lunes, 28 de diciembre de 2009

VATTIMO: EL COMUNISMO POR-VENIR




Javier Biardeau R.
Es tiempo de profundizar en la recopilación de trabajos del texto: “Ecce Comu: como se llega a ser lo que se era” (Vattimo; 2009), para comprender que cosa no es el comunismo posmoderno que propone el filósofo italiano Gianni Vattimo.
Evaluar la obra abierta, creativa y crítica de quién se ha hecho no sólo portavoz del “pensamiento débil”, de una tónica posmoderna alejada de los mitos sobre la relación entre neocoservadurismo y posmodernidad, sino de un modo distinto de imaginar la esperanza comunista, asimilando las implicaciones del nihilismo activo para la reflexión de la izquierda post-68.
La radicalización de su posición política se comprende a partir de la toma de postura de Vattimo frente a la guerra imperial contra Irak por parte de la administración Bush, el imperio y su Estado de control social, ante los pre-textos del “terrorismo” y las “armas de destrucción masiva”, así como desde desacuerdo ante lo “políticamente correcto” del reformismo italiano, que muestra cada vez más su inoperancia política ante a el racismo, el fascismo, una centro-izquierda asimilada y absorbida por los “insuperables límites” de la economía de mercado y la democracia en clave del Pentágono y de la OTAN. Se trata de romper con una izquierda sumisa al dictado de Thatcher: “No hay alternativa al capitalismo”.
Para despecho de algunos, el Cristo-Comunismo de Vattimo aparece en su más clara manifestación, continuando un diálogo con corrientes de la llamada filosofía de la liberación, como Enrique Dussel en Nuestra América:
“(…) la iglesia que me transmite la Biblia ya no es tanto la de la jerarquía católica (que solo en 1870 llegó a ser dogmáticamente infalible) sino más bien la de la comunidad de los cristianos que (…) diverge de la manera misma de vivir y concebir la práctica cristiana, de los palacios vaticanos” (p.10).
Se trata de una ruptura, desde las comunidades cristianas de base, con la “santa alianza” entre la Iglesia-jerarquía, el conservadurismo político y el orden capitalista imperial, que ha diseminado el espantapájaros del “ateísmo comunista” para defender los estados de dominación y las desigualdades que ellos perpetúan.
Así mismo, se trata de una lucha contra la retórica de neo-conservadores como Samuel P. Huntington y su falaz tesis del “choque de las civilizaciones”, que como lo dice Vattimo es:
“pura máscara ideológica de la lucha por la defensa del dominio capitalista sobre los recursos del planeta” (p.12).
La primera parte del trabajo de Vattimo en Ecce Comu, denominada “Una larga marcha a través de las oposiciones”, retoma el tránsito desde la izquierda reformista hacia lo que él llama como “subversivismo democrático” (p. 59-73), un planteamiento que asegura la filiación entre la democracia de alta intensidad, o de alta energía, las experiencias consejistas y el comunismo libertario, marcando una posible articulación entre revolución y reformas radicales de base.
Se trata obviamente, de un claro rebasamiento de la sub-cultura estalinista-positivista del marxismo burocrático, de cualquier figura del "Socialismo Científico", y se relaciona a una desfundamentación radical del traslado de la racionalidad de las ciencias instrumentales a la vida social, ética y polìtica:
“Tal vez la herencia marxista a la que los socialistas no deberían renunciar es precisamente aquella que más traicionaron las democracias populares de tipo soviético, la idea de que la economía política no es una ciencia natural, y que por tanto, no puede autorizar ninguna planificación rígida de la economía que se pretenda científica.” (p.16).
El proyecto marxiano de la sociedad des-alienada, lo reconoce Vattimo, es completamente antagónico del marxismo-positivista y su mito industrialista-desarrollista; pues lo que es humano y digno no es el apoyo a “esencias naturales”, “leyes de la historia” o “esencias metafísicas”, sino que se trata de asumir la plena responsabilidad de unas elecciones argumentadas y compartidas, en un ambiente donde se gestionan políticamente desacuerdos.
Para Vattimo, es el desacuerdo y los acuerdos políticamente gestionados lo que lo diferencían de Habermas y su ideal de la acción comunicativa, pues no hay posibilidad de fundamentarse en el conocimiento preciso de la “verdadera naturaleza” de los hombres y las cosas: Papas y comités centrales mandan en nombre de “leyes” y “esencias naturales” que no son accesibles a los simples fieles o los proletarios “empíricos”.
También cuestiona Vattimo el uso de la retórica de los “derechos humanos” y de la “democracia” por parte de la democracia mediática y el imperio como “esencias objetivas” en la lucha contra el “terrorismo” y los “bárbaros”. Vattimo desmantela la alianza metafísico-moderna entre la verdad objetiva y el autoritarismo social (p.18), cuestionando, al igual que muchos pensadores libertarios, la relación entre regimen de verdad y voluntad de dominio.La coherencia del “pensamiento débil” se mantiene cuando afirma:
“Si como creo que hay que hacer, sintetizamos estas conclusiones sumarias de Nietzsche y Heidegger con el lema: No hay hechos, solo interpretaciones, y también esta es una interpretación”, fundamentaremos el comunismo libertario sobre una concepción hermenéutica de la sociedad; una sociedad para la cual el conflicto de interpretaciones es un modo de funcionamiento normal, que precisamente debe consistir en la lucha entre interpretaciones diversas, que se presenten como tales (p.160)”.
Contra el comunismo moderno, positivista-cientificista, Vattimo afirma: “el revolucionario comunista, al igual que su adversario burgués, siempre es parte interesada, nunca un representante de lo humano auténtico”. No hay un “universal objetivo”, pues “las razones en conflicto no son una verdad contra un error, sino interpretaciones contra otras interpretaciones (intereses contra otros intereses)” (p.161).
La relación entre metafísica y violencia (problematizada desde Nietzsche hasta Levinas), coloca en un lugar problemático la reflexión sobre la subversión democrática (la democracia de alta energía), sobre el término revolución y la llamada “comadrona de la historia”: la violencia política. Vattimo sugire que la "violencia revolucionaria" podría ser funcional a la estrategia de dominio del imperio, que cuenta con los mas poderoos recursos de imposición de la violencia policial-militar.
Así mismo, Vattimo lanza argumentos contra el marxismo soviético y contra las “burocracias de partido” que pretenden imponer una verdad privilegiada o exclusiva. El comunismo democrático rompe con la última de las garantías metafísicas, con el conocimiento “objetivo” de lo “real”, en tanto que orden existente de los vencedores que busca asegurarse desde la retórica del realismo filosófico. La figura de Stalin, como ultima ratio que garantiza la correcta linea de pensamiento queda desmantelada, al disolverse la pretnsión de fundar la verdad desde una epistemología autoritaria.
Para Vattimo: “seguro que para la electrificación es útil saber como funciona la pila, pero solo el soviet decide que hacer con la electricidad”. El soviet respeta la “naturaleza” en la medida en que esta le sirve para construir una sociedad libre del poder (p.156). Una sociedad libre de poder, que rompra con estructuras de propiedad, que cuestione el poder mediático, que parta de las experiencias de base de lo común, son dimensiones del comunismo posmoderno.
El comunismo por-venir nada tendría que ver con los detractores y sicofantes del horizonte libertario, tan marcados por su funcion policial y de disciplinamiento en el campo de la izquierda, asì como cuestionando la consigna liberal de la tolerancia por diferencias que conduce a una “tolerancia represiva”, asumiendo frente a la angelical ética habermasiana el desacuerdo como piedra angular de la “democracia de alta energía”. Vattimo identifica como adversarios a la democracia dictada desde el Pentágono, las relaciones de dominación, el dictat mediático y las estructuras de propiedad.
Sabemos que hay demasiados mitos sobre el ambiance posmoderno. Uno de ellos es que neutraliza las emancipaciones. Pues eso depende. Vattimo coloca un dedo en la llaga cuando plantea que la posmodernidad puede ser un bue´n punto de partida para repensar las emancipaciones, la ampliación de los espacios de libertad y la liberación social.
Vattimo reconoce que el comunismo posmoderno, con métodos democráticos puede parecer fácticamente imposible, pero la historicidad y artificiosidad de la “condición humana”, realza las opciones ético-políticas para convencer con buenas razones incluso a los propios adversarios ideológicos.
Vattimo retoma la lucha gramsciana por la hegemonía ético-cultural, rebasando la matriz de las “guerras religiosas y metafísicas” y su meta-relato de la “violencia justa” (Obama dixit), pués identifica que la guerra de ideales esta basada en un fundamento metafísico-moderno.
Que emerja rebosante de alegría una nueva aurora: el comunismo libertario, democrático y posmoderno. Más allá del colapso del socialismo real y de los cercos imperiales, es posible repensar la esperanza comunista desde nuevos horizontes de sentido. Más allá de integrismos modernos y posmodernos en clave conservadora.

martes, 15 de diciembre de 2009

LO QUE NO APRENDIÓ EL SOCIALISMO BUROCRÁTICO DE ROSA LUXEMBURGO

Javier Biardeau R.
“La libertad que se concede únicamente a los partidarios del gobierno y a los miembros del partido, por numerosos que sean éstos, no es libertad. La libertad es solamente libertad para los que piensan de otro modo. Y no precisamente a causa del fanatismo de la "justicia", sino debido a que todo lo que hay de enriquecedor, de saludable y de purificador en la libertad política, depende de" ello y su eficacia desaparece cuando la "libertad" se convierte en un privilegio.”(Rosa Luxemburgo)
Sin democracia socialista, no podrá edificarse una transición al socialismo que no recaiga en los errores del socialismo burocrático.
La revolución bolivariana, desde que comenzó a hablarse de socialismo del siglo XXI en el año 2004 hasta el intenso proceso de definiciones del año 2007, parece estar atrapada en dos campos minados, que le impiden repensar las relaciones entre el proceso popular constituyente y la construcción de nuevos referentes socialistas de contenido radicalmente democráticos, libertarios, participativos, descolonizadores, ecológicos y pluralistas:
a) el campo minado del Capitalismo de Estado, por una parte, que apoya una matriz desarrollista-patrimonialista-populista-clientelar, con fuertes inercias de la subcultura de la “Adequidad”, que aún plantea la búsqueda de prebendas materiales,
b) el campo minado del Socialismo Burocrático, con una matriz que asume una mezcolanza, entre el estalinismo más ramplón y el seguidismo ideológico-político de aspectos centrales de la Revolución Cubana, que aún plantea la búsqueda de privilegios políticos.
Desde nuestro punto de vista, para salir de este doble campo minado, hay que romper con la actitud del “calco y copia”, para pasar a debatir tanto las raíces originales y específicas de la revolución bolivariana como su proyección como utopía nacional-popular.
Se trata de plantear su “diferencia específica” con otras experiencias de construcción del socialismo, reconociendo obviamente sus luchas comunes contra el imperio, el colonialismo y el capitalismo histórico.
Además se trata de una renovación radical del ideario socialista, de un aprendizaje creativo y crítico de las experiencias del socialismo real, para no repetir sus errores, para complementar la política cada vez más necesaria de revisión, rectificación y reimpulso revolucionario.
Por otra parte, no se puede desconocer el momento embrionario de construcción de la transición socialista. Se trata no del momento del alumbramiento socialista definitivo, sino de retomar la senda perdida, el hilo conductor del movimiento de emancipación política y social de la mayoría, de la multitud, del pueblo. Más aún, cuando el proceso de transición nace de circunstancias específicas, de un proceso bolivariano comprendido como revolución pacífica, democrática, electoral, y que pretende mantener la coherencia doctrinaria con los postulados fundamentales de la Constitución de 1999, hecho que la coloca como una revolución sui generis, para el abordaje de la relación entre democracia constitucional y modelo socialista.
El embrionario proceso de construcción socialista en Venezuela no puede recaer en el proceso de encuadramiento y burocratización política por la conversión del partido revolucionario en partido-aparato de Estado, en nombre de la edificación socialista como “calco y copia”.
Rosa Luxemburgo tuvo la lucidez de plantear es sus escritos: “Problemas de Organización de la Socialdemocracia Rusa” y “La Revolución Rusa”, una crítica sin ambigüedades a la reactivación del imaginario jacobino-blanquista en el seno de la socialdemocracia revolucionaria rusa. Sus enseñanzas deber ser analizadas a la luz de la crítica socialista del imaginario jacobino-blanquista de la revolución, y de todas aquellas corrientes que cultivan una predisposición por la “pureza revolucionaria”; por tanto, por el sectarismo y el despotismo.
Por ejemplo, Marx desconfiaba de quienes proclamaban una revolución de minorías audaces y conscientes, de quienes propagaban propagan una revolución “desde arriba”, y con un carácter “vanguardista”, y menos aún, de una revolución “personalista”; de quienes no colocaban el acento en una revolución de multitudes populares, de las clases trabajadoras, dirigida desde abajo, desde órganos democráticos de dirección política revolucionaria. Obviamente existe dirección revolucionaria, liderazgo y organización, pero de carácter colectivo y democrático.
Rosa Luxemburgo, en su texto: “Problemas organizativos de la socialdemocracia rusa” que apareció simultáneamente en Neue Zeit y en Iskra en 1904, elabora una respuesta al ¿Qué hacer? y a “Un paso adelante, dos pasos atrás”, ambos de Lenin. Para Luxemburgo, era claro que la prefiguración del nuevo Estado de transición hacia el Socialismo, se realizaba desde la conformación del propio partido revolucionario.
Si el partido nacía con un carácter ultra-centralista o despótico, esto sellaría la construcción del Estado de transición. Esto fue lo que ocurrió en la URSS, una organización partidaria con un carácter ultra-centralista, generó condiciones necesarias y facilitadoras de un liderazgo despótico. Dice Luxemburgo:
“El libro (…) escrito por el camarada Lenin, uno de los dirigentes y luchadores más notables de "Iskra" en su campaña preparatoria del congreso ruso es la exposición más sistemática de la tendencia ultra-centralista en el partido ruso. La concepción que se manifiesta en esta obra del modo más penetrante y exhaustivo es la de un centralismo sin contemplaciones. Su principio vital es, por un lado, poner claramente de manifiesto la separación entre los destacamentos organizados de revolucionarios decididos y activos y el medio que los rodea, desorganizado pero activo revolucionariamente; por otro lado, la disciplina férrea y la injerencia directa, decisiva y determinante de las autoridades centrales en todas las manifestaciones de las organizaciones locales del partido.”
Para Lenin, es el comité central del Partido el que resulta ser el núcleo realmente activo, el espacio donde se diseñan efectivamente las decisiones del partido, mientras que las demás instancias de la organización, se limitan a ser instrumentos de ejecución de sus decisiones. Para Lenin, se trataba idealmente de la unión entre el centralismo de la organización y el movimiento socialdemócrata de masas, de allí la fórmula de “centralismo democrático”, una suerte de dogma organizativo de la ortodoxia soviética, que fluctuó entre el “centralismo conspirativo” leninista y el “centralismo burocrático” estalinista. Frente a esta posición, Luxemburgo planteó:
“La socialdemocracia origina una forma de organización completamente distinta a la de los movimientos socialistas anteriores, por ejemplo, los de carácter jacobino-blanquista”.
Mientras Lenin sostiene que el revolucionario socialdemócrata no es otra cosa que un "jacobino inseparablemente unido a la organización del proletariado con conciencia de clase", Luxemburgo cuestiona esta concepción partidaria de la “conjura de una minoría”. Esto implica “una valoración distinta de los conceptos de organización, un contenido completamente nuevo para el concepto del centralismo y una concepción también novedosa de la relación mutua entre la organización y la lucha.
Luxemburgo parte de la diferencia específica entre Marx-Engels y el método jacobino-blanquista de organización. El blanquismo no precisaba de ninguna organización de masas populares para llevar a cabo la “conjura de una minoría”, y la táctica y las tareas inmediatas de la actividad se podían determinar con todo detalle de antemano, fijándolas y prescribiéndolas con arreglo a un plan determinado. Por esta razón los miembros activos de la organización solían transformarse en órganos ejecutivos puros de una voluntad ajena a su campo de actividad y determinada previamente, es decir, en instrumentos de ejecución del comité central.
Esto producía a su vez la segunda característica del “centralismo conspirativo”: la supeditación ciega y absoluta de los órganos inferiores del partido a las autoridades centrales y la ampliación de las atribuciones decisorias de éstas, hasta alcanzar la periferia más extrema de la organización del partido. Luxemburgo habla de “centralismo conspirativo” para caracterizar el leninismo organizativo, no de “centralismo burocrático”, pues lo sustantivo era el carácter ultra-centralista del espacio donde se diseñaban las decisiones, no el tamaño del aparato, su pesadez, inercia, o complejidad organizativa.
Para Luxemburgo, el centralismo socialdemócrata que ella justificaba a diferencia del “centralismo conspirativo”, no se puede basar en la obediencia ciega o en la supeditación mecánica de los miembros más combativos del partido a un poder central. Tampoco puede levantarse un muro de separación entre el núcleo de proletarios conscientes, ya organizados en cuadros fijos del partido, y el medio circundante, la base de masas, afectada por la lucha de clases y que se encuentra en proceso de ilustración respecto a sus intereses de clase.
Por tanto, el “centralismo socialdemócrata” no puede ser otra cosa que “la concentración impetuosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera frente a sus grupos e individuos aislados”; es decir, el "auto-centralismo" del sector dirigente del proletariado, el dominio de la mayoría dentro de su propia organización de partido.
Luxemburgo enfatiza el “dominio de la mayoría” dentro de la propia organización del partido, esto significa: “órganos democráticos de la dirección revolucionaria”, y por tanto, “democracia interna”. De allí la critica al ultra-centralismo de Lenin:
“Conceder a la dirección del partido ese poder absoluto de carácter negativo que Lenin propone, implica elevar a una potencia peligrosísima el carácter conservador que tiene esencialmente toda dirección. Si es todo el partido, o aún mejor, todo el movimiento el que determina la táctica socialdemócrata, en lugar de un comité central, cada organización del partido precisará el margen de maniobra que le permita la utilización completa de todos los medios para la intensificación de la lucha, así como la extensión de la iniciativa revolucionaria que cada situación ofrece. El ultra-centralismo que propugna Lenin, sin embargo, no nos parece impregnado en su esencia por un espíritu positivo creador, sino por un espíritu de vigilante. Su razonamiento se orienta, fundamentalmente, a conseguir el control de la actividad del partido y no a su enriquecimiento; a su restricción y no a su ampliación, en perjuicio y no en beneficio del movimiento”.
Y es a partir de este espíritu de vigilante central (una suerte de panoptismo político, siguiendo a Foucault), no de las cualidades que promueve Luxemburgo de espíritu creador, crítico, fecundación del debate, ampliación de su influencia social en la opinión pública, de enriquecimiento del movimiento de masas, que Lenin justifica la tutela de un “comité central omnisciente y omnipresente”.
La crítica de Luxemburgo reside en la crítica de una modalidad de combinación entre ultra-centralismo y el decisionismo político encarnado en un pequeño grupo dirigente: “el mismo subjetivismo que ya ha jugado con frecuencia alguna mala pasada a la idea socialista en Rusia”. Dice Luxemburgo:
“El Yo destruido y despedazado por el absolutismo ruso toma su revancha en su mundo revolucionario imaginario, instalándose en el trono y declarándose omnipotente, como un comité de conspiradores y en nombre de una "voluntad popular" inexistente”.
Justamente allí reside el imaginario jacobino-blanquista, En vez de masas populares organizadas y conscientes, de la multitud popular, de la puesta en acto de la democracia ilimitada, se proyecta en el plano de la fantasía un “mundo revolucionario imaginario”, un desdoblamiento que es a la vez disociación de la experiencia de un movimiento de masas real, movimiento que depende de correlaciones de fuerzas, de flujos y reflujos, con planos de consistencia material determinables. Así mismo, para Rosa:
“(…) aparece en el cuadro un hijo aún más legítimo del proceso histórico, esto es, el movimiento obrero ruso, cuya hermosa tarea será la de crear una voluntad popular real por primera vez en la historia rusa. El "Yo" del revolucionario ruso aprovecha para dar un viraje rápido y declararse de nuevo dirigente todopoderoso de la historia, esta vez bajo la forma de la majestad suprema de un comité central del movimiento obrero socialdemócrata. Este acróbata audaz olvida que el único sujeto al que corresponde esta función dirigente es el Yo-masa de la clase obrera, empeñada por todas partes en cometer errores y en aprender por sí misma la dialéctica de la historia.”
El Comité central, el secretario general o presidente del partido se declaran dirigentes todopoderosos de la historia, una suerte de semblante de la majestad suprema del absolutismo que se pretendía derrocar. La sombra de la monarquía absolutista se interiorizaba como sombra de poder, como contra-identificación por parte de la “majestad del comité central”.
En vez de la vieja corte absolutista, se enarbola una nueva corte de revolucionarios profesionales, que no logran realizar una ruptura paradigmática con el imaginario del opresor. No es casual, entonces, que Luxemburgo hable del carácter conservador de toda dirección política, pues teme perder el control de los acontecimientos, al pretender fundir la voluntad de saber con la voluntad de orden. Se trata de ordenar y controlar desde arriba los acontecimientos revolucionarios, en vez de abrir las compuertas a las dinámicas instituyentes.
Se trata de aspectos no solo de orden político, sino también de orden epistemológico que el leninismo no logró desmantelar de raíz, pues presupone la fusión de la “vanguardia intelectual” con la “vanguardia política” (la herencia de Kaustky en el leninismo), hecho que justifica un posición autoritaria en el terreno del saber y el conocimiento, fundando el monopolio de la decisión en la garantía dialéctica de un saber basado en la subjetividad ultra-centralista.
El “acróbata audaz” reaparece en su dimensión estrictamente epistemológica y no solo política, como “monopolio de la verdad”. La centralización de la autoridad epistémica es correlativa a la centralización de la autoridad política, fundamento del imaginario jacobino-blanquista. De allí que sea posible comprender el desplazamiento de la autoridad desde la mayoría del partido a la mayoría del buro político, y de esta a la mayoría del comité central, hasta llegar a una mayoría imaginaría, encarnada en el caso del estalinismo, en la fantasía del líder de poseer el “saber absoluto” sobre la “voluntad popular”.
Esta cadena de sustituciones desde la fuerza motriz a la minoría dirigente se explica por la aversión que el imaginario jacobino-blanquista tiene por las instituciones democráticas y por la presencia de voces múltiples, con acuerdos y desacuerdos circunstanciales. De allí la crítica de Luxemburgo:
“(…) el medicamento que han encontrado Lenin y Trotski, esto es, la supresión de la democracia, es aún peor que el mal que pretenden curar, puesto que en realidad, sepulta el manantial vivo que permite corregir todas las insuficiencias natas de las instituciones sociales, es decir, la vida política activa, libre y enérgica de las masas populares más amplias”.
Rosa Luxemburgo plantea su diferencia explícitamente frente a Lenin y a Trotsky:
“(…) digámoslo claramente: desde el punto de vista de la historia, los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos y valiosos que la infalibilidad del mejor "comité central".
No hay ni comité central infalible, ni mucho menos, Líder infalible y supremo. Se trata de repensar la dictadura del proletariado como dictadura de clase, no como dictadura de camarillas o personalista:
“Una vez conquistado el poder, el proletariado (...) debe -y a eso está obligado- aplicar medidas socialistas inmediatas del modo más enérgico, inflexible y sin contemplaciones, es decir, tiene que ejercer la dictadura, pero la dictadura de la clase y no la de un partido o una camarilla; dictadura de la clase que supone la publicidad más extensa, la participación más activa y sin trabas de las masas populares, la democracia ilimitada.”
Y esta participación más activa, esta publicidad más extensa, esta supresión de trabas de las masas populares, contrasta con la dictadura de un partido, una camarilla o una persona, como en el caso del estalinismo. Una democracia ilimitada de masas populares se enfrenta al imaginario jacobino-blanquista de la dictadura revolucionaria de la minoría consciente. Dice Luxemburgo en su crítica a Lenin y a Trotsky:
“Sin sufragio universal, libertad ilimitada de prensa y de reunión y sin contraste libre de opiniones, se extingue la vida de toda institución pública, se convierte en una vida aparente, en la que la burocracia queda como único elemento activo. Al ir entumeciéndose la vida pública, todo lo dirigen y gobiernan unas docenas de jefes del partido, dotados de una energía inagotable y un idealismo sin límites; la dirección entre ellos, en realidad, corresponde a una docena de inteligencias superiores; de vez en cuando se convoca a una asamblea a una minoría selecta de los trabajadores, para que aplauda los discursos de los dirigentes, apruebe por unanimidad las resoluciones presentadas. En definitiva, una camarilla, una dictadura, ciertamente, pero no la del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos, o sea, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del jacobinismo (recuérdese la prolongación de los plazos entre los congresos de los soviets, de tres a seis meses).”
Una dictadura de un “puñado de políticos”, dictadura en sentido burgués, plantea Luxemburgo. Los jacobinos podrán ser revolucionarios, pero lo son de una revolución burguesa. La alternativa es otra. Más exactamente:
“Una vez en el poder, la tarea histórica del proletariado es sustituir a la democracia burguesa por la democracia socialista, y no abolir toda clase de democracia. La democracia socialista, sin embargo, no se puede dejar para la tierra prometida, cuando se dé la economía socialista, como un regalo de Reyes para el pueblo obediente que, entre tanto, ha sostenido fielmente al puñado de dictadores socialistas.”
Frente a la dictadura de minorías (“revolucionarias” o no), frente a la forma de gobierno y paradigma político de las democracias restringidas, del elitismo en política, de la dominación espiritual de las clases dominantes, Luxemburgo plantea:
“Pero esta dictadura (del proletariado) tiene que ser la obra de una clase y no la de una pequeña minoría dirigente, en nombre de una clase; esto es, tiene que ir resultando paso a paso de la participación activa de las masas, asimilar su influencia inmediata, someterse al control de toda opinión pública, surgir de la educación política creciente de las masas populares.”
Más allá del reconocimiento de los logros que Luxemburgo hace al Bolchevismo en múltiples aspectos económico-sociales de la Revolución rusa, Luxemburgo logra articular una crítica abierta al ultra-centralismo y al jacobinismo, elementos que inhiben la construcción de una democracia socialista.
Luxemburgo cuestiona la “democracia dirigida” desde arriba, la concepción de que una minoría revolucionaria podría conquistar el poder político y mantenerlo en sus manos, y que esto es la conquista de la dominación por el proletariado. El rechazo a la doctrina de la “minoría revolucionaria”, se hace pues conduce a un poder aparente, a victorias aparentes y con ello a graves derrotas. Pues el imaginario jacobino-blanquista, a pesar de sus defensores, es parte de la vida espiritual burguesa que ha empapado el conjunto de la sociedad, que ha creado una organización y una disciplina espirituales que, a través de miles de canales, penetraron en las masas y las dominaron. Que se resume en: Pocos arriba, mandando; muchas abajo, gentes obedeciendo. No hay revolución socialista en el plano de las conquistas económico-sociales sin democracia socialista en el terreno político. Para Luxemburgo: la revolución solamente puede venir de las masas, y solamente por las masas es llevada a cabo:
“La práctica del socialismo exige una transformación espiritual completa de las masas, degradadas por siglos de dominación burguesa de clase. Instintos sociales en lugar de instintos egoístas, iniciativa de las masas en lugar de la desidia; el idealismo, que hace superar todos los sufrimientos, etc.. (...) La única posibilidad de un renacimiento reside en la escuela de la propia vida pública, en la democracia más amplia y más ilimitada, en la opinión pública. Lo único que hace el terror es desmoralizar.”
Finalmente, el uso de medios represivos, coactivos o del terror es signo de la debilidad y no de la fortaleza. Es signo de ausencia de democracia socialista. Esta fue la lección que el socialismo burocrático no aprendió, que el socialismo no es el terror sino la democracia ilimitada. Como para seguir aprendiendo…

jueves, 10 de diciembre de 2009

DOMINGO ALBERTO RANGEL, LA BOLIBURGUESÍA Y EL CHARCO POLÍTICO-FINANCIERO

Domingo Alberto Rangel
Javier Biardeau R
En momentos en que parecen “descubrirse” indicios de la corrupción político-financiera en las alturas del poder, queda claro el maridaje entre la Estadolatría, el capitalismo de estado y las fracciones del capital financiero. No se tratan solo de patologías propias de la “transición rumbo al socialismo”, sino del propio esquema de poder de la “nueva clase”, que sigue haciendo uso demagógico de la palabra “socialismo”, solo para obtener riquezas, prebendas y privilegios.
La revolución bolivariana está atrapada en dos campos minados: el campo minado del capitalismo de Estado, por una parte, que apoya una matriz desarrollista-populista, de carácter neo-adeco, y el campo minado del socialismo burocrático, con una matriz que es una extraña mezcolanza entre el estalinismo más ramplón, y el seguidismo ideológico-político de la revolución cubana.
Una de las volteretas mágicas del socialismo real, fue la conversión del Partido-Estado soviético al Capitalismo de mafias (de camarillas políticas a mafias económicas), cuyo origen era la de haber sido miembros de la alta burocracia del estado soviético, altos funcionarios del partido, y altos cuadros del estamento militar, policial, junto a sus servicios de inteligencia. El socialismo burocrático demostró su rápida propensión a transformarse en un capitalismo con nuevos grupos económicos de poder, a partir de la nominal mascarada del “Estado socialista”.
En el año 2007, escribía un breve artículo sobre lo que ya era moneda corriente en las conversaciones cotidianas: la existencia de la llamada “boli-burguesía” (http://www.aporrea.org/ideologia/a43649.html). Hoy sabemos que fue el periodista Juan Carlos zapata quien puso a circular el neologismo que luego el diario O´Globo de Brasil apalancó con gran fuerza de diseminación, que hoy algunos voceros de oposición reinterpretan como “Chávez-burguesía”.
Decíamos entonces que la Estadolatria propia del viejo socialismo inexistente, se expresa en su funcionalidad directa con los intereses de los nuevos grupos económicos de poder y sus gestores o padrinos políticos. Ciertamente, detrás de la palabra “boliburguesía”, hay complicidad de funcionarios del Estado.
También decíamos que no hay transición al socialismo democrático, revolucionario, participativo y libertario desde el fortalecimiento de la Estadolatria y del Capitalismo de Estado. El fortalecimiento del capitalismo de Estado, decíamos entonces, es un valor de nuestros “jacobinos burgueses”. En otras palabras, conocemos más o menos bien, que cosa es el jacobinismo político, pero ignoramos las raíces de clase y los intereses económicos del jacobinismo.
Decíamos que en ese error habían caído los llamados “intelectuales del socialismo del siglo XXI”, por ejemplo, el anterior Ministro Haiman el Troudi, quién en su texto: “Ser capitalista es un mal negocio”, decía que “hay que vencer la conspiración del chavismo sin socialismo, esto es, la subterránea lucha de jacobinos versus girondinos (p.31)”.Decíamos que El Troudi se equivocaba porque es un grave error la exaltación del jacobinismo como la «izquierda social» de la revolución francesa. Los jacobinos fueron, en realidad, la izquierda política de una fracción de la burguesía. Decíamos que si Haiman el Troudi quería de verdad profundizar en lo que llama “Chavismo sin Socialismo”, tiene que llegar hasta la raíz desarrollista-populista-capitalista de nuestra dirigencia política jacobina “roja rojita”, que ampara a nuevos grupos económicos de poder, y balbucea la palabra “Socialismo del siglo XXI”.
Decíamos que la nueva neo-oligarquía (una suerte de nuevos 12 apóstoles, como en el primer CAP), no le temían al llamado Estado Socialista ni a su hiper-presidencialismo, porque habían penetrado profundamente los centros estratégicos de poder de la revolución bolivariana. Se trata solo en parte, de los anillos de poder, de lo que Müller Rojas ha llamado en reciente entrevista como “Alacranes”. También hay quienes interpretan el escándalo bancario como parte de los primeros episodios de una “guerra entre alacranes”.
Sería profundamente ruinoso para la revolución bolivariana, que estos acontecimientos generen ambientes de impunidad y complicidad, pues lo que esta en juego es la propia fibra ético-cultural, moral, del proceso iniciado como una corriente de lucha contra la corrupción desde sus orígenes aquel 4 de febrero de 1992.
Decíamos que era conveniente referirse a los trabajos de Domingo Alberto Rangel (DAR) quién señalaba (en artículos en el año 2006 como Correo del Caroní y El Carabobeño): “En la Europa clásica, la burguesía creaba al Estado, aquí en Venezuela el Estado crea a la burguesía. Desde 1900 hasta el día de hoy, cada fracción burguesa surgida en los horizontes sociales de nuestro país ha sido obra del Estado”.
Domingo Alberto Rangel planteaba que bajo un Estado opulento, corrompido y caprichoso, podía convertirse en doce horas que necesita la luz de los cielos para alternar con las sombras, a un "peladito cantinflesco" en un “personaje aristocrático”. Desde hace cien años los sucesivos cabecillas de nuestra oligarquía han sido producidos por una incubadora milagrosa, la Tesorería Nacional. Es decir, creación del presupuesto nacional. Una primera indicación de la importancia de la Tesorería nacional para el control y transparencia del origen y destino del presupuesto público.
Pero vale la pena destacar aspectos literales de la propia opinión de DAR, ya que existen coincidencias entre quienes señalaba, como miembros de la “neo-oligarquía”, y algunos de los nombres que aparecen en la lamentable polvareda financiera que afecta las bases morales de la revolución bolivariana. Decía DAR el 20 de abril de 2006 (Correo del Caroní)). “La oligarquía bolivariana es el más reciente brote de la vieja plantación burocrática venezolana”.
Para DAR existirían al menos tres grupos oligárquicos bolivarianos: “El primero gira en torno a Diosdado Cabello y Rafael Sarría, ambos militares retirados. Tiene ese grupo una galaxia de tres bancos coligados, varias plantas industriales y participación como accionista en empresas de servicios. Es posible que después del grupo Polar sea este el primer imperio financiero del país.”
Continúa DAR: “Un segundo grupo se esboza en torno a otro militar retirado, Jesse Chacón. El hermano de Jesse, dueño o líder aparente de este grupo en ciernes, es un fenómeno de retardo vocacional. Como el personaje de Moliere, que ya viejo vino a saber que hablaba en prosa, el caballero necesitó la llegada de su hermano al gobierno para descubrir su vocación por los negocios. En ocho años ha adquirido un banco, una fábrica de leche en polvo, de las más grandes de Suramérica, y unas haras. Jesús, María y José, exclamaban las beatas de Tovar ante fenómenos tan portentosos como éstos.”
Y planteaba DAR: “Por último, se perfila un tercer grupo oligárquico en el chavismo, el que podría encarnar en Blanco La Cruz y Hernández Behrens, militares retirados ambos, gobernador de estado el uno, banquero hasta hace poco el otro, pero al parecer magnates en ascenso o en gestación.”
Para DAR, “Tendríamos entonces tres grupos económicos entre los cuales reparte sus efectivos la naciente oligarquía bolivariana. No he hecho comparaciones, pero creo que ningún otro régimen desde 1900 creó tantos grupos en tan poco tiempo. Es un récord de velocidad que sería necesario remitir a Londres para su debido registro.”
Para DAR, “La celeridad en la creación de esa oligarquía se explica por la coincidencia de tres factores en el régimen bolivariano. El primero, la abundancia fiscal que comenzó en 1999, cuando Chávez encontró el petróleo en nueve dólares el barril y de inmediato vino la racha alcista que luego lo colocaría en sesenta y dos dólares y que, aunque atenuada, aún dura. Es cierto que los cincuenta dólares de hoy, reducidos a monedas de igual paridad, resultan muy inferiores a los de 1980, pero es evidente o innegable que a Chávez le ha correspondido una mejor experiencia de precios petroleros que a Caldera o al segundo período de Pérez. De todas maneras, la economía petrolera ha vivido un lapso de prosperidad que se traduce en abundancia fiscal. El segundo factor que ha propiciado el enriquecimiento acelerado de algunos cabecillas del oficialismo, es el descaro de clase. Entiendo por descaro de clase aquella ligereza moral, aquella desenvoltura rapaz que caracteriza a los plebeyos cuando de súbito cambia su suerte en la vida. En el fondo de todo plebeyo hay un trepador, o mejor, todo plebeyo es un trepador. El oficialismo se ha formado de plebeyos que en el sistema político o en los cuerpos militares veían con codicia, pero con frustración, el festín que saciaban adecos y copeyanos.”
Finalmente señala DAR: “El tercer factor es la tolerancia, casi alcahuetería, diríamos, con que Venezuela siempre toleró y hasta aplaudió a los ladrones de su Tesoro Nacional. ¿Acaso no fue popular Páez que pasó de peón de sabana a latifundista por la hazaña de su lanza? ¿Y Guzmán, Crespo y Panchito Alcántara, no gozaron las mieles del prestigio popular? Un caudillo que robe siendo plebeyo y que siga conservando su cultura de plebeyo es algo que embeleza a los venezolanos.”
Concluía DAR: “Ya la oligarquía chavista, la "boliburguesía", es suficiente ella sola, para sostener al régimen”.
Lo que no decía DAR, era que esa “boliburguesía” también podía generar con su potencial caída, una terrible implosión en la sustentación moral de la revolución bolivariana.
Bastará constatar hasta que punto acertaba o no DAR en sus apreciaciones, en la medida en que decante la actual polvareda.
Como para coger palco…

martes, 8 de diciembre de 2009

LO QUE NO APRENDIÓ EL SOCIALISMO BUROCRÁTICO DE MARX Y ENGELS:


Javier Biardeau R.
Una de los modos más habituales de encubrir los errores del marxismo soviético y del socialismo burocrático, es confundir y amalgamar los nombres e las ideas de Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Pannekoek, Stalin, Mao y Trotsky. Se trata de algo más que de una ensalada rusa mental. Se trata de una verdadera trampa ideológica que impide cuestionar la genealogía de las prácticas discursivas del despotismo burocrático y del marxismo soviético, a la vez que impide localizar las condiciones para repensar el talante crítico-radical del socialismo revolucionario iniciado por Marx y Engels.
El socialismo burocrático se convirtió en la mayor estafa ideológica de las ideas de quiénes construyeron la primera Asociación Internacional del Trabajo a mediados del siglo XIX. Sin embargo, no se trata de presuponer que Marx y Engels no se equivocaron en muchos planteamientos o que sus ideas perdieran su validez de acuerdo a la modificación de las circunstancias históricas, pero lo extraño es que sus planteamientos se transfiguraran, por una suerte de astucia dialéctica de la voluntad de saber de Stalin, en proposiciones completamente antagónicas a las de los fundadores del llamado “socialismo científico”.
Adicionalmente, llama la atención que se trasvasen ideas típicas del marxismo burocrático de la URSS en ciertos espacios de difusión del ideario socialista en Venezuela, como si fuesen botijas nuevas, cuando pueden leerse con facilidad en toda la subcultura de los manuales de la escatología marxista-leninistas de Rosenthal, Iudin y Afanasiev, entre otros. Frente a los desafíos civilizatorios del siglo XXI, deben abordarse las críticas de raíz contra todas las imposturas del marxismo soviético, que sirvieron para silenciar el ideario profundamente libertario del socialismo revolucionario de Marx y Engels, profundamente democrático en el más estricto sentido de una revolución de mayorías, desde abajo, autogestionario, desde los poderes creadores de las clases trabajadoras y del pueblo.
El colectivismo oligárquico, resume las tendencias más vulgares del Socialismo y del Comunismo de Estado. Esta Estadolatria no logró diferenciar entre la propiedad social y la propiedad estatal, entre la socialización y la estatización, algo elementalmente claro, preciso y sin ambigüedades en Marx y Engels. Tampoco logran diferenciar entre el reconocimiento del pluripartidismo presente en las posiciones de Marx y Engels, aún justificando la centralidad del partido comunista para el movimiento proletario, de los “sistemas políticos de partido único”, que fueron los modos de regimentación política del socialismo burocrático en todas las latitudes donde se ensayó. Así mismo, el socialismo burocrático y el marxismo soviético no lograron diferenciar entre la “ética de la liberación” en Marx, de las modalidades compulsivas y autoritarias de moral burocrática que se instituyeron en nombre de la “Revolución” y el “Estado Socialista”.
La definición más sencilla del colectivismo burocrático-despótico la dio Engels, cuando habló de la “veneración supersticiosa del Estado”. Vale la pena citar en extenso toda la riqueza del planteamiento:
“Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil. Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (Introducción de Engels a la guerra civil en Francia de Marx-1891)
La voltereta del asunto; es decir, la impostura del marxismo soviético se condensa en la llamada “respuesta al camarada Jolopov” elaborada por Stalin en 1950 (El marxismo y los problemas de la lingüística). Plantea Stalin:
“Engels decía en su «Anti-Dühring» que, después del triunfo de la revolución socialista, el Estado había de extinguirse. Sobre esta base, después del triunfo de la Revolución Socialista en nuestro país, los dogmáticos y los talmudistas en nuestro Partido exigían que el Partido tomase medidas para acelerar la extinción de nuestro Estado, para disolver los organismos del Estado, para renunciar al ejército permanente. Sin embargo, el estudio de la situación mundial en nuestra época llevó a los marxistas soviéticos a la conclusión de que en las condiciones de cerco capitalista, cuando la revolución socialista ha triunfado en un solo país y en todos los demás domina el capitalismo, el país de la revolución triunfante no debe debilitar, sino reforzar por todos los medios su estado, los organismos del Estado, el servicio de inteligencia y el ejército, si no quiere ser aplastado por el cerco capitalista.”
Y añade: “Los marxistas rusos llegaron a la conclusión de que la fórmula de Engels se refiere al triunfo del socialismo en todos los países o en la mayoría de los países y es inaplicable cuando el socialismo triunfa en un solo país, mientras en todos los demás países domina el capitalismo.”
Stalin, como todos sus herederos ideológicos, habla de “revolución triunfante” en medio del "cerco capitalista"; es decir, un claro “contrasentido”, evadiendo la crítica de fondo a la veneración supersticiosa del Estado, veneración (reforzar por todos los medios su Estado) que comienza a ser justificada y completamente consistente con la tesis del “Socialismo en un solo país”. En este punto será necesario comprender si Lenin y Trotsky pensaban exactamente lo mismo que Stalin:
“Marx y Engels llegaron a la conclusión de que la revolución socialista no podría triunfar en un solo país y únicamente podía vencer mediante un golpe conjunto en todos o en la mayoría de los países civilizados. Esta conclusión pasó a ser una tesis rectora para todos los marxistas. Sin embargo, en los albores del siglo XX, especialmente en el período de la primera guerra mundial, cuando para todos se hizo evidente que el capitalismo pre-monopolista se había transformado de manera manifiesta en capitalismo monopolista, cuando el capitalismo ascendente se convirtió en capitalismo moribundo, y cuando la guerra puso de relieve las incurables debilidades del frente imperialista mundial y la ley de la desigualdad del desarrollo predeterminó el que la revolución proletaria maduraría en épocas diferentes en los distintos países, Lenin, partiendo de la teoría marxista, llegó a la conclusión de que en las nuevas condiciones del desarrollo la revolución socialista podía perfectamente triunfar en un solo país; de que el triunfo simultáneo de la revolución socialista en todos los países o en la mayoría de los países civilizados era imposible debido a que la revolución no maduraba por igual en dichos países; de que la vieja fórmula de Marx y Engels no correspondía ya a las nuevas condiciones históricas.”
La revolución socialista, para Stalin, era imposible que triunfara simultáneamente en la mayoría de los paises civilizados, “podía perfectamente triunfar en un solo país”, a pesar de las “incurables debilidades del frente imperialista”. Stalin olvidaba que una revolución socialista de caracter nacional no daba lugar a una sociedad socialista, sino a un proceso parcial de transición al socialismo, pués el la prefiguración de la nueva formación económica social de caracter socialista dependía de la construcción de bloques de poder multinacionales de transición al socialismo que rompiera con la economía-mundo capitalista.
Estas son las volteretas de la nueva voluntad de saber/poder del estalinismo (Fortalecimiento del Estado como máquina de represión, socialismo en un solo país), verdaderas imposturas e inversiones de los enunciados de Marx y Engels, bajo la astucia de las acrobacias del subjetivismo estalinista.
A esta astucia, Rosa Luxemburgo le otorgaba, antes incluso de la existencia del propio Stalin, un nombre emblemático: el “acróbata audaz”. En “Detrás del ultra-centralismo: el subjetivismo intelectual” (Crítica a la socialdemocracia rusa), plantea Rosa Luxemburgo:
“El "Yo" del revolucionario ruso aprovecha para dar un viraje rápido y declararse de nuevo dirigente todopoderoso de la historia, esta vez bajo la forma de la majestad suprema de un comité central del movimiento obrero socialdemócrata. Este acróbata audaz olvida que el único sujeto al que corresponde esta función dirigente es el Yo-masa de la clase obrera, empeñada por todas partes en cometer errores y en aprender por sí misma la dialéctica de la historia. Por último, digámoslo claramente: desde el punto de vista de la historia, los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos y valiosos que la infalibilidad del mejor "comité central".
Hoy sabemos el destino de quienes pretenden encarnar la función de “acróbata audaz”, por encima y sobre-imponiéndose al “Yo-masa” de la clase obrera como fuerza colectiva; o en palabras más actuales, quienes pretenden sustituir la iniciativa de la multitud popular, por la iniciativa del voluntarismo político, encarnado en el ultra-centralismo.
El socialismo desde arriba, desde el comité central, desde la minoría selecta de revolucionarios, es parte del imaginario jacobino-blanquista, no es parte de la tradición del Socialismo Revolucionario de Marx y Engels. Sustitúyase la revolución democrática por el vanguardismo, y allí encontrará la genealogía del socialismo burocrático, pues como ha puesto en evidencia la dialéctica de lo instituyente y lo instituido, sin protagonismo de multitudes, la revolución tiene a esclerotizarse; es decir, a dejar ver solo el rostro del aparato burocrático, de sus funcionarios, con su veneración supersticiosa por el Estado. Algo distinto, por cierto, a la "sociedad regulada" de Gramsci. ¿Serán Marx, Engels, y Gramsci unos anarquistas?
Volteretas del "acróbata audaz"...

sábado, 5 de diciembre de 2009

CONSTRUIR LA DEMOCRACIA SOCIALISTA DESDE LA MULTITUD NACIONAL-POPULAR



Javier Biardeau R
Si se quieren evitar las imposturas para el horizonte democrático, revolucionario y socialista en el siglo XXI, hay que desenmascarar las maniobras de los sinecuristas y sicofantes que pretenden confundir el ejercicio de la crítica radical en el seno del campo revolucionario, con simples “ataques” y “traiciones”, presuntamente promovidas por la “oligarquía del dinero”, el imperialismo y sus agencias de inteligencia. Si cualquier desacuerdo es “traición”, si cualquier crítica es “ataque” a la revolución, entonces el debate socialista será extremadamente pobre y estéril.
Se trata en realidad no una lucha entre los “verdaderos revolucionarios” y unos “agentes oligarcas encubiertos”, sino de una lucha entre una multiplicidad de matices, corrientes y tendencias en el seno del campo revolucionario; sobre todo, entre una corriente que siguen diseminando la tesis del seguidismo ideológico al socialismo burocrático del siglo XX, representado una defensa y promoción acrítica de la revolución cubana y de la soviética; y múltiples voces, entre las que nos identificamos, que consideramos que es imprescindible una renovación radical del ideario socialista, para diferenciarse claramente de las experiencias de transición al socialismo del siglo XX.
El siglo XXI requiere de nuevos referentes de socialismo democráticos, revolucionarios y libertarios distanciados abiertamente de cualquier figura del colectivismo oligárquico y sus estilos bonapartistas, del centralismo autoritario y del monolitismo ideológico.
Ciertamente, si se requiere profundizar la irreverencia del debate socialista, sin necesidad de funcionar como simples “antenas repetidoras” de fracciones de la dirección burocráticas del “monopolismo de estado”; es decir, de las experiencias del socialismo realmente inexistente del siglo XX; de sus oligarquías políticas, nomenclaturas o agentes de disciplina policial, en el estricto sentido dado a esta función por Jacques Rancière (El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996), hay que asumir las implicaciones de las intervenciones y posiciones intelectuales, teóricas, reflexivas en el debate sobre la revolución democrática y socialista venezolana.
La revolución democrática, socialista, descolonizadora, bolivariana no tiene porque recaer en las posturas dogmáticas de los “apparatchik”, o de quienes pretenden serlo, pues esta es una servil reproducción de la cultura de izquierda estalinista. Si cuestionar la inexistencia de verdaderos espacios e instancias de ejercicio de la democracia interna en en el proceso bolivarianao es un ataque o una traiciòn, entonces el devenir del proceso se asemeja a una implosiòn a cámara lenta.
Uno de los errores históricos de los “sicofantes históricos” (desde Grecia hasta la actualidad), de quíenes confunden la polémica revolucionaria con actitudes de delación de presuntos infiltrados "impuros" e "incómodos", es precisamente su puesta al servicio de una estrategia política velada de dominación y de justificaciòn de determinadas matrices de poder; en este caso, se trata del “calco y copia”, del trasplante mecánico del guión, como si las revoluciones fueran simples libretos trasplantados desde los laboratorios de la “propaganda bancaria”, del dirigismo vertical, impositivo y alienante, ya cuestionado por Freire en su análisis del liderazgo revolucionario en su ya clásico trabajo: “Pedagogía del oprimido”.
Creemos en la importancia de los órganos democráticos y revolucionarios de la dirección política, pero no en la cultura del partido/aparato, monolítico, sin democracia interna, y basado en formas de centralismo autoritario y burocrático. No se trata, por tanto de defensas "pequeño-burguesas" o "anarcoides" de la ultra-democracia, sino de no temerle a la iniciativa de masas, a su autonomía de clase, ni intelectual, ni política ni ético-cultural. Pues, las lealtades ciegas en las revoluciones, cuando son revoluciones democráticas y socialistas, solo conducen a la derrota.
El fondo de todo esto es la reacción ante la crítica del trasvase mecánico del esquema de gobernabilidad comandante-buró político-partido único-clase-frente de masas a la situaución venezolana, superponiéndole al proceso popular constituyente formas de encuadramento verticales y autoritarias, propias del socialismo de estado.
Las revoluciones son algo distinto de “calcos y copias”, son construcciones colectivas, puestas en acto por la intervención decisiva y la iniciativa de las masas o multitudes populares, de las clases trabajadoras, de los movimientos sociales y populares, a través de la guía ideológica y orientación de sus órganos democráticos y revolucionarios de dirección política.
En momentos en que los movimientos sociales y populares venezolanos comienza a asumir tareas de profundización de herramientas de reflexión y orientación socialistas, es preciso referirse a la crítica de Marx y Engels hacia el blanquismo y el jacobinismo político tanto en 1891 Engels: Introducción a La guerra civil en Francia de Carlos Marx., como en 1895, Engels: Introducción a la edn. de 1895 de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx.
Estas, son importantes referencias que enriquecen el debate político, y que aclaran muchas de las dudas que surgirán en polémicas posteriores, a comienzos de la Revolución Rusa, y sobre todo para comprender las críticas de voces, como las de Rosa Luxemburgo a las claras tendencias jacobino-blanquistas de la dirección revolucionaria bolchevique encarnadas en Lenin.
Y como lo hemos planteado polémicamente, decisiones y estilos del propio leninismo prefiguraron el estalinismo. Hay hilos de continuidad entre Stalin y la sub-cultura del aparato-partido constituida bajo la participación de Lenin.
En aquella poca leída, intencionalmente ignorada, o muchas veces peor recordada: Introducción de Engels a la “Lucha de la clases sociales en Francia de 1848 a 1850” de Carlos Marx, reaparece un hilo conductor del pensamiento crítico y revolucionario marxiano: la crítica del imaginario “jacobino-blanquista”.
Pocos reconocen la forma como Marx y Engels se fueron desprendiendo gradualmente de las mitologías revolucionarias que proyectaron los acontecimientos de la Revolución Francesa, como modelos de orientación para las clases populares y subalternas. No hay que olvidar que la “Revolución Francesa” fue una revolución burguesa, no una revolución bajo una dirección popular o proletaria.
Tampoco hay que olvidar un enunciado clave de los fundadores de la filosofía de la praxis colectiva del proletariado: “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”. No se puede suplantar la acción colectiva de clase, del pueblo, de las masas, de la multitud, por diversas cadenas de sustitución que terminan generando “nuevas clases”, “nomenclaturas”, “oligopolios de poder” y ficciones reaccionarias como el “principio del caudillo”, de cuño claramente fascista.
Lo planteamos sin ambigüedades, solo es posible comprender las condiciones y causas históricas de la presencia del “cesarismo socialmente progresivo”, o incluso de variantes del cesaro-populismo, en la dialéctica entre revolución y restauración, por la ausencia orgánica del “príncipe moderno” en el proceso revolucionario, por la debilidad de los espacios y órganos democráticos de dirección política de las clases, grupos y sectores populares y subalternas, por la inexistencia del “intelectual colectivo” (Gramsci).
El fenómeno transitorio del “cesarismo progresivo” no puede devenir en suplantación, en sustitución del "movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa". Si fuese así, solo estaríamos en una simple tesis de “circulación de las elites”, de cuño políticamente reaccionario, no en una revolución democrática y socialista; es decir, no estariamos bajo el predominio del momento de la acción colectiva de clase, de las masas, del pueblo para la transformación completa de la organización social.
El “momento del líder” no puede desfigurar, sustituir, suplantar el protagonismo popular, la iniciativa de masas, el ejercicio del poder proletario como clase gobernante, sin caer en una u otra variante del cesaro-populismo o bonapartismo socialmente progresivo, pero a la larga, políticamente regresivo.
Recordemos palabras del Manifiesto Comunista de Marx y Engels: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (Manifiesto Comunista-1848).
En la Introducción de 1891, Engels plantea: “(…) los blanquistas partían de la idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, podría mantenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al pequeño grupo dirigente. Esto suponía, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario.”
Y en la Introducción de 1895, Engels vuelve sobre el mismo punto: “Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.”
Y más adelante, Engels reconoce: “Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del proletariado. El método de lucha de 1848 (Barricadas y la insurrección) está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.”
Mientras Marx y Engels modificaban de acuerdo al contraste crìticio de sus planteamientos con la situación histórica sus hipótesis estretégicas, el dogmatismo insiste en el lema: "peor para la realidad". La revolución socialista no deja de ser en su contenido esencial “el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa”, pues “la época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de masas inconscientes, ha pasado”. Y sintetiza Engels: “Allí donde se trate de la transformación completa de la organización social tiene que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por si mismas de que se trata (…)”.
Por tanto, una revolución socialista, como transformación completa de la organización social no es asunto de “minorías”, de “individuos o vanguardias”, por más conscientes que sean, a menos que se pretenda repetir aquella trágica experiencia y expresión del Libertador con relación al proceso de independencia: “He arado en el mar”. La historia del "vanguardismo" en la izquierda latinoamericana ha mostrado la clara disyunción entre el trabajo político desde las bases y los portavoces de las "verdades únicas y monotópicas".
En el caso de las revoluciones socialistas, lo decisivo no son los individuos excepcionales, ni actividad de las minorías conscientes, sino la comprensión del papel de la iniciativa de las “masas populares”, de las clases subalternas”, de la multitud popular, en las tareas de la transformación completa de la organización social. No olvidemos: el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de mayoría inmensa, la capacidad del movimiento autonomo de quíenes habian sido hasta ahora encerredos por la hegemonía intelectual y ético-cultural de las clases dominantes.Sobre todo, si se trata de superar el dogmatismo, el seguidismo ideológico, la compulsión a repetir errores históricos:
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” (Marx. 18 Brumario)
¿Cuáles son los espíritus del pasado, sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, sus disfraces de vejez venerable, el lenguaje prestado? Justamente, en esto consiste la actitud de “calco y copia”, frente al llamado de creación heroica de Mariátegui, o el lema de Inventamos o erramos de Simón Rodríguez.
O reproducimos servilmente los detalles de las revoluciones que dieron lugar al estatismo autoritario, con sus sistemas de partido único y su burocratización generalizada, o asumimos la necesidad de crear figuras de socialismo que profundicen la democracia sustantiva, el poder popular, el pluripartidismo revolucionario, la existncia de corrientes, matices y tendencias en un frente amplio por el socialismo, y la socialización del poder en todos los espacios de una sociedad en plena transformación.
Estos son asuntos que involucran a los movimientos sociales y populares, a todas las clases y sectores populares y subalternos, a los sectores medios, profesionales, militares, estudiantes, indígenas, mujeres, a los pequeños y medianos empresarios de la ciudad y el campo, a los intelectuales En fin, al bloque históricos nacional-popular emergente.
Una revolución democrática y socialista, descolonizadora, profundamente participativa y libertaria, no se puede dar el lujo de repetir los profundos y graves errores del socialismo y del comunismo de Estado.
Pués no queremos repetir la barbarie. Construyamos la democracia socialista desde la multitud nacional-popular.

jueves, 3 de diciembre de 2009

MARIÁTEGUI, LA TACTICA DEL FRENTE ÚNICO Y EL PROCESO BOLIVARIANO: IDEAS PARA SALIR DEL LABERINTO-2010


Javier Biardeau R.
“Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes (…) Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.”(José Carlos Mariátegui)
I.- ¿POR QUE UN FRENTE UNICO PARA LA REVOLUCIÓN DEMOCRATICA Y SOCIALISTA BOLIVARIANA?
El triunfalismo y la excesiva confianza en el control de recursos político-institucionales, puede ser un factor clave de la pérdida de espacios estratégicos para la revolución bolivariana, si no se toman en cuenta las tendencias manifiestas y latentes de desgaste, descontento, desconcierto y desencanto en el seno de las tradicionales bases sociales de apoyo del proceso de emancipación.
Existen procesos de distanciamiento, desagregación y dispersión que se traducen en distintos estudios de opinión pública, tanto cuantitativos como cualitativos, que afectan el espacio tanto de los simpatizantes del proceso bolivariano, como de quienes participan en distintos movimientos sociales y populares de izquierda.
Así mismo, se presentan distanciamientos y fenómenos de malestar, incluso de los propios militantes de las organizaciones que se identifican y apoyan al Gobierno del Presidente Chávez, desde las que han obtenidos mayor caudal electoral hasta las menos votadas. Incluso, declaraciones informales de cuadros políticos, locales, municipales, regionales y nacionales, que participan en la “maquinaria electoral” de las diversas organizaciones revolucionarias, reconocen que cada vez es más difícil y costoso incentivar la participación de los votantes potenciales, y que existe una seria preocupación sobre el crecimiento de la abstención.
Todo esto coincide con los estudios que indican un crecimiento de la desafiliación política-electoral hacia el gobierno y hacia la oposición, hacia los llamados polos del espectro electoral, generándose un crecimiento de los llamados segmentos no alineados, que no participan en actividades políticas partidistas de ningún tipo, que no muestran interés en ir a votar, y que están descontentos con las alternativas políticas que existen (incluyendo al gobierno como a la oposición).
Para el campo revolucionario estos indicios y síntomas deben llamar a la reflexión, al análisis, evaluación y la puesta a punto de medidas correctivas, de prevención y anticipación de escenarios de derrota o debilidad electoral. Cualquier indicio de derrota o debilidad electoral en las actuales circunstancias geopolíticas internacionales y nacionales, donde se hace evidente una seria amenaza imperial-oligárquica sobre la estabilidad y continuidad del proceso bolivariano, será analizada como una oportunidad para activas planes y acciones desde Washington, así como para sellar el destino de la revolución bolivariana, la cual constituye efectivamente uno de los epicentros más importantes de la revolución continental en Nuestra América (Abya Yala).
Los resultados de la derrota electoral en el referendo sobre la reforma constitucional, el significado político de las elecciones regionales del 23 de noviembre de 2008, y diversos síntomas del desencanto, descontento y desconcierto en muchos simpatizantes del campo bolivariano, deberían por sí mismos ser argumentos de peso para evitar los errores del sectarismo y para enfrentar los peligros no solo electorales, sino políticos y militares del año 2010.
En este ultimo aspecto, con relación a amenazas directas en el ámbito propiamente militar de la Seguridad y Defensa de la Nación (que no es el único ámbito, por cierto), cualquiera reconoce que no hay peor situación para una confrontación de alta o baja intensidad, contra provocaciones o agresiones de fuerzas militares o paramilitares extranjeras, que:
a) un clima de polarización extremo, combinado con,
b) dinámicas de debilidad y fractura interna en el campo bolivariano,
c) indicios de debilidad del bloque de poder sudamericano para una confrontación política abierta contra el “Pentagonismo” que proyecta Washington.
Todo esto pone en riesgo real las condiciones favorables para un “acuerdo de unidad nacional”, condición política necesaria que permite dar respuesta eficaz de rechazo para una posible agresión extranjera o imperialista.
Cualquier convocatoria a la unidad patriótica de Defensa de la Nación requiere de mucho más que retórica. Requiere de la capacidad de control y movilización de recursos estratégicos de poder, nacionales e internacionales, de diverso orden, que afectan a diversos ámbitos: económico, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar.
Todo esto en el contexto de las estrategias político-militares de cuarta generación, donde lo que está en juego no es tanto la infra-estructura como la info-estructura de una “sociedad-blanco”, tratando de hallar formas para introducir borrosidad, ambigüedad, azar y el caos en el espacio de “combate neural del enemigo”, en función de deteriorar significativamente el ciclo de observación-orientación-decisión-acción (OODA) en todos los niveles de las unidades de acción políticas y militares. Se trata de una guerra en las “redes neurales”, en los espacios de información-conocimiento, que bloquean justamente los ciclos coordinados de OODA; de allí la importancia de la guerra psicológica, de información (técnica y humana) y de baja intensidad.
El coctel de “tantas bases como necesite el Imperio” en Colombia, que como hemos planteado nunca se trataba de solo siete (7) bases militares, además de las nuevas bases en Panamá, más el golpe del generalato consular de Honduras, incluyendo actividades de focos conspirativos en Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, República Dominicana y los EE.UU debería ser suficiente para preocupar a cualquier gobierno, que no solo enfrente retos electorales parlamentarios, sino que lo haga en el contexto de la dialéctica entre revolución y restauración en Nuestra América.
Existen evidentes síntomas e indicios de acciones que pretenden configurar un cuadro de crisis político-institucional para el año 2010, que tiene relaciones con el debilitamiento de las bases sociales de apoyo del gobierno de Chávez. Existen indicadores que muestran el fin del apoyo automático de sectores medios, de partidarios críticos del proceso bolivariano, e incluso de franjas urbanas de los sectores populares que tienden a inclinarse por posiciones abiertamente abstencionistas. De la misma manera, existe un lento avance de las fuerzas sociales y políticas opositoras, que buscan aceleradamente una acumulación de capital electoral, basado en acuerdos unitarios labrados sin lugar a dudas desde Washington.
Aunque suene poco delicado: hay que bajarse el autobús del espejismo Obama. Todavía hoy, algunos cuadros de la alta dirección bolivariana leen en la elección de Obama, una oportunidad de negociación de acuerdos políticos con los EE.UU. Solo basta calibrar que son los propios interlocutores de Washington con estos cuadros revolucionarios (Tomas Shannon, por ejemplo), los que participaron activamente en la legitimación del golpe de Honduras, y en el socavamiento de la efectividad de las resoluciones de la OEA a través de la fórmula Arias (Acuerdo San José).
La composición de su gabinete Obama, sobre todo en el area internacional y militar, significan una re-unificación imperialista de la clase dominante estadounidense ante su crisis de dominación mundial; sin veleidades de procedencia partidista, étnica, religiosa o género. Como ha planteado el polémico Dieterich: La unificación casi monolítica de la clase dominante más peligrosa del mundo y su nominación de un gerente muy hábil, aumenta peligrosamente la capacidad de política internacional de la Casa Blanca frente a la de Bush.
La política exterior de Washington tiene el objetivo, en palabras de Obama, de lograr el renacimiento del American Century: “un nuevo amanecer del liderazgo estadounidense” en el mundo. Para alcanzarlo: “Tenemos que seguir una nueva estrategia que hábilmente emplea, equilibra, integra todos los elementos del poder estadounidense, el militar, el diplomático, nuestra inteligencia y procuración de la ley, nuestra economía y el poder de nuestro ejemplo moral. El equipo que hemos conformado aquí (…) está hecho justo para hacerlo.” Lo que ha sido hasta ahora una línea argumental consistente de Dieterich: “Para la Patria Grande, la reafirmación del American Century, se traduce en la reafirmación de la Doctrina Monroe y del Corolario de Roosevelt.”
Y para decirlo con palabras tal vez más llanas, lo que significa esto es una nueva proyección del “pentagonismo” hacía América Latina y el Caribe a través de un re-despliegue estratégico sobre su área de influencia como “patio trasero”. De esta manera, es una ingenuidad que raya en la estupidez tratar de negociar concesiones con el Imperio en tiempos de proyección pentagonista y de recuperación de su supuesto “destino manifiesto” sobre Nuestra América.
El asunto pasa por recuperar y ampliar las bases sociales de apoyo, la masa crítica interna decisiva para contener y desmontar la estrategia de socavamiento de la revolución bolivariana por parte de la contra-ofensiva imperial-oligárquica.
Esto supone, rectificaciones profundas en el ámbito económico, social, ético-cultural, comunicacional y político, que no se reduce a simples acuerdos de cuotas de repartición de espacios electorales. Se trata de una reorientación del rumbo, de ritmos, de métodos de la propia revolución bolivariana y de su transición a nuevos modelos de socialismo, necesariamente distintos de las experiencias del socialismo del siglo XX.
II.- ALGUNOS APORTES TEÓRICOS CENTRALES DE MARIÁTEGUI:
Ahora bien, analizados algunos aspectos de la coyuntura inmediata y previsible, nos referiremos a una recuperación crítica de algunos de los aportes más importantes de una de las más importantes voces heterodoxas del marxismo revolucionario en Nuestra América. Nos referimos a José Carlos Mariátegui.
Pocos ponen en duda que Mariátegui fue el primer teórico marxista heterodoxo de Indo-América. El Amauta llevó adelante una enorme tarea de apropiación, diseminación y traducción de las tradiciones marxistas a nuestro continente, que rompió con las recepciones acríticas y pasivas del ideario socialista revolucionario. Sin duda, la influencia de Manuel González Prada en Mariátegui, preparó el terreno para una postura radicalmente crítica del “librepensamiento revolucionario”, tan necesario para no acatar dogmas o imposiciones de ninguna especie, para no claudicar en la elaboración de formas de pensamiento crítico socialistas.
Por ejemplo, mientras para los años 1928-1929 existía ya una campaña internacional de estigmatización y descalificación contra Trotsky, por ejemplo, por parte de la camarilla estalinista-burocrática; Mariátegui al igual que Gramsci, mostró su opinión favorable a las posiciones políticas y las reflexiones de Trotsky. Para Mariátegui, Trotsky era el “arquetipo del hombre de acción y pensamiento”, del “ideólogo realizador” (Defensa del Marxismo).
Esto suponía para Mariátegui, una toma de posición abierta frente a la ortodoxia soviética del momento, manteniendo una polémica abierta hacia todos los matices y posiciones en el campo proletario: libertarios, sindicalistas, socialistas y comunistas. Adicionalmente, existen otros paralelismos con figuras como Gramsci y Trotsky.
Sobre éste ultimo, es posible rastrear analogías en el análisis de las contradicciones internas de la formación económico-social de los países semi-coloniales; y específicamente, del Perú, donde emerge lo que será analizado posteriormente con el concepto de “heterogeneidad histórico-estructural”; concepto muy cercano a la teoría del desarrollo desigual y combinado inspirado en los aportes de Trotsky. Así mismo, la influencia de este análisis en la formulación de las fuerzas motrices y en la dialéctica de la revolución, afín a la teoría de la revolución permanente; es decir, a una teoría de contrapuesta a la concepción errónea de la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país (elaborada por Bujarin-Stalin), dadas las condiciones de un capitalismo no solo mundializado, sino además dominado por el imperialismo.
Para Mariategui, como para Trotsky, el proceso de la revolución latinoamericana es sólo un momento, un eslabón, del proceso de la revolución mundial. No hay socialismo, como nueva formación económico-social con sus nuevas contradicciones, sino a escala mundial. Existen procesos de transición al socialismo a escala nacional, pero bajo condiciones de la interdependencia asimétrica de mercados, sistemas de producción, finanzas, comercio y bajo el imperialismo, la posibilidad del socialismo depende de un largo tránsito de luchas a escala planetaria.
Por tanto, lo que ocurría en la URSS era solo un momento de tránsito hacia la construcción del socialismo, y no que la URSS era una “sociedad socialista”. Este aporte es fundamental, ya que cuando se habla de las debilidades estructurales de la revolución democrática y socialista en países periféricos y dependientes (en los eslabones débiles de la cadena imperialista, de acuerdo a Lenin), resalta entonces la comprensión de la imposibilidad de la realización plena del socialismo en un solo país, en el marco de arquitectura hegemónica geopolítica imperialista. Todos estos elementos, obviamente, inciden en temas estratégicos y tácticos de los procesos de transición al socialismo a escala nacional y continental. Y se allí se derivan conclusiones interesantes. Ni la URSS de entonces, ni la China de hoy, ni Cuba, ni Viet-Nam pueden ser consideradas plenamente como “sociedades socialistas”, pues son sólo momentos de la transición, de prefiguración del socialismo.
Por otra parte, en la obra de Mariátegui se llega a la comprensión de la base material del “problema del indio”: el “problema de la tierra”. Justo hoy, cuando en Abya Yala se debate las condiciones materiales del ejercicio de los derechos de los pueblos originarios, la cuestión de la tierra, las autonomías territoriales, las jurisdicciones políticas, jurídicas y de la demarcación indígena juegan un papel fundamental. Sin la resolución de la cuestión agraria, sin la liquidación del latifundio y el gamonalismo, poco podría hacerse para plantear la emancipación de los pueblos originarios, de su lucha por la recuperación y puesta al día, de las comunidades indígenas sobre nuevas bases materiales. No hay posibilidad de una refundación de la civilización indo-americana sin la resolución de los factores materiales de la opresión social, política, económica y cultural.
Otro tema fundamental es la crítica al supuesto carácter feudal de la colonización hispano-portuguesa sobre los territorios que a la postre se denominarán como “América”. Frente a la latinización de “América” y su uso por las fuerzas criollas, para contra-restar la hegemonía norteamericana, la tesis de “Nuestra América” de Martí juega un papel relevante para comprender como inciden los factores de naturaleza geopolítica en la construcción de identidades culturales.
En este mismo orden, la crítica de Mariátegui, al igual que la del brasileño Caio Prado Junior, dan paso a la construcción del concepto de “capitalismo colonial” en contraposición a quienes trataban de aplicar mecánicamente los esquemas lineales y presuntamente universales de la sucesión de los modos de producción de corte marxista ortodoxo. Mariátegui al igual que Caio Prado Junior comprenden la articulación compleja, heterogénea y contradictoria de las relaciones capitalistas, esclavistas y de la colonización ibérica en una nueva formación económico-social: el “capitalismo colonial”, cuestionado los esquematismos de corte euro-céntrico, y el seguidismo ideológico a las tesis de la sucesión lineal de cinco (5) modos de producción de corte estalinista. No existió pleno feudalismo en América Latina, sino “capitalismo colonial”.
También en Los Siete Ensayos, como en Ideología y Política y otros trabajos, hay dos planteamientos críticos hacia el etapismo estalinista. En primer lugar, Mariátegui señala la incapacidad de un “desarrollo nacional autónomo” del Perú, dominado por la penetración de los capitales imperialistas y por la gran propiedad agraria. Esta crítica directa puede proyectarse hacia quienes defienden cualquier neo-desarrollismo, basado en formas retóricas de “nacionalismo radical”, pero que en los hechos conserven el predominio del capital transnacional-imperialista, de la oligarquía terrateniente y que no analicen las interconexiones entre clases capitalistas transnacionales y burguesías nacionales sobre sus estructuras económicas internas, fenómenos que serán muy significativos en la compresión del devenir de programas políticos como el APRA en Perú, y como AD en Venezuela.
Las vías del reformismo radical ya fueron ensayadas programáticamente en los años 30, 40 y 50 en Nuestra América, y los intentos de encontrar en las fracciones de la gran burguesía, tendencias ideológicas nacionalistas o patrióticas es un gran espejismo, más aún si se fusionan con los intereses del capital transnacional y del imperialismo. Otra enseñanza para los neo-desarrollismos-reformistas, que vivirán sus propias contradicciones en la construcción del “capitalismo nacional de bienestar social”. Ni el capitalismo de estado, ni el la economía mixta bajo la hegemonía del capital privado son experiencias que permitan una transición al socialismo.
Así mismo, para Mariátegui, la persistencia del latifundio no es indicio de la necesidad de la “revolución democrático-burguesa”, sino un elemento que muestra plenamente la imposibilidad de la burguesía nacional de llevar adelante sus tareas de transformación de las estructuras históricas de la dependencia económico-política.
Mariátegui considera imposible y a la vez reaccionario separar la lucha por la liberación nacional de la lucha por el socialismo. Por tanto, considera errada detener las tareas de la revolución democrática en todos los ámbitos en una reforma pequeño burguesa. La única salida es oponer al capitalismo, el socialismo, pero solamente a través de la acción organizada de la dirección colectiva del proletariado, junto a capas y clases aliadas del campo y de la ciudad, para realizar no sólo las tareas de la revolución democrático-burguesa, sino las de la revolución democrática y socialista, a las cuales la misma burguesía es completamente hostil.
No es bajo la dirección de sectores políticos de la pequeña-burguesía, o de la mediana burguesía, sino bajo la dirección del proletariado como clase políticamente organizada, que la revolución democrático-burguesa deviene en revolución democrática y socialista. Y este pasaje es justamente el elemento central de la nueva hegemonía, del bloque histórico de los oprimidos y excluidos.
Por otra parte, Mariátegui señala que en América el socialismo no puede ser “calco y copia” sino la “creación heroica” del “socialismo indoamericano”, y afirma que “la revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial.” Aquí hay que remontarse a las influencias heterodoxas de Mariátegui en su tránsito por la Italia de los años 20, pues la tradición marxista italiana se hizo luchando contra el positivismo primero (Aquiles Loria), y después contra los intentos de absorber al marxismo en un nuevo idealismo (Croce). Sus principales exponentes son Antonio Labriola (quien calificaba a Herbert Spencer de “cretino”) y Antonio Gramsci.
No hay posibilidad alguna de conciliar la dialéctica revolucionaria con el neopositivismo, de separar el elemento objetivo del subjetivo, separar la comprensión de causas y condiciones necesarias del devenir histórico, con su interpenetración con elementos de voluntad y libertad. La dialéctica de las condiciones objetivas y subjetivas, no se reduce a los esquemas maniqueos ni del fatalismo, ni del voluntarismo.
A Labriola se le debe la caracterización del marxismo como “filosofía de la praxis”, categoría utilizada ampliamente por Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Pero también Mariátegui recibe la influencia de la revisión crítica de Croce y de Sorel, y es patente su importancia en la significación de este último en la valoración del mito revolucionario. De este modo, Mariátegui es parte de una generación que percibe los acontecimientos de la Revolución Rusa como una afirmación de la iniciativa de la voluntad revolucionaria contra el determinismo mecánico, fatalista y reduccionista, tanto de la socialdemocracia, como de las fluctuaciones bipolares del estalinismo.
En pocas palabras, para Mariátegui cualquier actitud de pasividad política, de entrega de la iniciativa estratégica a las fuerzas adversarias, era justificada ideológicamente por la socialdemocracia o el estalinismo por argumentos fatalistas o positivistas de estabilización del capitalismo. Mariátegui dirá: “La bancarrota del positivismo y del cientificismo, como filosofía, no comprometen absolutamente la posición del marxismo. La teoría y la política de Marx se cimentan invariablemente en la ciencia, no en el cientificismo”.
Para Mariátegui, el marxismo es un método de interpretación histórico-crítico de carácter científico, no porque recurra a los métodos de las ciencias exactas y naturales (posición igualmente sostenida en el historicismo de Gramsci), ni porque constituya un cúmulo de verdades universales (ciencia de ese tipo no existe en ningún campo) sino porque se basa en un análisis crítico de las contradicciones históricas de la sociedad capitalista.
Esa “objetividad histórica” tiene un carácter social, es decir, vista desde una perspectiva histórica a través de la crítica marxista de la alienación y el fetichismo, pues la “objetividad” es una creación humana, intersubjetiva, histórica y como tal, transitoria y modificable por la propia acción de las clases y los grupos sociales. Más que la espera mecánica del despliegue de las fuerzas productivas, el asunto clave es la transformación de las relaciones de producción, de las estructuras sociales y sus formaciones de poder. En este sentido podemos inferir que el carácter del marxismo como teoria es inseparable de su historicidad, y si se quiere aún de su “historicismo radical” como “teoría crítica del capitalismo”, pues Marx se esforzó por mostrar cómo de las propias contradicciones históricas del capitalismo surgían los elementos, tendencias y fuerzas que prefiguraban la sociedad futura.
Esta mirada renovada de la teoría marxista desde una perspectiva anti-positivista e “historicista”, reivindica la centralidad de la praxis colectiva a la vez que no identifica infantilmente “ciencia” y “positivismo”. Se trata entonces del “marxismo de la praxis”, condicionada históricamente, lo cual significa praxis parcialmente limitada por el pasado y por las premisas materiales. En este sentido las ciencias sociales e históricas críticas, inspiradas sin duda en la revolución teórico inconclusa de Marx, están guiadas por intereses liberadores, por necesidades radicales, y es allí donde se diferencian de las ciencias sociales funcionales a los sistemas de dominación y desigualdad del capitalismo, pues estos conocimientos y saberes disponibles constituyen herramientas útiles solo a la reproducción político-cultural del metabolismo del Capital.
Ahora bien, todos estos aportes de Mariátegui no se consideran por simple aspiración a una falaz erudición inútil, sino para abordar correlativamente su propuesta política para articular la alianza amplia de clases, capas y sectores en un proceso de liberación: la táctica del frente único.
III.- LA IMPORTANCIA POLÍTICA-TÁCTICA DEL FRENTE ÚNICO:
Pero hay una dimensión del planteamiento de Mariátegui que es preciso analizar en el contexto de una coyuntura histórica donde se presenta una contra-ofensivas imperiales-oligárquica de carácter reaccionario, que pretenden contener, detener y socavar la activación política de las fuerzas nacional-populares en Nuestra América.
El tema es la construcción de una hegemonía democrática, lo cual supone amplitud democrática, para la transición al socialismo. En función de la unidad de las fuerzas sociales y políticas revolucionarias, y ante la posibilidad de la agresión reaccionaria, oligárquico-restauradora o imperialista, Mariátegui propone la táctica amplia del Frente único para salir de la estrechez de debates son eficacia política.
Retomando las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos los países, uníos", para Mariátegui es importante que caigan todas las barreras que diferencian o separan en varios grupos, tendencias, corrientes en la construcción de la vanguardia proletaria o socialista.
El apoyo mayoritario a la alternativa socialista implica una amplia base social de apoyo al igual que una dirección democrática, socialista y revolucionaria, en principio. Mariátegui habla de una dirección proletaria con conciencia proletaria.
Sin embargo, en la actualidad, muchos dogmas sobre el socialismo real han sido derrumbados no solo teóricamente sino por los hechos históricos. Si se trata de verdades objetivas y razonadas, es obvio que en 198o ocurrió el colapso del antigua URSS, y del campo socialista hegemonizado por esta dirección burocrática.
Así mismo, se requiere de la construcción de nuevos referentes de socialismo, de nuevas orientaciones teóricas, prácticas y de política gubernamental. La izquierda aspira para su viabilidad histórica de una profunda renovación de sus fundamentos teóricos y de su legitimidad práctica. Si las experiencias de innovación en las izquierdas de Nuestra América son palpables, hay que aprovecharlas en su riqueza y diversidad. No es conveniente encerrarse en dogmas, ni considerar solo una singular experiencia de prácticas, política y gobierno de izquierda como la única y verdadera "revolución socialista". No son convenientes los calcos y copias, sino las apropiaciones creativas y críticas.
De la propuesta del Frente único de Mariátegui a la experiencia del Frente Amplio en Uruguay hay un sinnúmero de valiosos aprendizajes. Socialistas, Comunistas y libertarios de todos los matices, constituyen una sola fuerza que marcha hacia la conquista del Socialismo, esta es la lección esencial del Frente Único Proletario de Mariátegui.
En palabras actuales, los elementos progresistas, radical-democráticos, libertarios, socialistas, comunistas, ecologistas y descolonizadores deben actuar conjuntamente en la construcción de un Frente Amplio para la construcción del Socialismo democrático, revolucionario, participativo, apoyándose en la movilización de una multitud nacional-popular constituyente.
En las actuales circunstancias, no se puede abandonar la fuerza convocante del proceso popular constituyente en un proceso revolucionario sin someterlo a la parálisis burocrática, sin encuadrarlo en estados de dominación, que terminan confundiendo la lógica de la revolución socialista con la lógica de la gobernabilidad burguesa.
Más allá de reducirse a la defensa de un gobierno de izquierda o nacionalista radical, para Mariátegui lo importante era trascender particularismos en la construcción de la unidad revolucionaria de la multitud proletaria. Pues en los aportes de Mariátegui, la construcción de una mayoría política pasaba por suscitar conciencia de clase y sentimiento de clase; es decir, suscitar la conciencia de la liberación en la mayoría social.
Para Mariátegui, esta faena pertenece por igual a socialistas y sindicalistas, a comunistas y libertarios. Es decir, pertenece a todas las corrientes y tendencias que debían confluir en la construcción de un programa de acción común para la coyuntura. En otras palabras, todas las corrientes, tendencias, matices y organizaciones políticas con ideario socialista deben actuar conjuntamente en la constitución de un frente único revolucionario, y por tratarse de un frente único se plantean mínimos comunes, no máximos divergentes.
Estos mínimos comunes son los propósitos comunes inmediatos, las aspiraciones y las conquistas para una fase o momento del proceso popular constituyente. Esto supone acuerdos sobre las demandas y consignas, analizando, sin abdicar en la crítica en profundidad del presente, las posibilidades históricas objetivas de acuerdo al análisis de las correlaciones de fuerzas en distintos ámbitos. Esto supone una apreciación conjunta de las ventajas, oportunidades y fortalezas del “adversario común”.
Pues se construye un Frente amplio contra un adversario común, y por una alternativa histórica compartida de objetivos inmediatos y mediatos. En Venezuela, hasta ahora, ni las organizaciones políticas del campo bolivariano, con peso o sin peso electoral, se han sentado con seriedad, rigor y responsabilidad a construir mínimos comunes ni sobre la coyuntura inmediata ni sobre los contenidos y caminos del Socialismo. Tampoco lo han hecho los movimientos sociales y populares, ni ambos en conjunto. Esta debilidad será obviamente aprovechada por los planes del Imperio.
Este tipo de debilidad “orgánica” de las fuerzas socialistas fue analizada en su momento, particularidad y circunstancia por Mariátegui. Éste plantea el tema de “unidad de la diversidad”, pues el frente único no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen. “No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica para un fin histórico específico”.
No se trata de preconizar el “confusionismo ideológico”, pues dentro del frente único cada cual debe conservar su propia filiación y su propio ideario. Como dice Mariátegui: “Cada cual debe trabajar por su propio credo. Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria, y la misma pasión renovadora.
Formar un frente único es tener una actitud solidaria ante un problema concreto, ante una necesidad urgente. No es renunciar a la doctrina que cada uno sirve ni a la posición que cada uno ocupa en la vanguardia, la variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es un mal; es por el contrario la señal de un periodo avanzado del proceso revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día. Mariategui concluye: Que no se esterilicen bizantinamente en ex confesiones y excomuniones reciprocas (en esto consiste el sectarismo).
También plantea Mariátegui: “Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes.” Y continua: “Los espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución, perciben y respetan, así, por encima de toda barrera teórica, la solidaridad histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.”
Pero Mariátegui reconoce que el Frente único es una construcción política, que depende de la voluntad, de las decisiones y de un anhelo evidente del proletariado, de las clases populares y subalternas, de la multitud nacional-popular. En esto consiste “cerrar filas desde abajo y por abajo”.
Por tanto, los debates programáticos, no tienen por qué perderse en divagaciones teoréticas. No se trata de extraviarse en estériles debates principistas, pues se trata de la unidad de la multitud popular en un programa de acción para la coyuntura. Como ha planteado con extrema claridad Mariátegui: “los que provoquen escisiones y disidencias, en el nombre de principios abstractos, sin aportar nada al estudio y a la solución de estos problemas concretos, traicionan consciente o inconscientemente la causa proletaria”.
De allí, la importancia del Frente Amplio, Social y Político para avanzar en la transición al socialismo. Más allá de las diferencias, de los matices de clase y de doctrina, hay que amalgamar a todas aquellas fuerzas que se reclaman de ideas socialistas, democráticas, descolonizadoras y revolucionarias.
El Frente Amplio es una articulación social y política bajo un programa de acción inmediata, ya sean la defensa de las conquistas de la revolución, para conjurar la agresión imperial, o para avanzar con rectificaciones profundas y con ritmos compartidos en las tareas de la construcción del socialismo.
Unidad bajo un programa mínimo común para la coyuntura. ¿Será posible?
Pues sin Democracia Socialista, el tiempo histórico favorece a la Barbarie.