martes, 13 de octubre de 2009

DESMONTAR LOS CÓDIGOS IDEOLÓGICOS DEL SOCIALISMO BUROCRÁTICO PARTE 5

Javier Biardeau R.
Nadie puede poner en duda que ha sido Chávez quién ha re-lanzado el debate en Venezuela y en Nuestra América, sobre el Socialismo del siglo XXI, en un momento en el que las luchas anticapitalistas y alter-mundialistas requieren cierta clarificación de horizontes ideológicos.
Existe toda una tradición de luchas antiimperialistas y contra las estructuras históricas de injusticia social, explotación y marginación social, que indudablemente forman parte del proyecto bolivariano, que desde nuestro punto de vista puede calificarse como un caso particular del “nacionalismo popular revolucionario”.
Sus opositores y detractores lo descalifican en el plano de la lucha ideológica como neo-totalitarismo, castro-comunismo del siglo XXI, populismo militar de izquierda, e incluso como fascismo. Sin embargo, la mayor parte de estos calificativos muestran una profunda ignorancia acerca de la historia de Nuestra América, donde pueden rastrearse desde la revolución mexicana hasta la actualidad, sistemas de movilización social, regímenes políticos, patrones de politización y formas de liderazgo, que presentan claras analogías con el proceso bolivariano, constituyendo sus procedencias más claras. El mismo Chávez no ha dejado de exaltar las figuras históricas de representantes del nacionalismo radical: Cárdenas, Perón, Torrijos, Velasco Alvarado, Sandino, Gaitán, Fidel Castro, han sido de una manera u otra, con todas sus particularidades, figuras emblemáticas de movilizaciones nacional-populares.
Sin embargo, a pesar de sus diferencias y especificidades de los nacionalismos populares revolucionarios, hay desafíos y problemas que deben encararse: ¿Qué mundo posible queremos, es acaso deseable, posible y factible? ¿Cómo funcionaría la sociedad de justicia, igualdad sustantiva, solidaridad y libertad real para las mayorías populares por la que luchamos? ¿Qué principios, criterios y valores presiden las relaciones sociales de una sociedad en ruptura con el capitalismo? ¿Cómo fundamentar ecológicamente nuevas relaciones sociales en la producción, en la distribución y en el consumo? ¿Cómo asegurar que la abolición de la explotación capitalista garantice una auténtica emancipación individual y colectiva? ¿Cómo acabar con opresiones específicas y discriminaciones seculares? ¿Cómo superar los dilemas de la radicalización democrática cuando muchas de estas experiencias derivaron en sus procesos de institucionalización del régimen político, en formas de corporativismo social, cuando no en claras propensiones o manifestaciones autoritarias? Obviamente, con “calcos y copias” de socialismos burocráticos, será muy difícil acertar en estas cuestiones.
Para avanzar en la construcción de nuevos horizontes socialistas, democráticos, libertarios hacia el siglo XXI, hay que reconocer el significativo giro eco-político que requiere el nuevo proyecto socialista, dejando atrás los códigos ideológicos de la modernización refleja (industrialización acelerada y compulsiva, bajo el dogma del “desarrollo de las fuerzas productivas”), así como el imaginario del colectivismo oligárquico-despótico, sedimentado por los monstruos políticos de la modernidad euro-céntrica.
Cuando nociones como modernización industrialista, desarrollismo y modernidad colonial-liberal entran en crisis, no basta relanzar una tradición socialista sin agotar una profunda auto-reflexión crítica sobre sus posibilidades y límites. ¿Es el nuevo socialismo “soviets + electrificación”? ¿Es el nuevo socialismo el viejo “Estado Socialista” presente en la Constitución estalinista de 1936? ¿Es el socialismo para el siglo XXI un proyecto inspirado en el marxismo-leninismo ortodoxo de la III internacional bolchevique? ¿Es el nuevo socialismo una aproximación indirecta al viejo socialismo burocrático y a los regímenes de “partido único”? ¿Qué hay de “nuevo” en el “socialismo bolivariano” del siglo XXI?
Este debate no es intrascendente. Si el socialismo-siglo XXI no se articula a discursos, prácticas de empoderamiento popular y políticas de emancipación para el desarrollo humano sostenible no tendrá chance alguno. Por más mitos, epopeyas, épicas, héroes y leyendas que se proyecten en la pantalla del imaginario colectivo, sin la concreción del desarrollo humano sostenible, concepto incorporado a la constitución de 1999, todo este señuelo ideológico correrá el riesgo de convertirse en una suerte de boomerang contra el proceso bolivariano.
El gobierno revolucionario venezolano da claras muestras de acelerar la lucha contra la pobreza y la exclusión, pero aún muestra un escaso impacto en derrotar las desigualdades estructurales. El 20 % de los hogares con mayores ingresos (de acuerdo al anuario estadístico de la CEPAL-2008) concentra el 48 % de los mismos, mientras el 60 % de los hogares más pobres concentra sólo el 29,6%. Lo que oculta para el común de las personas el coeficiente de Gini, con sus ecuaciones matemáticas, se revela en un coeficiente sencillo de desigualdad, donde se comparen quintiles de ingreso inferiores y superiores, colocando en la agenda lo mucho que queda por hacer, ya que gran parte de la riqueza se sigue concentrando en pocas familias, que aún siguen practicando modalidades de acumulación capitalista garantizadas por el marco legal vigente, o a través de la soterrada “acumulación delictiva de capital” que succionan, directa o indirectamente, parte del presupuesto público.
Es completamente cierto que el actual informe del PNUD (2009 con datos de 2007) ubica a Venezuela en una mejor posición (en el puesto 58 del desarrollo humano alto), pero también es cierto que dentro de este grupo de 44 países con desarrollo humano alto, hay vulnerabilidades en los indicadores como la paridad de poder adquisitivo en dólares per capita (PPA per capita) en gastos en salud y educación. Otro dato es que 13,7 % de la población Venezolana vive con menos de 2 $ al día. Más allá del los avances que hay que reconocer (y que solo una derecha histérica puede desconocer), hay mucho trecho por recorrer para justificar miradas autocomplacientes.
No puede existir un nuevo socialismo en medio de desigualdades ni engordando el reciclaje de dólares en las fracciones del capital financiero. Hay verdades que duelen, entre ellas, la conjunción del capital financiero, el presupuesto público y la nueva burguesía “roja-rojita”. Para nadie es un secreto, la complejidad de las contradicciones sociales y políticas del proceso. Entre ellas, las contradicciones y discriminaciones de clase, género, etnia y color de piel.
Las desigualdades estructurales muestran los límites de la retórica revolucionaria. Hay quienes prefieren hablar del “proletariado” de los manuales soviéticos, en vez de reconocer el sistema de dominación y desigualdad social específico de nuestras realidades sociales: sus rostros, actores, movimientos y fuerzas sociales.
Por tanto, hay que encarar nuevos y viejos retos. Hay tres torsiones fundamentales en el horizonte ideológico para reinventar nuevos socialismos que nos parecen indispensables: la eco-política radical, la crítica al paquete ideológico de la modernidad euro-céntrica y la democracia participativa, dejando atrás las fórmulas ideológicas simples (ancladas paradigmas de la simplicidad), rompiendo con la falacia desarrollista, el productivismo y el consumismo; y con aquellas mentalizaciones de los “regímenes de partido único”, tan propensas a descalificar la critica radical como “traición” y “confusión”.
El socialismo que promueve e impulsa la democracia participativa tiene poco o nada que ver con el socialismo burocrático. Eso si, siempre que exista efectiva participación y protagonismo popular. No se trata entonces de confundir el pensamiento crítico con “traición y confusión”, se trata de evitarles, incluso a los propulsores de viejas “nomenclaturas” y “nuevas clases”, la pesadilla del “campo minado”, el “callejón sin salida” y el previsible colapso de cualquier “calco y copia” del Socialismo de Estado, del colectivismo oligárquico.
Es conveniente mirarse en el espejo de la implosión del socialismo burocrático, incluso de aquellos modelos que se mantienen por “respiración artificial”, o en “salas de terapia intensiva”. Quienes desde temprano olieron el colapso, como el pragmatismo neo-desarrollista en China y sus “cuatro modernizaciones” (1979), o el Doi Moi de Viet Nam (1986), dejan pocas dudas que tratan de salvaguardar, al menos, formas de nacionalismo antiimperialista, que inspiraron algunas de las mayores gestas de movilización popular a lo largo de la historia del siglo XX. Para algunos, son simples restauraciones capitalistas. Para otros, son vuelcos pragmáticos ante reflujos revolucionarios de alcance mundial.
Desde coordenadas radicalmente distintas de su marco político-institucional, las experiencias más avanzadas de Estado Social y Democrático de los países escandinavos, muestran que el desarrollo humano y la calidad de vida, requieren de menos discurso y más esfuerzo político-institucional para alinear recursos, capacidades y acciones hacia objetivos y metas dirigidos hacia el desarrollo del potencial humano de las personas, familias y comunidades; desarrollando capacidades humanas para la equidad compleja. No es mentira plantear que entre los países con mayor índice de desarrollo humano (IDH-PNUD), esté Noruega, Islandia, Suecia y Dinamarca, junto con los Países bajos, Australia, Canadá, Japón, Francia y Finlandia. Obviamente, no se trata de copiar estos modelos, sino de comprender de manera selectiva cómo lograron institucionalizar regímenes de bienestar que se acercan a los objetivos de desarrollo humano.
Sin necesidad de apelar a las etiquetas simples, sin los maniqueísmos que impiden agudizar el análisis. Cuando uno escucha simplismos maniqueos sobre capitalismo/socialismo, autoritarismo/democracia, reforma/revolución, basta salirse de las plantillas, y analizar más de cerca las políticas y experiencias que impactan efectivamente en la calidad de vida, en función de aprender a construir proyectos de desarrollo humano sostenible, sin dejar de atraparse tampoco por los espejismos estadísticos o sus sesgos ideológicos implícitos. Socialismo para el siglo XXI y desarrollo humano deben cruzarse en múltiples dimensiones.
Lo que estamos planteando es la necesidad de enterrar los pies en las raíces históricas propias, pero tener una visión estratégica, analizando y comparando las experiencias más exitosas de transformación social en función del desarrollo humano, la calidad de vida y la escala ambiental del mismo. No se trata de terceras vías ni nada parecido, se trata de traducir en su sentido exacto, el significado del término Doi Moi Vietnamita: renovación. Renovación socialista para el siglo XXI, para salir de la trampa del socialismo burocrático.
El renacimiento del imaginario crítico socialista pasa por experiencias de renovación radicales de los marcos desde los cuales se viene construyendo el horizonte del socialismo posible. Cualquiera que esté medianamente informado sobre los pormenores del debate acerca de los “enfoques unificados del desarrollo” desde los años 70, puede reconocer la necesidad de un nuevo orden económico internacional de justicia e igualdad sustantiva, analizando las brechas entre Norte y Sur, así como la necesidad de nuevas perspectivas del desarrollo humano que dejen atrás todo el vocabulario del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial e instituciones similares, que se reclaman promotoras de la concepción capitalista del crecimiento económico.
La catástrofe a cámara lenta de la crisis ambiental, alimentaria, energética y económica, junto a las revueltas sociales, sepultará en el siglo XXI toda la retórica capitalista del desarrollismo y el imaginario de la modernidad euro-céntrica. Si de nortes se trata, desde el Sur pueden construirse modelos propios de desarrollo, con discernimiento selectivo de los criterios para el empoderamiento popular y el desarrollo humano de las mayorías sociales, hasta ahora empobrecidas y excluidas, sin acceso al ejercicio efectivo de la democracia protagónica y la participación en la toma de decisiones reales.
Basta recordar que fue por ausencia de democracia desde las bases sociales, que fracasó la experiencia de los socialismos burocráticos, por carencia de una democracia radical, que no podía estar supeditada a la cultura del partido/aparato y sus funcionarios. No era la planificación per se la que garantizaba el desarrollo humano, sino el tipo de planificación que debía incorporar el protagonismo efectivo y la democracia participativa como ejes del poder popular. No es en definitiva el estatismo autoritario, tan característico de los socialismos burocráticos, el que puede relanzar un proyecto de emancipación social.

sábado, 3 de octubre de 2009

DESMONTAR LOS CÓDIGOS DEL SOCIALISMO BUROCRÁTICO PARTE 4


Javier Biardeau R
Uno de los mayores mitos para la transición al “socialismo revolucionario y democrático” es la creencia en la necesidad de un partido único, monolítico, sin corrientes, grupos de opinión, ni tendencias; en fin, sin “democracia socialista interna”.
En contrapunto, retomamos de Mariátegui la importancia del “frente único revolucionario”, sobre todo por la articulación de la diversidad de pensamientos socialistas en la unidad de acción, a partir de la dialéctica entre programa mínimo y programa máximo, entre programa táctico y estratégico.
Sin democracia socialista interna en las organizaciones políticas, no podrá construirse la democracia socialista en el “entorno” que se pretende transformar. No hay que olvidar que la forma/partido hasta cierto punto, prefigura aspectos de la forma-estado. El centralismo burocrático o el personalismo político del cualquier partido, se proyectan sobre el burocratismo y el bonapartismo en el aparato de estado. Esto ha quedado en evidencia en las experiencias del “socialismo burocrático”, sobre todo en la experiencia estalinista.
Plantear una correspondencia transparente y unívoca entre el proletariado como sujeto social y su representación política, se traduce inmediatamente en “dictadura de partido único”, y en “dictadura sobre el proletariado”. Más aún cuando hoy ha quedado patente la crisis de la representación política, como teoría y como práctica.
Sin embargo, el pensamiento marxiano construyó históricamente de otro modo la compleja relación entre clase(s) y partido revolucionario. La concepción de partido en Marx estaba signada por el paso de la “clase en sí” a la “clase para sí”, lo que Gramsci llamó la catarsis, el paso del momento económico-corporativo al momento ético-político. Marx, en el Manifiesto Comunista, planteaba que la “organización del proletariado en clase” pasaba por su “organización en partido político”, pero dejando en claro que “los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado (...) Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte en las luchas nacionales (...) hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, y por otra parte en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto”.
Los comunistas constituían para Marx “el sector más resuelto” de los partidos obreros. En Marx, no hay entonces ninguna tesis del “partido único de la revolución”, ni ninguna pretensión de convertirlos en seres superiores y providenciales. Tampoco hay ninguna pretensión de transformar este “partido único de la revolución”, en la única fuerza dominante superior de la sociedad y del estado, en un centro de dirección y organización monolítico, burocráticamente organizado como destacamento de representantes alejados de las funciones de servicio publico, con mandatos revocables y responsables, de la necesidad de “mandar obedeciendo al pueblo”.
Fue Trotsky quizás, el único que analizó las deformaciones burocráticas del proceso soviético conociendo el monstruo desde dentro, y quién postuló la relación entre los distintos sectores de la clase obrera, los organismos de frente de masas, el rol dirigente, lo que Gramsci denomina rol ético-político, del partido revolucionario, antes y después de la toma del poder, y el régimen de pluripartidismo soviético, como forma política de la dominación social y política del proletariado. Sobre este punto, sobre el pluripartidismo soviético se ha hecho especial silencio para evitar la crítica a los regímenes de partido único.
Hay que reconocer en el Trotsky maduro, su rigor de pensamiento crítico al reconocer que la ilegalización de los partidos eserista y menchevique, y posteriormente la prohibición de las fracciones al interior del partido bolchevique, no estuvieron exentas de consecuencias políticas negativas. Aquí Trotsky vuelve a entroncarse con las críticas de Rosa Luxemburgo a la revolución Rusa, con planteamientos heterodoxos de Mariátegui y del propio Gramsci, este ultimo haciendo énfasis en la diferencia entre los métodos persuasivos de convencimiento y construcción de consensos, y los métodos impositivos, burocráticos y policiales. Gramsci conocía directamente el comportamiento fascista.
Trotsky recuerda que para el gobierno bolchevique aquellas prohibiciones eran una “medida provisional dictada por las necesidades de la guerra civil, del bloqueo, de la intervención extranjera y del hambre”, pero Stalin lo había transformado en norma, en modelo único. Desde allí el marxismo-leninismo ortodoxo ha convertido en dogma la tesis del “partido único de la revolución” y se estableció el llamado “régimen de partido único”, basado en el falso planteamiento estalinista que giraba sobre una falacia: con “la realización del socialismo”, las clases habían desaparecido, y por lo tanto también los partidos. Obviamente, todo por decreto.
Para Trotsky, en cambio, la toma del poder por sí misma no implica la abolición de las clases sociales: “En realidad las clases son heterogéneas, desgarradas por antagonismos interiores, y sólo llegan a sus fines comunes por la lucha de las tendencias, de los grupos y de los partidos. Como una clase está compuesta de numerosas fracciones -unas miran hacia delante y otras hacia atrás-, una misma clase puede formar varios partidos. Por la misma razón, un partido puede apoyarse sobre fracciones de diversas clases. No se encontrará en toda la historia política un solo partido representante de una clase única, a menos de que se consienta en tomar por realidad una ficción policíaca”. Esta ficción policiaca es justamente en lo que terminaron siendo los socialismos burocrático-autoritarios, con una diseminada mentalización policíaca de control y vigilancia en todos los espacios sociales, por cierto.
Lo cierto es que la fracción política que representa la “burocracia de estado”, es la que asume en mayor grado, la mentalización policíaca como lenguaje como seña de identidad. Para ella, la mentalización paranoide, hace de los otros, incluso de los potenciales aliados tácticos, “enemigos, traidores e infiltrados”. Es un fenómeno común, emblemático, recurrente en los procesos de transición al socialismo, marcados por deformaciones burocrático-despóticas. De allí la importancia de la lucha contra la ficción policíaca en el caso Venezolano, fenómeno que se hizo completamente palpable luego de realizadas algunas críticas, bastante superficiales por cierto, en el evento sobre “intelectuales, democracia y socialismo” en el Centro Internacional Miranda. Desde allí, cualquier mentalización policíaca que pretenda cobrar cierto auge, con una suerte de caricatura de la GPU estalinista, es un esfuerzo bastante ridículo y patético. Sin pensamiento crítico socialista se repetirán los errores del socialismo burocrático-despótico.
En el Programa de Transición, Trotsky plantea que “La burocracia ha reemplazado a los soviets, como órganos de clase, por la ficción de los derechos electores universales, al estilo de Hitler y Goebbels. Es preciso devolver a los soviets no sólo su libre forma democrática, sino también su contenido de clase. Así como en otro tiempo no se permitía a la burguesía y a los kulaks ingresar a los soviets, ahora es necesario expulsar de los soviets a la burocracia y a la nueva aristocracia (...) La democratización de los soviets es imposible sin la legalización de los partidos soviéticos. Los mismos obreros y campesinos, con sus votos libres, señalarán a los partidos que reconocen como partidos soviéticos”. Obviamente para Stalin, Trotsky era un espía del imperialismo, una peligrosa infiltración patológica en la revolución soviética.
Sin embargo, fue Trotsky el único dirigente marxista de la revolución rusa, que formuló con cierta consistencia el pluripartidismo soviético entre las dos guerras mundiales. Esta excepcionalidad de Trotsky, surge del análisis de la diferenciación social, y no se limita sólo al régimen político de una sociedad post-capitalista, sino que es fruto de una reflexión que apunta a su trabajo de elaboración sobre las perspectivas estratégicas de lucha por el poder. Es decir, se trata de un modelo no estalinista de transición al socialismo. Por cierto, la multiplicidad de partidos en los soviets, o en los organismos de la clase obrera y las masas populares, no implica de ninguna manera que el partido revolucionario renuncie a la lucha por la dirección a favor de un consenso hegemónico alrededor del programa estratégico y táctico. Pero no es lo mismo una actitud de persuasión a través de órganos de prensa y de lucha de opiniones, que una actitud de imposición, donde cualquier diferencia es traición.
De allí las analogías de Mariategui y Trotsky con relación a la crítica del régimen de partido único, característico del socialismo burocrático. Ciertamente, el sujeto-proletario debe conquistar la hegemonía sobre las otras clases explotadas antes de la toma del poder, pues no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la dominadora súbitamente. Visto el curso de las transiciones socialistas, el proletariado como “clase gobernante” efectiva debe poner en el lugar a las capas burocráticas del Estado que pretenden sustituirla, que pretenden convertirse en capa dominante permanente.
Una revolución democrática, socialista, descolonizadora para la eco-política que se prefigura en el siglo XXI es la superación de la hegemonía despótica sobre la conciencia social, propia del capitalismo, y también presente en las experiencias del colectivismo oligárquico. La pluralidad de tendencias y pensamientos críticos socialistas es la condición de posibilidad de una democracia participativa, protagónica y revolucionaria distinta, al autoritarismo político de los regímenes de partido único.
El frente único revolucionario, defendido por Mariátegui, permite la democracia socialista interna, sin la cual, la construcción del estado de transición, de un Estado marcado de cabo a rabo por la revolución democrática, por la socialización del poder, pueda cumplir funciones que apalanquen una sociedad que supere los modos de vida capitalistas, marcados por el egoísmo posesivo, pero además por formas de alienación política que condenan a los individuos sociales, y a las clases dominadas, a ser no sujetos de la política, sino a ser medios pasivos, a ser objetos manipulables por pequeños grupos de decisión.
De allí que sea indispensable desmontar teóricamente y demoler en la práctica, los códigos ideológicos del socialismo burocrático.

MUCHOS INSULTOS, POCAS NUECES: A PROPOSITO DE LA "ELEVADA CONCIENCIA DEL DEBER SOCIAL"


Guevara junto a Krushov

Javier Biardeau R
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” (Marx; 18 Brumario de Luis Bonaparte)
“(…) imperativo categórico: echar por tierra todas las relaciones en que el ser humano sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable.” (Marx; Introducción a la crítica a de la filosofía del derecho de Hegel)
“La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen). La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria. “(Marx; Tesis III sobre Feuerbach)
El marxismo burocrático perdió de vista la ética de la liberación en Marx. En cambio, desde Stalin, trató de conjurar la emancipación social del proletariado bajo el paraguas de la “moral comunista”. Y de un tipo de moral represiva, saltaron al derecho coactivo, a la institucionalización de deberes en la Constitución del 36, al código civil y al código penal soviético. Quienes pierden vista estas relaciones, pierden de vista la diferencia abismal de Stalin con Marx, la relación estrecha de la obra de Marx, con la libertad del individuo social, una libertad personal distinta al libre-tráfico de mercancías y del conocido despotismo estatal. El estalinismo entierra el marxismo libertario. Como decía Marx: no sacrifico la libertad por la igualdad.
Marx no era colectivista, nunca habló de la sociedad en abstracto por encima del individuo social. No fue como Cristo, no fundó ninguna religión, sino una crítica de la alienación religiosa, siguiendo a Feuerbach. Marx no era Hegel, ni fundó ninguna religión del Estado, sino una crítica radical de la alienación política, la alienación del Estado representativo moderno. Marx no fundó ninguna religión del capital y del mercado, sino una crítica radical de la alienación económica, del fetichismo de la mercancía y sus consecuencias en la mixtificación de la explotación del trabajo asalariado. Aunque no lo compartan, el patrono, público o privado es patrono, es explotador político o económico, explotador de cabo a rabo.
Colocar la moral, un producto de la auto-actividad humana en el conjunto de las relaciones sociales, por encima y dominando a los individuos sociales, como un poder extraño y ajeno, es parte de una alienación moral. Marx no fue moralista, ni catequizaba, simplemente polemizaba, cuestionaba, hacía un uso crítico de la facultad de la razón, reconociendo una razón histórica y culturalmente situada, en medio de contradicciones y antagonismos sociales, en función de la practica revolucionaria de la liga de los comunistas. Uno de sus grandes legados, es la importancia de la crítica radical y revolucionaria de la economía política del capital, así como de la forma/estado, así como de las formas ideológicas, jurídicas, filosóficas que reproducen las estructuras de mando y explotación del Capital (capitalismo privado o capitalismo de estado, es capitalismo).
En el contexto del debate de las transiciones, hay quienes defienden como única verdad, como pilar fundamental del socialismo la tesis de la “conciencia del deber social”. Uno plantea que no es así, que hay dos falacias en esta única verdad: 1) que es una idea original del Che, 2) que la conciencia del deber social no sea algo sobre-impuesto; y por tanto, en vez de nacer de la relación dialógica con el otro y de la propia convicción, es fruto de la inculcación ideológica a partir de una acción cultural difusionista, de la imposición de una línea política. Habrá que recordar que nadie ama obligado, nadie ama a juro. Nadie ama por deber, por mandato externo, por imperativo político. Ama por lo que le sale del corazón, no de un yugo político.
Parafraseando en negativo a Mao: el amor, el altruismo, la ternura no nacen de la boca del fusil. Lo que no está claro en toda esta acción cultural difusionista sobre la “elevada conciencia del deber social” es la relación entre esta idea, frente a los derechos a la dignidad humana y la ética de la liberación. Al parecer, hay unas minorías proféticas que saben lo que es el bien absoluto, y nos lo dicen a partir de un simple maniqueísmo: el capitalismo es el mal, el socialismo es el bien. No me parece condenable a priori esta posibilidad, siempre que me aclaren de cuál socialismo estamos hablando. Si es el de la URSS, no logran convencer.
En terminos singulares, no tengo buenas referencias del socialismo burocrático que instaló Stalin en la URSS. No se si los defensores de Stalin en Venezuela saben (es decir, si han sentido siquiera indirectamente) lo que significa la experiencia del Gulag. Es posible que digan que eso nunca existió. Pues, sugiéranle a quienes han recopilado miles de testimonios y hechos sobre el Gulag, que esto es falso, que son inventos imperialistas, de la CIA, de los infiltrados. Solo una adoctrinamiento retratado por Orwell, puede hacer tabula rasa de la memoria colectiva de la tragedia humana del estalinismo. Si de verdad, practican lo que proclaman a los cuatro vientos, ¿cuales sentimientos de amor pueden justificar el silencio sobre el Gulag?
Pasemos a Guevara, al humano Guevara, no al tótem Guevara. No nos hagamos los locos, hablemos del Guevara de carne y hueso. Leamos al Guevara de carne y hueso, critiquemos las ideas que consideremos no válidas del Guevara de carne y hueso, o es que acaso estamos en la onda del culto la personalidad. ¿Acaso Guevara es una suerte de alfa y omega de los procesos de transición? No hagamos lecturas religiosas de Marx ni de Guevara. Ellos no son objeto de culto, de veneración supersticiosa. Son humanos, demasiado humanos.
El asunto es que la fórmula “elevada conciencia del deber social” no fue creada por Guevara. Hay evidencia histórica y documental para constatarlo. Esa fórmula ideológica es parte de la propia cultura ética, política y jurídica del “marxismo soviético”. Una investigación a fondo de estos planteamientos nos llevan a los años 50-60 en la URSS, y luego a los escritos de Guevara en Cuba. Sabemos que Guevara fue el símbolo de socialización de generación de cuadros y militantes enteros en Cuba. Pero eso es asunto de la revolución cubana.
Si la afirmación que hemos hecho es falsa, refútenla con argumentos, no con insultos. Creyendo insultar, se insultan a si mismos. Insultan además, la inteligencia de quienes pueden contrastar estas afirmaciones. Repito, si el asunto va por revalorizar una actitud no dogmática de los planteamientos del Che con relación a la ideología soviética, estamos completamente de acuerdo. Pero sin falsear hechos que pueden ser completamente constatables.
Existe una filiación del pensamiento del Che con el marxismo soviético de la época. Ese marxismo se autodenominaba “marxismo-leninismo”. El mismo Guevara se autodefinía como marxista-leninista. Uno sencillamente afirma que ese marxismo-leninismo es un invento estalinista. Esto da mucha tela para cortar, pero es un debate histórico, documental, con pruebas, con evidencia disponible. No son inventos del Imperio, de la CIA ni de los infiltrados. No son inventos de trotskistas (palabra que también puso a circular Stalin), ni de reformistas, ni de pequeño-burgueses ni de “anarcoides”.
Por cierto, cada vez que escucho esta última palabra, la confundo con “aracnoides”, cosas del significante, con el perdón de Bakunin y Lacan. Me imagino aracnoides del Imperio, de la CIA, infiltrados por las grietas y resquicios de la revolución, tratando de impedir la consolidación de la tan manida conciencia del deber social. Una suerte de remix de aquella serie de “Los Invasores”, pero en versión soviética. Las actitudes paranoides generan efectos similares, en el imperio gringo o en la superpotencia soviética. Pero sigamos.
Las formulaciones del llamado “Código del constructor del comunismo científico” no son producto del ideario de la revolución cubana, luego de declarase marxista-leninista y socialista en 1961, sino de los propios Congresos Ideológicos del PCUS. Allí aparece la fórmula: “elevada conciencia del deber social”.
Más allá de las descalificaciones a los cuatro vientos, solo basta con molestarse a realizar consultas documentales. Investigar un poco. Sin necesidad de olvidar en carne propia, los grandes sentimientos de amor, sin necesidad de sudar odio, descalificación, descrédito, desprecio. Justo en este momento de escuchar tanto repudio, pienso si no será necesaria una “elevada conciencia del deber social” en sus propios declamadores. Tal vez, si de deber se trata, sería mejor buscar la viga en el ojo propio, y no tanto en el ajeno. Se trata de examinar el punto, tal vez estemos equivocados.
Quienes presuponen que no ha existido la bancarrota del socialismo burocrático ni del marxismo-leninismo, ni como crisis histórica, teórico-ideológica, de representación ni como crisis de legitimación política, entonces se parecen a aquella madre enferma de la película “Good Bye Lenin”. Película con una impronta claramente capitalista, que en nuestros países pudiera llamarse: Goog Bye, Mr Reagan. Neoliberales y estalinistas se parecen en su capacidad de producir auto-engaño colectivo.
Hay un aspecto si se quiere estructural, que remite a estos efectos del autoengaño. La URSS colapso ciertamente en 1989, así como el Neoliberalismo colapsó en Venezuela desde 1998, a pesar de los intentos de despertar al “Lázaro neoliberal” por los intelectuales de Cedice. Sigamos.
Stalin muere en 1953. Sharia en 1951 había escrito “Acerca de algunos problemas de la moral” donde planteaba: “El marxismo-leninismo enseña que no solo la construcción de la nueva economía comunista, sino también la formación de la nueva conciencia comunista del hombre no es algo auto-impulsado, no es un producto impuesto por el destino, sino que se desprende de la actividad educacional multilateral y totalmente consagrada del partido bolchevique y el gobierno soviético.” Como vemos, no se trata de espacio para la auto-actividad, sino de puro condicionamiento, de puro y simple conductismo educativo. Esa no es una educación para la libertad, sino para la sumisión.
Luego en 1955, Shishkin, el llamado “decano de los filósofos morales soviéticos” publicó sus “Fundamentos de la moral comunista” donde comienzan a aparecer claras referencias a formulas ideológicas sobre el “deber social”.
En su informe al XXII Congreso del Partido Comunista de la URSS, Kruschov había subrayado la importancia de la educación moral: “Debemos desarrollar, entre el pueblo soviético, la moral comunista, en cuya base se encuentra la lealtad al comunismo y la enemistad sin compromisos hacia sus adversarios, la conciencia del deber social, la participación activa en el trabajo, el cumplimiento voluntario de las normas fundamentales de la vida humana comunal, la ayuda mutua propia de los camaradas, la honestidad y la veracidad, y la no tolerancia a los perturbadores del orden social” (Materiales del XXI Congreso extraordinario del PCUS).
El código moral del constructor del comunismo aparece en el proyecto de estatutos del PCUS de 1961. El Diccionario soviético de filosofía (Rosental-Iudin; 1965) afirma: “En la sociedad socialista, la base del deber civil está constituida por los intereses de la lucha en pro del comunismo. Es deber de todos los ciudadanos de la U.R.S.S. participar activamente en la edificación del comunismo. El código moral del constructor del comunismo incluye en sí el principio de la elevada conciencia del deber social, la intolerancia frente a toda infracción del mismo. El cumplimiento del deber llena de sentido la vida y el trabajo del individuo, proporciona la más alta satisfacción a la conciencia”.
Afanasiev en sus “Fundamentos del comunismo científico” (1977) plantea el citado código moral del constructor del comunismo presente en el programa del PCUS, y el tema de la “elevada conciencia del deber social”. Como vemos, se trata de elaboraciones algunas anteriores a los trabajos del Che.
Falta difundir más (si de difundir se trata) otras propuestas de una etica crítica-socialista: la ética de la liberación en Marx, esfuerzo que pueden estudiar en Enrique Dussel, Adolfo Sánchez Vásquez, Eugene Kamenka o Angel Prior Olmos. Sus textos pueden encontrarse con relativa facilidad. No creo que sean agentes pagados por el Imperio.
En fin, la frase convertida en fórmula ideológica: “elevada conciencia del deber social”, formaba parte de la cultura marxista-leninista soviética para la época. Estos datos pueden ser constatados históricamente en fuentes documentales. Sin necesidad de insultos, sin necesidad de invocar a los aracnoides, perdón “anarcoides” del Imperio, de la CIA ni los infiltrados, y mucho menos a los “filosofastros”. Si siguen así, se van a quedar sin adjetivos.
Finalmente, lo que ocurre es que el pueblo venezolano despertó, y más allá de una agenda política de un grupo publicitario acerca las bondades supremas (cero defectos, cero problemas, cero errores) de la revolución cubana, tenemos asuntos que resolver aquí y ahora, sin tantos “calcos y copias”.
Solo les pido personalmente eso, que no nos traten como tontos. Seremos "filosofastros", pero no estúpidos. Muchos saludos: se despide de ustedes, un pequeño reformista, anarcoide, y me imagino infiltrado por la Agencia de Seguridad Nacional (la CIA está un poco desacreditada), como el “super-agente” 86.
Firma: El impronunciable.

jueves, 1 de octubre de 2009

DESMONTAR LOS CÓDIGOS DEL SOCIALISMO BUROCRATICO-PARTE 3


Javier Biardeau R
Hemos planteado que reiterar los códigos ideológicos del socialismo burocrático, repetir sus errores históricos, constituye un verdadero callejón “sin salida y sin retorno” para la revolución democrática y socialista venezolana. Se trata de evitar caer en una auténtica trampa caza-bobos. Es hora de extrema prudencia y creatividad socialista, ante el avance de una estrategia imperial-hemisférica de contención de los procesos populares constituyentes, avance imperial que se evidencia en el redespliegue político-militar sobre América Latina y el Caribe, así como en la obstaculización efectiva del retorno sin condiciones del Presidente Zelaya al auténtico gobierno democrático de Honduras.
En el ámbito internacional, no hay un avance definitorio de fuerzas socialistas sino los comienzos de un proceso de recomposición ideológica y política, que será intensificado por los efectos negativos de la crisis mundial sobre el mundo del trabajo, los precarizados y los “excluidos sin garantías”. Pero no estamos, a escala mundial, en un preámbulo inmediato del socialismo-mundo. No hay cortoplacismo posible. Es América Latina y el Caribe, la región que muestra los mayores avances en esta dirección, pero aún sin salir definitivamente del pantano de las “dos izquierdas”: una “moderada y buena”, según la narrativa ideológica de Washington, y una “mala, populista y radical”, ampliando el mensaje en las antenas ideológicas repetidoras: Krauze, Castañeda en México, el becado Villalobos con su pasado ultra-radical a cuestas, Petkoff en Venezuela, Cardoso en Brasil, y otros funcionarios menores de la Internacional Socialdemócrata, y sus fundaciones de apoyo.
Pero por otra parte, tenemos las debilidades y errores del marxismo-leninismo ortodoxo, el seguidismo ideológico a los manuales soviéticos, las diversas sub-ideologías sectarias que se reclaman auténticas herederas de la revolución rusa y de la ortodoxia bolchevique, ancladas en dogmas, en vocabularios de secta para reafirmar señas de identidades, en vez de analizar las realidades cambiantes, reiterando principios teóricos cuya validez limitada sigue estando referida a las coordenadas espacio-temporales de los años 20 y 30 del siglo XX en Rusia y Europa principalmente. Tienen los pies aquí, pero la cabeza allá. Adicionalmente, sin rupturas decisivas con las inercias del estalinismo. Por ejemplo, hay acciones de pequeños grupos de decisión, con canales de influencia y control, que muestran un apoyo incondicional a los sectores más conservadores de los Partidos Comunistas de estirpe soviético, como en el caso Cubano, donde cualquier diferencia de criterios ideológicos, es tramitada como “alta traición a la seguridad nacional”, donde aún imperan límites estrictos para el debate ideológico con consecuencias políticas, para la revisión a fondo, para la renovación socialista.
Es la trampa de las dos izquierdas la que hay que evitar, pues es una cuña que divide a la izquierda social, al campo nacional-popular de Nuestra América en su conjunto. Además es un instrumento perfecto de la “guerra fría cultural” en el campo de las izquierdas: “divide y vencerás”. Reconstruir la izquierda anticapitalista y no estalinista para el siglo XXI es un largo trabajo de renovación intelectual, moral y político. Allí se juega la posibilidad para nuevos socialismos, se juega la reinvención del patrimonio intelectual, moral y político del socialismo democrático, libertario, ecológico y descolonizador.
Por otro lado, el Imperio se está moviendo con gran iniciativa estratégica para la recuperación política, diplomática y militar del terreno perdido en el “hemisferio occidental”, y en lo que llaman su “patio trasero”: Nuestra América. Se mueven en Brasil, en Argentina, en Uruguay y en Chile, ablandan a sectores políticos moderados y pro-capitalistas de izquierda. Se mueven a sus anchas en Colombia, en México, Perú, Panamá, República Dominicana y en Costa Rica, fortaleciendo sus enclaves políticos de derecha y del centro liberal. Se mueven en los sectores opositores e infiltran segmentos pro-gobierno en Bolivia, Ecuador, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, y Guatemala. Se mueven en todo el Caribe, como zona de control de la IV Flota y del Comando Sur.
Es completamente absurdo “hacerse el loco” ante la evidente realidad de los acontecimientos en curso. No es momento para acciones temerarias, ni para debilitar la necesaria consolidación de bloques nacional-populares, patrióticos, democráticos, populares y revolucionarios. Cuando se habla de bloques sociales, se habla de unidad nacional-popular, democrática y revolucionaria, de alianzas sociales y políticas incluyentes para la revolución democrática constituyente, para el nuevo socialismo, para la descolonización, para la revolución ecológica. Pues hay una auténtica campaña de cerco y aniquilamiento político sobre los procesos populares constituyentes del continente, y sobre todo, contra los gobiernos nacional radicales del continente.
No es momento para acciones y discursos absurdos, para errores infantiles, estúpidos, que facilitan la estrategia imperial-hemisférica envolvente, sino para asumir sin eufemismos en el caso Venezolano, una auténtica campaña de revisión, rectificación y reimpulso de las políticas del gobierno bolivariano. Una revisión de la práctica, de las políticas y sus resultados, pero también una revisión de la teoría, de la ideología y sus resultados. Para no caer en los errores y debilidades de la propuesta de reforma constitucional en Venezuela. Pues, se requiere de la reinvención del ideario de la democracia socialista para el siglo XXI, para fortalecer la relación operativa, concreta de las acciones y medidas de política, enfrentando problemas y demandas sociales postergadas o acumuladas, especialmente de los sectores aún excluidos y empobrecidos, para amalgamar el bloque nacional-popular, democrático y revolucionario de carácter continental, sin el cual, será inviable avanzar en objetivos fundamentales del nuevo socialismo.
El socialismo-siglo XXI no puede ser un espejo del burocratismo oligárquico del siglo XX, no puede hundirse en el pantano del Estatismo autoritario. Por ese camino no hay futuro, ni esperanza, ni posibilidad alguna. Es reto y tarea pendiente en Venezuela, consolidar el programa ideológico y político (medianamente presentable) del PSUV, elaborado con alguna modalidad de protagonismo y participación activa de sus patrullas, de sus bases; consolidar la táctica del “frente único revolucionario”, estabilizando las alianzas políticas y electorales, con escucha atenta y respeto a las posiciones de todas las organizaciones políticas socialistas, para dinamizar los movimientos sociales y los frentes de masa, de cara a los inmensos retos políticos del año 2010. En fin, para a) enfrentar con éxito las debilidades internas, las fuentes reales de descontento, desconcierto y desencanto en las bases sociales de apoyo de la revolución bolivariana, para b) enfrentar las amenazas que comienzan a prefigurarse desde los factores políticos de la oposición nacional (en sus vertientes radicales y moderadas); y c) ante la maniobras de ofensiva imperial contra Venezuela. No se trata de cuestiones menores, hay que romper con los lastres, con los códigos ideológicos del socialismo burocrático.
No es momento para agotarse en realizar una apologética de las formas de transición que se dieron en Cuba, por ejemplo. No es momento para revitalizar el ideario enmohecido del Socialismo de Estado. Es conveniente pasearse por algunas páginas de la obra de pensadores críticos como Rudolf Bahro (La Alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente. Alianza Editorial, 1979). Un estudio de las transiciones socialistas, como el del antiguo militante salvadoreño del Partido Comunista: Mario Salazar Valiente: “¿Saltar al reino de la Libertad? Crítica de la transición al comunismo” (Siglo XXI editores), para dar cuenta de algunos de los desvaríos que existen, por ejemplo, en la tradición marxista-leninista ortodoxa con relación a las fuentes de los clásicos del marxismo revolucionario: Marx, Engels, Lenin. Es hora de profundizar el estudio, el análisis, para reconstruir con rigor analítico, el debate sobre las transiciones al socialismo, sin entubamientos, sin informaciones tramposas, sin colonización pedagógica. Contrastado fuentes históricas, reconstruyendo los hilos teóricos, develando los vacios, rompiendo con los manuales, contextualizando las proposiciones y denunciando el seguidismo ideológico.
Lo que constatan tanto Bahro como Salazar Valiente, entre otros, es el abismo entre un pensamiento crítico socialista que se mueve en el horizonte de la emancipación, y unas prácticas históricas de actores concretos que muestran sus relaciones directas con el despotismo político, ideológico, económico y social. En palabras sencillas, el abismo existente entre el pensamiento crítico socialista y las prácticas históricas del socialismo burocrático-autoritario. Sin comprender las razones de este abismo, se va directo al fracaso histórico, pues no se trata de conquistar la simple posibilidad de sobrevivir como “fortaleza asediada” a partir de una “moral espartana”, como ocurrió en la URSS y en otras experiencias, sino de lograr construir la plena existencia humana, como proyecto de universalización expansiva, como realización progresiva del ideal de liberación, para levantar la esperanza ante una civilización en ruinas, que anuncia crisis, catástrofes sociales y ambientales, cada vez más próximas y profundas.
El chance para el nuevo socialismo se agita en la prefiguración de un bio-centrismo de izquierda: una revolución eco-política para enfrentar nuevos retos civilizatorios, una revolución descolonizadora, que desnude las hipocresías y el cinismo del racismo inscrito en el proyecto de la modernidad occidental, una revolución democrática contra toda figura de estatismo autoritario, de patriarcalismo, de burocratismo, a través del poder efectivo de la multitud popular, y una revolución en la gestión de los ámbitos económico-sociales, para enfrentar las fuentes generadoras de la explotación, la desigualdad y la exclusión social. Es desde allí, que pudiera reinventarse la agenda para socialismos-siglo XXI, para enfrentar la mundialización imperial sin recaer y hundirse en los dogmas del despotismo burocrático del estalinismo.
Para recordar algunas pequeñas notas sintéticas de la obra abierta, revolucionaria y crítica de Marx con relación a la utopía concreta del socialismo revolucionario, como guías de contraste entre lo que se proclama y lo que se realiza:
a) No hay socialismo sin socialización directa de los medios de producción y de las condiciones de producción; es decir, del trabajo pasado, muerto, objetivado, concentrado hasta entonces en el capital. La liquidación de la propiedad privada burguesa despoja a toda esta riqueza de toda su forma de valor mercantil, reduciéndola a valores de uso. Fin de la enajenación del productor de sus productos de su actividad, desaparición del trabajo asalariado. Consecución de seres humanos libres y multilateralmente desarrollados, que satisfagan sus necesidades y goce de su existencia, de un modo activo y productivo, mediante vínculos estimulantes con sus semejantes.
b) No hay socialismo sin supresión de la antigua división social del trabajo; es decir, de la esclavizadora subordinación de los individuos sociales, a limitados y embrutecedores trabajos parciales. Superación de las desigualdades sociales heredadas y ancladas en la estructura de las fuerzas productivas, relaciones de producción y estructuras de mando heredadas, entre hombre y mujer, ciudad y campo, trabajo manual e intelectual. Así mismo, superación de la división socio-técnica del trabajo en la fábrica, en las unidades de producción, mediante la inclusión y socialización de la ciencia natural y la técnica moderna en la producción regulada, por medio del trabajo científico socializado: educación política, humanística, científica y politécnica en el lugar de trabajo. Distribución del tiempo de trabajo en diversas tareas, desde las más especializadas a las pesadas, manuales y esquemáticas, evitando que se concentren actividades unilaterales y embrutecedoras en algunos individuos específicos. Elevación cualitativa del nivel educativo, científico, técnico y cultural. La democracia socialista está presente en la unidad de producción.
c) No hay socialismo sin la apropiación de los medios de producción de los productores libremente asociados, anulando la expresión política de la división del trabajo y del viejo dominio de clases: la maquinaria del estado, el aparato de estado, elevando las funciones sociales necesarias de la administración más allá de cualquier relación de dominio sobre y entre los seres humanos. Reducción de las funciones coactivas y represivas al mínimo social indispensable. Administración pública al servicio de la sociedad, sin funcionarios especiales y con privilegios, con delegados libremente elegidos, responsables y efectivamente revocables en cualquier momento. Anulación de la división entre gobernantes y gobernados. Democracia socialista de las comunas.
d) No hay socialismo sino a escala mundial, hay procesos de transición al socialismo a escala nacional, pero solo es posible el socialismo a partir de la abolición del mercado capitalista mundial, a partir de la unión internacional del proletariado, de las pueblos-naciones subalternas, transformado en una unión supranacional para la liberación del género humano, que a través de la solidaridad y fraternidad internacional pondrá a disposición de la humanidad las inmensas riquezas y capacidades productivas de la cooperación social para la mejora del planeta a las generaciones futuras.
Se trata del horizonte de la utopía concreta, del socialismo democrático y revolucionario presente en la obra abierta y crítica de Marx. Si de brújulas, mapas y de cartografía se tratara, no hay mejor brújula que un examen crítico de los clásicos. Para contrastar las fuentes, para no desviar el rumbo por caminos derivados, para remontar el hilo conductor. Porque Marx sigue siendo un fantasma que recorre el mundo, el espectro de las luchas anticapitalistas y el mayor espectro contra el despotismo estalinista y su proyecto de liquidación de la democracia socialista.
¡A desmontar los códigos ideológicos del socialismo burocrático!