sábado, 23 de junio de 2012

¿Cuál Transición Socialista?


JAVIER BIARDEAU R. | Comenzando el año 2011, Boaventura de Sousa  narraba en entrevista en “La Jornada” cómo le escuchó decir al ex presidente socialdemócrata Fernando H. Cardoso, antiguo promotor del “Enfoque de la Dependencia”, que la “izquierda es burra”. Boaventura replicaba que la izquierda era “lenta para aprender pero que no era burra”. Cardoso planteaba que la “izquierda”: a) no aprende de la historia, b) que el mundo le resulta demasiado complejo y c) que no tiene líderes.
Sobre Lula, Cardoso decía que era un obrero metalúrgico, un ignorante, que no haría nada. Un prejuicio que se corresponde al catálogo de representaciones de la doxa de los intelectuales letrados y reconocidos en sus “comunidades académicas”, provenientes de los sectores medios urbanos, que han formado parte de una cierta “izquierda universitaria” (en sus días de “radicalización discursiva”, lo que en el declinar vital narran como “pecados de juventud” o “sarampión revolucionario”).
Ciertamente, un líder cocalero como Evo o un Teniente Coronel del Ejército venezolano como Chávez, podrían ser calificados como “ignorantes” o “incompetentes”, gente que no ha hecho nada, desde lugares de enunciación privilegiados por las academias de la “Ciudad Letrada” . Sin embargo, es falso que estos tres dirigentes del proceso llamado como la “marea rosa latinoamericana” (Petras dixit) no sean líderes. Efectivamente, son líderes con profundas raíces populares y subalternas (incluyendo a Correa que sería el “experto” bien formado pero también descarriado), pero ¿han aprendido estos liderazgos de la historia? ¿Asumen acaso la complejidad del mundo contemporáneo para imaginar y pensar si es posible transitar “más allá del capital” (Mészáros )?

Ambas preguntas se relacionan directamente con el debate acerca de la transición socialista: ¿Qué ha aprendido las “izquierdas” que encarnan líderes como Evo, Correa y como Chávez de la historia de las transiciones socialistas en el siglo XX (pues Lula despejo el asunto diciendo que su camino era socialdemócrata)? ¿Cómo asumir los retos de la transición socialista, reconociendo la complejidad del mundo de las ideas, de las prácticas y los procesos contemporáneos, bajo una mundialización enmarcada por una profunda mutación civilizatoria, pero además en medio de otra crisis del capitalismo y de las asimetrías entre el Norte y el Sur?
Los viejos códigos del doctrinarismo marxista-leninista  podrían acusar con facilidad de “revisionista” o de “confusionismo ideológico”, para colocar un sólo ejemplo disonante, a contribuciones para el debate civilizatorio como la antro-política de la complejidad propuesta por Edgar Morin . Tomo este ejemplo disonante para colocar frente a frente a un “ideología de la simplicidad” (marxismo-leninismo) frente a una “cartografía teórica de la complejidad” (pensar la Tierra-Patria).
¿Podrá la conciencia revolucionaria del siglo XXI beber de otras fuentes que no sean exclusivamente los guiones ideológicos del siglo XIX y XX, contrastar sus estereotipos, nociones e ideas con las transformaciones en el terreno de las ciencias de la materia, de la energía,  de la vida, de la información, con las ciencias sociales e históricas críticas, con las humanidades y las artes? Esta respuesta no es simple.
Algunos dirán que se requiere fundamentalmente de “ideología revolucionaria” para abordar la transición al socialismo, una ideología cuyas categorías y conceptos, no viven ningún desafío ni crisis de fundamentación epistémica ni de legitimación social; lo cual deriva en que siguen siendo teorias revolucionarias  “vigentes, válidas, correctas y universales”.
Pero, ¿no se requerirá acaso, como diría una lectura menos distanciada de Marx, de propuestas teóricas críticas, radicales, renovadas, que fecunden la conciencia revolucionaria socialista sin tanto “calco y copia”? Obviamente inventar no garantiza no errar, pero no inventar, ni renovar ni crear, para quedarse en repetir guiones ideológicos de revoluciones bloqueadas e interrumpidas si puede llevar anticipadamente al fracaso.
El asunto de la transición socialista requiere además una pregunta nada inocente: ¿Cuál socialismo tenemos en mente como marco, como imaginario o prefiguración de un proceso instituyente de formas y prácticas sociales post-capitalistas? ¿Qué lugar ocupa en este proceso la temática del ejercicio y control del poder, de la democracia, de la institucionalidad política y jurídica, del Estado como “forma de dominación política” y como “poder concentrado”? ¿A dónde fue a parar el guión ideológico de la “Dictadura del Proletariado?
Ciertamente, hay discronías (o dinámicas contradictorias y combinadas si prefieren) en diversos segmentos intelectuales del campo de las izquierdas mundiales. Algunos suponen que están aún hoy en las barricadas de la Comuna de París a finales del siglo XIX, otros ensimismados en el entusiasmo revolucionario bolchevique de 1917, quizás habrá quienes se imaginan ser parte de los núcleos de avanzada revolucionaria de la Sierra Maestra, otros experimentaran la “larga marcha” o incluso la “revolución cultural” maoísta. Pero hasta allí no llega la lista. Algunos serán fieles partidarios de la vieja socialdemocracia marxista, otros de la liberación nacional tercermundista, otros de la autogestión, del autogobierno y la república de la multitud, otros, nostálgicos de la nueva izquierda post-68, o quizás uno que otro rancio estalinista, pro-albanes, partidario de la “idea juche”, para tampoco obviar al complicado archipiélago de trotskismos. ¿Cómo se imaginan y reflexionan cada uno de estos segmentos la “transición socialista”? Esta respuesta tampoco es simple.
¿Existirá acaso en medio de todo este mar de turbulencias una valorización de toda la tradición del “marxismo crítico occidental, o incluso del pensamiento crítico socialista post-estalinista y posmarxista? ¿Existirá efectivamente la capacidad para analizar la complejidad de las sociedades contemporáneas, y particularmente incluir dentro de la sensibilidad de las teorías críticas radicales, la idea de democracia participativa, para no quedarse atados a la democracia liberal o incluso abandonar la idea misma de democracia en nombre de la revolución socialista? ¿Podrá hoy la izquierda más ortodoxa dar cuenta de un horizonte de emancipación más amplio que no se reduce a los partidos revolucionarios de corte leninista, ni a los trabajadores y sus sindicatos clasistas, sino a un vastísimo conjunto de movimientos sociales, donde están mujeres, desempleados, cooperativistas, ecologistas, campesinos, indígenas, gays, entre otros, el que se lanzan a la idea de crear una conciencia mundial bajo la consigna de que Otro mundo es posible, necesario y urgente? ¿Dejará de lado esta izquierda ortodoxa una perspectiva de ciencias sociales e históricas críticas, comprometidas con las luchas de los pueblos oprimidos? Son cuestiones profundas y candentes.
¿Podríamos decir con Wallerstein  que el 2011 fue un buen año para la izquierda en el mundo  sin importar lo amplio o estricto que se defina la izquierda mundial? ¿Podrán las izquierdas anti-sistémicas enfrentarse con eficacia a la imposición de medidas de austeridad a las poblaciones mientras se intentan proteger  los intereses del capital financiero transnacional? ¿Podrá sostenerse el espíritu de revuelta y transformarlo en conciencia colectiva revolucionaria para luchar contra la polarización de la riqueza, contra los gobiernos corruptos, contra la naturaleza esencialmente antidemocrática de estos gobiernos, sea que cuenten o no con un sistema político multipartidista? ¿Hasta que punto se han superado los mantras ideológicos del neoliberalismo acercándo a las mayorías a temas como la inequidad, la injusticia y la descolonización? ¿hay una agenda de transición socialista en las izquierdas mundiales?

Para la izquierda latinoamericana y mundial la cuestión ahora es si puede avanzar y traducir este éxito discursivo inicial en una transformación política bajo un horizonte post-capitalista. Cuando muchas inteligencias críticas le dicen “Adiós al socialismo” , en clave de socialismo real, despótico o burocrático ¿cuantas le dicen efectivamente “adiós al Capitalismo”? La respuesta tampoco parece ser simple.
De acuerdo a Wallerstein, a escala mundial, las fuerzas de centroderecha siguen representando a la mitad de las poblaciones del mundo, o por lo menos a aquéllos que son activos en lo político de alguna manera. Por lo tanto, para transformar el mundo, la izquierda mundial necesitará un grado de unidad política que todavía no tiene. Lo mismo ocurre para consolidar posiciones en un bloque de  poder sudamericano. El archipiélago ideológico y político de las izquierdas devenidas gobiernos, sean partidistas y movimientistas, expresa profundos desacuerdos en torno a los objetivos de largo plazo y las tácticas de corto plazo.
La mayor debilidad es que haya pocos avances en cuanto a remontar las divisiones. Sin embargo, Wallerstein propone  ciertos modos de reconciliación: distinguir entre las tácticas de corto plazo y la estrategia de más largo plazo. Concuerda con quienes argumentan que obtener el poder del Estado es irrelevante para (y posiblemente hace peligrar la posibilidad de) una transformación de más largo plazo del sistema-mundo en su conjunto. Como estrategia de transformación mundial, se ha probado muchas veces y ha fallado. Esto no significa que esa participación electoral en el corto plazo sea una pérdida de tiempo. Porque una gran parte del 99 por ciento de la población mundial está sufriendo agudamente en el corto plazo. Y es este sufrimiento de corto plazo su principal preocupación. Si pensamos en los gobiernos no como agentes potenciales de transformación social sino como estructuras que pueden afectar el sufrimiento de corto plazo mediante sus decisiones en torno a políticas públicas, entonces la izquierda mundial está obligada a hacer lo posible por conseguir decisiones de los gobiernos que minimicen las penurias de la mayoría. Pero esto puede ser calificado de reformismo, si se pierden de vista estrategias de mayor calado espacial y temporal.
Trabajar por minimizar las penurias requiere de la participación electoral. ¿Y qué pasa con el debate entre quienes proponen el mal menor y quienes proponen respaldar a genuinos partidos de izquierda revolucionaria? Para Wallerstein no hay una respuesta estándar, ni pueda haberla. Ni tampoco la respuesta de 2012 va a ser válida para 2014 o 2016. No se trata de un debate de principios sino una situación táctica que evoluciona en cada país. ¿Habrá aprendido las izquierdas a superar sus desacuerdos para avanzar en estrategias comunes? No es sencillo construir la sensibilidad de los y las comunes. Se siguen enfatizando los particularismos y sectarismos.
El segundo debate básico que consume a la izquierda mundial es la que existe entre el desarrollismo y lo que podría llamarse la prioridad de un “cambio civilizatorio”. En América Latina, hay un fuerte debate entre los gobiernos de izquierda y los movimientos de pueblos indígenas –por ejemplo en Bolivia, Ecuador o Venezuela. En América del Norte y en Europa se expresa en los debates entre los ambientalistas/verdes y los sindicatos que le dan prioridad a retener y expandir el empleo disponible. La opción desarrollista, sea que la pongan en marcha los gobiernos de izquierda o los sindicatos, es aquélla que considera que sin crecimiento económico no hay modo de rectificar los desequilibrios económicos del mundo actual, sea que hablemos de la polarización al interior de los países o de la polarización entre naciones. Este grupo acusa a sus oponentes de respaldar, al menos objetiva y posiblemente subjetivamente, los intereses de las fuerzas del ala derecha.
Los proponentes de la opción anti-desarrollista dicen que concentrarnos en la prioridad del crecimiento económico está mal por dos razones. Es una política que simplemente continúa los peores rasgos del sistema capitalista. Y es una política que ocasiona un daño irreparable –ecológico y social. Para hacer un arreglo viable entre ambas posturas están en juego las credenciales de izquierda de cada grupo. Cada quien acusa al otro de hacerle el juego a la derecha. Mientras, la derecha observa a una izquierda dividida con bastante satisfacción. Aquí de nuevo, el asunto clave reside en minimizar las debilidades y desacuerdos.
Para Wallerstein si no se superan estas y otras divisiones, la izquierda mundial no podrá ganar la batalla en los próximos 20 a 40 años en torno a qué clase de sistema sucesor tendremos conforme el sistema capitalista se colapsa definitivamente. Se cumpliría parcialmente una “predicción marxiana” poco destacada: “opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”.
Sabemos que la actual crisis mundial fragmenta el planeta en regiones de tal modo que el sistema-mundo se aproxima a una creciente desarticulación. Uno de los efectos de esta creciente regionalización del planeta es que los procesos políticos, sociales y económicos ya no se manifiestan del mismo modo en todo el mundo y se producen divergencias, en el futuro tal vez bifurcaciones, entre el centro y la periferia, entre el Norte y el Sur.
Para las fuerzas de la izquierda antisistémica esta desarticulación global hace imposible el diseño de una sola y única estrategia planetaria y hace inútiles los intentos de establecer tácticas universales. Aunque existen inspiraciones comunes y objetivos generales compartidos, las notables diferencias entre los sujetos anti-sistémicos, atentan contra las generalizaciones. Ya no es  posible confrontar el capitalismo con una única y prístina referencia al pensamiento único revolucionario.
Aprender de la historia de viejos fracasos deberá dejar claro que el capitalismo no se va a derrumbar ni va a colapsar, sino que podrá ser derrotado por la articulación unitaria de fuerzas antisistémicas, sean éstas movimientos de base horizontales y comunitarios, partidos más o menos jerárquicos e incluso gobiernos con voluntad anticapitalista.
El movimiento revolucionario fracasa bajo la fatalidad, el mecanicismo y el determinismo de suponer la creencia de que el capitalismo caerá bajo el peso de sus propias leyes internas, sobre todo de carácter económico. El capital llegó al mundo envuelto en sangre y lodo, como decía Marx. El poder cultural, mediático, ideológico y político inter-actuan y retroactuan sobre las esferas económicas. El capitalismo no caerá si no hay opciones y fuerzas post-capitalistas. Otra enseñanza de la historia es que la transición a una sociedad nueva no será breve o se producirá en unas pocas décadas. Este reconocimiento requiere de una estrategia unitaria de transformación que logre manejar los desacuerdos internos de una manera novedosa.
Si bien los ocho gobiernos sudamericanos que podemos calificar de izquierdas han mejorado la vida de las personas y disminuido sus sufrimientos, no han avanzado significativamente en la construcción de sociedades nuevas, y en muchos casos han encallado en formas de capitalismo de estado. Se trata de constatar hechos y límites estructurales que indican que por ese camino no se puede obtener más de lo logrado.
Sin embargo, como ha planteado Zibechi  en América Latina existen gérmenes de las relaciones sociales que pueden sustituir al capitalismo: millones de personas viven y trabajan en comunidades indígenas en rebeldía, en asentamientos de campesinos sin tierra, en fábricas recuperadas por sus obreros, en periferias urbanas auto-organizadas, y participan en miles de emprendimientos que nacieron en la resistencia al neoliberalismo y se han convertido en espacios alternativos al modo de producción capitalista dominante. Han logrado al menos vencer al neoliberalismo e identificar como enemigo principal al gran capital nacional y transnacional. Pero esto no es suficiente para construir un sistema económico de signo predominantemente socialista. La unidad de la izquierda es una condición necesaria, pero aún así no es suficiente pués la batalla por un mundo nuevo será mucho más larga que la duración de los gobiernos progresistas latinoamericanos y, sobre todo, se dirimirá en espacios manchados de sangre y barro.
Finalmente, conviene detenerse a caracterizar los desacuerdos entre izquierda política e izquierda social que hacen difícil avanzar. En general, los debates apuntan al papel de la izquierda política, o sea los partidos que se proclaman de izquierda. Por ejemplo, hay que superar viejas divisiones históricas, supuestamente alimentadas por diferencias ideológicas, para ir más allá de la situación actual. La unidad entre las tres grandes corrientes, socialistas, comunistas y anarquistas o radicales, sería un paso imprescindible para que este sector esté en condiciones de jugar un papel decisivo en la superación de la crisis actual. Obviamente, sólo la socialdemocracia reformista, funge como ala política de izquierda de la derecha global, lo cual requiere clarificar la diferencia entre reformas revolucionarias y reformas funcionales a la consolidación del poder de los sectores capitalistas dominantes. Sólo a las últimas se les puede calificar de reformistas.
La experiencia histórica dice que si los partidos de izquierda no se unen si no existe un poderoso movimiento desde abajo que les imponga una agenda común. De allí la importancia de los movimientos sociales de base. Si reconocemos que existe diversidad de intereses es para construir estrategias de cambio que estén enraizadas en la realidad y no en declaraciones o ideologías. Las estrategias para cambiar el mundo deben partir, a mi modo de ver, de la creación de espacios para que los diferentes abajos, o izquierdas, se conozcan, encuentren formas de comunicarse y de hacer, y establezcan lazos de confianza. Puede parecer poco, pero el primer paso es comprender que ambos sectores, o trayectorias, nos necesitamos, ya que el enemigo concentra más poder que nunca.
Así mismo, hay que plantear abiertamente el debate sobre la democratización del Estado (como forma de dominación y de separación entre gobernantes y gobernados) en el proceso de transición socialista. El colapso del socialismo burocrático fue en sí mismo la pérdida de confianza en la eficacia del “Estado socialista” para ordenar y regular la vida humana de manera digna. Para Marx y para Engels era claro que no podía reproducirse una veneración supersticiosa del Estado, llegando incluso a plantear sustituir el término Estado por la palabra comunidad. Pero en la transición socialista quedaba completamente claro la necesidad de una suerte de “semi-estado”, como lo llamó Lenin. Podríamos aceptar que se trataba de una figura más avanzada de Estado social, siempre y cuando se enfatizara la dimensión radicalmente democrática del mismo. Es decir, habría que distinguir un Estado social sin democratización de un Estado social con democratización radical del poder, lo cual implica separar el corporativismo del socialismo democrático y participativo. De esta manera podríamos abordar el conflicto que se expresa entre el estado post-revolucionario y el sujeto subalterno revolucionario.
Si el Estado es un campo dinámico y complejo de relaciones de fuerzas, la lucha para el sujeto revolucionario subalterno se da dentro y fuera del Estado . Por tanto hay que salir de un nuevo desacuerdo y dilema entre una posición neoconservadora que coloca el énfasis en el Estado revolucionario como agente exclusivo del proceso de transformación, y posición anti-estatista que inhibe cualquier estrategia de transformación del Estado vía democratización de las relaciones de poder. Es preciso distinguir entre una democratización del espacio-Estado como espacio de poder (no como espacio neutro de tecnopolítica o jerárquico de mando), lo cual implica construir relaciones mas horizontales entre representantes políticos y funcionarios públicos con el sujeto pueblo-subalterno, reconociendo los desacuerdos en el seno del pueblo; y por otra parte, el Estado corporativo o populista , caracterizado por relaciones verticales entre los primeros y el pueblo, negando la existencia de diversidad y desacuerdos en el seno del pueblo en nombre de una unidad política decretada, y asumida de manera tutelada y disciplinaria.
Como diría Gramsci, mantener la separación entre gobernantes y gobernados como un “hecho natural” es asumir una postura conservadora, aun si se habla en clave de izquierda y de Estado Revolucionario. Por tanto, el horizonte socialista del Estado consiste en problematizar permanentemente cómo se naturalizan las relaciones de hegemonía y subalternidad en un campo de relaciones sociales. Subvertir esta falsa naturaleza es precisamente el acontecimiento revolucionario.

Adiós al Socialismo/ ¿Adiós al Capitalismo?


JAVIER BIARDEAU R.| “(…) algunos declaran con placer que en lo que concierne a la política, y más precisamente a la política revolucionaria, todo ha terminado y para siempre. Sin embargo, renunciar a la emancipación equivale a actuar como un médico que, al fracasar en el descubrimiento de una vacuna, declaran el triunfo eterno de una enfermedad”  (Pensar la Libertad. Miguel Bensayag, p.14)

El diálogo polémico (Bajtin dixit) con el más reciente trabajo del Dr. Enzo del Búfalo “Adiós al Socialismo”, continua con diversos géneros de discurso (Jesús Puerta, Rigoberto Lanz, Hector Silva Michelena,  Eduardo Vásquez, entre otras voces).

En la ciudad de Valencia tuvimos la grata oportunidad de presentar un texto denso, riguroso, polémico, que invita a un debate con implicaciones (aún postergado) sobre cuestiones sustantivas de las izquierdas (Socialismo/Comunismo//Post-capitalismo), que requiere adentrarse en la “enciclopedia” (Eco dixit) utilizada por el profesor del Bufalo: la corriente de interpretación “autonomista”  propia de los marxismos del siglo XXI (Negri, Virno, Medrazza, Hardt), la apropiación de la inmanencia de Deleuze, la genealogía de Nietszche/Foucault, la contraposición de la línea materialista: Maquiavelo/Spinoza/Marx a Hobbes/Rousseau/Hegel, cierto núcleo positivo del liberalismo político radical (¿McPherson?), una tendencia crítico-libertaria  contra la hegemonía del “bolchevismo doctrinario” (¿Comunismo de Consejos?, Korsch, Rosa Luxemburgo), para salir del impasse de la figura del “movimiento obrero administrado” por el “Socialismo Nacional-Estatal”, lógica que ha confundido deliberadamente la propuesta de Marx con la caricatura despótico-estalinista del siglo XX.
La tesis de Enzo del Búfalo sugiere reabrir debates aparentemente saldados por guiones ideológicos de una izquierda latinoamericana refugiada en mitos consoladores: repetir la corriente jacobina de la revolución francesa (Robespierre/Saint-Just), repetir la Comuna de París (Blanqui), repetir la Revolución Rusa (Lenin), repetir la Revolución China (Mao), repetir la Revolución Cubana (Fidel/Che), cuando no recaer en neo-arcaísmos autoritarios. Repetir como compulsión de “Calco y Copia”, hasta llegar a decir: “seamos como Fidel y como el Che”.
Una suerte de “platonismo inconsciente” se desliza en boca de “revolucionarios”, arquetipos, ideas puras, universales: moral de cuartel, sociedad-fábrica, encarnada por un “Partido-único” conductor de la sociedad (contra la tesis de un “Frente amplio de movimientos revolucionarios”), con comisarios políticos e ideológicos y sus anhelados “comités de salud pública” (Basta leer a Barrington Moore: “Pureza moral y persecución en la historia”).
Lo que sacude el texto “Adiós al Socialismo” es la genealogía de toda esta parafernalia moderna, industrialista, disciplinaria, reproductora de diferentes versiones y prácticas del Uno-despótico, ajena al reconocimiento de diferencias-multiplicidades como potencias que configuran nuevos espacios de libertad.
Basta meditar (sin superficialidades), en la cita introductoria del texto  de la Liga de los Comunistas (1847) donde “estos comunistas de la libertad” dejan claro su diferendo frente a comunistas autoritarios que enarbolaron el fetiche del “Socialismo Realmente inexistente”: “Nosotros no somos de esos comunistas que destruyen la libertad personal y pretenden convertir el mundo en un inmenso cuartel o en una inmensa fábrica. Hay, indudablemente, comunistas que se las arreglan muy cómodamente negando y pretendiendo abolir la libertad 
personal, por entender que es incompatible con la armonía: a nosotros no se nos ha pasado jamás por las mentes comprar la igualdad con el sacrifico de la libertad. Tenemos la convicción, y procuraremos demostrarlo en los siguientes números, que en ninguna sociedad puede la libertad  de la persona ser mayor que en la basada sobre un régimen de comunidad”.

Oponerse en todas las relaciones de sumisión despóticas, esa es la pretensión central del texto de Enzo del Búfalo; y desde mi perspectiva no puede comprenderse sin la lectura de: “Notas sobre Babilonia”. ¿Podrá acaso el “movimiento socialista” cumplir la promesa incumplida del primer liberalismo político, concretar la idea moderna de una sociedad de hombres libres e iguales, en la cual no cabe un poder que organiza la sociedad en estratos de sumisión-despotismo o bajo la soberanía de una instancia que monopoliza  decisiones fundamentales? ¿O degradará el “movimiento” es una “gobernanza” para la constitución de Estados Nacionales subsumidos al metabolismo del Capital?
El efecto más perverso de la lucha histórica del “movimiento” sería la constitución de una “Lumpem-burguesía de Estado”, administradora de negocios comunes de una “Nueva Clase de privilegiados”. Se liquidaría así, el antídoto para semejante regresión histórica que impide realizar cualquier “Adiós al Capitalismo”: la articulación histórica de prácticas de democracia radical, social y participativa que superen el orden despótico de la Sociedad-fabrica capitalista.
Se trata de una reflexión de Enzo del Bufalo, que más allá de sus posicionamientos en la coyuntura venezolana, invitan a debatir sobre viejas certezas amalgamadas en sentidos comunes que no nos permiten diferenciar y distanciarnos de la entelequia del Socialismo Burocrático del siglo XX. La muerte de la democracia socialista del siglo XXI reside en la incapacidad para superar el bloqueo histórico generado por las sedimentaciones ideo-políticas de las prácticas sociales despóticas que dominaron la escena del siglo XX.

jueves, 21 de junio de 2012

INTRODUCCIÓN A LOS PROBLEMAS DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA: 1.- CONSTRUCCIÓN SOCIALISTA SIN PENSAMIENTO ÚNICO.

Javier Biardeau R.
Cuando se plantean los espinosos asuntos de la transición socialista en la geografía de las experiencias latinoamericanas y caribeñas, se reactivan cuestiones aparentemente elementales: ¿Es posible imaginar y pensar la transición socialista desde una variante del “pensamiento unidimensional, simplificador o único?¿Que es el Socialismo? ¿Que es el Comunismo? ¿Qué es el Post-capitalismo? ¿Cómo traducir estos debates de marcado acento euro-céntrico a las realidades de los cuerpos, voces e imaginarios nuestro-americanos? ¿Acaso las derechas tienen el monopolio de la voz sobre términos como democracia, pluralismo o libertad, lo cual impide imaginar y pensar la transición socialista como una proceso de radicalización democrática?
No hay nada elemental en estos asuntos, son problemas medulares para construir alternativas deseables, posibles y factibles al actual orden de reproducción metabólica del Capital y a la modernidad hegemónica.
La primera conclusión es que una “revolución” por decreto y desde arriba, basada en un pensamiento unidimensional y simplificador no es ninguna revolución. Allí siempre cabe rectificar a profundidad. Ya en 1964, Marcuse habia descrito el pensamiento unidimensional como resultante del “cierre del universo del discurso” impuesto por la clase política dominante y sus aparatos de difusión de masas: “Su universo del discurso está poblado de hipótesis que se auto-validan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados”. Estas definiciones hipnóticas o dictados ocurren tanto en el pensamiento de la derecha como en el de la izquierda. Se constituyen en guiones o marcos de sentido que reproducen hábitos ideológicos de las fuerzas políticas y movimientos sociales. Sin duda, el pensamiento unidimensional y simplificador en el siglo XXI es una plaga espiritual, una estupidez generalizada, que cruza transversalmente ambos campos: izquierda y derecha, incluso para aquellos perplejos que han perdido éstas elementales referencias.
En segundo lugar, provisionalmente por izquierda entenderemos una actitud vital, si se prefiere un horizonte de prejuicios existenciales frente a la sociedad basada en una concepción de la dignidad-condición humana. Pertenecen al campo de las izquierdas (con todas sus diferencias internas) aquellos y aquellas que NO se resignan a naturalizar la injusticia, el despotismo, la violencia, la opresión y la barbarie del mundo. Los que perciben las condiciones y causas de dicha situación en un modo histórico de organización de la sociedad que llamamos capitalismo, que debe y puede transformarse en una forma social que denominamos Socialista (con todas sus figuras y modelos), que las condiciones de existencia y el modo de hacer capitalistas no residen en la voluntad divina o en la naturaleza de las cosas.
Las izquierdas pretenden cambiar las condiciones de un mundo de explotación, injusticia y exclusión mediante la acción colectiva organizada, para hacerlo más conforme a los valores que sostienen: libertad individual y social, igualdad y justicia social, solidaridad, derechos humanos y colectivos, democracia radical y participativa, inter-culturalidad y defensa a toda costa de la naturaleza.
Aquellos que desconocen estas elementales referencias (que distinguen a la izquierda de la derecha), que pretenden afirmar que esta distinción ya no tienen sentido y significación, se conforman con la reproducción de las condiciones de existencia del capitalismo, por tanto actúan conforme al espacio de racionalidad y el Proyecto histórico de la derecha. Por tanto, para imaginar y pensar la posibilidad efectiva de la transición socialista hay que ubicarse, posicionarse, reconocerse en el campo de las izquierdas. Allí se concibe la posibilidad histórica de tal transición y alternativa al orden del capital.
Ahora bien, hay izquierda(S) y no sólo pensamiento único de izquierda. No enumeraremos por ahora las diferentes corrientes de izquierda, sus distinciones y matices internos, sus afiliaciones organizativas. Lo fundamental es la unidad de acción transformadora de todas estas tendencias en el campo histórico del poder, la constitución de un Frente Amplio Revolucionario.
Es el logro de un horizonte de convergencias estimulado por el liderazgo político integrador de un sistema de valores y actitudes vitales. Que pueda haber interminables debates, controversias, polémicas, perspectivas, esto es indispensable. Pero la unidad de acción transformadora permite distinguirse, separarse y antagonizar al campo de la derecha. Este es el adversario fundamental, o como decía Mao Tse Tung, “saber distinguir en cada situación cuál es el enemigo principal”.
Pero también hay contradicciones secundarias. De allí la importancia de cuestionar el sectarismo y el dogmatismo, suponer que una micro-fracción o una variante del pensamiento de izquierda es la “vanguardia esclarecida” o el “pensamiento único revolucionario” es justamente hacer un gratuito servicio al campo de la derecha, permitir que la izquierda se fragmente, impedir que se conforme una voluntad colectiva para la transformación, utilizar los viejos guiones de ataque al “reformismo” y al “revisionismo” para espantar a potenciales aliados en la construcción de una hegemonía democrática y socialista.
Ya no se trataría del uno que se divide en dos, como en las formulaciones dialécticas, sino en provocar la fuerza al Uno-despótico a partir de la proliferación de una serie inconsistente, fragmentada, dislocada. Esta es la función del sectarismo: dividir sin fortalecer, sin salto cualitativo, disipando la energía revolucionaria.
Suponer que las verdades en política no se hacen desde un proceso de construcción colectiva, sino desde una posición definida y sostenida de antemano, desde un archivo de dogmas, dictados y automatismos ideológicos, esto es justamente recaer en el pensamiento único de izquierda. Por esa vía será difícil establecer encuentros entre corrientes, tendencias y fuerzas de izquierda, pues ante el monopolio de la voz y la verdad revolucionaria por una micro-fracción, lo que se le exige al resto es simplemente obediencia, sumisión y conformismo al axioma predefinido por un genio revolucionario, por un acróbata audaz.
Este sectarismo condena el proceso de transición socialista a una escaramuza permanente entre “reformismo” y “revolución”, sin pasar a considerar que las condiciones específicas de la revolución democrática, pacífica, electoral y constitucional que se vive en regiones de Nuestra América no son idénticas al tiempo político donde la frontera ideológica se definía exclusivamente por la adopción de la lucha armada o de la violencia revolucionaria como medio de acción política.
En fin, el sectarismo desconoce lo específico, lo particular, lo singular y original de una situación política para recaer en generalidades, en calcos y copias, en modelos universales inaplicables a condiciones particulares; es como si quisieran comer sopa con un destornillador, confundiendo situaciones, medios y fines; lanzándose a la retórica temeraria, a una fraseología seudo-revolucionaria para impedir la construcción del trabajo político que construya “mayorías nacional-populares” que tendrán una clara expresión electoral (pero no exclusivamente electoral), confundiendo el “trabajo político de masas” con la propaganda bancaria y difusionista de su particular línea política.
Olvidan incluso un enunciado estratégico clave del Manifiesto Comunista: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.” (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista).
Llama la atención la selección del término “movimiento” para caracterizar al “movimiento proletario”, además de agregarle inmediatamente el rasgo de devenir en un “movimiento autónomo”, no guiado desde afuera y desde arriba por otras grupos, sectores y clases, por los intelectuales orgánicos del Capital, un aparato político vanguardista o la burocracia estatal.
Es además el movimiento de una inmensa mayoría, de un bloque social de explotados y oprimidos, en función de los intereses de la “mayoría inmensa”. Se trata del movimiento autónomo de la multitud proletaria. Marx no planteó revoluciones de “minorías conspirativas”, o “revoluciones desde arriba”. Allí hay una disyunción entre Lenin y Marx, y entre toda la ortodoxia soviética y Marx, por más acrobacias que realice la escatología “marxista-leninista ortodoxa”.
Fijémonos en algunas líneas que desbaratan cualquier pretensión de un partido-único o de un pensamiento único:
“¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado. Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.”
Con la excepción del pasaje que señala que los comunistas “teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario”, que pudiera ser interpretada como una suerte de “preeminencia epistemológica” del punto de vista de la totalidad concreta, el conjunto del texto contrasta con la arrogancia del sectarismo y del dogmatismo: no forma un partido aparte y opuesto a otros partidos obreros: busca la unidad de los partidos obreros, no busca incrementar oposiciones o divisiones; no proclaman principios especiales para amoldar al movimiento proletario; es decir, para encuadrarlo o acartonarlo; defiende y representa los intereses del movimiento en su conjunto, no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
Tal vez hoy, puede postularse una manera de distanciarse amigablemente de Marx, que implicaría modificar aquel enunciado de “privilegio epistemológico” por un enunciado más consistente con las revolución epistemológica post-positivista contemporánea y con la revolución democrática ininterrumpida: “Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, aportan al resto del proletariado, una interpretación de conjunto de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario."
¿Qué aportan los comunistas desde el punto de vista teórico? Una perspectiva más amplia, de conjunto, quizás una interpretación más compleja, multidimensional, para avanzar como movimiento proletario, proceso que debía ser mostrado en la práctica. Sin ninguna prerrogativa epistemológica, como aquella trasvasada por Kautsky a Lenin, que terminó por volver intelectualmente arrogantes a los militantes comunistas en los asuntos del conocimiento, la filosofía y las ciencias.
¿Revisionismo? ¿Y cuál dogma hay que mantener incolume? ¿El dogma de la infalibilidad del Partido único portador de la verdad objetiva y la línea política correcta?. Este dogma es lo más parecido a los dogmas de fe. Pues este enunciado lleva en su seno las marcas del imaginario jacobino-blanquista, y por demas, de una Modernidad hegemónica, cuya epistemología se desliza velozmente por el camino del autoritarismo en la imposición de verdades; por tanto, en la pretensión de imponer la razón mono-lógica. Pués hay algo en la dialéctica solipsista que sigue siendo resistente y recalcitrante a la razón dialógica y al pluriverso: esa ambición por “tener la Razón”. Hacer “como si” la teoría revolucionaria universal fuese un monolito prefabricado, fue justamente el argumento central del “marxismo soviético” luego que Bujarin y Stalin, para fines estrictos de control ideológico y propaganda política, institucionalizaran el llamado “marxismo-leninismo ortodoxo”, a fines de estabilizar una hegemonía política que desembocó en el termidor estalinista. Este es un dato histórico que no puede pasarse por alto para comprender que el campo de la izquierda, y muchos menos el campo del marxismo, puede reducirse a una interpretación unidimensional, simplificadora y esquemática del pensamiento revolucionario socialista.
El sintagma “marxismo-leninismo” fue usado por Bujarin, en su Informe sobre el Programa de la Internacional Comunista, en su calidad de Secretario del Comité Ejecutivo, en el VI Congreso de la Internacional Comunista realizado en 1926. Es allí precisamente, donde Bujarin señala que los principios fundamentales del Programa son los del “marxismo-leninismo", considerando que “(…) debemos insistir particularmente sobre el hecho de que nosotros nos mantenemos firmemente sobre el terreno del marxismo-leninismo ortodoxo". Sin embargo, resulta esclarecedor tener en cuenta que J.V. Stalin había publicado dos textos: “Fundamentos del Leninismo” (1924) y “Cuestiones del Leninismo” (1926), donde acotaba la interpretación ortodoxa: “El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular”.
Fue este “leninismo”, el que circuló como “marxismo bolchevique” en Nuestra América, y no la obra crítica y abierta de Marx, logrando ser hegemónico desde los años 30 hasta llegar como inercia sedimentada en la actualidad. Allí reside la génesis del pensamiento único de izquierda. Un pensamiento que articulando orgánicamente el sectarismo y el dogmatismo funciona cerrando el universo del discurso, con dictados y definiciones hipnóticas, con premisas incontrovertibles, llegando al absurdo de repetir tautologías hasta finalizar con un horizonte de autismo político, donde los códigos y mensajes son sólo auto-referencias, auto-validaciones, ecos, iteraciones compulsivas en círculos viciosos, recursividad de lo Mismo, como diría Adorno, pensamiento identitario = fetichismo.
Más recientemente Lucien Sfez ha propuesto el término “Tautismo” en su “Crítica a la comunicación”. El concepto remite a un “neologismo formado por la contracción de 'tautología' (el 'repito y por lo tanto pruebo' corriente en los medios) y 'autismo' (el sistema de comunicación que me vuelve sordo y mudo, aislado de los otros, casi autista), neologismo que sugiere una mirada totalizadora, incluso totalitaria (la materia viscosa que me adhiere a la imagen, la realidad de la cultura visual, realidad siempre mediada, que se exhibe por lo tanto como “realidad primera”). En otras palabras, a partir del Tautismo, tomo en adelante la “realidad representada”, sus simulacros y espectáculos mediados, se asumen como realidad directamente expresada. Dice Sféz, confusión primordial y fuente de todo delirio. El marxismo soviético no escapó a la orbita del Tautismo, a una extrema ritualización del discurso que asemejaba a una máquina productora de enunciados para fines de liturgia política, como diría Foucault, una auténtica “sociedad de discurso”: una doctrina y no una teoría crítica-revolucionaria.
Hay por tanto una izquierda tautista y una derecha tautista. Suponen que su auto-referencia es la “realidad objetiva” y la “única realidad normativa”. Mundos sin perspectivas, sin disonancias y sin disensos, como ha dicho Marcuse: “cierre del universo del discurso”. Ya Marcuse habìa reconstruido uno de los retratos más exhaustivos del “marxismo soviético”, lo que Bujarin y Stalin calificaron como “marxismo-leninismo ortodoxo” cuya función fue apoderarse del legado leninista, hacer propaganda mundial e intentar clausurar el debate en el campo de las izquierdas revolucionarias.
La obra abierta, heterogénea y crítica de Marx se hizo monolito dogmático bajo una actitud de interpretación unívoca, simplificadora y unidimensional. Se buscaba sobre todo la lealtad revolucionaria hacia la interpretación unidimensional de la “élite bolchevique”, no la irreverencia en la discusión que supone un pluri-verso polémico. El que no asentía pasaba a “tribunal disciplinario”, purga o silenciamiento institucional. La doctrina se impuso sobre la teoría crítica-revolucionaria.
Por otra parte, también las derechas han pretendido homologar o fundarse desde otros axiomas a esta lógica estalinista con sus fascismos político-culturales. Por ejemplo, micro-fascismos más sutiles nos proponen aceptar que por “pluralismo” y “diversidad” sólo aceptemos el “pluralismo liberal”. Se clausura el campo semiótico del discurso, con el subterfugio de la “pluralidad”, algo muy difundido en el “saber universitario” que ha hecho de las luchas por una Universidad Latinoamericana, Democrática, Autonóma, Pública, y sobre todo Popular, para reconvertirla en una Universidad Liberal, mercantil, corporativa y tecnocrática al servicio de los intereses de la llamada “internacionalización de los conocimientos” para una economía de servicios capitalista, que acepta el pluralismo sólo si es de “pluralismo liberal”. De nuevo, se pretende hacer de la voz: pluralismo y democracia un asunto de consensos y acuerdos definidos auto-referencialmente, desconociendo tensiones, diferencias, matices, alteridades, conflictos y antagonismos.
Cuando Ramonet reintrodujo la idea de pensamiento único enfatizaba la pretensión universal de los intereses del capital financiero transnacional, reconocía que el paisaje ideológico posterior a la caída del muro de Berlín, había suprimido en los altares del proyecto neoliberal/neonservador la idea de “pensamiento aceptable”, monopolizando todos los foros académicos e intelectuales. Por tanto, en el pensamiento único hay un tufillo de violencia simbólica y de prefiguración de la violencia atroz cuando izquierdas y derechas son monopolizadoras de la “verdad objetiva”. Se trata, como ha dicho Maturana, de argumentos para obligar, para someter, para uniformar representaciones, discursos e imaginarios. No hay perspectivas, sino acceso privilegiado a lo real. Como dice Sféz, posición delirante.
Como ha planteado Michel Lebowitz, para quienes se mantienen apegados a los guiones, relatos y textos del siglo XX sobre la transición socialista, los siguientes enunciados siguen siendo vigentes:
a) El Socialismo sería la primera fase luego del capitalismo y a ella sigue una fase superior, el llamado Comunismo.
b) El desarrollo de las fuerzas productivas es la condición necesaria para el Comunismo.
c) El principio que estipula que el modo de distribución debe ser definido según la contribución de cada uno según su trabajo es el más adecuado para la etapa Socialista y para el desarrollo de las fuerzas productivas; mientras en la fase superior Comunista sería: a cada quien según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades.
De esta manera, nuestros guiones ideológicos, profundamente arraigados en la tradición de la izquierda engelsiana-leninista, insisten en señalar la separación tajante entre “Socialismo Utópico” y “Socialismo Científico”, o si se prefiere, entre “Socialismo marxista” y “Socialismo pre-marxista”. Imaginemos los cortocircuitos que se establecen entre estas perspectivas si las articualmos a los desafíos de esta ortodoxia planteados por formas de discurso del “Socialismo Neo-marxista y/o Post-marxista”. Y si excavamos aún más en los debates contemporáneos sobre el post-desarrollismo, los estudios culturales y la descolonización de la teoría crítica, hay quienes asumen la necesidad de superar el propio término “Socialismo”, sustituyéndolo por el ambiguo y nebuloso término de “Post-capitalismo”. ¿Cómo imaginar desde estos cortocircuitos la transición socialista o post-capitalista?
Mientras el capitalismo transnacional en su expresión ideológica más conocida de “globalismo neoliberal” avanza en su ofensiva depredadora y excluyente en los ámbitos ambientales, sociales, militares y políticos, para el campo de las izquierdas se propone un falso dilema: o repetir el guión del “marxismo vulgar” o transformar la izquiera socialista en una “izquierda liberal”, una izquierda sin profundidad transformadora, que abandona su radicalidad. La más reciente iniciativa de despolitización y exclusión es conocida como “pos-democracia”; es decir, hacer irrelevante a la propia “democracia parlamentaria” para la legitimación política del metabolismo del orden del Capital (algo que pone histéricos a los liberales de izquierda).
En fin, estamos a las puertas de un Imperio global cada vez más cínico y descarnado, donde imperan resistencias extremadamente ingenuas que suponen que sus voces y demandas serán escuchadas y que el Discurso-Amo capitalista incorporará su retórica. En este orden de ideas, parece cierta la tesis de que el derrumbe de la URSS (1992) ha generado un barrido de los relatos y prácticas de la emancipación socialista, sin olvidar los cuerpos y voces que alertaron mucho antes sobre la significación de estos polémicas aún descalificadas como debates euro-céntricos (que tendrían poco que ver con las realidades del “proletariado externo”, los “condenados de la tierra” o los pueblos coloniales): a) polémicas entre marxistas y bakuninistas; luego b) el asunto del revisionismo y el reformismo en el seno de la socialdemocracia alemana en la ultima década del siglo XIX (Bernstein-Kautsky-Luxemburg); c) el propio campo de debates en la construcción del socialismo en lo que a la postre fue la URSS (1905-1924), lo cual ha dejado de nuevo abierto terreno sobre la “transición socialista”.
El debate euro-centrado entre la socialdemocracia reformista, el comunismo bolchevique y otras corrientes menos conocidas (pero no menos relevantes), como el austro-marxismo o el comunismo de consejos, marcaron estas polémicas hasta la hegemónica consolidación de la “edad media” estalinista; es decir, hasta la institucionalización de un oscurantista marco de relatos y prácticas que denominamos: “marxismo soviético”, con sus derivaciones bonapartistas y tercermundistas.
Las experiencias de China y Vietnam, entre otras, marcaron de alguna manera una “traducción oriental” de estas polémicas, así como las polémicas sobre la obra teórica y política de personajes tan variopintos para generar una clasificación como: Zapata, Villa, Mella, Gustavo Machado, Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui, Gaitán, Lázaro Cárdenas, Sandino, Farabundo Martí, Luís Carlos Prestes, Joao Goulart, Rómulo Betancourt, Salvador de la Plaza, Fidel Castro, Juan Domingo Perón o Salvador Allende, y tantos otros; que están cruzadas por referencias a estos debates. ¿Cuál Capitalismo? ¿Cuál Socialismo? ¿Cuál Comunismo? ¿Cuál “Tercera vía? ¿Cuál Anti-Imperialismo? ¿Cuál Nacionalismo?
En el terreno del marxismo latinoamericano, con contadas excepciones, la receta del Diamat-Hismat, inundó la doxa y los habitus de la militancia revolucionaria instituyendo un contrasentido a la obra crítica y abierta de Marx: dogmatismo, sectarismo e idiotización ideológica. Una mirada pesimista con ciertos devaneos trotkistas, podría afirmar que la teoría crítica y revolucionaria ha sido demolida por el propio Termidor estalinista y sus satélites latinoamericanos. En la otra acera, una teoría pragmática de centro-izquierda, alentó la transformación del nacionalismo popular democrático de corte reformista, con base al carril abierto a su inscripción a la Internacional Socialdemócrata, mejor conocida como Internacional Socialista. De allí que el campo popular-subalterno fue efectivamente neo-colonizado por una falsa alternativa: ¡o comunismo estalinista o socialdemocracia reformista!
Pero, ¿y si la perdida de “carta de navegación” para las alternativas y luchas ocurrió mucho antes? ¿Y si los sujetos populares y subalternos hubiesen tenido que aprender como si fuese su idioma político, una lengua política ajena y extranjerizante? ¿Y si la “izquierda” y la “derecha” fuesen empresas coloniales, expresiones de una mentalidad que invade con sus patrones discursivos, que abren muy poco espacio a la escucha de otras voces? Y finalmente: ¿Si llegásemos al prejuicio neo-conservador y posmoderno de condenar toda tentativa utópica de transformación radical del capitalismo para apegarnos apasionadamente a la doxa de Margaret Thatcher, para llegar a las mismas conclusiones que ella, como dictan nuestros ex marxistas re-convertidos en ideólogos liberales: “No hay otra alternativa”?
Hay que recalcar la poderosa existencia del magma socio-ideológico del enunciado: “No hay otra alternativa” (abreviada como “TINA”). Se ha minimizado la poderosa sedimentación de los sentidos comunes legitimadores del proyecto neoliberal/neoconservador en el imaginario colectivo, incluso bajo el despertar de la ingenua ilusión de la “marea rosa” de “gobiernos progresistas” en Latinoamérica. Sin embargo, el lema de Margaret Thatcher se arraigó profundamente en estratos previos de la memoria social, formados por las capas geo-ideológicas del “anticomunismo”, troqueladas por largos procesos de socialización ideológica y aculturación modernizadora en el Continente.
Existe por tanto, una estrecha solidaridad semiótica entre la oleada de mercadeo publi-propagandístico del termino “globalización” y todas las oposiciones binarias presentes en las representaciones sociales construidas alrededor de la lucha anti-comunista: progreso/atraso, libertad/servidumbre, democracia/autoritarismo, pobreza/riqueza, etc.
En teoría económica, en ciencia política y en la propia economía política, se ha llegado a decir que "no hay alternativa" ante los axiomas del liberalismo económico , que los “mercados libres” y el “libre comercio”, que “la globalización” son la vía del progreso para las sociedades modernas, para “desarrollarse”, para alcanzar nuevas fronteras de expansión del potencial material y espiritual de los individuos. Así, no estamos muy lejos del social-darwinismo de Herbert Spencer en su texto Estática social (1851) hasta llegar a Francis Fukuyama, quien escribió “El Fin de la Historia y el último hombre” (1992), argumentando que la democracia liberal y la economía de mercado habían triunfado definitivamente sobre el comunismo y que la lucha histórica entre los sistemas políticos rivales había terminado (aunque todavía podría haber acontecimientos futuros ). En fin, duro y crudo “pensamiento único”, bajo variopintas mascaradas de cinismo ilustrado y pos-modernismo neo-conservador.
Ahora bien, ¿son relevantes o pertinentes estas cuestiones para la transición socialista? ¿O son cuestiones irrelevantes que deben ser tiradas al cesto de la basura, para ser actualizadas parcialmente en la hegemónica tesis de construir un “capitalismo con rostro humano”? He allí una tarea política e intelectual: o imaginar y pensar desde la perspectiva de una transiciòn postcapitalista o socialista; o imaginar y pensar desde una perspectiva que pretende darle un rostro humano al orden metabólico del Capital. Son proyectos históricos que marcan líneas de tendencia antagónicas. El rostro humano del Capital es mascarada.

sábado, 2 de junio de 2012

Venezuela 7-O: pescar en Río revuelto. ¿“Dos presidentes” para el 8 de octubre? Escenario fractura-país.


Javier Biardeau R. 
I.- Introducción

Diferentes “turbulencias” ([1]) se vienen configurando en el tablero estratégico que define el cuadro de la lucha por el poder en Venezuela. Por tanto, es conveniente pasearse por algunas de las condiciones que inciden en la situación electoral y política del país de cara a los comicios del 7-O.
La combinación de tendencias, contra-tendencias y eventuales contingencias (escenarios no electorales, situación de salud de Chávez, eventos violentos, crisis de la oposición antes del 7-O, entre otros) definen el flujo y reflujo de las relaciones de fuerzas, y condicionan el actual momento político venezolano, fuertemente impactadas por las estimaciones de la evolución de la salud del Presidente Hugo Chávez.
Lo que para los apologistas del mito cesarista-progresivo fue la fortaleza inexpugnable del proceso bolivariano (por considerar  “prescindible” una dirección colectiva del proceso bolivariano ante la orfandad de un centro de mando con un claro liderazgo encarnado en el campo opositor), ahora se ha convertido en una debilidad de alta incertidumbre para poder definir un horizonte temporal de estabilidad, legitimidad y eficacia en la acción del proceso y del gobierno bolivariano de cara al próximo período 2013-2019.
Con todo respeto por aquellos que se muestran sensibles a la crítica en el seno del campo del “chavismo apasionado”, la inexistencia de una dirección colectiva revolucionaria, de una verdadera alianza político-estratégica de partidos-movimientos (más allá de las oportunistas alianzas electorales) que construya una amplia legitimación nacional-popular, así como la débil constitución de un “frente amplio revolucionario” ([2]) (cuyo emblema publicitario sigue siendo el GPP) torna a la situación más incierta, pues lo más común es escuchar una caracterización de los diferentes “liderazgos políticos y sociales” del llamado “proceso” como un “arroz con mango”, para no decir un “saco de gatos”, dados los temperamentos ideológicos y programáticos que en ellos habitan. La conclusión predominante sigue siendo que “sólo” el sistema de conducción político concentrado en Chávez, garantiza la unidad y continuidad del proceso bolivariano ([3]).

Nota: para seguir leyendo este documento ir al siguiente enlace: http://www.rebelion.org/docs/150733.pdf