martes, 31 de marzo de 2009

SOCIALISMO: PENSAMIENTO CRÍTICO Y TRANSICIONES II

Javier Biardeau R

Al repensar los vínculos entre socialismo, democracia y revolución en el continente indoafroamericano, es necesario superar tanto el dogmatismo como el colonialismo intelectual.
Hemos planteado que la experiencia de transformación de las relaciones capitalistas y no capitalistas operada en Rusia, fue acompañada por una coyuntura política crítica que abrió paso a la liquidación de la revolución democrática permanente, subordinando la democracia de consejos a un “régimen burocrático y despótico” controlado por el partido-aparato-estado-burocrático, que sepultó el horizonte de la liberación social.
Ya antes de la consolidación del estalinismo, había comenzado una molecular anulación de la democracia socialista, como quedó testimoniado en los escritos de Rosa Luxemburgo. No solo fue ella. También lo hacían Korsch, Gorter y Pannekoek desde la izquierda, además del círculo socialdemócrata que giraba alrededor de Kaustky, así como diversos círculos nacionales, como el marxismo austrohúngaro (Bauer).
Perder de vista estos matizados debates, implica una ceguera sobre opciones que se abrían en el curso del proceso revolucionario. Implica mantener una visión unilateral, dogmática y mitológica, que impide pensar críticamente la realidad social e histórica, para evitar errores, debilidades y desventajas, al asumir determinadas decisiones y cursos de acción por parte de fuerzas sociales y políticas, por sus direcciones y liderazgos.
Esta reflexión es pertinente en función de pensar la transición rumbo al nuevo socialismo para el siglo XXI, donde es imprescindible superar los modelos de socialismo, caracterizados por su burocratización temprana y su despotismo, por propensiones autoritarias que terminan fijando rasgos coactivos permanentes; y finalmente, por la consolidación de una “nueva clase”, que impide en la practica, el despliegue de las corrientes sociales y políticas revolucionarias, para profundizar en la lucha contra la explotación del trabajo, la coerción política, la hegemonía ideológica, la negación cultural y la exclusión social. El dilema entre Socialismo o Barbarie no solo se juega en la alternativa: capitalismo/socialismo; también se juega en la alternativa entre democracia socialista, y cualquiera de las figuras del estatismo o del despotismo burocrático-bonapartista. Es la revolución democrática permanente, la deliberación crítica, la multiplicidad de corrientes y tendencias, la que puede ser antídoto eficaz para neutralizar la contra-revolución en la propia revolución, para superar el anquilosamiento y la prefiguración de una “nueva clase”, que impide avanzar en la construcción de una sociedad socialista, que crea las condiciones para una restauración capitalista, incluso por la vía mas violenta, bajo un régimen fascista.
En el terreno de la libertad, lo menos que pueden aspirar los demócratas socialistas es a lo máximo conquistado por la más avanzada de las socialdemocracias del mundo. Aun así, todavía no ha existido ruptura con la estructura de explotación y mando sobre el mundo del trabajo asalariado. De allí que el consuelo de tontos no sea la socialdemocracia reformista, pero tampoco el abismo de cualquier figura del estalinismo.
La naturaleza de la URSS, la “cuestión rusa”, el carácter de las luchas de clases en la Unión Soviética, se ha debatido arduamente desde el mismo 1917. En principio se partió de la premisa que la URSS posterior a la revolución era una sociedad en transición entre el capitalismo y el socialismo, que arrastraba una pesada carga capitalista, e incluso semi-feudal. Se vertían supuestas interpretaciones sobre la obra de Marx, que eran deformaciones interesadas de algunos textos sobre otros, para favorecer una línea de acción política. Sin embargo, suponer que fue producto del atraso de la estructura económico-social, y no del carácter de las fuerzas sociales y políticas movilizadas, de sus proyectos y concepciones ideológicas, es olvidar la dimensión subjetiva de la revolución rusa. De allí que sea necesario articular explicaciones que comprendan factores de diversa naturaleza y peso, relacionados en contextos más amplios y complejos. Existen al menos cuatro interpretaciones sobre la naturaleza de la URSS desde 1917 hasta el ascenso definitivo de la contra-revolución burocrática encabezada por Stalin:

a) La URSS era el Socialismo: Son dos las fuentes ideológicas que sostienen que Rusia fue, en el sentido pleno del término, un país socialista. Por un lado, la ideología liberal-capitalista que lo hace con el fin de “demostrar” el fracaso del intento de subvertir el “orden natural” del modo de producción capitalista. Por otra parte, toda la tradición estalinista ha arribado a la misma conclusión (todo orden produce su justificación), pero sustentándola en la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción vía estatización y planificación coactiva, aún cuando no se haya alcanzado ni la socialización del proceso económico ni una mayor profundización democrática.
b) La URSS era una forma de Capitalismo de Estado: Autores tan disímiles pertenecientes o a la tradición socialdemócrata europea (Kautsky, Bauer, Martov), o los llamados “izquierdistas” (Bórdiga, Pannenkoek, Mattick), arribaron a esta conclusión. Los puntos centrales sobre los que se sustenta son: 1. La estatización de los medios de producción no equivale a su socialización. Se trata más bien de un cambio jurídico que material; 2. Estos cambios jurídicos siguen oponiéndose al trabajador en tanto fuerza viva, lo que equivale a decir que las relaciones de producción, en sentido estricto no han variado; 3. Existiría en el plano estatal una “Burguesía de Estado”, que contendría a los funcionarios burocráticos y directores de empresa.
c) La URSS era un Estado Obrero Degenerado, que mantenía enclaves capitalistas: La tesis central en este caso es que el proceso revolucionario no fue destruido sino congelado, es decir, fue detenido y degenerado en su potencialidad de producir cambios profundos en la sociedad rusa. Los últimos textos de Lenin, Trotsky (y con él eminentes trostkistas como Deutscher o Mandel), o incluso, un aliado inicial del estalinismo, como Mao Tse Tung sostuvieron este argumento. Se trataría entonces de una contrarrevolución política que, si bien se asienta sobre relaciones de producción de nuevo tipo, desarticula el poder de decisión de la clase obrera. La burocracia no sería una clase, sino una casta parasitaria surgida a partir del carácter atrasado de Rusia, y del fracaso de la revolución en Occidente, cuya expresión política es el estalinismo.
d) La URSS era un Colectivismo Burocrático: En este caso se trataría de una forma opresiva de nuevo tipo que es leída como una formación social inédita no prevista por Marx. La URSS en particular, se emparenta con la emergencia de una “nueva clase”, cuya base de sustentación no es ya la propiedad privada de los medios de producción, sino el monopolio de su control burocrático. Esto puede leerse en autores como James Burnham, Bruno Rizzi, Milovan Djilas o, de manera quizás más crítica, en las reflexiones de Antonio Carlo y Melotti en Italia, en Castoriadis, Lefort y el grupo Socialismo o Barbarie, hasta llegar a las interpretaciones del totalitarismo de izquierda de Morin, e incluso de Marcuse.

Al llegar a este punto, vemos que el debate se hace más complejo. La transición al socialismo puede dar paso a una sociedad no típicamente capitalista en términos liberales, ni a una democracia socialista en los términos señalados por Marx. Lo fundamental reside en que se basan en la explotación del trabajo asalariado por capas o clases gobernantes exteriores a los trabajadores del campo y de la ciudad. Además constituyen estructuras de dominación política, hegemonía ideológica y opresión social que no permiten abrir el cauce a un horizonte de liberación social. De allí la importancia de pasar a analizar las transiciones realmente existentes en nombre del Socialismo. Para no repetir los errores, para no olvidar la tragedia que emerge al defraudar las esperanzas de una real transformación socialista.

SOCIALISMO: PENSAMIENTO CRITICO Y TRANSICIONES I




Javier Biardeau R

Hemos planteado la necesidad de renovar el ideario socialista, junto a la revisión, rectificación y reimpulso de las políticas de la revolución bolivariana, en tanto se defina como revolución nacional-popular, democrática y socialista. Y lo hacemos con el declarado propósito de escapar de las trampas del “socialismo burocrático-despótico”.
Hemos planteado la importancia de repensar los vínculos entre socialismo, democracia y revolución, enmarcando estas relaciones en las consideraciones sobre la especificidad histórica y las particularidades nacionales. Existen opiniones y planteamientos que consideran que la transición al socialismo consiste en la aplicación de recetas y manuales, en calco y copia, en la adopción de modelos revolucionarios de otras experiencias históricas. Allí hay poco espacio para la creación, para la invención y la renovación.
Para ellos, la enorme contra-revolución despótica que operó en los comienzos de la URSS, nunca existió. Tampoco existió la impronta que la experiencia soviética dejó sobre otras experiencias, como la cercana revolución cubana. Estos temas, simplemente se barren debajo de la alfombra, para mantener la “buena conciencia revolucionaria”, para practicar la “política del avestruz”. Para ellos, pensar críticamente es darle terreno al adversario, y colocarse en la acera del reformismo liberal-socialdemócrata, en la acera del capitalismo.
Sin embargo, desde allí no hay posibilidad alguna ni de des-dogmatización ni de descolonización del pensamiento crítico socialista. Dogma y colonialismo intelectual constituyen auténticos obstáculos epistemológicos y políticos. Sin embargo, a la luz de las promesas de la utopía concreta del socialismo, como liquidación del trabajo asalariado, como abolición de la estructura de mando capitalista, como profundización de la revolución democrática; suponer que el curso que siguió la revolución bolchevique, incluso antes de la muerte de Lenin, es el evento decisivo a emular, constituye desde nuestro punto de vista un grave error teórico, estratégico y de táctica política.
Seguir esta línea de acción y pensamiento generará profundos impases, sellará el destino de la posibilidad de construir modelos de socialismo factibles en Venezuela y en el continente. Y es así, porque ya es imposible ignorar que a la experiencia de transformación de las relaciones capitalistas operada en Rusia, le acompañó una liquidación de la democracia socialista, que se suprimió en el curso de la democracia de consejos, y por tanto, que sacrificó el espacio de las libertades públicas, prefigurando desde la cuna un “régimen burocrático y despótico”. Este estatismo autoritario, profundizó la prehistoria de la necesidad, sin abrir el horizonte de la liberación social.
Nadie pone en duda hoy, la gigantesca contra-revolución bonapartista que significó el estalinismo. En contraposición a esta figura del despotismo político, es indispensable plantear la renovación radical del ideario socialista, imaginar y pensar el terreno existencial de prácticas no despóticas, de un imaginario post-estalinista del socialismo.
La posibilidad del socialismo para el siglo XXI se trenza en la superación no solo del capitalismo neoliberal hoy vigente, sino en la superación de los “modelos de socialismo” que demostraron haber fracasado en la lucha contra la explotación, la coerción, la hegemonía ideológica, la negación cultural y la exclusión social.
Quién no supere el bloqueo revolucionario, teórico y práctico, que hunde sus raíces en las experiencias revolucionarias entre 1900 y 1935, donde abundan pasajes y personajes que no pueden olvidarse, seguirá replicando error tras error, pues en gran medida allí se encuentra muchos de los enigmas que impiden renovar el ideario socialista. Allí se encuentran preguntas y tentativas de resolución, que permiten pensar nuevas perspectivas para abordar los retos contemporáneos de la crisis de los fundamentos epistémicos de la modernidad occidental, la grave crisis ecológica, los límites del capitalismo frente a la exclusión, el paro estructural, diversas formas de marginación social, así como el socavamiento de la revolución democrática, sustituida hoy por ofensivas moleculares en función de legitimar una “democracia gobernable”; una biopolítica de las elites del poder.
El futuro del socialismo no se juega exclusivamente en la edificación de nominales “estados socialistas”, que a la postre abandonan la forma-estado democrática, sino además en la revolución de la vida cotidiana, en la hegemonía ético-cultural de los movimientos populares y sociales emancipatorios. Es la construcción de una nueva esfera pública profundamente democrática, incluyente, más diversa, la que permita abrir las compuertas para transformar el cuadro estructural de la explotación salarial capitalista, pues este es el meollo de un proceso revolucionario.
Socialismo implica superar del tiempo muerto capitalista (tiempo de plus-trabajo material e ideológico para la reproducción ampliada del Capital, como relación social); superación de los estados de necesidad y precariedad social, como pre-requisitos indispensables para nuevas experiencias y espacios de libertad, para la singularización de las experiencias revolucionarias.
En esto consiste “cambiar la vida”, no en que nos cambien la vida desde arriba, por decretos, resoluciones y reglamentaciones dispuestas por una “nueva clase” burocrática, sino en la apertura a la singularización de nuevos territorios existenciales, a espacios de libertad, superadas las barreras de las precariedad, necesidad, los cuadros impuestos de explotación y miseria social.
Existen momentos de esperanza de la humanidad en los cuales es posible acariciar de modo tangible el fin de la degradación humana. Ningún partidario y partidaria del socialismo puede escapar a la responsabilidad de entender las consecuencias de la destrucción de ese logro social monumental. Por eso es preciso analizar, estudiar y aprender de las transiciones. Allí se juega el dilema entre Socialismo o Barbarie.

sábado, 21 de marzo de 2009

¿DEMOCRACIA PROTAGÓNICA REVOLUCIONARIA?

Javier Biardeau R.

En el llamado Primer Plan Socialista-Proyecto Nacional Simón Bolívar destaca entre las principales directrices estratégicas la “democracia protagónica revolucionaria”. Metodológicamente se enuncia para cada una de las siete directrices estratégicas un enfoque, objetivos, estrategias y políticas. Llama la atención que uno de los objetivos sea: “Alcanzar irrevocablemente la democracia protagónica revolucionaria, en la cual la mayoría soberana personifique el proceso sustantivo de toma de decisiones”.

¿Acaso este proceso se reduce al plano electoral? La alta dirección estratégica de la revolución se encuentra frente al impasse de su propio discurso. Hay que debatir cómo el “momento del líder” luce des-balanceado frente al “momento del protagonismo popular”.

Una revolución democrática y socialista se fundamenta en el protagonismo “desde abajo”, con autonomía intelectual y moral, como diría Gramsci, para el creciente auto-gobierno. Algo muy distinto del imaginario jacobino-blanquista que genera inevitablemente una disyunción irreparable entre revolución democrática y construcción del socialismo. La “elite revolucionaria” termina siendo una “oligarquía política”, un nuevo cogollo.

La llegada de Stalin se anunciaba en los propios enfoques y métodos leninistas, en su errada premisa de que la “democracia revolucionaria” tenía nada o poco que ver con la profundización de las libertades de multitudes antes oprimidas, generando no una democracia post-liberal sino una democracia anti-liberal.

Una cosa es superar el liberalismo político, otra cosa es destruir la posibilidad de profundizar la libertad social del pueblo, su auto-gobierno y protagonismo en la toma de decisiones. La democracia socialista es una crítica radical a las inconsecuencias del liberalismo democrático, a su compromiso de fondo no con una “sociedad libertaria de igualdad, justicia sustantiva y bien común”, sino con una sociedad capitalista de explotación, coerción, hegemonía ideológica, negación cultural y exclusión social. Pero una democracia socialista es una democracia protagónica libertaria, no una democracia plebiscitaria bajo el mando de un cesarismo progresivo.

Una revolución democrática procura un grado superior de libertad (democracia social, de género, de etnias, de diversos movimientos sociales contra la opresión), no su liquidación en nombre de la tecno-burocracia del partido-Estado. El Estatismo Autoritario y la política personalista fueron el ABC del estalinismo.

Rosa Luxemburgo advirtió el error de separar la “revolución democrática” de la “democracia revolucionaria”, lo que a la postre fue la sustitución de la “dominio de la mayoría” por el “dominio sobre la mayoría”; es decir la re-instalación de la oligarquía política, la “nueva clase” de Milovan Djilas.

Que una mayoría soberana personifique el proceso de toma de decisiones no significa en ningún caso que una encarnación personalizada del poder del Estado, sustituya la soberanía de la mayoría. El socialismo democrático participativo es un proceso popular constituyente radicalmente distinto a la figura del bonapartismo sui generis (Trotsky), analizando a Cárdenas en México:

“En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía "nacional" respecto del proletariado "nacional". Esto da origen a condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso. Esto confiere al gobierno un carácter bonapartista "sui generis", un carácter distintivo. Se eleva, por así decir, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar ya convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y arrojando al proletariado con las cadenas de una dictadura policial o bien maniobrando con el proletariado y hasta llegando a hacerle concesiones, obteniendo así la posibilidad de cierta independencia respecto de los capitalistas extranjeros”.

Trotsky llega a definir los propios impasses del “Bonapartismo Progresivo” frente al “Capitalismo de Estado”: “Estas medidas (expropiaciones) permanecen enteramente dentro del dominio del capitalismo de Estado. Sin embargo, en un país semi-colonial, el capitalismo de Estado se halla bajo la fuerte presión del capital extranjero privado y de sus gobiernos y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los obreros. Por esto intenta, sin dejar que el poder real escape de sus manos, colocar sobre la organización obrera a una parte considerable de la responsabilidad por la marcha de la producción en las ramas nacionalizadas de la industria”.

Para Gramsci la cualidad distintiva entre un cesarismo regresivo y el cesarismo progresivo era su posición ante la dialéctica “revolución-restauración”. Es cierto que el cesarismo-bonapartismo progresivo puede ser favorable a demandas nacional-populares: Cárdenas, Perón y Nasser son ejemplos, pero eso no significa confundirlos con el socialismo democrático participativo. Es cierto que el nacionalismo popular revolucionario representa un mecanismo de afirmación patriótico frente a tendencias de subordinación imperial. Pero al pan pan, y al vino vino.

Sin protagonismo, iniciativa, poder efectivo del protagonismo popular no hay socialismo.

Chávez ha dicho: “Bueno, dialogando, pensando, esta nueva etapa de este proceso la vamos a comenzar a llamar, y esto refleja mucho lo que aquí está ocurriendo, "la democracia revolucionaria", pensamiento y acción democrático revolucionario. De eso hablaremos a lo largo de estos días, de estos meses y de estos años. Hemos entrado en esa nueva etapa, la democracia revolucionaria, que no es lo mismo que decir, "revolución democrática", es otro concepto, es otra orientación, tomada en profundidad del pensamiento revolucionario de Simón Bolívar y de muchas otras corrientes universales, de todos los tiempos y de muchos lugares.” También ha dicho: “No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador”.

Aquí mostramos nuestra diferencia sustantiva de criterios. No hay socialismo participativo, proceso popular constituyente, sin revolución democrático. De algo sirve la historia de las revoluciones.

Por eso planteamos 4R: revisión, rectificación, reimpulso, pero sobre todo renovación del ideario socialista, para no quedar entrampados en cualquier figura del Colectivismo Burocrático. ¡Al pueblo lo que es del pueblo!