Javier Biardeau R.
1.- INTRODUCCIÓN:
Generalmente se
supone que un proceso revolucionario se acompaña de la generación de una nueva
“concepción del mundo”, de un pensamiento
crítico revolucionario construido a partir de informaciones, conocimientos,
saberes, ciencias, nuevos valores y normas de conducta, formas de sensibilidad,
afectividad y también “conceptos” que se enfrentan al “sistema hegemónico” mediante
la articulación de sentidos y significaciones de un “proyecto alternativo
frente al Capital”.
De allí la
importancia de la teoría crítica y
revolucionaria. No basta que una teoría
crítica se postule como crítica teórica de la realidad dominante, pues debe
fecundar una praxis revolucionaria; es decir, responderse a la interrogante:
¿Cómo contribuye esta interpretación crítica a la transformación de la realidad
social?
Y en contraste
con las experiencias históricas de construcción del socialismo, sabemos que un
aparato político burocrático puede degradar la “teoría revolucionaria” hasta
hacerla irreconocible, decapitando y excluyendo de su seno lo que la hace
diferente sustantivamente de las teorías funcionales del poder-dominación: su
carácter radicalmente crítico, su irrevocable vocación de insumisión en el
terreno del pensamiento y de la acción. Sin embargo, aunque esto es
teóricamente es correcto, no basta…
2.- RENOVAR LOS CÓDIGOS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO SOCIALISTA:
Como ha
planteado el pensador crítico portugués Boaventura de Sousa Santos las
formulaciones convencionales de la “teoría crítica moderna” (desde el marxismo,
en todas sus variantes, a la teoría crítica de la escuela de Frankfurt)
persisten en su empeño de desarrollar las posibilidades emancipadoras dentro
del paradigma dominante de la Modernidad occidental, transformándose en
estrategias reguladoras dictadas por el propio sistema histórico y, en
definitiva, al servicio del paradigma de
ciencia dominante.
De allí, cabe
afirmar que con la consolidación de la convergencia entre el paradigma de la
modernidad y el capitalismo, a partir de la mitad del siglo XIX, se entra en un
proceso de degradación producido por la transformación de las energías
emancipadoras en energías reguladoras. De Sousa santos analiza el mundo de las
cinco mono-culturas hegemónicas:
a) mono-cultura
del saber, que cree que el único saber es el saber riguroso calcado de la
tecno-ciencia y de los paradigmas empírico-analíticos (epistemicidio);
b) mono-cultura
del progreso, del tiempo lineal, que entiende la historia como un camino de
dirección única de desarrollo;
c) mono-cultura
de la naturalización de las jerarquías, que considera un fenómeno inscrito en
la naturaleza, y por tanto, cree inmodificable las jerarquías por razones de
raza, etnia, clase, género;
d) mono-cultura
de lo universal como único criterio válido, al margen del contexto; lo opuesto
a lo universal es vernáculo, carece de validez; lo global toma preeminencia
sobre lo local;
e) mono-cultura
de la productivismo, que define la realidad humana por el criterio del
crecimiento económico como objetivo racional incuestionable; criterio que se
aplica al trabajo humano, pero también a la naturaleza, convertida en objeto de
explotación y depredación.
Una lectura
atenta de estos criterios críticos lleva necesariamente a transformar el
paradigma de la transición socialista en una dirección imprevista para sus
fundadores:
a) Cuestionar el
llamado “socialismo científico” en la medida en que su fundamentación
epistémica refiera a la ciencia burocrático-instrumental y al positivismo,
b) Cuestionar la
asunción desde la izquierda de la idea de progreso propia de la modernidad
occidental,
c) Cuestionar la
separación entre explotados y explotados, junto a la separación entre
gobernantes y gobernados, incluyendo una superación del reduccionismo de clase,
lo cual implica tomar en cuenta la lucha contra todas las desigualdades,
dominaciones y exclusiones;
d) Cuestionar
los modelos mono-culturales de socialismo, en tanto reconocimiento inevitable
de los contextos culturales específicos y particulares;
e) Romper
decididamente con la idea del socialismo basado en el desarrollo necesario e
inevitable de las fuerzas productivas, sin tomar en cuenta simultáneamente que el
Capital promueve fuerzas destructivas sobre la condición humana y sobre los
sistemas ambientales, derrumbando el mito del productivismo socialista.
De esta manera,
lo que convencionalmente la teoría revolucionaria denominó “transición
socialista”, hoy puede ser transformada por un llamado simultáneo a una revolución socialista, democrática,
ecológica y descolonizadora.
Una revolución
socialista a secas es completamente insuficiente. De allí la importancia de los
saberes contra-hegemónicos: saberes contra las hegemonías establecidas en
diversos espacios de poder, contra las clasificaciones jerárquicas y excluyentes
establecidas en función de un proceso abierto de revolución democrática
permanente.
3.- LA IMPORTANCIA DE LA DEMOCRACIA RADICAL:
Como conclusión
tenemos que aquellas formas de socialismo
que no se fundan en formas de democracia radical, conducen a las
conocidas formas de estatismo autoritario o colectivismo burocrático. De allí
la centralidad de la democracia radical, participativa, deliberativa y
protagónica distinta las formas de elitismo político revolucionario (leninismo
dixit) y burocratismo socialista (estalinismo dixit).
No es posible
seguir manteniendo hoy desde el campo de las izquierdas el desprecio a la
democracia participativa y protagónica de formas de socialismo
contra-hegemónico, como los consejos democráticos del poder popular, como formas de liberalismo o de anarquismo. Lo que
está en juego en estas formas de desprecio de la democracia radical es la
conversión de energías emancipadoras en energías reguladoras.
O para decirlo
en palabras de Marx: la “veneración supersticiosa del Estado” y de su razón
instrumental de “mantenimiento del poder por el poder mismo” se devora la
construcción del Poder Popular y Comunal. De allí que muchos “compañeros y
compañeras revolucionarias” son bautizados con fuego por la “razón de estado”
como encarnaciones de roles de
burócratas-funcionarios apenas son tomados de la mano para cumplir y
exigir obediencia a la “razón burocrático-instrumental”: el pragmatismo del
poder. De esta manera se enfrentan al dilema existencial entre el rol de
“conservar el poder” (con todo el espacio de racionalidad, cálculo y control
que esta exigencia comporta) y promover la “revolución” (con todas las
limitaciones de las revoluciones realizadas desde la caja de herramientas de
una burocracia).
El proyecto de
democracia socialista y participativa recupera otras procedencias silenciadas u
olvidadas en el seno de la propia
tradición derivada de Marx: la crítica de Rosa Luxemburgo a los errores de la
revolución Rusa, la autocrítica de Trotsky en la “revolución traicionada”, la
crítica de Gramsci a las formas de concebir la formación de la conciencia y la
ideología revolucionaria (conciencia bancaria), la crítica del austro-marxismo
frente al silenciamiento de la cuestión nacional y los contextos culturales
específicos, la crítica del consejismo a la desconfianza de las formas
organizativas autónomas de las clases explotadas sin la mediatización del
partido-aparato que los concibe solo como correas de maniobra y control desde
arriba.
4.- CONTRA LA REPRODUCCIÓN DE LA DOMINACIÓN DESDE LA REVOLUCIÓN:
Para combatir
los registros simbólicos e imaginarios de la dominación, de la coerción
política, de la hegemonía ideológica, de la explotación económica, de la
injusticia y exclusión social, de la negación-discriminación cultural, de la
destructividad ambiental, es preciso contar no sólo con herramientas teóricas,
con pensamientos críticos, con teorías, con lo que algunos marxistas críticos y
heterodoxos llamaron “ciencia revolucionaria” (“pensamiento insumiso o
insurgente”), sino que además es preciso contar con lo que Gramsci llamó
“núcleos de buen sentido”, con lo que Castoriadis llamo “Imaginarios críticos
radicales”. Plantea Gramsci sobre las relaciones entre sentido común y buen
sentido:
“Cada estrato social tiene su sentido común que, es en el fondo, la concepción más difundida de la vida y de la moral” concepción que es “absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”.
La dislocación del sentido común hegemónico o la individualidad moral e intelectual del “hombre-medio”, es justamente una tarea práctica de superación de las concepciones y hábitos de pensamiento acríticamente asimilados, a partir del ejercicio de formas de reflexión profundamente críticas, que no son espontáneas sino actitudes vitales y conscientemente guiadas para el desprendimiento de las visiones reproductoras desde los propios sectores dominados y subalternos, distintas además de una visión de la “conciencia revolucionaria” que es depositada desde afuera por intelectuales revolucionarios provenientes de otras clases o estratos (Kaustky y Lenin dixit).
Ni “espontaneidad” de la conciencia revolucionaria ni “concepción bancaria” que “desde afuera” rellena al pueblo alienado de la verdadera conciencia para transformar la realidad hegemónica.
Para Gramsci, en
cambio (como para Luxemburgo, Korsch, Pannekoek y una estela de pensadores
críticos, como Castoriadis) la transformación del orden establecido, es
impensable sin el involucramiento directo del propio pueblo; y aunque sin
desestimar el rol orgánico de los estratos intelectuales, advirtiendo lo
infecundo de una separación respecto a las masas trabajadoras, respecto al
bloque social de los oprimidos y explotados.
Las clases
subalternas no son sólo clientes o las beneficiarias directas del cambio
social, sino que son sus propios protagonistas y participantes en un marco de
autonomía moral, intelectual, política y organizativa. Esto tendrá
consecuencias fundamentales sobre la concepción de las organizaciones de lucha
social y política.
Para lograr
esto, es preciso hacer la crítica de las concepciones encubiertas de las clases
dominantes presentes en las clases subalternas, superarlas para construir una
concepción nueva, en la que se establezca la unidad entre la teoría y la
práctica, entre la política y la filosofía. Unidad, aunque sea relativa, entre
teoría y práctica, existe en la clase dominante. Pero las clases subalternas y
populares aparecen fracturadas y dislocadas en su capacidad de expansión de su
espacio hegemónico. El control ideológico sigue estando en la estructura de
mando y explotación del Capital, producto de la eficacia de sus dispositivos
hegemónicos pero también de los graves errores de dirección de quienes son
portavoces de tareas de conducción revolucionaria.
Se trata, por
cierto, de ver si esta unidad en la burguesía, no es ella misma contradictoria,
pero además la unidad que caracteriza a las clases subalternas no puede ser
funcional a la dominación de los sectores dominantes. La unidad entre acción y
teoría de los sectores populares y subalternos es para derrumbar un sistema
hegemónico, no para reproducirlo y ser vagón de cola de esta estructura de
mando y explotación. Tales clases populares permanecerán siendo subordinadas
hasta que haya avanzado el proceso de unificación entre acción y teoría, entre
política y filosofía revolucionaria de la liberación.
Se trata, pues
de elaborar una concepción nueva, que parta del sentido común, no para quedar
estancada en el sentido común, sino para criticarlo, depurarlo, unificarlo y
elevarlo a lo que Gramsci llama buen sentido, que es para él la visión
crítica del mundo. Este proceso queda claramente establecido en el siguiente
pasaje:
"La posición de la filosofía de la praxis es
antitética a la católica: la filosofía de la praxis no tiende a mantener a los
simples en su filosofía primitiva del sentido común, sino, al contrario, a
conducirlos hacia una concepción superior de la vida. Se afirma la exigencia
del contacto entre intelectuales y simples, no para limitar la actividad
científica y mantener la unidad al bajo nivel de las masas, sino para construir
un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de masas y
no sólo para pocos grupos intelectuales".
En Gramsci, entonces
no podemos encontrar ni una concepción bancaria (Freire dixit) de la pedagogía
y la política revolucionaria, ni una concepción “populista” en la cual se
suponga que los saberes populares, por si mismos, puedan superar las
influencias e intrusiones de los procesos de hegemonía de las clases
dominantes. La formación de un bloque intelectual moral, de un intelectual colectivo
supone superar la visión individualista-capitalista de la función de los
intelectuales. De manera tal que la hegemonía no es
sólo política, sino que es además un hecho cultural, moral, de formación y despliegue
de una nueva concepción crítica y revolucionaria del mundo.
5.- CONTRA EL REFORMISMO ADECO EN LA REVOLUCIÓN:
Hay quienes
suponen, en nuestro contexto sociopolítico, que basta confiar en el sentido
común de las clases populares y subalternas para que la revolución bolivariana
vaya en el camino correcto. Grave error de una concepción populista y
reformista que no se plantea las tareas de una “filosofía de la praxis” como
critica revolucionaria.
Para Gramsci, la
hegemonía que ejerce el bloque social dominante no sólo se hace través de la
coerción, sino además, a través de la diseminación del consenso desde una
sedimentación histórica de “sentido común”, logrando convencer de su visión del
mundo, costumbres, sentido hegemónico que favorecen el reconocimiento de
su dominación por las clases dominadas y subalternas. Debemos retener esto,
costumbre, hábito y supuestos que permiten la reproducción de las separaciones
naturales entre gobernantes y gobernados, entre dominadores y dominados, entre
explotadores y explotados, entre intelectuales y masa.
Recordando
siempre que para Gramsci, una cosa es poseer las facultades de construcción
intelectual (que es de todos y todas), y otra cumplir la función social de los
intelectuales. De manera que el sentido común hegemónico actúa como precipitado
histórico, como sedimentación el discurso hegemónico constituyendo la visión
que los sujetos hacen suya como “reconocimiento de su propia concepción del
mundo”, a partir de dispositivos de saturación de sentidos y significados, que sustentan
o incrementan reiteradamente el poder
ideológico de las clases dominantes. Interesante en este punto, es observar
como la propia clase política dirigente de la revolución se impregna de la
ideología dominante, reproduciéndola y marcando los límites de lo posible en
concordancia con sus nuevas condiciones de existencia material; es decir, como
controladores inmediatos de recursos económicos, cargos y funciones de
dirección política.
A su vez, al
producirse la “precipitación”, “sedimentación” y ésta "saturación"
del poder hegemónico, se va generando en medio de un clima de tensiones,
resistencias y ahogo de impugnaciones, las formas de consenso en las clases
subalternas, indispensable también para el mantenimiento y reproducción del
sistema. El colmo del asunto es que las llamadas “vanguardias
revolucionarias” son inhibidoras de la activación de la conciencia
revolucionaria: el partido revolucionario se vuelve partido del “orden” y el
gobierno revolucionario se vuelve “gobierno de reformas”.
Actúan entonces
como sensatos bomberos para promover la estabilización relativa, contribuyendo
a fijar como camino correcto, o incluso configurando conductas de “pacto y
conciliación” con las elites de poder económico, mediático, militar o
eclesiástico en nombre de los principios tácticos de la maniobra y la
flexibilidad, para ganar tiempo y otros pretextos ya conocidos. Detrás de los
llamados promotores del “diálogo y la concertación social” con los sectores
dominantes no estamos sino frente a portavoces de las “revoluciones
interrumpidas” (Florestan Fernández dixit).
De manera que
una clase política dirigente que no esté comprometida con la formación de
núcleos de buen sentido, que no estimule la conciencia crítica en contra de la
hegemonía del bloque social dominante, que no favorezca la impugnación y
desarrollo del pensamiento crítico y revolucionario, junto con luchas que
afecten las relaciones de dominación establecidas, sino que más bien contribuya
a reforzar el sentido común hegemónico trabajando a favor del pacto con los
sectores dominantes para un proceso de estabilización de la hegemonía
capitalista no puede considerarse una concepción afín a una revolución
socialista.
Allí reside el
engaño del “populismo” y del “reformismo” de izquierdas”. ¿Dijo usted social
democratización? Mejor digamos “comportamiento ADECO”. Aquí son recomendables
algunas palabras dichas por Luis Beltrán Pietro Figueroa, por provenir de
alguien que conoció muy desde dentro este comportamiento ADECO:
“La visión que tiene la gente del adeco es la
de un hombre sin convicciones. Alguien que usa el poder para su propio
beneficio. Es una persona que se cree autorizada a no tener ninguna doctrina o
abandonarla cuando le conviene”. (Entrevista en VENEDEMOCRACIA de Alicia
Freilich de Segal).
Para Prieto,
flexibilizar una ideología política en nombre del pragmatismo de las
situaciones era algo muy distinto a capitular
en cuestiones de concepción del mundo por las presiones de las circunstancias y
conveniencias del momento. Por ejemplo,
el llamado “golpe de timón” y el “Proyecto Independencia y Patria
Socialista” pueden ser completamente desmontados, bajo la conveniencia del “pragmatismo
del Poder”. Todo en nombre de “no perder la Revolución”.
6.- SE PUEDE PERDER LA BATALLA DE IMAGINARIOS:
Por otra parte,
a la batalla de ideas le acompaña la batalla de imaginarios, de
representaciones, sean estéticas, éticas, de todo el material semiótico
disponible para afectar la trama de relaciones sociales dominantes: imágenes,
sonidos, sabores, corporalidades, afectividades e intensidades.
Toda la trama
sociocultural en las sociedades de dominación y desigualdad está teñidas de la
violencia de los símbolos sociales (Harry Pross dixit): clasificaciones
jerárquicas, mandatos, órdenes, prescripciones, interdicciones, dominaciones “naturales”,
meritocracias “justas”, jerarquización de categorías sociales, capitales
simbólicos diferenciados (Boudieu dixit).
Suponer que la
llamada “lucha ideológica” trata de una “batalla de doctrinas
político-filosóficas” es un reduccionismo por partida doble, es una escena
donde compiten “sacerdotes” e “intelectuales” con diferentes dogmas y capitales
sistematizados. Eso puede ser útil, pero no suficiente. La lucha entre
“intelectuales tradicionales” no es una lucha que compromete protagónicamente
al pueblo trabajador. De manera que, existe una concepción tradicional de los intelectuales
domesticados, que hacen apologías o silencios cómplices a determinada situación
estratégica de conjunto de las relaciones de poder.
En los procesos
revolucionarios confiscados e interrumpidos (por ejemplo, la Revolución Mexicana
o la Revolución Soviética) los llamados “intelectuales críticos” pasaron a ser
unos “intelectuales palaciegos”, es decir, lo que el lenguaje llano denomina
unos “huele-peos” de la burocracia política que controlaba la escena de la
legitimación de un nuevo sistema hegemónico de poder. Pero no se trata sólo de
“pensamiento crítico”, sino de un “imaginario crítico radical” (Castoriadis
dixit) consistente con una praxis transformadora. Allí se desenmascaran todas
las imposturas prácticas disfrazadas de vociferaciones revolucionarias:
“Totalmente al contrario de lo que ocurre en
la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende
de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se
representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado,
representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y
hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de
vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los
ecos de este proceso de vida”. (Marx-Engels: La ideología Alemana).
Lo
interpretaremos con lenguaje prestado y trataremos de traducirlo. No se trata
sólo de “sistemas de ideas, de concepciones o visiones” con un fuerte
componente de refinamiento o elaboración intelectual, sino además de “flujos
sémicos” que operan en las pre-concepciones, en los prejuicios, en las actitudes,
en las posturas, hábitos, estereotipos, perceptos, rumores, consignas, dichos,
representaciones, esquemas operantes, e incluso la afectividad y sensorialidad
de los pobladores y pobladoras. Allí dicen más las posturas corporales, los
gestos significativos que los conceptos manejados. Einstein decía con acierto que era más fácil
desintegrar un átomo que un prejuicio. Sabía que un prejuicio se cristalizaba,
se cosificaba, se volvía fetiche.
7.- LA REVOLUCIÓN SE INTERRUMPE CUANDO SE VUELVE REVOLUCIÓN
ADMINISTRADA:
Por eso hay que
tener cuidado con los fetiches, incluso con los “fetiches revolucionarios”, que
como hemos señalado reaparecen en todas las experiencias de las revoluciones
confiscadas o interrumpidas. Por ejemplo, sabemos que una “conceptualización
marxista” puede estar encriptada y vociferada en una corporalidad academicista,
con una actitud teorizante, buscando la lucha por el reconocimiento en el
espacio universitario, para reclamar un rango de una jerarquía de intelectuales
domesticados. Esta corporalidad del “mandarín intelectual” contribuye poco al derrumbe
del sistema de dominación, explotación y desigualdad. Eso no significa que
todos los “intelectuales marxistas” son mandarines y burócratas de la teoría
revolucionaria, pero hay vociferantes marxistas cuya actitud es la de
“intelectuales tradicionales” (A. Gramsci dixit), es decir, no son
intelectuales orgánicos a la construcción de un nuevo bloque histórico.
También una
conceptualización “marxista” puede estar encriptada o vociferada en un
funcionario medio o alto de una burocracia sindical, partidista o estatal,
buscando la lucha por las prebendas o privilegios del cargo y la función,
intentando desde ese lugar controlar el “orden y el progreso” de la
“revolución” siempre en los rieles de la correcta “revolución administrada”.
De allí que aprender
a hablar “marxismo” se puso de moda cuando “hablar marxismo” era estar en
un “régimen de verdad y de poder”. Eso
ocurrió en la URSS con toda la estratocracia que contribuyó a liquidar, por
ejemplo, a los miembros insurgentes de la vieja guardia bolchevique en nombre
de un nuevo sistema hegemónico que instauró Stalin. Fueron calificados de
“traidores”, de “espías” y de otras etiquetas de acuerdo a los humores de los
fiscales del caso; es decir y para entendedores, descalificados como “salta-talanquera.
¿Quiénes
traicionaron el legado revolucionario de Lenin? El asunto no reside sólo en
aprender a tararear “marxismo” o una “teoría revolucionaria disponible”:
llámese leninismo, trotskismo, fidelismo, guevarismo, maoismo o luxemburguismo.
No, el asunto es existencial: se está o no se está con un régimen social y
político que “produce y reproduce dominación, opresión, explotación, negación y
destructividad”. He allí la cuestión.
¿Cómo combatir y
superar un régimen social y político de dominación controlado de cabo a rabo
por el metabolismo social del Capital? La herramienta teórica, obviamente, no
puede ser inútil para el fin propuesto. La teoría tiene que ser irreverente con
la dominación social y política. Pero sobretodo no podemos dejar de analizar la
dirección, contenido y alcance de una praxis política, sus preconcepciones, sus
criterios de decisión, sus líneas de acción en la coyuntura.
8.- LOS RETOS DEL IMAGINARIO DE LA REVOLUCIÓN EN VENEZUELA:
Desde este marco
y para Venezuela, los obstáculos son dos: ante la partida física de Chávez,
algunas voces se han refugiado en la compensación radical, se han tornado más
radicales que Chávez reclamando ser portadores exclusivos del legado
revolucionario de Chávez. Obviamente construyen un Chávez a la medida de su
radicalismo.
Otros, en
cambio, pretenden hacer un montaje inverso: pretenden posicionarse desde el
legado de Chávez “gobernante”, destruyendo en los hechos su mensaje y acción
revolucionaria. Se trata de los “Socialistas de fachada” que han preparado las
condiciones para una capitulación de la praxis revolucionaria en nombre del
pragmatismo del poder. ¿Socialdemócratas? ¿Reformistas? ¿Salto atrás?
Yo prefiero
llamarlos ADECOS extraviados de las filas de su espacio organizativo correspondiente
a sus actitudes y prácticas. Frente a los extravíos ADECOS en la revolución
bolivariana, hay que reconsiderar la importancia de los saberes contra-hegemónicos.
Es en la actitud insumisa que produce saberes contra hegemónicos, donde está el
manantial, los cimientos, las semillas, el núcleo de buen sentido de una praxis
de emancipación radical.
El asunto es que
por cada acto de insumisión, en medio de las contradicciones sociales, encarnando
miles de papeles y actos de reproducción de la estructura de mando y
explotación. ¿Quién le pone el cascabel al gato entonces? El asunto es que
puede ocurrir, como ocurrió en la URSS desde 1924, que el teatro social y
político prescribe un guion para que la “revolución” sea simulacro, espectáculo
o simulación y no acontecimiento para quebrar hegemonías y dominaciones.
Nuestro amigo
Rigoberto Lanz, transmitió unas enseñanzas que algunos asimilaron y otros no.
Unos disfrutaran del significante “RL” para una trayectoria de reconocimiento
en el campo del “Homo Academicus” o en el “campo intelectual” (Bourdieu dixit).
Pero comentando este posible devenir, el amigo Juan Barreto decía algo
aparentemente complicado, pero que es en verdad muy comprensible: “RL” nos enseñó
a descifrar, en su crítica de la “modernidad” y de la “metafísica occidental”,
una “metafísica de la dominación”.
Si no se lucha
en el plano intelectual y político contra la lógica de la dominación no habrá
revolución alguna. Los ADECOS fueron expertos en liquidar su historia de
contribuciones a la revolución nacional, democrática e incluso socialista al
capitular sobre sus orígenes históricos: repudio del socialismo, pacto con el
capital nacional e internacional. Olvido de ORVE, olvido del PDN, pragmatismo
del poder.
De los inflados
discursos antiimperialistas y socialistas de los años 30 pasamos a los
discursos del pacto y la conciliación desde los años 40. De manera que no se
trata de reformismo y social democratización, sino de evitar la posible
adequizaciòn de la revolución bolivariana. Olvido del legado revolucionario de
Chávez, o camino en reversa: del PSUV al MVR-miquelena, del anticapitalismo al
desarrollo capitalista nacional, del antimperialismo a la conciliación con el
capital transnacional internacional y subregional. Lastimoso destino del legado
de Chávez si en manos de sucesores el
camino es “dos pasos para atrás y ninguno para adelante”.
En palabras más
sencillas, cuando en alguna oportunidad le planteaba a RL que el “socialismo
desde abajo” podría enfrentarse a la burocratización de la revolución o su
adequización, me decía: ¡Cuidado camarada, que “abajo” también hay ñoña!
“Abajo” no quería decir “pureza revolucionaria”, pues también es un lugar donde
hay procesos de reproducción de la “ideología de la dominación” bajo el formato
de la “legitimación populista-reformista”. El asunto de la dominación desborda oposiciones
simples como “arriba” y “abajo”. Los cultores adecos del saber popular sabían
lo que hacían desde una línea de acción populista: desarmar a los sectores
populares de criterios revolucionarios.
Detrás de una
defensa de los llamados “saberes populares”, sin desentrañar la mixtura entre
“sentido común dominante” y “sentido de insumisión social”, podíamos asumir un
gesto populista que no conduce a ninguna “revolución”, a ninguna impugnación de
prácticas de poder, pues detrás de muchas prácticas llamadas “tradicionales” o
“saberes populares”, se anidan regímenes despóticos o alienaciones de mayor
calado.
9.- ¿LUCHAMOS POR UNA NUEVA SERVIDUMBRE O POR LA LIBERTAD?
De manera que el
criterio no sólo es el “abajo” o la subalternidad (Modanesi dixit), sino el
sentido contra-hegemónico de una práctica popular, si desafía o no un régimen
de verdad, explotación y dominación. ¿Evaluada por quienes? Bueno, allí vienen
interesantes cuestiones. ¿Por una vanguardia? ¿Por los mismos actores locales o
subalternos? ¿Por unos intelectuales iluminados por el don de la liberación
espiritual?
La tan citada cita del filósofo Spinoza vuelve a cobrar actualidad: “¿Por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad?”.
El problema de lo que convencionalmente se ha denominado “desalienación” es un asunto que compromete de fondo la impugnación de la separación entre explotados y explotadores, entre dominados y dominantes, entre gobernados y gobernantes, entre intelectuales y masas, es allí donde se tramita la frontera entre revolución o adequización. Y esto afecta a los imaginarios post-Chávez.
La tan citada cita del filósofo Spinoza vuelve a cobrar actualidad: “¿Por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad?”.
El problema de lo que convencionalmente se ha denominado “desalienación” es un asunto que compromete de fondo la impugnación de la separación entre explotados y explotadores, entre dominados y dominantes, entre gobernados y gobernantes, entre intelectuales y masas, es allí donde se tramita la frontera entre revolución o adequización. Y esto afecta a los imaginarios post-Chávez.
El meollo de los
“flujos sémicos” (actitudes, imaginarios, representaciones y discursos) que dan
cuenta de las formaciones ideológicas reside en sus gramáticas, en sus
matrices, en sus condiciones de producción y codificación a partir de una
actividad práctico-sensible sometida a ciertas condiciones de producción y de
división social del trabajo (bajo el modo de producción y reproducción
capitalista). Los procesos de transición socialista son tales si comienzan a
romper esas condiciones de producción y reproducción de la “división
capitalista del trabajo” articulada ciertos dispositivos de dominación y
hegemonía. Detrás de relatos, narrativas, sistemas de signos o guiones ideológicos,
operan “logiciales”, prácticas, reglas de generación de sentidos y
significaciones sociales. Estas prácticas son tejidas por determinadas
relaciones de poder, dominación, explotación, exclusión, negación, etc.
Lo que ocurre
con las “revoluciones” y con los “revolucionarios” administrados es que sus
sistemas de representaciones ideológicas reproducen las lógicas de
significación y sentido que pretenden derrumbar. Hay adequización en la medida
en que predomina el discurso y la práctica del pacto, de la gobernabilidad, el
“cuanto hay paz eso”, la defensa del cargo, la prebenda y el privilegio, una
acción política sin convicciones. De allí el socialismo de fachada.
Más allá de las
fraseologías, más allá de las vociferaciones, más allá de verbos exaltados; los
revolucionarios y revolucionarias que creen que la “teoría revolucionaría” ya
ha sido elaborada ex ante para ser simple
y mecánicamente aplicada, son los primeros en reconstruir de cabo a rabo un
régimen social y político de mando y explotación. Allí el opuesto al anterior:
la compensación radical: una suerte de chavismo radical encallejonado en sus
frases fosilizadas.
El consejo de
Rigoberto Lanz fue sencillo: ¡Sospéchese de los sacerdotes de la revolución! Luego
de 14 años de revolución bolivariana, hay razones para sospechar tanto del
socialismo de fachada como de la compensación radical… Luego de la partida
física de Chávez, hay un verdadero campo desolado de voces socialistas
revolucionarias con suficiente habilidad para comprender la coyuntura crítica
en el campo de la gobernabilidad bolivariana.
10.- ¿MANOSEAR “EL LEGADO DE CHÁVEZ”
COMO IMPUSTURA?:
El legado de
Chávez no es completamente positivo si valoramos la ausencia sintomática de la
formación ideológica y política de “cuadros revolucionarios anticapitalistas”
en la alta dirección política del proceso.
Podríamos listar
las acciones (nos las verborreas exaltadas), las prácticas, las intenciones y sus
impactos reales para comprender si la direccionalidad del proceso apunta a una
revolución anticapitalista.
De manera que
sin una comprensión cabal de las experiencias de revoluciones interrumpidas
(ver: Florestan Fernández: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/secret/cuadernos/flores/florestan.pdf)
no podremos desentrañar la siguiente cuestión:
“(…) las
alternancias de “conciliación” y “reforma” traducen el conflicto crónico
tanto del capitalismo neocolonial como del
capitalismo dependiente. Para destruir ese conflicto es necesario acabar
con la conciliación y con la reforma como “algo
que viene impuesto desde arriba” y “sólo permanece arriba”.”
Y lo más
importante:
“Porque es preciso combatir una
“tradición revolucionaria” mecanicista
que se ha vuelto verdaderamente letal en los países industrializados de América
Latina, y que consiste en dejar que las
contradicciones “se acumulen” y “maduren”. ¡Como si de allí pudiese resultar
algo útil para el movimiento sindical y
obrero! Si éstos se mantienen indiferentes al uso que las clases burguesas
hacen de las contradicciones, lo que se
acumula y madura no es el desarrollo independiente ni la capacidad de lucha
política de los proletarios como clase,
sino su condición servil dentro de la sociedad capitalista subdesarrollada. Una
relación puramente defensiva (no
simplemente adaptativa o pasiva) ya sería suficiente para que, bajo el
capitalismo neocolonial y el capitalismo
dependiente, los proletarios nunca tuvieran voz ni voto. Ello obliga a una toma
de posición firme e inflexible. Las
contradicciones que no son aprovechadas activamente por el movimiento sindical
y obrero son canalizadas por el sistema
capitalista de poder y convertidas en apatía de las masas, es decir, en
sumisión dirigida.”
Y por si fuera
poco el efecto negativo de una relación puramente defensiva, genera la
siguiente situación que Florestan Fernández señala:
“(…) un largo período de hegemonía casi total
de una burguesía neocolonial o dependiente provocó que el “vagón de cola” social y político de las clases
dominantes reflejase más la ideología de la burguesía hegemónica de los países capitalistas centrales que su propia situación
de intereses de clase como proletarios. El socialismo reformista y las tácticas de apoyo a la burguesía nacional de
ciertas corrientes del socialismo revolucionario reforzaron esa tendencia. El riesgo dramático que enfrentamos consiste en
un nuevo sumergimiento. La incorporación al espacio económico, social y político de las sociedades capitalistas
centrales renueva el horizonte cultural de las clases burguesas. Bajo el
capitalismo monopolista dependiente
podrá ocurrir el fenómeno que se dio bajo el capitalismo competitivo
dependiente. Tanto internamente como
desde afuera, el escenario está preparado para compatibilizar el crecimiento
morfológico de los proletarios como clase
en sí con una conciencia de clase “esterilizada” y con dinamismos de “lucha de
clases” desposeídos de cualquier
elemento político y de un eje verdaderamente revolucionario.”
Y por si fuese
poco, la gran preocupación no sólo va en la dirección del comportamiento del
Movimiento obrero, sino del bloque social de los oprimidos y explotados en su
conjunto frente al dilema del radicalismo compensatorio o los “Socialismos de Fachada”:
“El conocimiento preciso de las
contradicciones y su aprovechamiento
inteligente, organizado y despiadado es vital, pues, para el movimiento obrero.
O bien permanece como vagón de cola del
movimiento burgués, como su “otro invertido”, o si no, avanza por el terreno
espinoso de lanzar las contradicciones
contra el orden existente, para mejorarlo o para destruirlo. Esto significa
salir de sí mismo, realizar las
funciones negadoras intrínsecas al movimiento obrero, hacer que la
sociedad capitalista salte de una revolución que abortó a otra revolución que comenzará
llevando a todas las contradicciones existentes a su disolución completa y
final.”
El asunto no
está en el pacto con la burguesía monopólica (porque no se trata ni siquiera de
las PYMES) o en la vociferación radical, sino en la construcción de un vasto frente amplio revolucionario que pueda
abordar las tareas de la unidad en la diversidad, en las tareas del avance
revolucionario, sin caer en las trampas de la compensación radical que no lleva
a nada, o de un reformismo que sabe muy bien lo que hace: capitular casi
imperceptiblemente ante la estructura de mando y explotación del metabolismo
social del Capital, en nombre del legado
revolucionario de Chávez. ¡Ni desesperación ni cinismo!
Sobre la figura,
pensamiento y acción de Chávez se construyen las más paradójicas versiones para
fines de legitimación de determinadas posiciones y decisiones políticas del
presente.
¿Quiénes podrán
ver en el legado de Chávez sus complejidades, tensiones, contradicciones,
aciertos, errores, avances, retrocesos, contribuciones, vacíos; en fin,
analizarlo no como monolito apologético cargado de superlativos para beneficios
de una legitimidad post-Chávez, ya sea de compensaciones radicales o de
socialismos de fachada: “gigante”, “eterno”, “supremo”?
¿Por qué no
comprenderlo más bien en su dimensión “humana, demasiado humana”; líder de la
revolución, no cabe duda alguna, pero como igual entre iguales, para seguirlo y
para mantener la critica que tanto persistió en valorizar, tal como postula una
concepción rigurosa de la democracia socialista y participativa?
Como decía Martí
pues, ¡Criticar es amar!
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