miércoles, 30 de junio de 2010

MARX Y LOS CRITICOS ANTI-TOTALITARIOS (...DE DERECHA):

Hanna Arendt
Javier Biardeau R.
“(...) puede mostrarse cómo la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”. (Hanna Arendt)
"Estamos en mejores condiciones que Marx para responder a esta pregunta. La nueva era bárbara está limitada por el fascismo y la degeneración del estado obrero. Una alternativa de este tipo -socialismo o servidumbre totalitaria- no sólo tiene una enorme importancia teórica, sino también agitativa, pues a su luz la necesidad del socialismo aparece con mayor claridad." (Leon Trotsky)
"Es absolutamente indiscutible, que la dominación de un solo partido sirvió jurídicamente de punto de partida del régimen totalitario Stalinista." (Leon Trotsky)
Existen críticas del totalitarismo que tienen piernas cortas (pues son de cabo a rabo de derecha), que aún no se descentran de su implicación subjetiva en el totalitarismo suave o de baja intensidad de la sociedad capitalista de mercado y su pensamiento unilateral de apologética del “liberalismo democrático”; es decir, su fe supersticiosa en la “democracia representativa”, o más bien en el “elitismo democrático”.
La crítica anti-totalitaria de corte capitalista, repite a los cuatro vientos una racionalización defensiva de lo que Marcuse llamó “tolerancia represiva”, sin indagar su emplazamiento en los dispositivos de dominación, control social y disciplinamiento propios del auto-designado “mundo libre y democrático”; es decir, del actual Imperio global.
Plantean una suerte de apropiación de derecha de la crítica del totalitarismo duro: el nazi-fascismo y el estalinismo, pero ni una palabra sobre el colonialismo, el imperialismo o el discurso hegemónico de la sociedad de mercado neoliberal.
La crítica anti-totalitaria de derecha omite la genealogía precisa del término: la crítica en los años 20 del siglo XX del regimen fascista italiano. Omite como Neumann (1942) describio el regimen nacionalsocialista de Alemania como una economía monopolista totalitaria (¿recuerdan acaso a Speer?). Omiten a Hilferding y sus crítica al estalinismo. Incluso, se oculta que el propio Trotsky hablara de un sistema de dominio burocrático, como lo haría Bruno Rizzi y su teoría del "colectivismo burocratico".
La implicación ideológica y subjetiva queda clara de la crítica anti-totalitaria de derecha, cuando suponen que la “democracia representativa” es el fin de la historia, donde una supuesta “esfera pública” (sin incidencia de la concentración ni el control mediático), aparentemente libre de coerciones, está caracterizada por una deliberación artificiosamente “horizontal”, por el intercambio de ideas y por el pluralismo ideológico, evacuando los conflictos y antagonismos de la política, de la economía y de las ideologías. Toda una farsa disfrazada de “seriedad intelectual”.
De allí sus puntos ciegos, y su consecuente rechazo a profundizar en el vínculo entre las interpretaciones libertarias de Marx sin grandes “ismos”, la teoría crítica radical y los saberes contra-hegemónicos.
Para los críticos anti-totalitarios de derecha, no hay duda alguna de que en el corazón del pensamiento de Marx está la semilla del totalitarismo. La ecuación es simple Marx=Stalin.
Sin embargo, se quedan muy atrás de la interpretación del totalitarismo canonizada por Hanna Arendt, al confundir el pensamiento marxiano, con las codificaciones marxistas, sobre todo con el “marxismo-leninismo ortodoxo” con marca patentada por Bujarin y Stalin luego del VI Congreso de la Internacional Comunista.
Los cerebros de la derecha anti-totalitaria, desconocen de cabo a rabo la polémica interior sobre la interpretación de la obra abierta y crítica de Marx, sus procedencias, sus multiplicidades, sus tensiones e incluso, sus disyunciones. Obviamente, hay que liquidar ideológicamente al pensamiento marxiano como tal. - Muerto el perro, se acabo la rabia -, dirán.
Pero en vez de analizar a Marx, como un humano-demasiado humano, un intérprete falible pero radicalmente crítico de la realidad histórica del capitalismo, que tomó claro partido por la revolución comunista, usan el expediente religioso desde el cual muchos marxistas dogmáticos se aproximan al pensamiento de Marx, obviamente contra el propio Marx.
Confunden el pensamiento marxiano con las recepciones y codificaciones centrales del “marxismo institucional”, incluso con el “marxismo burocrático” de los aparatos estalinistas, sin pasearse por una elemental cuestión: ¿acaso la socialdemocracia alemana y el bolchevismo ruso son interpretes más o menos fieles del pensamiento crítico de Marx?.
Dejan de lado, por demás, un gran número de recepciones, traducciones y re-significaciones periféricas del pensamiento marxiano, que en muchos sentidos son más consecuentes con el espíritu libertario de Marx (Hal Draper hablaba de las dos almas del marxismo, por ejemplo), que las propias “codificaciones centrales”.
¿Cuál fue entonces el canon marxista que circuló como el verdadero marxismo?
Por tanto, aún hoy hay que acercarse sin dogmatismos a Marx y Engels. No para sacralizarlos, sino para pasearse por cierto retorno al espíritu anticapitalista que anima su pensamiento crítico y revolucionario. Retorno que toma partido y que se implica en una lectura radicalmente libertaria de la teoría crítica marxiana. Les guste o no les guste a los críticos de derecha, les guste o les guste a los sacerdotes de los aparatos políticos y sus “escuelas” para cuadricular los círculos y espirales marxianos.
Por otra parte, para desmontar la tesis de que el llamado totalitarismo estalinista es una simple desviación de las tesis de Marx o una mala praxis de los actores revolucionarios, hay que optar por algo mas contundente: el estalinismo es sencillamente una postura anti-marxiana. No es una desviación, ni una aberración, ni es un tipo de sobre-interpretación, ni una traición, es un patético contra-sentido.
Mientras la derecha anti-totalitaria construye su guión Marx=Stalin, el asunto sigue siendo des-ocultar los hilos de una operación de mistificación que trabaja en los enunciados y la fórmula política fascista como “revolución pasiva”, como defensa del gran capital utilizando, como planteaba Reich, una pasión revolucionaria con conceptos reaccionarios; recuperando la planificación autoritaria, el corporativismo y la economía dirigida, para neutralizar el movimiento revolucionario. Sin embargo, Hitler, Mussolini, Franco, Salazar y más cerca de nosotros, Somoza, Trujillo, Pinochet, Videla son las sombras de los críticos anti-totalitarios de derecha.
La derecha habla de los crímenes de Stalin, pero calla los crímenes de Mussolini, Hitler, Franco, Salazar, y de todas las Dictaduras de Seguridad Nacional en Nuestra América. Calla la recuperación y cooptación tanto de altos funcionarios del nazi-fascismo, como de sus métodos políticos, en las entrañas del establishment imperial.
Lo que quieren enterrar los críticos anti-totalitarios de derecha, es la potencia constituyente del pensamiento crítico y abierto de Marx, la visión libertaria de la revolución social, como conjunción entre emancipación social y política del proletariado, reconocer su lectura contextualizada desde las coordenadas de la modernidad europea del siglo XIX, y construir el guión de la equivalencia con el despotismo burocrático que institucionalizó el estalinismo.
Como planteaba en un claro texto Bensäid, es hora de distinguir entre comunismo y estalinismo. En consecuencia, Marx anima aún la potencialidad teórica libertaria, pero no justifica ninguna creencia doctrinaria en un “marxismo puro y dogmático”. Las únicas lecturas de Marx y Engels, que aún valen la pena realizar, son las que animan a corrientes que desborden, el dominante-totalitario con empaquetamiento “light” del capitalismo neoliberal y la “democracia de baja intensidad”, planteando la construcción de alternativas que superen el cuadro de relaciones de explotación, coerción, hegemonía, exclusión, negación y destrucción propias del metabolismo social del Capital.
Para decirlo sin ambigüedades, en Marx hay una cruda interpretación de la transición política post-capitalista en las sociedades europeas y modernas del siglo XIX. Para nadie es un secreto ni se pretende ocultar la significación histórica de la frase “dictadura revolucionaria del proletariado”, en aquellas circunstancias concretas.
Que Marx fuese partidario, luego de la experiencia de la Comuna de Paris en 1871, de la dictadura revolucionaria de la inmensa mayoría en interés de la mayoría inmensa, quien puede ponerlo en duda. Pero no hay una receta única para todas situaciones.
Ese Marx acartonado de las “leyes del desarrollo histórico” de cinco modos de producción, de la inevitabilidad de ésta o aquella fase de desarrollo, de una sola línea de evolución socio-histórica, o de unas fases de sucesión políticas necesarias, ese Marx es solo una cuadratura de círculos y espirales marxianos. Es solo un invento de manuales para fabricar la mentalidad del aparato-partido-doctrina-única.
Esto no implica, por otra parte, desconocer el modo de ocultamiento de la idea radical-democrática que anima la subversión marxiana en aquellas coordenadas históricas, para la construcción de una comunidad de productores directos libremente asociados.
Este es el rostro de Marx en pleno siglo XIX: el humanismo militante y revolucionario del proletariado como clase emergente, y como ruptura de la matriz de relaciones de fuerzas que fundan los cimientos de la economía política del Capital.
Basta revisar los textos donde Marx anticipa distintas evoluciones políticas en los países modernos e industrializados de Europa en el siglo XIX, y donde se complejiza el asunto de la transición al socialismo, para refutar la idea de un dogma político de la transición basada en la llamada “dictadura totalitaria”.
Lo que si es correcto, es colocar a Marx en la categoría de la crítica radical a la democracia capitalista; es decir, de aquella apologética de los regímenes políticos que mantienen la “esclavitud material del trabajo asalariado formalmente libre”, separando forzosamente la esfera de las instituciones políticas de la esfera económica de los regímenes sociales de producción y su división social del trabajo, junto a la cuestión social que se deriva de las relaciones de apropiación-explotación.
Para Marx, en circunstancias donde al pueblo trabajador se le oprima mediante regímenes políticos despóticos de derecha, con escasa presencia de instituciones de la democracia social y política, el conflicto de clases tiende a asumir formas violentas. Una propuesta de revolución violenta se justifica en términos marxianos, cuando están bloqueados los caminos de una revolución por vías democráticas, legales y pacíficas. No es que se justifique la violencia por la violencia, es que las clases dominantes para Marx no entregan el poder, ni el mando ni los privilegios derivados de la explotación de buena gana, respetando la legalidad, los espacios y prácticas democráticas.
Así mismo, pese a sus contrastantes posiciones con muchas de las ideas de Marx, Lenin no luchaba contra un régimen político de amplias libertades, sino contra una autocracia despótica: el régimen zarista en un país con un sistema económico y una estructura social, nada comparable a Inglaterra, a Francia o a Alemania.
Desde allí, Lenin construyó su propia versión del “marxismo revolucionario”, una variante leninista del marxismo heredado de la propia codificación de la II Internacional, en continuidad y ruptura con éste.
Los críticos anti-totalitarios de derecha suponen que el camino de Lenin debió ser una transición democrática pactada con el Zar. Allí proyectan nuestros críticos anti-totalitarios de derecha, la actitud del cinismo ilustrado y la ignorancia de las circunstancias, lo que los lleva al palabreo teórico vaciándolo de su dimensión histórica efectiva.
Lenin interpretó no solo un legado teórico, sino unas circunstancias políticas. Tampoco es cierto decir: Marx=Lenin. Entre Marx y Lenin hay muchos cortocircuitos que quieren mantenerse ocultos.
Los críticos anti-totalitarios de derecha ignoran tanto la historia efectiva de los acontecimientos singulares de la revolución rusa, como sus circunstancias específicas, desconociendo además que la propuesta de Dictadura del proletariado no es originaria realmente de Marx, sino de Augusto Blanqui, de quienes participaron activamente en los acontecimientos de la Comuna de Paris.
Marx toma y corrige con suplementos democráticos esta tesis, al diferenciar una dictadura pura y simple de una minoría conspirativa de una “dictadura revolucionaria”, pues no hay en Marx complacencia con una “revolución de minorías”, ni un concepto de Estado, que no sea traducción o expresión de correlaciones de fuerzas de clases enfrentadas.
Por tanto, nada de defensa de un Estado-arbitro, ni de síntesis de un interés general, o de una esfera pública sin conflictos ni antagonismos. La forma política de la transición al socialismo es una forma-Estado en desaparición. La acrobacia estalinista de criticar al Estado para reforzar al Estado, no es una maniobra marxiana, aunque si es atribuible justamente a una degeneración burocrática que no se prefiguró por la veneración supersticiosa del estado propia del estalinismo, sino por la propia degeneración burocrática del partido bolchevique y su planteamiento sectario del ejercicio del poder.
Lo que más le duele a la crítica anti-totalitaria de derecha contra el pensamiento crítico de Marx, es que ésta “dictadura revolucionaria” se diferencia claramente de las “dictaduras de derecha”, abiertas o encubiertas, pues efectivamente, constituye un reconocimiento realista del momento de fuerza-coerción en la forma-Estado, más aún en momentos de transición donde se pone en juego la política instituyente de la inmensa mayoría en contra de la política instituida de las clases dominantes, no solo privilegiadas sino minoritarias.
Debemos repetirlo: entre el imaginario jacobino-blanquista y el pensamiento marxiano no hay una dócil continuidad, sino cortes, discontinuidades, rupturas. En cambio, es Lenin, quién si reivindica el jacobinismo, el blanquismo, una política que re-significa el “elitismo revolucionario” hasta llegar a la prefiguración del monolitismo del partido-único.
Otra cosa sucede en Marx. El proletariado organizado en clase política gobernante actúa conforme a la resistencia violenta que opongan las clases dominantes y grupos de poder articulados al dominio capitalista. Allí hay claridad política en Marx y Engels.
En Lenin, en cambio, comienzan a hacerse patentes, las llamadas sustituciones. La vanguardia organizada en partido cumple el "rol dirigente de toda la sociedad", pues las clases trabajadoras por si mismas sólo llegan a una conciencia “tradeunionista”, o de pequeños propietarios en el caso del campesinado.
Por tanto, la idea de “profesionales de la revolución” leninista, no puede ser equivalente con aquella otra idea que plantaba que la emancipación de las clase trabajadora será obra de ella misma.
Finalmente, en Marx hay un claro compromiso entre el desarrollo de la personalidad individual y el ser social, que se entronca con el comunismo libertario de todos los pelajes. El llamado comunismo de estado es harina de otro costal.
Lo que no es Marx, es un apologeta del anarco-individualismo, ni de nuestros contemporáneos anarco-capitalistas. Pero tampoco es una apologeta del estatismo autoritario. Ya el sobrino de Bonaparte había dejado huellas bastante marcadas en el pensamiento crítico de Marx, para rechazar cualquier forma de bonapartismo, despotismo del ejecutivo y estatismo autoritario.
Quien afirme que Marx justifica que el individuo quede subsumido al Estado, demuestra una patética ignorancia. Tiene mucha razón Hanna Arendt cuando dice que es difícil pensar sobre Karl Marx.
Ya desde los primeros tiempos posteriores a su muerte, las discusiones en torno a Marx fueron duras, con el añadido de que Marx hablaba abierta y directamente de política revolucionaria. Desde nuestro punto de vista, el titulo de Lenin a aquella clásica obra siempre fue engañoso. El asunto es “El Estado ó la Revolución”.
Los críticos anti-totalitarios de derecha, podrían volver a leer en profundidad a Hanna Arendt (“Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental”), si quieren comprender que entre Marx y muchos “marx-ismos” hay cortocircuitos, pues es la mismísima Arendt quién señala hay una ruptura mucho más brutal entre Marx y el bolchevismo, que entre Marx y los precedentes pensadores políticos de Occidente. En sus propias palabras: “(...) puede mostrarse cómo la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”.
Lo que Arendt plantea es la insistencia en la pertenencia de Marx a la tradición del pensamiento político occidental. Pero no hay en Arendt la patética equivalencia de nuestros enanos anti-totalitarios: Marx=Stalin.
El asunto es interrogar las circunstancias, condiciones y razones para que el totalitarismo estalinista haya surgido de una de las corrientes de interpretación inspiradas en el pensamiento crítico de Marx. Hasta allí, hay un programa de investigación.
El camino implica de-construir la equivalencia Marx=Stalin, que no es más un “script” de la derecha anti-comunista. Así mismo, de-construir la equivalencia Marx=Lenin o Marx=Kaustky, para superar las codificaciones oficiosas.
Cuando Arendt plantea en su crítica a Marx que en la sociedad sin clases ni estado de Marx, el concepto de libertad pierde todo sentido, “a menos que se conciba en un sentido completamente diferente”, llega a la medula del planteamiento.
La libertad liberal, como libertad negativa, no concibe el sentido completamente distinto de la libertad en Marx. Tampoco Lenin llega a comprenderlo. Allí, la crítica anti-totalitaria de derecha se queda, sencillamente, sin aliento. Allí también Lenin comienza la historia de sus extravíos sobre la democracia y libertad en Marx. Lo que para Marx fue esencial en la construcción del Socialismo, Lenin lo reduce a prejuicios pequeño-burgueses, al liberalismo adocenado. Lenin no logró comprender la diferencia entre pensamiento liberal y pensamiento libertario.
Es este aliento libertario (que no tiene ni la derecha ni el leninismo ortodoxo), el aliento que Benjamin y Bloch muestran cuando hablan de la historia de los vencidos y del principio esperanza.
Un Marx sin “ismos”, sin sacralizaciones sigue vivo, abierto, cálido y radicalmente crítico. Un Marx herético, flexible y radicalmente libertario y anti-estatista.
En muchos de sus escritos, sigue presente el aliento a la esperanza de los que fueron vencidos, y la potencia constituyente para quienes siguen construyendo caminos de Democracia Socialista.

jueves, 10 de junio de 2010

DEMOCRACIA SOCIALISTA O SOCIALISMO BUROCRATICO IV: ¿SON MARX Y ENGELS UNOS "ANARCOIDES CONTRA-REVOLUCIONARIOS"?

Javier Biardeau R.
"En el Estado toma cuerpo ante nosotros el primer poder ideológico sobre los seres humanos." (Engels)
“Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras que el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra “comunidad” (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana equivalente a la palabra francesa Comuna.”(Carta de Engels a Bebel-1875)
En el prólogo del extensamente citado: “El Estado y la revolución”, Lenin plantea:
“Después de su muerte (de los grandes revolucionarios), se intenta convertirlos en santos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así; rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola”.
Si se trata de transición post-capitalista, ¿Cómo ignorar a Marx y Engels? ¿Se trata de mellar y envilecer el filo revolucionario de Marx y Engels? ¿Quiénes pretenden echar a un lado el espíritu crítico radical a la veneración supersticiosa del Estado, crítica radical a la condensación o síntesis de la lógica de la dominación política?
Hay veneradores supersticiosos del Estado que hablan a los cuatro vientos de “Estado Socialista”, de “Estado revolucionario, de “Estado comunal”. Así no sólo estamos ante las “armas melladas del capitalismo”, como decía el citado Guevara, sino también ante las “armas melladas” del “socialismo burocrático”, del despotismo burocrático: el llamado “Socialismo de Estado” (Lasalle dixit), el viejo “Socialismo Realmente Inexistente” (y su “marxismo” de derecha).
Es imposible edificar modelos de socialismos participativos, democráticos, revolucionarios y libertarios desde la brújula del “marxismo burocrático”. Esto sería un contrasentido, pues conlleva un peligroso extravío; más aún si se pretenden pasar de contrabando ideológico todas las bagatelas del estalinismo y del marxismo soviético, como si fuesen ideas y valores del “nuevo socialismo”.
Desde nuestro punto de vista, también las ideas anti-estatistas de “El Estado y la Revolución” de Lenin (incluyendo las propias adulteraciones que hace Lenin de frases de Marx y Engels) fueron metabolizadas por la contra-revolución estalinista.
Stalin enarboló toda una maquinaria de propaganda alrededor de las “banderas del leninismo”. Sin embargo, existen por lo menos tres cuestiones interrelacionadas en el llamado “leninismo”, que son fundamentales para abordar los extravíos de las transiciones post-capitalistas a la democracia socialista:
a) una cuestión política que gira alrededor de la tesis de la “dictadura revolucionaria del proletariado”, re-significada en clave de “Estado Socialista” o “Estado revolucionario” (una patética contradicción en los términos). La manera de resolver esta cuestión es profundizar en el régimen comunal, la democracia participativa y en el poder popular.
b) una cuestión económica que gira alrededor del papel progresivo de las Estatizaciones y del “Capitalismo de Estado”. La manera de despejar este asunto está en la propiedad social directa, el control obrero, los consejos de fábrica para la autogestión obrera coordinada mediante la planificación democrática de conjunto.
c) una cuestión epistemológica, derivada de la “interpretación positivista, mecanicista, naturalista de la ciencia”, presente en la tesis del llamado “socialismo científico”, así como en la tesis: “la ciencia socialista proviene sólo desde afuera del movimiento de los trabajadores y trabajadoras”. Para esta cuestión solo hay el camino de la ruptura epistemológica con los modos de producción, validación y legitimación de conocimientos que reproducen la lógica de la dominación social.
Nuestra posición es que haber descuidado el entrelazamiento de estos tres aspectos, explica la ceguera que facilitó la edificación del estatismo autoritario en la URSS, y en general en el campo socialista. Sin una crítica radical y revolucionaria a estos tres eslabones, será muy difícil no repetir los errores del despotismo burocrático.
Habría que recordar algunos planteamientos básicos del “comunismo de consejos”, cuando afirmaba que: “La lucha del proletariado no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el Poder del Estado, sino también una lucha contra el Poder del Estado mismo” (Antón Pannekoek).
Mientras Marx planteó su aguda crítica contra cualquier deificación del Estado, colocándolo por encima o sobre la sociedad, la experiencia posterior condujo a un fortalecimiento del estatismo burocrático-autoritario.
En una silenciada polémica con lo que sería las afinidades coyunturales entre el “cristianismo aplicado” de Bismark, su “revolución desde arriba” y los planteamientos estatistas de Lasalle, Marx planteó en contraposición (Crítica al Programa de Gotha):
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”.
¿Dijo usted órgano subordinado a ella? En su crítica Marx planteó:
“Cabe, entonces, preguntarse: ¿que transformación sufrirá el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista medía el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”
Marx habla de un Estado de transición, transición que indica el paso de la forma-Estado a la forma-Comuna, y clarifica que el proletariado debe convertirse en clase política gobernante (Manifiesto Comunista). La forma-Comuna quiebra el poder estatal moderno, dice Marx en su compresión histórica de la Guerra Civil en Francia:
“He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo. Sin esta última condición, el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipado el trabajo, emancipado cada ser humano.”
Dominación política de los productores directos, del pueblo trabajador, no del ejército permanente, ni de los privilegiados, ni de la burocracia de Estado, que para Marx son problemas claves en la definición del Poder del Estado moderno.
Enunciados que deben interpretarse en su contexto ideológico e histórico obviamente, pero sin omitir sus profundas implicaciones como crítica radical a la lógica de la dominación:
“Cuando la Comuna de París tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando, por primera vez en la historia, simples obreros se atrevieron a violar el privilegio gubernamental de sus "superiores naturales" y, en circunstancias de una dificultad sin precedentes, realizaron su labor de un modo modesto, concienzudo y eficaz, con sueldos el más alto de los cuales apenas representaba una quinta parte de la suma que según una alta autoridad científica es el sueldo mínimo del secretario de un consejo de instrucción pública de Londres, el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville.” (Marx: La Guerra Civil en Francia)
Demolición del prejuicio de los “superiores naturales”, demolición de la separación entre gobernantes y gobernados, demolición de la burocracia de Estado, demolición del privilegio, demolición de su lógica (razón de Estado) y de su policía (vigilancia y represión contra el pueblo trabajador). Demoliciones que colocan en pánico a nuestros sinecuristas del Estado, nuestros enanos cuasi-hegelianos y peor aún; sacerdotes veneradores de la máquina-Leviathan de Hobbes.
Frente al despotismo burocrático o estatismo autoritario, no ha quedado otra ruta que la revolución democrática y socialista ininterrumpida. Emancipación política y emancipación social ininterrumpida del pueblo trabajador. Para suprimir los peores lados de este mal (el mal de la forma-Estado), por la vía de una democracia cada vez más participativa y directa. Socialización del poder, lo que no puede confundirse con la estatización del poder, que es la semilla podrida de la veneración supersticiosa del Estado.
Lenin elaboró toda una línea política, intentando ser consistente con lo planteado por Engels en 1891 y 1895(y por Marx desde mucho antes), con relación a la radicalización del poder proletario directo en la República Democrática, desde una “revolución de la mayoría”, desde la muchedumbre popular y plebeya. Sin los miedos liberales a la “tiranía de la mayoría”, sin los extravíos estalinistas de la “Dictadura burocrática sobre el proletariado”.
El poder constituyente de la multitud popular, del pueblo trabajador, de las clases trabajadoras del campo y la ciudad, es disuelto sin embargo por la codificación estalinista en la “Dictadura burocrática sobre el proletariado”, institucionalizado la ideología del “elitismo revolucionario” (El aparato-vanguardia ó el aparato-camarilla omnipotente) Allí se produce la disyunción entre la revolución democrática y socialista. Allí reside la genealogía histórica del despotismo burocrático.
Como ha planteado Aníbal Quijano en su estudio sobre José Carlos Mariátegui (Textos básicos-1995; FCE):
“Con los muros estalinistas se derrumba, ante todo, un tipo de poder cuyo rasgo sobresaliente es el despotismo burocrático. En la historia de su formación y consolidación, esto es, en la acción de sus protagonistas, aquella idea orgánica de totalidad social, así como el evolucionismo positivista, han ejercido un papel muy marcado. Sin aquella idea de totalidad, no se podrá explicar ni el “centralismo democrático” que presidió la historia del partido bolchevique, ni la “unidad monolítica” de esa organización después de su captura del poder; ni el estatuto legal privilegiado que esa organización tuvo, en la entera jurisdicción del nuevo estado, exclusivamente por los miembros de dicha organización; ni la total estatización de los recursos de producción; ni el control partidario-estatal de todas las instituciones formales de la sociedad, incluidas las de la vida cotidiana de la población – inclusive de la imaginación artística -, tal como quedó codificado en el zdanovismo.” (Prólogo; p. XIV)
La dogmática estalinista se hizo a partir de la des-contextualización histórica y teórica de los enunciados de Marx y Engels, eliminando su mundanidad histórica, social y política, su mundanidad proletaria. En el estalinismo, se trataba de textos manipulados por la inmundicia burocrática, tejidos por la intencionalidad de un cálculo político para justificar una política oficial sobre la potencia subversiva del marxismo (El destino trágico de Riazanov muestra, el dictat de la política cultural estalinista con relación a los textos de Marx).
Pero estas adulteraciones venían desde la cuna del marxismo bolchevique. Como ha planteado Adam Schaff (en su texto: “El comunismo en la encrucijada”), fue Lenin quién modificó deliberadamente el siguiente enunciado de Engels:
“Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución Francesa.”
Lenin adultera el enunciado en “El Estado y la Revolución” de la siguiente manera:
"Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado.”(El Estado y la Revolución; cap IV).
Cualquier lector no desprevenido reconoce que “la forma especifica” no es equivalente a “el acceso más próximo”. Forma-Comuna en la República Democrática, que prefigura la democracia de consejos, implica algo muy distinto a una forma-Estado, por más obrero que fuese, ya que lo que prevalece son las deformaciones burocráticas.
A partir de allí, es fácil comprender la precariedad del imaginario democrático en la construcción del socialismo en la URSS, el bloqueo teórico-ideológico para abordar las tareas políticas de la transición post-capitalista, así como la imposición sobre los soviets-consejos de la “línea correcta del partido-aparato”.
El marxismo bolchevique se transformó, de máquina subversiva de lucha a prefiguración de la camarilla omnipotente del centro político burocrático, aparato-partido que participó en varios eventos sintomáticos de la “unidad monolítica”: liquidación de pluralidad de partidos no zaristas, liquidación de la “oposición obrera”, liquidación de trabajadores en Kronstadt, liquidación de la “oposición de izquierda”, purgas históricas contra la vieja dirección bolchevique, estalinización del partido, procesos concatenados y cruzados por hilos conductores que van de una revolución democrática ininterrumpida abierta en 1905 a una contra-revolución burocrático-despótica sellada en 1934. Lección histórica para la izquierda de aparato, con su pantalla protectora: la “mitología soviética”.
Además, la concepción epistemológica en el "Qué Hacer" (Lenin) de la formación de la conciencia revolucionaria, viene suministrada a los trabajadores desde el exterior y desde una instancia superior, a través del partido-aparato (unidad de “ciencia socialista” y “dirección política”), en una clara manifestación de una concepción jacobina-blanquista de la revolución. Una verdadera epistemología autoritaria y reaccionaria, para nada implicada con una crítica radical de las relaciones de poder, saber y verdad en el terreno de la construcción de una plataforma teórica crítica radical a la lógica de la dominación.
La gran estafa ideológica de quienes hace uso y abuso de los términos y de los razones propias de la gramática ideológica del estalinismo, de los manuales del marxismo soviético (socialismo en un solo país, exaltación del partido-único, planificación burocrática, propiedad estatizada, deber de sumisión ideológica, hegemonía autoritaria, Estadolatria) es hablar en nombre del socialismo revolucionario y radicalmente democrático, olvidando y omitiendo deliberadamente los planteamientos en clave de emancipación social y política de Marx y Engels.
De acuerdo con esta gramática ideológica, propia de paupérrimos lectores de Marx y Engels, no hay más socialismo que el “Socialismo de Estado”. Su hilo espiritual los retrotrae a figuras históricas aparentemente distantes como Stalin y Lasalle, convirtiendo a Marx y Engels en “espíritus anarcoides”. Tanto el Estado-Gulag estalinista como el Estado-Providencia reformista expulsan la pertinencia de Marx y Engels, porque mantienen la utopía concreta de la extinción de la forma-Estado. Tesis imperdonable, pues desmonta el arché de las filosofías del Estado.
Se ha omitido el siguiente enunciado de Marx:
“La República de Platón, en lo que se refiere a la división del trabajo, como principio normativo del Estado, no es mas que la idealización ateniense del régimen egipcio de castas; para algunos contemporáneos de Platón como Isócrates, Egipto era el país industrial modelo, rango que aún le atribuían los griegos en la época del Imperio romano” (El Capital; cap XII, p.299)
La realidad histórica de la praxis revolucionaria no tardará mucho en desenmascarar estas estafas ideológicas en clave de bagatela platónica (régimen de castas), y por cierto, también estalinista, con su nomenclatura. Sólo los incautos pueden convenir que Marx y Engels no realizaron una crítica radical a la forma-Estado (a todo Estado, camaradas). Para los sicofantes estalinistas, Marx y Engels son parte de las filas “anarcoides”, de “saboteadores y contra-revolucionarios”. Acrobacias retóricas de burócratas de médula y corazón.
Obviamente, estas interpretaciones expresan un verdadero “pánico” para abordar directamente, “sin retardos y sin excusas”, al modo cómo Marx y Engels desmontan toda la mitología supersticiosa sobre la forma-Estado. No olvidemos que las formas ideológicas fungen de complemento solemne de justificación, sobre todo de aquella forma-Estado edificada por la contra-revolución burocrática y sus derivados históricos, bajo control total del partido-aparato, luego de realizadas las llamadas purgas contra los “saboteadores, criminales, traidores y contra-revolucionarios”.
Engels plantea: En el Estado toma cuerpo ante nosotros el primer poder ideológico sobre los seres humanos. Gramsci planteará el mismo espíritu crítico en sus elementos de política. Hacer saltar la división jerarquica naturalizada entre gobernantes y gobernados. Engels: Hacer saltar el viejo poder estatal y sustituirlo por otro nuevo y realmente democrático. Léase atentamente: realmente democrático. Mirad la Comuna, decía Engels, he allí la dictadura del proletariado. Mirad a la URSS en 1934, he allí la dictadura burocrática sobre el proletariado.
Hay que analizar aquella carta a Bebel en 1875, sobre todo los párrafos que todos los estalinistas avergonzados (así como los capitalistas de estado y los capitalistas neoliberales), quieren hacer desaparecer del mapa mental de las clases trabajadoras:
“Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras que el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra “comunidad” (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana equivalente a la palabra francesa Comuna.”
Claro desplazamiento de la forma-Estado a la forma-Comuna. Lo que Engels, no imaginó fue el uso del termidor estalinista de los adversarios de la revolución. Se inventaron tantos adversarios, que el Estado se hizo en la práctica, reforzado y eterno. Y es que las corrientes que promueven el despotismo burocrático comparten con el Capitalismo de Estado, la fe supersticiosa del Estado, su burocracia, su lógica y su policía.
Cuando se deviene en funcionario ideológico de la burocracia, lo menos que se puede esperar, es una defensa de la Estadolatria (¡La existencia social condiciona de alguna manera la conciencia!). Pero Estadolatria no es Socialismo. No se confunda.
Desde el punto de vista del estalinismo, Marx y Engels tendrían una visión pequeño-burguesa de la Revolución, porque hablan de “extinción del Estado”, de suprimir los peores lados de este mal. La crítica marxiana a la defensa de las tropelías de la burocracia estatal, ya había sido contemplada por Engels en su carta a Bebel (1875):
“Si se dijera «administración por el pueblo», quizá tendría algún sentido. Falta, igualmente, la primera condición de toda libertad: que todos los funcionarios sean responsables en cuanto a sus actos de servicio respecto a todo ciudadano, ante los tribunales ordinarios y según las leyes generales.”
Emancipación social sin emancipación política no es socialismo. Gobierno despótico sobre la ciudadanía, sin control popular del poder burocrático, no es socialismo. Eso que llamamos actualmente “contraloría social” había sido prefigurado por Marx en la forma-Comuna: control popular del aparato burocrático y sus desmanes, revocabilidad y juicio inmediato, por su falta de responsabilidad social y quiebre del sentido de servició público hacia el pueblo trabajador.
¿Quién controla a los controladores estatistas? Sólo el pueblo organizado, sólo el poder popular organizado puede liquidar los desmanes de la burocracia. Para los Capitalistas de Estado, el poder popular debe ser sólo un simple apéndice subordinado, con los ojos vendados y con la lengua amarrada, para garantizar que se protejan los superiores intereses materiales; y así dejar libres sus manos para las tropelías necesarias a la acumulación delictiva y patrimonial del Capital. Esto obviamente, no es ningún Socialismo.
Quienes confunden en la fase política de transición, una forma-Estado radicalmente transformada y democratizada de abajo hasta arriba, sacudida en su lógica burocrática y policial por acción del pueblo, a través de los consejos de poder popular para convertirla en forma-Comuna, que lo confundan con las figuras históricas del estatismo autoritario, su máquina despótica, que caracterizó a las experiencias históricas del “socialismo realmente inexistente”, son verdaderos estafadores ideológicos del proyecto de la democracia socialista.
Partiendo de estos breves elementos teóricos de Marx y Engels, es posible plantear que hay dos condiciones concretas para abordar el espinoso asunto de la forma-Estado en la transición al socialismo en Venezuela:
a) La concepción liberal-socialdemócrata que prevalece en la definición del “Estado Social y Democrático de Derecho y de Justicia” vigente en la constitución de 1999, que no puede ser “saltada a la torera”, ni con elasticidades semánticas ni con trampitas jurídicas de bajo vuelo.
No es posible confundir esta “forma de Estado” con algo equivalente a la doctrina marxista-leninista del “Estado Socialista”, propia de los “socialismos reales”. Frente a este límite constitucional, no hay enmienda ni reforma posible, ni recursos a la legalidad ordinaria que puedan modificar sus principios fundamentales, ni su sello constitutivo. De allí que una transición post-capitalista radical pasa por el camino constituyente de facto ó in jure;
b) La ausencia de un pensamiento crítico y creativo sobre el proyecto socialista venezolano que no repita los errores ni los axiomas del socialismo burocrático, que precise las conclusiones del balance de inventario crítico de las experiencias históricas de la transición post-capitalista para las condiciones específicas del siglo XXI.
Allí no hay posibilidad de seguirle haciendo trampas ni a Marx ni a Engels, en nombre de un “marxismo imaginario”. Una teoría crítica radical parte de estas fuentes teóricas (Marx y Engels sin sufijo), no para dogmatizarlas ni codificarlas, sino para desmontar la falacia teórico-ideológica que pretende justificar el socialismo burocrático como un modelo de emancipación social y política.
No hay conducción revolucionaria sin clase trabajadora organizada como clase política gobernante. Léase atentamente la frase anterior, pues no hay posibilidad de sustituir el poder popular, el poder constituyente, la conducción colectiva de una revolución por centros políticos burocráticos ni por mitos salvíficos de sello cesarista.
El Socialismo es la superación histórica de la sociedad capitalista, de sus formas políticas de síntesis-integradora de los conflictos y antagonismos de clase. La forma-Estado deviene históricamente síntesis de la sociedad capitalista; la forma-Comuna deviene históricamente régimen político de la sociedad socializada.
Esa nueva totalidad no tiene nada de integración orgánico (paradigma de cualquier totalitarismo), sino que traduce la multiplicidad articulada del campo popular y de las clases trabajadoras, su diversidad y riqueza constitutiva, sin ninguna integración subordinada ni sujeción a una burocracia de Estado.
Engels lo decía con extraordinaria agudeza: “La gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de los funcionarios bien retribuidos.”
A diferencia de quienes hablan de supresión inmediata del Estado (eliminar el Estado por decreto, algo bastante paradójico), se trata de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, y como planteaba Engels, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.
Lucha por el socialismo. Deshacerse de ese trasto viejo de la forma-Estado. Sólo los espíritus reaccionarios no pueden desprenderse de la ficción-Estado. Mirad la Comuna, decía Engels, allí está la dictadura del proletariado.
Sacerdotes de la totalidad orgánica, dejen de rezarle tanto a la forma-Estado. Estado dosificado, pero Democracia social, económica, política y cultural en sobredosis. Allí reside la Democracia Socialista.
La administración, coordinación, planificación y defensa de una sociedad depende no de la veneración supersticiosa del Estado, sino de su transformación en un Estado democrático radicalizado hasta tal punto, que de paso históricamente al régimen comunal, al sistema de Comunas en una República Democrática.
Se extravían quienes hablan de “Estado Comunal”. Se trata más bien de un “régimen comunal”, de un “sistema de Comunas” articuladas mediante un plan general. Marx y Engels trazan una utopía, ciertamente, pero una “utopía concreta”, viable, realizable, sustentable, desde la praxis de las clases trabajadoras, del pueblo trabajador, más allá de la ideo-lógica de la forma-Estado como aparato burocrático.
Estatismo: sacerdotes que le rezan a la forma-Estado: por ese camino sobreviene el despotismo burocrático. Sobreviene la nomenclatura. La contra-revolución, como decía Brinton, está en manos de la lógica, la burocracia y la policía de la forma-Estado.
El sentido de sociedad emancipada, de sociedad auto-regulada como la denominaba Gramsci, depende de máquinas de lucha y de deseos profundos de liberación personal y social, de insumisión del cuerpo y la palabra, no de mandatos sobre-impuestos a la multitud popular. No queremos mazamorra ni rebaño ni ganado electoral, deseamos multitud emancipada social, cultural y políticamente.
El pueblo trabajador, con sus organizaciones sociales y políticas, con su conducción colectiva revolucionaria, puede constituirse efectivamente en clase política gobernante, si no delega su poder como clase para sí en ningún centro político burocrático ni en ficciones que lo sustituyan. No se confundan, la forma-Estado es el fetiche supremo de la nomenclatura.
Democracia directa de consej0s de trabajadores y consejos del poder popular, democracia participativa, democracia protagónica revolucionaria. Allí si hay consistencia con Marx y Engels.
Sin patronos, sin reyes, tribunos, ni farsas representativas… y menos, con capitalistas y burócratas, símbolos patéticos de corrupción y privilegio…de nomenclaturas y nuevas clases político-económicas…todas podridas…
¡O Democracia Socialista o Barbarie!

lunes, 7 de junio de 2010

DEMOCRACIA O SOCIALISMO BUROCRATICO-III: QUIENES OLVIDAN A MARX Y ENGELS...VUELVEN A TROPEZAR CON LA MISMA PIEDRA

Javier Biardeau R.
“El socialismo y la organización socialista deben ser construidas por el propio proletariado, pues si no es así, no habrá ninguna edificación; surgirá otra cosa: el capitalismo de Estado”. Ossinskij
Hemos planteado que entre democracia socialista y socialismo burocrático hay una separación radical de caminos, de métodos y horizontes. Hablar de “socialismo burocrático” es ya una concesión problemática. Habría que colocar el acento en las imposturas socialistas: el colectivismo burocrático, el estatismo autoritario, el despotismo o totalitarismo de izquierda, el “socialismo realmente inexistente”. Pero la experiencia de los “socialismos y comunismos de estado”, del “comunismo grosero”, como lo llamó Marx en sus Manuscritos de Paris, es parte de los extravíos de la izquierda.
Es imprescindible recuperar ciertas orientaciones. Retornar a la brújula-Marx-Engels a pesar de su insuficiencia, pues llama la atención la profunda precariedad teórico-ideológica de quiénes hablan a los cuatro vientos de “Estado Socialista”, de “Estado Revolucionario”, de “Estado Comunal”, sin pasearse por la crítica radical a la “forma-Estado” en el pensamiento crítico de Marx y Engels.
¿Por qué no se lee a Marx o a Engels sin el filtro del sufijo? ¿Dijo usted sufijo? Si, sin el filtro del -ismo, de las codificaciones de los marxismo(s), hechos vulgarizaciones, manuales de aparato-partido o clichés de la razón del aparato-Estado.
En el caso venezolano, inquieta el silencio sobre la obra abierta y crítica de algunos personajes que leyeron a Marx sin el dominio o la hegemonía ideológica del sufijo; por ejemplo, Juan David García Bacca en dos textos emblemáticos: “Humanismo teórico, práctico y positivo según Marx”; y “Presente, pasado y porvenir de Marx y del marxismo”.
Se trata de textos que problematizan, que debaten polémicamente, no de farragosos manuales que repiten las letanías y farsas teóricas que se han instituido en nombre del “materialismo dialéctico” y del “materialismo histórico”.
Podríamos abundar en otros ejemplos. Abordar la obra crítica de Ludovico Silva (que sigue siendo sistemáticamente descartada como referencia, en su teoría de la alienación como sistema), o quizás una de las mayores demoliciones de las entelequias del marxismo burocrático: los textos poco leídos y menos asimilados de “epistemología dialéctica, humanismo militante y teoría dialéctica de la totalidad social” de Rigoberto Lanz (Dialéctica del Conocimiento, el Marxismo no es una Ciencia, Marxismo y Sociología, Razón y Dominación), o la recepción de Lukaks y Lucien Goldmann de Miguel Ron Pedrique. O quizás, el trabajo realizado desde grupos de “Filosofía de la Praxis” en diferentes universidades venezolanas (por ejemplo, en la UCV). Así mismo, la obra teórica madura de J.R. Nuñes Tenorio donde se aborda una lectura directa de Marx. Esto sin hablar de múltiples trabajadores y trabajadoras intelectuales, quienes han elaborado “ciencia social-histórica crítica” en todo el siglo XX venezolano (Salvador de la Plaza y toda la cohorte de marxistas críticos del país), lecturas sobre Marx y desde Marx sin el tamiz de las estructuras y aparatos burocráticos de domesticación del pensamiento. Para comprender la realidad, para transformar la realidad.
¿Que significan estas lecturas en contraste con tanta citación al “marxismo”? No sacrificar el talante crítico y revolucionario de la obra abierta de Marx en nombre de una subordinación castradora a los dictat del “comunismo de aparato”, ó a la línea política coyuntural de los "partidos revolucionarios", de espaldas completamente al espíritu revolucionario en Marx, obsesionados más con las definiciones ideológicas en función de adhesiones automáticas, o para el adoctrinamiento de cuadros en el campo de poder, con la consabida recepción acrítica del legado teórico de la revolución rusa, la revolución china, la revolución cubana y tantas otras “revoluciones parciales”.
Allí reside el principal obstáculo de pensar un nuevo tipo de revolución para el siglo XXI, en desembarazarse del archivo histórico de enunciados, que parten de un efecto de desconocimiento de la obra abierta y radicalmente crítica de Marx, y dicen hablar en su nombre.
A pesar de este pequeño detalle, siguen hablando en nombre de un “marxismo religioso o imaginario”, un marxismo que tiene nada o poco que ver con el pensamiento de Marx sin sufijo, con el espíritu crítico de Marx de carne y hueso, del humano-demasiado humano Marx.
En fin, sin desprenderse de todo el legado del marxismo burocrático, del marxismo-leninismo, ¿cómo desprenderse del estalinismo? ¿Cómo hacerlo, si Bujarin, por ejemplo, y sobre todo Stalin jugaron el papel de agentes codificadores del marxismo-leninismo ortodoxo? Sin desprenderse del Leninismo o el Trotskismo ortodoxo, ¿Cómo valorar los contrastes entre Marx y Lenin, entre Marx y Trotsky, entre Lenin y Trotsky? Sin desprenderse de las lecturas que ignoraron olímpicamente la crítica de Marx a la filosofía del derecho de Hegel, sin asimilar los Manuscritos de Paris, la Ideología Alemana, la Miseria de la Filosofía, o el carácter trunco tanto de los Grundrisse como, ¡Oh sorpresa!, del mismísimo Das Kapital, ¿cómo declararse pomposamente “marxista”?
¿Como releer con menos prejuicios a Luxemburgo, Kautsky, Gramsci, Jaurés, Lukacs, Korsch, Labriola, Adler, Bujarin, Pannekoek, Gorter, Kollontai, Trotsky, Sartre, Castoriadis, Adorno, Marcuse, Horkheimer, Habermas, Lefevbre, Rubel, Bottomore, Agnes Heller, Sánchez Vásquez, Meszaros y tantos otros? ¿Como leerlos sin el filtraje estalinista?
¿Cómo releer a Mariategui, Bagú, Caio Prado, Mella, Luis Vitale, Florestán Fernández, Quijano, Flores Galindo, Cornejo Polar, Dos Santos, Marini, Bambirra, Cueva, Torres-Rivas, Ianni, Weffort, Stavenhagen, González Casanova, Martínez Heredia, Zavaleta o Fals Borda sin reproducir el complejo del colonizado?
Leerlos es navegar entrelineas por diversos enfoques o perspectivas inspiradas en Marx, sin abandonar un ápice el pensamiento crítico marxiano. ¿Cómo no leer la polémica que atraviesa a tantos otros y otras voces en la actualidad: como Borón, Samir Amin, Wallerstein, Arrighi, Katz, Kohan, Holloway, Lebowitz, Harnecker, Dieterich, Dussel, Laclau o Negri?
¿Cómo reducir tantas líneas contrastantes en un esquema doctrinario que diga: “materialismo dialéctico-materialismo histórico”, “marxismo-leninismo”, que diga “Stalin, Mao, Fidel o Guevara”, o que patéticamente vuelva a dibujar la bandera de las espadas heroicamente entrelazadas: “Marx-Engels-Lenin-Stalin-Mao”?
Hay marxismo(s) de marxismo(s)… hay neo-marxismos, anti-marxismos, ex marxismos y post-marxismos. Y a pesar de todos sus contrastes y antagonismos, todos pueden acordar que algo más allá de Marx, pero que no se puede ignorar simplemente al espíritu crítico Marx.
Sólo bastaría pasearse por las principales corrientes del marxismo en el siglo XX, analizar críticamente los regímenes político-económicos que hablaron en su nombre como “ideología de Estado”, para poner las barbas en remojo.
Un retorno al espíritu crítico-Marx será un antídoto necesario para contrastar tantos disparates, para asumir que la formación de la “conciencia revolucionaria” no tiene nada que ver con el adoctrinamiento, con ningún automatismos psíquicos, o con la propaganda de masas.
Por ejemplo, ¿quién duda que en Marx hay no solo una crítica de la economía política burguesa, sino una crítica de radical a la “veneración supersticiosa del Estado” (de cualquiera, por cierto)?. Que cuando se habla de estructura de mando y explotación en el Capital y en los Grundrisse, se abordan simultáneamente las relaciones de dominación-explotación, y su posible superación en los procesos de transición post-capitalistas.
Se escucha con estupor tanta vociferación escéptica sobre la “extinción del Estado” en Marx, como sí fuese una idea simplemente utópica en el peor de los sentidos, lanzada para un largo plazo indefinido, lo que supone que hay que tragarse toda los contrasentidos sobre el llamado “Estado Socialista” del siglo XX. ¡Pamplinadas!
Es Marx, quien no separa la construcción de un modo de producción asociativo de la democracia absoluta. Es Marx quién concibe un Estado democrático radicalizado transitando hacia una forma-Comuna. Separar la economía social de la democracia radical, es no entender nada de la significación explosiva de la frase:
“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (Manifiesto del Partido Comunista-1848)
Se trata no sólo de una revolución anticapitalista en el terreno de los modos de producir, distribuir y consumir propios de la vida material, sino de una revolución democrática de vasto alcance que no se detiene en las fronteras instituidas de la democracia capitalista y sus instituciones representativas, sino que despliega el horizonte de la democracia sustantiva o absoluta.
No hay que olvidar que el gobierno en el Estado representativo moderno, viene a ser, pura y simplemente, una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. ¿Acaso usted habla de sociedades sin Estado? ¡Usted es sencillamente un anarquista!
Analicemos el asunto detenidamente. En Marx y Engels es posible reconstruir una crítica radical a las formas de dominación burguesas; entre ellas la forma-Estado capitalista. Sobre todo en Marx, que no claudicó ni por afanes pedagógicos en la radicalidad de la crítica. Incluso, no hay manera de realizar un montaje textual entre la precisa formulación de Marx: “Dictadura revolucionaria del proletariado”, presente de manera escueta en el Programa de Gotha-1875 como forma política de la transición, y una nueva forma de mando-explotación sobre el proletariado (Por cierto, el colectivismo burocrático-despótico confunde a Marx con la irónica formulación, que Trotsky planteara tempranamente, criticando precisamente a Lenin: “Dictadura sobre el proletariado”- Trotsky, Nashi Politícheskie Zaduchi, (1904) (Nuestras tareas políticas), panfleto traducido y citado por Deutscher en El profeta armado, Ed. Era, págs. 94-96).
Marx se preguntaba en 1875: “¿Que transformación sufrirá el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra Pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema.”
En Marx, eso de hablar de “Estado de todo el pueblo” no permite acercarse ni un pelo a la solución del problema (contra la interpretación coagulada por Stalin). Por una sencilla razón, la diferencia entre Marx y los Estatistas burocráticos y despóticos, reside en que para Marx no desaparece el horizonte de la “extinción del Estado”, mientras que para la “Estadolatría”, el principio de dominación Estatal se hace eterno.
Para la Estadolatría asociada a los Socialismos Reales, la fase de transición inicial se vuelve, por efectos de la real-politik tan larga” que se transfigura en algo “intemporal”. Justificación real-politik del “Estado socialista”. Apología de la forma-Estado, restauración de nada mas y nada menos que… Hegel. De allí, que se cuelen las confusiones entre el Estatismo nazi de Carl Schmidt y el Anti-estatismo revolucionario de Karl Marx.
Mientras los funcionarios orgánicos del consenso de la burguesía, hacen apologías de las relaciones de explotación capitalistas, los funcionarios orgánicos del consenso de la nomenclatura, hacen una apología de las relaciones de opresión política, propias de la Estadolatría, del colectivismo burocrático-despótico.
Decía Marx: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”
La polémica Dictadura-Democracia fue central entre Kaustky y Lenin, por ejemplo. Obviamente, si se presume ser revolucionario, se opta por Lenin. Pero también lo fue entre Pannekoek y Gorter, contra Lenin. Allí comienza el lenguaje de las desviaciones sociales. ¿Dijo usted Pannekoek? ¡Desviación de izquierda! En esto consiste el juego del control del "acróbata audaz": repartir desviaciones a la derecha (reformistas) y a la izquierda (ultra-izquierdistas). Repartir superlativos a diestra y siniestra. En esto, Stalin y luego Mao fueron ejemplares, todo en función de la “línea correcta” del “mande-comandante” de ocasión.
Pero la historia en Marx es otra. El proletariado, estimados y estimadas, no era en ningún caso un centro político burocrático, sino la antesala para la construcción de una sociedad sin antagonismos de clase, sin clase dominante, sin patronos, reyes, tribunos, dioses, si alienaciones económico-políticas.
Para decirlo en términos de etnología: ¿Quién ejercerá la jefatura política? No se confunda: no será un Comandante, no será un Comité Central, no será un Buró Político, no será un Partido Único. Gramsci aún se imaginaba al "príncipe moderno" garantizando vía partido, la “unidad de mando”. Lenin moría intentando ampliar la composición del Buró Político, angustiado por el poder de la burocracia y los síntomas fraccionales: Stalin por allá, Trotsky por aquí (¡A leer el testamento de Lenin!). Pero era por ausencia de democracia interna, por haber liquidado la democracia fuera y dentro del partido. Era por ausencia de una mayoría proletaria en el seno del partido. En Marx, es el proletariado organizado como “clase política gobernante”, no la cadena de sustituciones anteriormente mencionadas, ni partido único, ni vanguardia, ni personalismo-caudillista (No olvidemos la certera crítica de Marx al “Bonapartismo”).
Obviamente habrá dominados en las primeras etapas: clases que anhelan la restauración de las condiciones de explotación y opresión anteriores, pero no será en ningún caso, la dominación de la minoría sobre la mayoría, no es la dominación del centro político burocrático sobre las clases trabajadoras, ni sobre los pueblos originarios, ni sobre las mujeres, ni sobre los estudiantes, los profesionales, científicos o cuadros técnicos, ni sobre la “plaga” de intelectuales pequeñoburgueses, anarcoides y reformistas.
El peligro de toda revolución que aspire a ser tal, es trastocarse e invertirse en una contra-revolución hacia dentro, es mutar de una pasión de liberación a un patético afecto policial típico del sectarismo. De los afectos policiales nace la mentalidad de los “Apparatchiki”, funcionarios a tiempo completo del aparato de partido, o del puesto administrativo, con su obsesión por el cargo de responsabilidad burocrática o política, con su anhelado sueño de ingresar a la lista de los privilegiados de la nomenclatura.
Para Marx y Engels, hay innumerables referencias críticas a los polizontes de la burguesía. No conocían aún a los polizontes de la burocracia. Por otra parte, sobre el futuro régimen estatal de la sociedad comunista, sólo hay indicaciones, pero hay una de ella que no puede dejarse de lado. Aparece en Engels (Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico-Capitulo I):
“En 1816, Saint-Simon declara que la política es la ciencia de la producción y predice ya la total absorción de la política por la Economía. Y si aquí no hace más que aparecer en germen la idea de que la situación económica es la base de las instituciones políticas, proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración de las cosas y en la dirección de los procesos de la producción, que no es sino la idea de la «abolición del Estado», que tanto estrépito levanta últimamente.”
En el Capitulo III del mismo texto, continúa Engels:
“El modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución. Y, al forzar cada vez más la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución ha de producirse. El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado.”
Pero no se confunda. Hay “estatizaciones” de “estatizaciones”. Hay una gran diferencia entre las “estatizaciones” y “nacionalizaciones” que se realizan “en nombre” del socialismo “en abstracto”, sin tomar en consideración la condición política sine qua non necesaria para la transición post-capitalista planteada por Marx y Engels: “El proletariado toma en sus manos el poder del Estado”.
Lo que Marx plantean para el desarrollo de un modo de producción asociativo, se llama socializaciones económicas. En fin, si una estatización o nacionalización no conduce a la socialización económica y a la propiedad social (no a la propiedad estatal), estimado y estimada, ponga las barbas en remojo, usted va derechito, sin estaciones intermedias, directo al imaginario estatista autoritario del socialismo burocrático.
Mientras no exista poder proletario (no sólo “control obrero” limitado, sino poder obrero efectivo) en el Estado de transición, para Marx y Engels, no hay ninguna transición efectiva al comunismo. La pregunta incisiva sería: ¿Donde ejerce efectivamente el poder el proletariado organizado como clase gobernante, en que ámbitos políticos, económicos y culturales concretos?
Si quién ejerce el poder son fracciones radicalizadas de los sectores intermedios, fracciones de la pequeña o mediana burguesía, o categorías sociales como la tecno-burocracia de Estado, entonces: ¿Hay nacionalizaciones en sentido marxiano? ¡En absoluto!
En El Manifiesto Comunista (1848) plantearon lo siguiente: “Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.”
Hablar “en nombre” del proletariado, ejercer el poder excluyendo al proletariado, omitir sistemáticamente a los trabajadores y trabajadoras del ejercicio cotidiano de las grandes decisiones (¡Oh, los inmaduros proletarios!). Allí justamente reside el núcleo desde donde se prefigura el centro político burocrático: composición de sinceros “jacobinos” y “blanquistas”, entremezclados con “oportunistas” y arribistas, convertidos luego en burócratas rechonchos de poder, privilegio y riqueza.
Por tanto, sin proletariado organizado como clase gobernante no hay estatizaciones en los términos de Marx y Engels. Ya Engels se había burlado de las nacionalizaciones de Bismark, por ejemplo:
“(…) desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. (…) Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas.” (Engels. Del Socialismo utópico al Socialismo científico”)
El único antídoto para evitar esta situación es la conquista de la democracia por el proletariado. Si no existe esta precondición, no hay transición post-capitalista alguna. Engels, en capítulo III del texto: “Del socialismo utópico al socialismo científico plantea:
“Pero con este mismo acto (exaltación del proletariado al poder) se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo, el Estado como tal. La sociedad, que se había movido hasta el presente entre antagonismos de clase, ha necesitado del Estado, o sea, de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y, por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente.”
Y hablando del tiempo futuro, Engels dice: “Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido»; se extingue.”
En pocas palabras, el régimen estatal que prefigura el socialismo al que apunta Engels, es la administración de las cosas y la dirección de los procesos de producción, no el “gobierno sobre las personas” (Saint-Simon dixit).
Obviamente, esto no ha ocurrido en ninguna de las experiencias del “Socialismo Real”, y lo que ha caracterizado precisamente el socialismo burocrático es la tendencia inversa: La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hace cada vez más imprescindible en un campo tras otro de la vida social, continúa y se refuerza por sí misma. El gobierno sobre las personas es mantenido y ampliado, así como el gobierno sobre la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción está en manos de la nomenclatura.
En Marx y Engels, la República Democrática no puede confundirse con un Estado que sea “un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales, e influenciado por la burguesía” (Así se refería Marx al Estado Prusiano-Alemán).
Los infatuados seguidores del “marxismo soviético” y sus derivaciones doctrinarias en América Latina y el Caribe, aun persisten en la confusión: “Dictadura del proletariado equivale a Dictadura sobre el proletariado”. ¡Nada más ajeno a Marx y Engels!
Plantea Engels: “Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil. Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (Introducción de Engels a la Guerra civil en Francia de Carlos Marx-1891).
El Socialismo Burocrático hizo todo lo contrario de lo concebido por Marx y Engels: El proletariado victorioso fue sustituido completamente por el centro político burocrático, a diferencia de lo que hizo la Comuna de Paris, y exaltó inmediatamente los peores lados de este mal (los males represivos, policiales y burocráticos del Estado), hasta que una generación futura, fue educada en condiciones sociales opresivas, y le costó sangre, sudor y lagrimas deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado. Y al confundir este colectivismo despótico con el “socialismo”, producto de años de adoctrinamiento y propaganda, se imaginaron que la liberación era por la vía de una restauración liberal-capitalista de algo de democracia. Esa es la tragedia de ex campo socialista.
Allí residen los desastrosos efectos de la voltereta estalinista, de los estalinistas avergonzados, y además de los estalinistas “avant la lettre”: prefiguraciones del estalinismo en voces presuntamente revolucionarias. Que las sociedades terminen confundiendo el despotismo político con el socialismo, y que supongan que no hay más remedio que conformarse con algo de democracia liberal.
Examinemos así mismo la tan cacareada palabra Revolución. Engels, les reprochaba a los críticos del principio de autoridad (los llamados anti-autoritarios) en 1873, desconocer el significado preciso de una Revolución:
“¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?”.
Una precondición de la Comuna: autoridad del pueblo armado frente a los burgueses. Esta es la definición precisa de Engels de una revolución articulada a medios políticos violentos. Precondición: disolución del ejército burgués, autoridad del pueblo armado. Posteriormente, Engels en 1895 se enfrenta a los dilemas de la táctica legal y electoral para el acceso al poder del Estado político (si usted quiere aproximarse a las relaciones entre revolución violenta y revolución pacífica, lea estos documentos).
La flexibilidad que mostraron el mismo Marx y Engels, frente al cambio de condiciones históricas entre 1848 y 1880, muestra que no basta citar al pie de la letra el Manifiesto Comunista o la Crítica al Programa de Gotha, como si fuesen textos sagrados.
Lo singular de una interpretación crítica de los textos clásicos de la tradición socialista de Marx y Engels, no está tanto en la fidelidad a un trazo inamovible convertido en tabú y dogma (una exégesis dogmática), sino comprender su dimensión histórica, la pragmática de sus enunciados, articulada a campos de batalla interpretativos que afectan las dimensiones tácticas y estratégicas.
Se ha dicho, por ejemplo, que el socialismo es absolutamente imposible sin una revolución violenta, sin construir una “Dictadura”. Lo que no se dice es que la desarticulación del poder burgués, implica tanto actos políticos de fuerza-coerción como actos de influencia hegemónica en la construcción de consensos para conformar el bloque histórico popular emergente.
Fue Gramsci, quién percibe la combinación de coacción y convencimiento, de fuerza y de consenso de masas. Y es justamente la lucha democrática del proletariado organizado, la que puede exaltar al pueblo trabajador al gobierno, conquistar la democracia, para que las clases trabajadoras efectivamente gobiernen una máquina de gobierno, para que dirijan efectivamente el proceso económico, lo que implica una transformación radicalmente democrática de la “forma-Estado”, como “Estado de transición”. Conversión del Estado democrático-restringido al Estado democrático ampliado, socialización del poder político, amputación de los peores lados del mal de la forma-Estado, prefiguración de la forma-Comuna bajo control del pueblo trabajador.
Lo que no quiere reconocer la mentalidad del socialismo burocrático es que la forma-Comuna ya no es una forma-Estado burgués, sino un semi-Estado proletario (Lenin dixit). Un pequeño detalle, que no puede dejar de pasar desapercibido por nuestros “maestros” del “Estado Socialista”. No es un hiper-Estado (Estadolatria) sino un semi-Estado: ¿se comprende la “pequeña diferencia”?
Así mismo, si hay algo que abolir por parte de las clases trabajadoras para los autores del Manifiesto Comunista, además del Estado político burgués, es el régimen burgués de producción, apropiación y propiedad. Sin medias tintas ni concesiones. Marx y Engels no concebían una economía mixta en el siglo XIX, ni un parlamento que hiciera reformas parciales o graduales para un socialismo evolutivo.
Para Marx-Engels, el Estado representativo es una creación histórica de la burguesía en tiempos de la gran industria y la apertura al mercado mundial. Marx y Engels tenían plena conciencia de las vinculaciones entre el régimen de propiedad y producción burgués y el dominio del Estado para la vida de los trabajadores:
“La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.” (Manifiesto del Partido Comunista)
Las funciones de mando político y explotación económica de la burguesía se refuerzan mutuamente. Marx-Engels nos dibujan la situación siguiente: “Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; más tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.” Continua Marx: “Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.”
En esta frase se consensa el gran temor de los funcionarios de la nomenclatura: la democracia socialista es una “asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.” ¿Dijo usted libre desarrollo de cada uno, libre desarrollo de todos?
El Burócrata afirma: ¡Usted es sencillamente, un anarquista! En la historia de las experiencias del socialismo realmente inexistente, el calificativo de “anarquista” no era más que una medida de control de la burocracia del partido y del Estado, para disciplinar y criminalizar los desacuerdos de quienes desde el alba de la revolución vieron levantarse ante sí, a un nuevo poder opresor sobre el pueblo trabajador. La frase de la nomenclatura dicta: “asociación compulsiva en que el sometimiento de cada uno, condicione el sometimiento de todos”.
En Marx y Engels, no hay nada de Estadolatrias como futuro régimen estatal de la sociedad comunista. De allí que Marx y Engels se conviertan en espíritus subversivos para la nomenclatura y para las nuevas clases político-económicas. Ahora bien, aquí entramos al terreno de la polémica que queremos destacar, Engels escribe en 1895, como prólogo a la “Lucha de clases en Francia”, unas líneas que conmueven las bases de toda la argumentación precedente acerca de la táctica única de la revolución violenta:
“Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.”
Engels reconoce que él y Marx estaban infatuados; es decir, arrogantemente fascinados por la experiencia histórica de la “Revolución Francesa”, por el recuerdo de los modelos de 1789 y 1830. ¡Gran reconocimiento estimado Engels! Y no solo por el contenido, sino por la ruptura de la fascinación-arrogancia; es decir, por la ruptura del prejuicio firmemente establecido en el fantasma, por el preconcepto de la fantasía, por el presupuesto que da garantías de orden conceptual.
Logro del pensamiento crítico, excavar la raíz de los presupuestos sedimentados, naturalizados, vueltos tácitos, no debatidos en el campo revolucionario. Para problematizarlos desde la raíz. Un verdadero “método Maneiro” y su Causa R. Legado de Maneiro que desborda cualquier cogollo.
Engels continua:
“Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís, y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del proletariado. El método de lucha de 1848 está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.”
La historia negó categóricamente el prejuicio sostenido por la perspectiva de análisis. El acontecimiento, las circunstancias, dejaron atrás el concepto y su fantasma. Revolucionarios y revolucionarias, lean con atención. No teman romper con el embrujo de las palabras totémicas, con los conceptos-tabú. Atréverse a cuestionar, a impugnar, insumisión teórica radical, revelar como tantas ilusiones los puntos de vista recibidos pasivamente a través de largas jornadas de amansamiento del espíritu crítico y revolucionario. Retornar al archivo histórico para verlo desde nuevas perspectivas. Para desmontar lo que se considera a priori, certeza, seguridad.
¿Cuántos errores recibidos, cuantas ilusiones heredadas desde la sacrosanta tradición revolucionaria del siglo XX? Pensar la revolución implica revolucionar el pensamiento desde nuevas hipótesis estratégicas, apertura a lo intempestivo en el pensamiento, desorden instituyente contra las falsas seguridades, en fin, ruptura de dogmas sacrosantos, de creencias ciegamente establecidas.
Se trata de ideas revolucionarias, no de creencias revolucionarias. La revolución no avanza desde un marxismo religioso, sino desde la demolición de viejas estructuras, y construcción de nuevos espacios de liberación.
Ludovico Silva fue extremadamente duro con nuestra izquierda amaestrada: una cosa es la conciencia revolucionaria, la idea revolucionaria; otra la ideología, la falsa conciencia, la creencia, que siempre era para Silva contra-revolucionaria. Cuando se rompe el vínculo entre pensamiento radicalmente crítico y revolución, comienzan las actitudes contra-revolucionarias.
La ruptura con cualquier lectura dogmática del Manifiesto, con la Crítica del Programa de Gotha, conlleva su contraste con las condiciones de lucha del proletariado. Salir de la ilusión, del error del “concreto pensado”, para indagar las condiciones del “concreto real en proceso de mutación”: indagar la vigencia de los fines, métodos y horizontes de las condiciones de lucha.
Nada de citas sagradas. Se trata de citas para la polémica, con el sola intencionalidad de colocar sobre la mesa una interpretación, un retorno polémico del espíritu-crítico Marx: “la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista”: es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la revolución social, fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.
En América Latina y el Caribe, podría realizarse una transposición de esta frase: la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista: es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la revolución social en todo el siglo XX, fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos, por ejemplo, por el modelo de la revolución rusa, china o cubana.
Cada revolución es una lección peculiar y específica, quien hace “calco y copia” hace caligrafías, pero no revoluciones. No hay que colocar al concepto que sintetiza los resultados de las luchas del pasado como una autoridad indiscutible del presente. Hay que poner a debatir los conceptos con los acontecimientos, hay que abrirse al acontecimiento instituyente.
Sólo por el hecho de que el enemigo histórico de las revoluciones ha aprendido las lecciones de la historia, no pueden repetirse sus guiones, sus modelos y medidas, pues el enemigo anticipa los guiones, precipita los errores y aprovecha las debilidades de los modelos revolucionarios anteriores. Un pequeño detalle de táctica y estrategia.
También la revolución de los conceptos, genera una revolución de las estrategias y tácticas.
Fantasmas, representaciones, modelos, recuerdo, puntos de vista, ilusiones, tiempo, historia. Estas son palabras claves para desarmar el dogmatismo. Como Marx decía en el 18 Brumario:
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.”
No podemos confundirnos. Revolución no es Restauración. Revolución no es reconversión burocrática, es ruptura radical de la tradición recibida pasivamente, lo cual implica tematizar la tradición de las revoluciones del siglo XIX y XX, no para convertirla en venerable superstición, aquel disfraz de vejez venerable y de lenguaje prestado, sino para no repetir los errores del pasado.
Dice Engels: “Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.”
Dice el Manifiesto: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.”
Instrumentos de lucha, formas de lucha, transformación de las condiciones de lucha. No se trata de dogmas, modelos o patrones inmodificables: “Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines. ¿Para qué les sirvió al Gobierno y a la burguesía su ley contra los socialistas, si las campañas de agitación electoral y los discursos socialistas en el parlamento constantemente abrían brechas en ella?”
“Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”
Y continua Engels: “Pues también en este terreno habían cambiado sustancialmente las condiciones de la lucha. La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.”
Pero Engels no quiere decir que el elemento fuerza-coerción hubiese desaparecido de la política:
“¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores. Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran revolución que en el transcurso ulterior de ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y éstas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa, así como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París, preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas.”
“Si han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han cambiado las de la lucha de clases. La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios.”
La conclusión de Engels es tajante: No hay victoria duradera posible a menos que se gane de antemano a la gran masa del pueblo. Ganarse el apoyo de la mayoría del pueblo, esa es la función del partido para la revolución socialista. De allí la importancia de la multitud popular como criterio que demarca una revolución de minorías de una revolución de mayorías. Mientras menos mayoritaria, la revolución luce mas amenazada por golpes de sorpresa o reveses electorales: “La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros, los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilon Barrot: La légalité nous tue, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Y si nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos.”
Engels llega a decir: “La subversión social-democrática, que por el momento vive de respetar las leyes, sólo podrán contenerla mediante la subversión de los partidos del orden, que no puede prosperar sin violar las leyes (…)Por tanto, si ustedes violan la Constitución del Reich, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a ustedes lo que quiera. Y lo que entonces querrá, no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy.”
Queda claro que en lugar de apostar por la eterna imposibilidad de la revolución democrática y socialista, hay que imaginar un nuevo tipo de revolución que está deviniendo posible. Una revolución donde el imaginario estatista ya no es dueño de su plan. Las revoluciones nunca pasan allí donde se cree que van a pasar, ni por los caminos que se espera. Escapando del plan del capital y de su forma-Estado, una masa deviene multitud popular sin cesar revolucionaria, y destruye el equilibrio dominante. Líneas de fuga al neoliberalismo en Latinoamérica (Agenda Alternativa bolivariana), línea de fuga al capitalismo y a la Estadolatría (agenda por el Poder popular).
Así como el neoliberalismo domina y captura, en connivencia con el aparato de Estado, a los medios de producción y la fuerza de trabajo, así también la patronal burocrática pretende dominar y capturar medios de producción y fuerza de trabajo. Así también afectan los modos de existencia, posibilidades de vida y procesos de subjetivación.
El neoliberalismo pretende convertir todo valor simbólico de uso, en una mercancía/valor de cambio, y toda actividad creadora en actividad sometida a la explotación-mando sobre el trabajo vivo.La Estadolatria del socialismo burocrático pretende convertir todo valor simbólico de uso en utilidad funcional al centro político burocrático, y toda actividad creadora en actividad sometida para la sobre-codificación de los aparatos hegemónicos.
Las líneas de fuga rompen ambos cercos: el cerco neoliberal-capitalista y el cerco burocrático del capitalismo de Estado. De allí la importancia estratégica de la democracia socialista. El nomadismo revolucionario pasa por romper incesantemente cercos de estructuras de mando y explotación: ni capitalistas ni burócratas. Combinación entre máquinas de guerra y una actitud general ante el poder. No permanecer en lugares predecibles, ni en momentos esperados, ni del modo conveniente al poder. Siempre sabe romper el cerco y el aniquilamiento, contra el poder que actúa por captura, lo revolucionario es abrir espacios de liberación.
Los movimientos de flujos y colectivos instituyentes involucran el devenir y la multiplicación, nuevos agencias colectivas de enunciación bajo la forma de asambleas y consejos de poder popular, nuevas puestas en acto de deseos de transformación de espacios de poder. Tomas de decisiones en colectivo, poner sobre la escena el nosotros común-comunitario.
Democracia socialista implica que el que “mande, mande obedeciendo”. Un nuevo tipo de revolución y la democracia socialista no concluirá en una nueva clase, fracción de clase o grupo en el poder, configurará una relación política nueva, impedir que nuevas nomenclaturas traicionen al pueblo con su poder”.
¡O Democracia Socialista o Barbarie!