jueves, 20 de enero de 2011

¿CUÁL TRANSICIÓN Y HACIA DONDE? SOCIALISMO DEMOCRATICO-PARTICIPATIVO, CAPITALISMO RENTISTICO DE ESTADO O SOCIALISMO BUROCRÁTICO

Jean Jaures

Javier Biardeau R.
La convocatoria a construir el “Socialismo del siglo XXI” y pasar a un período de transición post-capitalista, cargado de formas y contenidos radical-democráticos, ha replanteado los debates sobre caminos, tiempos y alianzas para forjar una sociedad alternativa al capitalismo global-corporativo.
Esta discusión se reactualiza en momentos en los que la mayor parte de los actores, movimientos y fuerzas “progresistas” se definen básicamente como sujetos post-neoliberales (e incluso post-marxistas), pero omiten o tienen serias dudas a cualquier referencia explícita y decidida (así sea tangencial), a concepciones, proyectos o enfoques de socialismo, como alternativas civilizatorias deseables, posibles y factibles al capitalismo global-corporativo.
Los grandes poderes mediáticos-transnacionales y los aparatos hegemónicos en el campo intelectual, comunicacional y cultural, han logrado desacreditar o deslegitimar simbólicamente cualquier discurso, representación o imagen favorable acerca del socialismo, mientras las fuerzas contra-hegemónicas buscan faros de orientación político-normativa, para avanzar en las luchas sociales, políticas y culturales, tanto anti-neoliberales como anticapitalistas.
Inclusive, aquellos segmentos intelectuales de izquierda que en apariencia cuestionan radicalmente al mismo poder mediático-transnacional y su papel en el funcionamiento de los aparatos de hegemonía intelectual y cultural, ven alineadas sus actitudes, creencias básicas y discursos con las matrices de significación dominantes (con la opinión pública hegemónica), censurando sutilmente cualquier referencia al imaginario social-radical anticapitalista, imaginario directamente articulado al legado de las luchas de las ideologías “radicales” del sistema histórico (libertarios, socialistas y comunistas). Todo esto, por considerar que existen convergencias casi automáticas entre la lógica de sentido y significación entre ésta memoria de lucha (con su riqueza y diversidad) y las experiencias de “socialismo realmente existente”, tuteladas ideológicamente por formaciones de discurso y escritura codificadas como “marxismo-leninismo”.
En este terreno, la guerra político-cultural de la derecha global ha tenido importantes conquistas en los registros ideológicos, imaginarios y simbólicos a través de los cuales se le otorga sentido a la acción colectiva. En cierta medida, existe una responsabilidad aún silenciada al aceptar con resignación la racionalidad de las significaciones dominantes, antes que figuras del imaginario instituyente post-capitalista, sobre todo ante el legado de significaciones asociadas al "socialismo", que incluso constituyó el significante menos radical frente a libertarios y comunistas. De hecho, resulta sorprendente el devenir del término socialdemocracia, que pasó de una prohibición abierta por el gobierno de Bismark en el siglo XIX[1] a un significante equivalente a administración o gestión keynesiana o social-liberal del capitalismo.
Los procesos históricos de transición post-capitalistas, que han sido condensados bajo el paraguas del termino: “socialismo real”, se alejaron en cuestiones medulares de los ejes de cualquier imaginario crítico de emancipación social y política, evaluados a la luz de las fuentes clásicas (los textos y obras de Marx y Engels, han sido revisitadas y recreadas permanentemente frente a la crisis de la teoría y praxis socialista); sobre todo ante el fracaso del proceso convergencia entre la las formas históricas de colectivización de los medios de producción material (“nacionalizaciones” y “estatizaciones”) y la democratización de las matrices del poder social.
Cabe preguntarse entonces, si aquella asociación entre democracia radical y socialismo, que fue asumida claramente desde las fuentes marxianas, ha sido definitivamente quebrada, hasta llegar a la tesis de que cualquier iniciativa socialista, libertaria o comunista, es equivalente a una tentación despótico-totalitaria.
Desde nuestro punto de vista, consideramos que la convergencia entre democracia y socialismo, abre la única rendija de posibilidad para las luchas anticapitalistas en el presente siglo. Comprender la potencia político-normativa de una noción como la de “democracia socialista”, considerada ampliamente como democracia participativa sin fin, como superación crítica de la democracia liberal (distinguiéndose radicalmente de las posiciones anti-liberales de las ideologías del fascismo, del nazismo, por una parte; y del imaginario jacobino-blanquista que llevó a la experiencia estalinista), implica luchar en dos frentes simultáneamente: contra la reacción capitalista y contra la regresión estalinista, en la conquista de espacios cualitativamente distintos de libertad, alteridad, democracia, liberación, justicia y paz.
Luego de lo sucedió el 26-S en Venezuela, no queda duda de que hay que profundizar la crítica radical. Desde el punto de vista de los objetivos principales que se trazó la alta dirección estratégica de la revolución bolivariana, no se reconoció ni siquiera un “revés táctico”. El autoengaño conscientemente elaborado fue la peor táctica de signos, pues el desconocimiento de una realidad histórica efectiva generó una dislocación entre lo que las “bases sociales de apoyo” de la revolución bolivariana sienten, perciben, piensan y se imaginan, frente a lo que la alta dirección política de la revolución bolivariana pretende proyectar como “versión oficiosa”. No es conveniente entonces, tratar de engañar o manipular tan burdamente al imaginario popular.
Frente a la meta públicamente asumida en el Congreso de delegados del PSUV[2] de alcanzar la mayoría calificada, para profundizar la revolución bolivariana hacia el socialismo, una mayoría simple que no alcanza siquiera las 3/5 partes (99 curules), no era motivo suficiente para cantar “Victoria Contundente”. Para nadie era un secreto que el Presidente Chávez había declarado: “Nosotros estamos obligados, no sólo a ganar la mayoría en la Asamblea Nacional, sino ganar los dos tercios por lo menos, ése es el objetivo, desde ahora hay que mirar para allá”. Este objetivo trazado fue el leitmotiv de la toda la campaña electoral en el año 2010. En consecuencia, si se evalúa el resultado obtenido frente al objetivo trazado, es evidente que el resultado es insatisfactorio. No es casual que una de las corrientes de opinión identificadas con la tesis de aplicar (más exacto sería decir, “calcar y copiar”) la experiencia de la revolución cubana[3] para el proceso revolucionario venezolano, hayan asumido desde su punto de vista una crítica de la autocomplacencia de la alta dirección política frente a los resultados:
Si estudiamos los resultados generales de las recientes elecciones parlamentarias, nos encontraremos con dos hechos claros: Primero, perdimos la mayoría calificada. Eso significa un inmenso obstáculo en la labor parlamentaria de la Revolución. Segundo, el sector oligarca obtuvo más votos que la Revolución. Eso cambia el cuadro de las fuerzas electorales, la moral de los actores políticos, la percepción de la población. Si recordamos que esta Revolución tiene como uno de los principales campos de batalla a las elecciones, nos daremos cuenta de la importancia de este dato. Pero además y más importante, se mantiene una tendencia de desgaste de la Revolución, esto es: si hacemos una curva desde las elecciones del 2004 hasta ahora, encontraremos una tendencia de descenso en la fuerza bolivariana. ¿Dónde está la causa de esta merma sostenida? No hay dudas, la causa generadora de la tendencia negativa reside en la ideología pequeña burguesa que hegemoniza el proceso desde el triunfo sobre el golpe de abril.[4]
En fechas más recientes, ante el llamado de Chávez a superar el esquema amigo/enemigo de cuño schmittiano[5] por un esquema amigo/adversario[6], se generó una sostenida crítica a lo que ésta corriente de opinión denomina “el reformismo[7], dando un particular giro a la descalificación del concepto político-normativo de democracia:
La Revolución Pacífica es capturada en un falso dilema: Democracia o Dictadura. Las definiciones las hace el imperio capitalista. Democracia es lo que ellos digan que es democracia. (…) Dictadura es lo que se salga de los parámetros impuestos por el imperio. Lo primero es entender y difundir que la única alternativa a la hipócrita democracia capitalista, burguesa, no es la dictadura. La democracia capitalista es una ilusión que enmascara el gran robo de los capitalistas que se apropian de la riqueza que pertenece a toda la sociedad. La única democracia verdadera es la socialista, porque no puede haber verdadera liberación sin liberar a la sociedad de la apropiación del trabajo ajeno, de la riqueza social. En otras palabras, debemos defender sin sonrojos al Socialismo frente a las formas políticas y económicas capitalistas. Dejar sentado que no puede haber verdadera democracia en el capitalismo, ni puede haber economía eficiente. (…) Es necesario consolidar la lógica del Socialismo, su legalidad, romper de raíz con el capitalismo, con su lógica, su legalidad. No es pensable hacer una Revolución y al mismo tiempo mantener, buscar la certificación de los hipócritas demócratas mundiales, de la OEA, de la cúpula eclesiástica, de las elites políticas, en resumen, esperar que la canalla nos aplauda. La conciliación, la concertación, siempre ha significado la derrota de la Revolución, así lo dice la historia, nos lo dice Miranda, El Libertador en el Manifiesto de Cartagena, la Campaña Admirable, y también nuestra historia reciente, recordemos Abril, que dio pie para la preparación del gran sabotaje petrolero. El Socialismo sólo tiene una posibilidad, hacerse en contra del capitalismo y del reformismo, las concertaciones lo debilitan, confunden a la masa revolucionaria, los límites difusos disminuyen la pasión revolucionaria. Y Revolución débil es víctima fácil del patíbulo capitalista.”[8]
Esta aparente oposición entre democracia socialista y democracia capitalista, en clave de revolución clásica radical (ruptura revolucionaria), encubre sin embargo todo un debate sobre los modelos de democracia, que son o no compatibles con la praxis socialista, por una parte, además de pasar por alto un hecho problemático: la legalidad constitucional con la cual se mueve la revolución bolivariana encierra una fuerte dosis de su propio proyecto político: la Constitución de 1999. Si la Constitución de 1999 es pura legalidad oligárquica o burguesa, entonces no queda otra salida que activar un proceso constituyente de facto ó in jure.
La revolución socialista entraría en el campo de la decisión política, de ruptura de las instituciones, de las superestructuras políticas y jurídicas, de sus formas de conciencias social, para romper radicalmente con la estructura de relaciones de producción y cambio capitalistas. O estructura económica capitalista o estructura económica socialista. No hay híbridos ni términos medios. La transición es ruptura histórica, no gradualidad, ni dislocaciones sucesivas, es quiebre, momento de decisiones de la vanguardia política, que como diría Lenin asume el papel de conducción y construcción del movimiento revolucionario de masas, estén maduras o no, para ese momento rupturista. La revolución es fundamentalmente un acto de voluntad colectiva de la vanguardia organizada y consciente, más allá del pensamiento marxiano, con todas sus consideraciones sobre desarrollo orgánico de contradicciones, de condiciones objetivas y circunstancias adecuadas.
Esta suerte de regresión histórica a las coordenadas ideológico-políticas de los años 60 y a la apología de la revolución rusa, nos lleva a una valoración del leninismo en clave dogmática, sin una crítica o balance de sus diferentes posturas a lo largo de su trayectoria política, comprendidas en sus coordenadas histórico-culturales:
Pero hizo más Lenin: ¡hizo una Revolución! Demostró que es posible hacerla, él es el padre de la primera Revolución triunfante contra el capitalismo, del primer intento serio de construir el nuevo mundo, de construir el Socialismo. Dirigió la Revolución Soviética, le dictó rumbos, derrotó a los reformistas internos y a las agresiones de todas las naciones capitalistas de la época que se unieron contra el ensayo revolucionario. Por eso el odio visceral que Lenin y el Partido Bolchevique suscitan a los oligarcas, a los contrarrevolucionarios, a los reformistas. Lo atacan con saña, lo han convertido en un anatema, en algo que descalifica, en una grosería. Cuando el imperio, los capitalistas, los reformistas, los contrarrevolucionarios, acusan a algo o a alguien de Leninista, o de seguidor del Partido Bolchevique, indudablemente esa acusación indica que allí hay posibilidades revolucionarias, que ellos le temen.”[9]
Resulta al menos inquietante que se ignore palmariamente desde éstas posiciones “auténticamente revolucionarias” (que tienen un espacio de legitimación comunicacional avalada por el propio sistema nacional de medios públicos en Venezuela), toda la reflexión crítica teórica, histórica y política a una concepción de la revolución anticapitalista que nos retrotrae al menos a la fundación de la Internacional Comunista en 1919 y las llamadas “21 condiciones de admisión”[10], colocando sobre la mesa de discusión la frontera ideológica entre “reformismo y revolución”.
La pregunta sigue siendo si el paradigma leninista clásico cabe o desborda los contenidos y alcances de la Constitución de 1999. Si no hay claridad en este pequeño detalle, la transición post-capitalista evade el asunto de cómo despejar la ecuación histórica entre las resistencias anti-neoliberales, el poder constituyente de la multitud y la insurrección obrero-campesina. Si se pretende construir una dictadura democrático-revolucionaria de obreros y campesinos, tendríamos que llegar a las afinidades electivas entre el pensamiento de Schmitt y Lenin cuando hablan de la posibilidad de una “Dictadura Democrática”.
Lo interesante de esta postura es, por una parte, el desconocimiento de cómo la tesis del poder constituyente originario en la revolución bolivariana fue metabolizada por una idea de democracia participativa, que reconoce contenidos fundamentales del “liberalismo político” (El constitucionalismo democrático es justamente el eje ideológico del liberalismo-democrático), por una parte; lo cual genera una contradicciones en la propia alianza interna del campo bolivariano; así como desconocer cómo el proceso popular constituyente, implica reconocer la conformación de un nuevo bloque histórico de los dominados y oprimidos en clave de “sujeto popular”, el cual se identificó con la Constitución de 1999, la que los “auténticos revolucionarios” califican como legalidad oligarca y burguesa (siendo en gran medida parte central del proyecto histórico bolivariano).
La contradicción de los propios revolucionarios bolivarianos en Venezuela reside en su ambivalencia entre reconocer o desconocer la “constitucionalidad democrática” de 1999, entre reconocer o no los mecanismos electorales para el ejercicio directo e indirecto de la soberanía popular, descalificados en bloque por quienes consideran que esa constitución representa ya un estorbo, como elecciones “oligar-capitalistas”, que además constituye un “opio para el pueblo”, cuestionando a su vez el confuso concepto de “democracia participativa”; así como la manera de estirar o encoger el concepto de “reformismo”, pues permite el etiquetamiento y descalificación de toda corrientes, organizaciones o personas que no esté de acuerdo con sus planteamientos hasta llegar al nostálgico cliché estalinista de los “enemigos del pueblo”. No es casual, que existan claras resonancias con los debate en el interior y fuera de la Unidad Popular en Chile durante el gobierno de Allende. La pregunta clave sigue siendo: ¿Es posible una transición democrática, electoral y pacífica al socialismo en las condiciones de una economía dependiente, subdesarrollada bajo la presión geopolítica del imperialismo norteamericano?
Si el “modelo de revolución” que se tiene en la cabeza es el doctrinarismo leninista, la respuesta es sencilla, absolutamente no. Uno comprende entonces la importancia de las formas ideologías en estas circunstancias, reconociendo las contradicciones sociales, económicas y políticas que las condicionan:
El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida intelectual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia. Al llegar una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las: relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se conmociona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas conmociones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones economices de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de si, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de conmoción por su conciencia. Por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción.”(Marx. Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política; 1859)
La forma jurídica de 1999 encierra un claro contenido de revolución democrática que no supera los límites de una reforma socialdemócrata de avanzada. Esto lo he planteado en diversos escritos y documentos. El asunto estriba en que ir más allá de la democracia participativa y de la economía mixta, que incluye ciertamente un área de propiedad colectiva, pero que no implica la “colectivización general” (nacionalizaciones, estatizaciones o socializaciones) de la estructura económica del país, implica revisar el concepto de la revolución democrática, para postular la superación del sistema socioeconómico contenido en aquella forma política de 1999. Esto implica avanzar hacia una ruptura de la propia Constitución. Hacerlo implica un clásico camino leninista.
Por otra parte, si el proceso de transición post-capitalista implica una combinación de reformas radicales sucesivas, con una dosis de gradualidad e intensidad de acuerdo a los propios límites que impone la forma política, entonces su horizonte es la economía mixta, la profundización de la democracia social y participativa, de figuras como la autogestión, de la propiedad colectiva directa coexistiendo con la propiedad estatal y la propiedad privada de empresas capitalistas. Esto es lo que llaman algunos “revolucionarios auténticos”, las formulas híbridas de la transición al socialismo.
En el terreno de las formas políticas y jurídicas, cualquier postura en el seno de la revolución bolivariana que ose valorar como un desarrollo sociopolítico positivo, cualquier procedimiento, forma o gramática mínima de la democracia pluralista, sea el diálogo, la concertación, la deliberación, los acuerdos mínimos, o incluso la participación de las bases sociales en la toma de decisiones, es descalificado automáticamente como “oligarca”, “reformista”, “capitalista” “pequeño burgués” o “anarcoide”.
Como queda en evidencia, esta postura extrema que dice identificarse con el “leninismo” o el “guevarismo”, como corrientes ideológicas en el vasto campo de las constelaciones socialistas, es un indicador sintomático de un retorno histórico a debates y prácticas políticas, que parecían superadas en el campo de la izquierda latinoamericana. Pero no es así. En Venezuela, la subcultura política de la izquierda jacobina, e incluso cavernaria y despótica, adquiere una visibilidad que coloca el asunto del estalinismo como riesgo explícito de la revolución bolivariana.
De hecho, uno de los sintagmas menos reflexionados que se han impuesto subrepticiamente en el debate, e incluso en la forma jurídica, es la apelación a la “conciencia del deber social” sobre la cual ya he elaborado críticas profundas en otros escritos. Aunque parezcan debates sin consecuencias, lo que está en juego son opciones colectivas, ético-políticas y ético-culturales que afectan la compresión de la hegemonía democrática y socialista como reforma intelectual y moral, acerca de la transición post-capitalista, pues la transición es en sí misma, o “democrática” o imaginada como una forma de “dictadura del proletariado”, o peor aún como “dictadura del partido[11]. Es decir, la transición: ¿es imaginada bajo formas y contenidos radicalmente democráticos o no?; y el horizonte-proyecto que se postula como imagen de futuro, ¿es un modelo de socialismo democrático-participativo o no?
Desde nuestro punto de vista, se trataría de la posibilidad histórica objetiva e inter-subjetiva[12] una revolución democrática, socialista, eco-política y descolonizadora, algo muy distinto de las experiencias históricas del socialismo burocrático del siglo XX. Desde nuestro lugar de enunciación, los graves errores que desde el año 2007 se han impulsado en el seno de la alta dirección política del proceso bolivariano, han tenido graves consecuencias, como la perdida de apoyo o respaldo en los sectores populares y en los sectores medios. Esto tiene que ver directamente con la escasa elaboración, a partir de un proceso de balance crítico de inventario de las experiencias del socialismo real, de lo que significa un nuevo socialismo para el siglo XXI, que tome una nítida distancia con el despotismo burocrático del siglo XX, así como contra un liderazgo con rasgos cesaristas de conducción del proceso: unipersonal, mono-lógico y vertical-impositivo.
Todo esto ha llevado a diversos signos de malestar y descontento. En declaraciones dadas en noviembre del año 2009, por ejemplo, el diputado disidente del PSUV y dirigente político de izquierda Luis Tascón[13], afirmaba a partir de un informe de previsión de escenarios político-electorales, que la popularidad del gobierno de Hugo Chávez, descendía progresivamente desde 2007, mientras que la oposición había sostenido una política coherente que le ha permitido aumentar gradualmente la fuerza electoral en el mismo periodo de referencia. Si se mantenía esta tendencia electoral, el Gobierno obtendría: “una mayoría calificada muy precaria para aprobar leyes orgánicas y designar autoridades de los otras ramas del Poder Público”. El informe electoral “Tascón” señalaba que el apoyo a la oposición crecía en los sectores populares, especialmente en los asentamientos urbanos, mientras el chavismo perdía espacios, y que la maquinaria del Partido Socialista Unido de Venezuela, no había logrado superar en eficacia al Comando Miranda, de 2006, ni al Comando Maisanta, de 2004:
La fortaleza de la revolución en los estados periféricos, permitirá un triunfo holgado en las elecciones de 2010, si la tendencia ascendente de la oposición se logra frenar y la descendente de la revolución se detiene, sin mayores análisis de mantenerse las tendencias electorales, la oposición ganaría entre 66 a 76 diputados, sobre todo en los centros mas poblados y la revolución obtendría entre 91 a 101 diputados, en cualquier escenario es muy precaria la mayoría calificada para aprobar leyes orgánicas y designar autoridades de los otras ramas del poder publico, lo cual obligara al acuerdo con la oposición que podrá recuperar espacios de poder en instituciones vitales de la República, comprometiendo la estabilidad y gobernabilidad reeditando la polarización y conflicto del parlamento vivido en el parlamento entre 2000 y 2005, Por otro lado de mantenerse la tendencia aunque la asamblea nacional se ganará, la oposición obtendrá una victoria en el voto popular, calculada en cerca de 500 mil votos, diferencia que podrá incrementarse de mantenerse la crisis de la opción revolucionaria y abrirá las puertas de la derrota en las elecciones del 2012 tanto en estados y municipios estratégicos como en la presidencia de la República misma.”
De los resultados electorales del 26-S se desprenden grados de confirmación de lo presentado por el informe señalado. El “polo bolivariano” ha obtenido una mayor cantidad de cargos, con una pequeña ventaja relativa de votos a la hora de valorar la correlación electoral. Incluso un análisis detenido, estado por estado, circuito por circuito, muestra que las diferencias no superan en muchos casos el 5 % de los votos. No hay amplias ventajas electorales. El “polo bolivariano conquistó la victoria en escaños totales en 17 estados (70,83% del total de estados del país), empató en 2 estados (Miranda y Sucre) y perdió en 5 estados (Amazonas, Anzoátegui, Nueva Esparta, Táchira y Zulia), De los 87 circuitos disputados por votos uninominales, el polo bolivariano conquistó 54 circuitos (62,06% de circuitos totales del país). La lectura de los curules obtenidos genera una percepción distinta. El polo bolivariano conquisto 98 curules, la oposición 67 y el PPT sólo 1. Todo esto, con una ventaja relativa en total de votos por circuitos mayores de 5 % de diferencia en tan sólo 37 de los 87 circuitos. Aquí comenzamos a entrar en la verdadera dimensión de la victoria del polo electoral bolivariano.
En 50 de los 87 disputados (57,47 %) hay prácticamente mínimas ventajas relativas (un equilibrio de fuerzas) entre ambos polos: el polo electoral bolivariano y el polo electoral opositor, incluyendo a los votos del PPT. Entonces, ¿Hay base estadística suficiente para declarar que se conquistó una “victoria contundente”? En absoluto puede decirse esto. Esta afirmación es cierta en tan solo en 37 de los 87 circuitos, disputados.
Se trata entonces de una victoria mínima del polo bolivariano, casi sin adjetivos: entre “pírrica” y “suficiente” para sobrevivir en el equilibrio de fuerzas electorales, y por tanto, en el “estancamiento” de cara a valorar un resultado que permita descifrar ventajas decisivas en la correlación de fuerzas electorales; es decir, para ejercer un prudente y riguroso cálculo estratégico. Aquí, lo planteado por Toby Valderrama y el equipo de “Un grano de maíz” se acerca a la realidad en tanto diagnóstico superficial. Pero las causas profundas y las conclusiones políticas que se desprenden de este síntoma de desgaste es justamente, muy distinto.
El reflujo político tiene otro tipo de causas: el doctrinarismo de la izquierda despótica o cavernaria (bloqueando las voces y los liderazgos de base de los sectores populares) que insiste en “calcar y copiar” modelos de socialismo inviables e indeseables, la deriva cesarista, la limitación a la democracia participativa por parte de la dirección del PSUV, la ineficiencia de la política social (las misiones presentan un grave deterioro y no hay una institucionalización de programas sociales con eficacia, eficiencia y alto impacto), el bloqueo al empoderamiento autónomo de los movimientos sociales y populares, las graves fallas de política económica que siguen sin romper con el rentismo petrolero (como modelo extractivista de crecimiento económico), reproduciendo fallas en el modelo distributivo y redistributivo de la renta (el reparto del ingreso nacional sigue siendo desfavorable al mundo del trabajo) y la ausencia de instancias de debate-encuentro entre fuerzas y movimientos de izquierda.
Este conjunto de factores son suficientes para no seguir con visiones auto-complacientes ni con autoengaños. La revolución bolivariana ha tomado un rumbo equivocado y requiere una reconducción democrática del proceso popular constituyente que se inicio en 1998. Requiere de una radicalización democrática como eje de la rectificación y del reimpulso. Una re-politización de la gestión pasa por una estrategia hegemónica de carácter profundamente democrático, por recuperar y reagrupar actores, movimientos y fuerzas sociales que se han venido desactivando, distanciando y desagregando de la corriente histórica nacional-popular que amalgamó la revolución bolivariana.
Aunque las correlaciones de fuerzas no son exclusiva ni predominantemente electorales, en una revolución que se califica como democrática, pacífica y electoral, es elemental no perder de vista los flujos y reflujos electorales. La combinación de fuerzas económicas, sociales, políticas, ideológicas, institucionales, militares, internacionales y culturales, terminan poniéndose en juego en acontecimientos electorales, donde se ponen en juego factores de movilización de recursos de poder y el control de centros estratégicos de decisión política e institucional.
Hay muchos más aspectos a considerar, si se trata de hacer previsiones para el 2012. Lo fundamental en un riguroso análisis de la correlación de fuerzas, es evitar la derrota estratégica de la revolución bolivariana. Y allí la crítica, por más desmesurada que sea, es un insumo de trabajo político.
Y para este elemental propósito, hay que corregir las fallas en la definición del Proyecto Político de Gobierno: el “Socialismo Bolivariano” debe ser definido ampliamente como democrático y participativo, sin dejar ningún resquicio de dudas sobre su alejamiento de las experiencias del socialismo burocrático, es necesario mejorar las capacidades políticas, profesionales y técnicas de gestión del Gobierno, no deben descuidarse las fallas en la gobernabilidad del sistema económico y la dificultad estructural para recuperar un crecimiento económico sostenido y ecológicamente sustentable, con diversificación productiva, con mayor democratización de la riqueza y la propiedad, con una más eficiente y transparente redistribución del bienestar social; con una economía mixta con tres áreas de propiedad claramente definidas, entre otras razones, porque no se ha logrado establecer una consistente relación entre la Constitución de 1999 y la vía venezolana al “Socialismo Bolivariano”, lo cual afecta la definición de un arreglo institucional que defina “reglas de juego” para el funcionamiento de los motores del crecimiento y el reparto del excedente logrado.
Resumo este tema en dos grandes cuestiones que son inseparables: a) el proyecto de transición democrática al socialismo”; y b) el proyecto de transición al socialismo democrático. El carácter revolucionario de ambos procesos reside en la liquidación histórica de las presiones transnacionales y nacionales por la imposición de un capitalismo neoliberal en la coyuntura mundial actual. De por si, este hecho es revolucionario, ir a contracorriente de los vectores transnacionales de poder en el capitalismo global-corporativo. Ahora, bien, la cuestión anticapitalista en las nuevas circunstancias no es una decisión de un arco de fuerzas sociales y políticas, cuyo ámbito de actuación sea exclusivamente el Estado-nación, a menos que se quiera arribar a un escenario de asedio y estrangulamiento paulatino de la inter-dependencia mundial. Un bloque regional de poder es imprescindible para avanzar en la construcción de alternativas viables al neoliberalismo.
Para algunos actores, fuerzas y movimientos, promotores de la revolución socialista en clave de “socialismo revolucionario”, el “socialismo democrático-participativo” constituye una babosada “reformista y socialdemócrata”. Sin embargo, la tesis que sostendré es que hay que ir más allá de las dos izquierdas históricas para renovar la democracia socialista y participativa en el siglo XXI[14].
En contraste con aquellas corrientes que se auto-definen básicamente como “guevaristas doctrinarios”, considero que en Venezuela, no se han agotado las condiciones ni objetivos de la lucha cívica, democrática, electoral y constitucional para desplegar nuevos pensamientos, practicas y políticas de democracia socialista y participativa. La Constitución de 1999 sigue siendo una Constitución de avanzada, una Constitución que habla de una revolución democrática permanente para construir una sociedad justa, con inclusión social y desarrollo humano integral. Agotar estos contenidos sigue siendo una tarea pendiente del presente y del futuro inmediato.
Notas:
[1] La Ley Antisocialista, que puso fuera de la ley al Partido Socialdemócrata Alemán, había sido promulgada por el gobierno de Bismarck con el apoyo de la mayoría del reichstag el 21 de octubre de 1878, tenía como objetivo reprimir al movimiento socialista y obrero. La validez de esta ley debía alargarse cada dos o tres años. Pero fue derogada el 1ƒ de octubre de 1890 bajo la presión del movimiento de las masas obreras.
[2] El día sábado, 21 de noviembre de 2009, en la reunión ante los 772 delegados del PSUV, el presidente Chávez, advirtió que la revolución está “obligada” a ganar al menos dos tercios de la Asamblea Nacional (AN) en las elecciones de septiembre de 2010 para garantizar el “avance” del proceso de cambios que lidera.
[3] “Sólo un pueblo Socialista es capaz de la hazaña de la Cuba de aquellos días (se refiere a los acontecimientos de 1989): ¡resistir a la caída del campo socialista, y al embate del imperio más poderoso que ha conocido la historia! Ella preservó la esperanza. Nos decía con su ejemplo que un mundo mejor es posible, que la historia no terminaba con el capitalismo, que la enfermedad era superable. Poco a poco, la humanidad volvió sus ojos a Cuba. Su llama heroica aún alumbra el camino de salida del infierno capitalista. La posición frente a Cuba define a los revolucionarios. A ella nos une algo más que intereses materiales o afinidades ligeras: nos une la hermandad de remar juntos en el mismo barco, el de la redención del humano, el del Socialismo.”(19-03-2008. http://ungranodemaiz.blogspot.com/2008/03/cuba-define.html)
[4] Ver: (28-09-2010.http://ungranodemaiz.blogspot.com/2010/09/nos-derrotaron.html)
[5] “La específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos es la diferenciación de 'amigo' (Freund) y 'enemigo' (Feind). Ella ofrece una definición conceptual, es decir, un criterio, no una definición exhaustiva o una explicación del contenido" (Schmitt, El Concepto de lo Político, 1985:22-23).
[6] Ver: Discurso de presentación de memoria y cuenta ante la Asamblea Nacional 2011. http://www.asambleanacional.gob.ve/index.php?option=com_docman&task=doc_view&gid=2832&tmpl=component&format=raw&Itemid=185&lang=es
[7] http://www.aporrea.org/ideologia/a107502.html
[8] Ver: (19-01-2011.http://ungranodemaiz.blogspot.com/2011/01/el-falso-dilema-democracia-o-dictadura.html)
[9] Ver (8-11-2010. http://ungranodemaiz.blogspot.com/2010/11/lenin.html)
[10] Las condiciones para la admisión a la Internacional Comunista, popularmente conocidas como las 21 condiciones, eran los puntos ideológicos y organizativos que debía aprobar todo partido u organización que quisiese adherirse a la Internacional Comunista. Estas condiciones fueron aprobadas durante el segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista, el 30 de julio de 1920. Algunas de estas condiciones establecían: “Romper totalmente con los reformistas y su expulsión (condiciones 2ª, 7ª y 21ª)”.
[11]Ver: “A propósito de la elevada conciencia del deber social”. http://www.aporrea.org/ideologia/a87622.html, “¿Quiénes inventaron la frase conciencia del deber social”?”. http://www.aporrea.org/actualidad/a112540.html, “Conciencia del deber social sin contrabandos ideológicos.” http://www.aporrea.org/ideologia/a80741.html.
[12] El debate aun no asumido sobre la constitución de subjetividades y la emancipación, sobre los espacios de libertad y liberación, sobre la contra-hegemonía y el pensamiento único revolucionario, no aparece en el imaginario ni el subcultura de la izquierda despótica por razones harto evidentes. Toda esta problemática es "pequeño burguesa y anarquista".
[13] (www.scribd.com/doc/22612754/Informe-Tascon-sobre-tendencias-electorales-para-2010)
[14] Ver: La muerte del mito de las dos izquierdas. http://www.aporrea.org/ideologia/a49681.html.

martes, 11 de enero de 2011

LA DEMOCRACIA SOCIALISTA QUE NO LLEGA...

Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, asesinados aquel 15 de enero

Javier Biardeau R.
"La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente". (Rosa Luxemburgo)
Hay señales despóticas en las filas del campo bolivariano. Y no se prestará uno a un corifeo idiota de silencio ante las mismas. Y lo más grave no son los síntomas sino el “mar de fondo” de las mismas. Perdida de apoyo popular correlativa a la pérdida de rumbo de la revolución bolivariana. Ausencia de debate entre socialistas, con graves consecuencias para la rectificación y la aplicación de todas las R que quieran enunciar. Calco y copia de una mezcla de populismo en clave cesarista, con una suerte de tropicalización del estalinismo más rancio.
Algunos preferirán cerrar los ojos, taparse los oídos o la boca, optarán por decirse a sí mismos: ¡Camarada, déjese de vainas, aquí no esta pasando nada! Pero está pasando, y seguirá pasando mientras no exista una re-conducción radicalmente democrática del proceso bolivariano.
Cuando se activó la vorágine legislativa de diciembre (con sus luces y sombras), ya se anticipaba una crisis de desproporción entre el volumen legislativo y la ausencia de participación del pueblo organizado, movilizado activamente en la defensa protagónica de cada iniciativa legislativa. Muchas de las leyes aprobadas tenían una trayectoria de caída libre, de arriba-abajo, y no como uno supone que podría hacerse en una revolución democrática y socialista mas o menos consistente con la idea de democracia protagónica revolucionaria, de abajo-arriba, contando con sólidas iniciativas, deliberaciones y consultas de las bases de apoyo populares movilizadas, con entusiasmo, en un flujo ascendente de cierta efervescencia revolucionaria, encarnando fuerzas de emancipación social.
Sobre todo, porque son leyes que le competen directamente: son la mayoría de estas leyes, al menos nominalmente, del “poder popular”. Obviamente, al escuchar estos enunciados, no faltarán los rancios estalinistas con sus críticas a los que llaman las “desviaciones del ultra-democratismo” y sanbenito de los “anarcoides”. Sobre todo, porque los espíritus estalinistas no saben ni aprenderán ni un carajo del espíritu libertario que recorrió la experiencia vital de un Marx o un Engels, por ejemplo, o la capacidad de iniciativa de los soviets en 1905, más allá de los que diseñaran o pensarán desde las direcciones de corrientes bolcheviques o mencheviques. Sobre todo, de aquellos que se autoproclaman como “vanguardia” del proceso.
Muy bien. De esa historia de vanguardias esclarecidas, que se van desconectando casi imperceptiblemente de una acertada interpretación de las necesidades y demandas sentidas de los sectores populares, hay todo un largo legado. De allí, que no sorprenda la superioridad del Presidente Chávez en este terreno, frente a la “línea de segundo mando” y los llamados “cuadros intermedios”, cuya capacidad de iniciativa articulada al movimiento popular tiende a cero. “Esperando instrucciones”, podría titularse cualquier película tragicómica a futuro de todo un “destacamento de cuadros revolucionarios” que podrían transformar las condiciones actuales del reflujo de las fuerzas revolucionarias ante la estrategia de avance paulatino y sostenido de la derecha. Pero están paralizados: ¡Esperando instrucciones de arriba, camarada! Esta es la cuna del espíritu decrepito y derrotista del burocratismo.
Por tanto, habrá que recordar como cada 15 de enero se cumple el aniversario de los asesinatos de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, los dirigentes históricos del ala izquierda de la socialdemocracia alemana. El 15 de enero de 1919, el culatazo del fusil de un soldado del viejo ejército del Káiser ponía fin a la apasionada y apasionante existencia de una de las figuras más destacadas del movimiento socialista europeo: Rosa Luxemburgo.
Sobre todo basta resaltar la afirmación de la capacidad creativa, autónoma y espontánea de las clases trabajadoras, de las multitudes plebeyas y populares en nuestras geografías de experiencia, criticando al “leninismo organizativo” y su tendencia corrosiva hacia el centralismo burocrático. Hoy cuando podría hablarse tanto de la contraposición entre partido-maquinaria y partido-movimiento, es la forma-aparato la que sigue dominando la escena política del campo bolivariano.
Desde mi punto de vista, la vorágine legislativa de diciembre fue la más patética manifestación del partido-maquinaria, de los diputados y diputadas engranadas a la concepción y lógica disciplinaria del partido-maquinaria como forma-aparato. Desde el punto de vista de la realpolitik, todo bien entonces camaradas, pero desde el punto de vista de los "saldos" en los asuntos espinosos de la conquista de mayor espacio de hegemonía popular y legitimidad democrática. ¿Cuándo se avanzó? Una pregunta ingenua, seguramente.
La visión de Rosa Luxemburgo sobre la importancia de la autonomía de las masas, de las multitudes, del pueblo trabajador para la construcción del socialismo y su concepción no instrumental de la democracia representan un recordatorio obligado para comprender la diversidad de orientaciones existentes entre los revolucionarios. Al mismo tiempo, obliga a reflexionar sobre la intensa marginación a la que fue sometido su pensamiento por parte de las izquierda hegemónica ya disciplinada bajo las fórmulas de la III internacional estalinista.
Para recordar la figura de Rosa Luxemburgo parece especialmente oportuno un breve análisis de sus opiniones sobre la cuestión democrática, planteadas en su célebre folleto La revolución rusa, demostrativas de la actualidad y vigencia de su compromiso político y moral.
Escrito en 1918, dicho texto expresa simultáneamente su solidaridad con la revolución rusa y una ardorosa defensa de la democracia socialista que expresa la inseparable triple dimensión del pensamiento y la obra de Rosa Luxemburgo: socialista, demócrata y revolucionaria. Si el siglo que pasó algo nos dejó, fue la dificultad de mantener este triple compromiso entre mantener la revolución, el socialismo y la democracia.
Rosa Luxemburgo, por ejemplo, comprendió la continuidad entre el proceso de 1917 y la anterior revolución de 1905. ¿Comprendemos acaso en nuestro caso la continuidad entre la resistencia al neoliberalismo, la insurrección popular del 27-F y el poder constituyente de 1999, con una construcción radicalmente democrática del nuevo socialismo?
En su primera aproximación señalaba "...una vez en la brecha, la energía revolucionaria del proletariado ruso emprenderá, con la misma lógica ineluctable, la vía de una práctica democratizadora y social radical y adoptará de nuevo el programa de 1905: república democrática, jornada de 8 horas, expropiación de los grandes terratenientes...".
Contra el chovinismo guerrerista que se incubaba como sentimiento en la opinión pública, Luxemburgo vincula expresamente la revolución con la lucha por la paz: "... Pero de ello emana en primer lugar para el proletariado socialista de Rusia la más urgente de las consignas, indisolublemente unida a todo lo demás: ¡Fin a la guerra imperialista!" (Cartas de Espartaco).
Pero a pesar que Rosa Luxemburgo se sitúa en el campo de la solidaridad con la revolución de octubre: "El levantamiento de octubre no solamente ha servido para salvar efectivamente la revolución rusa, sino también para salvar el honor del socialismo internacional"; desde el principio Rosa Luxemburgo es consciente de la tragedia que supondría el aislamiento de la revolución (carta a Luise Kautsky del 24 de noviembre), del cual culpa a las direcciones chovinistas de la socialdemocracia.
Asi mismo, mantuvo diferencias y recelos con las orientaciones bolcheviques a la paz separada con Alemania, que condujeron a la paz de Brest-Litovsk. La solidaridad y el compromiso revolucionario no se hacen desde una actitud de crítica complaciente, como decimos en criollo, con el "jalabolismo" de siempre.
A mediados del año 1918, Rosa Luxemburgo decide sistematizar sus posiciones críticas respecto a la política bolchevique. El aspecto fundamental que preocupaba a Rosa Luxemburgo eran las consecuencias que para el futuro de la lucha socialista podía tener una lectura apologética y unidireccional de la revolución rusa por la tendencia de sus dirigentes a formalizar y teorizar lo que sólo podían ser posturas históricas-contingentes.
Rosa realiza en su obra una severa advertencia contra la utilización de la experiencia bolchevique como un modelo universal para el socialismo, tal como podríamos realizar en la actualidad, para no calcar y copiar de manera sumisa y servil las particularidades y especificidades de la experiencia de la revolución cubana, o para no repetir los errores de la transición democrática al socialismo en el Chile de Allende, para citar sólo dos referencias centrales de muchas inquietudes presentes.
Su folleto La revolución rusa está, por consiguiente, orientado al futuro. "Bajo la teoría de la teoría de la dictadura de Lenin-Trotski subyace el presupuesto tácito de que para la transformación socialista hay una fórmula prefabricada, guardada ya completa en el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente aplicada en la práctica. Por desgracia -o tal vez por suerte- no es ésta la situación. Lejos de ser una suma de recetas prefabricadas que sólo exigen ser aplicadas, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico yace totalmente oculta en las nieblas del futuro. En nuestro programa no tenemos más que unos cuantos mojones que señalan la dirección general en la que tenemos que buscar las medidas necesarias, y las señales son principalmente de carácter negativo..." (La revolución rusa).
De allí la importancia de insistir en la crítica al imaginario jacobino-blanquista que inspiró al pensamiento y acción de los bolcheviques, en contraposición a Marx y Engels, que siempre estimularon la praxis de las mayorías, de las multitudes proletarias de entonces, en clave de radicalización democrática.
Hoy sabemos que el tema de la democracia sin fín es el aspecto sustantivo de su contundente valoración crítica de la política de Lenin y Trotski y de los riesgos que conllevaba para el futuro de la revolución. Mientras los bolcheviques defendían la consigna de ¡Todo el poder a los soviets! y al mismo tiempo, la convocatoria de una Asamblea Constituyente, Rosa Luxemburgo cuestiona el viraje adoptado por los bolcheviques al disolver el Parlamento y restringir el derecho de voto. Admite que la Asamblea Constituyente podía no ser verdaderamente representativa, pero afirma que en ese caso la disolución debería haber ido acompañada de una convocatoria de nuevas elecciones, realizando una defensa expresa de la existencia de instituciones representativas bajo un gobierno que se proclama socialista.
Su posición no es meramente táctica o de realpolitik, sino de principio y se refiere a la necesidad absoluta de que el socialismo se desarrolle sobre la base de instituciones democráticas. Muchos comentaristas de esta obra han señalado acertadamente que su contenido planteaba la necesidad de la compatibilizar el Parlamento y los soviets (o consejos); junto a la necesidad permanente de derechos democráticos incondicionados. Como es historia, ambos elementos son justamente graves debilidades de las experiencias del llamado “Socialismo real”.
La tendencia de los bolcheviques fue otra, hacer de la necesidad virtud, para acabar defendiendo un "socialismo" antidemocrático o si prefieren un “colectivismo despótico”.
Frente a una frase de Trotski ("Como marxistas nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal") contesta: "Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal. Ni tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo.... Lo que realmente quiere decir (esa frase) es: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa, siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia".
¿Socialismo democrático-participativo? El contenido del socialismo para Rosa Luxemburgo es entendido como una ampliación de la democracia (una democracia post-liberal en nuestros términos, y no una fascistoide política anti-liberal), no su limitación, extendiendo la intervención en la vida pública a masas de población que nunca habían sido partícipes de su destino. Por otra parte, el socialismo no puede establecerse por decreto. Nadie posee las soluciones para todos los problemas, ni un método infalible.
Para Rosa la solución de los problemas sólo puede proceder de la fecunda corrección de los errores cometidos, la cual sólo es posible sobre la base de la libertad de crítica y de la más amplia iniciativa popular: "El sistema social socialista sólo deberá ser, y sólo puede ser, un producto histórico, surgido de sus propias experiencias, en el curso de su concreción, como resultado del desarrollo de la historia viva, la que (al igual que la naturaleza orgánica, de la que, en última instancia, forma parte) tiene el saludable hábito de producir siempre junto con la necesidad social real los medios para satisfacerla, junto con el objetivo simultáneamente la solución. Sin embargo, si esto es así, resulta evidente que no se puede decretar el socialismo, por su propia naturaleza, ni introducirlo mediante un "ukase". Exige como requisito una cantidad de medidas de fuerza (contra la propiedad, etc.). Lo negativo, la destrucción, puede decretarse; lo constructivo, lo positivo, no. Territorio nuevo. Miles de problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a la luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados. La vida pública de los países con libertad limitada está tan gobernada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espiritual. (...).Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales".
La democracia es el único medio para poder limitar los errores inevitables en toda dirección política: "El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable (palabras de Lenin...). La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etc. Nadie lo sabe mejor, lo describe de manera más penetrante, lo repite más firmemente que Lenin. Pero está completamente equivocado en los medios que utiliza. Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias. Es el terror lo que desmoraliza".
Por otra parte, se trata de una defensa de la libertad sin los complejos de verse etiquetada como liberal o como pequeñoburguesa. Las libertades públicas no son algo accesorio, sino el aire mismo imprescindible para poder hablar de algo parecido al socialismo:
"Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase trabajadora, el Estado socialista, en cambio, de opresión a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede existir".
De forma consistente con las posiciones defendidas ya desde 1903, Rosa Luxemburgo rechaza el jacobinismo político y valora en el más alto grado la autodeterminación e iniciativa de las masas. Esa capacidad constructiva de la sociedad sólo puede desarrollarse con libertad política, cuyo fundamento es el derecho a diferir, a criticar, a oponerse:
"La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la "justicia", sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la "libertad" se convierte en un privilegio especial".
La ausencia de democracia conduce a la degeneración política: "Cuando se elimina todo esto, ¿qué queda realmente? En lugar de los organismos representativos surgidos de elecciones populares generales, Lenin y Trotski implantaron los soviets como única representación verdadera de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y de experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad, dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas. En el fondo, entonces, una camarilla. Una dictadura, por cierto: no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos (¡la postergación del Congreso de los Soviets de periodos de tres meses a seis!). Sí, podemos ir aun más lejos; esas condiciones pueden causar inevitablemente una brutalización de la vida pública...".
La revolución de Octubre ha alimentado la vieja tentación jacobina (y su consecuente fracaso) de la izquierda y su tendencia a intentar sustituir los procesos sociales de aprendizaje, empoderamiento y autonomía de masas por las iniciativas de pequeñas camarillas políticas, y la auténtica dinámica de las transformaciones de la sociedad por un control administrativo. Sobre dicha base, la contra-revolución estalinista estableció su régimen despótico-burocrático.
En todos los sentidos, las opiniones expresadas en La revolución rusa derivan de la lucha en favor del socialismo y de la democracia que había manifestado Luxemburgo a lo largo de toda su trayectoria; por ello este escrito aparece como su auténtico "testamento" político.
Un testamento que contiene una trágica advertencia sobre el triste destino del socialismo si olvida su intrínseca necesidad de democracia y libertad. Un estremecedor aviso que no puede seguir siendo marginado y silenciado. Para no repetir los mismos errores.
Frente a la barbarie capitalista, la alternativa no es la barbarie del despotismo burocrático, sino atreverse a imaginar y pensar figuras de la democracia socialista, del socialismo democrático participativo.

domingo, 9 de enero de 2011

ABRIR LAS UNIVERSIDADES A LA DEMOCRACIA INSTITUYENTE: ¿EL JUEGO ESTÁ TRANCADO?

Estudiantes durante la reforma de Cordova-1918

Javier Biardeau R.
Cuando uno escucha a rectores y rectoras, vice-rectores y vice-rectoras, decanos y decanas, directores y directoras de escuelas, consejos universitarios, de facultades o de escuelas, declarar sobre su intención colectiva e institucional de dialogar, debatir o asumir las tareas de las transformaciones universitarias, uno comprende con sano escepticismo que la mitad de propuesta es un discurso de galería mediática, otra parte es un guión pre-establecido para no cambiar absolutamente nada, y el resto se debate en un pequeño espacio para la simulación de la discusión (hasta llegar al agotamiento de la misma), para finalmente llegar a la conclusión que indica que desde el poder instituido de las universidades no habrá transformación alguna. Repito, desde el “poder instituido” de las universidades no habrá transformación significativa alguna.
Lo más resaltante de esta patética sub-cultura del “no debate”, de liquidación de la auto-reflexión crítica sobre los propios fundamentos, justificaciones, finalidades y responsabilidades del espacio de racionalidad instalado hegemónicamente, como armazón de sentido de la institución universitaria, es cómo un discurso autoritario, moderno, de razón suficiente, cancela los espacios de libertad, creación, de transformación, de contestación intelectual, ético-cultural, social y política.
Pues las universidades, no son meros espacios donde abundan las representaciones del “Homo Academicus”, en sentido de: a) contribuciones doctrinarias en el esclarecimiento de los problemas nacionales, b) búsqueda de la verdad para afianzar los valores trascendentales del hombre, c) formación de los equipos profesionales y técnicos que necesita la Nación para su desarrollo y progreso, d) inspiradas en un definido espíritu de democracia, de justicia social y de solidaridad humana, abierto a todas las corrientes del pensamiento universal, las cuales se exponen y analizan de manera rigurosamente científica, d) al servició de la Nación.
No, estimados lectores, esa visión normativa de la Ley de Universidades reformada en 1970 luego de una ocupación militar dirigida por las fuerzas del pacto de punto-fijo a la UCV, se aplica en clave minimalista. Pues las universidades son parte de los aparatos de hegemonía educativa y cultural, con lógicas de poder profundamente instaladas, producto precisamente de las contradicciones de las luchas históricas por conquistar espacios de autonomía-dependencia frente a su entorno económico, político, social, cultural; que se concreta en aquella frase que plantea actualmente el Art.109-CRBV: “(…) Las universidades autónomas se darán sus normas de gobierno, funcionamiento y la administración eficiente de su patrimonio bajo el control y vigilancia que a tales efectos establezca la ley”.
1.- Pinceladas de historia:
Desde 1958 hasta la actualidad, la Universidad venezolana en general sigue teniendo pendiente la tarea de una democratización interna más profunda y a una inserción social consciente y en sentido emancipador, en buena medida porque se ha colocado de espaldas al legado de la Reforma Universitaria de Córdova en 1918, que se extendió a buena parte de Latinoamérica con un aliento transformador radical, que dejó su horizonte y huellas en la educación superior del continente.
Una universidad democrática, autónoma, gratuita, transformadora y popular sigue siendo tarea pendiente en estas latitudes, frente a los proyectos de una universidad corporativa, tecnocrática, elitista, modernizadora, que utiliza el término democracia en términos aún más restringidos que el uso y abuso del “canon liberal-democrático” para caracterizar a los regímenes sociopolíticos funcionales al metabolismo social del Capital.
Otro de los hitos históricos que se deja de lado (como las Universidades Populares Gonzales Prada en Perú[i]), fue el debate sobre la “educación socialista” en 1933, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas en México. En este debate es posible comprender por otra parte los extravíos de una izquierda con profundos sesgos jacobinos. La “educación socialista” no se imponen desde arriba, desde el “gobierno”, parte de movimientos instituyentes de los colectivos, actores, movimientos y fuerzas sociales que hacen vida en la relación universidad-sociedad y pueblo organizado. Si el movimiento popular está operando en clave de masa de maniobra y no como sujeto de transformaciones, y si las fuerzas emancipadoras internas a las comunidades universitarias aparecen replegadas, el trabajo no se reduce a operaciones de toma y comando, sino a un vasto esfuerzo de articulación política y ético-cultural.
Por otra parte, cuestionar el pensamiento liberal-capitalista de las universidades, inscrito en sus currículos ocultos, no implica pasar a imponer la “educación socialista”. Esta es una posición simétrica al pensamiento único de derecha. Allí hay elementos fundamentales para comprender el extravió de reducir la libertad de enseñanza a una sola corriente de pensamiento, desde una doctrina única, impuesta desde un gobierno, sin pasar por un profundo debate de la multiplicidad de corrientes y sobre el papel de los saberes contra-hegemónicos en el interior de las comunidades universitarias.
El debate entre Antonio Caso y Lombardo Toledano, en el contexto mexicano de la educación socialista” por ejemplo, sigue siendo significativo para comprender las filosofías de la educación que se debaten en medio de la turbulencia política. Si se desgaja una filosofía de la liberación social, de una filosofía de la autonomía, de las pedagogías críticas de la liberación y de la libertad de las singularidades subjetivas, el proyecto de izquierda encalla con facilidad en una figura de colectivismo despótico.
La especificidad de las luchas contra-hegemónicas en el terreno educativo y ético-cultural, no se reducen a los imperativos y ritmos específicos de una agenda política-partidista. Tienen su propio tiempo, su propia materia, su propia especificidad, sus propias tareas y lógicas de campos con relativa autonomía. Y lo fundamental, tienen sus propios agentes de cambio que pueden estar animados por una agenda de transformaciones más amplias, pero que no pueden constituirse en vagones de cola de un Ministerio, por lmás "revolucionario" que pretenda ser. Si no fuese así, sería mas honesto tirar al balde de la basura la noción histórica de "autonomía universitaria".
Por otra parte, a partir de los años 60, en medio de la intencionalidad política de la “Alianza para el progreso” de los EE.UU y en medio de múltiples conflictos, se pretendió convertir a las instituciones educativas de América Latina en banco de pruebas para proyectos de «modernización» capitalistas, reflejos, dependientes y truncos, diseñados y dirigidos desde los Estados Unidos a partir de una estrategia integral contra-insurgente, que manifestando la supuesta intención de ayudar a construir una Educación Superior, productiva para el crecimiento económico capitalista, eficiente en lo académico y administrativo, y aparentemente progresiva para el desarrollo social sin conflictos de clases, sectores y grupos.
Se trataba sin embargo, de contraponer este modelo tecnocrático de universidad fundamentalmente capitalista-modernizadora para liquidar a las universidades populares, autónomas y radicalmente democráticas (busque un co-gobierno en las universidades norteamericanas y vera que encontrará) como referencia contestaría frente a la dominación imperialista y los gobiernos que la hacen viable en Nuestra América.
El asunto básico era despejar del campus universitario a cualquier espíritu crítico, creativo, contestaría y revolucionario, léase cualquier corriente de pensamiento que pudiera en cuestión las estructuras de mando, dominación y explotación, así como sus teorías funcionales a la reproducción educativa de la hegemonía ético-cultural del sistema-mundo capitalista.
Más cerca de nuestro contexto local, el debate sobre la “renovación universitaria” entre 1968-1971 también serviría para realizar un balance de inventario de los “modelos de universidad en pugna”. La autonomía de la que tanto se habla en la actualidad desde los círculos dominantes de las Universidades está marcada en su sentido y significación, por una situación de facto, por la ocupación militar de la UCV, y no es casual que todo este debate sobre la autonomía limitada por la “razón de Estado” hubiese sepultado previamente el espíritu de la renovación.
2.- Lecciones de la derecha para la izquierda:
Pero hay un hecho que debe llamar a la profunda reflexión en el seno de las autoridades ministeriales. Lo que llama la atención críticamente, es que aún en las extremas condiciones de la confrontación política, se intento dar lugar a una consulta, aunque fuese un procedimiento viciado o un simulacro de apertura (en el marco de una relación de fuerzas nada inocentes) a la Reforma a la Ley de 1958, que en esencia logró finalmente dar mayor control al Estado sobre la Universidad y pavimentar el camino jurídico a las reformas tecnocráticas. Aquí la derecha supo manejarse con mano zurda.
Por tanto, la reforma de la Ley del año 1970, no estuvo preñada de ninguna “autonomía democrática, plural y libre”. Nació de una un proyecto de gobierno, que a través de una consulta parlamentaria amarrada a una correlación de fuerzas, fue cooptando selectivamente algunos de los elementos presentes en el debate sobre la renovación, a la vez que fue limando las aristas más contestatarias del movimiento para liquidarlo en la práctica.
Esa inteligencia política de la derecha marcó un juego de medios, instrumentos, recursos y procedimientos, donde el parlamento jugó con cierta cautela, reconociendo las divisiones internas a las fuerzas de izquierda y autonómicas en las universidades.
Ya entonces, la llamada “Alianza por la Autonomía” fue un movimiento defensivo, aleccionado por la bota represiva del gobierno de Caldera, y no de iniciativa transformadora. El uso político abierto del Consejo Nacional de Universidades, permitió colocar a la autonomía en un lugar subalterno, si así lo requería la “razón de Estado” de turno. Las maniobras internas al propio espacio universitario se correlacionaban con las dinámicas divisionistas y sectarias en el terreno de la propia izquierda.
Si no se comprende el acoplamiento de ambos movimientos de correlaciones de fuerzas, con sus propias lógicas, sus propios medios de acción, sus propios actores, sus propias especificidades, no se comprende la complejidad y la sobre-determinación de conflictos que se avivan. Y esta doble dinámica existe en la medida en que la autonomía universitaria juega un papel central.
Además, llama la atención que en perfecta comprensión leguleya, “bajo el control y vigilancia que a tales efectos establezca la Ley” no es en ningún caso autonomía absoluta. Lo que se debate entonces en la LEU es la relación Estado-Universidad-Sociedad, no conceptos abstractos de autonomía, es el vivo efecto de las luchas históricas por concepciones de la autonomía universitaria enclavadas en la historia de Nuestra América.
3.- ¿Qué (no) hacer desde la izquierda?
Por tanto, luce extremadamente paradójico que un gobierno que se presume de izquierda cometa todas las torpezas de los ejercicios del poder de la derecha. Que ni siquiera se reconozca en su propia historia, que no parta de un balance de inventario programático de su propia filosofía de educación que dio lugar a la autonomía universitaria, en el marco de las luchas por la emancipación social y política, sin superar el grave error de considerar que en la materia universitaria bastará contar con la palanca gubernamental para hegemonizar un debate.
Con el perdón de todos los que se ilusionaron en la aplicación de la LEU, utilizando los atajos del período decembrino y la vorágine legislativa del momento, no hay transformación universitaria ni por decreto, ni por "acciones de toma y comando". Estas tácticas son muestras de debilidad en la capacidad contra-hegemónica del proyecto gubernamental.
Sin empuje decisivo de fuerzas de transformación internas, que desnuden la triste realidad de la universidad controlada por círculos de la derecha corporativa, reaccionaria, promotora de visiones neoliberales abiertas o encubiertas, con profundas relaciones con los intereses político-partidistas de la MUD y de la derecha internacional, y sin un acompañamiento del movimiento popular organizado, cualquier decisión gubernamental va a ser directamente traducida en clave de violación a la “autonomía universitaria”.
En síntesis, la derecha aparece revestida de hegemonía en cuestión de autonomía universitaria, por los propios errores de la izquierda, por deshacer con las visceras y los pies lo que hacen con el cerebro y las manos.
4.- ¿Que no acate la derecha?
Por otra parte, quedará grabada en la memoria universitaria la pancarta que manejaban las autoridades, que trataba de decir al parecer: “Por respeto a la Constitución. No acataremos la Ley”.
Esta frase fracasó morfo-sintácticamente (de esto ya se encargó Roberto Hernández Montoya: http://aporrea.org/educacion/a114969.html). Sin embargo, esta pancarta no deja de expresar el síndrome opositor, de lo que por mi parte llamo la imaginaria “Constitución-350”.
El único artículo que interpretan al tenor de sus humores circunstanciales, que parece reconocer la oposición venezolana en su imaginario jurídico, es el artículo 350, sin considerar aquella sentencia de la Sala Constitucional (Iván Rincón dixit) que sobre el asunto despejo algunos interrogantes sobre la materia.
Porque uno de los elementos más interesantes de la disociación que frente a la Ley mantienen desde sectores de la derecha, es la sostenida actitud desafiante de desconocimiento de las sentencias del Tribunal Supremo de Justicia y de la legitimidad democrática del propio Tribunal Supremo de Justicia. Obviamente desde esta disociación ideológica grupal, sólo serán los operadores políticos y escribas jurídicos más extremistas de la oposición política, los máximos y únicos intérpretes del texto constitucional.
Lo que manifiestan entonces desde factores de la MUD, es un llamado trivial a desobedecer la Ley a trocha y mocha. Si tratase de esta actitud infantil que repitió cierta izquierda sectaria frente al ámbito del estado de derecho, en años anteriores de la historia política del país, púes será funcional y mucho mejor para el gobierno (como demostró el fallido golpe del 11 de abril y el paro petrolero).
5.- ¿El juego está trancado?
Estamos en muchos casos ante una política fanatizada de dos bandas políticas. Lo que algunos han llamado la “política de las dos minorías”, que responde menos al ejercicio riguroso de una política hegemónica, rigurosamente comprendida en un cuadro de fuerzas enfrentadas, y que solo se traduce en una política de dominación pura, en un choque de prejuicios, estereotipos y consignas, lo que vulgarmente llamamos un “diálogo de sordos”, sólidamente instalados en un cuadro de sobre-polarización que asfixia matices, deliberaciones amplias, articulaciones diversas, compromisos mínimos, salidas mínimas negociadas, conquista de la mayor legitimidad democrática posible.
Se trata en ambos casos, de una concepción autoritaria de la hegemonía, simple supremacía por el ejercicio de la fuerza, sin contenidos de justicia debatibles por parte de ambos polos de la confrontación. Esta tendencia impide que ninguna de estas opciones radicalizadas construya algún plano de “auctoritas” basado en la deliberación y la densidad de los argumentos, y no en el ejercicio puro de la fuerza.
De allí se explica con facilidad el hastío político y estancamiento del equilibrio relativo de las relaciones de fuerzas. Es falso que desde esta lógica, ninguno de los sectores vaya a conquistar a corto plazo una ventaja decisiva en el terreno de los valores, ideas e ideales. Creo que una lectura de los planteamientos, entre otras contribuciones críticas y constructivas, de Reinaldo Iturriza apuntan a refrescar una lógica de la política en el campo bolivariano que intentan despejar el camino para reimpulsar ventajas decisivas y deben ser analizadas con atención. Se requiere para eso tener oído fino, por una parte, y suspender los reflejos condicionados que disparan a toda crítica interna en el campo bolivariano con la etiqueta de “contra-revolucionario” y “salta-talanquera”.
Llama la atención que desde el punto de vista semántico y pragmático, quienes enarbolaban esta pancarta en la UCV, se han quedado, como dicen los amigos y amigas de los programas de computadoras, “colgados o guindados” en un circulo vicioso. La Constitución establece principios generales, con su rango y jerarquía, para la interpretación de la Ley. Pero además remite a la Ley; es decir a leyes orgánicas y ordinarias. Nadie acata una Constitución sin acatar al menos el “principio de legalidad”. Otra cosa es que quieran cuestionar una Ley orgánica u ordinaria específica, y la Constitución establece los procedimientos para hacerlo. Hasta donde cualquier ciudadano y ciudadana tenga entendido, aquí hay plena vigencia de la Ley Orgánica de Educación.
Seria conveniente preguntar a las autoridades universitarias si acatan o no acatan la Ley Orgánica de Educación. Desde allí comenzarían a despejarse muchos interrogantes y los caminos de la futura Ley de educación universitaria. Pues no se puede apelar a la Constitución para desconocer los procedimientos establecidos para asegurar el principio de legalidad. He allí los dilemas de aquellos que apelan histéricamente a la “Constitución-350”.
“No acataremos la ley de educación superior”, no deja de ser parte de un “plan de calentamiento de calle”, un plan que luce trivial y a todas luces sincronizado con otras iniciativas nacionales y hemisféricas, que el Presidente Chávez le lanzó un verdadero balde de agua fría, quitándole la iniciativa a esta “agenda de batalla”. Porque para la batalla hay un “orden de batalla” y un “cuadro posible de maniobras”. Y para decirlo con metáforas: no es conveniente ir con flancos débiles, ni con “vanguardias” mal estructuradas. Ni caer en la “agenda del enemigo principal”. Por tanto, la materia universitaria ha desbordado a los operadores políticos directos de ambos lados.
Aun no se comprende la especificidad y densidad del debate sobre la materia universitaria en tiempos de transformaciones sociales profundas. No se trata de simples correlaciones de fuerzas, sino de cualidades y densidades intelectuales de estas fuerzas. No es un asunto de aritmética de una medición de fuerzas, sino una complicada algebra de movimientos en el tablero estratégico, que desborda cualquier tentación de sustituir una consigna de derecha por una consigna de izquierda.
Fue de esta misma forma, como históricamente se agotó el debate sobre la “renovación universitaria”, y fue finalmente así como se impuso la reforma a la Ley de Universidades de los años 70, por parte de las fuerzas de punto-fijo. ¿Simple fuerza contra fuerza? Si es así se agota completamente el espacio para fecundar comunidades de pensamientos críticos y creativos, no solo maniqueos como lo son en gran medida hasta ahora, cuando se habla de política universitaria.
Porque “plural” no remite a un dualismo asfixiante que termina en maniqueísmo; es una política de “más de dos”, tanto actuales como virtuales; porque es en los matices y acentos de la multiplicidad de colectivos, corrientes y movimientos, donde se fecunda con mayor propiedad el debate universitario, pues las simples oposiciones binarias no ayudan a captar el juego de diferencias que puede enriquecer el “tiempo de la reflexión”.
Las necesidades, demandas, aspiraciones y requerimientos específicos de cada uno de los sectores universitarios, de cada una de las comunidades universitarias, de cada una de las actuales escuelas y facultades, incluso de cada grupo de autoridades universitarias en sus situaciones particulares, no puede aplanarse a una oposición binaria.
Si no se capta el juego de diferencias, de matices, de tonos, si no se introduce un debate donde se recojan historias y particularidades, el asunto se bloquea en una operación que marca el campo de batalla en zonas de influencia y control de la MUD ó del Ministerio de Educación Universitaria. Se pierden entonces en gran medida, un ámbito de temas y problemas que son propios de la especificidad de la materia universitaria, que podrían abordarse desde visiones mucho más amplias, desde lo que llamamos convencionalmente “políticas públicas” del sub-sistema de educación universitaria.
6.- ¿Sera posible el debate?
Por tanto, hay que saludar la intención para recomenzar el debate descarnado sobre el subsistema de educación superior, tanto dentro de las Universidades como fuera de ellas. Y en este debate, el primer prejuicio que hay que disolver es que la Universidad venezolana actual es, desde el punto de vista del ejercicio de sus prácticas y estrategias de poder, una institución predominantemente democrática; y que son los gobiernos o los Estados, los espacios donde se concentra exclusivamente el ejercicio autoritario o despótico del poder, mientras las “almas bellas” del no-poder y del conocimiento libre de sesgos ideológicos e intereses, aprenden a ser, a saber, a actuar y convivir, con relaciones exentas de poder-dominación.
Este prejuicio es una simple "mentira de bajo vuelo". Esta mitología impide pensar de manera descarnada la universidad como un espacio de luchas, como un aparato hegemónico y como una red de dispositivos de poder-saber, con sus voluntades y juegos de verdad, que cumplen funciones políticas más allá del espacio de lo político-institucional, del sistema político de partidos, del parlamento y de los aparatos de Estado.
Cuando uno escucha el estribillo de una “universidad autónoma, plural, democrática y libre” en boca de los rectores identificados políticamente primero, con una filosofía de la educación de corte liberal o conservadora, y segundo, con la realpolitik de la MUD; haciendo el trabajo político de la oposición partidista en las universidades públicas y autónomas, estableciendo convenios formales o informales con la USAID, o triangulando con cuanta fundación cercana a los intereses del Departamento de Estado Norteamericano exista, uno recuerda desde cuales tensiones, conflictos y antagonismos se constituyó el concepto de “Autonomía Universitaria” en el pensamiento de América Latina y el Caribe.
Por tanto, hay que dejarse de inocentadas y gestos bobalicones, a pesar de agotar el llamado al debate de argumentos. En la Universidad se hace y se piensa la política como en cualquier espacio social; es decir, no está exenta de la política de las fuerzas sociales, económicas, políticas y culturales que se enfrentan en una sociedad cruzada por tensiones, conflictos y antagonismos propios de las divisiones de intereses de poder, clases, grupos y sectores.
Ahora bien, los hacedores de política en las Universidades, la hacen al menos en dos planos que no pueden confundirse, aunque estén estrechamente vinculados: la política universitaria hacia su propio “espacio académico” (la docencia, la investigación, sus modelos de gestión, gobierno y administración); y la política de la Universidad hacia su entorno, sea estatal, empresarial, hacia los sectores populares o hacia la propia “sociedad civil”, con toda su anatomía enclavada en la economía política y sus conflictos de clases, grupos, fracciones y sectores sociales.
Todavía hoy se piensa que esta relación con el entorno se sintetiza en la palabra “extensión”. Pero la inocuidad del término oculta los compromisos porosos de las universidades con los vectores de fuerzas que operan con los medios-dinero y poder.
Las políticas de conocimiento, información y de saber se vinculan estrechamente a las universidades y al tan olvidado debate (que constantemente trae a colación el Sociólogo Rafael Palacios) sobre el sistema de ciencia y tecnología. ¿Por qué hay tanto desdén por estos debates de trascendental significación en la agenda de los operadores políticos?
Yo aventuro una respuesta: son debates de “baja rentabilidad política”. Sólo cuando los operadores políticos pueden pescar en estos debates cierto espacio de influencia, cierto caudal de votos, cierto nivel de audiencia, cierto control sobre recursos estratégicos, allí si son importantes estas cuestiones. Los “profesionales de la política” de derecha y de izquierda, se preocupan de la ciencia, de la tecnología, de la educación universitaria, de cuestiones como la bioética o de los "agujeros negros", cuando les toca su instinto de conservación, mantenimiento o ampliación del poder. Así de cruda es la realidad.
Encontrar una comisión parlamentaria preocupada por los problemas epistemológicos, éticos, sobre meta-teoría de la ciencia, sobre pedagogías constructivistas, sobre las tecnologías de información y comunicación en la enseñanza pública, ó digamos, sobre ontología fundamental, eso es una improbabilidad elevada a la máxima potencia. Pero son estos temas lo que aparecen de cuando en vez al abrirse el debate sobre la materia universitaria. Allí María Corina Machado, el diputado Cocciola, Iris Varela o Diosdado Cabello no tendrán grandes querencias invertidas.
Insisto, hay que saber organizar una agenda de temas y problemas, de ámbitos, que son propios y específicos de los actores que hacen vida de las comunidades universitarias, que no son ni siquiera operadores políticos en las universidades, de aquellos ámbitos donde se encuentran temas políticamente sensibles, donde se mueven a sus anchas los operadores políticos (el tema de la “autonomía organizativa” pensada en términos de "normas de gobierno", responde a querencias de determinados agentes de cambio o reproducción), e incluir las razones políticas que operan en la esfera pública democrática de la sociedad con relación al tema de la educación universitaria.
Por otra parte, ¿Acaso no es interes de los sectores populares que se discutan las condiciones de ingreso, que se estructure una universidad gratuita, con buenos comedores, con buenas bibliotecas, con acceso público al material biblio-hemerográfico, con acceso a nuevas tecnologías de información y comunicación, a buenos laboratorios y equipos, que puedan participar además activamente en la vida política de las universidades (que son "polis", aunque no se quiera aceptar este asunto), en sus políticas de “gestión, docencia, investigación y extensión”?)
Un concepto de universidad de derecha, anti-popular, anti-democrático y completamente funcional a los sistemas económicos dominados por el Capital y a sus representantes políticos, se opone a una universidad radicalmente democrática, autónoma, pública, popular y contestaría (y esta es una opción explicita acerca de las universidades públicas). Esto está claro. Pero esto no es suficiente.
Consolidar espacios para la fecundación de comunidades de pensamientos críticos, creativos y liberadores de las opresiones y cadenas impuestas sobre la imaginación, la sensibilidad, el conocimiento, el saber y los afectos, más allá de la idea de "profesionalización" o de crear engranajes socio-técnicos en la división social del trabajo, que impulsan las actividades manuales, estéticas, ético-culturales e intelectuales de los seres humanos, sin discriminaciones fundadas en el racismo, las clases sociales, la identidad cultural, el género, la coloniaje del poder-saber ó la condición social, esto ya comienza a ser una tarea mayor.
Superar una universidad, cuyos “funcionarios” administran planes de estudio y currículos (manifiestos u ocultos), para la reproducción de las estructuras hegemónicas de mando, control y explotación social, esto llevará mucho tiempo si partimos de la cualidad ética, estética, afectiva y política de los “funcionarios” actuales.
La Universidad ha sido eso, y ha demostrado que está función reproductora no permite superar el mimetismo de los proyectos de modernización refleja, dependientes y truncos. Tampoco sirve sólo para administrar habilidades y competencias socio-técnicas, requeridas por los intereses corporativos de las empresas, con su división jerárquica del trabajo y sus lógicas de funcionamiento internas.
Pero tampoco sirve una universidad arrodillada a intereses ideológicos contingentes de gobiernos, que dependen de ciclos político-electorales (cuando son más ó menos democráticos) sin capacidad de tomar distancia y espacio ante los requerimientos de los sistemas administrativos, políticos o económicos funcionales a la lógica del poder y del dinero.
El asunto va adquiriendo un complejidad que si no se logra organizar un debate con densidad, puede perderse todo el trabajo en el encontronazo por un solo artículo de la futura LEU.
Se equivocan entonces, quienes declaran apodícticamente que las universidades no son auto-transformables per se, o quienes suponen que en ellas no existen actores, movimientos, fuerzas intelectuales, estéticas, afectivas y éticas para propulsar mutaciones significativas. De esta afirmación simplificadora a “bajar la santamaria”, hay sólo un ínfimo paso.
Por otra parte, no se equivocan quienes afirman que los gobiernos, desde su lógica de gobernabilidad y del poder constituido, son los peores agentes de cambio cuando de universidad se trata. Ni siquiera un “gobierno revolucionario” escapa a los imperativos de una real-politik de cortísima elevación intelectual, donde la pulsión básica tiende a encogerse hasta devenir simple “técnica para alcanzar y mantener el poder por el poder mismo”.
La materia universitaria requiere no políticas gubernamentales de corto vuelo, sino políticas públicas hacia el subsistema de Educación Superior. Y cuando hablo de “políticas públicas” planteo, que nacen menos pensando en una “razón de Estado”, y más en la construcción de una esfera pública radicalmente democrática, donde la competencia científico-técnica, humanística ó los llamados saberes-expertos se abren al escrutinio público, donde concurren de manera conflictiva y hasta antagónica actores, movimientos y fuerzas que atraviesan a la sociedad y al Estado. Porque las "sociedades de conocimiento" no están desvinculadas de los juegos de poder.
Hoy ha sido profundamente cuestionada cualquier desvinculación de la razón tecno-científica de sus fundamentos, justificaciones, finalidades y responsabilidades sociales y políticas. Hoy ha quedado profundamente cuestionada cualquier presunción sobre la neutralidad axiológica o ideológica del desarrollo de las capacidades ó fuerzas productivas.
Lo que afirmo es que desde la lógica del poder constituido, sea del aparato universitario hegemónico o desde el aparato gubernamental constituido, no hay posibilidad alguna para activar movimientos instituyentes, comunidades de pensamiento críticos y creativos que desafíen los imperativos de la burocracia académica o los imperativos de ponerle la mano a las universidades desde un gobierno de turno.
El juego, entonces, está trancado, si se concibe exclusivamente desde una lucha entre poderes instituidos severamente enfrentados (las autoridades universitarias y sus grupos auxiliares, contra la autoridad gubernamental y sus operadores directos), sin visibilizar el barullo que viene de otras geografías de la experiencia, desde otras latitudes y planos de intensidad (colectivos, actores y movimientos instituyentes): la universidad puede dejar de permanecer impávida, si se conmueven sus cimientos burocráticos internos, y si se pone en cuestión al mismo tiempo, el extravió del los representantes del gobierno en esta materia.
Para desconsuelo de la oposición y cierto desconcierto de operadores políticos del gobierno, el presidente Chávez ha logrado rectificar para llamar a corregir graves debilidades de la LEU. Por mi parte advierto que su artículo 11 de la actual LEU ha complicado sobremanera el modo histórico de comprender la relación entre Estado-Universidad-Sociedad.
¡Ni ultra-rectores ni ultra-ministros! Se trata de democratización y de densificación del debate universitario. A la demagogia rectoral no se le combate con demagogia gubernamental. Una política de Estado en esta materia debe proyectar un mínimo de coherencia, viabilidad y sostenibilidad.
La primera tarea será desbrozar la maleza para identificar y superar las debilidades de consistencia, congruencia y coherencia entre el proyecto de Ley de Educación Superior y la Ley Orgánica de Educación que le otorga cobertura, y que además es el primer peldaño del desarrollo de la Constitución en materia educativa.
Realizada esta tarea, habrá que superar la lógica del juego trancado. Superar las debilidades de un debate público sobre esta materia, de consulta amplia, abierta, de la animación integral de colectivos, actores y movimientos pertenecientes a las más variadas corrientes y comunidades universitarias, que tengan algo que decir y hacer, para enriquecer un debate amplio construir una arquitectura normativa donde mínimamente se reconozcan sus actores, movimientos y fuerzas. Se trata nada más y nada menos que la construcción de un piso de legitimidad democrática: el "mayor consenso posible".
Frente al burdo error de “no acateremos” de la MUD universitaria, no se responde con un simple golpe de mano legal o con "operaciones comando" que rememoran el espíritu de renovación sin imaginarios radicales instituyentes, no es positivo que proyecte un Ministerio que pretenda concentrar la totalización de significación y sentido alrededor del concepto de “autonomía universitaria”, que le hace el juego a una oposición traduce esta acción en lenguaje binario de “democracia contra totalitarismo”. Desde estas posiciones los actores se ponen de espaldas a los debates de fondo.
El asunto es otro, como han planteado entre otros, los equipos que desde ORUS-IESALC-UNESCO, quienes plantearon una larga jornada de debates sobre reformas universitarias, con sus productos y trabajos en curso.
Se trata de hacer visible una concepción de la universidad donde la cuestión de la equidad y la democratización, por ejemplo, no terminen machacando lo que es esencial en estos espacios: producir el pensamiento que comprenda no solo nuestra realidad sino los contextos mundiales con los cuales se vincula, o generar formas de saber, conocimientos e informaciones que permitan densificar una cultura democrática para la convivencia de lo múltiple.
Notas:
[i] http://eudoroterrones.blogspot.com/2009/01/universidad-popular-gonzalez-prada.html