lunes, 25 de enero de 2010

LA VENERACIÓN SUPERSTICIOSA DEL ESTADO Y EL EXTRAVIO BUROCRÁTICO

Javier Biardeau R.
Si se analiza a profundidad la posición de Marx y Engels sobre el Estado (sobre cualquiera, por cierto) se llegara a la frase: “veneración supersticiosa del Estado”.
Pocos se detienen a pensar porqué Lenin colocó en su análisis de Kaustky y su veneración supersticiosa del Estado (El Estado y la Revolución), la siguiente frase: "fe supersticiosa" en el burocratismo.
El devenir de la revolución bolchevique mostró paradójicamente los rostros duros del “burocratismo”, lo que posteriormente se denominará como “contra-revolución burocrática”.
Si la restauración del capitalismo es la amenaza que desde el pasado le llega a la revolución socialista, el extravío burocrático es el fantasma que le llega del despliegue de su imagen de futuro. Y es que el estatismo ha colonizado el imaginario socialista.
La contra-revolución burocrática estalinista y las construcciones políticas e ideológicas del Estado a las que dio lugar siguen siendo un lastre que afecta la “crisis de alternativas al capitalismo”. Sin hacer un verdadero balance de inventario crítico del estalinismo, y de toda la “veneración supersticiosa del Estado” que se deriva de las estructuras mentales de la ortodoxia bolchevique, será prácticamente imposible la reconstrucción y relanzamiento de un proyecto emancipador.
El colapso del socialismo real entre 1989-91 mostró como los trabajadores y las trabajadoras del campo socialista, consideraron a la “propiedad estatal”, lo que hasta para las corrientes trotskistas definía la naturaleza obrera de la URSS y la de los Estados del mismo tipo, como algo totalmente ajena, extraña y hostil. La doxa de los espiritus del Estado había marchitado el propio "marxismo".
La lección era clara: propiedad social, recuperando el sentido marxiano hasta llegar a la crítica al “comunismo grosero” en los Manuscritos de 1844, no equivalía a propiedad estatal. Esto se revela de una lectura atenta del pensamiento marxiano de cabo a rabo, y no de los filtrajes e imposturas de los aparatos políticos y sus funcionarios orgánicos.
La ideología estalinista diseminó por todos los medios a su alcance, que el carácter “socialista” del Estado, provenía de que, cuando:
“(...) los ‘medios de producción’ pertenecen al Estado no capitalista, la plusvalía adquirida en el curso de la producción retorna a este Estado, quien la reparte según un plan dirigido a mejorar las condiciones de existencia de las masas trabajadoras, a ampliar el aparato de producción, a desarrollar la instrucción y la cultura públicas, a reforzar la defensa nacional” (Declaraciones de Hilary Minc, ministro polaco de Comercio e Industria, en agosto de 1947).
Nada distinto dicen hoy los repetidores de los manuales de “comunismo científico”, descartando por "anarquista", "pequeñoburguesa" o "confusionista", la gestión directa de los trabajadores y la autogestión social de la multitud. Para ellos, Marx sería el más profundo y perspicaz "confusionista".
Lo que no dicen quienes encarnan lo espíritus estatistas del estalinismo, es que la burocracia era quien controlaba al Estado en la URSS, y no como planteaba Marx, que era el proletariado como “clase gobernante”, el que tenia que ejercer directamente el poder del Estado y el poder económico; es decir, la conducción directa del proceso económico. Habra que recordar que significaba la autoemancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos. De allí que en la URSS, y su sistema de dominación, la explotación del proletariado se materializaba en una distribución extremadamente desigual.
Según el propio Trotsky, desde el punto de vista de la desigualdad de los salarios, la URSS de 1936 ya había “alcanzado y largamente sobrepasado a los países capitalistas” (La revolución traicionada. Trotsky hablaba de “retribución del trabajo”, comparando las cifras del salario obrero medio y los salarios otorgados a los obreros “stajanovistas”.).
Otros estuidos señalan que para 1949, el 15% de la población soviética (la burocracia) consumía el 85% del producto consumible; mientras que el otro 85% de la población (proletariado, campesinado) consumía el 15% restante.
Lo que se perdía de vista era la diferencia entre dos conceptos: propiedad y apropiación. El hecho de que legalmente los burócratas no fueran, ni personal ni colectivamente, propietarios, era la burocracia quién decidía sobre las condiciones y el reparto de la producción. En resumen: la burocracia dirigía la economía.
Fue Cornelius Castoriadis uno de los primeros en revelar la importancia de la diferencia entre propiedad (concepto jurídico) y apropiación (lo que regía efectivamente), con el fin de caracterizar las relaciones sociales en la URSS:
“La existencia de la plusvalía o la existencia del sobre-producto no definen ni el carácter de la clase dominante en la economía, ni el hecho de que esté basada sobre la explotación. Pero la apropiación de esta plusvalía por una clase social en virtud de su monopolio sobre las condiciones materiales de la producción basta para definirla como una economía de clase basada sobre la explotación. El destino de esta plusvalía, su reparto entre la acumulación y el consumo improductivo de la clase dominante, determinan el carácter específico de la economía de clase y diferencian históricamente a las clases dominantes entre ellas”. (Castoriadis: La sociedad burocrática).
En el socialismo real existía una capa social no sólo privilegiada por su función sino explotadora por su apropiación, que fundaba su dominio sobre un sistema desprovisto de legitimidad histórica.
A parecer, pocos “recién llegados” al marxismo desconocen porque Trotsky tenía razón cuando insistía en el carácter transitorio del “Estado soviético”, porque la idea de “Estado revolucionario” es un oxímoron; es decir, una contradictio in terminis, por tanto, un absurdo.
Tal vez cuando algunos terminen de leer el Capital y las teorías de la plusvalía, caigan en cuenta que Marx no redactó finalmente como obras acabadas los tomos II y III del mismo, pasarán a recordar la importancia de los Grundisse o de los Manuscritos de 1844 (y su cada vez más actual critica del "comunismo grosero"), y por fin comenzarán a saber que existió gente como Castoriadis, Grandizo Munis o Tony Cliff, quienes desplegaron una crítica radical a la teoría desastrosa según la cual el Estado es “obrero” porque la economía está "nacionalizada". Tal vez entonces habrá alguna esperanza para enterrar los extravios burocráticos.
Engels lo decía con una ironía sutil, de la cuál carecen por completo los nuevos filosofastros del "Estado Socialista":
"(...) desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización, hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese socialismo, habría que incluir entre los fundadores del socialismo a Napoleón y a Metternich. Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas. De otro modo, habría que clasificar también entre las instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo III, por un hombre muy listo."(Del Socialismo utopico al Socialismo científico)
Para Marx y Engels, obviamente la propiedad estatal no era propiedad social. Tal vez algunos filosofastros de la "propiedad estatal", no hayan leido las notas a pie de pagina del tan citado trabajo de Engels.
Lo que no es seguro es que todavía haya "tiempo político" para hacerlo.

EL ESTADO Y LA CONTRAREVOLUCION


Javier Biardeau R.

“No se puede, entonces, darse algunas oportunidades de pensar verdaderamente un Estado que se piensa aun a través de aquellos que se esfuerzan en pensarlo, más que a condición de proceder a una suerte de duda radical dirigida a cuestionar todos los presupuestos que están inscriptos en la realidad que se trata de pensar y el pensamiento mismo del analista.” (Pierre Bourdieu; génesis y estructura del campo burocrático)
Vistos los desastrosos efectos del Socialismo real en el terreno de la Estatismo autoritario (Populantzas dixit), y el impasse teórico de la ortodoxia bolchevique (incluyendo a Lenin) frente a esta cuestión, ¿será posible cuestionar todos los presupuestos que están inscriptos en la realidad que se trata de pensar, por ejemplo, el llamado “Estado Revolucionario”?
Chávez plantea releer el “Estado y la revolución” de Lenin, e insiste en la incorrecta idea de confundir el “Estado social” de corte socialdemócrata (haciendo caso omiso a su genealogía específica), con el llamado “Estado socialista”, de corte leninista. Este mismo error se cometió en el proyecto presidencial de reforma constitucional del año 2007, y sigue sin ser ni revisado ni rectificado.
Bastaría pasearse por las líneas de la sentencia N° 85 del 24 de Enero del año 2002, elaborada por magistrado Jesús E. Cabrera de la Sala Constitucional, quién planteó entonces precisiones sobre el “Estado Social de Derecho” presente como “forma de Estado” en la Carta Fundamental, en su articulo 2 que enuncia: “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político.”
La fórmula adoptada por el Constituyente en 1999 se alejaba tanto de la ortodoxia liberal (y mucho más de la neo-liberal) como de la ortodoxia marxista-leninista. Para el constitucionalismo democrático y social, las directrices del Estado Social de Derecho, regulan tanto las libertades económicas como el derecho de propiedad, los cuales no se convierten, como tampoco lo eran en la Constitución de 1961, en derechos irrestrictos.
Aquí el discurso de la oposición tampoco acierta, pues la propiedad privada no es un derecho ilimitado (y mucho menos, la actividad monopólica, los abusos de la posición de dominio, la demanda concentrada (artículo 113 constitucional); los ilícitos económicos, la especulación, el acaparamiento, la usura, la cartelización (artículo 114); la adquisición de bienes y servicios de baja calidad, o que se ofrezcan sin la información adecuada o engañosa sobre el contenido y características de los servicios y productos de consumo, así como que se atente contra la libertad de elección de los mismos (artículo 117 constitucional).
Llama la atención, entonces, que ambos sectores estén “fuera de orden” con relación al texto constitucional de 1999, pues la fórmula del “Estado democrático y social de derecho y de justicia” no corresponde ni con un Estado liberal-clásico (Manuel García-Pelayo dixit), ni (como lo afirma el Magistrado Cabrera) propenda a un Estado Socialista en sentido doctrinario, que no respete aspectos de la “libertad de empresa” o del “derecho de propiedad”.
Aquí, obviamente, hay un nudo crítico, que solo puede desentrañar un debate constituyente pos-liberal, y no las maniobras de acróbatas audaces que tratan de compatibilizar a quienes han reflexionado sobre esta modalidad de Estado, como Elías Díaz en España o Habermas en Alemania (con su revisión socialdemócrata de izquierda), por ejemplo, con la ortodoxia leninista.
Dejémonos de tramposerías, confusiones y falacias. El asunto se complica para el campo de la izquierda revolucionaria, si no se realiza un vasto esfuerzo de reflexión crítica sobre las estructuras de pensamiento estatistas que acompañan la recepción del legado leninista. Lenin genera un corto-circuito de vasto calado en los nervios jurídico-políticos de la arquitectura constitucional. ¿Se habrá dado cuenta de esto, la alta dirección política de la revolución bolivariana? Los principios de visión de un Estado democrático y social permiten dictar medidas legales para planificar, racionalizar y regular la economía (artículo 112 constitucional), restringir la propiedad con fines de utilidad pública o interés general (artículo 115), o limitar legalmente la libertad económica por razones de desarrollo humano, seguridad, sanidad, protección del ambiente u otros de interés social (artículo 112 constitucional), pero no se confunden en ningún caso con la argumentación ni las conclusiones de Lenin.
¿Desconocimiento? ¿Manipulación? ¿Autoengaño? Quien sabe. Lo que si estamos seguros es que la vieja izquierda leninista no ha aterrizado, y tal vez Chávez tampoco, a la lectura del trabajo de Maurice Brinton (1972) titulado: “Los bolcheviques y el control obrero, 1917-1921. El Estado y la contra-revolución”, un texto que le aclararía la critica marxiana a la “veneración supersticiosa del Estado”, de cualquier Estado, por cierto.
Aquí entraríamos en una polémica revolucionaria, y no en una querella entre constitucionalistas, o entre socialdemócratas y leninistas. Pues se analizaría la separación entre apropiación económica y poder político (en la forma de una separación entre los soviets políticos y los comités de fábrica, que el bolchevismo utilizó y promovió para convertirlos todos en apéndices de su gobierno), 2º) el desplazamiento del énfasis en la transformación de las relaciones de producción alienantes (la supresión del trabajo asalariado, o lo que es lo mismo, supresión de la subordinación del trabajo vivo a la acumulación, autogestión como relación de producción efectiva) a la democratización puramente formal de la gestión y de la propiedad -no importa cómo esta se plantee (control obrero, gestión obrera, "autogestión"...), y 3º) más en general la adhesión a cualquier «dirección revolucionaria» que no sea el resultado del debate y la autodeterminación democráticos y directos del proletariado, constituirán siempre factores que conducirán a la derrota de la auto-liberación proletaria.
Esta sería otra agenda, una agenda que rebasa en mucho el debate entre Constitucionalismos. Como ha planteado Bourdieu: “La evidencia de las injerencias del Estado se impone tan poderosamente porque ha impuesto las estructuras cognitivas según las cuales es percibido”, y esto ha sido así ya que: “La doxa es un punto de vista particular, el punto de vista de los dominantes, que se presenta y se impone como punto de vista universal; el punto de vista de los que dominan dominando el Estado y que ha constituido su punto de vista como punto de vista universal al hacer al Estado.”

lunes, 18 de enero de 2010

¿POR QUE MARX DIJO: YO NO SOY MARXISTA?



Javier Biardeau R.
Es poco conocido que, en vista de la enorme acumulación de disparates e imposturas que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del “marxismo”, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que yo no soy marxista). Pero la ironía de la historia es que Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates ni imposturas en su nombre, obviamente luego de su muerte en 1883.
Sin duda, para saber si se aproximan o no a las prácticas socialistas revolucionarias que prefiguraba el pensamiento marxiano, algunas acciones, discursos o políticas del llamado “Socialismo de, en, o para el siglo XXI”, será necesario seguir al pie de la letra, no un trazo filológico o hermenéutico, sino colocar por delante aquella sentencia:
“Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida”. (Marx-Engels: La ideología Alemana).
Y en términos de políticas de Estado y su relación con las estructuras de clase, analizar con precisión que:
“La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política, y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad”. (Marx-Engels: La ideología Alemana)
Experimentamos tiempos de interpretaciones polémicas, abiertas y libertarias. Tiempos de hermenéuticas críticas, de deconstrucciones, de semióticas vinculantes, de pensamiento crítico socialista, como base de posturas reflexivas en momentos de crisis de la modernidad occidental, del capitalismo neoliberal, del fundamentalismo de mercado, del modelo de democracia tutelada por el imperio, de sus certezas amalgamadas.
La evidencia polémica indica que tampoco es tiempo de dogmatismos estériles, de seguidismos ideológicos, de “calcos y copias”, de simples replicas o imitaciones de un pensamiento que se correspondió tal vez, a un determinado ciclo de luchas por el socialismo (ortodoxia bolchevique), a sus inventarios e inercias históricas, pero que sencillamente ha colapsado junto a la implosión del socialismo real.
Nuevos ciclos de lucha para revoluciones sociales y políticas, si quieren ser radicales, no pueden estar acompañadas de una profunda regresión o estancamiento en el terreno del “pensamiento crítico”, en lo “teórico”, en lo ideológico, en la “epistemología” o en la “gnoseología”. No es con guiones de manuales del “comunismo científico”, que podrán reimpulsarse las rupturas necesarias en cada uno de los eslabones de las cadenas de la dominación social, en todas sus manifestaciones en la existencia social: explotación económica, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social y negación cultural.
Se requiere una renovación del pensamiento crítico socialista, una plataforma teórica revolucionaria, una red de nodos de pensamientos insurgentes y saberes contra-hegemónicos, de teorías contra-sistémicas que al menos conserven algunos de los espíritus de emancipación radical de Marx y Engels.
Pero no basta autodefinirse, entonces, en las actuales circunstancias como “marxista”, como asimiladores de las “verdades universales” del “socialismo científico”, después de comprender lo que significó para Marx decir que “yo no soy marxista”, despúes de lo que puede significar el marxismo crítico en una época posracionalista, posmetafisica y poscientífica.
Tampoco basta una profundización del sentido de esta críptica declaración, pues hay que reconocer en el campo de las izquierdas de diferentes tradiciones y corrientes del marxismo, desde las más autonomistas, heterodoxas, críticas, abiertas y libertarias, hasta las más reaccionarias, burocráticas, dogmáticas y despóticas.
Digámoslo con claridad: solo podemos hablar de la multiplicidad de marxismo(s). Esto entraña una pregunta pertinente: ¿Desde cuál marxismo me habla quien afirme hoy: "Asumo el marxismo"?
Engels le comentó en carta a Bloch (1890):
“Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos «marxistas» y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado...”
Se refería Engels en esta carta al reduccionismo económico y mecanicismo de muchos “nuevos marxistas”(los que hablaban de infraestructuras y superestructuras como si fuesen campos separados), que pretenden encontrar una suerte de dogma infalible en vez de asumir los problemas de un sistema teórico abierto, en permanente construcción de sus matrices conceptuales, sometido al rigor de la consistencia de sus metodologías, y sin dejar de lado la contrastación de sus proposiciones con los fenómenos, procesos y tendencias de la realidad histórica, política, económica y social.
Engels apuntaba no solo a criticar a quienes “cacarean” las “tesis fundamentales”, sino a comprender en profundidad la complejidad de una auténtica revolución teórica inconclusa, un programa de investigación-acción de alcance revolucionario, como “momento teórico” inmanente a la praxis revolucionaria, que desbordaba las convencionales consideraciones de la filosofía o la ciencia académica; es decir, del episteme dominante en el capitalismo moderno europeo en el siglo XIX.
Y como momento de la actividad teórica crítica, se trataba de una postulación abierta, revisable, debatible, en constante restructuración y renovación. No se trataba de dogmas, entonces. Se trataba de una dialéctica revolucionaria sin dogmatismos. De la conjunción de una concepción materialista de la historia, de una crítica a la economía política burguesa y del despliegue del método dialectico, algo muy distinto a la simplificación del “materialismo histórico” y del “materialismo dialéctico” (DIAMAT/HISMAT).
Por tanto, será necesario referirse polémicamente a algunos elementos sustantivos, en tiempos de “aligeramiento de los fundamentos” de aquella concepción, para cuestionar que sea el modelo de socialismo burocrático-despótico, la vía de construcción del socialismo en el siglo XXI.
Por ejemplo, Marx planteaba un imperativo ético-político en su crítica a la filosofía del derecho de Hegel, que prefiguraba su posición crítica frente a la civilización del Capital:
“Subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable” (Marx: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel).
Voluntad subversiva, humanismo revolucionario. De allí parte la crítica radical de Marx a la civilización del Capital:
“Radikal sein ist die Sache an der Wurzel fassen. Die Wurzel für den Menschen ist aber der Mensch selbst.”. “Ser radical es tomar el asunto de raíz. Pero, la raíz para el hombre es el hombre mismo”. (Marx: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel)
Una de los peores desvaríos de los “nuevos marxistas” fue el de asimilar acríticamente la versión del “Marx joven” y el “Marx viejo”, del “Marx ideológico” y del “Marx científico”. Una separación de campos, que opacaba la multiplicidad de la obra crítica y abierta de Marx, que devenía en interpretación codificada, no solo en una “lectura sintomal”, que pretendía convertirse en clave de bóveda de la literalidad esencial del pensamiento de Marx.
Hoy sabemos que ya no existe aquella “metafísica de la presencia” en el acto interpretativo, que hay múltiples estratos de significación y contextos de uso en la cadena discursiva, en la riqueza de la obra abierta y crítica de Marx. En fin, que el territorio del pensamiento de Marx es aún una vasta e inexplorada extensión a ser cartografiada desde diferentes marcos interpretativos, pero no acuartelada y amurallada por un dogma, que es en el fondo un revisionismo simplificador y tramposo.
Quién hable desde el dogma se descalifica de entrada. Hay corrientes del marxismo, no una ni dos, sino múltiples lecturas de Marx. Ya no hay aparato político, estatal o académico que asegure tener la única versión del marxismo, que asegure un “orden del discurso” exclusivo para la obra marxiana.
Lo que existe es una polémica dialógica entre corrientes y tradiciones marxistas, una diversidad de horizontes de comprensión del pensamiento marxiano, con inevitables consecuencias en el campo político-estratégico. Por tal razón, habrá que recordar que:
“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.” (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista)
El movimiento proletario es un “movimiento autónomo”, en primer lugar, no es un “movimiento heterónomo”, guiado desde afuera y desde arriba por otras grupos, sectores y clases, por los intelectuales orgánicos del Capital o de la burocracia estatal.
Es además el movimiento de una inmensa mayoría, de un bloque social de explotados y oprimidos, en función de los intereses de la “mayoría inmensa”. Se trata del movimiento autónomo de la multitud.
No hay pues compatibilidad alguna entre el imaginario jacobino-blanquista y el imaginario marxiano. Marx no planteó revoluciones de “minorías conspirativas”, o “revoluciones desde arriba”. Allí hay una disyunción entre Lenin y Marx, y entre toda la ortodoxia soviética y Marx, por más acrobacias que realice la escatología “marxista-leninista ortodoxa”.
Ni la autoridad intelectual de Bujarin, ni el despotismo de Stalin, sirven ya para engañarnos. La revolución marxiana fue desde entonces una revolución democrática y socialista de multitudes. Sin este atributo deja de ser consistente con el pensamiento marxiano. Por tanto, nada de veneraciones supersticiosas al Estado, a su maquinaria burocrática, a sus funcionarios y capas administrativas, con sus propios intereses:
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”. (Marx: Critica al programa de Gotha)
No hay Estadolatría posible en el pensamiento marxiano. El Estado es un órgano que debe estar subordinado en todo momento y circunstancia a los intereses de la nueva sociedad naciente en el proceso de transición al socialismo:
“Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil.”. (Engels: prologo a la Guerra civil en Francia)
El Estado de transición debe ser nuevo y verdaderamente democrático, devenir semi-estado hasta transformarse en una asociación de hombres y mujeres libres. Continúa Engels:
“Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase.”
Queda claro, que los promotores de la veneración supersticiosa del Estado quedan muy mal parados en este texto, el Estado no es el “reino de Dios en la tierra”, ni el campo donde se hacen realidad ni la verdad ni la justicia. La “gente se acostumbra”, como decía también Etienne de la Botie en el “discurso de la servidumbre voluntaria”, a pensar que los "asuntos comunes” no puedan ser mirados de manera distinta que a través del Estado y sus funcionarios. Pero los asuntos comunes, la experiencia de lo común, los territorios existenciales del comunismo democrático no son asuntos predominantemente estatales. La experiencia de lo común, sus territorios existenciales, desbordan cualquier encuadramiento estatista:
“El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (Marx: La guerra civil en Francia)
Habrá ciertamente para Marx y Engels, un Estado radicalmente democrático de transición, que amputara los peores lados de esta mal (El Estado, estimados es un mal necesario en las primeras fases, pero es un mal). Así como los seres humanos dependen de las circunstancias sociales, históricas y culturales, la praxis revolucionaria puede y debe transformar estas circunstancias, debe amputar inmediatamente los peores lados de este mal, sobre todo el lado despótico del Estado.
No basta leer a Marx y Engels, a través del filtro de Lenin o de cualquier ortodoxia soviética, hay que prácticamente sumergirse en las aguas del pensamiento de los clásicos, antes de someterse a las lecturas de las corrientes, sean socialdemocratas reformistas o marxista-leninistas ortodoxas.
Para deshacerse del trasto viejo del Estado, nuevas generaciones tendrán que educarse en condiciones nuevas y libres. No será con una educación para la servidumbre al Estado, para la sumisión ideológica al Estado, en condiciones donde no impere la más amplia libertad, que se podrá deshacerse del "trasto viejo del Estado", y así mismo, de la Estadolatría.
“Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase. Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos." (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista)
La producción, entonces, estará concentrada en manos de la sociedad, será propiedad socializada, no estatizada. Y para que esta condición sea cumplida, el proletariado debe ser “clase gobernante”, no clase espectadora o mediatizada, clase representada o sometida, en fín clase que deviene clase gobernante del órgano del Estado, de un Estado radicalmente democratizado, que impulse la transformación de la sociedad burguesa, de su régimen de producción, de las condiciones socio-genéticas del antagonismo de clase, para sustituirla por una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.
Se trata nada mas y nada menos que de una comunidad de hombres y mujeres libres, no de un Estado totopoderoso que administra los intereses comunes en nombre de la asociación. El Estado es el órgano subordinado, no el órgano subordinante. En otro texto Engels agrega:
“La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución. Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción. Para esto, no hay más que un camino: que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas, que ya no admite otra dirección que la suya.”
La estatización puede ser una medida transitoria de una fase transitoria, pero es incompleta e incluso una falsa solución del conflicto, si abandona el horizonte de la socialización económica y política, de la crítica radical a los estados de dominación económica y política. Es la sociedad la que debe tomar sin rodeos, posesión efectiva de las fuerzas productivas, otorgándole una dirección al modo de producción, apropiación y cambio. Se trata como veremos de la planificación social, no de la planificación estatal en sentido estricto:
“Haciéndolo así, el carácter social de los medios de producción y de los productos, que hoy se vuelve contra los mismos productores, rompiendo periódicamente los cauces del modo de producción y de cambio, y que sólo puede imponerse con una fuerza y eficacia tan destructoras como el impulso ciego de las leyes naturales, será puesto en vigor con plena conciencia por los productores y se convertirá, de causa constante de perturbaciones y de cataclismos periódicos, en la palanca más poderosa de la producción misma.” (Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico)
La planificación social se hace con plena conciencia de los productores directos; es decir, con conocimiento de condiciones y causas de los procesos y tendencias económico-políticas, con la intervención decisiva de los trabajadores, no con la planificación de los burócratas como presuntos representantes del interés general.
El proletariado es no sólo "clase gobernante" en el poder político, sino "clase gobernante" en el terreno del poder económico, pués como dirá Gramsci, la hegemonía nace en la fábrica. La palanca de la producción estará en manos de una mayoría inmensa en favor de la inmensa mayoría.Se trata entonces de democracia económica y social, de planificación democrática de los trabajadores y consumidores. Continúa Engels:
“Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero, una vez conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, en nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de producción. Mientras nos resistamos obstinadamente a comprender su naturaleza y su carácter -y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores-, estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros, y nos dominarán, como hemos puesto bien de relieve. En cambio, tan pronto como penetremos en su naturaleza, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán, de tiranos demoníacos, en sumisas servidoras."
En manos de los productores libremente asociados, con conciencia y conocimiento de la acción, tendencia y efectos, comprendiendo la naturaleza y carácter de las modernas fuerzas de producción, es posible transformar el sistema económico capitalista para hacer de sus fuerzas económicas no “tiranos demoniacos”, sino “sumisas servidoras”.
Esto implica una doble apropiación por parte de los productores libremente asociados: apropiación social y política de las fuerzas productivas, pero además apropiación científico-técnica, del saber-conocimiento previamente expropiado por los gestores y administradores delegados por el despotismo del capital.
Lucha por la apropiación del conocimiento, por el saber experto para la gestión de las fuerzas productivas, por parte de las clases trabajadoras, para participar en la dirección de las fuerzas económicas a través de la planificación social. Ruptura de la división despótica del trabajo, nueva cooperación social en el trabajo.
“Es la misma diferencia que hay entre el poder destructor de la electricidad en los rayos de la tormenta y la electricidad sujeta en el telégrafo y en el arco voltaico; la diferencia que hay entre el incendio y el fuego puesto al servicio del hombre. El día en que las fuerzas productivas de la sociedad moderna se sometan al régimen congruente con su naturaleza, por fin conocida, la anarquía social de la producción dejará el puesto a una reglamentación colectiva y organizada de la producción acorde con las necesidades de la sociedad y de cada individuo. Y el régimen capitalista de apropiación, en que el producto esclaviza primero a quien lo crea y luego a quien se lo apropia, será sustituido por el régimen de apropiación del producto que el carácter de los modernos medios de producción está reclamando: de una parte, apropiación directamente social, como medio para mantener y ampliar la producción; de otra parte, apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute.”
Aquí Engels es más claro que todos los burócratas del socialismo real: reglamentación colectiva y organizada de la producción de acuerdo a las necesidades de la sociedad, y, ¡oh sorpresa!, de acuerdo a las necesidades de cada individuo. La ampliación de la producción es necesaria en el proceso de apropiación social; es decir, aumentar la productividad de medios de vida y de disfrute para asegurar, la apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute.
"De cada quien de acuerdo a sus necesidades, de cada cual de acuerdo a sus capacidades" (sentencia que fue originaria de Louis Blanc, y no de Marx o Engels) debe ser conjugada entonces, con la cuestión de la planificación social de los productores libremente asociados (no con la mera planificación de la burocracia del estado), lo que implica, que "el libre desarrollo de cada uno sea condición del libre desarrollo de todos".
Una visión, por tanto, completamente democrática y libertaria de la planificación social, que desborda cualquier imaginario estatista-despótico, que impida la implicación e intervención directa de los productores directos en la dirección de las fuerzas económicas:
“El modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución. Y, al forzar cada vez más la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución ha de producirse. El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado.”
Para Engels, a diferencia del imaginario jacobino-blanquista o del imaginario burocrático, la condición de posibilidad de la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, es que el proletariado sea efectivamente “clase gobernante”.
El problema del poder político de clase está directamente vinculado al poder económico, para comprender el camino por la que una revolución democrática y socialista ha de producirse, en el horizonte de destruir la estrecha concepción corporativa o particular de soberanía en tanto clase, para abolir las condiciones del antagonismo de clase. Veamos:
“Pero con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo, el Estado como tal (Engels lo dice con claridad, no es que espera a que se extinga el Estado, sino que destruye el Estado en cuanto tal). La sociedad, que se había movido hasta el presente entre antagonismos de clase, ha necesitado del Estado o sea, de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y, por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente.”
El Estado de clase mantiene las condiciones exteriores de la producción, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de la opresión; en el caso del capitalismo, bajo el "trabajo asalariado". Patrono público o privado es patrono explotador. Para Engels, todas las ficciones jurídicas del “contrato libre” se vienen abajo, cuando comprendemos que las normas jurídicas requieren de la existencia del Estado para mantener su vigencia y eficacia, bajo el uso de la coacción organizada de clase.
La norma jurídica del “contrato libre” depende para su vigencia de la fuerza pública del Estado. Es el Estado burgués quien asegura la legislación laboral y las condiciones de opresión, mediante el uso o amenaza de uso de la violencia legal. Para Engels, las llamadas superestructuras intervienen eficazmente en las infraestructuras (Como aparece claramente en la carta a Bloch y en otros documentos):
“El Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad era el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido»; se extingue. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor de esa frase del Estado popular libre en lo que toca a su justificación provisional como consigna de agitación y en lo que se refiere a su falta de fundamento científico. Partiendo de esto es también como debe ser considerada la reivindicación de los llamados anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana.”. (Engels: del socialismo utópico al Socialismo científico)
El Estado ni la revolución se hacen por decreto. Seria interesante desentrañar frente a estos enunciados cómo algunas corrientes aparentemente marxistas, se convirtieron en una suerte de filosofastros del Estado, en defensores de la permanente intervención de la autoridad represiva del Estado en las relaciones sociales, llevando al paroxismo el “gobierno sobre las personas”, el despotismo generalizado.
Habrá que recordarles siempre que se trata de un órgano subordinado a la sociedad, que debe ser radicalmente democrático aún el las fases de transición, y que depende enteramente del control de "la inmensa mayoría para el interés de la mayoría inmensa" de sus instrumentos administrativos, de planificación y políticos. Sin Estado radicalmente democrático, sin socialización del poder, sin autogobierno de masas, no hay revolución socialista alguna.
La conclusión provisional es sencilla: los promotores del Socialismo de Estado, del Socialismo Burocrático-Despótico podrán autodenominarse “marxistas”, pero a la luz del pensamiento marxiano, se comprende por qué Engels crítica a los llamados “nuevos marxistas”, y por qué Marx llegó a decir: “Yo soy marxista”.

domingo, 17 de enero de 2010

¿CONSTITUCIÓN POSLIBERAL O CONSTITUYENTE POSLIBERAL?


Javier Biardeau R.
Se le atribuye al Presidente de la II República española Manuel Azaña la siguiente idea-fuerza: “Por encima de la Constitución, está la República, y por encima de la República, la Revolución”. Ya reconocía en acto que el poder constituyente sobrepasa con creces cualquier encuadramiento o teatro constitucional.
Sin embargo, experiencias históricas aparentemente distantes, como la de la España republicana, la frágil República de Weimar, o el mismísimo proceso constituyente soviético, nos colocan en la urgente tarea de repensar las relaciones entre el poder constituyente y las diversas interpretaciones del “Constitucionalismo”, para conjurar el lado malo de la historia, para decirlo crípticamente.
Pues quien dice Constitución, si no dice explícitamente “contrato político”, dice construcción política de "reglas constitutivas", de “acuerdos básicos o mínimos” sobre valores, principios y normas jurídicas, entre y desde una plural y conflictiva disposición de factores reales de poder, no desde los “angelicales y atomísticos” ciudadanos liberales, con su "razon pública" rawlsiana.
Una sencilla forma de comprender la diferencia entre “poder constituido” y “poder constituyente”, puede interpretarse distinguiendo las “reglas de juego” del “juego de reglas”, lo que Searle denominó, tensiones entre el lenguaje performativo y los hechos institucionales (que son hechos políticos de cabo a rabo, como lo sabía Lourau y el socioanalisis, en su distinción entre lo instituyente, lo instituido y la institucionalización).
En las tramoyas donde se ejerce el “juego de reglas”, están quienes inventan nuevas tecnologías de poder, no para actos constituyentes de multitudes, sino para “actos de poder” de elites, para “golpes de estado constitucionales” (Honduras dixit), que dejan “enano” a Curzio Malaparte. Se trata de una primera campanada del cambio real de correlaciones de fuerza en el Continente, que gira hacia la derecha.
Por otra parte, siendo consecuente con la acertada crítica de Lanz hacia algunos de nuestros prejuicios social-demócratas escandinavos (gradualismo, oxigenación, conquista paso a paso, hegemonía democrática, tiempo institucional, etc), diremos que hablar de una Constitución pos-liberal es una auténtica torsión del significado histórico y político-cultural del “Constitucionalismo” tout court; es decir, del “liberalismo político”.
No apelaremos a la historia del Constitucionalismo, o a los mas recientes nombres de Rawls y Habermas (que a Lanz sencillamente le dan urticaria y fastidio) para agregar lo siguiente: el “constitucionalismo liberal-democrático” aspira a institucionalizar procesos de consensualización política (Oscar Mejia Quintana dixit); es decir, programas mínimos de “democracia procedimental”(La que postula el establishment de la OEA, por cierto).
Esto lo decimos a propósito, ya que el amigo Lanz nos habla de la “frágil cultura democrática”: condición de posibilidad de los desmanes y atrocidades, por ejemplo, de los llamados "Estados de Seguridad Nacional" (ESN) en América Latina (Prohibido olvidar).
Entonces, ¿cómo compatibilizar la aspiración a una agenda de transformación a fondo de la lógica del capital, con el fortalecimiento de una cultura política democrática que muestra sus “fallas tectónicas”, como en Honduras, por ejemplo? ¿Qué ha aprendido la izquierda del juego político entre el programa mínimo de “libertades democráticas” y “legalidad constitucional”, y el programa máximo de “autogobierno de la multitud” y “legislación desde el poder popular”, poniendo sobre la mesa la efectiva constelación de fuerzas de una coyuntura?
La Constitución sirve para mucho más que como catalizador de una “voluntad de cambio contra-sistémica”. Sirve además para sedimentar y apalancar precisamente múltiples sostenes de una cultura política democrática radicalizada, que no convierte el desacuerdo en un desparecido, un torturado o un "falso positivo" (eufemismo perverso del establishment de la "seguridad democrática" uribista); una cultura política democratica que permite enfrentar precisamente “la enorme distancia que puede mediar entre la Constitución y el curso de los hechos, entre los marcos jurídicos abstractos y la dinámica de los procesos reales”.
Alterar radicalmente la lógica de la sociedad imperante, del metabolismo del capital a escala mundial, pasa por sopesar si se interpreta el horizonte del pos-liberalismo, como el anti-liberalismo de cierta "izquierda schmitiana", pues en tiempos posmodernos, posmetafísicos, pero además de “hegemonía imperial”, no habrá que perder de vista la estrecha imbricación entre metafísica, violencia y filosofía política del orden, la seguridad y del bio-poder (lo que diseminan bajo el aparente tecnicismo de "gobernabilidad": mantener a raya a las "clases peligrosas").
Esta filosofía imperial ejerciéndose, pone constantemente sobre la mesa como “Norma constitutiva” al "modelo de democracia pentagonista”, con su rostro de re-despliegue policial-militar global y su "seguridad democrática", junto a la mascarada sonriente de Obama (el más sofisticado producto del marketing político imperial), escoltado por el "saxofonista" que bombardeó Yugoslavia (Clinton), y el afamado neutralizador de “armas de destrucción masiva” y de “Estados forajidos” (Bush jr), ambos en nombre del "destino manifiesto".
Frente a esta verdadera amenaza al horizonte de la democracia sustantiva, radical, deliberativa, participativa del protagonismo popular, hace falta consolidar un nuevo paisaje de actores, otra correlación de fuerzas, no encapsular el espiritu constituyente con el viejo guión del socialismo despótico y burocrático, con sus inercias tropicales, pués efectivamente “no se trata del natural metabolismo de la burocracia de Estado y de partido que aspirarían a grados superiores de desarrollo. De allí no vendrá nada que valga la pena.”
Ciertamente, el espíritu constituyente que no se agota en este o aquel "contrato social", ni en ninguna “ilusión gradualista, desde arriba y desde los aparatos”. La falla de fondo es justamente esta, olvidar desde el fracasado proyecto de reforma constitucional, la metódica y contenido del poder constituyente en acto, pués un movimiento instituyente se llevaría por delante a la cleptocracia del siglo XXI, a la nueva clase política y a tanto alfaro-ucerismo (dirigente aparatero) dentro del propio PSUV.
Sabemos que la contrarrevolución no está durmiendo, que no esta ni siquiera a la defensiva. Ha recuperado la iniciativa estratégica y avanza, para decirlo con ironía, “a paso de vencedores”. Así yo aprecio el aspecto principal de la actual correlación de fuerzas. Pues no hay nada peor para una revolución, que dejarse entrampar por los desvaríos del “mande comandante”, peor aún, si se trata de un Capitán atrapado en el síndrome del Titanic.
Podriamos decir: ¿Ha visto usted el Iceberg, Capitan?
Mis respetos Rigoberto: seamos realistas, pidamos lo imposible!!!

TEXTO DE RIGOBERTO LANZ
¿Para qué sirve la Constitución?
El amigo Javier Biardeau ha planteado un debate sobre la cuestión constitucional (en verdad tiene ya tiempo insistiendo en este campo problemático) que espero el lector haya seguido en este espacio para ir al grano de una vez.
A un costado del carácter de ese instrumento normativo (más a la izquierda/más a la derecha) hay un asunto que es vital: el pulso del momento político, la valoración de la coyuntura, una cierta interpretación de dónde estamos, hoy.
Sería equívoco plantear que las constituciones cambian cuando han agotado todas sus posibilidades. Esa sería una versión a la Noruega. Allí se entiende que hay que sacarle el jugo al "contrato social" que se da esa sociedad puesto que no hay zozobra por ningún lado, sobremanera, porque allí no está en la agenda una transformación a fondo de la lógica del capital.
En nuestro caso los tiros van por otro lado: justamente porque esta Constitución del 99 es un frágil compromiso entre las aspiraciones de justicia asocial con un aliento progresista y un statu quo que se reserva lo esencial, es por lo que su elasticidad es de corto vuelo, no da para mucho (salvo para enmendar las barbaridades de este remedo de sociedad que es impresentable).
Desde luego, dadas las características de un Estado esencialmente parapléjico, dadas las condiciones prepolíticas de los actores en escena, dada la precariedad de nuestra frágil cultura democrática, dado el historial de atrocidades que hemos heredado en estos siglos de República frustrada, es fácil colegir que podríamos pasar décadas intentando implantar el "espíritu" del texto constitucional.
A sabiendas de la enorme distancia que puede mediar entre la Constitución y el curso de los hechos, entre los marcos jurídicos abstractos y la dinámica de los procesos reales, es no obstante obligado encontrar las líneas de inflexión que posibilitan u obstaculizan el propósito central de alterar radicalmente la lógica de la sociedad imperante.
Lo que viene después de esta Constitución del 99 no es "el reino de la libertad". No. Será tan sólo un momento radicalizado del proceso, un nuevo paisaje de actores, otra correlación de fuerzas. Ello no viene evolutivamente una vez que el Estado logre funcionar correctamente y las prácticas institucionales se "oxigenen".
Mi tesis vuelve a ser sencillamente brutal: el tiempo weberiano de las instituciones y el tiempo político de los cambios no coinciden. Ni modo. Hay que privilegiar el tiempo de lo político, es decir, el máximo aprovechamiento del potencial de cambio que ofrece cada coyuntura. Ello no quiere decir que habrá siempre viento a favor y que la vanguardia sólo necesita "implementar los cambios". Nada de eso.
Las correlaciones de fuerzas son extremadamente movedizas y no se atienen a ninguna "ley de la dialéctica". De allí la importancia estratégica de la interpretación del momento político, de la capacidad de pulsar las tendencias, del olfato para vislumbrar por dónde van los tiros. Aquí no hay "etapas" ni gradualismo posible.
Hay que pensar la Constitución como una palanca de catalización política que contribuye a condensar una voluntad de cambio que está en la calle, el poder popular que se gesta. No se trata del natural metabolismo de la burocracia de Estado y de partido que aspirarían a grados superiores de desarrollo. De allí no vendrá nada que valga la pena.
Pienso más bien en el movimiento autogestionado de la multitud que va posicionándose, haciendo retroceder a la vieja institucionalidad, recuperando su voz y su accionar en todos los terrenos. Es el espíritu constituyente que no se agota en este o aquel "contrato social". Claro está, semejante dinámica política no tiene hoy visibilidad. Por eso parece demasiado utópica.
La contrarrevolución no está durmiendo. En muchos frentes está avanzando (en la misma proporción que la revolución retrocede). No hay que tomarse a la ligera lo de la correlación de fuerzas. Tampoco hay que consolarse con la espera. "No hay prisa. Tenemos mucho tiempo por delante" (así hablaba el capitán del Titanic).

sábado, 16 de enero de 2010

¿DIJO USTED CONSTITUCIÓN POSLIBERAL?



Javier Biardeau R.
El amigo Rigoberto Lanz ha lanzado una interesante y provocadora idea para el debate de la transición rumbo al socialismo. Se trata de la tesis de una Constitución pos-liberal; es decir, de una “Nueva Constitución”.
Plantea Lanz que: “La Constitución del 99 (…) resultó del juego de intereses de entonces, fue un texto de corte liberal-progresista que deja intacta la naturaleza de la sociedad capitalista. Avanzada de cara a la Constitución del 61 pero enteramente amarrada a una concepción liberal de la política”.
Lanz re-significa una concepción realista del ordenamiento constitucional cuando afirma: “Todo texto legal tiene el límite socio-político de las correlaciones de fuerza donde se "interpreta" según los lentes de los interesados, donde se "aplica" según la acera de quien se trate. Eso vale también para los textos constitucionales que son siempre una salida de compromiso forjada en medio de tormentas ideológicas y forcejeos de intereses.”
Esta idea tácita de “fórmula de compromiso normativo inestable entre factores reales de poder de una sociedad” nos lleva, por ejemplo, a Lasalle, en su clásica interpretación de Constitución como resultado o expresión de la suma de los "factores reales de poder", y a la idea de la Constitución material.
Nociones como las de “Correlaciones de fuerzas”, “factores reales de poder”, son ideas que nos muestran los entretelones, los bastidores del teatro constitucional. Como ha planteado el antropólogo de lo contemporáneo: George Balandier, es imprescindible situarse en una “teatrología del poder” para comprender el espectáculo que se proyecta en los registros imaginarios y simbólicos de una formación social, a partir de las relaciones de fuerzas y sentidos que se juegan entre actores, movimientos y clases sociales, para poder señalar que:
“La Constitución es el resultado de un juego de intereses, casi siempre velados pero inexorablemente presentes. Concepciones ideológicas y querencias tangibles se enfrentan. Visiones del mundo algunas de ellas antagónicas se disputan cada milímetro del Estado. Nada allí es inocente.”
Allí nos aterriza Lanz al nudo del problema; “Mi tesis es de una sencillez brutal: con una Constitución liberal no se puede hacer una revolución. En un marco constitucional de centro-derecha, la izquierda está condenada al triste papel de "gobernar" (en el mal sentido de la palabra, o sea, como lo hacen los socialistas españoles o franceses).”
Luego apunta: “En la medida en que se radicaliza el proceso, es decir, en tanto los contenidos sustantivos de una estrategia realmente anticapitalista se ponen en movimiento, entonces todo va quedando estrecho: las leyes, los aparatos de Estado, la mentalidad de la gente, el sentido común, los partidos políticos, los sindicatos, los gremios, la Constitución.”
Sin embargo, tenemos algunos desacuerdos centrales con las sugestivas tesis de Lanz, por ejemplo, la que califica a la Constitución de 1999 como una Constitución de centro-derecha.
Desde nuestra perspectiva, el descuerdo apunta a plantear que la Constitución de 1999, es de centro-izquierda; es decir, es una constitución de contenido reformista y gestora de una economía mixta de signo predominamente capitalista, que sintoniza con los espíritus ideológicos del social-cristianismo y la social-democracia. Estas formaciones ideológicas y sus representaciones políticas generaron desafiliaciones, desagregaciones de intelectuales y sus posturas ya dislocadas de los entretelones del pacto de punto fijo, que habitaban en las voces y manos que tuvieron influencia (con sus asesorías incorporadas) de comisiones estratégicas del debate constituyente, como: la “Comisión Constitucional (Hermann Escarra, Ricardo Combellas, Luís Vallenilla), o la “Comisión de Administración de Justicia (Antonio García, Carlos Tablante), o la “Comisión de lo económico y social” (Luis Vallenilla, Alfredo Peña).
Un análisis pormenorizado del “personal político” y sus “espíritus ideológicos” (incluyendo a Luis Miquelena, Jorge Olavarria, Blancanieves Portocarrero, Brewer Carias, Avila Vivas) nos lleva a despejar los "factores reales de poder", los espíritus ideológicos predominantes y sus formaciones discursivas.
Ahora bien, tampoco estamos de acuerdo con una valoración optimista de Lanz cuando señala: “Sectores radicalizados sobremanera, en el espacio del poder popular efectivo encuentran cada vez más asfixiante el marco legal institucional del Estado burgués heredado. Lo hecho en ese campo en la década pasada es una tímida expresión de lo que habrá de ser realmente el poder de la multitud en acto, ejerciéndose.”
Compartimos el horizonte político constituyente de semejante tesis de la multitud popular en acto, ejerciéndose, pero aquí entramos en el terreno de las máscaras y sus rostros: ¿Dijo usted, el asfixiante marco legal-institucional del Estado Burgués heredado?
Mi desacuerdo con Lanz en este punto, reside que en que más que asfixia, lo que existe es la brutal falta de oxigenación de las prácticas político-institucionales del Estado prefigurado en la constitución de 1999, nominalmente “Democrático y Social de Derecho y de Justicia”, tomando como base de la lucha política y social, la vigencia y aplicación efectiva de la carta de derechos fundamentales establecida en 1999.
Si el politólogo Juan Carlos Rey realizó un análisis de las inconsecuencias de la ahora IV República en aquel texto: “El futuro de la democracia”, falta ahora realizar el análisis de las inconsecuencias de las demandas de “democracia social y participativa” en un texto que pudiera llamarse: “El futuro de la revolución”.
Pues si la revolución no ha podido realizar y agotar los contenidos de la democracia económica, social y participativa de 1999, ¿Cómo logrará saltar a nuestro anhelado “reino de la libertad”? ¿Desde que bases de democratización sustantiva, radical, participativa y protagónica se construye la transición al socialismo?
Cualquier salto dialéctico tendrá que tener un adecuado punto de apoyo, para que la prospectiva que afirma que: “otro marco constitucional se impondrá por fuerza de la propia dinámica del proceso”, no sea de verdad-verdad, la dinámica constituyente de la brutal derecha.
¿Cómo va la correlación de fuerzas?, no es una pregunta inocente, pues marca la apreciación de los momentos de flujo o reflujo de la multitud popular, ejerciendo el poder constituyente, mas allá del teatro constitucional.

TEXTO DE RIGOBERTO LANZ:
POR UNA CONSTITUCIÓN POSLIBERAL
"Podemos (y debemos, éticamente) escribir a favor de los intereses de los que el sistema aparta; pero no podemos remplazar su palabra". Roberto Follari: revista Relea, Nº 27/p. 51
RIGOBERTO LANZ
Todo texto legal tiene el límite socio-político de las correlaciones de fuerza donde se "interpreta" según los lentes de los interesados, donde se "aplica" según la acera de quien se trate. Eso vale también para los textos constitucionales que son siempre una salida de compromiso forjada en medio de tormentas ideológicas y forcejeos de intereses.
Nada escapa a esta lógica. Sólo en las abstracciones de algún distraído profesor de "Filosofía del Derecho" es posible la quimera de un marco normativo "objetivo", "imparcial" e "igual para todos".
La Constitución del 99 sigue el mismo patrón de toda formulación jurídica. Lo que resultó del juego de intereses de entonces fue un texto de corte liberal-progresista que deja intacta la naturaleza de la sociedad capitalista. Avanzada de cara a la Constitución del 61 pero enteramente amarrada a una concepción liberal de la política. Si usted la compara con la Constitución de Noruega, por ejemplo, verá que en varios sentidos en ese país capitalista han ido más lejos (allí nuestra Constitución sería un retroceso). Ello significa que sin tocar la médula del poscapitalismo se pueden plantear escenarios que parecerían "revolucionarios" si se les mira desde cualquier tremedal latinoamericano.
La Constitución es el resultado de un juego de intereses, casi siempre velados pero inexorablemente presentes. Concepciones ideológicas y querencias tangibles se enfrentan. Visiones del mundo ­algunas de ellas antagónicas­ se disputan cada milímetro del Estado. Nada allí es inocente. ¿Por qué alarmarse de la discusión sobre una nueva constitución? ¿Quién se alarma? Sabemos que el conservadurismo se va acomodando cada vez que es derrotado en el espacio público.
El texto constitucional vigente fue hostigado hasta el cansancio por una derecha que no entiende nada. Los argumentos más deleznables y las campañas más visearles se pusieron a funcionar impúdicamente. Ahora esa misma derecha aparece como abanderada de una Constitución que ayer nada más les parecía el fin del mundo. Esa hipocresía política es ya típica de todas las derechas. Esas incoherencias no hacen sino delatar el oportunismo de clases y sectores que no van más allá de sus intereses contantes y sonantes. La ironía de esta charada es que la derecha no se enteró ­por los odios acumulados y por la ignorancia política reinante­ del carácter liberal de la actual Constitución.
Lo reitero: tenemos un texto constitucional centrista que una cierta centro-izquierda puede administrar por un tiempo acotado. Más de allí no se puede pedir. En la medida en que se radicaliza el proceso, es decir, en tanto los contenidos sustantivos de una estrategia realmente anticapitalista se ponen en movimiento, entonces todo va quedando estrecho: las leyes, los aparatos de Estado, la mentalidad de la gente, el sentido común, los partidos políticos, los sindicatos, los gremios, la Constitución.
Mi tesis es de una sencillez brutal: con una Constitución liberal no se puede hacer una revolución. En un marco constitucional de centro-derecha, la izquierda está condenada al triste papel de "gobernar" (en el mal sentido de la palabra, o sea, como lo hacen los socialistas españoles o franceses). Eso es lo que ocurre ahora en Venezuela. Sectores radicalizados ­sobremanera, en el espacio del poder popular efectivo­encuentran cada vez más asfixiante el marco legal-institucional del Estado burgués heredado. Lo hecho en ese campo en la década pasada es una tímida expresión de lo que habrá de ser realmente el poder de la multitud en acto, ejerciéndose. Otro marco constitucional se impondrá por fuerza de la propia dinámica del proceso.
Volveremos a ver a la derecha tropical oponiéndose con la misma vehemencia con la que defiende ahora esta Constitución ajena, que es desde luego la misma vehemencia con la que se le opusieron en su momento. Moraleja: ¡Viva la dialéctica!

lunes, 4 de enero de 2010

LO QUE NO APRENDIO EL SOCIALISMO BUROCRATICO DEL CULTO A LA PERSONALIDAD

Javier Biardeau R.
Las revoluciones democráticas y socialistas (y desde este momento descolonizadoras y eco-politicas) se definen por la participación de las multitudes, por el empoderamiento popular, por el protagonismo de las mayorías en las decisiones fundamentales que permiten superar las condiciones de explotación económica, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social, degradación ambiental y negación cultural.
Una revolución democrática y socialista se desnaturaliza y desvanece cuando comienzan a aparecer los “operadores de sustitución” y los llamados “acróbatas audaces”; es decir, cuando en vez de la democracia consejista y el autogobierno popular, se construyen modelos analógos al elitismo político de derechas.
Cuando ya no es el pueblo organizado, ni el poder popular lo fundamental, sino la dirección de un partido (si es "único" mejor), de una burocracia de estado o el culto a la infalibilidad del líder supremo, allí comienza no el “giro hacia la izquierda”, sino el "giro hacia la derecha"; y quizás, hacia la "extrema derecha".
El pensamiento marxiano, como una de las referencias del pensamiento crítico socialista, nunca postuló ni el culto a la personalidad, ni la veneración supersticiosa a la burocracia de estado, ni la existencia de partidos únicos. Quienes si postularon el “principio del caudillo”, la estadolatría, así como la existencia de un partido con estructura, funcionamiento y disciplina militar, fueron los fascistas, nazis y falangistas; es decir, la extrema derecha.
El liderazgo revolucionario, democrático, socialista, descolonizador no puede confundirse con el “principio del caudillo” de cuño despótico, a pesar que las demandas, aspiraciones y expectativas de un colectivo de expresen o articulen de manera histórica y contingente en el “momento del líder”. Un liderazgo puede condensar, amalgamar y catalizar una voluntad colectiva nacional-popular, pero tiene que existir una fuerza de masas a ser resumida y catalizada, para que no sea un simple espectáculo personalista. Pues lo que diferencia claramente la derecha de la izquierda, es la relación entre este “momento del líder” y el decisivo “momento del protagonismo popular”, como mandante de las decisiones políticas fundamentales, pues siempre será distinto “mandar obedeciendo al pueblo” que “mandar sometiendo al pueblo”, que "mandar sobre el pueblo en nombre del pueblo".
Luego del colapso del “socialismo burocrático-despótico” en la URSS y de su zona de influencia, no puede postularse ningún socialismo para el siglo XXI, que no sea parte de una revolución democrática en sentido constituyente, como democracia radical, deliberativa, participativa y protagónica, como democracia contrahegemónica de alta intensidad.
Lo que define el avance o el retroceso revolucionario, es la profundización o no del proceso popular constituyente, de la democracia sustantiva, dele ejercicio contrahegemónico del poder, de las deliberaciones, de las decisiones, no la exaltación del partido único o de algún mito del "cesar infalible".
No hay nada más sencillo para los instrumentos del Imperio, o para un “putsch” de las derechas oligárquicas, que decapitar políticamente a una dirección revolucionaria, que comience a mostrar graves síntomas de deslegitimación y pérdida de apoyo popular, o que deposite toda sus herramientas de lucha en el apoyo a cualquier líderazgo uninpersonal-caudillista con “pies de barro”.
El momento del líder requiere de bases sociales de apoyo fuertes, requiere de momentos de protagonismo popular decisivos, requiere de una multitud popular organizada y movilizada tras un proyecto histórico de liberación, construido, labrado por la experiencia de lucha de los actores, movimientos y fuerzas sociales.
Obviamente, a los lideres históricos hay que preservarlos, hay que apoyarlos y protegerlos, pero no hay que elevarlos al “panteón de los semidioses”, a venerarlos con la más rastrera actitud de adulancia palaciega, ni diseminar apoyos automáticos, o considerarlos infalibles. No hay lideres infalibles, ni que deban ser seguidos con una lealtad que se asemeja a la sumisión incondicional, pues la democracia socialista es la mas alta expresión de autoridad compartida, de autogobierno, de superación de la naturalizada división entre gobernantes y gobernados.
Los líderes históricos se construyen en y desde el diálogo crítico con el protagonismo popular. No hay mejor apoyo a un liderazgo histórico, que la sustitución de un “pueblo-masa de maniobra”, por un pueblo protagonista de su historia, por una voluntad colectiva con base a su proyecto histórico de liberación, que sustituya el orden histórico de dominación y jerarquía, por la red de cooperación para el trabajo vivo, por la conquista de espacios de lo común en libertad: una asociación de hombres y mujeres libres.
Por tanto, el culto a la personalidad sigue siendo una desventaja y una debilidad a la hora de valorar el avance hacia la construcción de un proyectohistórico de liberación y una democracia socialista. Aquí podríamos aprender de la evaluación que realiza el historiador marxista venezolano Oscar Bataglini de los errores del mismísimo Bolívar en los comienzos de la fase Republicana de nuestra historia (de la República distante a la Colonia Interior; 2009, p.164), cuando señala que Bolívar: “(…) dispuso de todas las ventajas que potencialmente le hubieran permitido crear una estructura de poder político y militarmente estable, capaz de convertirse en fuerza hegemónica; es decir, en la dirección ético-política que guiara el proceso constituyente de las repúblicas suramericanas (o al menos de aquellas en las que actuó más directamente) de acuerdo a las prefiguraciones contenidas en su proyecto político.”
Pero el mismísimo Bolívar no logra avanzar en la constitución de un centro de dirección política en parte por la persistencia de una dirección política unipersonal-caudillista, que “le impide disponer orgánica y permanentemente de la síntesis de un complejo de opiniones para reducir el margen de error en el diseño y ejecución de los planes políticos concretos que sirven para la realización del proyecto político”.
Más que la simple adhesión o sujeción carismática con el “momento del líder”, Bataglini valora los principios que le otorgan legitimidad y la continuidad histórica del proyecto de liberación, púes allí reside el núcleo configurador de la praxis transformadora. Ningún culto a la personalidad, ni bonapartismo, ni dirección personalista-caudillista, ni estilo de liderazgo autoritario, ni cesarismo puede estar por encima de la definición colectiva del proyecto político de liberación social.
No se avanza en un proceso popular constituyente desde la debilidad de la conducción colectiva. Un Estado-Comuna puede colapsar en un Estado-Leviatán (como señala Aguilera del Prat: La teoría bolchevique del Estado socialista (2005), p.90-95) si se consolida un sistema de “nomenclatura” de fusión del Partido-único con el Estado, desparece el pluralismo competitivo, desaparezcan los dispositivos institucionales y populares de control del poder, si se anula la sustancia de la democracia socialista que radica en la crítica radical de la lógica de la dominación, de la centralización y concentración del poder, si se elimina la democracia participativa, deliberativa y directa.
Una apología del culto a la personalidad, constituye entonces la fase superior del espíritu del sectarismo. Se trata de una mezcla explosiva de despotismo, que opera generando mayor entropía, desorganización, desaliento y disipación en los cuadros de dirección del proceso revolucionario, pues dada la ausencia de una efectiva radicalización de la democracia en un sentido sustantivo (que constituye la bandera política más importante de la revolución bolivariana para el empoderamiento popular), la llamada “democracia protagónica revolucionaria” se vivencia cada vez más como espejismo, es decir, como simulacro e ilusión política.
Emergen voces que se autodefinen de izquierdas, pero que asumen las formas de discurso, propaganda y de legitimación de la peor de las derechas, las que le rinden culto a la infalibilidad del “principio del caudillo”, cuyo origen fue, es y será de todos modos reaccionario. Lo plantearemos sin tapujos: el “principio del caudillo” y el principio de "veneración superticiosa de la burocracia de estado" son principios simplemente fascistas. Allí están Mussolini, Hitler y Franco, para muestra histórica de nuestros “aprendices del culto a la personalidad”, para sumisión a la estadolatria.
Las tendencias cesaristas y sectarias contribuyen con los espirales de descontento, desencanto y desconcierto (las 3D de la derrota) en las bases sociales de apoyo del proceso nacional-popular que se activó formalmente el año 1998. Sus posturas de promoción de la lealtad ciega configuran debilidades, anticipan derrotas, y como ocurre en estos casos, sus estados de alienación subjetiva y sus cuadros paranoicos-regresivos proyectan los esperables “chivos expiatorios”, fuera del círculo de su propia responsabilidad política e ideológica. Al parecer no aprendieron cuáles fueron los factores críticos de la derrota de la reforma constitucional, lo que da lugar a la afirmación de que en Venezuela no hay 4 millones y medio de oligarcas. Aunque practican el seguidismo ideológico y el tutelaje del castrismo, en este punto no leen ni asimilan a Fidel.
El sectarismo en la “política de izquierdas” siempre conlleva una alta dosis de temeridad, desesperación e irresponsabilidad, de aventurerismo que deriva en la búsqueda de seguridad en el mito del mesianismo redentor. Esto no es nada novedoso en la historia del sectarismo, pero lo paradójico es que se acumulan innumerables ejemplos en la historia, y aún así, se siguen repitiendo los mismos consejos y errores.
Se trata de una patética incomprensión de fondo de los procesos de transición al socialismo como proceso de cambio histórico-estructural de mediana y larga duración, en al menos un bloque de países, lo que supone que no hay socialismo en un solo país, ni se puede confundir socialismo con una deformación burocratica dele stado de transición, ni que se construya desde arriba, por decreto, sin la intervención protagónica y decisiva de las mayorías populares.
Si tan fervientemente aparentan ser lectores y diseminadores del marxismo soviético de los años 50, desde donde extraen como “novedad”, por ejemplo, la tesis de la “conciencia del deber social” (¿Toby Valderrama-Antonio Aponte & C.A. dixit?), perteneciente a las frases literales y sintagmas del llamado “código moral del constructor del comunismo” (frase que aparece como madato moral, como desvergonzado "calco y copia" del marxismo burocrático soviético), podrían pasearse por algunos enunciados del informe secreto de Nikita Khrushchev del 25 de febrero de 1956 (http://www.marxists.org/espanol/khrushchev/1956/febrero25.htm):
“Es ajeno al espíritu del marxismo-leninismo elevar a una persona hasta transformarla en superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un dios. A un hombre de esta naturaleza se le supone dotado de un conocimiento inagotable, de una visión extraordinaria, de un poder de pensamiento que le permite prever todo, y, también, de un comportamiento infalible. Entre nosotros se asumió una actitud de ese tipo hacia un hombre, especialmente hacia Stalin, durante muchos años.”
Obviamente, la camarilla que controlaba el PCUS, trataba de excusar sus responsabilidades colectivas, trataba de pasar por alto su compromiso con la degeneración burocratico-despótica d ela revolución de octubre, tratando de enterrarlas con el cadáver de Stalin, pues se trataba de conservar intacto “los principios del Partido, de la democracia del Partido y de la legalidad revolucionaria”.
Así mismo, en los tan mal citados diccionarios y manuales soviéticos (Rosental y Iudin) se define por culto a la personalidad a la "Ciega inclinación ante la autoridad" de algún personaje, ponderación excesiva de sus méritos reales, conversión del nombre de una personalidad histórica en un fetiche."
Según los manuales: "La base teórica del culto a la personalidad radica en la concepción idealista de la historia, según la cual el curso de esta última no es determinado por la acción de las masas del pueblo, sino por los deseos y la voluntad de los grandes hombres (caudillos militares, héroes, ideólogos destacados, &c.). Es propio de diversas escuelas idealistas atribuir un valor absoluto al papel de las personalidades eminentes de la historia (Voluntarismo, Carlyle, Jóvenes hegelianos, Populismo)."
Tomando como referencia los trabajos de Plejanov, se reitera que "el marxismo-leninismo examina el papel de la personalidad, del dirigente, en estrecho vinculo con el curso objetivo de la lucha de clases, con la actividad histórica de las masas del pueblo. Ni siquiera la experiencia del más genial de los dirigentes puede sustituir la experiencia colectiva de millones de personas. El culto a la personalidad es profundamente adverso al marxismo-leninismo, que por su propia naturaleza, es la ideología de las inmensas masas trabajadoras, con cuyas manos se transforma la sociedad capitalista en comunista".
El llamado revisionismo soviético llegó a plantear que:
"En la práctica, el culto a la personalidad socava los principios democráticos de los partidos comunistas y de la sociedad socialista. Sólo podrá asegurarse el éxito de la lucha contra el culto a la personalidad, tanto en la sociedad socialista como en los Partidos comunistas, si se desarrollan por todos los medios la democracia, los principios leninistas de la construcción del Estado y del Partido".
Se trata de volver al carril leninista, luego del despropósito Stalinista. Una fórmula que deja intacta la reflexión crítica y el balance de inventario de las formulaciones de la ortodoxia bolchevique, que no asume la crítica radical del pensamiento marxiano del imaginario jacobino blanquista. Pues el asunto no estaba solo en el culto al individuo, ni en la violación del principio de la dirección colegial en el Partido, concentrando un poder limitado en las manos de una persona, sino que todo partido que liquide la diversidad, la democracia (interna y externa) y el desacuerdo, produce como contraparte del sectarismo, el culto a la personalidad. Y por ese camino, lo que se garantiza el reflujo del proceso popular constituyente.
Es posible comprender históricamente la transfiguración de la revolución bolivariana, como revolución nacional-popular de emancipación, en "revolución chavista", con su seguidismo ideológico del castrismo cubano, y todos los formatos asociados a este estilo político de bonapartismo de izquierda, incluyendo sus rituales de devoción a la personalidad heróica el "Comandante". Esto implica el acatamiento sin crítica de las expresiones en la opinión pública del Comandante, y la estigmatización de las críticas y desacuerdos, desde las descalificación de las manidos recursos a la traición, pasando por la infiltración de los servicios de inteligncia extranjero, hasta llegar a las amenazas. Un verdadero cuadro paranoico-regresivo que muestra las debilidad de este formato de mediación política, que muestra los verdaderos impasses que genera cualquier mito cesarist en la política de izquierdas.
Más que seguidismos ideológicos, de adulancias palaciegas, el destino de la revolución democrática y socialista en Venezuela se juega en la recuperación histórica de procedencias críticas como las que habitaron en algún momento de nuestra propia historia (sin necesidad de tutelaje ideológico extranjero) en tiempos del constitución de los primeros nucleos revolucionarios, como el PRV, el PRP (Partido Republicano Progresista) o en el propio PDN (Partido Democratico Nacional); es decir, organizaciones políticas de izquierda que promovian el debate programático del ideario socialista en las condiciones específicas de la revolución venezolana.
Pues en estas organizaciones había al menos un profundo debate ideológico y político, una profunda busqueda y construcción de referencias ideológicas, y no un permanente llamado policial a la disciplina, al silencio de los verdaderos problemas de la revolución, a la lealtad ciega y obediente, al "calco y copia" (o su versión siglo-XXI de "cortar y pegar") que parecen más afines a los espíritus de secta, que a la construcción de un profundo debate socialista para el siglo XXI.
De eso se trata, del socialismo para el siglo XXI desde múltiples perspectivas y corrientes de debate, y no al monologo que se impone desde la propaganda bancaria y desde nuestra etapa superior del sectarismo (Freire dixit), la que impone la cartilla monótona, el discurso cada vez más desgastado de la ciga sumisión al culto a la personalidad.