jueves, 8 de mayo de 2008

LA HERENCIA DEL 68-IV: ¿PLURALIDAD SOCIALISTA-DEMOCRATICA-REVOLUCIONARIA?


Javier Biardeau R.

¿Qué puede llegar a ser el nuevo socialismo del siglo XXI? Esta es una pregunta inquietante. En estos días se conmemora la herencia del 68, no solo del “Mayo Francés”, sino de todo un clima internacional que traduce una fase de bifurcación del sistema-mundo capitalista, de sus centros y periferias, lo que ha denominado Wallerstein: el “gran ensayo”. El “Mayo Francés” puede comprenderse como un episodio de una secuencia de turbulencias que conmocionaron las bases de legitimación y regulación político-cultural del sistema-mundo capitalista. Turbulencias en la compleja dialéctica entre revoluciones y contra-revoluciones, de revoluciones activas, pero también pasivas, con sus transformismos y cooptaciones, como las denominó Gramsci. Y frente a los flujos revolucionarios, se armó una estrategia no solo política sino cultural, con carácter contra-revolucionaria: se impuso el consenso neoconservador-neoliberal. La derecha utilizó adecuadamente a Gramsci para sus objetivos político-estratégicos. Para liquidar a la izquierda hay que asumir una guerra política-mediática-cultural: un conjunto de batallas prolongadas que atraviesan campos estéticos, éticos y cognitivos, que pasa por terrenos epistemológicos, mediáticos, e incluso religiosos, de la colonización de la vida cotidiana. Luego del auge de las narrativas sobre el “fin de la historia”, y del derrumbe del campo soviético, las oleadas del globalismo trilateral-neoliberal vivieron sus momentos de éxtasis y ocaso. Llegó el tiempo de la protesta popular, de sacudones antiglobalizadores y del llamado “giro hacia la izquierda”. Pero, ¿cuál izquierda? Re-apareció en escena, lentamente, una constelación de perfiles: lo nacional, lo popular-subalterno y lo democrático. Cada vez más, se asumió la necesidad de la “revolución”. Pero, ¿cuál revolución? Sin duda, una revolución de multitudes democráticas, no de burocracias estatales o partidistas. Sin embargo, el globalismo trilateral ha jugado cartas insospechadas. Revitalizó la etno-política reaccionaria, primero contra el bloque soviético, luego hacia otras geografías políticas. Reactivó a la vez las fronteras ideológicas entre el reformismo racional y la llamada “sinrazón revolucionaria”: “solo quienes han liquidado la “Razón”, pueden imaginar, pensar y hacer revoluciones socialistas”. Había que bloquear las conexiones entre revolución social, democrática, ecológica y descolonizadora. Allí está la trama del nuevo horizonte utópico y contra este horizonte se libran nuevas batallas político-culturales. Otras revoluciones serán posibles. Pero no olvidemos, hay una compleja dialéctica entre revoluciones y contra-revoluciones. Bolivia es hoy, un nudo clave de esta situación. Vivimos tiempos de ensayos revolucionarios, imperfectos como obras humanas, pero constructores de nuevos horizontes. Pero vivimos tiempos de contra-revolución. Y en este campo de fuerzas, se ensayan vías de renovación de la pluralidad socialista, democrática y revolucionaria. Como todo horizonte, es el ensayo de nuevas perspectivas, de nuevos locus de enunciación y de acción colectiva. Es un campo de fuerzas contra las redes imaginarias del consenso neoconservador-neoliberal: el clima de desencanto y la nueva oleada de individualismo posesivo-narcisista, que se propaga como sensibilidad, desde una tónica posmoderna en clave conservadora; es una lucha contra los valores-refugio de los arcaísmos integristas, y es a la vez, una lucha contra la modernidad-colonialidad. Nacen diversos signos de subversión de las escenas político-culturales, entre ellos, el término transmodernidad, un término transicional en un momento de transición histórica. Transmoderno es un espacio de fuga para eludir la captura de los dispositivos de poder de la modernidad-colonialidad, de la “posmodernidad neoconservadora” y de los arcaísmos etnopolíticos. Este asunto desborda cualquier simplificación y es una condición abierta, incierta y conflictiva. Pero no se puede eludir el tema. La crisis de la modernidad-colonialidad se imbrica con la crisis del capitalismo y de la vieja izquierda. Es un desafío para repensar el horizonte socialista, porque el imaginario socialista lleva inscrita la huella de la Modernidad-colonialidad, resuena constantemente en su gramática de significación y sentido. Imaginar los vínculos entre revolución, socialismo y democracia, supone una mutación existencial, de viejas y nuevas cuestiones: la cuestión social (desigualdad, explotación y exclusión), la cuestión democrática (representación/participación), la cuestión intercultural (neocolonialismo/dialogo de civilizaciones y culturas), la cuestión ambiental (productivismo-consumismo/ escala ambiental), la cuestión patriarcal, y finalmente, la cuestión económica (riqueza económica/ riqueza social). Esta compleja trama no puede articularse sino a través del ejercicio de la pluralidad radical. Por todas partes, en cualquier espacio, se reclama el tema de la diversidad; una tarea política cada vez más compleja: la unidad no totalitaria de la diversidad. Si hay un criterio de valoración de las experiencias llamadas “socialistas”, de balance de inventario del campo soviético es la crítica al “despotismo de izquierda”, simbolizado en las prácticas del “socialismo burocrático”, en la imagen condensada de la tiranía estalinista. Una apreciación del estalinismo como “despotismo de izquierda” ha permitido dos actitudes: a) la despedida del imaginario socialista y la identificación con la dupla economía capitalista de mercado+democracia liberal, b) desmontar el viejo socialismo, configurar nuevos horizontes, recuperando la memoria colectiva de luchas y sin sacrificar el “principio esperanza” (Bloch). La vieja izquierda se ha hecho trizas, porque se ha vuelto nostálgica de ruinas ideológicas y teóricas. Desde allí, solo hay repetición del pasado. Pero el presente histórico esta preñado de tensiones entre formas inéditas e inercias históricas. Ningún centro de decisión, intelectual y política, puede clausurar el debate, y pasar a “definir” qué es, aquí y ahora, el socialismo del siglo XXI. ¿Qué es el nuevo socialismo? Un horizonte en marcha, el trenzado de nuevos imaginarios sociales radicales, donde se anudan revoluciones sociales, democráticas, interculturales y ecológicas, donde queda desplazada, por ejemplo, la noción de “riqueza económica” por la de “riqueza social”, donde se prefiguran valores y prácticas post-capitalistas. Pero manuales, lectores y lectoras, no hay. Algunos mapas, cartografías, cajas de herramientas, eso tal vez, pero manuales…eso huele a farsa.

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