Javier Biardeau R.
El presidente Nicolás Maduro,
ha asegurado “que el gobierno venezolano debe ser una gran alianza popular,
donde todos y todas estén comprometidos por el bienestar y desarrollo de la
nación”. Vistas así las cosas, quienes creemos en las ideas y valores de izquierda
bolivariana y en el legado revolucionario anticapitalista que fue estableciendo
Chávez a partir del año 2004, no podríamos estar en desacuerdo.
Sin embargo, el olvido de una
larga historia de polémicas entre comunistas, socialistas, socialdemócratas,
progresistas y populistas coloca a estas palabras en el cuadro de una
clarificación de programas políticos e ideológicos.
Es en este contexto, donde
debemos analizar la reciente polémica de Toby Valderrama y el equipo político
de “Un grano de maíz” frente a maduro y la dirección de las políticas del alto
gobierno (http://ungranodemaiz.blogspot.com/2013/06/respuesta-del-grano-al-presidente.html):
“¿Qué hemos dicho? Lo que
alertó el Che: "Con las armas melladas del capitalismo no se puede
construir el Socialismo". "Al imperio no creerle ni tantico
así". Lo que dijo Fidel: "En la Revolución no se puede
construir conciencia a partir de la riqueza, sino riqueza a partir de la
conciencia", repetir sus consejos a Correa: "Dure lo que
dure la azarosa historia de nuestra especie, nadie podrá demostrar nunca que
los burdos intereses materiales serán capaces de crear ciudadanos más virtuosos
y honestos." Lo que dijo Marx: "Un sistema de
producción que no reproduzca las condiciones de esa producción no durará dos
años."
¿Qué hemos dicho? China es un
capitalismo bestial, no es ejemplo para la Revolución mundial, ni para la
nuestra, al contrario, es su enemiga. Hemos hablado de los acuerdos con
Mendoza, afirmamos que él, Santos y Capriles son todos caimanes del mismo
capitalismo. Hemos alertado que el camino de la debilidad con el enemigo
oligarca es el camino al fascismo.”
Ante este tipo de posición
ideológica y política, que por cierto recuerda la de un militante
revolucionario muchas veces olvidado como el cubano y militante revolucionario
Julio Antonio Mella, en su clásica crítica al populismo del APRA (¿Qué es el
ARPA?), es preciso reafirmar que el asunto que se debate no debe convertirse en
descalificaciones personales, sino en la profundización de líneas políticas y
programáticas en el campo de la revolución bolivariana.
La postura del “grano de maíz”
es coherente con su reivindicación del legado revolucionario del Che y de la
Revolución Cubana, y no cabe duda, que puede irritar a quienes consideran que
no es momento conveniente para una crítica de este calibre en las actuales
condiciones políticas de la revolución bolivariana. Ellos con acierto,
responden: “Y si no es ahora, entonces ¿Cuándo?”
Este debate, por cierto,
presenta ciertos paralelismos y analogías con los controversias presentes en la
alta dirección política de la revolución rusa luego de la muerte de Lenin, con
la diferencia que en Venezuela muy pocos dirigentes de la revolución
bolivariana podrían calzar las botas ideológicas de personajes como Bujarin, Trotsky,
Zinoniev, Kamenev, o incluso Stalin.
En Venezuela abundan en vez de
Bolcheviques e incluso Mencheviques, fundamentalmente Chequeviches; es decir,
personajes que se mueven bajo la órbita de la ambición por la captura y
apropiación de la renta petrolera, lo que el historiador marxista venezolano
Luis Brito Figueroa denominó: la acumulación delictiva de capital.
Luego de la partida física de
Chávez, la izquierda bolivariana y revolucionaria ha quedado descolocada y en
franca debilidad en los cuadros de alta dirección del gobierno, lo que ha
llevado a un posicionamiento cada vez más visible de la “moderación” y del
“pacto”; es decir, de los sectores reformistas-desarrollistas en el seno de la
dirección del proceso, hasta el punto de hablarse de social-democratización o
adequización de la revolución bolivariana.
Estos gestos muestra obviamente
una distancia con el discurso de Chávez en el llamado “Golpe de Timón”. Allí
Chávez asume una clara visión anticapitalista. Pero también Chávez el 8 de
diciembre dibuja el perfil de las alianzas para las tareas de la unidad y la
independencia en la revolución bolivariana:
“Venezuela ya hoy no es la
misma de hace veinte años, de hace cuarenta años. No, no, no. Tenemos un
pueblo, tenemos una Fuerza Armada, la unidad nacional. Si en algo debo insistir
en este nuevo escenario, en esta nueva batalla, en este nuevo trance —diría un
llanero por allá— bueno es en fortalecer la unidad nacional, la unidad de todas
las fuerzas populares, la unidad de todas las fuerzas revolucionarias, la
unidad de toda la Fuerza Armada, mis queridos soldados, camaradas, compañeros;
la unidad del Ejército, mi Ejército, mi amado Ejército. El Ejército, la Marina,
mi amada Marina. Digo porque los adversarios, los enemigos del país no descasan
ni descansarán en la intriga, en trata de dividir, y sobre todo aprovechando
circunstancias como estas, pues. Entonces, ¿cuál es nuestra respuesta? Unidad,
unidad y más unidad. ¡Esa debe ser nuestra divisa! Mi amada Fuerza Aérea, mi
amada Guardia Nacional, mi amada Milicia. ¡La unidad, la unidad, la unidad! El
Partido Socialista Unido de Venezuela, los partidos aliados, el Gran Polo
Patriótico, las corrientes populares revolucionarias, las corrientes
nacionalistas. ¡Unidad, unidad, unidad! ¡Unidad! Decía Bolívar: “Unámonos o la
anarquía nos devorará, sólo la unidad nos falta —dijo después, o antes había
dicho— para completar la obra de nuestra regeneración…”.
De manera que el asunto estriba
en como dirimir las tensiones internas que suponen las relaciones entre un
proyecto nacional-bolivariano y un proyecto anti-capitalista. En las actuales
circunstancias, las interrogantes, dudas e inquietudes más bien se amplifican.
La construcción de un perfil propio para Nicolás Maduro apuntala una visión del momento
político dominada por los imperativos de la gobernabilidad y de la estabilidad
luego de los resultados del 14 de abril, que no cabe duda que quebraron las
expectativas favorables del campo bolivariano. ¿Implica este resultado un
viraje hacia la “moderación”? Los interrogantes, dudas e inquietudes se
amplifican.
Podríamos recordar que luego de
la partida física de Lenin en 1924, se consolidó en la URSS la llamada teoría
del “socialismo en un solo país” como doctrina de la Internacional y la
consigna de la “dictadura democrática de obreros y campesinos” para los países
llamados coloniales y semi-coloniales. En los pensamientos de Stalin y Bujarin,
los países llamados atrasados no estaban “maduros” para el socialismo y debían
pasar por un necesario e inevitable período de desarrollo democrático-burgués.
Desde este prisma
interpretativo, la revolución latinoamericana era fundamentalmente una
revolución democrático-burguesa y por lo tanto no estaba planteada la lucha inmediata
por la revolución socialista. Luego, la “traición” del Kuomintang en China,
hizo que la caracterización de las burguesías nacionales pasara de ser calificada
como “progresistas” a ser calificadas como “contrarrevolucionarias”. El asunto
del llamado “bloque de cuatro clases” y de alianzas con sectores de la
burguesía nacional comenzó a gravitar sobre las políticas internas del propio
partido comunista.
Para el estalinismo hegemónico estaba
prohibido cometer el “pecado trotskista” de “saltar las etapas” de la
revolución. El asunto era como conducir una revolución económica burguesa bajo
la conducción de un partido revolucionario, y para el caso latinoamericano era
preciso que se consumara la revolución democrático-burguesa latinoamericana
como un mero apoyo o soporte de la revolución socialista mundial. De manera que
a lo sumo, lo que podría plantearse en América Latina eran reformas (más
profundas o menos profundas) y no revoluciones radicales.
En el contexto latinoamericano,
Julio A. Mella y José C. Mariátegui expresaron a su manera posiciones que se
contraponían a esta visión: sostenían
posturas de izquierda revolucionaria polemizando con el APRA y soterradamente
contra algunas de las tesis del llamado frentes-populares de Dimitrov en la
lucha contra el fascismo.
Tanto Mella como Mariátegui
defendían la constitución de la Liga Antiimperialista, algo muy diferente o
cualitativamente superior de las alianzas continentales contra el
neoliberalismo hegemónico que se escuchan actualmente en organismos como UNASUR
o la CELAC.
Ciertamente, vivimos otros
tiempos y otras correlaciones de fuerzas, y es en la caracterización del
presente (el análisis concreto de la situación concreta o el análisis
gramsciano de las relaciones de fuerzas) donde no se deben cometer los peores
errores de sub-estimación o sobre-estimación de las fuerzas propias y de las
fuerzas adversarias. Pero debemos recordarlo: Mella y Mariátegui realizaron una
importante labor de delimitación. El APRA había surgido en 1925 como una
propuesta de frente único del ala izquierda de los estudiantes e intelectuales
de la Reforma Universitaria y el movimiento obrero. En 1927, su principal
dirigente, Haya de la Torre, se define contra el comunismo y postula al APRA
como el “Kuomintang latinoamericano”, es decir, como un partido nacionalista
con una estrategia de conciliación de clases. ¿Es acaso el PSUV un partido
nacionalista con una estrategia de conciliación de clases? ¿Es acaso el
gobierno de Maduro un gobierno nacionalista con una estrategia de conciliación
de clases? Las interrogantes, dudas e
inquietudes se amplifican.
En aquel Perú efervescente de
los años 20-30, la “vanguardia” que había surgido del movimiento obrero de 1919
y la Reforma Universitaria y había encontrado su expresión cultural en la
revista Amauta, se divide claramente en un ala nacionalista pequeñoburguesa
(Haya de la Torre) y otra socialista que defiende el marxismo y la perspectiva
de la revolución proletaria y antiimperialista (Mariátegui). No obstante, el
aprismo como figura doctrinal del nacionalismo popular, en la misma medida que
combatía a los marxistas, se presentaba como una verdadera teoría
revolucionaria para la realidad latinoamericana:
“El aprismo niega la
posibilidad de la dictadura del proletariado que no puede ser efectiva en
países de desarrollo industrialmente incipiente y en donde la clase obrera es
rudimentaria y no ha llegado a la madurez para abolir de un solo golpe la
explotación del hombre por el hombre, imponer la justicia social, el socialismo
en una palabra. Y, en segunda instancia, aprovecha las lecciones del marxismo
cuando enfoca la realidad latinoamericana desde el ángulo de la interpretación
económica y propone la planificación de la economía y la formación de un
Estado, nuevo en su estructura, que controlen e integren a las masas
productoras, quitándole su dominio a la casta feudal-latifundista (…). No hay,
consecuentemente, oposición entre la doctrina aprista y la de Marx”.
Esta fue una operación fundante del llamado
nacionalismo “de izquierda” pero “reformista”: postular la validez de la teoría
“económica” de Marx y la invalidez de su teoría “política”, planteando así la
posibilidad de que un gobierno nacionalista (burgués) lleve adelante una
política económica “marxista”. Eso sí, sin expropiar a la burguesía ni al
imperialismo. En aquel entonces, las “nacionalizaciones de los principales
medios de producción” eran casi las políticas axiomáticas de las izquierdas
revolucionarias.
No es casual que estos debates
se repitan en Venezuela casi en los mismos términos, demostrando que las
formaciones discursivas y los guiones ideológicos son más resistentes al
tiempo, que el ciclo de vida de sus propios portadores. Esto sucede tanto en la
izquierda como en la derecha. De allí la importancia del campo ideológico en el
análisis de los llamados procesos de giro a la izquierda en América Latina:
¿Qué hay de nuevo allí?
En “Glosando los pensamientos
de Martí”, Mella establece un diálogo a partir de las ideas del prócer cubano,
con el objetivo de demostrar que la evolución histórica del capitalismo en su
fase imperialista, impide separar la lucha por la independencia nacional de la
lucha por la emancipación de la clase obrera. Para Mella, continuar la obra de
José Martí era defender la perspectiva del marxismo. Algo semejante
ocurre con cierta interpretación de la relación de Bolívar y Marx en la
revolución bolivariana. Chávez afirmó que el proyecto de la Revolución
Bolivariana en las actuales circunstancias de la crisis capitalista mundial
planteaba el dilema de Rosas Luxemburgo: O Socialismo o Barbarie. El problema
que plantea un “grano de maíz” es cuál socialismo se construye con las armas
melladas del capitalismo. Obviamente no la visión del socialismo que ellos
plantean con tanta claridad (http://ungranodemaiz.blogspot.com/2013/06/como-es-el-socialismo-domingo-02-06-2013.html):
“El concepto de Socialismo del
siglo XXI es quizá el más vapuleado en la historia, ha soportado una avalancha
de palabras, frases y definiciones que lo deformaron, ocultan su verdadera
esencia y nos conducen al capitalismo. Allí están China y Rusia, en revisiones
similares, en "inventos" que terminaron siendo más capitalistas que
los gringos. Si de Socialismo habló Chávez, si hacia allá vamos, entonces lo
primero que debemos precisar es ¿qué entendemos por Socialismo?, ¿qué esperamos
conseguir con él?, ¿cuáles son sus características? Ese, nos parece, es el
centro de la discusión, y además necesidad urgente so pena de fracasar. Si no
conocemos la meta, no sabremos el rumbo, las acciones, los pasos, siempre serán
falsos. El Socialismo está bien definido en los clásicos, allí está señalado el
camino correcto, en los libros, que algunos consideran excremento de dinosaurio
pero que son acervo de la humanidad. Los libros, esas enseñanzas que la
oligarquía y algunos no quieren que llegue a la masa, son reflejos de la
práctica revolucionaria de siglos. De allí se nutrieron los clásicos: Lenin
escribió desde las entrañas de una Revolución, lo mismo Fidel, el Che, Marx se
alimenta en la Comuna de París y en el capitalismo inglés. En la sabiduría
revolucionaria acumulada por la humanidad está la respuesta de qué pasa en la
Revolución Bolivariana. Estudiémosla, la otra opción es perecer.”
Las respuestas a este tipo de
interrogantes han sido desde el silenciamiento de las críticas, su marginación,
hasta los intentos de colar algunas posiciones donde se expresan con franqueza
las diferencias. Por ejemplo, Roberto Hernández Montoya ha escrito (¿Hasta
dónde llegar? http://www.aporrea.org/actualidad/a167167.html:
“Toda revolución encara el
dilema Robespierre/Danton, Trotsky/Stalin, Escila/Caribdis. «Los peligros y los
principios» que decía el Che en su carta de despedida a Fidel (http://www.analitica.com/bitblioteca/che/carta_a_fidel.asp). La
humanidad en general suele confrontar este tipo de disyuntivas, querellas
recurrentes como la de antiguos y modernos, correr o encaramarse, estar en 3 y
2. No, casi nunca es fácil y sea cual sea la opción que se asuma siempre queda
la espinita de si la otra hubiese sido mejor.”
Pero el meollo de la respuesta
de Hernández Montoya reside en el siguiente párrafo:
“Hay quien llama
socialdemócrata a Maduro porque no nacionaliza todas las empresas privadas de
un solo guamazo. Siempre he fantaseado que alguien sabe cómo se hacen las
revoluciones de un solo leñazo, varita mágica que de un solo chispazo crea el
reino de la abundancia y la libertad, sin Estado ni Dios ni ejército ni
propiedad privada y, como en la canción El día que me quieras, «florecerá la
vida, no existirá el dolor». O como en el poema Habladurías de Manuel Rodríguez
Cárdenas: «Dicen que hay una sierra de pan tostao/donde el maíz que se
siembra/nace cargao», etc. Ἀρκαδία o Arcadia, El
Paraíso, El País de Cucaña o Jauja, El Dorado, El País de la Canela, la Civitas
Dei o Ciudad de Dios, Utopía, etc. De cada quien según su capacidad y a cada
quien según su necesidad. Si alguien sabe cómo se llega al Comunismo de un solo
lagañazo favor decirlo y no seguir con el sadismo de callar viendo cómo nos
deslomamos buscando.”
¿Nacionalizar las empresas de
un solo guamazo? ¿Hacer las revoluciones de un solo leñazo? ¿Llegar al
comunismo de un sólo lagañazo? ¿Acaso estas son las interrogantes, dudas e
inquietudes se amplifican?
Del hecho cierto de que Fidel
haya dicho que uno de sus errores fue creer que había un manual de cómo hacer
el socialismo, no se sigue que la interpretación simplificada de Mariátegui sea
que el socialismo debe ser creación heroica, porque o inventamos o erramos
(Rodríguez dixit).
Lo siguiente y ausente es aún
más importante. ¿Que hemos inventado y creado heroicamente desde el año 2006
para llegar a la conclusión de Chávez en la redacción del programa
Independencia y Patria Socialista diga:
“No nos llamemos a engaño: la formación socio-económica que
todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista.
Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo
interno entre nosotros. Éste es un programa precisamente para afianzarlo y profundizarlo;
direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse
cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el
socialismo?”
¿Dijo usted una radical
supresión de la lógica del Capital que debe irse cumpliendo paso a paso, sin
aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo? Allí se anudan las
contradicciones que nos caen a nosotros, recordando el “nosotros” que cierra el
texto de Hernández Montoya. O para buenos entendedores: Al que le caiga, le
chupa.
“Lo peor que tiene este dilema
es que la salida depende de nosotros. Lo mejor que tiene este dilema es que la
salida depende de nosotros.”
En fin, lo mejor y lo peor depende de nosotros, y
como de nosotros depende, habrá que asumir posiciones abiertamente en la dirección
de una radical supresión de la lógica del Capital, cumpliendo paso a paso,
pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo, si se pretende
mantener el legado de Chávez. Porque hay otras opciones, entre las cuales se
cuela utilizar las palabras de Chávez en concierto de conveniencia: un
Chávez-“Tres raíces”, por aquí, un Chávez-“desarrollo endógeno”, por allá, un
Chávez-“mesa de diálogo con empresarios”, un Chávez-“salúdame a Bill Clinton”
por acá, un Chávez-“el nuevo mejor amigo de Venezuela”, y así cada quien con su
prototipo de Chávez-“significante vaciado” para que no existan antagonismos,
sino una proliferación infinita de diferencias sin antagonismo. Pero el
problema es que Chávez planteó una postura antagónica: Chávez anti-imperialista,
Chávez anti-neoliberal, Chávez anti-capitalista. ¿Qué queda de ese Chávez, en
el gobierno que preside Nicolás Maduro? Esperamos que sea mucho.
Así como Mella en su folleto polémico “¿Qué es el ARPA?” donde desarrolla,
basándose en las tesis del II Congreso de la Internacional Comunista, la
relación entre lucha antiimperialista y revolución obrera:
“En su lucha contra el
imperialismo (el ladrón extranjero) las burguesías (los ladrones nacionales) se
unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es
mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persiguen un
interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las
concesiones que hacían al proletariado para tenerlo a su lado, las traicionan cuando
éste, en su avance, se convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero
como para el nacional. De aquí la gritería contra el comunismo. (…) Para hablar
concretamente: liberación nacional absoluta, sólo la obtendrá el proletariado,
y será por medio de la revolución obrera”.
De manera que buscar la
independencia de la mano de la concertación con diferentes fracciones del
capital, puede llevarnos a la tragedia del adeco Jaime Lusinchi cuando dijo:
“Los banqueros me engañaron”. Por tanto, ni siquiera se trata de “nacionalizar
a golpe y porrazo” como sugiere Hernández Montoya pues ya mella decía:
“Nacionalizar puede ser
sinónimo de socializar, pero a condición de que sea el proletariado el que
ocupe el poder por medio de una revolución. Cuando se dicen ambas cosas:
nacionalización y en manos del proletariado triunfante, del nuevo Estado
Proletario, se está hablando marxistamente [sic]. Pero cuando se dice a secas
nacionalización, se está hablando con el lenguaje de todos los reformistas y
embaucadores de la clase obrera. Toda la pequeño-burguesía está de acuerdo con
la nacionalización de las industrias que les hacen competencia y hasta los
laboristas ingleses y los conservadores, sus aliados, discuten sobre la
‘nacionalización de las minas’. En Alemania, en Francia y en los Estados Unidos
hay industrias nacionalizadas. Sin embargo, no se puede afirmar que Coolidge o
Hindenburg sean marxistas”.
El problema de las posiciones y
sus lugares de enunciación, como gustan decir ahora los académicos para no hablar
de posiciones ideológicas de clase, es precisamente el del “carácter de clase”
de una u otra orientación de la política gubernamental. ¿O es que acaso no hay
“carácter de clase” entregando divisas convertibles en el SITME para un lado o
para el otro? ¿Quién necesita divisas convertibles y para qué? Todos
quisiéramos creer que es “por el bienestar y desarrollo de la nación”.
Por otra parte, Mariátegui, polemiza en un sentido similar contra el aprismo:
“La divergencia fundamental entre los
elementos que en el Perú aceptaron en principio el APRA –como un plan de frente
único, nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva– y
los que fuera del Perú la definieron luego como un Kuomintang latinoamericano,
consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepción económico-social
revolucionaria del antiimperialismo, mientras que los segundos explican así su
posición: ‘somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas’.
El antiimperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una
actitud política, de un movimiento que se basta a sí mismo y que conduce,
espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, a la revolución social
(…). El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por
sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista
del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las
masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeño-burguesía nacionalistas
(ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo
entre las clases, no suprime su diferencia de intereses (…). Ni la burguesía,
ni la pequeño-burguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista”.
El surgimiento de los
nacionalismos burgueses con base de masas que históricamente hemos denominado
como políticas reformistas y desarrollistas en las décadas posteriores en
Nuestra América, muestra que las políticas de “moderación” frente a las
fracciones del Capital tiene un amplio margen de maniobra, y pueden hacerse
bajo la figura de un “Socialismo de fachada”. Uno espera que eso no ocurra con
la Revolución Bolivariana, si el anticapitalismo se difumina en una alianza
popular.
¿No se llama acaso “partido
popular” la derecha española? ¿No se llama acaso “progresismo popular” la
alternativa de Capriles Radonsky? ¿No se llamaba acaso Alianza Popular
Revolucionaria Americana (APRA) el partido populista que fundó Haya de la
Torre? ¿No se jactaba Rómulo Betancourt de haber fundado un partido de masas
populares que le cerró el paso a las ideas comunistoides en Venezuela?
Como gustaba decir a Rigoberto
Lanz: “las palabras no son neutras”. Y en cuestión de confusiones ideológicas e
identidades políticas nada mejor que las siguientes frases de Luis Brito García
(Espejos):
“Ya que no puedo vencer al
adversario que tantas veces me ha vencido me propongo convertirme en él. Con un
poco de práctica remedo las apariencias. Comenzar por los gestos. Seguir
con la forma de hablar. Continuar con las ropas. Copiar todos los temas. A medida
que me voy convirtiendo en lo que odio observo que el adversario empieza a
remedar mis apariencias. Imita mis gestos. Sigue con mi forma de hablar. Copia
todos mis temas. A medida que se va convirtiendo en lo que odia ya no sabe que
se convierte en quien trata de convertirse en lo que él era. Mientras más trato
de ser él, más trata de ser yo, mas yo no soy más que el remedo de quien no es
más él sino el intento de convertirse en otro que no es nada.”
De manera, que el gobierno del
gran polo patriótico debe cuidarse mucho de un proceso que sólo conduce a
desdibujarse programática e ideológicamente, olvidando sobre todo el legado de
Chávez (de la Agenda Alternativa Bolivariana al Antiimperialismo, del
Antiimperialismo al Anticapitalismo), pues la unidad de los movimientos
sociales, fuerzas del poder popular, en una amplia alianza popular, patriótica,
revolucionaria antiimperialista y socialista, requiere clarificar no sólo la
política de alianzas sino el pequeño asunto del antagonismo en las sociedades capitalistas.
Si en el alto gobierno
bolivariano son alérgicos al discurso y la práctica de la lucha de clases,
podrían sincerar el libro rojo del PSUV en el congreso del año 2014, excluyendo
cualquier referencia al discurso y la práctica de las izquierdas revolucionarias
(incluyendo obviamente cualquier referencia al marxismo).
Eso se llama sincerar el
discurso. Si el camino es el “Lulismo” estamos en el terreno de una izquierda
reformista, progresista y que calza bien con las burguesías desarrollistas del
Continente y la integración continental
pasaría por las siguientes palabras de Mariátegui:
“Los brindis pacatos de la diplomacia no unirán a
estos pueblos. Los unirán en el porvenir, los votos históricos de las
muchedumbres.”(Mariátegui (1924): la unidad de la América Indo-española”)
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