. Este espacio requiere consolidar una cultura para la polémica democrática.
Tanto la derecha histérica, nostálgica de las fronteras ideológicas de la guerra fría (con su cacareado anticomunismo), como la izquierda cavernaria, con su culto a la mitología del socialismo real, a los símbolos y liturgias del “gran timonel”, el heroísmo del “vanguardismo guerrillero” y los “libros rojos”, manifiestan un gran déficit de pasión democrática. Allí residen reflejos condicionados para una política como lógica de guerra, con la apología “amigo-enemigo”.
La estrategia socialista como revolución democrática permanente, reconoce que hay antagonismos no procesados democráticamente, que podemos derivar en el pathos de la “guerra civil”; reconoce nostalgias por los despotismos, por los arcanos del dogmatismo y del monolitismo ideológico.
Ni la ultra-derecha ni la ultra-izquierda pueden ser portadoras leales de la pasión democrática, porque su nostalgia es por marcadores absolutos de certeza. Sus prejuicios no son perspectivas falibles y limitadas; sino dogmas, creencias fijas y consignas congeladas. Su política idiotiza porque parten de la propaganda bancaria, como “bombardeo ideológico”, al mejor estilo de Goebbels. Reducen la política a “barbarie”, a política instrumental con p minúscula, a conflictos de intereses inamovibles.
Su realismo político no supera el elemental “quítate tú pa´ ponerme yo” ó el “a plomo limpio”. No hay cultivo de la pasión por la diferencia democrática, por los matices que enriquecen, por una “reforma intelectual y moral” (Gramsci); sino monotonía ideológica, frases estereotipadas, empobrecimiento del cuerpo y la palabra.
La ilusión del absolutismo ideológico recorre a algunos espíritus. Habitan las ruínas de los integrismos propios de la modernidad periférica. Han quedado atrapados en la “guerra de religiones”, con todas las intolerancias propias del sectarismo.
La Política con P mayúscula exige cálculo estratégico, pero cuidado si se hace ciega de prudencia y vacía de contenido ético, estético, afectivo, de pasión meta-política.
Quien no reflexiona sobre la política con P mayúscula, recae en la simple voluntad de dominio, como medio y como fin. No es lo mismo una tierra arrasada, que la construcción de un País.
Para lo primero sirve la “guerra relámpago” con tanques nazis o el “heroísmo” de los batallones rusos.
Para lo segundo, se requiere la construcción democrática de una voluntad colectiva apasionada, que supere las taras de las miserias del mundo (Bourdieu), la Dependencia (Celso Furtado) y la exclusión.
Sin cultura democrática, dominará la tierra arrasada. No habrá entonces País.
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