Juan Barreto, Javier Biardeau y Héctor Sánchez (1)
“Hace década y media, la izquierda oficial en Venezuela era una calamidad (desde cualquier ángulo que se le mire). Quince años después, esa izquierda está en el mismo lugar (solo que un poco más obesa por efecto del parasitismo de estado).” Rigoberto Lanz
Soy Bolivariano y Chavista, ¿ergo de izquierda?
Por los márgenes de los viejos aparatos de izquierda (PCV-MIR-MEP-MAS) se coló el fenómeno del proceso popular bolivariano y del “chavismo” que saltó directamente a ser gobierno, descolocando por completo la agenda de la izquierda tradicional e introduciendo un nuevo dinamismo, sobretodo, en el “movimiento de masas” venezolano.
Cabe decir que del primer atisbo aprista del ARDI como semilla del PDN (1936) y luego de AD (1941), el “movimiento de masas” en la Venezuela del siglo XX fue encuadrado en las filas del reformismo de horizonte socialdemócrata.
Las masas populares revolucionarias han sido las grandes ausentes de la historia de las diversas “revoluciones” que los historiadores narran cuando tal palabra aparece en boca de los actores protagonistas de las más modestas revueltas. No es equivalente decir revueltas, rebeliones y revoluciones.
No tuvo el mismo objetivo de consolidar un movimiento de masas, el PCV (1931) cuya doctrina del férreo “partido de cuadros” y procedencia hay que rastrearla en aquellos marxistas, entre los que se encontraban los hermanos Eduardo y Gustavo Machado, Carlos León y Salvador de la Plaza, quienes fundaron en México en 1926 el Partido Revolucionario Venezolano (PRV), el cual fue un movimiento Nacionalista, Revolucionario y Antimperialista, que puede ser considerado como uno de los núcleos iniciales del posterior Partido Comunista de Venezuela (PCV).
No hay que hacerse los tontos con las fechas. Ya en 1924 había desparecido Lenin de la escena. De modo que la herencia de lo que a la postre será el PCV llevará a cuestas el inconsciente político de las luchas de las tendencias en el interior de la URSS. En 1927 se hablaba incluso de una “oposición de izquierda” dentro de la URSS. Ya tempranamente en la revolución rusa, el debate estaba encendido entre populistas, marxistas legales, socialdemócratas, marxistas revolucionarios y libertarios. Tal escena era mucho más que decir estalinistas, trotskistas y reformistas.
El estalinismo tiene vieja impronta en Venezuela, al menos inhibió una crítica fundante de la propia naturaleza de la URSS desde 1917. ¿Fue en realidad socialista, un estado obrero degenerado, una nueva figura del capitalismo de estado o un colectivismo burocrático?
Esas preguntas parecían estar ausentes como debate de aquella izquierda venezolana donde no aparecía por ningún lado la caracterización de la URSS como socialismo de estado o como socialismo burocrático, más allá de la polémica encendida entre socialdemócratas oficiales, la III internacional y los que se quedaban en la mitad, en el dos y medio. Lo que dominaba el debate era la postura anti-imperialista y la cuestión de la autodeterminación de las naciones, una vía para acceder a la modernidad política luego de los caudillismos, los liberales y los conservadores.
El PRV-México (1926) elabora un programa político y funda una revista, Libertad, desde la cual llevan adelante una campaña contra el gomecismo y en favor de las luchas anti-imperialistas. No obstante, en el terreno propiamente intelectual, es decir, en lo que se refiere a las aportaciones teóricas de cara a la profunda crisis paradigmática de la vieja izquierda, los resultados desde entonces hasta hoy son más que modestos.
Es doloroso reconocerlo, pero la izquierda venezolana fue tributaria del mito del carácter revolucionario de la URSS durante el estalinismo. Con la muerte de Stalin, las noticias que llegaron de la URSS afectaron la tesitura de tal complejo ético-mítico y de la doctrina monolítica de una manera molecular, hasta que los viejos hombres y mujeres del Partido Comunista comenzaron a sospechar en el propio relato con el cual se convencieron por décadas tenía no solo lagunas, sino que era una “mentira oficial”.
Luego de la segunda guerra mundial y del corto período del Browderismo, la revolución cubana, vino a compensar la posibilidad de una total recaída en un duelo melancólico hacia la URSS. De las divisiones de AD, la fuerza insurgente del MIR atravesó las luchas por la democratización del poder que colateralmente animaron al PCV desde sus orígenes, ante su lealtad férrea a la “Patria Socialista”Soviética. Todavía el PCV le reclamaba a los Miristas sus razones de reclamarse como “marxistas-leninistas”, si el partido marxista-leninista era pues el PCV.
Pero en medio de los conflictos en el interior del campo soviético, con el conflicto Chino-Soviético, con las interpretaciones disímiles sobre el carácter y destino de las revoluciones en Nuestra América, también allí las polémicas entre el MIR y el PCV estaban marcadas por el horizonte de dos mitos: la “lucha guerrillera” y el “asalto al palacio de invierno”. Las figuras de Fidel y de Guevara destacaban para el primer horizonte. Las de Lenin y los bolcheviques para el segundo.
También, la vieja socialdemocracia adeca (con Betancourt hegemonizando su agrupación partidista de masas) se movió a sus anchas para arreciar en la propaganda reaccionaria y la acción represiva, con apoyo activo de los EE.UU y sus operaciones contra-insurgentes de largo alcance en todo el continente, profundizando todos sus aparatos y dispositivos en contra del “Castro-Comunismo”. Tan fuerte impronta dejo aquella propaganda que hasta hoy se reactivan sus consignas.
Luego, ya con el olor de la derrota final muy cerca, hasta el PCV terminó polemizando con Fidel y la dirección política cubana sobre el devenir de la lucha revolucionaria venezolana. Vale la pena pasearse por aquellos documentos para entender lo que estaba en juego.
En Venezuela se dio la derrota militar de la izquierda insurgente desde mediados de los años 60. Esa fue la verdadera realidad y condición de posibilidad de la llamada “línea pacífica y electoral”. Y una revolución derrotada tiene deudos que no quieren cobrar ninguna cuota parte de tal legado. De allí muchos de los silencios del inconsciente político de aquella época, como si fuera imperativo el silencio, las ausencias, la censura y las inhibiciones.
De allí surgieron mil divisiones y disoluciones, el típico movimiento de degradación molecular de una fuerza constituyente. Eso contrasta con el entusiasmo de masas que estaba presente en aquella “Junta Patriótica” de Fabricio Ojeda y el derrocamiento del Dictador Pérez Jiménez y de su círculo militar-policial más estrecho. Como si se tratara de historias paralelas, el devenir de aquella junta estaba aparejada del otro pacto: el Pacto entre Elites que va de Nueva York a Punto Fijo: la democracia electoral y representativa como Dulcinea del Toboso al decir de Domingo Alberto Rangel.
Luego de aquel escarceo armado, el repliegue táctico llevo a la resistencia estratégica. Surgieron innovaciones (MAS y Causa R, por ejemplo) desde divisiones del PCV, así como reintentos testarudos (Organización Revolucionaria, Liga Socialista, Partido Revolucionario Venezolano y Bandera Roja) tanto del PCV como del MIR.
La “izquierda” y la “ultraizquierda” configuraron el espacio de las izquierdas según la nomenclatura de la mediática oficial de los años 70, en proceso ya de consolidar su propia industria cultural televisiva, además del despliegue de toda la malla de cooptaciones en instituciones culturales, becas y universidades. Tal cooptación fue clave para comprender muchas de las auto-censuras, las inhibiciones y los silencios.
Abreviando algunos pasajes, es preciso destacar las recaídas del MAS en la socialdemocracia reformista, en la tan cuestionada “democracia liberal” y la “partidocracia”, ya sin proyecto anticapitalista, mostrando precisamente hasta dónde puede llegar un arco de potencia de una iniciativa constituyente, cuando no hay agenciamiento de recursos, capacidades, motivaciones, afectos, estética y ética-política. El MAS construyó sus tendencias internas a modo de zoografía y bajo la inercia de agrupaciones que van tras la estela de un caudillo.
De la crisis de la aquellas izquierdas, surgió un terreno huérfano y fértil por donde irrumpió la Rebelión Militar del 4-F. Por supuesto, no sin antes dar cuenta de una revuelta popular como el 27-F. Tal revuelta popular fue sobrecargada de connotaciones mitológicas, luego que una orquesta de simbolizadores (nuevos intelectuales) re-inventaron un mito de insurgencia popular. Se inspiraban en Juan Uslar Pietri y sus valoraciones de Boves (Historia de la rebelión popular de 1814). El terreno de los “caudillos populares” se iba labrando molecularmente.
Sin embargo, del estallido social, de aquella protesta popular masiva con destemplada violencia expresiva a una insurgencia política es preciso un largo trecho de “concientización, organización, movilización y lucha de masas”. Incluso alguna voz que clamaba en el desierto, analizó ese pasaje de la “Subversión Social a la Subversión Política”. Eran sólo esbozos de desobediencia social ante una legitimidad social y política rota. El pacto de elites quedaba como el Rey desnudo.
Se comprende que las exigencias de “querer llegar a ser gobierno” y de ser parte de una “gestión de gobierno” consumió por otra parte la energía de mucha gente comprometida. Muchos consolidaron dos estereotipos en su territorio subjetivo: “Se había perdido mucho tiempo”, “No se puede hacer una revolución sin plata”.
El sistema dominante en crisis intento cooptar muchas energías irredentas. Lo logró a medias, incluso con aquellos Comandantes del 4-F. Lo que no se comprende es que se intente hablar hoy en clave de “Revolución” en medio de una tal precariedad reflexiva, es decir, desde los vacíos teóricos (crisis de fundamentación, de consistencia y de legitimación de las formulaciones teóricas y los proyectos revolucionarios) en los que está postrado todo el pensamiento político heredado de la modernidad occidental.
El “árbol de las tres raíces” fue un síntoma del aquel cuadro de los años 90. Para los modernizadores, un simple e insulso anacronismo. Sin embargo, puede leerse en otra clave. Una reactivación del inconsciente político de lo nacional-popular, cargado de las ambigüedades, ambivalencias y polivalencias del sustrato popular plebeyo venezolano. La potencia plebeya se había quedado ya casi sin palabras, estaba labrando con usos innobles, sus propios códigos y gramáticas. Estaba apelando a la generación de los muertos, a la pesadilla que aprisionaba el cerebro de los vivos, que evocaba Marx iniciando aquellos pasajes historiográficos sobre el Bonapartismo y el 18 Brumario. La potencia plebeya estaba viviendo su encrucijada entre el trabajo intelectual muerto y el trabajo intelectual vivo.
También en Venezuela, un encumbrado del positivismo había hablado en otra época y contexto del “Cesarismo Democrático”. Evocar a Bolívar podría dar lugar a viejos cultos y viejos toboganes interpretativos. La revolución bolivariana, el proceso popular constituyente, el proceso bolivariano revolucionario o más sencillamente, el “proceso”, declinó en el significante del “Chavismo”.
Hoy el “Chavismo” parece hacerse legión de composiciones en sus apuestas frente al legado de Chávez y la coherencia de un liderazgo sobre las tareas políticas y de gobierno, con los más diversos matices, corrientes y tendencias que evocan su procedencia aluvional.
Por supuesto, como en todas las lenguas, hay una tendencia centralizadora y domesticadora que lo lleva al terreno del “oficialismo”. Pero tal fuerza centrípeta no puede bloquear márgenes, periferias y subversiones de la lengua oficial. Sobre el Chavismo hay también un “conflicto de interpretaciones”. Y con hondas consecuencias políticas.
En tal contexto, nosotros apostamos a una renovación radical de las izquierdas venezolanas, de las corrientes nacional-populares de izquierda, de cara a una multitud mundializada y por una secuencia de acontecimientos de democracia absoluta. No queremos legitimar las trampas al poder constituyente, a la triada de resistencia, insurgencia y poder constituyente, a las postulaciones del contrapoder y lacontra-hegemonía para una operación de razón de estado, de alta burocracia y de bajo maquiavelismo político.
Las izquierdas con mentalidad de aldeano vanidoso, siguen aún postradas en el espejo de un imaginario político derruido por todos los costados. Y frente al Estado algunos vanidosos sacan del cajón de sastre a Hobbes, Hegel y Carl Schmitt. Debemos reconocer que el “Rentismo” genera su propio campo cultural, es una infraestructura que determina la peor condición posibilidad para el esfuerzo teórico-intelectual. También la corrupción, el oportunismo crematístico, la mentalidad de funcionario y la adulancia son obstáculos epistemológicos, no solo sociales y políticos.
Lo fundamental para la renovación del campo de las izquierdas será superar la entronización del “marxismo soviético”, como ordenamiento pre-categorial (prejuicios), con sus correspondientes prácticas estalinistas (habitus-habituación), como único referente para imaginar, pensar, decir y hacer algo llamado “revolución”. Por ahora, la revolución democrática ha sido bloqueada y truncada.
El propio proceso popular constituyente, liderado por Chávez no logró aún profundizar en el punto de quiebre que significó la articulación entre “revolución democrática”, casi calcada de las viejas tesis leninistas de las dos tácticas de la socialdemocracia rusa (presente en el propio léxico de Betancourt y el etapismo de la “revolución nacional-burguesa”), con el horizonte de la “democracia revolucionaria” y aquella “democracia popular bolivariana” del Libro Azul, secuencia indistinguible, reiteramos, de la resistencia, la insurgencia y el poder constituyente originario, como contrapoder/contra-hegemonía para una nueva fase de acontecimientos instituyentes.
En la precariedad reflexiva, en su condición histórica de posibilidad, en su territorio existencial, fue que se instaló la frase “Socialismo del siglo XXI”. Así, se trataba de desbordar la vieja dicotomía entre reformismo socialdemócrata y comunismo marxista-leninista. Evoquemos fragmentos de historia.
Ni siquiera el experimento de “Fuerza Comunista”, nomenclatura originaria luego conocido como el MAS (Movimiento al Socialismo), logró desde algunos elementos del eurocomunismo y de los ingredientes Gramscianos, superar tal dicotomía tan limitadora. En otras latitudes ya se hablaba de reformas radicales y de subversión del significante revolución, para colocar a la insumisión y la impugnación política como acontecimientos de ruptura de una idea cíclica y pendular de “Revolución-Termidor”. Tampoco logró consolidar su impulso rupturista la Causa R ni el PRV-Ruptura (Tercer Camino).
Eso significa la necesidad de replantear todo el terreno teórico-político, incluso político-espiritual, desde aquellas viejas polémicas de Marx frente a los “Socialismos franceses” existentes y luego frente al “anarquismo”, hasta llegar a los candentes debates que valoran el marxismo occidental, el legado de la teoría crítica, el socialismo real, el impacto de las revoluciones del Tercer Mundo, el eurocomunismo, la Tercera Vía liberal-socialdemócrata, el autonomismo y los retornos a la vieja autoridad intelectual de los Comités Centrales de los Partidos de izquierda de inspiración Leninista, incluyendo además a sus coordinaciones mundiales.
No debemos mencionar aquí otros problemas inmensamente reales: la tendencia a la autoridad despótica, el personalismo, el burocratismo, el centralismo, la concentración del poder, la adulancia palaciega, la corrupción, el patrimonialismo y el duro clientelismo para repartir prebendas y lealtades. Así se comprende el cierre de la cadena discursiva: “Traidores nunca”
Todavía para las izquierdas Venezolanas, la pérdida física de Chávez es un asunto a tramitar en el terreno de las ideas y valores sustantivos. Cabría un debate sobre el “Legado de Chávez” desde las perspectivas de izquierda realmente existentes. No estamos hablando de duelos sentimentales ni de apelaciones propagandísticas. Estamos hablando de la orfandad de ideas-fuerza.
Ante una gigantesca encrucijada de crisis orgánica de hegemonía, de recomposiciones imperiales y del cuadro económico-social, hay que poner toda la tradición del pensamiento de izquierda sobre la mesa de discusión, sin censuras, inhibiciones, miedos y desesperanzas.
¿Quiénes se atreven? Como diría aquel cretense en su paradoja: ¡Esto es una provocación!
(1) El presente es solo una entrada de nuestro más reciente ensayo de elaboración y compilación de una suerte de para-texto, diccionario o recopilación de palabras-claves, próximo a ser publicado como Nueva Lengua Rebelde (NLB), que ante la pregnancia de una neolengua despótica, ponemos a disposición del debate de los agenciamientos colectivos de enunciación. Próximo a ser publicado.
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