martes, 23 de marzo de 2010

CRÍTICA A "LA TRANSICIÓN AL SOCIALISMO" DEL MINISTRO ALÍ RODRIGUEZ ARAQUE

Javier Biardeau R

I.- ¿Dijo usted ideas de Marx?

Me han llamado mucho la atención algunos aspectos de la fecunda ponencia de Ali Rodríguez Araque, actual Ministro del Poder Popular para la Energía Eléctrica, titulada “La Transición hacia al Socialismo”, publicada en Rebelión.org.

Sin duda, se abre la oportunidad de conocer las ideas de destacados miembros del Gabinete de Chávez sobre la actual coyuntura crítica, que por cierto requiere de muchas definiciones. Así mismo, permite conocer abiertamente sus opiniones sobre el proceso de transición al socialismo, bajo las condiciones especificas de la sociedad venezolana, lo cual abre una discusión enriquecedora, hecho que debe ser saludado positivamente.

Sin embargo, en este brevísimo artículo comentaré críticamente lo que considero algunas imprecisiones sobre ideas atribuidas por Rodríguez Araque al pensamiento de Marx. Se trata de discusiones trascendentales en momentos donde se requiere poner sobre la mesa las distintas posturas intelectuales y matices ideológicos, que apalancan el proceso revolucionario venezolano.

Comencemos. Alí Rodríguez, plantea lo siguiente iniciando de su ponencia sobre "La transición al Socialismo":

“¿Cómo concibió Marx el socialismo? Para Marx, el socialismo era la transición entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista. Es decir, entre una sociedad clasista caracterizada en la explotación del hombre por el hombre, hacia una sociedad sin clases, donde incluso el Estado se extingue, desaparece el Estado, porque según la tesis de Marx, si no hay la clase que ejerza violencia, el dominio sobre otra clase, pues ya el Estado pasa a ser un factor innecesario, irrelevante. En consecuencia, utiliza la frase de "extinción del Estado."”.
Considero que aquí hay dos afirmaciones inexactas sobre lo que concibió Marx. En primer lugar, Marx no definió el socialismo como la transición entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista. Eso no aparece en ningún lugar en la obra abierta y crítica de Marx. Tampoco Marx escribió frase semejante acerca de la llamada “extinción del Estado”.
Lo que Marx planteó acerca de la transición son solo indicaciones extremadamente puntuales, breves, acotadas; que aún así, siguen siendo distorsionadas por el lente leninista de la interpretación del pensamiento marxiano, pues Marx no hablo de socialismo y de comunismo como fases separadas (Ver: Crítica al Programa de Gotha).
En su crítica al punto 3 del programa de Gotha que planteaba: 3. "La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo"; lo que Marx aborda es la relación entre el llamado reparto de la totalidad de la producto social, luego de hechas las obligadas deducciones a partir de la llamada “cuota individual de trabajo” (Lo que posteriormente será interpretado como el principio de la fase de transición: “A cada quién según sus necesidades, de cada quién según su trabajo”).
Allí Marx plantea lo siguiente:
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.”
Por tanto, Marx distingue entre una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, de una sociedad comunista que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista, que presenta en todos sus aspectos, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.
Marx plantea literalmente dos fases de la “sociedad comunista”, no menciona nunca una sociedad socialista primero, y una sociedad comunista después. Lo que si plantea son las dificultades propias de la primera fase, pués ese tránsito exige desprenderse de los elementos, relaciones o aspectos de la vieja sociedad capitalista:
“Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado. En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!".
Pueden parecer poco importantes estas observaciones, pero se relacionan con la concepción marxiana de la transición del capitalismo al comunismo, se trata de dos fases, con temporalidades distintas, con principios de apropiación, reparto o distribución distintos que afectan el modo en que se abordan aspectos que relacionan la vida social con la totalidad del producto social.
Si se trata de transición en el pensamiento de Marx, debe hablarse es de una fase inferior y de una fase superior de la sociedad comunista, no de socialismo primero y de comunismo después, cosa de la que escribirá extensamente Lenin. Hablar de una fase socialista y otra fase comunista remite al marxismo bolchevique, no al pensamiento de Marx.
Incluso, al referirse a la crítica de la frase “Estado libre” en la crítica al programa de Gotha, Marx plantea:
“Cabe, entonces, preguntarse: ¿que transformación sufrirá el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”
La riqueza de este párrafo se ha perdido por completo en muchas discusiones que sólo hacen referencia a la cuestión de la “Dictadura Revolucionaria del Proletariado”, cuando se habla de dos asuntos: a) existe un período de transformación revolucionaria que media entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, b) a éste período corresponde un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la Dictadura revolucionaria del proletariado.
Tenemos entonces un período de transformación revolucionaria que constituye una transición de una a otra sociedad; y además, el período político de transición, un “Estado de transición” que no puede ser otro, según palabra de Marx, que la Dictadura revolucionaria del Proletariado.
Esta distinción se encuentra en el mismo texto donde se habla de fase inferior y fase superior de la sociedad comunista, y allí tampoco hace referencia a la sociedad socialista como etapa anterior a la sociedad comunista. La conclusión es clara: Marx no habla de socialismo como etapa inferior de la transición.
Pueden analizarse la coherencia de ambas críticas en diferentes pasajes de la Crítica al Programa de Gotha, e incluso con el prólogo de Engels elaborado en 1891 para la introducción del texto: “Trabajo asalariado y Capital”:
“Es posible un nuevo orden social en el que desaparecerán las actuales diferencias de clase y en el que —tal vez después de un breve período de transición acompañado de ciertas privaciones, pero en todo caso muy provechoso moralmente—, mediante el aprovechamiento y el desarrollo armónico y proporcional de las inmensas fuerzas productivas ya existentes de todos los individuos de la sociedad, con el deber general de trabajar, se dispondrá por igual para todos, en proporciones cada vez mayores, de los medios necesarios para vivir, para disfrutar de la vida y para educar y ejercer todas las facultades físicas y espirituales. Que los obreros van estando cada vez más resueltos a conquistar, luchando, este nuevo orden social, lo patentizarán, en ambos lados del Océano, el día de mañana, 1 de mayo, y el domingo, 3 de mayo.” (Engels: 1891; prólogo a trabajo asalariado y capital de Marx)
Aquí Engels hace referencia a un breve período de transición acompañado de ciertas privaciones, pero en todo caso muy provechoso moralmente.
Contrasta esta afirmación, con el largo y doloroso alumbramiento del que habla Marx. Donde si coincide Engels con Marx, en que habrá inevitables defectos en la primera fase de transición de la sociedad comunista.
Incluso entre Marx y Engels, hay no pocas diferencias de matiz sobre cuestiones esenciales. Por ejemplo, Engels, en su carta al partido socialista en Italia (la venidera revolución italiana y el partido socialista-1894), sustituye la palabra comunista por la palabra socialista. Podríamos aventurar la hipótesis de que Marx y Engels intervinieron en el terreno de debate del pensamiento y el imaginario socialista que los precedía, de allí sus criticas a diversos socialismos, afirmando sí su posición comunista. Pero no es accidental, que Engels fuese quién mas referencia hiciera a lo largo de sus escritos al termino socialismo obrero moderno, al socialismo moderno y al socialismo científico.
Con relación a la temática de la "extinción del Estado", no fue directamente Marx sino Engels quién planteó:
“Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido»; se extinge” (Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico; Cap. III-1880)
Cuando Engels habla frente a la abolición del Estado, efectivamente, se refería a las posiciones de Bakunin, quién plantaba abiertamente la tesis de la abolición violenta del Estado. Pero ante una interpretación que sugiere cierta espera pasiva de la extinción del Estado (lo que excluye la centralidad de la praxis revolucionaria en Marx), en la Introducción a la Guerra civil en Francia (1891), el mismo Engels (y no Marx) plantea:
“Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civi (escrito por Marx). Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado. Últimamente las palabras "dictadura del proletariado" han vuelto a sumir en santo terror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”.
Que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese "trasto viejo del Estado". Esta frase de Engels, no de Marx, considera que no desaparece ni se extingue porque se vuelve un factor innecesario, sino porque el período político de transición ha amputado los peores lados de este mal, hasta que nuevas condiciones económicas, políticas y culturales, permitan que se pueda deshacerse del “trasto viejo”, transformando las funciones de represión y de gobierno sobre las personas, en funciones de administración y de dirección del proceso económico.
Que el Estado se extinga no significa lo mismo que deshacerse del trasto viejo del Estado, son matices importantes, pués la intervención de la praxis revolucionaria es decisiva en el segundo caso.
Sobre estos puntos, entonces, no hay que atribuirle a Marx ideas que no planteó. Si quisiéramos meternos de lleno en el asunto de la extinción del Estado y su relación con los problemas de la transición, tendríamos que seguir extrayendo conclusiones de la perspectiva de Lenin, quién planteó (El Estado y la Revolución; 1917):
“Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, "se extingue", a diferencia de la doctrina anarquista de la "abolición" del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta "interpretación" no queda en pie más que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar de "extinción" del Estado, en un sentido corriente, generalizado, de masas, si cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la revolución. Además, semejante "interpretación" es la más tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el "resumen" contenido en el pasaje de Engels, citado aquí por nosotros en su integridad. En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al tomar el Poder del Estado, el proletariado "destruye, con ello mismo, el Estado como tal". "No es uso" pararse a pensar qué significa esto. Lo corriente es ignorarlo en absoluto o considerarlo algo así como una "debilidad hegeliana" de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la "destrucción" del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se "extingue", según Engels, sino que “es destruido” por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario.”
Tremendas implicaciones puede tener no detenerse a analizar los matices en las perspectivas de Marx, Engels y Lenin; o suponer que los tres pensaban exactamente igual. ¿Que diría Lenin del siguiente párrafo de Alí Rodriguez?:
“Fue un debate muy fuerte, muy interesante -se lo recomiendo a quienes les interesen estas cosas históricas- entre Marx y Bakunin, porque Bakunin quien es el gran ideólogo del anarquismo sostenía la abolición violenta del Estado. Marx criticaba esa tesis señalando que el comunismo precisamente era la desaparición de las clases sociales, y en consecuencia el Estado se convertía en algo innecesario que se extinguía por sí mismo.”
A buen lector, pocas palabras. Marx no habló nunca de que el Estado se convertía en algo innecesario que se extinguía por si mismo. Engels planteó una ambigüedad entre un Estado que se extinguía en un proceso histórico, y un trasto viejo del cual una nueva generación educada en condiciones sociales distintas y libres podía deshacerse. Y Lenin llegó a decir que:
“Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, "se extingue", a diferencia de la doctrina anarquista de la "abolición" del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta "interpretación" no queda en pie más que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Además, semejante "interpretación" es la más tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el "resumen" contenido en el pasaje de Engels, citado aquí por nosotros en su integridad.”
El debate sobre Marx, Engels y Lenin es muy rico en matices e incluso transliteralizaciones, que generan tanto continuidades como discontinuidades entre las ideas de estos tres personajes históricos. A efectos de comprender e intervenir en las transiciones socialistas, hay que profundizar con rigor, criticidad y creatividad para seguir discutiendo lo que piensan las diferentes tendencias y corrientes que se mueven en el imaginario socialista venezolano.
No sobra decir: ¡Que siga el debate!...continuará.

domingo, 21 de marzo de 2010

¿DIJO USTED FRENTE AMPLIO REVOLUCIONARIO?

Javier Biardeau R.
“Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes (…) Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.” (José Carlos Mariátegui)
I.- Si no se comprende a Mariategui, Trotsky y Gramsci, mejor no se hable de frente amplio revolucionario o de táctica de frente único:
Hace ya algunas semanas escribíamos un artículo reivindicando la táctica del frente único revolucionario (http://www.aporrea.org/ideologia/a91258.html), tal como fue planteada contra la reacción y el fascismo por dos grandes líderes revolucionarios: José Carlos Mariátegui y León Trotsky.
El argumento básico de ambos era bastante simple, y a la vez incomprendido: acumular fuerzas desde las bases sociales y políticas revolucionarias, para contener el avance de la reacción y la contra-revolución. La tarea básica no es banal: salir del reflujo de masas, a partir de una amplia movilización de diferentes matices, corrientes y tendencias anticapitalistas y antiimperialistas de trabajadores y del pueblo, contra el plan reaccionario y fascista de acelerar una vía de desgaste, descontento y desencantamiento con la revolución.
Ante una situación semejante, Trotsky hizo un llamado al frente único de obreros comunistas y socialdemócratas ante la amenaza del crecimiento del nazi-fascismo. No hay que olvidar que el nazi-fascismo era un movimiento de masas de carácter reaccionario. Como han planteado los analistas del populismo de derecha anti-comunista, puede haber un movimiento de masas dominado ideológicamente por la burguesía y la pequeña burguesía reaccionaria, que hable de “pueblo” pero en clave anti-comunista. Y este es el mayor peligro que enfrenta una revolución en período de reflujo o estancamiento de la movilización de masas. Es decir, que la derecha logre implementar una adecuada política o “línea de masas”, bajo el disfraz del populismo anti-comunista.
Pero las advertencias de Trotsky a los miembros de los Partidos Comunistas cayeron en saco roto. La clase trabajadora alemana fue dividida. La política estalinista del "social-fascismo" dividió y paralizo al poderoso movimiento obrero alemán, y permitió a Hitler llegar al poder en 1933. La derrota de la clase trabajadora alemana en 1933, como resultado de la negativa de asumir la táctica del frente único fue un auténtico punto de inflexión histórica, y demostró que la táctica estalinista del tercer período era un completo error.
II.- Confusiones y oportunismos a la Venezolana sobre el Frente Amplio Revolucionario:
Chávez ha construido un verdadero espantapájaros, advirtiendo que quien hable de Frente Amplio Revolucionario es un contra-revolucionario. Una simplificación que muestra de nuevo una reacción emocional, que tuvo como antecedente la descalificación y criminalización de aquella marcha de reivindicación del 27-F como memoria de lucha popular, por colectivos y movimientos sociales que pasaron a ser desde entonces agentes del imperio, de la CIA, de la contra-revolución por realizar actividades de inciativa política autónoma sin recibir la linea oficial desde arriba (Rolan Denis, por ejemplo); sin detenerse al necesario análisis y diferenciación de conceptos teóricos, experiencias y trayectorias revolucionarias.
El mensaje a cualquier corriente o tendencia crítica en el proceso popular constituyente venezolano ha sido la misma: si no se subordinan a mí, al "Líder-Comandante", y no muestran lealtad incondicional, serán tratados como “contra-revolucionarios”. Es un ejemplo de lo que Mariátegui llamó una actitud de “egotismo sectario”.
No cabe duda que hay poderosos ingredientes personalistas en este tipo de reacciones. Más allá de lo que pueda pensar o sentir Chávez como líder revolucionario, debería revisitar las experiencias del bonapartismo progresivo. Gramsci sabía diferenciar entre cesarismo regresivo y su articulación fascista; y el cesarismo progresivo y su inserción en el flujo de la dialéctica entre revolución-restauración.
Léase bien, por cesarismo progresivo se comprende el papel de una “gran personalidad histórica” en un proceso de avance revolucionario, pero limitado por una situación de equilibrio inestable, e incluso catastrófico, entre grupos, sectores y clases. Dos elementos son necesarios en esta situación, la inexistencia o debilidad orgánica de estructuras partidarias de agregación, articulación y canalización de demandas e intereses (vacio político que es llenado por la “gran personalidad”); y el equilibrio de fuerzas entre clases, sectores y grupos; que puede demostrarse fácilmente apelando a los grandes números de las estadísticas electorales.
En las actuales circunstancias, Chávez encarna una situación cesarista, más allá que le guste o no la categorización gramsciana, a él o los más partidarios entusiastas del mito cesarista (como aquellos que llamaban, por ejemplo, a que Chávez designara a dedo todos los candidatos a la AN).
Y esto es así, porque la gran bomba de tiempo de la revolución bolivariana reside en la inexistencia de una política hegemónica democrática en la construcción del socialismo para el siglo XXI, que pase por desenredar el nudo crítico de las alianzas sociales y políticas del nuevo bloque histórico popular-bolivariano.Tratamiento adecuado de los colectivos y movimientos sociales, por una parte, más allá de gestionar el dialogo socialista a partir de su ubicación como actores secundarios de reparto; y tratamiento adecuado de las fuerzas políticas que acompañan el proceso popular constituyente, como el PCV, el PPT, diversas organizaciones revolucionarias, y otros partidos menores, como Tupamaros, o el más reciente NCR de Luis Tascón.
Desde la experiencia del “polo patriótico” hasta la actualidad se han ensayado variadas formulas de agregación electoral, pero ninguna ha consolidado ni un frente estable de masas (para su formación, organización, movilización y lucha permanente), ni una estructura de conducción colectiva del proceso. Allí está el nudo crítico.
Obviamente, Chávez confunde variados fenómenos con signo ideológico disímil, en vez de discriminar adecuadamente la situación de disputa electoral entre factores políticos, como el PPT, el PCV, la corriente de Tascón (NCR) o Tupamaros, con la tentativa hegemónica del PSUV; además de los ingredientes del deslinde de Gobernador Falcón de la línea de radicalización política del PSUV (Es evidente que Henry Falcón está atrapado en su propia concepción socialdemócrata clásica, y en el enjambre de compromisos con la derecha regional y nacional que lo apoya), las deserciones del llamado “Frente Humanista” en la AN, la vieja disputa con el social-reformismo de PODEMOS, las fricciones con la corriente de Douglas Bravo y otros ex guerrilleros venezolanos, la pelea con la gente de Chirinos y la llamada UNI, así como la reciente aparición de declaraciones del grupo articulado a Luis Fuenmayor Toro, que plantean la posibilidad de un tercer polo de izquierda sin Chávez (desde nuestro punto de vista, otro error político más del baile de mascaras revolucionarias de la fauna política venezolana). Revolver todo esto en una suerte de "bloque mágico", y sintetizarlo en la decretada desde ahora “mala palabra” de “frente amplio revolucionario” es un grave error.
Por nuestra parte, insistiremos, se requiere la unidad orgánica de fuerzas sociales y políticas favorables al proceso constituyente venezolano y a formas claramente definidas de socialismo radicalmente democrático, si se quiere evitar la derrota política en el año 2012.
Llámese como se llame, seguiremos las experiencias de Uruguay y Bolivia; la seguiremos llamando Frente Único de izquierdas revolucionarias, o la por ahora decretada mala palabra: Frente Amplio Revolucionario.
Confundiendo los términos, el presidente Chávez se refirió directamente a dos iniciativas políticas que cuestionan la posición de “partido hegemónico” del PSUV (a la usanza del PRI mexicano). Una de ellas proviene de partidos como Nuevo Camino Revolucionario (NCR) y Patria Para Todos (PPT), quienes han propuesto conformar un "Frente Amplio Revolucionario".
En el uso de estos terminos, pueden leerse cierta dosis de oportunismo electoral en este tira y encoge entre fuerzas políticas que aspiran cargos en la AN. Pero hay un asunto de fondo, que es lo que nos inquieta: el tratamiento de las diferencias, desacuerdos y de las alianzas políticas (no solo electorales) se maneja a más viejo estilo de la irresponsabilidad revolucionaria que coloca mezquinas ambiciones de parcelas de poder, por sobre la delicada coyuntura internacional y nacional, que amenaza efectivamente la continuidad de la revolución bolivariana (Gramsci, por ejemplo, distinguía entre la pequeña política y la gran política).
Desde Chávez hasta las direcciones políticas de todas estas “siglas” que apoyan la revolución, parecen ir a contravía de Maquiavelo y Ghandi (combinando realismo político con fuerza moral), y hacen la “política del chimpancé” (la política de marcar territorio con exhibiciones de fuerza). Pero estas exibiciones de fuerza no potencian la revolución ni la conformación de un Frente Amplio, sino que lo minan en su base.
Por otra parte, nada tiene que ver con la propuesta de “Frente Amplio Revolucionario”, el manifiesto titulado “De Frente con Venezuela”( http://www.analitica.com/va/politica/documentos/4512104.asp), firmado por varios “ex funcionarios y académicos” que han apoyado a Chavez en otros momentos, documento que plantea la necesidad de una candidatura presidencial distinta de la de Chávez, y de la que presente la oposición de derecha. Plantea el citado documento:
“(…) nos encontramos en una situación general similar que la del pasado, en materia de creación de una nación próspera y justa para los venezolanos. La ciudadanía objetiva para todos y la participación real están en contradicción con el autoritarismo presidencial, la centralización y concentración absoluta del poder en el Presidente, el ventajismo del gobierno-partido, las prácticas inconstitucionales de variado tipo, la corrupción e impunidad, el terrorismo judicial y la presencia en todo el territorio de grupos armados incontrolados, entre otras características que tememos estructurales del régimen actual. Una evidencia de la excesiva concentración y centralización de poder, que entraba la descentralización y limita la autonomía e independencia en el impulso y construcción del poder popular, ha sido la promulgación de la Ley del Consejo Federal de Gobierno, cuya finalidad real es concentrar más el poder en el Presidente y la burocracia.”
“Adicionalmente, el país está políticamente entrampado en una situación polarizada artificialmente por un acuerdo colusorio entre el Gobierno y la oposición tradicional, quienes realmente comparten intereses estratégicos contrarios a la nación venezolana, como el mantenimiento del modelo de explotación petrolera de venta de combustible fósil, utilizado sin interrupción desde hace 90 años; el apoyo a la creación inconstitucional de empresas mixtas de explotación de crudo, las ventas petroleras a futuro, la cesión de activos petroleros nacionales a compañías extranjeras y su uso como garantía de préstamos, la contratación en el exterior de grandes obras de infraestructura en detrimento de la ingeniería nacional, la Ley Orgánica de Procesos Electorales, que cambia la proporcionalidad constitucional por la sobre representación de la mayor minoría; la ausencia de inmunidad jurisdiccional del Estado en la resolución de controversias, la agresión a sindicatos y líderes populares y el grosero enriquecimiento del sector financiero.”
“Ni el capitalismo monopolista de Estado impulsado por el Gobierno, que reproduce y multiplica el poder omnímodo de la burocracia estatal contra los trabajadores, en nombre de una falsa propiedad de los obreros y de la nación de los medios de producción, ni el capitalismo con base en el libre mercado constituyen paradigmas que permitan superar los graves problemas que afectan a la sociedad venezolana. El fracaso de los estados de dictadura burocrática y el no menos ominoso fracaso del capitalismo de libre mercado no son soluciones viables a la profunda crisis que afecta a nuestro país.”
“Frente a esta situación, comienza a formarse un nuevo sector político diferente de los dos existentes, distante de la oposición y que se distancia del Gobierno, que no significa una expresión intermedia entre ambos, sino que tiene como meta un modelo de país distinto de los que están en el debate actual: Ni Panamá o Puerto Rico, países sin soberanía ninguna, en el caso de la oposición, ni Cuba, país de capitalismo burocrático de Estado con logros en algunos campos, pero con graves deficiencias productivas y de diversidad política.”
“Se debe eliminar la amenaza como herramienta ordinaria de gobierno e instaurar la práctica de gobernar más y hablar menos. Es prioritaria la instrumentación de un programa de gobierno de “salvación nacional”, que se caracterice por una dirección democrática y colectiva de la política y un programa de independencia real frente a coloniajes, imperios y trasnacionales, más allá de la simple retórica.”
“Los polos políticos actuantes no han asumido un discurso y una práctica, que tenga al país y a todos sus habitantes como objetivos supremos: una propuesta donde quepan y puedan actuar protagónicamente todos aquéllos que quieren construir una gran nación. Ninguno de los polos que se disputan el control de la dirección política está a la altura de este reto, pues ambos están interesados sólo en aniquilar políticamente a su contrario. Todos estamos inmersos en esa lucha y su agudización pone en peligro la paz en Venezuela. El gobierno, contrario a toda lógica, desprecia a sus aliados y a quienes hagan críticas razonables. Los estigmatiza como traidores y contrarrevolucionarios. Lamentablemente, ese irrespeto contra quien opine distinto no va a cambiar, sino a agudizarse en la lucha por conquistar la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional. Su definitiva conformación determinará el rumbo de la política en el futuro inmediato y las condiciones de lucha por la sucesión presidencial en 2012.”
“(…) proponemos al pueblo venezolano la participación en las elecciones presidenciales con una candidatura propia, distinta de Chávez y de la que presente la oposición, capaz de unificar a los venezolanos patriotas, que están o han estado dentro del gobierno, con grupos y personas igualmente patrióticos, quienes fueron empujados, por la gestión gubernamental actual a respaldar a las fuerzas opositoras existentes. Se trata de construir una república contemporánea, reto muy a propósito en este momento cuando nuestra Patria se apresta a conmemorar el bicentenario de su nacimiento como república. Que nadie se deje chantajear con la acusación de ser traidores y de haber abandonado viejas posiciones. Los traidores están en otras partes y los fracasados, de ayer y de hoy, también." (Camilo Arcaya, Josefina Baldó, Elizaine Calatrava Armas, Franklin Fuenmayor, Luis Fuenmayor Toro, Marcos Gómez, Alirio Martínez, Salvador Navarrete, Oscar Noya, Sergio Otero, Luis Carlos Silva, Fermín Toro Jiménez, Rubén Vargas, Federico Villanueva, César Villarroel, siguen más firmas).
Este domento se agraga a numerosos indicios y sintomas de desagragación del apoyo incondicional a Chávez. Desde noviembre del año 2009, podríamos enumerar una serie de síntomas críticos: 1) diversas declaraciones de PCV, PPT y otras organizaciones con menor peso electoral sobre el asunto de las alianzas políticas; 2) Documento del PPT llamando a retomar el espíritu constituyente; 3) Carta de Roy Charderton que ningún alto funcionario del Gobierno ni Chávez comentaron, luego de la crisis de la banca articulada a la llamada “boli-burguesía” (no hay que tenerle miedo al cuero, aunque el tigre ande suelto); 4) El impasse Falcón, 5) este falso espanta-pájaros "contra-revolucionario" ( de acuerdo a la reacción emocional de Chávez) llamado “frente amplio revolucionario”. Hay que leer los síntomas, pues no toda fiebre es infección.
Lo fundamental es no hacerse el loco. Chávez ignora que existen sectores de izquierda que son críticos hacia su gobierno, y entre estos a quienes lo apoyan y quienes lo adversan. Al parecer, una lectura apresurada podría indicar que Chávez, considera indeseable una línea de apoyo crítico a su gobierno. Si es así, el egotismo sectario podría llevarlo a graves errores, como en la gestión del proyecto de reforma constitucional. El fracaso de concretar el proyecto de reforma constitucional, no estuvo fundamentalmente abajo, en la inmadurez del pueblo, sino arriba, el los contenidos y métodos de construcción de una reforma mal diseñada y gestionada.
Chávez dijo: “Todos esos son contrarrevolucionarios... Por aquí van los tiros de esos grupos que se están anunciando, que están anunciando que hay que buscar una alternativa a la dictadura del PSUV...", dijo el presidente, aludiendo al diputado Luis Tascón y su propuesta de un "Frente Amplio Revolucionario". ¿Quién ha hablado de la dictadura del PSUV? El PSUV es el partido electoralmente mayoritario, pero no puede convertirse en una organización arrogante en la construcción de alianzas con otros partidos y movimientos sociales.
3.- Lo que no es un Frente Amplio Revolucionario:
Si una propuesta para la acumulación de fuerzas genera más fricciones, desencuentros y conflictos, obviamente, no hay condiciones subjetivas para reconocer el problema de fondo: una errada política de alianzas en síntoma de la ausencia de capacidad de prácticas hegemónicas democráticas en el seno de la dirección del proceso revolucionario.
Un Socialismo manejado con criterios cuartelarios o sectarios, sería un contrasentido histórico y teórico. La irreverencia del debate es decir no la “verdad objetiva” de unos iluminados, no se sabe porque dogma cientificista, sino poner las perspectivas ético-políticas en disputa sobre la mesa. Esto requiere madurez política y liderazgo intelectual y moral, no infantilismo político o irresponsabilidad ante la amenaza real de la derecha internacional o nacional.
Sin la conducción de Chávez, no hay posibilidad de estructurar una amplia unidad de fuerzas sociales y políticas de la izquierda revolucionaria en Venezuela. Sin embargo, es insuficiente apostar exclusivamente al liderazgo unipersonal de Chávez en todos los asuntos y de todos los detalles de la revolución.
Se requiere una estructura de conducción colectiva de la revolución, le duela o no a los diferentes “egos” que se mueven con base a la pasión o ambición política. Sobre todo, de la segunda línea de dirección política, luego de Chávez.
Allí reside el verdadero obstáculo político para desentrañar el nudo crítico. Allí se pelean todos por ser metafóricamente ungidos por la venía favorable del liderazgo de Chávez. Esta es una verdad lamentable, patética, que caracteriza la sombra del cesarismo progresivo en la revolución bolivariana. Yo denomino este fenómeno, la ambición de convertirse en parte de los segundones y segundonas de Chávez. Es decir, medrar el círculo inmediato de poder de Chávez.
Pero lo fundamental del proceso revolucionario no está allí (allí hay canales de privilegio, prebendas y manejo de recursos de poder), sino en otro lugar: está en el momento del protagonismo del pueblo.
Allí se decide el verdadero destino de la revolución, abajo, muy abajo, dentro de cada barrio, caserío, fábrica, escuela, calle, esquina, organización de base comunitaria, consejo comunal, colectivo de lucha popular, movimiento social, cuartel, sindicato, comité de tierra, mesa técnica de agua, comunidad indígena, o medio de comunicación comunitario.
Se trata del socialismo desde abajo, no de las prebendas, cargos o privilegios. Esa es la voz que hay que escuchar. No el socialismo desde arriba y de los de arriba, sino el socialismo desde abajo y para los de abajo.
De allí, la importancia del Frente Amplio, Social y Político para avanzar en la transición al socialismo. Más allá de las diferencias, de los matices de clase y de doctrina, hay que amalgamar a todas aquellas fuerzas sociales y políticas, a todas las bases populares que se reclaman de ideas socialistas, democráticas, descolonizadoras y revolucionarias.
El Frente Amplio es una articulación social y política bajo un programa de acción inmediata, ya sean la defensa de las conquistas de la revolución, para conjurar la agresión imperial, o para avanzar con rectificaciones profundas y con ritmos compartidos en las tareas de la construcción del socialismo desde abajo, desde la izquierda, para la revolución. Cerrando filas desde abajo y por abajo. No solo para apoyar al Chávez democrático, revolucionario y popular (quien puede decir que hay un sólo Chávez en estos 10 años), sino para apalancar la construcción del poder popular protagónico. Allí se juega la revolución, no en curules, prebendas o privilegios. No se juega en egos personales, sino en la multitud popular. Allí es que dejamos de ser capitalistas, para devenir experiencia de lo común. ¿Y que otra cosa es el socialismo?
Unidad necesaria bajo un programa mínimo común para la coyuntura. ¿Será posible?
Pues sin Democracia Socialista, el tiempo histórico favorece a la Barbarie.
¡Sin pueblo revolucionario no hay socialismo!

jueves, 18 de marzo de 2010

MARX Y LA TRANSICIÓN SOCIALISTA (CORREGIDA/MEJORADA)-PARTE II


Javier Biardeau R.
Ya desde el comienzo de la revolución bolchevique, existieron voces críticas que sostuvieron que el Estado soviético y la sociedad de transición post-capitalista, no se asemejaba a la prefiguración de una sociedad socialista que plantearon tanto Marx como Engels. ¿En que medida el marxismo bolchevique era efectivamente una continuación del pensamiento marxiano? Esta pregunta ha dado lugar a ríos de tinta con concretas implicaciones políticas.
Por ejemplo, habría que recordar algunas posiciones auto-críticas de Trotski (ya convertido por obra de la propaganda estalinista en “agente de Hitler”), cuando señalaba que para Marx y Engels era claramente elemental, que la propiedad social no se podía confundir con la propiedad estatizada o nacionalizada.
Trotsky no llamó “propiedad social” a las formas de propiedad del sistema socioeconómico soviético, y nunca sostuvo, por ejemplo, que la producción socialista ya existía en el Estado de transición al socialismo. En una de sus elaboraciones del concepto “propiedad social” plantea:
“Para volverse social, la propiedad privada inevitablemente debe pasar por un estado equivalente al de la oruga que antes de volverse mariposa debe convertirse en larva. Pero una larva no es una mariposa. Millones de ellas perecen sin llegar a ser mariposas. La propiedad estatal se convierte en la propiedad de todo el pueblo [como Stalin sostuvo] sólo en el grado en que los privilegios sociales y las diferenciaciones desaparecen, y con ellos la necesidad del Estado. En otras palabras: la propiedad estatal se convierte en socialismo en la proporción en que deja de ser propiedad estatal. Por el contrario: cuanto más alto se pone el Estado soviético por encima del pueblo, y más se constituye en guardián de la propiedad del pueblo, más claramente se manifiesta contra el carácter socialista de la propiedad estatal.”(La Revolución Traicionada-1936)
Que el Estado no sea un órgano que esté por encima de la sociedad, era un tema típicamente marxiano, no solo del pensamiento libertario o liberal:
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la "libertad del Estado".”(Marx: Crítica al Programa de Gotha-1875)
El asunto de la estatización estaba planteado por Engels, quién escribió que con medidas de estatización del capital, las relaciones capitalistas no son eliminadas, son solamente unificadas en una cabeza (Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico):
“El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza, llega al extremo, a la cúspide. Más, al llegar a la cúspide, se derrumba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución.
Pero no se puede confundir el medio formal, con el contenido fundamental. El contenido fundamental reside en que esta unificación de relaciones económicas en el capitalismo de estado tiene que ser derribada, pues la llamada “propiedad estatal” tiene que ser controlada directamente por los trabajadores en lugar de la burguesía.
Algunos veneradores del fetichismo de la forma-Estado, suponen que nacionalizando empresas no se le está dando poder al Capitalismo de Estado (el capitalista colectivo ideal), sino construyendo el Socialismo desde la misma forma-Estado capitalista.
El asunto clave es si se trata de una forma-Estado de transición(el semi-estado proletario de Lenin) controlado efectivamente por las clases trabajadoras y la mayoría del pueblo; desde sus formas de organización autónomas, como el control obrero, los consejos de fábrica y los consejos de trabajadores; o si no será la tecno-burocracia estatal; en fin, la capa de funcionarios, gerentes, técnicos y administradores, formados bajo los mismos parámetros capitalistas de la división jerárquica del trabajo; o lo que es mucho peor, una capa de funcionarios dependientes del aparato del partico-único, los que asumen la apropiación, control y dirección de los procesos económicos en la fase de transición.
Este problema remite justamente al estado del arte de la organización social y política del movimiento de los trabajadores en un proceso revolucionario; y no de los que hablan en su nombre, profundizando la famosa “cadena de sustituciones”.
La transformación de la composición social y de lucha de la clase trabajadora, implica dar cuenta de la relación entre el "obrero-masa", predominante en la fase fordista-keynesiana, y el nuevo "obrero social" (propio del capitalismo transnacional integrado) en las circunstancias específicas de la realidad venezolana, así como su incardinación con el subjetividad de la multitud popular subalterna.
Allí se juega, no solo el carácter anti-oligárquico y antiimperialista de la multitud popular, sino su potencial carácter anti-capitalista. Hasta ahora el horizonte de lucha de la multitud popular ha sido revolucionario con relación a los dos primeros aspectos, pero dadas las características de arbitraje neutralizador de los conflictos de clase de la re-distribución pública de la renta petrolera, el horizonte socialista se concibe vinculado a afectar los modos de distribución-cambio económica (regulación estatal de los mercados, de los convenios colectivos, y la redistribución estatal a través de políticas sociales) que afectar directamente los modos de producción y apropiación capitalistas (unidades de producción socialistas con control obrero y consejos de trabajadores socialistas).
Por otra parte, Marx y Engels hicieron referencias positivas al potencial socialista de diferentes formas de socialización económica, y no solo a la estatización: las cooperativas de producción y consumo, la economía social auto-gestionadas directamente por el trabajo libre asociado, el control obrero de las estatizaciones y las nacionalizaciones, como formas que apuntaban a la socialización económica de las unidades de producción, al pasaje a un sistema socioeconómico socialista.
Una breve cita de la Guerra civil en Francia de 1871, podría dejar boquiabiertos a algunos veneradores de la confusión entre estatizaciones y socialización:
“¡La Comuna, exclaman, pretende abolir la propiedad, base de toda civilización! Sí, caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción -- la tierra y el capital -- que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado. ¡Pero eso es el comunismo, el "irrealizable" comunismo! Sin embargo, los individuos de las clases dominantes que son lo bastante inteligentes para darse cuenta de la imposibilidad de que el actual sistema continúe -- y no son pocos -- se han erigido en los apóstoles molestos y chillones de la producción cooperativa. Ahora bien, si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de substituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, sino comunismo, comunismo "realizable"?”
No plantearemos aquí, los ultimos escritos de Lenin sobre las cooperativas. Lo que si queremos plantear es que no puede haber dogmas de confusión entre las flexibles vías de socialización de acuerdo a plan común de regulación de la producción nacional (que garantizan incluso la propiedad individual- Léase: “convertir la propiedad individual en una realidad”), y plantear como única vía la estatización de la propiedad social. Al menos, no partiendo del pensamiento crítico socialista de Marx.
Marx y Engels, hablaban explícitamente de la interrelación entre aspectos económicos y políticos. No dejaban de lado la relación entre poder económico de clase y el poder político de clase. Hoy pudieran hacerse muchas interrogantes a la hipótesis de la simplificación de la estructura social capitalista presente en el propio Manifiesto del Partido Comunista, lo que complejiza las tácticas de "clase contra clase" en sentido restringido; y plantea el asunto de las alianzas de clases, grupos y sectores; así como la hegemonía socialista en una revolución democrática.
Pero para Marx y la transición socialista, una cosa si quedaba clara, que ni la propiedad estatizada ni el Estado-Plan, por sí mismas, sin iniciativa, intervención y control directo de las clases trabajadoras y el pueblo, podrían considerarse medidas socialistas. Solo recordemos la burla de la cita a pie de página de Engels:
“(…) La nacionalización sólo representará un progreso económico, un paso de avance hacia la conquista por la sociedad de todas las fuerzas productivas, aunque esta medida sea llevada a cabo por el Estado actual, cuando los medios de producción o de transporte se desborden ya realmente de los cauces directivos de una sociedad anónima, cuando, por tanto, la medida de la nacionalización sea ya económicamente inevitable. Pero recientemente, desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización, hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese socialismo, habría que incluir entre los fundadores del socialismo a Napoleón y a Metternich. Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas. De otro modo, habría que clasificar también entre las instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo III, por un hombre muy listo.”
No hay que confundir el pensamiento de Marx con Stalin; y mucho menos con Napoleón, Metternich, Bismarck o Federico Guillermo III, pues no se trata de “ganado electoral sumiso al gobierno”, sino que se trata de la auto-emancipación de los trabajadores y trabajadores, como decía la mismísima Flora Tristán.

martes, 16 de marzo de 2010

MARX Y LA TRANSICIÓN SOCIALISTA-PARTE II


Javier Biardeau R.
Ya desde el comienzo de la revolución bolchevique, hubo voces críticas que sostuvieron que el Estado soviético y la sociedad de transición post-capitalista, no se asemejaba a la prefiguración de una sociedad socialista que plantearon tanto Marx como Engels. ¿En que medida el marxismo bolchevique era efectivamente una continuación del pensamiento marxiano? Esta pregunta ha dado lugar a ríos de tinta con concretas implicaciones políticas.
Habría que recordar algunas posiciones auto-críticas de Trotski (ya convertido por obra de la propaganda estalinista en agente de Hitler), cuando señalaba que para Marx y Engels era claramente elemental, que la propiedad social no se podía confundir con la propiedad estatizada o nacionalizada. Trotsky no llamó “propiedad social” al sistema socioeconómico soviético, y nunca sostuvo, por ejemplo, que la producción socialista ya existía en el estado de transición al socialismo. En una de sus elaboraciones del concepto “propiedad social” plantea:
“Para volverse social, la propiedad privada inevitablemente debe pasar por un estado equivalente al de la oruga que antes de volverse mariposa debe convertirse en larva. Pero una larva no es una mariposa. Millones de ellas perecen sin llegar a ser mariposas. La propiedad estatal se convierte en la propiedad de todo el pueblo [como Stalin sostuvo] sólo en el grado en que los privilegios sociales y las diferenciaciones desaparecen, y con ellos la necesidad del Estado. En otras palabras: la propiedad estatal se convierte en socialismo en la proporción en que deja de ser propiedad estatal. Por el contrario: cuanto más alto se pone el Estado soviético por encima del pueblo, y más se constituye en guardián de la propiedad del pueblo, más claramente se manifiesta contra el carácter socialista de la propiedad estatal.”
Que el Estado no sea un órgano que esté por encima de la sociedad, era un tema típicamente marxiano, no solo libertario o liberal: “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la "libertad del Estado".”(Marx: Crítica al programa de Gotha)
El asunto de la estatización estaba planteado por Engels, quién escribió que con medidas de estatización del capital, “las relaciones capitalistas no son eliminadas, son solamente unificadas en una cabeza”. El paso fundamental reside en que esta unificación de relaciones económicas en el capitalismo de estado tiene que ser derribada, pues la llamada “propiedad estatal” tiene que ser controlada directamente por los trabajadores en lugar de la burguesía. Engels planteaba: “La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero dentro de ella están las condiciones técnicas que formas los elementos de la solución”.
Algunos veneradores del fetichismo de la forma-Estado, suponen que nacionalizando empresas no se le está dando poder al Capitalismo de Estado, sino construyendo el Socialismo desde el Estado. El asunto clave es si se trata de un Estado de transición controlado efectivamente por las clases trabajadoras, y sus formas de organización autónomas, como el control obrero, los consejos de fábrica y los consejos de trabajadores; o si no será la tecno-burocracia estatal; en fin, la capa de funcionarios, gerentes, técnicos y administradores formados bajo los mismos parámetros capitalistas de la división jerárquica del trabajo, o lo que es peor, una capa de funcionarios dependientes del aparato del partico-único, los que asumen la apropiación, control y dirección de los procesos económicos en la fase de transición.
Este problema remite justamente al estado del arte del movimiento de los trabajadores en un proceso revolucionario; y no a los que hablan en su nombre, profundizando la famosa “cadena de sustituciones”.
Marx y Engels hicieron referencias positivas al potencial socialista de diferentes formas de socialización económica, y no solo a la estatización: las cooperativas de producción y consumo, la economía social auto-gestionadas directamente por el trabajo libre asociado, el control obrero de las estatizaciones y nacionalizaciones, como formas que apuntaban a la socialización económica de las unidades de producción, al pasaje a un sistema socioeconómico socialista. Pero hablaban explícitamente de la interrelación entre aspectos económicos y políticos. No dejaban de lado la relación entre poder económico de clase del poder político de clase.
Hoy pudieran hacerse muchas interrogantes a la hipótesis de la simplificación de la estructura social capitalista presente en el propio Manifiesto del Partido Comunista, lo que complejiza las tácticas de clase contra clase, y plantea el asunto de las alianzas de clases y la hegemonía socialista en una revolución democrática.
Obviamente, sería necesario pasearse por esta problemática para comprender el sentido exacto de la construcción de un bloque histórico nacional-popular, donde las clases trabajadores no dejen de ser ejes fundamentales de la construcción hegemónica, pero que incluyan un vasto conjunto de demandas, aspiraciones y necesidades de otras capas, sectores y clases, con la excepción de los intereses de las fracciones de clase capitalistas monopólicas, transnacionales y la oligarquías terratenientes tradicionales.
Para esto, no puede existir un proyecto socialista sectario, que se dirija a la masa popular urbana de manera despectiva como “marginales”, como “lumpen”; o a los sectores medios, como recalcitrantes y lacayos pequeñoburgueses, o a los campesinos, como sectores con mentalidad de pequeños propietarios, o a los pequeños o medianos empresarios, como embriones del neoliberalismo imperialista. Con esta tipo de política y discurso, no hay construcción hegemónica posible; se bloquea la construcción de la voluntad colectiva nacional-popular mayoritaria, que logre aislar, neutralizar y reducir a su mínima expresión política y electoral, al núcleo social dominante del imperialismo + fracciones de la burguesía monopólica + oligarquía tradicional. Sabemos que no hay 4 millones y medio de oligarcas, pero parece que no se sabe cómo impedir que la hegemonía capitalista tenga el grado de influencia ideológica y política que tiene.
Por el camino de radicalización sectaria que vamos, con un diseño de socialismo que sigue girando compulsivamente alrededor de los lugares comunes del socialismo burocrático del siglo XX, no parece entenderse que significa la construcción hegemónica de la política socialista.
Por ejemplo: de acuerdo a datos del anuario estadístico de la CEPAL para el año 2007, la distribución de la población venezolana de acuerdo a los sectores de actividad económica era la siguiente en términos gruesos: Agricultura (8,7 %), Industria (23,3%), Servicios, incluyendo actividades estatales (67,9 %). Así mismo, desagregando la estructura de la población ocupada urbana total, por sectores de actividad económica era: Agricultura (8,7 %), Minería (0,9 %), Manufactura (12,3 %), Electricidad, Gas y Agua (0,4 %), Construcción (9,7 %), Comercio (23,5 %), Transporte (8,7 %), Servicios financieros (7,1 %), Otros servicios (30,7 %), y no especificados (0,2 %).
De acuerdo a la estructura ocupacional (Clasificación internacional uniforme de ocupaciones) tenemos: profesionales, técnicos y trabajadores asimilados (12,5 %), Directores y funcionarios públicos superiores (3,8 %), Personal administrativo y trabajadores asimilados (7,2%), Comerciantes y vendedores (18,1 %), Trabajadores de servicios (19,3 %), Trabajadores en actividades agrícolas, forestales, pescadores y cazadores (8,6 %), obreros no agrícolas, conductores de máquinas y vehículos de transporte junto a trabajadores asimilados (30,2 %), trabajadores que no pueden ser clasificados según sector de ocupación (0,3 %).
Así mismo, la estructura de la población puede analizarse a partir de las siguientes categorías (2007): Empleadores (4,2 %), Asalariados (59,3 %), auto-empleo o por cuenta propia (34,7 %), Servicio domestico (no registrado), Otras categorías (1,8 %). Tasa de desempleo 2007 (8,4 %). Distribución del ingreso: 20 % más rico concentra (48,9 % del ingreso), 20 % más pobre concentra (5,1 % del ingreso).
Una breve conclusión es la siguiente: año 2007= 41246 millones de hab aprox , 70% mayor de 15 años = 28872,2 millones de hab aprox. Si solo el 4,2 % son empleadores, entonces tenemos nada más y nada menos que 121.263, 24 personas aprox.
Es decir, que 121.263 patronos han generado una hegemonía de 4.500.000 “oligarcas escuálidos y lacayos” de acuerdo al sectarismo de izquierda. La pregunta que hay que hacerse es: ¿Por qué ocurre esta situación? Los lectores y lectoras pueden hacer sus propios cálculos y cruces de variables, pero la conclusión es bastante elemental: la política de alianzas entre grupos, sectores y clases debe partir de la realidad concreta de la estructura social venezolana, no de los guiones de los manuales soviéticos de “comunismo científico”.
Con una grave situación de concentración y desigualdad del ingreso; con la estructura ocupacional y sectorial de la población que existe, no vale la pena insistir en que solo la clase obrera industrial o petrolera va a construir la hegemonía socialista en el país. Sin ella será imposible, pero sólo con ella también. De allí la importancia de explorar los límites de una hegemonía nacional-popular de contenido socialista, democrático y antiimperialista.
¿Y cómo se construye eso? Con un frente social y política que elabore la política de alianzas entre grupos, sectores y clases, entre actores, movimientos, fuerzas sociales y políticas.
El poder económico socialista no puede separase del poder político proletario; en nuestros términos de la multitud nacional-popular. No hay poder económico socialista desde el capitalismo de estado, o desde el dominio burocrático de las estatizaciones.
Un estado de transición cohesiona el poder proletariado (y en nuestros términos, construye una Forma-Estado Transicional, que requiere ser Democrática-radical y Participativa para el ejercicio directo del poder de la multitud popular), constituyéndose en la fuerza activa que puede transformar el potencial socializante de las estatizaciones en realidad efectiva de las socializaciones bajo control del trabajo social, la autogestión y cogestión de acuerdo a un plan social, estableciendo las bases para el progresivo debilitamiento de las relaciones capitalistas en un cuadro de economía mixta de signo socialista, para fortalecer los embriones de la economía social del trabajo libre asociado; en palabras llanas, el derrumbe del despotismo capitalista en fabricas, talleres o empresas. Pero eso no se hace en un abrir y cerrar de ojos, eso implica un cambio estructural de generaciones.
Gramsci lo decía con crudeza, la hegemonía nace en la fábrica, en el taller, en la empresa, en el lugar de trabajo, pero además en el lugar de descanso, de recreación, de estudio y reproducción social. Como dicen algunas feministas cuestionando a Gramsci: la hegemonía nace en la casa, donde se establecen las relaciones de subordinación entre géneros y entre edades. Y algunas más radicales afirman: la hegemonía nace en la cama. Sea donde sea que nazca, la construcción de nuevos sentidos comunes socialistas pasa por mediaciones políticas, educativas, culturales, comunicacionales e ideológicas que no se imponen desde una propaganda bancaria y alienante.
El socialismo no es soplar y hacer botellas. Y mucho menos, copiando modelos que tienen poco o nada que ver con nuestra realidad especifica como formación social.
El poder económico socialista no puede separase del poder social socialista. En la organización socialista del trabajo, de la producción, distribución, circulación y consumo, está el meollo de lo que Marx llamará, la economía social del trabajo libre asociado. No se trata entonces de la economía estatizada del trabajo compulsivamente y verticalmente administrado por la burocracia estatal o un partido-único. Pues una economía estatizada sin control de los trabajadores con mayor o menor calificación socio-técnica, es un nuevo sistema de explotación del plus-trabajo.
Las nacionalizaciones o estatizaciones pueden apuntar al socialismo si y solo, son controladas y dirigidas por la hegemonía democrática de las clases trabajadoras y la mayoría del pueblo. Hegemonía democrática que se expresa tanto en la forma-estado de transición, como en el contenido de socialización económica del modo de producción, distribución y cambio.
A pesar de que Marx y Engels no clarificaron los detalles de la transición post-capitalista bajo el marco de la modernidad europea, es falsa la afirmación que señala que no identificaron algunas condiciones necesarias, tanto de los aspectos socio-estructurales como propias de la intersubjetividad socialista, para comprender las transiciones socialistas (Léase por ejemplo, tanto “Principios de comunismo” de Engels, como el “Manifiesto del Partido Comunista” de Marx-Engels).
Marx interpretó la necesidad de procesos de transición entre el capitalismo y la futura sociedad comunista, planteando que ninguna sociedad desaparece antes de agotar las propias potencialidades interna, sobre todo en lo relativo a la superación de la explotación del trabajo asalariado y de la escasez. Que las fuerzas productivas pasaran de manos egoístas al control social de las capacidades productivas acumuladas, significaba no un retroceso de los niveles de riqueza colectiva, sino su aumento y transformación cualitativa.
La premisa básica era que el trabajo libre asociado, la cooperación humana en el trabajo, la emancipación del trabajo sin despotismo jerárquico capitalista, podía no solo ser liberadora sino más eficiente generando los llamados “manantiales de riqueza”. Pero esto implicaba precondiciones políticas, educativas, socio-técnicas y culturales, no solo decretos, medidas repentinas o deseos caprichosos.
Por otra parte, Marx en ningún lugar habló de Socialismo y de Comunismo como etapas, como fases o momentos diferentes de un proceso de transición. Lo que explícitamente planteo Marx fue lo siguiente:
“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.” (Critica al programa de Gotha-1875)
Desde nuestro punto de vista, allí hay claramente aspectos sustantivos de transformación estructural y política implicados. Ha corrido demasiada tinta sobre la interpretación del término “Dictadura del proletariado” en la concepción propiamente marxiana; y ha quedado claro que no era ni dictadura sobre el proletariado, ni dictadura del partido-único, ni dominación de la capa burocrática.
La forma-estado de la transición es la democracia en el sentido de la soberanía popular y la democracia cada vez más directa, por tanto, de la democracia participativa, deliberativa y protagónica.
Sin necesidad de caer en la trampa de la disyunción entre revoluciones violentas y revoluciones pacíficas, lo fundamental fue dicho por Engels en 1895:
“La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios.”
El momento decisivo para una transformación completa de la organización social, es la del protagonismo de una multitud organizada, formada políticamente y articulada a un proyecto histórico de liberación. Los métodos de lucha varían en la historia, pero sin una revolución democrática de multitudes, el socialismo puede convertirse en una simple auto-referencia de una secta ideológica o de salón. El trabajo de educación, organización, movilización y lucha en diversos frentes de masas no puede ser sustituido por pequeños grupos o núcleos de decisión, que consideran que la revolución consiste en un simple cambio de timón.
Para Marx, el análisis del contenido de dominación de clase del Estado capitalista, implicaba dar cuenta de sus formas de manifestación, de expresión o de presentación oficial. La democracia representativa, liberal-democrática, por ejemplo, es una forma política de presentación del contenido de dominación política del Capital, resultado de un equilibrio de compromisos en el conflicto entre fuerzas de clases. La forma política deriva de la resultante de un ciclo de luchas.
No hay que olvidar que debajo de las estructuras están las luchas, las correlaciones de fuerzas, y no al revés. Una lectura estructuralista reproduce y confunde la objetividad histórica por la cosificación y fetichismo de las formas. De allí que Marx (Carta a Annekov 1846) no fue suficientemente claro cuando escribía:
“¿Qué es la sociedad, cualquiera que sea su forma? El producto de la acción recíproca de los hombres. ¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas de los hombres, corresponde una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponden determinadas formas de constitución social, una determinada organización de la familia, de los estamentos o de las clases; en una palabra, una determinada sociedad civil. A una determinada sociedad civil, corresponde un determinado orden político (état politique), que no es más que la expresión oficial de la sociedad civil. Esto es lo que el señor Proudhon jamás llegará a comprender, pues él cree que ha hecho una gran cosa apelando del Estado a la sociedad civil, es decir, del resumen oficial de la sociedad a la sociedad oficial.”
“Huelga añadir que los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas --base de toda su historia--, pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no crean y que es producto de la generación anterior. El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por la generación precedente, que le sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y, por consiguiente, sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo. Consecuencia obligada: la historia social de los hombres no es nunca más que la historia de su desarrollo individual, tengan o no ellos mismos conciencia de esto. Sus relaciones materiales forman la base de todas sus relaciones. Estas relaciones materiales no son más que las formas necesarias bajo las cuales se realiza su actividad material e individual.”
Y más adelante:
“Proudhon comete algo más que un error de método: prueba claramente que no ha aprehendido el vínculo que liga todas las formas de la producción burguesa, que no ha comprendido el carácter histórico y transitorio de las formas de la producción en una época determinada. El señor Proudhon sólo puede hacer una crítica dogmática, pues no estima nuestras instituciones sociales como productos históricos y no comprende ni su origen ni su desarrollo.”
Aquí hay que retener lo siguiente: carácter histórico y transitorio de las formas de la producción y de la política en una época determinada. No hay transformación desde caprichos individuales, pues hay un legado acumulado, pero la transformación es posible si y solo si hay tendencias de lucha, de negación, de conflicto y antagonismo social. Donde hay conflicto, oposición y lucha hay formas en movimiento. Hay historicidad de de reglas, contenidos y formas. Como queda patente en las tesis de Feuerbach (1945):
“La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen). La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.”
Es la práctica revolucionaria la que se distingue del materialismo contemplativo y del idealismo abstracto o absoluto, una práctica revolucionaria que actúa reconociendo la historia de las condiciones y circunstancias, que no puede reducirse a determinismo cerrado, sino a estructuras históricas, fallidas, dislocadas o abiertas a la contingencia de la praxis revolucionaria, que no es capricho individual ni voluntarismo ciego, sino actuación colectiva organizada que transforma circunstancias.
Por ejemplo, la soberanía popular, como poder constituyente desde abajo queda limitada, neutralizada o restringida a partir de una serie de mediaciones y construcciones del poder jurídico-institucional desde arriba (desde el poder constituido y organizado políticamente por el Capital), como la representación sin mandatos imperativos, la limitación del control popular sobre diversos órganos del poder público, el control parlamentario de doble cámara, la división de poderes en sentido liberal clásico, el constitucionalismo liberal, etc.
Obviamente, no es lo mismo, una dictadura abierta del capital organizado como clase política dominante, que la democracia representativa con un régimen de derechos y libertades públicas, que regulan y limitan la emancipación social y política de las clases trabajadoras. Pero la democracia socialista va a fondo en el contenido democrático de los aspectos económicos, sociales y culturales. De allí que la democracia socialista sea socialización del poder social: económico, político, jurídico, ideológico y cultural.
Control directo de la multitud popular en el ejercicio del poder y las decisiones sobre los asuntos de la esfera pública, sea estatal o no estatal. Que no se trata de suprimir derechos civiles, sino expandirlos al conjunto de la sociedad organizada, ya no desde los estrechos límites del derecho dominante, sino a partir de la construcción de la democratización extensiva e intensiva de los espacios y campos sociales.
No abordar los textos marxianos como la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel, los Manuscritos de París, la Ideología Alemana o los Grundrisse, genera graves errores de interpretación acerca de las condiciones políticas necesarias para la transición post-capitalista, que implica abordar en los planos nacionales e internacionales, dimensiones económicas, sociales, políticas, jurídicas, ideológicas y culturales de la acumulación de recursos de poder social.
Así mismo ocurre con diversos textos de Engels, así como con diversos manuscritos epistolares que colocan en apuros a la interpretación hegemónica durante la revolución bolchevique; codificada posteriormente bajo la falaz doctrina estalinista de: “materialismo histórico” y “materialismo dialéctico”, con las famosas etapas de la transición: fases inferiores o superiores de la transición al socialismo, fases inferiores y superiores del socialismo; y finalmente, fases inferiores y superiores de comunismo.
En Marx al menos no hay nada de esta temporalidad lineal de períodos. Esto es un invento posterior. Por tanto, los procesos de transición requieren un estudio profundo, riguroso, que se desprenda del filtro de las lecturas de los manuales soviéticos, que en muchos casos, suponen que la construcción socialista se hace tanto por “fases claramente separadas”, como por “decretos” (Stalin decretó por ejemplo el fin de la lucha de clases”), bajo el reino del fetichismo y el nominalismo jurídico, o de “golpe”, repentinamente, por encarnación de una plantilla prefabricada del “socialismo marxista-leninista”, que baja desde las “Ideas platónicas” (controladas por la autoproclamada “vanguardia intelectual de la vanguardia política”).
En fin la consabida cadena de sustituciones que reproducen la lógica de gobernantes/gobernados, dirigentes/dirigidos, de quienes deciden/ quienes ejecutan, impidiendo precisamente que la emancipación de los trabajadores sea obra de los trabajadores mismos (el comunismo de consejos y la oposición obrera pusieron a Lenin a escribir sus argumentos contra la “enfermedad infantil”, sin darse cuenta de su síntoma de su temprana “enfermedad senil” de gobernar sobre otros). La enfermedad senil del comunismo de estado es confundir el gobernar obedeciendo al pueblo con el gobernar sobre el pueblo, con puño de hierro sobre el pueblo.
Púes una revolución tutelada o administrada desde arriba es una caricatura de revolución. Y Lenin vivía los dilemas de controlar cibernéticamente el poder desde arriba, y al mismo tiempo estimular la movilización “de los de abajo”. Este es el dilema de quien pretende controlar, dirigir y ordenar los acontecimientos revolucionarios, cuando estos son básicamente procesos de multitudes organizadas. ¿Quién dirige a quién entonces?
En esto, Marx y Engels fueron mucho más claros, para prever que las transiciones dependerían de circunstancias específicas y particulares, de contextos históricos de formaciones sociales singulares, que sería larga como transición mundial, accidentada, con rasgos sinuosos, graduales, y en sus momentos de alumbramiento para cada sociedad, con inevitables caracteres de lucha, de avances y retrocesos, con rasgos combinados, heterogéneos y mixtos:
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento.”(Crítica al Programa de Gotha-1875)
No se pueden borrar de golpe los defectos y el sello de la vieja sociedad capitalista. Justamente allí intervienen los aspectos de la revolución ético-cultural y educativa para la libertad de los trabajadores y trabajadoras. Pero activados por los propios trabajadores y trabajadores. No desde una acción cultural difusionista, alienante en sentido político, de propaganda bancaria, desde lo que calificó Trotsky frente a Cárdenas en México: Bonapartismo progresivo sui generis.
Gramsci fue más creativo que los temerosos repetidores de manuales: Cesarismo progresivo montado en el flujo revolucionario. Pero los “Grandes Líderes” están condicionados por las contradicciones de la historia acumulada, por la carga del tiempo histórico. Digan “pa” o digan “pe” los cultores del “mito cesarista”, el momento decisivo de las revoluciones, como flujos de cambio estructural, es el “protagonismo popular”, los actos constituyentes de multitudes organizadas, movilizadas, formadas políticamente y con una clara perspectiva de lucha desde un proyecto de liberación.
Sin una correlativa acción cultural, educativa, organizativa para la libertad, sin revolución educativa, ético-cultural, sin reforma intelectual y moral en el sentido gramsciano, no habrá ruptura profunda de la desigualdad, el dominio, la exclusión y la negación en la esfera de la construcción de una nueva hegemonía. Allí reside en parte el largo alumbramiento. Habrá momentos aceleradores, factores precipitantes, catalizadores o detonantes, pero solo si operan en conexión con un largo alumbramiento (relación entre situación, coyunturas y estructuras históricas).
La praxis revolucionaria es lucha situada, enclavada en la historia de condiciones y circunstancias históricas que muchas veces se pierden de vista; no es una lucha quijotesca donde se ponen en juego palabras áreas, quimeras o fantasías delirantes. Cuando se habla de lucha ideológica se habla de construcción de formas ideológicas compartidas, de opiniones comunes, de elaboración de significaciones comunes, no por simple violencia simbólica, arbitrariedad ideológica, sino por una extraordinaria capacidad de persuasión social, de inclusión y articulación de voluntades colectivas mayoritarias.
La hegemonía en Gramsci, depende precisamente de esta capacidad de articular el socialismo a una revolución de mayorías, a una revolución democrática de multitudes populares, no de sectas iluminadas, de democracia jacobina, de minorías revolucionarias que imponen una verdad a punta de difusión y propaganda bancaria y alienante; y si es preciso, del manejo más burdo del chantaje, la estigmatización, el uso político de los miedos, las culpas y la vergüenza como energías psíquicas de sumisión incondicional, de ruptura de la autonomía de las singularidades revolucionarias, a partir de formas de imposición forzada de acuerdos desde el ejercicio paranoico del poder.
En esto consiste el micro-fascismo, en las contra-revoluciones capilares, moleculares, que impiden el poder ascendente de la multitud popular frente a la “revolución administrada desde arriba” (¿Dijo usted Stalin?).
Suponer que en Venezuela es posible construir el socialismo con decretos, normas jurídicas o decisiones político-administrativas, desconociendo que se trata de la transformación a largo plazo de la organización social desde la acción colectiva de multitudes, implica aborda la formación social a ser transformada: el capitalismo rentístico, periférico, atrasado y dependiente, con su particular historia de democracia representativa, sus instituciones político-jurídicas, y sus singulares matrices culturales; todo esto pasa por precondiciones políticas, por la efectiva acumulación de fuerzas y de recursos de poder social por parte del bloque social popular subalterno.
Cuando se dice: “todo el poder para el pueblo” queda explicita la tarea del poder popular. Sin poder popular y sin democracia deliberativa, participativa y protagónica, la construcción de la transición socialista puede terminar siendo una combinación de “flatus vocis”, “simulacro socialista”, “potes de humo” y resurgimiento del mismo “dispositivo de gobernabilidad burguesa”: gobernar sobre el pueblo.
Leer los manuales de la revolución rusa o cubana, suponer que se trata de un asunto de “calco y copia”, de “voluntarismo político” de una “minoría revolucionaria consciente” es un grave error. Olvidar contextos históricos específicos, como el ABC del movimiento autónomo de una mayoría inmensa que lucha por los intereses de la inmensa mayoría (Manifiesto Comunista), implica suplantar lo decisivo que es la lucha, organización, formación política, movilización y proyecto de liberación de la multitud popular, por una vanguardia descolgada o una minoría profética. No hay sustituto posible a los actos constituyentes de multitudes organizadas.
Pueden existir “grandes personalidades” catalizadoras del cambio. Pero que no se pierda de vista, que una revolución de mayorías desborda el papel del estas “grandes personalidades” en la historia. Todos los reflujos de masas muestran, lo poco que pueden hacer por si mismos las grandes jefaturas cuando se debilita la legitimidad popular. La clave no está exclusivamente arriba, está en ampliar y cerrar filas por debajo. El peor peligro es el sectarismo que divide y excluye.
La transición socialista implica una revolución democrática de mayorías, una acumulación de fuerzas del movimiento de la multitud popular en el plano nacional, que no se reduce exclusivamente a la construcción imaginaria del proyecto de un “socialismo aéreo y etéreo en un solo país”.
Para cualquier país periférico, dependiente, con debilidades en sus estructuras productivas, será prácticamente imposible, por ejemplo construir fases tempranas de la transición socialista sin contar con procesos semejantes en países aliados, sin contar con un bloque continental de poder que favorezca transiciones socialistas.
De allí, que sea necesario reconocer la inevitabilidad del carácter mixto, combinado y heterogéneo de la transición socialista, sometida a flujos y reflujos de la lucha revolucionaria. No se trata de un asunto de deseo sino de realidades a ser transformadas. No se construyen nuevas estructuras de transición desde la “omnipotencia de las ideas”, sino desde el poder efectivo de la acción colectiva transformadora, desde los movimientos, los colectivos, las organizaciones sociales, desde sindicatos revolucionarios, gremios y asociaciones socialistas, desde frentes sociales revolucionarios, desde la alianza de partidos de orientación socialista.
No hay poder popular sin poder organizado desde abajo hacia arriba, y no administrado desde arriba hacia abajo. No se puede liquidar del poder ascendente de la multitud popular, sin liquidar el espíritu de la revolución y por tanto, sin inducir el reflujo de la movilización de masas. La lealtad revolucionaria en la tradición socialista de todas las épocas es hacia principios, el ideario, los valores y las acciones congruentes con el carácter de una revolución democrática y socialista.
Mínimos de coherencia, de consistencia, de congruencia con principios, valores, ideario y acción revolucionaria, generan por si mismo confianza, credibilidad, aceptación y legitimidad revolucionaria. Cuando la lealtad hacia la personalidad dirigente se confunde con el culto a la personalidad, y se convierte en demanda de sanción o forma jurídica relacionada con la penalización de faltas, desviaciones o delitos, estamos justamente en presencia de una crisis de legitimidad de la dirección revolucionaria.
Gramsci lo denominaba: Cadornismo. El que quiera investigar que investigue.
Por otra parte Marx señalaba que el “socialismo moderno” esta reñido con un socialismo de la escasez crónica (llega a decir que el socialismo maduro implica “manantiales de la riqueza colectiva”). Es justamente en un marco de abundancia material y de riqueza multilateral de las capacidades humanas (Manuscritos de París) cuando puede decirse: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades! No antes, por pura fantasía delirante (ver: Crítica al programa de Gotha)
Esta modalidad de apropiación y distribución es completamente inviable donde predomina la debilidad crónica de las fuerzas productivas, la escasez, la desarticulación de los sectores económicos, la desregulación, desorganización de los mercados y el despilfarro. De allí la importancia de combinar eficaz y adecuadamente la planificación social con la regulación de los mercados.
A diferencia de algunos bolcheviques y jacobinos, para Marx, los saltos históricos y la interacción entre esferas ideológicas, culturales y políticas con las estructuras económico-sociales, no se hacia desde el vacio de condiciones históricas, tanto objetivas como subjetivas. La dialéctica entre luchas y condiciones, impedía la recaída en el materialismo contemplativo o en el idealismo abstracto o absoluto.
El papel del individuo y de la conciencia, podían comprenderse en su capacidad de alterar parámetros histórico.-estructurales, pero no fuera de ellos. Los límites aparentes de las estructuras inamovibles se abren a la intervención de la acción colectiva en tiempos de crisis orgánica, cuando la estabilidad pasa a ser histórica, transitoria y contingente. Allí también residen los límites del voluntarismo, del capricho, de la fantasía delirante, el confundir deseos con realizaciones.
Pues no será a punta de “moral revolucionaria” que se modifica un complejo cuadro de relaciones de fuerza entre capital y trabajo, entre clases dominantes y subalternas, o entre imperialismo y nación. No hay que olvidar tendencias y contra-tendencias históricas, fuerzas organizadas o no en las coyunturas, fricciones y conflictos en las situaciones, y el azar que cada vez es más reconocido en los sistemas alejados del equilibrio. Nada de “omnipotencia de las ideas y el culto a la voluntad individual”. ¡Deseos solos no empreñan!
Para que se convierta en fuerza material el socialismo tiene que ser un hecho de masas, de multitudes populares, organizadas y formadas políticamente, en la conquista de su auto-emancipación a través de un proyecto histórico relacionado con programas mínimos que articulen las demandas concretas de cada situación concreta. La reforma es quedarse solo con estos programas mínimos sin quebrar las reglas del sistema histórico. La revolución que ara en el mar, significa olvidar que sin programas mínimos no hay acumulación de fuerzas. Se trata de reformas radicales y revolución posible, no de reformismo sin horizonte o de revoluciones sin mediaciones prácticas.
¡Solo el pueblo salva al pueblo! ¡El poder de la multitud popular es el socialismo!
¡Sin poder popular solo hay simulacro de revolución!
Sencillito: ¡Sin pueblo revolucionario no hay socialismo!

sábado, 13 de marzo de 2010

MARX Y LA TRANSICIÓN SOCIALISTA-PARTE I

Javier Biardeau R
Gradualmente se vienen clarificando distintas posiciones, corrientes y tendencias acerca del debate sobre la “transición rumbo al Socialismo”. Algunas tendencias, como decimos coloquialmente, se “quedaron en el aparato” (en el doble sentido “hípico” y “político” de la frase), es decir, encallaron en el viejo Socialismo Burocrático del siglo XX, en sus dogmas, en sus afirmaciones apodícticas, en su incapacidad de renovación del pensamiento crítico socialista, en la imposibilidad para construir nuevos horizontes de revolución democrática, socialista, descolonizadora y ecológica para el siglo XXI.
Se trata nada más y nada menos que del viejo “Socialismo de Aparato”, completamente funcional al Capitalismo de Estado y a una revolución administrada “desde arriba” (recuerden el oxímoron del PRI: “Partido Revolucionario Institucional”), a la elevación como nueva capa dirigente y dominante a la tecno-burocrática del Estado (una suerte de “burguesía de estado”), quienes ejercen el verdadero control y apropiación del “excedente económico”. Aquí es fácilmente detectable la relación entre justificaciones doctrinarias, y el asegurarse una función dominante en la estructura de poder en “nombre de la revolución”. Básicamente, no han comprendido las discontinuidades entre el pensamiento crítico de Marx, y la interpretación sesgada, imparcial y doctrinaria de la ortodoxia bolchevique de la obra abierta y crítica de Marx.
Sin embargo, cabe advertir que no hay garantía absoluta para que una lectura más rigurosa, con mayor examen filológico de la obra abierta y crítica de Marx (algo que no hizo la dirigencia bolchevique), permita el éxito de las tareas en la construcción del Socialismo. Pero se trata al menos de clarificar, cómo ideas extraordinariamente significativas para debatir las transiciones al socialismo, que se cuelan en textos como los Manuscritos de Paris, la Ideología Alemana o los Grundrisse, son olímpicamente ignoradas, por quiénes repiten como una letanía dogmática, las frases extraídas de Lenin, o incluso más recientemente, del Che Guevara.
La temprana muerte de Guevara, prácticamente liquidó lo que se anunciaba como una crítica radical de la ortodoxia marxista-leninista en cuestiones teóricas, comenzando con su cuestionamiento del Manual de Economía Política de la URSS. Pero el voluntarismo blanquista de Guevara, ejemplar sin duda en cuestiones de coraje revolucionario (nadie lo duda), no opaca que su horizonte teórico de comprensión de la obra de Marx era parcial y limitado.
El asunto es más sencillo, en gran medida Lenin o el Che, no pueden llamarse a si mismos continuadores del pensamiento de Marx en sentido estricto, sino revisadores e intérpretes de un aspectos parciales de la obra crítica de Marx; aspectos que parecían ser, desde sus interpretaciones condicionadas históricamente, concluyentes en algunas de las tesis acerca de la transición al socialismo, pero que eran solo indicaciones parciales; es decir limitadas y fragmentarias.
En gran medida la dialéctica entre “heterodoxia” y “ortodoxia” en cuestiones de interpretación del pensamiento de Marx, parece haberle jugado una mala pasada a quienes partieron de la falsa premisa de extraer los núcleos esenciales del pensamiento marxiano en cuestiones de transición al socialismo, cuando sobre la obra abierta de Marx operaban índices muy graves de desconocimiento e incluso de censura oficial desde la propia URSS (No olvidemos el destino trágico de Riazanov).
Lo que Gramsci omitió cuando escribió aquel trabajo optimista sobre “La Revolución contra el Capital” (Un verdadero opúsculo de anti-dogmatismo pro-leninista), era que se trataba además, de una revolución contra los planteamientos marxianos de los Manuscritos, contra la Ideología Alemana, contra los Grundrisse; e incluso contra la crítica al Programa de Gotha. En fin, que era una revolución bastante alejada de los planteamientos de Marx.
El Socialismo para el siglo XXI, requiere entonces alejarse de formulas simples, de cánones recibidos y prefabricados, de “calcos y copias”, de letanías del “credo revolucionario”, que sencillamente ya no da para más. En fin, partir de una lectura religiosa del “marxismo burocrático heredado”, es simplemente una postura reaccionaria. En reconocer esta elemental situación, reside la verdadera irreverencia en la polémica revolucionaria para el siglo XXI.
Una primera consecuencia de este debate es clara. El primer eslabón de una revolución teórica que mantenga una filiación con la herencia del Marx revolucionario, si de verdad quieren escapar del impasse del socialismo burocrático, es romper con el Imaginario estatista-burocrático de la transición rumbo al socialismo; imaginario completamente ajeno a la tesis marxiana de la “economía social del trabajo libre asociado” (textos sobre la Comuna de París); enunciado que define con precisión, el horizonte de prefiguración de una economía socialista.
Se trata de comprender la elemental observación de Engels de que las nacionalizaciones y estatizaciones, no pueden confundirse con las “socializaciones” ni con la “propiedad social”; así como una formaulación cada vez mas olvidada, una precondición del Socialismo Revolucionario es que si y solo si la clase trabajadora, el proletariado como clase para sí, controla efectivamente los resortes estratégicos del Estado de transición (Manifiesto Comunista), puede generarse un pasaje desde las nacionalizaciones (que pueden caracterizar sin problemas una capitalismo de estado) hacia una “economía social del trabajo libre asociado”.
No se construyen espacios de economía socialista desde la propiedad estatal o desde la planificación burocrática de comando estatal. Los espacios de economía socialista deben coordinarse a partir de una estructura de dirección política, que asegure la integración del Plan social de “unidades económicas” basadas en el trabajo libre asociado; pero desde prácticas de planificación estratégica, democrática, desconcentrada y descentralizada, que no recaigan en los errores de las cibernéticas de primer orden (por tratar de controlar todos los detalles, terminan descontrolando todo el proceso).
Se requiere una ruptura de paradigmas en las visiones tanto de la “economía social”, que no es “colectivismo estatista”, como en la “planificación democrática y social estratégica”, que no es “planificación burocrática”. Confundir “plan social” con “plan estatal”, confundir “propiedad social” con “propiedad estatal”, confundir “capa burocracia en el poder” con “proletariado como clase para si” controlando el Estado de transición, es parte del legado del Socialismo Burocrático. Ni siquiera es eslabón leninista clave del “partido revolucionario de masas”, puede impedir que estas confusiones, no conduzcan a una “degeneración burocrática del Estado obrero” o a una deformación de la “dictadura obrera-campesina”, mientras el “partido revolucionario de masas”, como advirtió Rosa Luxemburgo, liquide la democracia socialista, en su seno y fuera de éste.
Por tanto, existe una considerable referencia a precondiciones políticas de una transición al socialismo, que definen justamente el espinoso asunto de la democracia socialista, que no pueden soslayarse para pasar directamente a aplicar las medidas canónicas de un “Socialismo Burocrático”. Sin democracia socialista, lo que implica democracia deliberativa, participativa y protagónica de la multitud popular (del proletariado en los términos marxianos), no hay construcción alguna de socialismo.
Si el bloque social de las clases, capas y sectores subalternos, no ha construido espacios de ejercicio participativo del poder (consejos autónomos del poder popular), no ha reconocido la democracia socialista en la inter-acción entre unidad y diversidad (la unidad no se decreta ni se impone) de actores, movimientos y fuerzas del campo popular-subalterno, no ha sedimentado una cultura democrática socialista en su espacio de contra-hegemonía (ruptura de la separación fetichizada entre gobernantes y gobernados), entonces existen las tentativas de construir una revolución administrada desde arriba, que rompe la palanca fundamental de una revolución: el poder constituyente de la movilización popular organizada desde las iniciativas del poder de base, articuladas en un frente amplio, democrático y revolucionario.
Nada más diferente, por otra parte, que la concepción política de alianzas entre partidos y movimientos que elaboró históricamente el pensamiento de Marx, de las tácticas sectarias de cooptación y control vertical del modelo de un “partido-único”. Lo que colapsó como horizonte de emancipación en 1989 con el derrumbe del socialismo real, ya estaba podrido en su semilla desde aproximadamente 1920, cuando ya se ha liquidado no solo la posibilidad de un pluripartidismo soviético (como tardíamente Trotsky lo reconoció), o de los espacios para libertades políticas elementales (como Luxemburgo lo remarcó), sino la liquidación de tendencias en el propio partido de Lenin (abriéndole las compuertas al espíritu estalinista).
Se trata de nada más y nada menos que abordar la siguiente cuestión: ¿Cómo pudo la revolución liberadora de 1917 haber creado una sociedad tan regresiva como la construida desde la contra-revolución burocrática estalinista, que permitió el control capilar del aparato del partido por Stalin, en vida del propio camarada Lenin? ¿Donde de rompe la filiación del pensamiento marxiano con el horizonte de emancipación social, económica, cultural y política en la revolución rusa? No son preguntas banales.
El asunto vital no se encuentra en las actuales experiencias de China, Viet-Nam, Corea del Norte o Cuba, sino en la capacidad de irradiación e influencia determinante de los dogmas consolidados por la experiencia bolchevique en la construcción del socialismo a lo largo y ancho del mundo (El comunismo de consejos había denunciado toda la parafernalia leninista mucho antes).
Sin romper con la pantalla auto-protectora sobre la memoria de la experiencia bolchevique (auto-engaño colectivo que le reduce muchas angustias y preguntas a algunos camaradas “bien-pensantes”), no hay posibilidad de avanzar en la construcción del nuevo socialismo para el siglo XXI. Pues el asunto de la degeneración burocrática de la revolución rusa, no está en la cosecha perdida, sino en el grano podrido.
Hay que pasearse por Marx y el legado del marxismo crítico, para salir del pantano del socialismo burocrático.