sábado, 27 de octubre de 2018

LA HISTORIA A CONTRAPELO Y EL MANUAL DE LAVADO DE CEREBRO DE UNA DISTOPÍA:

 Javier Biardeau R

“Como en toda historia previa, quienquiera que resulte triunfador seguirá participando de ese triunfo en el que los gobernantes de hoy marchan sobre los cuerpos postrados de sus víctimas. Como de costumbre, los despojos se llevan en alto en ese desfile triunfal. A éstos se les llama generalmente la herencia cultural. Esta última encuentra un observador bastante distante en el materialista histórico. Pues tales riquezas culturales, cuando él las repasa, delatan un origen que él no puede contemplar sin horror. Deben su existencia no sólo a los afanes de los grandes creadores que las han producido, sino asimismo a la fuerza de trabajo anónima de los contemporáneos de estos últimos. No ha habido nunca un documento de cultura que no fuera a la vez un documento de barbarie.” Walter Benjamin, «Tesis sobre la filosofía de la historia», VII
La moda husmea lo actual dondequiera que lo actual se mueva en la jungla de otrora. Es un salto de tigre al pasado. Sólo tiene lugar en una arena en la que manda la clase dominante. El mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto dialéctico, que así es como Marx entendió la revolución. Walter Benjamin, «Tesis sobre la filosofía de la historia», XIV
El mayor mérito de El Espíritu de la Utopía de Bloch es haber negado con toda intensidad la significación política de la teocracia. Walter Benjamin, FRAGMENTO POLITICO-TEOLOGICO
Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil. Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado. F. Engels. 1891
Decía Frederic Jameson en un texto de inspiración programática[1] para el campo  de la izquierda que la política radical ha oscilado entre dos opciones: a) una visión saint-simoniana de la ingeniería social y colectiva y b) una Utopía fourieriana de gratificación libidinal; es decir, entre la formulación leninista de 1920 del comunismo como «los soviets más la electrificación» (una idea de compatibilizar el poder popular con una tesis de modernización vía tránsito desde el capitalismo de estado) y alguna celebración más propiamente marcusiana de los años 1960 que celebraría una «política del cuerpo» erótico (una liberación del cuerpo y la palabra más cercana al pensamiento 1968 y contracultural).
El problema, ciertamente, no es meramente el de las respectivas prioridades de esos dos «niveles» (desarrollo de las fuerzas productivas junto a cambios en las correlaciones de fuerzas, por una parte, o emancipación subjetiva desde la microfísica de las relaciones de poder), tampoco es meramente interpretativo y hermenéutico, sino también práctico y político, como lo demuestra el destino del movimiento contracultural de los años 1960, o si se prefiere en una onda de “revoluciones desde el tercer mundo” el destino de la revolución cultural china, de la revolución argelina o de la revolución cubana en sus procesos de institucionalización de sus propios regímenes políticos y sus estilos-modelos de desarrollo.
Decía Daniel Bensaid[2] que "La izquierda debe elegir entre la resignación y el rechazo del chantaje liberal según el cual toda perspectiva de cambio radical debería conducir a un nuevo desastre totalitario."
Algunos citan la frase de Walter Benjamín[3] acerca de la tarea del historiador que se oriente por el materialismo histórico, la de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” (die Geschichte gegen den Strich zu bürsten) Se trata de una de las más citadas frases de las tesis sobre la historia, epígrafe de un sinnúmero de escritos de diversos autores que se afirman en ella para dar cuenta de su punto de vista, convocando por su medio a escribir otra historia. Incluso algunos llegan a proponer una inversión especular de la historiografía hegemónica, de modo que escribir la historia de los vencidos es simplemente narrar sus historias ejemplares de modo de construir figuras que promuevan o se presten a otras  identificaciones imaginarias o simbólicas.
Tal como ha cuestionado Roberto Pittaluga[4], se trataría versiones especulares de la historiografía dominante, construyendo otros tantos relatos épicos, por lo que escribir la historia de los vencidos:
“…son por tanto empeños que tienden a erigir un nuevo panteón de héroes, y que incluso, disimuladamente o no, conservan la idea de progreso al interpretar las luchas del pasado como etapas de una historia acumulativa.
De este modo, pasarle el cepillo a contrapelo fue entendido en su primera capa de sentido, como, acotadamente, contar otra historia, la de los subalternos, la que no forma parte de las narraciones de los vencedores. Pero al detenerse en ese nivel de significación, los pilares de la concepción de la historia de la cual Benjamin nos insta a apartarnos, quedan así incólumes, mientras se hacen romas las puntas de las afiladas lanzas epistemológico-críticas de las tesis”.
Sin embargo, como ha planteado Löwy cepillar la historia a contrapelo es ir a contracorriente de la versión oficial, oponiéndole a ésta la tradición de los oprimidos. La revolución o la redención no serán el resultado del curso natural de los acontecimientos, del “sentido de la historia”, del progreso inevitable, habrá que “luchar contra la corriente”.
Como ha planteado Michel Löwy  hay tres temáticas interrelacionadas en la formulación de Benjamin: la cuestión de la empatía con los vencidos; la problemática cultura/barbarie y, finalmente, la sentencia de cepillar la historia a contrapelo.
La empatía con los vencedores  implica una  actitud conformista y servicial para con los vencedores, del mismo modo que se comportaban los cortesanos de antaño o con los historiadores historicistas del presente, quienes hacen historia sometidos a la facticidad y por ello, a la metáfora del “cortejo triunfal”.
Como ha afirmado Pittaluga:
“El materialismo histórico que Benjamin propone debe entonces reformular la relación entre pasado y presente, esto es, debe postular un régimen de temporalidad tal que permita la plena construcción de lo histórico, un régimen en el cual el presente abra determinado pretérito y éste mute su estatuto en relación a lo actual.”
Que el presente abra determinado pretérito implica dar cuenta de las posibilidades que se abren en la operación historiográfica, ya sea de legitimación/apología del presente o de construcción de nuevas líneas de fuerza y sentido. También la historia a contrapelo significa  la doble posibilidad de lectura de todo documento de cultura, pues allí hay que registrar no solo un patrimonio acumulado sino la barbarie que lo hizo posible.
Este enlace hasta ahora inescindible de cultura y barbarie se prolonga en la transmisión entre generaciones del acervo documental, de la cualificación y construcción de los archivos legítimos, al vertebrarse en una hermenéutica de la transmisión de los vencedores que garantiza la reproducción de la dominación. La barbarie no reside solamente en el documento de cultura sino también en su transmisión, en la tradición por la cual nos llega como “historia”.
De modo que los tipos de transmisión se vinculan también con la problemática de los legados, patrimonios y las herencias culturales, con sus modos de interpretarlas para justificar determinadas orientaciones políticas. El peligro de esa transmisión dominante es que es un medio —un médium tal como lo plantea la mediología de Regis Debray— en el que se modelan los sujetos de la recepción, un terreno político-cultural del que emergen el conformismo y la complacencia con el statu quo, la disposición servicial “como herramienta de la clase dominante”.
Así, cepillar a contrapelo la historia es también la figura de una escritura que implica romper esa unidad significativa de los hechos en torno a su continuidad y direccionalidad, es decir, lo que también desde otra coordenadas Michel Foucault evocaba en sus crítica a la teleología y el origen en la historia, revalorizando la singularidad de cada acontecimiento, sin someterlo a su empalme perfecto con los demás, es decir, como continuidad de un proceso histórico.
Lo que emerge como narración histórica si se “cepilla a contrapelo” ya no es una dirección y una continuidad de la historia sino un enmarañamiento donde emergen los acontecimientos. Se trata de menos temporalidad vacía, homogénea y continua, y mucho más de multi-temporalidad y poli-ritmos de lo histórico. Al pasar el cepillo a contrapelo no se obtiene  una historia épica de héroes proletarios u oprimidos. Su resultado no es Uno sino múltiple. No se trata de hacer historia de los subalternos bajo la misma lógica o perspectiva de la historiografía hegemónica, descartando la historia crítica a favor de la historia monumental o a la historia de anticuario, tal como las describieron tanto Nietzsche como Foucault.
Benjamin piensa que la inteligibilidad y la constitución de lo propiamente histórico emergen de una colisión entre las huellas del pasado y la situación del presente. Es en ese choque entre los tiempos (que es a la par encuentro) que aflora lo histórico, y la tarea del historiador materialista consiste en “hacer saltar la época de la «cósica continuidad de la historia»”, cargándola “de material explosivo”, es decir, [de] presente”.
La historia no es cosificación ni objetivación clausurada sino apertura al acontecimiento. El contrapelo benjaminiano exige una lectura de los signos (las marcas y documentos) del pasado en el presente, que es como el pasado nos llega. El pasado es construido, creado a partir de esa lectura de las huellas en el presente como si éste fuera un texto, pero esas huellas son improntas que exigen ser leídas entrelineas y como huellas invertidas.
La relación pasado-presente deja de ser mera instancia cronológica, y la historia crítica instaura una capacidad anacrónica para valorar el presente como irrupción, como instancia política de conflicto y peligro, abierta a potenciales cambios de rumbo, es decir, albergando, también, su propio chance revolucionaria. Se trata del desplazamiento de Cronos por Kairos:
El nuevo método dialéctico de la historiografía se presenta como el arte de experimentar el presente como el mundo de la vigilia al que en verdad se refiere ese sueño que llamamos pasado. ¡Pasar por el pasado en el recuerdo del sueño! —Por tanto: recordar y despertar son íntimamente afines. Pues despertar es el giro dialéctico, copernicano, de la rememoración” (Benjamin)
De este modo, el pasado en cuestión, aquél cuyo recinto ha abierto el presente, es el que interrumpe la tradición (y la transmisión) dominante: aquél que no tuvo continuidad, que no tuvo futuro. “Sólo para ella [la clase oprimida que lucha] y únicamente para ella hay conocimiento histórico en el instante histórico, es una dimensión de la lucha de los oprimidos, que no puede escindirse completamente de ese conflicto; es también momento de ese conflicto.
Sin embargo, aquí cabe contrastar a Benjamín con Foucault[5], pues para este ultimo la tarea genealógica arroja por la borda cualquier consideración a la utopía. A pesar del interés de Foucault por los acontecimientos, por las luchas, azares y fuerzas enfrentadas, su historia está condenada a una meta-narrativa encubierta:
“La humanidad no progresa lentamente, de combate en combate, hasta una reciprocidad universal en la que las reglas sustituirán para siempre a la guerra; instala cada una de estas violencias en un sistema de reglas y va así de dominación en dominación.”
El eterno retorno de lo mismo: de dominación en dominación, pareciera convertirse en un círculo vicioso: la vieja tesis Paretiana y de Gaetano Mosca de la circulación de las elites o de una clase política, hasta llegar finalmente al dictum de las revoluciones como “cementerio de las elites”
En cambio, para Benjamín hay que incrustar tres momentos en los fundamentos de la concepción materialista de la historia: la discontinuidad del tiempo histórico; la fuerza destructiva de la clase trabajadora y la tradición de los oprimidos. No se trata sólo de “apoderarse de la tradición de los oprimidos, sino también de fundarla”.
Semejante distinción nos permite distinguir la prioridad, dentro de la tradición marxista, de una «hermenéutica positiva» basada en la clase social, frente a las que siguen limitadas tanto por las categorías anarquistas del sujeto individual y la experiencia individual, o por el descentramiento radical de cualquier categoría de sujeto tan cara al pensamiento post-estructuralista, incluyendo la oscilaciones de Foucault entre la desaparición del sujeto, las tecnologías del yo y una estética de la existencia.
Sin embargo, la función demoledora de la historia crítica de Foucault puede ser articulada a la función de anticipación utópica propuesta por Benjamin, siempre que la utopía se la lleve de la mano de los peligros de su sombra; es decir de las distopías.
Si el término utopía pudo designar aquel proyecto o doctrina que se consideraba idóneo, pero inviable por sus métodos o de difícil puesta en práctica en las circunstancias históricas del presente, la utopía no dejo de asociarse a la esperanza.
Debido a su importante carga idealista y de fantasía constructiva, la utopía ofrece el suelo para formular y diseñar sistemas de vida en sociedad alternativos. Tomás Moro, impresionado por las narraciones extraordinarias de Américo Vespucio sobre la isla de Fernando de Noronha, que fue avistada por los europeos en 1503, consideró que en esa misma isla se podría construir una civilización perfecta.
La utopía era una sociedad comunal, racionalmente organizada, donde las casas y los bienes serían propiedad colectiva y no individual, y las personas pasarían su tiempo libre en la lectura y en el arte, pues no serían enviadas a la guerra, excepto en situaciones extremas; por lo tanto, esta sociedad viviría en paz, felicidad, justicia y en plena armonía de intereses.
Por otra parte, la distopía es la cara opuesta, negativa, de la utopía, y su pasión dominante es la desilusión y el miedo; es decir, apelar a la distopía es una forma de disuasión que puede contener elementos reaccionarios para justificar que lo existente es mucho mejor que cualquier sueño utópico.
En este sentido, la distopía explora las realidades fantaseadas para anticipar cómo ciertos métodos de conducción de la sociedad podrían derivar en sistemas totalitarios, injustos y espantosos. Como tal, la distopía designa un tipo de mundo imaginario, recreado en la literatura o el cine, que se considera indeseable.
La palabra distopía se forma con las raíces griegas δυσ (dys), que significa ‘malo’, y τόπος (tópos), que puede traducirse como ‘lugar’.
La distopía plantea un mundo donde las contradicciones de los discursos ideológicos con la experiencia y las prácticas efectivas son llevadas a sus consecuencias más extremas.
De allí que la distopía advierta sobre los peligros potenciales de las ideologías y de las utopías. No es casual que se cite tanto a 1984 de Orwell o al Mundo Feliz de Huxley para recrear el mundo de vida del totalitarismo, los regímenes dictatoriales, despóticos o autoritarios.
Vale la pena llevar de la mano las llaves de la esperanza junto con el “realismo” de las experiencias enlazadas a las energías de una “utopística” concreta, cuyas contradicciones efectivas en sus intentos de realización, sobremanera las experiencias derivadas del imaginario del socialismo revolucionario soviético, han llevado al grado cero de anticipación utópica, es decir, a condenar el futuro en nombre del fin de las ideologías (Bell) o del fin de la historia (Fukuyama).
Vale la pena detenerse en un ficcionado “Manual de lavado de cerebro para operadores psico-políticos de una sociedad distópica” para encontrar los riesgos y peligros de una utopía que condene a la basura o a la hoguera a cualquier filosofía de la libertad, o que sacrifique en el altar de un colectivismo despótico las energías singulares por ampliar los espacios de libertad.
No hay que olvidar nunca que la violencia puede dar a luz un poder de hecho, pero no puede ni suscitar ni perpetuar por sí sola el consentimiento. Este último supone una "dominación simbólica" (Weber), mediante la cual los sometidos incorporan los principios de su propia sujeción.
La tragedia del experimento bolchevique, con Lenin a la cabeza, fue hablar de un semi-estado en la transición (El Estado y la Revolución) para terminar denunciado al llamado Estado con deformaciones burocráticas en su visible y palpable burocratización.
Peor aún, las apelaciones a los mandatos de una "vanguardia política" con una ética completamente licuada (la metástasis de la corrupción) y con una investigación científica inexistente (el culto a la ignorancia y la incompetencia) conducen directamente a las distopías.
Si el término “Distópico” fue usado por primera vez por John Stuart Mill en 1868 y es definido por El Oxford English Dictionary como “un sitio o una situación imaginaria en donde todo lo que es malo es posible”, vale la pena detenerse a cuestionar también a toda realidad existente en el presente en la cual lo que se realiza o actualiza es injustamente la tesis: “todo lo que es malo es posible”.
Deleuze y Guattari plantearon: “Es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver al fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas.”
De allí la función crítica de Foucault cuando escribió: Introducción  a la vida no fascista, justamente como prólogo al anti-Edipo. Allí dedica unas frases a los burócratas de la revolución y a los funcionarios de la Verdad, en una época donde no se hablaba el lenguaje de varapalo de la post-verdad. Y allí también Foucault identificó al peor enemigo: el fascismo:
“…el mayor enemigo, el adversario estratégico (mientras que la oposición de El Anti-Edipo a sus otros enemigos constituye más bien un compromiso táctico): el fascismo. Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y Mussolini –que supo movilizar y utilizar muy bien el deseo de las masas- sino también el fascismo que reside en cada uno de nosotros, que invade nuestros espíritus y nuestras conductas cotidianas, el fascismo que nos hace amar el poder, y desear a quienes nos dominan y explotan”.
Para no amar el poder y desear a quienes nos dominan y nos explotan, sirvan estas pequeñas líneas del Manual que deben ser leídas a contrapelo:
1) Los individuos y el Estado están enfermos donde los objetivos no son codificados e alineados rigurosamente. Sin lealtad a la organización dirigente entonces hay traición y desafección...
2) Todas las metas derivan de la coacción. Sin el castigo y la amenaza no puede haber ningún esfuerzo. Sin el dolor no puede haber ningún deseo de escaparse del dolor. Sin la amenaza del castigo no puede haber ninguna ganancia.
3) Sin la coacción y el mando no puede haber ninguna alineación de las funciones corporales. Sin el control directo o indirecto, no puede haber ninguna meta cumplida para el Estado.
4) "Donde la obediencia o el conformismo fallan, las masas sufren".
5) Los objetivos de Estado dependen de la lealtad y la obediencia de cada individuo para su logro. Un objetivo de Estado no debe ser interpretado sino obedecido. Cuando se interpone la iniciativa egocéntrica se interrumpen los objetivos.
6) Los objetivos del Estado son interrumpidos cuando una persona o grupo muestran deslealtad y desobediencia como resultado directo de su propia desalineación con la vida.
7) No siempre es necesario eliminar al individuo. Se trata de eliminar sus tendencias autónomas en función de la mejora de los objetivos y ganancias de la organización dirigente.
8) Se deben administrar castigos, cuando los individuos egocéntricos muestran falta de cooperación con la organización dirigente.
9) En el campo de la Psico-política, la lealtad significa "ajuste" y "alineación" a las metas de la organización dirigente.
10) La cura o correctivos de la deslealtad está enteramente contenida en los principios del "ajuste", "pertenencia al anillo" y la "alineación"
11) Hay que convencer a los individuos en que hay fuentes negativas y fuentes positivas de lealtad, las negativas deben ser asociadas a sufrimientos y privaciones, las positivas a esperanzas y beneficios.
12) A los individuos egocéntricos, no alineados y desobedientes hay que mostrarles que su deslealtad provoca circunstancias físicas peligrosas: encarcelamiento, falta del reconocimiento y privaciones.
13) Un individuo no alineado debe ser convencido mediante la coacción para abandonar y difamar lealtades previas y aceptar la nueva lealtad implantada por la organización dirigente.
14) La persona a ser destruida debe estar involucrada en el estigma de la locura, y debe haber sido puesta como blanco por operadores de acción psicológica, con una cantidad máxima de tumulto, difamación y publicidad negativa.
15) Donde algún liderazgo no es susceptible a nuestros mandatos, donde resiste todas las persuasiones y podría volverse peligroso para la causa de la organización dirigente, ningún dolor o sufrimiento debe ahorrarse hasta lograr su rendición.
16) Las lealtades, su ajuste y su re-alineación es el tema de la conquista no armada de un enemigo, adversario u oponente.
17) El uso más bárbaro, desenfrenado, brutal de la fuerza, si es llevado suficientemente lejos, invoca la obediencia.
18) Cualquier organización que tiene el valor de exhibir inhumanidad, salvajismo y brutalidad, será obedecida. Tal uso de la fuerza es, por sí mismo, el ingrediente esencial de su grandeza.
19) La obediencia es un tema de creencia, para obedecer hay que implantar la fuerza de creer, y para creer hay que pensar con fuerza de manera ajustada y alineada.
20) La obediencia más óptima es la obediencia irreflexiva. El mandato dado debe obedecerse sin ninguna racionalización, implantarse debajo de los procesos de alerta y lograr reacciones de modo automático.
21) “El militante-soldado no piensa, el militante-soldado obedece"
22) Un estímulo suficientemente instalado permanecerá como un mecanismo de policía dentro del individuo para causar que él siga los mandatos e  instrucciones. Si él fallara, un nuevo mecanismo del estímulo debe entrar en acción, asociado en todo momento a la amenaza o al castigo.
23) El cuerpo es menos capaz de resistir a un mandato si tiene comida insuficiente y está cansado. Los mandatos deben ser administrados a los individuos cuando su capacidad de resistir ha sido reducida por privación y agotamiento.
24) Drogar al individuo causa un agotamiento artificial, y si es drogado, o shockeado y golpeado, y se le da una cadena de órdenes, sus lealtadespueden reorganizarse a nuestro favor. Esto es P.D.H. (Pain-Drug Hypnosis).
25) Los cambios de lealtades, obediencias, y fuentes del mando pueden ser ocasionados fácilmente por  tecnologías psico-políticas.
26) La degradación del enemigo puede lograrse mucho más insidiosamente y mucho más eficazmente por la difamación consistente y constante.
27) Hay una curva de la degradación que lleva hacia abajo hasta un punto donde la resistencia de un individuo está casi al final, y cualquier acción súbita hacia él lo pondrá en un estado de conmoción (shock) y derrumbe.
28) Cualquier desobediente o amenaza a las normas de la moral del Estado debe ser sometido a "tratamiento mental".
29) Cualquiera que presente indicios mentales o fantasías sobre actos preparatorios de un plan, adquisición o adaptación de instrumentos, o asociación o actividad dirigida a afectar la moral del Estado debe ser castigado.
30) Las mayores penas y castigos debe ser ejecutadas a cualquiera que exprese por cualquier medio o soporte una fantasía que quebrante las normas de la moral estatal.
31) Ninguna gratificación para los desafectos de la organización dirigente.
Tomar la historia a contrapelo es precisamente iluminar el instante donde la tradición de los oprimidos, como sujetos de clase, grupo o como singularidades, se bifurca con tiempo irreversible de cualquier composición con los estratos y estados del fascismo o del colectivismo despótico.
Nunca estará de más recordar al viejo Engels[6]:
“El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.”
Y los peores lados de este mal son la violencia y la represión no consentidas por los ciudadanos y el derecho de parte de los órganos del Estado.
Requerimos de menos distopías y muchas más utopías, de forjar una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, que pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.

NOTAS:
[2] Daniel Bensaïd. Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren: https://www.marxists.org/espanol/bensaid/2004/001.htm



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