miércoles, 25 de noviembre de 2009

I CONGRESO EXTRAORDINARIO DEL PSUV: ¿MÁS ALLÁ DEL SOCIALISMO ESTADO-CENTRICO Y EURO-CENTRICO?



Javier Biardeau R.
I.- DEL ÁRBOL DE LAS TRES RAICES AL SOCIALISMO BOLIVARIANO DEL SIGLO XXI:
Cuando nació la Agenda Alternativa Bolivariana (AAB), era bastante claro identificar cual era el adversario ideológico de la revolución bolivariana y del proceso popular constituyente: el globalismo neoliberal con su tesis del “fin del la historia”, sus programas de ajuste estructural y estabilización (PAE), y la liquidación de las conquistas sociales en materia de derechos económicos, sociales, ambientales y culturales de los pueblos.
Cualquier investigación da cuenta de la ubicación ideológica de la AAB en los marcos del nacionalismo radical anti-neoliberal, cuyo eje era la "refundación del Poder Nacional":
“Es en medio de esta dinámica cuando surge la Agenda Alternativa Bolivariana, producto del estudio, del pensamiento, del trabajo y la experiencia de hombres y mujeres que hemos comprometido nuestra acción vital con una doble y formidable tarea: la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. La AAB, Agenda Alternativa Bolivariana, rompe con el fundamento neoliberal, se rebela contra él; derriba los estrechos y negros muros de la visión unilateral, fragmentaria y reduccionista; para mirar en derredor y percibir la realidad en toda su magnitud, a través de un enfoque humanístico, integral, holístico y ecológico. Por ello, la AAB comienza diciendo que el problema a solucionar no es meramente económico ni político ni social. Los abarca a todos ellos, es verdad. Pero va más allá de su conjunto. La forma de enfrentarlo, entonces, es a través de un poderoso ataque coordinado a lo largo de todo el frente. Atacar por partes implicaría la derrota, parte por parte. Así, la estrategia bolivariana se plantea no solamente la reestructuración del Estado, sino de todo el sistema político, desde sus fundamentos filosóficos mismos hasta sus componentes y las relaciones que los regulan. Por esa razón, hablamos del proceso necesario de reconstitución o refundación del Poder Nacional en todas sus facetas, basado en la legitimidad y en la soberanía. El poder constituido no tiene, a estas alturas, la más mínima capacidad para hacerlo, por lo que habremos, necesariamente, de recurrir al Poder Constituyente, para ir hacia la instauración de la Quinta República: la República Bolivariana. Sincrónicamente (y sólo sincrónicamente, si se quiere viabilidad), se plantea enfrentar lo social y lo económico. Sin embargo, la AAB coloca los desequilibrios macro-sociales en el primer rango de importancia y prioridad, para dejar en segundo plano a los desequilibrios macroeconómicos, ¿cómo puede pensarse, por ejemplo, que solucionar el déficit fiscal pueda ser más urgente e importante que acabar con el hambre de millones de seres humanos? Ante la ofensiva neoliberal, entonces, surge aquí y ahora un arma para la contraofensiva total. Se comprenderá que nuestra agenda es alternativa porque presenta no sólo una opción opuesta a la del actual gobierno transnacionalizado; sino que va mucho más allá, pues pretende constituirse en el puente por donde transitaremos hacia el territorio de la utopía concreta, el sueño posible. Es decir, la AAB ofrece una salida y echa las bases del Proyecto de Transición Bolivariano. Aquélla, en el corto plazo; y éste, en el mediano, serán los motores para el despegue hacia el Proyecto Nacional Simón Bolívar, cuyos objetivos se ubican a largo plazo. Y es bolivariana no solamente por ubicarse en esta perspectiva del futuro nacional a construir, porque también enfoca la realidad internacional y se inscribe en el nuevo despertar continental que levanta esperanzas de justicia, igualdad y libertad desde México hasta Argentina. Al decir de Simón Bolívar, “Para nosotros, la Patria es América”.
En aquella entrevista, donde se trataban de identificar y clarificar los ejes ideológicos del pensamiento político de Chávez (Habla el Comandante. Agustín Blanco Muñoz), el mismo Chávez decía:
“(...) No creemos en este paradigma del mundo capitalista occidental, democrático burgués. Tampoco creemos en el caído paradigma de la Unión Soviética: el comunismo, la sociedad sin clases, sin Estado, de igualdad absoluta. Eso no existe. Entonces ante esa realidad nosotros hemos planteado, después de pensarlo y analizarlo, la necesidad de rescatar lo nuestro” (Blanco Muñoz, 1998, 95).
Y en esta idea de rescatar lo propio, lo específico, lo "nacional radical" en la misma línea de "refundación del Poder Nacional", Chávez intentaba clarificar su postura frente al eje “Izquierda/Derecha”, clivaje ideológico derivado de los acontecimientos de la Revolución Francesa y de la Modernidad política occidental:
“(...) las soluciones para América Latina pasan por la izquierda, tienen que transitar la izquierda, pero no pueden quedarse en el marco de la izquierda, tienen que ir más allá de la izquierda. Porque difícilmente las fuerzas armadas latinoamericanas pudiéramos calificarlas de izquierda. Pretender empujarlas hacia la izquierda (...) yo creo que sería una utopía. A las fuerzas armadas latinoamericanas, a muchos militares de América Latina, pudiéramos catalogarlos como nacionalistas, en este tiempo de desnacionalización neoliberal. Bueno, hay que pasar por allí también. La solución tiene que pasar por la izquierda, por el nacionalismo, por el patriotismo y lograr una gran alianza de todos estos sectores [negritas en el original] (...) El apoyo de los militares es vital para dar viabilidad a un programa de transformación en América Latina (...) Muchos intelectuales de izquierda en Venezuela no lo han comprendido (...) Sin embargo, nosotros hemos logrado estremecer el alma nacional, como decía Neruda, logramos poner a Bolívar en el tapete, con otro signo, con un signo revolucionario (Chávez; Cuadernos para la Emancipación, de Córdoba, Argentina,1997).
A partir de estas palabras, no quedaba duda que se trataba de la construcción de una amalgama ideológica, de una articulación de fragmentos ideológicos, entre las tradiciones del nacionalismo radical y formaciones ideológicas de izquierda, lo cual es congruente con un nacionalismo popular de carácter anti-imperialista. Por cierto, una larga tradición histórica en "América Latina y el Caribe" da cuenta de estas "anomalias salvajes". Esta frase: “poner a Bolívar bajo otro signo, un signo revolucionario”, “estremecer el alma nacional”, así como la construcción de una “gran alianza” de sectores de izquierda y nacionalistas, tiene profundas consecuencias en la estructuración de la amalgama ideológica de la “revolución bolivariana”.
Por otra parte, Chávez reconocía la importancia del aporte de Marx, pero afirmaba que no se considera, ni marxista ni antimarxista. (Blanco Muñoz 1998: 116). En aquel entonces, incluso Chávez planteó que los revolucionarios en Venezuela y en América Latina deben partir de la propia historia, de las propias raíces, de la propia “tradición cultural”.
Sabemos que las identidades culturales nacionales en "Latinoamérica y el Caribe" no son esencias ni rasgos distintivos de carácter telúricos, aunque Chávez apela a un tópico con acentos ideológicos típicamente reaccionario como el “alma nacional”. Tampoco son homogeneidades o sistemas de valores comunes ajenos a una historia de conflictos, jerarquizaciones y heterogeneidades, sino más bien, una superposición conflictiva de campos culturales heterogéneos, con sus valores e imaginarios, con tiempos diferenciales y articulaciones discrónicas.
Es en el devenir desigual, heterogéneo, conflictivo y combinado de procesos sociales, culturales, políticos y económicos, donde se anudan puntos de conflicto/dominación/antagonismo, a partir de lógicas políticas que intentan unificarlos parcialmente a partir de diversos clivajes, como la oposición pueblo/oligarquía, o nación/imperialismo, o más recientemente, mundo indígena/mundo occidental. La realidad histórica de Sudamerica y el Caribe apunta a las condiciones de la heterogeneidad estructural, social y cultural. de allí que las sintesis político-ideológicas sean precarias, fallidas, sometidas a desequilibrios.
La construcción de la amalgama ideológica del “nacionalismo revolucionario” se concreta en el llamado ideario bolivariano o "árbol de las tres raíces". En todos los casos donde se hace referencia al mismo, se plantean Sujetos Centrales que interpelan y constituyen a sujetos desde campos discursivos de la enseñanza (Maestro-Simón Rodríguez), de la política (Líder-Simón Bolívar) y de la guerra (General-Ezequiel Zamora). Maestro, Líder Politico y General del pueblo soberano son figuras que encarnan momentos de la articulación de la amalgama ideológica en una sintesis de actividades de formación en valores y capacidades, decisión política y guerra. Si bien desde estas imágenes arquetípicas no pueden desprenderse contenidos programáticos del proyecto nacional, si pueden derivarse los atributos del estilo de liderazgo político en la construcción de la “revolución necesaria de nuestro tiempo”. Incluso, en el propio bicentenario de Francisco de Miranda, se incorporan otros próceres a la estructura arborescente del ideario: “Nacimos al calor de las doctrinas libertadoras y humanistas de Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, Simón Bolívar y Ezequiel Zamora. ¡Ésas son nuestras raíces militares, las raíces de nuestro pensamiento antiimperialista, humanista y libertador!” (Desfile cívico-militar en ocasión del Séptimo aniversario del Gobierno Bolivariano Patio de Honor de la Academia Militar, 2 de febrero de 2006).
La fuerte centralidad de las "raíces militares" del pensamiento antiimperialista, humanista y libertador, constituye un eslabón clave de la amalgama ideológica del árbol de las tres raíces. Así mismo, un elemento fundamental del oscilador semántico de la narrativa ideológica bolivariana es su capacidad de generar un efecto de adhesión e identificación para amplias capas, sectores, grupos y clases como “públicos-objetivo del discurso. Se trata de la reedición de una alianza entre la fuerza armada-pueblo, como eje del nacionalismo popular revolucionario, púes el elemento cívico-militar, es un eslabón estratégico del proyecto, no como una diferencia institucionalizada que excluye al mundo militar de la esfera política, sino como vertebrador en ultima instancia del rasgos fundamentales del movimiento bolivariano (la "raiz militar").
Existen múltiples antecedentes históricas de intentos por consolidar uniones cívico-militares patrióticas, incluso de conspiraciones históricas que consolidaron logias militares como la “Unidad Patriótica Militar” en los años 40 del siglo XX. De allí se desprende, que el nacionalismo radical, popular y anti-imperialista contiene es su estilo de liderazgo y la vertebración organizativa, elementos de socialización militar, que se han expresado en los instrumentos de mediación política como en el lenguaje, cargado de múltiples metáforas militares. Se trata de una filiación que va directamente a Cárdenas en México, a Perón en Argentina, a Velasco Alvarado en Perú y a Torrijos en Panamá, sin descartar en muchos casos la idealización de la gesta del "Comandante y Padre" ( de acuerdo a las propias palabras de Chávez) Fidel Castro.
La búsqueda de un fundamento original y autóctono, de un modelo ideológico propio, en el planteamiento EBR se entronca con otras experiencias históricas de "Nuestra América", se inscribe en la construcción deliberada de un mito político revolucionario, y no en principio de una doctrina filosófico-política, elaborada a partir de los formaciones ideológicas dominantes del sistema mundo moderno-colonial, como el conservadurismo, el liberalismo o el marxismo, ni sus derivaciones socialdemócratas, socialcristianas, radicales o marxista-leninistas en el escenario internacional. La amalgama ideológica se fundamenta en el mito político,que estructura mas allá de las variaciones discursivas la identidad histórica de la revolución bolivariana.
La vía de rescatar “lo propio” y “lo popular”, para ir construyendo un Proyecto Nacional, es básicamente la vía de de constitución de una narrativa de emancipación que construya una “comunidad política imaginaria”, en el sentido difuso y abierto de la amalgama ideológica. Dijo Chávez:
“... nos dicen, eso es muy difuso. Bueno, es que a lo mejor el pueblo es difuso, eso está disperso por todas partes, y hay que aglutinarlo en una labor de mucha gente, durante bastante tiempo. Rescatar el pensamiento popular y plasmarlo. Ahora, te digo, no me siendo angustiado ni voy a caer en eso de: preséntame un proyecto ideológico completo. Creo que es una trampa. No, no me corresponde a mí. Yo prefiero seguir aquello que Alí Primera cantaba: hagamos la historia, si es que podemos hacer algo de ella, que otros la escriban después. Es decir, yo no soy el pensador que va a generar una doctrina original, nueva, total. No, prefiero hacer. Por supuesto, tener claro hacia dónde vamos y allí hay lo que hemos denominado, de una forma mucho más pragmática, pero que no deja de tener el enganche con lo ideológico, doctrinario, filosófico, que es el Proyecto Nacional Simón Bolívar. El cual estamos tratando de adelantar con diversos equipos especializados en lo petrolero, para producir un plan alternativo, en lo económico, social, político de la Venezuela del siglo XXI. Eso ya es más pragmático: las líneas de un proyecto nacional, no sólo de gobierno, sino de transición y un proyecto nacional de mediano plazo para Venezuela.” (Blanco Muñoz, 1998, 79)
Aunque no se identificaba de antemano ni con la “izquierda” ni con la “derecha”, la amalgama ideológica presentaba una clara afinidad selectiva hacia creencias, valores e ideas que tradicionalmente se ubicaban en el espectro ideológico de la "izquierda patriótica revolucionaria", hacia el nacionalismo militar de izquierda. Aunque la matriz ideológica era la revolución nacional-popular, inmediatamente se debatía su articulación abierta:
“(...) presentamos a nuestra generación y a nuestros compatriotas [una ideas que no están acabadas] para el diseño de un proyecto de largo alcance, en el cual lo ideológico es fundamental, pero hay que desarrollarlo como todas las demás facetas o líneas del proyecto Simón Bolívar, que acepta experiencias de cualquier país, tendencia, cualquier época histórica, etc. El árbol tiene que ser una circunferencia, tiene que aceptar ideas de todo tipo, de la derecha, de la izquierda, de las ruinas ideológicas de estos viejos sistemas capitalistas o comunistas, y hay elementos o ruinas que son gigantes y hay que tomarlas.” (Blanco Muñoz 1998, 295)
Cuando Chávez ganó las elecciones, y llegó a la presidencia de la República, construyó una narrativa ideológica cuyos principios de articulación son: lo revolucionario, lo nacional, lo anti-neoliberal, lo cívico-militar y lo popular; así como una concepción de la democracia popular bolivariana, que presenta líneas de fractura con el consenso político liberal-democrático. Democracia popular/democracia liberal, democracia patriótica/ democracia representativa han aparecido como nuevos clivajes. Pero, no se trata de un cuerpo doctrinario o filosófico, sino de una plataforma simbólica, de valores, creencias e imaginarios compartidos que movilizan la acción colectiva del MBR-200, núcleo originario del proceso bolivariano.
Mientras el juego liberal-democrático-representativo estaba enmarcado en reglas del poder constituido (Constitución de 1961), lo que estaba planteado entonces no era mantener esas reglas, sino “cambiar las reglas del juego” (activar el “poder constituyente originario” para la refundación del Poder Nacional). Esta relación entre poder constituido y poder constituyente afecta las dinámicas de institucionalización siempre contingentes, y sometidas a las dinámicas de la política, a una dosis de decisionismo, que afecta la idea de regulación por arreglos político-jurídicos estables, como lo propone el "Constitucionalismo democratico". La imagen , mas bién, es de revolución permanente.
En el momento de transición a la legalización del Movimiento V República, se presentó el Programa de Acción Política como organización con fines político-electorales (MVR 1988b, 42-44). Allí queda en evidencia una idea de democracia supeditada a las nociones de “Pueblo” (voluntad general) y “Nación” (bién común), como elementos centrales de la “democracia patriótica”. Tal referencia puede apreciarse en las siguientes expresiones:
“El PROYECTO V REPÚBLICA persigue la creación de círculos patrióticos constituyentes que coadyuven a este fin práctico político: ir edificando un poder constituyente real en la calle, que hoy se oponga al fraude continuista, y mañana defienda, manzana por manzana, caserío por caserío, las medidas patrióticas y democráticas que el gobierno de la V República asuma....Todo ello en función de la democracia (…) El agotamiento de los partidos y de sus programas, la desconexión de sus dirigentes con el pueblo, ponen en peligro la supervivencia del llamado hasta ahora, ‘sistema democrático’. Es hora de devolverle al pueblo su soberanía: hacer realidad el poder constituyente (…). Es indispensable el diseño de una democracia genuinamente participativa, donde se eleve el rol protagónico de la ciudadanía (…) Y en cuanto al sufragio, basta que la voluntad del pueblo se manifieste mediante el voto, ‘cualquiera sea la forma que para ello se emplee,’ para que se reconozcan (sic) que ejerce la soberanía que en él reside”.
Chávez adoptó transitoriamente durante la campaña electoral en 1998 y 1999, un coqueteo retórico con la idea de de la Tercera vía (Blair-Giddens dixit); es decir, un capitalismo regulado con inclusión social, como fórmula para insertarse en los planteamientos del espectro de la "centro-izquierda". Esto pudo interpretarse como un esfuerzo por distanciarse tácticamente de la izquierda revolucionaria, para tranquilizar a algunos factores de apoyo, como sectores económicos y militares afectos (retirados o activos) no permeables a planteamientos radicales. Sin embargo, después de asumir la presidencia, Chávez también defendió la revolución cubana, la planteó como "modelo a seguir", y del mismo modo se manifestó respecto de la revolución china, incluso llegó a decir que era “Maoísta”. Estas identificaciones pasionales de Chávez muestran hacia donde apunta el mito político del nacionalismo popular revolucionario.
De este modo, es poco consistente afirmar que Chávez no se identificaba con un imaginario revolucionario de izquierda. Lo que ocurre es que aparece enmarcado en el nacionalismo radical, en una identificación que obedece menos a una filiación determinada por el reduccionismo de clase, y más bién a una construcción imaginaria del parentesco con la gesta de la independencia originaria de Bolivar (Maisanta, el ultimo hombre a Caballo).
Tampoco deja de llamar la atención la apelación indirecta de Chávez al bloque de las cuatro clases semejante a la tesis de Mao Zedong en China. La teoría maoista apuntaría a lograr la liberación nacional, optando por el Socialismo a través de una coalición de clases que luchan contra el antiguo régimen gobernante, unidos bajo el liderazgo personalista y la guía de un partido revolucionario de contenido popular. El bloque de las cuatro clases: trabajadores proletarios, campesionos, pequeños burgueses, y la burguesía nacional con orientaciones patrióticas. Esta es la coalición de clases para la "Nueva Revolución Democrática". La Nueva Democracia de Mao explica que el bloque de las cuatro clases es una consecuencia necesaria del imperialismo en los países semi-coloniales tal como lo describe Lenin, mientras que las críticas de la izquierda radical denuncian esta estrategia como una peligrosa política etapista del nacionalismo burgués (sobre todo, los seguidores de Trotsky). Esta apelación al papel fundamental de la "burguesía patriótica" para el "Desarrollo Nacional Autónomo" vive un proceso de ambivalencias en el seno del discurso de Chávez, que se acerca de manera retórica en ocasiones a posiciones de Trotsky (posiciones doctrinarias), y en otras, a posiciones de Mao (posiciones posibilistas). hasta cierto punto, un verdadero contrasentido histórico, pero una realidad discursiva en los planteamientos públicos de Chávez, que se identifica con el mundo campesino, indígena, rural, de cumbes, del magma indo-afro mestizo subalterno, a veces articulado con referencias a un proletariado del tercer mundo ampliamente definido. Estas inconsistencias (Trotsky-Mao) son una muestra del predominio del mito político sobre la formación o elaboración sistemática y rigurosa de un pensamiento político revolucionario, hecho que puede proyectarse en la sistematización de las tesis del socialismo bolivariano.
Por otra parte, en el seno del movimiento V República se desplegaban tendencias moderadas y radicales de izquierda, así como sectores nacionalistas de derecha. Entre estas tendencias, Chávez ejerció funciones de arbitraje-articulación, calibrando los discursos en función de acumular adhesiones e identificaciones, aglutinar sectores sociales y cohesionar la amalgama ideológico-política. En este sentido, muestra afiliaciones significativas con el fenómeno peronista.
Tales elementos de la narrativa ideológica colocaban a Chávez entre 1998 y el año 2004, claramente en el espectro ideológico de lo nacional-popular-democrático con afinidades de izquierda, pero a la vez eran muestran la centralidad del discurso del Líder para calibrar los parámetros ideológicos del movimiento de acuerdo a criterios pragmáticos y posibilistas; lo que tendría importantes consecuencias, pues el mito político de la revolucionaria dependería desde entonces de la voz y directrices ideológicas de Chávez. Incluso es posible ubicar temporalmente el momento en que la "revolución bolivariana", comenzará a confundirse como “revolución chavista” a partir de los resultados del referendo revocatorio en el año 2004. ESte es el momento en que la figura de Bolivar, comienza a fusionarse con la propia acción política de Chávez, como "soldado" que continua la "gesta de la independencia".
Esta tendencia claramente "cesarista", se destaca ante la incapacidad de contar con referencias ideológicas elaboradas colectivamente desde una conducción democrática que vaya más allá de la centralidad exclusiva del Líder, pues luego de 10 años, solo existió un instrumento electoral, pero no un partido político con una rigurosa base programática (predominio del movimiento sobre el partido), con una cultura política proclive a la apertura de instancias de debate de corrientes ideológicas en su seno, así como la existencia de una diversidad de voces y estructuras de liderazgo intermedio, de matices con peso ideológico-político, que entren en relaciones de concurrencia democrática de ideas diferenciadas sobre el socialismo y frente al discurso del “Líder-Comandante”.
Desde el MBR-200, pasando por el MVR hasta llegar al PSUV, se ha reforzado la tendencia hacia un tipo de partido de carácter carismático, tomando en consideración los rasgos apuntados por Panebianco (1995, 267-300), que puede ser un factor de debilidad a mediano y largo plazo:
“(…) 1-El grupo dirigente se cohesiona por la fidelidad al líder. Las rivalidades internas se manifiestan como tendencias en los niveles organizativos inferiores, sin tocar al líder, y no como facciones. El líder tiene la última palabra en la resolución de conflictos y quien se le opone enfrenta la exclusión. 2- Los rasgos burocráticos estables son inexistentes. La organización, los procedimientos, normas y las posibilidades de hacer carrera política, son inestables e improvisadas, porque el líder tiene la facultad de cuestionarlas eventualmente. Normalmente el financiamiento del partido es inestable, depende de las relaciones del líder y de su control directo sobre los fondos públicos. 3- Es una organización centralizada, las decisiones fundamentales se toman en la cúpula del partido, pero con la injerencia fundamental del líder. 4- Es frecuente que a su alrededor giren un conjunto de grupos y organizaciones cautivadas por el movimiento. 5- Independientemente de su orientación ideológica el partido carismático es revolucionario porque irrumpe contra el orden establecido, se declara anti-partido, se define como movimiento y las soluciones que aporta son movimientistas y bonapartistas . 6- El partido carismático normalmente se extingue junto con la declinación del líder porque su institucionalización es impedida por este.”
Resulta por demás inquietante que el “instrumento político” de conducción, mediación e interlocución social (como instrumento político de la multitud popular), pueda presentar estas tendencias y con estas características, genere un modelaje político y una subcultura propia, que debilita significativamente las tendencias, corrientes y espacios que apunten a promover la potencia revolucionaria de la democracia participativa y protagónica en el seno del partido. Esto es así por el Estilo Político del propio liderazgo, poco proclive a asimilar la democracia como una situación de poder compartido, de deliberación conjunta entre una diversidad de voces, una multiplicidad de singularidades revolucionarias; y más bien tiende a tamizar la democracia participativa por una "democracia dirigida" de carácter jacobino, adicionalmente impregnada de los supuestos organicistas de una teoría del Poder Nacional (unificación política del poder económico, poder militar, poder político, poder psico-social), inspirada en las Doctrinas militares de la Seguridad y Defensa Nacional, incorporadas en la socialización política de aquellos cuadros con carrera militar. Son conocidos los presupuestos teórico-ideológicos desde los cuales se formulan los conceptos políticos de las teorias del Poder Nacional en las doctrinas de seguridad nacional, así como en los cursos de "guerra política", ajenos a una crítica de la racionalidad instrumental y estratégica desde los intereses emancipatorios. No son casuales las inversiones de la sentencia de Clausewitz, de cara a pensadores como Spengler o Ludendorff, como: la política es la continuación de la guerra por otros medios.
De nuevo, estas tendencias están marcadas por el estilo militar en la subcultura política que predomina en la organización y dirección política del partido, donde la toma de decisiones, la estructura, los procesos de comunicación y la sub-cultura, están atravesados por conceptos de línea y cadena mando, disciplina, obediencia, responsabilidad, distribución de tareas, manuales operacionales, sistema de recompensas y castigos, basado en una combinación de organización militar, con la fusión populista de la relación Líder-masas en los sistema de movilización. El uso de la "propaganda de masas" y de la "guerra psicológica" son tentaciones permanentes en el ejercicio del poder, disminuyendo el espacio para la crítica radical de la enajenación y la cosificación política.
Si bien desde el MBR-200 al MVR se fue atenuando esta tendencia, luego del referendo revocatorio de 2004, y con la construcción del PSUV, reapareció con fuerza la centralidad del Líder, asimilando la tesis del Comandante-Buró Político-Partido de la Revolución-Frentes de masa de inspiración castrista. El "modelo a seguir" de la revolución cubana y la posible identificación con la idea de "gran timonel" de inspiración China, combinada con el manejo de algunas herramientas de teorias políticas inspiradas en la teoria de los sistemas y la cibernética, dan paso al ejercicio de una particular figura del liderazgo político, del mando y de la jefatura, que reproduce los prejuicios más generalizados de las teorias elitistas.
Se dejan de lado de esta manera, los debates sobre formas organizativas de izquierda menos verticales e impositivas, con mayor presencia de movimientos sociales y populares, con menor instrumentalización partidista de los mismos, con reconocimiento expreso de tendencias, como en el caso del PT Brasileño o del Frente Amplio Uruguayo, o bajo el fuerte peso de los movimientos sociales y las formas asamblearias como el MAS-IPSP Boliviano. No se asimilado en el caso venezolano, la superación histórica del sectarismo de izquierda, cuya genealogía pasa del imaginario jacobino francés al blanquismo, hasta llegar a la ortodoxia bolchevique y el llamado marxismo-leninismo, cuya teoria de la relación entre "jefes, partido, clases y masas" está ampliamente documentada, y constituye la evidencia de que el llamado "centralismo democrático" deviene en "centralismo autoritario y burocratico". Al parecer, cada proceso histórico y político parece estar marcado por sus especificidades, por sus memorias, luchas y aprendizajes diferenciales.
Luego de constituido el MVR, con Chávez en la Presidencia, y cuando se concluyó el debate constituyente venezolano, las disposiciones fundamentales del texto constitucional tradujeron la narrativa de emancipación que significaba la V República en materia de democracia radical, la incorporación de una carta de derechos fundamentales de las más avanzadas del mundo, un Estado democrático y social de derecho y de justicia, la transferencia de poder hacia nuevos sujetos comunales, como actores de una descentralización distinta al debilitamiento y fragmentación de las competencias estratégicas del Estado Nacional, un régimen socioeconómico de donde se combinaban diversas formas de propiedad, con acento en una economía social, humanista y autogestionaria, y un profundo proceso de recuperación de la soberanía de los recursos estratégicos fundamentales de la Nación. Este cuadro ideológico y político que da vida al ordenamiento constitucional, obviamente comienza a sufrir dislocaciones si se le contrasta con las teorias socialistas ortodoxas inspiradas en el leninismo y la revolución rusa.
En términos gruesos, en la Constitución Política, se identificaba un proceso nacional, popular, cívico-militar, de justicia social e inclusión que superaba incluso las propuestas más avanzadas del reformismo socialdemócrata, considerando además que se incorporaban subrepticiamente a ultima hora lagunas, enclaves neoliberales, deficiencias y contrabandos ideológicos en el propio texto constitucional, producto de un delicado equilibrio en las correlaciones de fuerzas, no entre el campo bolivariano y los opositores tradicionales de la IV República, sino entre diversas corrientes amalgamadas que apoyaban en ese entonces el propio proceso que dio lugar a la V República. No fueron casuales, a medida que fue avanzando el proceso, los distintos desprendimientos, deserciones, rupturas, y lo que comúnmente llamamos “saltos de talanquera” frente a la revolución bolivariana, ante la idea a fondo de proceso popular constituyente, y ante el reconocimiento del liderazgo de Chávez. El Comando de la revolución se fue transformando a través de una dinámica cargada de tensiones, conflictos y antagonismos entre los llamados "históricos" del MBR-200, en la jefatura única de la misma a cargo de Chávez.
Sin embargo, la propuesta más consistentemente reiterada por la revolución bolivariana ha sido la convocatoria de un proceso popular constituyente para “refundar al país”, “refundar el Poder nacional”, reemplazar la llamada IV República por la V República, sustituir el modelo de democracia liberal representativa por un modelo político de democracia participativa, que permitió en un proceso de debate público y movilización con una realimentación positiva entre esfera pública democrática y Asamblea Nacional Constituyente, sobre todo en el periodo inicial del año 1999 al 2000.
Esta experiencia significó una auténtica radicalización de la democracia, profundizando nuevos sentidos comunes, valores e imaginarios sobre la toma de decisiones, la deliberación y la consulta pública. Sin embargo, a partir de esta experiencia positiva de articulación entre deliberación, pluralidad y participación en la esfera pública democrática de la asamblea nacional constituyente, y luego del curso seguido con las primeras leyes habilitantes, la comunicación política y las transacciones entre los actores quedó enmarcada por los procesos de polarización, cuyos carriles enfatizan la relación Líder-bases sociales de apoyo, dejando poco espacio a lógicas políticas más diversas e inclusivas, que podían realimentar un proceso sostenido de formación política, autonomía intelectual, moral y ético-cultural para los sectores populares.
Sin una autonomía intelectual, política y ético-cultural de las clases subalternas, conquistada desde el desprendimiento y el espíritu de escisión ante la hegemonía ideológica de los clases dominantes, es poco probable que se construya el autogobierno de la multitud popular. Más bien, ha predominado la lógica de identificación llevada a los extremos de la fusión entre Líder-masas, que ha generado efectos perversos, donde la iniciativa, movilización y presencia de masas dependía de la decisión del Líder.
Sin directrices de Chávez, no hay iniciativa popular, ni movilizaciones significativas, ni presencia de masas. Incluso, se ha llegado al extremo de plantear la consigna: “Con Chávez todo, sin Chávez nada”, lo cual implica una severa limitación a la autonomía intelectual, moral y política del protagonismo del poder popular y su continuidad en el tiempo. Estas inversiones perversas del cesarismo revolucionario, aparecen en la propia enunciación del Presidente Chávez cuando ha dicho: “Yo ya no soy yo, yo soy el pueblo”, que también da lugar a polémicas interpretaciones. Si fuese así, el momento del Líder sustituiría al momento del protagonismo popular. La revolución no dependería de la iniciativa de las clases subalternas, oprimidas y explotadas, sino de la presencia de la "gran personalidad", del "líder", de los "héroes".
Esa historia muestra como se va decantando política e ideológicamente el proceso bolivariano, pasando por golpes de estado, paros patronales, huelga petrolera y constantes ofensivas de desestabilización por parte de las fuerzas de oposición y del imperio, para dar paso a la centralidad del momento de la conexión entre Líder-Pueblo, sobre todo a partir de los resultados del referendo revocatorio del año 2004.
Ratificado por el voto democrático la continuidad de Chávez en la Presidencia, comenzó un proceso de radicalización de algunos aspectos de la política gubernamental, pero sobre todo del discurso de Chávez en el proceso bolivariano que llevaron a un desplazamiento desde el campo de la centro-izquierda hacia la radicalización de la revolución, ahora definida por su carácter de "construcción socialista", de "transición hacia el socialismo". Incluso, se pasa por debajo de la alfombra la discusión de si es posible la "construcción del socialismo en un solo país" periférico, dependiente, sometido en su inserción subordinada a la división mundial del trabajo del capitalismo hegemónico de alcance planetario.
El desenlace de estos conflictos sociales y políticos abrió la compuerta para enunciaciones sobre una vía de "transición rumbo al socialismo", que desde nuestro punto de vista, comenzó tempranamente en el último trimestre del año 2004, que aparece ya perfilada en el Taller de Alto Nivel la Nueva Etapa- el Nuevo Mapa Estratégico.
Pero, pronto surgieron las inquietudes e interrogantes acerca del significado, medios y fines del llamado “socialismo del siglo XXI”. De un debate abierto se paso a un decisionismo impaciente y temerario. La campaña electoral del año 2006 introdujo nuevos elementos de significación ideológica, pero fue con la llegada al gobierno por segunda vez, que se plantearon abiertamente la propuesta de los cinco motores constituyentes, la construcción de un "partido unido de la revolución bolivariana", así como el Primer Plan Socialista Simón Bolívar.
Nadie puede poder en duda la aceleración introducida ni de los cambios de aspectos fundamentales del proyecto estratégico, incluyendo severos desajustes creados en la interpretación del texto constitucional, a partir del motor constituyente que dio paso al posteriormente derrotado proceso de reforma constitucional. Todavía hoy no está claro si la alta dirección política del proceso bolivariano, y el mismísimo Chávez, logran distinguir en el texto constitucional la forma y carácter del Estado allí definido, y su potencial compatibilidad con una visión del Socialismo que tendría que ser inevitablemente distinta a las experiencias del socialismo real o burocrático-autoritario, si se quiere mantener la coherencia, congruencia y consistencia con los principios constitucionales fundamentales que definen la forma de Estado y el régimen político en la constitución de 1999. La derrota del proyecto presidencial de la reforma constitucional, púes fue una iniciativa que nació desde arriba, desde el ejecutivo y desde el propio Chávez, que fue extendida y complejizada por el propio parlamento, sin conexión real con un movimiento constituyente de actores sociales, comunidades y fuerzas populares, hace patente que el socialismo prefigurado se construye desde arriba, desde una autodeclarada "vanguardía intelectual y política". La relación "vanguardia-masas" no rebasa críticamente las insuficiencias del modelo leninista de partido, como si este asunto no hubiese sido debatido amplia y profundamente en el seno de la izquierda mundial.
II.- ¿DIRECTIVA DE CHÁVEZ: LA LECTURA DEL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN DE LENIN?
Sacar de la manga a Lenin (El Estado y la Revolución) genera mayores incompatibilidades teórico-ideológicas con la Constitución de 1999, pues en el momento en que Lenin escribe el texto que se convertirá en dogma sobre de la construcción del Estado Socialista, las formas de Estado Democrático y Social, no existían históricamente; y la crítica al Estado capitalista que realiza Lenin tiene por objeto los Estados capitalistas en sus formas clásicas liberal-democráticas parlamentarias, sean Repúblicas o Monarquías constitucionales.
Por tanto, el asunto de distinguir el Estado capitalista burgués del Estado Revolucionario-Comunal de transición en las actuales circunstancias de Venezuela lleva, o a sugerir una vía constituyente para modificar aspectos fundamentales: principios, valores y disposiciones constitucionales, pasando necesariamente por una nueva Asamblea Nacional Constituyente; o hacer un esfuerzo de adecuación, que implica desprenderse a seguir dogmáticamente los planteado por Lenin y los doctrinarismos ideológicos asociados a las codificaciones marxistas de la ortodoxia bolchevique.
Tampoco son posibles los calcos y copias de las experiencias constitucionales como la estalinista de 1936, la Constitución China o la propia Constitución cubana de 1976, lo cual implica que la revolución bolivariana rumbo al socialismo-siglo XXI tiene que ir construyendo necesariamente nuevos referentes ideológicos basados en enfoques democráticos-pluralistas de la revolución socialista, asimilando los debates filosóficos, políticos y constitucionales más recientes sobre el Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia.
Por ejemplo, pocos conocen en Venezuela, la relación entre Socialismo Democrático y Estado democrático y social, elaboradas por constitucionalistas como el español Elías Díaz. Pero una vía como esta, implicaría desprenderse de la ortodoxia bolchevique y sus experiencias históricas derivadas, asimilar el debate de los años 20 contra las posiciones leninistas, presente en personajes tan distintos como Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo y Anton Pannekoek. Incluso, abrir el arco de autores heterodoxos a las reflexiones críticas del estalinismo de Trotsky, democráticas sustantivas de Gramsci y de Lukacs. En otros textos hemos planteado la importancia de salir del mito de las dos izquierdas históricas: tanto de la socialdemocracia reformista como del marxismo-leninismo, sobre todo por la importancia que adquiere la democracia radical en la construcción marxiana de la revolución de las mayorías.
No se trata de fetichizar tampoco el Constitucionalismo Democrático, pero si resituar las relaciones complejas entre poder constituido y poder constituyente (Negri), púes el proceso popular constituyente parte de la potencia de la multitud popular, y no del encuadramiento partidista de la misma por una dirección política con tendencias a sustituir la potencia social por nuevos estados de dominación sobre la misma. El Estado de Transición, por tanto, no puede dejar de asumir formas y contenidos de una revolución democratica, ajena al estatismo autoritario.
Si no se quieren repetir los errores históricos (como ocurrió en gran medida con la constitución de 1961 en Venezuela) de la separación entre una Constitución política nominal y una Constitución política efectiva, la alta dirección política del PSUV, su Congreso ideológico, sus delegados y patrullas podrían analizar en profundidad este tipo de problemas, entre otros, que ha dado lugar a un intenso debate nacional e internacional, sobre si existe o no, un proceso político y gubernamental regulado constitucionalmente, si se mantiene activo o no una multitud constituyente, si se quiebran fácticamente parámetros fundamentales establecidos en la norma fundamental desde el propio poder constituido, referidos sobre todo a los artículos contenidos en el Titulo I denominado: Principios Fundamentales, o se existen auténticos espacios de doble poder contra-hegemónicos del poder popular.
La argumentación que aquí se plantea quiere ser lo mas clara posible: con el “Estado y la Revolución” de Lenin no se avanza en la construcción institucional del Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia, pues la forma de Estado y el régimen político que se establece constitucionalmente no es el de un Estado Socialista ortodoxamente definido. La opción política es clara, o asumir una adecuación socialdemócrata radicalizada, o convocar a una nueva Asamblea Nacional Constituyente, o asumir una vía constituyente fáctica, que incluye dosis de violencia política. Estas opciones implican que, por ejemplo, solo en la primera vía y segunda vía quedarían garantizadas la preeminencia del pluralismo político y de un sistema multipartidista, o de plurales organización con fines políticos, púes este elemento queda descartado en el análisis leninista de la construcción del socialismo, dado que el parlamento, considerado una institución burguesa por excelencia, es sustituido por una asamblea de diputados del pueblo, elegidos o convocado sobre bases distintas a las establecidas en las democracias pluralistas.
Veamos. Decía Lenin:
“Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino también en las repúblicas más democráticas.” (p. 26)
“Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dónde está entonces la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible prescindir de él? Hay que decir, una y otra vez, que las enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia de la Comuna, están tan olvidadas, que para el "socialdemócrata" moderno (léase: para los actuales traidores al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria. La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones "de trabajo". "La Comuna debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo." (p. 26)
Más adelante, plantea:
“Las instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de derrocar la dominación de la burguesía es en nosotros una aspiración seria y sincera y no una frase "electoral" para cazar los votos de los obreros, como es en los labios de los mencheviques y los social-revolucionarios, como es en los labios de los Scheidemann y Legien, los Sembat y Vandervelde.” (p. 28)
Si se sigue el Modelo de Comuna leninista de manera coherente y estricta para justificar su particular visión de la “Dictadura del proletariado” en “El Estado y la Revolución, entonces la división de poderes entre poder legislativo y ejecutivo deben desaparecer, así como el papel pluralista de los partidos políticos. Por otra parte, este modelo de estado contrasta con las exploraciones mas complejas sobre la obra de Marx y Engels, y las posibles trayectorias de evolución sociopolítica para la socialdemocracía, frente a un exclusivo encuadramiento en la Comuna de París. Salta a la vista que la propuesta leninista trata de formas y contenidos incompatibles con el actual sistema político-constitucional vigente en Venezuela.
Pequeños ejercicios de reflexión teórica como éste, pueden dar cuenta de múltiples desvaríos que aparecen en la alta dirección política de la revolución bolivariana, que fueron patentes en el diseño del motor constituyente referido al proyecto de Reforma Constitucional, así como otros aspectos que se plantean, en el propias directrices acerca de la transición hacia un modelo de socialismo bolivariano, que aun carece de una estructura teórica definida en sus aspectos sociopolíticos y socioeconómicos, y que tiende a identificarse con los modelos de socialismo burocrático elaborados por la ortodoxia bolchevique y la constelación ideológica marxista-leninista.
Para nadie es un secreto la exaltación permanente que realiza Chávez de la revolución cubana, sin matices ni variantes de crítica a sus rasgos políticos, sin considerar diferencias específicas y particularidades de cada uno de los procesos históricos, de sus modelos políticos y constitucionales. La izquierda mundial, con sus diversas corrientes, sigue debatiendo su posición ante la realidad interna de la revolución cubana, como no discute la condena sin ambigüedades al bloqueo imperialista.
Esto no impide realizar críticas a aspectos del proceso cubano en materia de derechos civiles y políticos, en aspectos de su modelo político, de sus esquemas de planificación económica, o en la caracterización de las diferencias específicas de los modelos constitucionales de Cuba, Bolivia, Ecuador y Venezuela, por ejemplo.
Si Cuba es un modelo a seguir, como ha sugerido en alguna ocasión Chávez, entonces hay que plantear y debatir abiertamente bajo que condiciones y desde cuáles aspectos. Desde nuestro punto de vista, más que “modelos a seguir”, el proceso venezolano tiene el reto robinsoniano de los “modelos a construir”, del “Inventamos o Erramos”.
Un trasfondo de premisas, presupuestos e implicaciones no debatidas sobre las ideas de Socialismo se plantean como directivas, generando confusiones y lo peor, seguidismos ideológicos automáticos. El razonamiento es: “si lo dice Chávez, el Comandante, tiene razón”. Pero lamentablemente, hay malas noticias para los segmentos calificados como hiper-chavistas, o quienes son proclives defensores de una variante del mito cesarista progresivo, de acuerdo a Gramsci, o de la lealtad automática a la palabra del Líder: El asunto sobre la construcción de modelos de socialismo es menos simple que seguir automáticamente directivas ideológicas del Comandante, es poder reconocer si el debate teórico es consistente, riguroso y medianamente sustentado, si existe un balance de inventario crítico sobre las experiencias del socialismo burocrático, si se valora adecuadamente las luchas por la democratización para el proyecto socialista, si existe una adecuada mediación entre Constitución Nacional y proceso revolucionario, o si se trata de de simples programaciones ideológicas en la relación Líder-Partido, basadas en la identificación con el mito político.
Con Mariátegui, no descartamos el papel del mito revolucionario, pero si cuestionamos que la construcción del socialismo sea descartando las luchas democratizadoras y el papel de las libertades sociales y personales, como espacios que deben ser ampliados en un proyecto de liberación.
Lo que hace falta es mucho debate, mucha polémica y la más profunda deliberación, antes que seguidismo ideológico, antes que “calcos y copias”. Pues hay formas inéditas de construcción crítica y creativa de la democracia socialista, que no pasan dogmática ni doctrinariamente por el “Estado y la Revolución” de Lenin, ni por adaptar modelos políticos de las experiencias del socialismo burocrático y los regímenes de partido único.
Más que recomendar una lectura de un autor, sería conveniente referirse a un debate de ideas entre autores y enfoques diversos, a un debate entre corrientes que solo la deliberación democrática llevara a una agenda de decisiones colectivas. Es en prácticas teórico-políticas de intervención, reflexión, debate, polémica y profunda deliberación donde se juega el futuro de la revolución democrática y socialista en Venezuela. Es en el debate democrático y revolucionario donde se abre la posibilidad de construir prácticas de democracia socialista que desplieguen las posibilidades del Estado Democrático y Social, sin necesidad de caer en graves inconsistencias, que al fin y al cabo le dan peso a los argumentos de los adversarios.
El asunto es salir de los atolladeros de las experiencias históricas del socialismo burocrático, no entrar a ellos. El asunto es que por la vía de la replica del colectivismo oligárquico, lo que se perfila son derrotas políticas y electorales. Si se tratara de debates teóricos argumentados, solo bastaría revisar atentamente los argumentos expuestos en al menos las siguientes referencias (sin necesidad de excluir otras):
1) Bahro, Rudolf (1977): La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente, Madrid, Alianza Editorial.
2) Dussel, Enrique (2006): Veinte Tesis de política, México, Siglo XXI.
3) Miliband, Ralph (1997): Socialismo para una época de escépticos. México: siglo XXI.
4) Poulantzas, Nicos (1979) Estado, poder y socialismo. Siglo XXI. Madrid.
5) Schaff, Adam (1983). El comunismo en la encrucijada. Barcelona: Crítica Grijalbo
6) Umberto Cerroni (1976) Teoría política y Socialismo. México, Ed. Era contemporánea.

Pero se trata además de impugnar el seguidismo ideológico a la palabra del Chávez. Pues si Chávez se equivoca, porque es humano y falible, la instrumentalización de una masa pasiva y obediente también cobra las consecuencias de este fenómeno de infantilismo político. No profundizaremos en temas de psicología social y política, pero el estilo de liderazgo requerido para momentos de creatividad ético-cultural, instituyente, política y para la crítica radical y revolucionaria, es un liderazgo revolucionario con una pedagogía política democrática y libertaria.
Por otra parte, de una revisión analítica y crítica de estos textos, queda claramente descartada la interpretación leninista de la Comuna marxiana, que ciertamente se refería a un “socialismo revolucionario” (aunque Marx no descartó a priori las vías pacíficas, legales y evolutivas en algunos países en sus textos), pero sobre todo, consideró en su momento y circunstancia histórica como “radicalmente democrático” y a la forma de Estado como: "República Democrática".
La preocupación Leninista por justificar una línea de acción política apelando a cierta lectura de Marx es parte de una estrategia retórico-ideológica para construir su particular codificación marxista en el contexto de la lucha de tendencias en el campo revolucionario ruso y europeo. Pero, sabemos que las lecturas dogmáticas que apelan a citas de autoridad, muestran su radical incompetencia para enfrentarse al devenir cambiante de las realidades históricas, más aún cuando operaron selectivamente sobre una muestra de textos de Marx, sin contrastar la totalidad de su obra teórica, documental y epistolar, requisito mínimo para asumir al menos, la impostura de hablar en nombre de la palabra verdadera y de las intenciones políticas de Marx. Ademas, por alguna razón poco profundizada, Marx descartó autorizar a hablar a otros en su nombre, hasta el punto de decir: “Yo no soy marxista”.
La conclusión provisional hasta ahora es que hay que repensar la forma y carácter del Estado democrático y social, participativo y protagónico, de derecho y de justicia, para abrir los espacios a los consejos del poder popular y las comunas, sin necesidad de recaer en el modelo estatista autoritario del socialismo burocrático. Esto supone hacer énfasis en la socialización del poder social; lo cual quiere decir, radicalizar la democracia, y no suprimirla.
III.- ¿UNA NUEVA INTERNACIONAL SOCIALISTA MARCADA POR EL EURO-CÉNTRISMO?
El hecho de que Hugo Chávez emplee el sintagma “revolución bolivariana” como elemento esencial del proyecto, que a ha sido acompañado por diversos complementos circunstanciales; como “cercanía con la Tercera vía”, “nacionalismo radical”, “segunda independencia” y el más reciente, “Socialismo del siglo XXI”, traza una genealogía libertaria, contra el coloniaje, que en la actualidad deja de estar en manos de la oligarquía del dinero, de grupos criollos que controlan los recursos en las metrópolis urbanas, y que consideran el paradigma euro-céntrico y los ideales de mentalidad norteamericana como el modo de vida deseable y legítimo.
Chávez no solo retoma el legado de desigualdad y exclusión social de las clases subalternas, sino además la herida colonial abierta sobre mestizos, mulatos, zambos, indígenas y negros, marcada por el racismo y la negación cultural. De hecho Chávez seria catalogado como un "zambo" en Venezuela, un "cafuzo" en Brasil, un "lobo" en México, un "marabou" en Haiti, un "garifuna" en Honduras, Belice y Guatemala, terminos propios de las clasificaciones de "razas" y "castas" de la situación colonial. Y obviamente Chavez ha levantado los prejuicios de casta de la oligarquía venezolana, marcada por la intersección del discurso criollo-mantuano con el imaginario euro-norteamericano. No es casual que Chávez se identifique con el indo-socialismo, mencione a Mariátegui, y que profundice su conexión con los sectores populares en los espacios rurales del país.
Sin embargo, no existe una articulación explícita del imaginario socialista planteado con las elaboraciones intelectuales del anti-colonialismo de los países del Sur. Para decirlo con metáforas del filósofo Briceño Guerrero, el “discurso segundo europeo” todavía domina y controla al “discurso salvaje”.
Existe un debate sobre el quiebre de la modernidad euro-céntrica, al igual que una contestación al globalismo neoliberal. Sin embargo el debate de superación del socialismo burocrático del siglo XX es escaso, convertido en tema tabú, y generalmente asumido tímidamente.
Las opciones de descolonización en el seno del imaginario crítico socialista deben distanciarse radicalmente de los totalitarismos derivados de la política y la economía de la modernidad, de derecha e izquierda, de los despotismos del colectivismo oligárquico. Pues, el monolitismo ideológico se opone al multiverso de corrientes pluri-étnicas y pluri-culturales, e incluso afecta la propia concepción de la democracia socialista.
Si existe un aspecto poco debatido de las Internacionales de Izquierda anteriores es la asunción típicamente moderna, racista y occidental de la problemática de la experiencia colonial, como colonización territorial así como coloniaje político-cultural. Pero, hoy sabemos que al igual que en el sistema Centro/Periferia, pensar en la producción histórica del subdesarrollo es una consecuencia y contra-cara de las prácticas, políticas e imaginarios del desarrollo.
Así mismo, es imposible pensar en la constitución histórica de la Modernidad euro-norteamericana hegemónica sin comprender la experiencia de la Colonialidad. Hoy es debatido como la Modernidad es el nombre del proceso histórico en el que Europa, y luego los EE.UU, iniciaron el camino hacia la hegemonía imperial del capitalismo. Por tanto, el Imaginario socialista hegemónico, es tributario de las formaciones ideológicas del sistema moderno: a) el conservadurismo, b) el liberalismo, y c) el marxismo, pero encubre el papel constitutivo en este proceso del d) colonialismo (Cesaire dixit) y su matriz colonial de poder.
Hay que ir más allá de las premisas euro-céntricas de Marx-Engels, del “materialismo histórico” o de la socialdemocracia reformista, si se pretenden construir imaginarios críticos de justicia social, alteridad, democracia y emancipación, que incorporen una sensibilidad distinta a la dialéctica de civilizaciones, culturas y naciones (Abdel-Malek), o a lo que actualmente se define como pluriculturalidad e interculturalidad.
Cuando se habla del Socialismo-siglo XXI, ¿cuál es su relación con el debate sobre la crisis de la modernidad euro-céntrica? No hay nuevo socialismo desde el neo-desarrollismo ni desde la recolonización del imaginario nacional-popular por una “izquierda ilustrada”, pues tanto el coloniaje como la catástrofe ecológica están directamente vinculada a esta visión hegemónica.
No hay opciones para nuevos socialismos no coloniales dentro del callejón modernidad/posmodernidad en clave euro-céntrica. Tanto como la explotación económica, la coerción política, la hegemonía ideológica y la exclusión social, hay que prestarle atención a fenómenos de segregación y negación cultural. Pues existen múltiples ejes de dominación/conflicto en el patrón mundial de poder que exhibe el régimen metabólico del capital: luchas contra el patriarcado, contra el racismo, contra el etnocentrismo, contra la exclusión y la desigualdad social, contra la explotación y sobre explotación en las formas de control del trabajo, contra el autoritarismo institucional, contra la dominación política, contra la vulneración de derechos humanos fundamentales.
Tal como lo conocemos históricamente, a escala mundial, los estados de dominación definen espacios heterogéneos y jerárquicos constituido por una malla de relaciones sociales de explotación/dominación/conflicto articuladas, básicamente, en función y en torno de la disputa por el control de los siguientes ámbitos de existencia social: (1) el trabajo y sus productos; (2) la “naturaleza” y sus recursos de producción; (3) el sexo, sus productos y la reproducción de la especie; (4) la subjetividad y sus productos, materiales e intersubjetivos, incluido la lengua legítima y el conocimiento; (5) la autoridad y sus instrumentos, de coerción en particular, para asegurar la reproducción de ese patrón de relaciones sociales y regular sus cambios.
Las formaciones y dispositivos de poder/control regulan lo que en los textos clásicos del marxismo se consideraban las relaciones de producción y sus correspondientes fuerzas productivas. Pero no hay relaciones de producción sin sistemas de dominación y desigualdad social.
Mientras las revoluciones marxistas pretenden modificar las relaciones de producción capitalistas, suponiendo que el resto de sobre-estructuras políticas, jurídicas, religiosas y formas de conciencia social se van modificando en correspondencia, las revoluciones de las matrices coloniales de poder, implican una intervención en cada uno de los espacios de dominación/conflicto/explotación/subalternidad.
De allí que se trate de revoluciones democráticas para la socialización del poder social, material y simbólico, que rebasan las revoluciones marxistas clásicas. Así mismo, el socialismo-siglo XXI (para no entrar en las estériles polémicas autorales sobre si es “del”, “en” o “para”) requiere abordar estos ejes de dominación, conflicto y antagonismo social, atendiendo a la nueva sensibilidad por las diferencias y las diversidades.
Todavía hay quienes aún suponen que todo esto se reduce a “lucha de clases”, pero no es así.
En efecto, el nuevo socialismo requiere abordarse desde múltiples “motores históricos” de dominación/subordinación, conflicto y antagonismo, para usar la metáfora mecanicista marxiana del “motor de la historia”.
Nadie puede encubrir hoy, por ejemplo, la sobre-explotación del trabajo doméstico de las mujeres o de grupos indígenas. Como tampoco debe encubrirse la destrucción ambiental de las lógicas neo-desarrollistas en la explotación intensiva de materias primas para el mercado mundial. Ni la discriminación homofóbica o de orientaciones sexuales no reconocidas, estigmatizadas y criminalizadas. Tampoco puede encubrirse la explotación de patronos públicos o privados de la clase trabajadora. Ni el uso de pedagogías autoritarias en el espacio escolar, ni la manipulación tecno-mediática de los grandes poderes informacionales. Ni la presencia de la tecnocracia o la burocracia en el espacio de decisiones sobre políticas públicas. Tampoco las demandas por la calidad de vida o por el acceso a elementales servicios de agua potable o infraestructuras de transporte u otros servicios públicos, ni la nutrición adecuada, el costo de bienes esenciales, o un sistema de seguridad social y pensiones. Son múltiples las demandas para un buen-vivir que es centro de preocupación del socialismo.
Pero no hay que descartar que se ha superado el racismo, o la negación de las culturas indígenas originarias y de la afro-negritud. Si son las demandas del pueblo, de los de abajo, de la multitud, cuya composición social, étnica y de clase es diversa, las que pretenden articular una política socialista, no se puede ser reduccionista.
Se trata de la superación conjunta del racismo, el patriarcado y del sexismo, del clasismo y del etnocentrismo. Para además comprender que sin ecología política cualquier socialismo será una nueva versión de la falacia desarrollista que reforzará círculos destructivos que derivan en la catástrofe ambiental.
Con la crítica al socialismo euro-céntrico se trata de impedir que el proyecto de emancipación reproduzca en su seno las lógicas de opresión social, jerarquización y negación cultural producto de los diferenciales de poder, de la sedimentación de nuevos estados de dominación.
Por ejemplo, todavía hoy el espíritu revolucionario sigue estando bajo la tutela del imaginario jacobino francés como si fuese el único paradigma revolucionario. Muchos ocultan que Marx y Engels fueron extremadamente críticos con el jacobinismo, en su forma de blanquismo.
En la polémica de Rosa Luxemburgo y Pannekoek con Lenin aparece este matiz del debate. Seguir en calco y copia el leninismo político es asumir una variante de izquierda del jacobinismo, y esto tiene graves consecuencias en la construcción de la democracia participativa y protagónica.
Los seguidores del jacobinismo, de las revoluciones de las minorías dirigentes en América Latina, siguen reproduciendo las falacias del “elitismo revolucionario”, del “vanguardismo”, de una “democracia dirigida” y de una “revolución desde arriba”. No es casual que sea necesario releer a Paul Mattick en su análisis crítico del jacobinismo y del debate entre Rosa Luxemburgo y Lenin, para dar cuenta de los errores políticos del “elitismo revolucionario”.
Pero también hay que leer a Cesaire, Fanón o Cabral en su análisis del colonialismo, para una política que supere una visión de “izquierda” que se autodefine aún por su localización en la Asamblea Francesa, y no por su localización geo-histórica y geocultural en el cuadro de relaciones de dominación colonial a escala mundial. Esta izquierda eurocentrica tiene los pies aquí, pero la cabeza allá. Y son los espíritus ideológicos de la izquierda euro-céntrica los que controlan sus lenguajes, discursos e imaginarios del cambio social.
Percibiendo la naturaleza cada vez más racista y etnocentrista del globalismo neoliberal, habrá que recordar cada vez más entonces la contra-cara de la modernidad euro-céntrica: el colonialismo y el racismo.
Mientras el famoso Manifiesto del Partido Comunista trataba del desarrollo de las tendencias del capital hacia una mayor integración del control del poder a escala mundial por medio de la explotación del mercado mundial, con la consecuente polarización social de la población del mundo, entre una minoría en el control de recursos, de riquezas y de poder, y una creciente mayoría expropiada y empujada a la pauperización material y psíquica, por otra parte hay que prestarle atención a los procesos de segragación y negación cultural.
Conceptos como plus-valor relativo o absoluto, así como otros menos conocidos, como la depauperación psíquica, violencia simbólica y la cosificación subjetiva, producto de modalidades de alienación y plusvalía ideológica, siguen estando presentes en el sistema mundo colonial/moderno, acompañando al racismo y a la negación cultural.
Pero es a partir de los trabajos que promueven la des-colonización de ideas, valores e imaginarios que es posible comprender aspectos de las matrices hegemónicas de poder, encubiertas por el pensamiento socialista clásico. Las ideas del Manifiesto, ponen de relieve la centralidad del eje de la “clase social” sobre otros ejes de dominación, jerarquización y desigualdad. Pero la dominación cultural y el racismo han estado a la vez presentes en la matriz colonial del poder. De este modo, se encubría que el “sujeto de clase” en Marx es fundamentalmente blanco, masculino, europeo y adulto. Quedaban excluidos y excluidas de esta mirada, al menos una tercera parte de la población dominada, discriminada y oprimida del sistema mundial. Es necesario considerar no solo el proletariado europeo, sino el proletariado "externo" o "no europeo", así como las proletarias domésticas para dar cuenta de nuevos ejes de dominación/subordinación.
A partir de los años 70, el globalismo neoliberal constituyó una vasta contrarrevolución que reconfiguró el poder mundial en el capitalismo, conducida bajo la hegemonía del capital financiero y los territorios centrales, lo que produce la tendencia a la creciente reducción de los márgenes construidos en el Estado Social europeo de “igual representación política de desiguales intereses sociales en el Estado”.
Se trataba de un Estado representativo que reproducía sin embargo, la desigualdad, la jerarquización social y la violencia simbólica. Con el neoliberalismo, de los ideólogos del Estado de compromiso social pasamos a los ideólogos del Estado mínimo, del Estado neoliberal-reprivatizado.
En América Latina, también se dio en los años 80 una auténtica contra-revolución neoliberal y la reprivatización del control del Estado en manos de los núcleos burgueses y oligárquicos más globalizados y trasnacionalizados. Los procesos de democratización/nacionalización, que eran avances parciales en el mismo régimen del capital bajo una modalidad menos excluyente del Estado capitalista (como el Estado de compromiso nacional-popular o los llamados “populismos históricos”), fueron revertidos por procesos de privatización/desnacionalización.
En Venezuela, los planes de ajuste estructural y estabilización (el gran viraje neo-liberal de CAP II), así como la Agenda Venezuela (Caldera-Petkoff), terminaron siendo el blanco de ataque de un nuevo proyecto de democratización/nacionalización: la Agenda Alternativa Bolivariana. Sin embargo, pocos han enfatizado que la ofensiva neoliberal en Venezuela constituyó el desmontaje del proyecto social-democrático y nacional-popular del capitalismo con justicia social, y bajo el sistema populista de conciliación de elites del pacto de punto fijo, que se proyectó en la propia constitución de 1961.
La asunción del proyecto de modernización neoliberal por parte de AD y COPEI, así como sectores del MAS, disloco el imaginario democrático con justicia social de amplias capas de la población que se incorporaron al proceso popular constituyente.
De la Agenda Alternativa Bolivariana al Primer Plan Socialista Simón Bolívar, media un proceso de re-configuración de la narrativa de emancipación de la revolución bolivariana. La interrogante es si el “Socialismo Bolivariano” reproducirá las limitaciones del socialismo euro-céntrico, o si simplemente seguirá el carril de los movimientos nacional-populares como el Cardenismo, el Peronismo o el Velasquismo.
La idea de desarrollo del “materialismo histórico” todavía dependía de la falacia desarrollista presente en la filosofía de Hegel. El futuro comunista era un momento de superación de contradicciones de las fases anteriores. La idea de sucesición lineal de modos de producción y apropiación es central en esta versión de la historia. El etapismo mono-cultural era un rasgo del eurocentrismo.
Así mismo, pocos conocen las expresiones racistas de Kant y Hegel, y de las referencias más citadas del liberalismo europeo (Locke, Hume o Montesquieu por ejemplo). No solo se trataba de las posiciones explícitamente racistas de Gobineau, Chamberlain, Glumpowicz o Rosemberg, hasta llegar al mito racial del nazismo alemán. Se trata del racismo ligado a la Ilustración europea, presente incluso en debates y resoluciones de delegaciones socialdemócratas, laboristas y marxistas en Europa.
Como ha enfatizado Anibal Quijano, para Marx y Engels se abrían grandes dilemas: ¿Entre el evolucionismo euro-céntrico o la heterogeneidad histórico-cultural del mundo?
En el Manifiesto Comunista se establece, desde la partida, una distinción neta entre la Europa del capital y el mundo del capitalismo: el fantasma del comunismo recorre Europa, no el resto del mundo. Marx y Engels confiaban en que "la supremacía del proletariado hará que esas diferencias (nacionales) se desvanezcan aún más rápido", por otro lado, se estampa que "la unidad en la acción, por lo menos en los países más civilizados, es una de las primeras condiciones para la emancipación del proletariado". Los países “más civilizados” mostrarían el proyecto de futuro a los que vivían en la “barbarie” y el “salvajismo”.
Este imaginario es lo mismo que dictan hoy el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, quienes a través de dispositivos de violencia simbólica dictan los parámetros de la vida buena, justa y bella para todo el planeta, cescartando su filiación con el colonialismo intelectual.
También Marx y Engels, como Sarmiento, hablaban de “civilización”, de “barbarie” y "salvajismo". Su visión de las relaciones entre Europa y el resto del mundo no dejó de ser prisionera de una perspectiva euro-céntrica del coloniaje, a pesar de las posiciones maduras del propio Marx, ampliamente ignoradas por el llamado movimiento comunista internacional. Modernidad, modernización y desarrollismo se compartieron en amplios segmentos de la izquierda marxista. Las cuestiones de raza, de etnocentrismo, de la heterogeneidad cultural e histórica de lo que se articulaba en el capitalismo mundial, entre otras, ingresaron de modo tardío, parcial y finalmente irresuelto en el debate marxiano del conocimiento y de la praxis política.
Ahora bien, ¿qué piensan los delegados del PSUV y el resto de “partidos de izquierda” venezolanos sobre estos asuntos? Estos debates pudieran ser irrelevantes, si no tomáramos en cuenta el llamado de Chávez a organizar una “V Internacional Socialista”.
La respuesta previsible del Partido Comunista de Venezuela (PCV) sigue amarrada a una concepción etapista del marxismo soviético, que terminará por argumentar, a modo de Stalin, sobre la existencia de cinco (5) modos de producción que siguen una sucesión lineal determinada. La conclusión política es seguir llamando a un Frente Antiimperialista, pues estamos en una fase de liberación nacional. Se insiste en separar tajantemente la etapa de la liberación nacional de la etapa de la construcción del socialismo.
Viejas polémicas derivadas de la codificación marxista-leninista ortodoxa siguen vivas. Los lenguajes, discursos e imaginarios siguen atrapados en los mitos políticos de la Modernidad occidental. Por ejemplo, la fe ciega en el concepto de “desarrollo de las fuerzas productivas”, encubre la ignorancia sobre el debate de la ecología política y la teoría crítica del capitalismo de organización.
Es patético el acervo de la reflexión teórica-crítica luego del colapso del socialismo burocrático, pero de esto no se salvan ninguna de las formaciones de la izquierda venezolana. Una izquierda que no asimiló ni la Conferencia de Bandung, ni razones de fondo del conflicto Chino-Soviético, ni la crisis del campo socialista por las intervenciones en Hungría, Checoslovaquia y Polonia, que no comprendió la coyuntura del 68 en la crisis de la filosofía occidental, ni el colapso del socialismo real: ¿Estará preparada para inventar y crear heroicamente el socialismo-siglo XXI?
No es una debilidad exclusiva del PCV, sino de la sub-cultura de izquierda de aparato de todo el archipiélago de sectarismos en los que se definió la izquierda histórica venezolana a partir del tronco del PCV, AD y URD, y en menor medida de la izquierda cristiana. Lo cual indica que el nuevo socialismo en Venezuela tendrá que esperar largos procesos de desprendimiento de las herramientas epistemológicas con los cuales se ha pensado como “vanguardia” no solo política, sino para la conquista del liderazgo ético-cultural e intelectual del país.
En gran medida, existe de fondo una profunda crisis de consistencia teórica en el “pensamiento revolucionario venezolano”, que es compensada por la crisis de legitimación de los partidos del sistema de punto fijo, como por retóricas y discursos doctrinarios, sin diálogo ni polémica actualizada con la agenda de debates en los espacios de producción de conocimientos y saberes implicados con intereses para la emancipación. Se trata de una desconexión casi natural entre la burocracia del aparato político, y los espacios de pensamiento crítico, que coloca la voz del nacionalismo radical, popular y antiimperialista de Chávez en un lugar de enunciación privilegiado.
Un marxismo heterodoxo, crítico, abierto es aún débil e insuficiente. Y para colmo, no basta la des-dogmatización del marxismo. Incluso ante tal estado, algunos suponen que solo basta con traer “cuadros intelectuales, técnicos o científicos”, de partidos como el chino o el cubano para superar estas debilidades. Pero esto complica más el problema, pues no es un trámite burocrático el que permitirá la construcción de pensamientos críticos y creativos socialistas para Venezuela. Se requiere una plataforma de teorias críticas y enfoques contrahegemónicos.
La soberanía cognitiva en el campo revolucionario no se solventa con una suerte de sustitución de importaciones de mercaderías ideológicas. Aprender a pensar críticamente desde Venezuela para construir los rudimentos de otro socialismo, esto no viene empaquetado.
Hace falta descolonizar el pensamiento crítico socialista. Incluso descolonizar el imaginario socialista, si no se quieren reproducir las frustrantes propuestas políticas del socialismo burocrático, del estatismo autoritario o del colectivismo oligárquico.
El colapso del socialismo realmente inexistente, con su propuesta de estatización de la economía y la total centralización del poder político en el Estado, fueron los instrumentos estratégicos que el propio Manifiesto Comunista propone como el punto de partida de la revolución comunista. La trayectoria de revolución de la sociedad hasta su conversión en una sociedad comunista fue pensada desde la Estadolatría, aspecto que el pensamiento libertario y el socialismo autogestionario, colocaron sobre la mesa de debate.
Como ha planteado Bahro en su crítica del “socialismo realmente existente”, muchos marxistas dogmáticos podrían pasearse por las líneas de “Estatismo y anarquía”, de Bakunin para comprender los puntos ciegos del socialismo burocrático. Pero no pidamos tanto. Basta revisar la tradición del Comunismo de Consejos, pasearse por la polémica de Rosa Luxemburgo con Lenin, para encontrar allí que la burocratización y la centralización del poder llevarían a la “dictadura del partido sobre el proletariado”.
A contracorriente de lo que piensan muchos burócratas del PSUV, no es el “marxismo libertario” ni el “comunismo democrático”, ni las llamadas corrientes “anarquistas”, las que hay que tratar como desviaciones peligrosas, sino a los verdaderos factores de entropía de la revolución bolivariana: los arribistas, los oportunistas, los simuladores del socialismo y los corruptos que se encubren detrás de la designación de delegados.
¿Cuántos miembros de la dirección ampliada del PSUV podrían públicamente otorgarnos más de 30 minutos de su visión del “socialismo bolivariano”, sin repetirnos las tesis asociadas al “socialismo euro-céntrico”, los manuales soviéticos o la exaltaciones acríticas del socialismo cubano?
Cuando uno escucha a Chávez dictar línea teórica, política, moral y gubernamental, uno no deja de enfatizar que estamos frente a un partido carismático de masas (como todo carisma que se respete), frente a los peligros no de la “cúpula” de un buró político, ni el “cogollito” de un comité central, ni a los eufemismos del “hiper-liderazgo”, sino al estricto sentido del “cesarismo progresivo” evocado por Gramsci, nacional-popular y todo, pero cesarismo al fin.
Llámese Bonapartismo o Cesarismo, ambos son subespecies de personalismo político, del momento del Lider frente al momento de la participación popular, de debilidad estructural tanto de las formas de mediación política partidaria, como del escaso papel e iniciativa de los movimientos sociales y populares. Pero cesarismo y democracia socialista son como agua y aceite, su mezcla genera más heterogeneidades y nuevas contradicciones.
La ausencia de protagonismo popular, incluso de voceros directamente involucrados en la politización de las clases trabajadoras, en la dirección política, intelectual y ético-cultural es compensada por un líder popular fuerte. Eso está claro. Pero es preocupante la segunda línea, el llamado “Estado mayor político” de la revolución bolivariana, el entorno político inmediato a Chávez. Si uno lee con atención, por ejemplo, la reciente entrevista dada por Müller Rojas, y su planteamiento sobre la presencia de “alacranes”, surgen inevitables inquietudes. Más aún, en el contexto de la ofensiva imperial que es mucho más seria de lo que se supone, y mucho más cuando en Venezuela “mandar obedeciendo al pueblo” significa básicamente “mandar obedeciendo a Chávez”.
Enquistar la tesis del Comandante-Partido hegemónico-Frentes de masas es una mala copia de la centralización política del bonapartismo presente de modo emblemático del castrismo cubano, trayectoria ajena a una radical socialización política que promete un proyecto de democracia socialista. la amquinaria propagandistica de la revolución girara entonces en la inquietud por la posibilidades del magnicidio, y por el clima de sentido de convertir a Venezuela, en una fortaleza socialista asediada. En ese contexto cualquier crítica puede ser leida como traición.
Aun así, es necesario ejercer formas radicales de pensamiento crítico socialista sin “bozales de arepa”, sin necesidad de aspirar a cargos, prebendas ni privilegios. El esquema político dominante, tan consustanciado con la adulación palaciega, impide que se hable sin medias tintas de todo esto. Pero si uno analiza el camino largo, tedioso, lleno de tragedias del movimiento popular venezolano, de sus corrientes históricas más auténticas en la conquista de una sociedad de liberación, justicia y alteridad, de sus esperanzas de base por la socialización radical del poder, por la democracia participativa, por el proceso popular constituyente, por la poder efectivo de la multitud popular, uno plantea que por el camino del cesarismo progresivo será muy difícil construir la democracia socialista.
Tampoco se trata de plantear pragmáticamente una dirección colectiva convertida en un buro político o en un nuevo comité central del “frente anti-imperialista”, como aquel que justificó el ineficaz Comando Político de la Revolución, tan presto a la repartición de cargos y cuotas de poder.
El asunto es si de verdad se quiere cuestionar como horizonte estratégico, la separación entre gobernantes y gobernados, no solo en las estructuras formales del Estado burgués, moderno y republicano, sino donde exista cualquier “estado de dominación”.
En Venezuela, todavía se apela a la palabra “disciplina”, cuando lo que busca es simple obediencia ciega a una directiva política. Con esta “sub-cultura cuartelaría”, el asunto es si en la línea de dirección política, que apoya inmediatamente a Chávez tiene claridad sobre una visión socialista radicalmente democrática.
Pueden despacharse estas ideas como anarquistas, anti-partido o infiltradas por la CIA. Pero el socialismo desde abajo es algo distinto a la programación ideológica sedimentada por décadas de cultura de izquierda estalinista, por neo-desarrollismos o por el enigma populista del “hiper-chavismo”. En medio del torbellino de contradicciones, uno espera que se asomen rostros y voces que apuntalen la democracia socialista en diferentes espacios de poder y del Estado. Pero hasta ahora, el “modelo socialista” se asoma como estatismo económico, centralización y concentración del poder político, presencia del partido hegemónico y la escatología de manual soviético. Todos estos rasgos asemejan a lo que el comunista crítico español Manuel Sacristán llamó: estalinismo.
Así mismo, mucho se habla del bicentenario de la independencia para reforzar los fundamentos geo-históricos de cada uno de los mitos políticos nacionales de “Nuestra América”, frente a la agresión imperial y sus “destinos manifiestos”, reafirmar el papel de los Libertadores en estos acontecimientos, entre ellos el papel central de Simón Bolívar.
Pero no se olviden los levantamientos indígenas, las revueltas negras, las rebeliones populares, las luchas feministas, ni a la revolución social radical mexicana, ni las vanguardias estéticas, ni las insurgencias epistémicas, ni las teologías liberadoras, tampoco los movimientos estudiantiles, ni las insurrecciones obrero-campesinas, ni las conquistas de las revoluciones democratizadoras.
Es desde abajo que se observan de otro modo los mitos de dominación política, como complejos de resistencia, negociación y dominación. Lo mismo ocurre, con la revolución bolivariana, que solo los promotores del mito cesarista-populista o de los esquemas de mediación política del castrismo cubano han transformado en “revolución chavista”.
Desde nuestro punto de vista, el asunto será otro, ¿Cómo avanzar en la socialización del poder social, en la radical democratización y contestación de las relaciones de dominación en todo este complejo y heterogéneo proceso de conflictos sociales? ¿Cómo se construye liberación, justicia, democracia y alteridad más allá de la mala copia de los “partidos de izquierda”, con su anclaje en la Revolución Francesa y sus exaltaciones jacobinas?.
Las ideas de Simón Rodríguez siguen siendo subversivas: quería que el género humano aprendiera a gobernarse, no que se acostumbrara a que lo gobernaran. Probablemente, Samuel Robinson seria descalificado como un “anarquista” en el seno de la burocracia política del PSUV. Hoy aymaras y quechuas saben lo que significa Pachakuti, y la revolución bolivariana venezolana necesita internamente un Pachakuti.
La esperanza de emancipación radical, se mueve en los entretelones de muchas simulaciones revolucionarias, incluyendo la apelación a V internacional socialista, que puede terminar pareciéndose a las inicitaivas que llevaron a la Conferencia Tricontinental de 1966 y a la hegemonía castrista sobre la OLAS en 1967.
Pero los pueblos esperan por otros socialismos no euro-céntricos ni estado-céntricos. Después de 150 años, hoy tenemos una conciencia más clara de las opciones alternativas al eurocentrismo en la producción del conocimiento. También hoy, hay más clara conciencia de las tendencias que en la propia dinámica contradictoria y heterogénea del capitalismo llevan a la reconstitución de la comunidad y de la reciprocidad en la lucha contra la explotación, la dominación, la discriminación.
En momentos de mayor triunfo del sistema capitalista moderno-colonial en el mundo, el fantasma del otro comunalismo, distinto del comunismo moderno vuelve a ser visible. Un comunalismo transmoderno, con énfasis en la reciprocidad y el poder constituyente, democrático, de la multitud popular.
Podrá haber exaltaciones a líderes populares, a partidos de izquierda, a nuevas internacionales socialistas, pero desde abajo el asunto es otro: ¿Somos menos explotados, menos oprimidos, menos dominados que hace 500 años? Allí se juega la actividad de la multitud popular en proceso de emancipación. El espectro que se hace pesadilla en la mente de los opresores sigue siendo el mismo: ¿Y si cooperan autónomamente sin necesidad de ser obligados, sin necesidad de obedecer, sin necesidad de dominadores?
El Socialismo no euro-céntrico incluye muchas formas consejistas, muchas formas comunales, mucha autogestión, mucho autogobierno popular. Sin eurocentrismos ni estadolatrías. Pues una revolución democrática, descolonizadora, eco-política y liberadora es otra cosa distinta al socialismo euro-céntrico, al industrialismo, el productivismo, el consumismo y una “revolución desde arriba”.
En fin de cuentas, el socialismo de estado es una estafa a la esperanza de los pueblos, que luchan por construir democracias más profundas, sin necesidad de naturalizar ni codiciar la reproducción ampliada de las relaciones de dominación, explotación y negación cultural.
Como planteó agudamente Simone Weil, el asunto de fondo del socialismo es un asunto de forma de vida, es optar entre la opresión y la libertad, entre la violencia y la ternura. ¿Será posible?

jueves, 19 de noviembre de 2009

FORMA/PARTIDO:HERRAMIENTA AUXILIAR DE LA MULTITUD POPULAR CONSTITUYENTE



Javier Biardeau R.
Desde que el termino izquierda se posicionó en la agenda política de la Modernidad Occidental, luego de la Revolución Francesa, se ha partido del supuesto que ser de “izquierda” es ser “socialista”. Pero el asunto no es tan simple. Es una confusión similar a aquella que plantea que ser “socialista” es ser “marxista”, o que ser “marxista” es ser “leninista”.
Hay que romper con pesados estereotipos para repensar radicalmente el imaginario crítico socialista y sus instrumentos auxiliares, sus máquinas de lucha. Así como hay múltiples izquierdas, hay diversos socialismos, así como diversos instrumentos de lucha, movilización, organización y catalizadores de nuevas formas de conciencia. No se trata, por cierto, de la falacia maniquea entre partido/anti-partido ni de las “dos izquierdas”.
Se trata de repensar la genealogía histórica de las constelaciones socialistas, revolucionarias y democráticas de cara a los retos, escenarios y problemas previsibles en el siglo XXI. El debate y desafío que ha lanzado Chávez en Venezuela sobre el “socialismo bolivariano del siglo XXI”, no puede encallar en la idea de que “otro gobierno es posible”. Que se trata solo de “gobierno” y de “partido”.
Se trata más bien de la construcción de la voluntad colectiva, a escala local, nacional, continental y mundial, de las fuerzas político-culturales para una vasta iniciativa de transformación de las estructuras históricas de dominación, injusticia, explotación y exclusión.
Llámese “Socialismo del siglo XXI”, “Socialismo en el siglo XXI”, “Socialismo para el siglo XXI” o simplemente “Socialismo. Siglo XXI”, el asunto remite a la actualidad, vigencia y relevancia del imaginario socialista para superar la crisis civilizatoria del régimen del capital.
Ante esta ambiciosa idea-fuerza, hay que pasearse por las mediaciones históricas y teóricas concretas para llegar a tal horizonte (no se trata de ideas mágicas, ni se “soplar y hacer botellas”), sino de referirse a las condiciones, circunstancias, fuerzas sociales, ético-culturales y políticas que pudieran encarnar tal posibilidad.
Desde nuestro punto de vista, cualquier ruptura o desconexión entre el modelo socialista posible y la revolución democrática, anti-imperialista, ecológica y descolonizadora conduciría a una repetición de modelos análogos al socialismo burocrático, del colectivismo despótico o del estatismo autoritario, a los regímenes de partido único y a las economías estatizadas del siglo XX.
Cuando hablamos de revolución democrática hablamos de la centralidad del proceso popular constituyente, que genera novedosas formas de democracia participativa y protagonismo popular; es decir, que no enquistan cogollos ni instituciones que suplantan el ejercicio participativo del autogobierno.
Cuando hablamos de antiimperialismo hablamos de considerar el necesario debate sobre imperio/imperialismo en el siglo XXI, así como el papel de la hegemonía norteamericana y del G-8 en este asunto.
Cuando hablamos de descolonización, planteamos que mientras las codificaciones marxistas y socialistas del siglo XX fueron fundamentalmente tributarias de la modernidad euro-céntrica, será imprescindible superar el colonialismo intelectual en los propios esquemas, teorías y marcos ideológicos disponibles.
Un diálogo polémico entre marxismos heterodoxos, teorías críticas, estudios culturales y subalternos, posmodernismos oposicionales, corrientes de descolonización intelectual, teologías liberadores y ciencias sociales emancipadoras ofrecen un panorama más alentador que cualquier doctrinarismo de aparato, que el monolitismo ideológico derivado de la clausuras dogmática de la revolución teórica inconclusa de Marx. Allí reside el núcleo profundo cuando dijo: “yo no soy marxista”.
Liberar el pensamiento crítico socialista de las “revoluciones desde arriba”, de los “decisionismos de aparato”, que como plantearía Guattari, son verdaderas contra-revoluciones moleculares.
Los partidos pueden ayudar, pero más ayuda al cambio de vida sustantivo, la construcción de la multitud popular como permanente potencia constituyente.

lunes, 16 de noviembre de 2009

IMAGINARIO SOCIALISTA Y DESCOLONIZACIÓN TRANSMODERNA



Javier Biardeau R.
En momentos en que se debate el quiebre de los grandes relatos de la modernidad euro-céntrica y del globalismo neoliberal, es conveniente pasearse por una revisión radical del Imaginario socialista hegemónico, tributario de la polémica de las mayores formaciones ideológicas del sistema mundo, de acuerdo al científico social Inmanuel Wallerstein: a) el conservadurismo, b) el liberalismo, y c) el marxismo. Pero así mismo, habrá que comprender el papel de la cuarta constelación discursiva del sistema capitalista moderno-occidental: d) el colonialismo (Mignolo dixit).
Hay que ir más allá de Marx y de los doctrinarismos marxistas si se pretenden construir imaginarios críticos de justicia social, alteridad, democracia y emancipación. Cuando se habla de Socialismo-siglo XXI, ¿cual es su relación con el debate sobre la crisis de la modernidad euro-céntrica?
Las codificaciones marxistas fueron en gran medida tributarias del horizonte de comprensión europeo y moderno de las sociedades. El productivismo y el consumismo son parte del utilitarismo presente en el propio Karl Marx, y en la cuestionable creencia en el papel unilateralmente positivo de la relación entre tecno-ciencia y fuerzas productivas. Es imprescindible una desconexión selectiva de la visión laminada del progreso occidental, si se quiere plantear proyectos políticos ecológicamente viables.
Ludovico Silva llego a decirlo con extrema claridad: el capitalismo tardo-moderno también desarrolla “fuerzas destructivas” (tema afín a la reflexión crítica del industrialismo y de la racionalidad instrumental de la teoría crítica alemana) Ir más allá de la modernidad euro-céntrica, implica dejar atrás las escatologías marxista-leninistas y sus gramáticas político-culturales (lo que significó realmente la fórmula “soviets más electrificación”, fue el “régimen de partido único” más la “destrucción ambiental”).
No hay nuevo socialismo desde el neo-desarrollismo, pues la catástrofe ecológica está directamente vinculada a esta visión hegemónica. Criticar los riesgos del industrialismo o la explotación intensiva de materias primas, no implica evocar pasados idílicos, sino desmontar la falacia desarrollista; es decir, que más bienes y servicios no equivalen a una mejor calidad de vida, a la buena-vida.
Así mismo, los debates sobre eco-política y sobre la modernidad/colonialidad, permiten complejizar la polémica acerca de la modernidad/posmodernidad. El asunto queda re-significado, pues las teorías críticas de la liberación (diversidad de nodos teóricos críticos) no podrían ser simplemente anti-modernas, buscando la restauración del pasado pre-hispánico y pre-industrial. Tampoco podrán adoptar acríticamente la propuesta de consumación del proyecto de la Modernidad (Habermas, Giddens y demás modernizadores), porque presupondría la adopción del modelo de desarrollo de los países de capitalismo tardo-moderno; es decir, el desarrollismo más el euro-centrismo. En tercer lugar, no podría adoptar las actitudes nihilistas, escépticas y relativistas de la postmodernidad, de la sociedad del hiper-consumo y sus simulacros mediáticos, en un contexto histórico caracterizado por el hambre, exclusión y miseria.
No hay opciones dentro del callejón modernidad/posmodernidad en clave euro-céntrica. La proyección de la transmodernidad abriría el espacio para articular lo excluido, reivindicar lo oprimido, revelar y reconocer al Otro, pensar la alteridad que realice las potencialidades ocultas, negadas y reprimidas en la Modernidad occidental, a fin de liberar la vida de la humanidad como comunidad política planetaria.
El planteo de la transmodernidad se inscribiría en una ana-dialéctica (Dussel) o en nuevas hermeneúticas (Boaventura dos Santos , Mignolo) de estos espacios, como superación y síntesis, desacoplándose de la matriz epistémica de la racionalidad moderna-colonial. Por tanto, superar el imaginario socialista euro-céntrico implica reconocer que la colonialidad es constitutiva de la modernidad occidental, que conservadurismo, liberalismo, marxismo y colonialismo son parte del problema y no de la solución.
Implica entonces descolonizar el pensamiento crítico socialista. Para superar el racismo, el sexismo, el clasismo y el etnocentrismo. Para además comprender que sin eco-política cualquier socialismo será un nuevo desarrollismo.