miércoles, 21 de enero de 2009

CUANDO ESCUCHO PUEBLO

Javier Biardeau R.

Dialogaremos polémicamente con Jesús Puerta a propósito de su respuesta al “enigma populista del Chavismo” (I y II). Mencioné a Lázaro Cárdenas, al primer Perón, a Velazco Alvarado, a Fidel Castro, y a Brizola. La trayectoria de Brizola muestra que si es posible comprender el populismo socialista, o si se prefiere, el Socialismo popular.
Ahora, tal vez Fidel podía ser un emblema de lo que quiero transmitir: ha sido a través de Chávez, que se ha reconstituido la centralidad y unificación del “pueblo”, en tanto que antagonismo frente al “imperio” y a la “oligarquía”, en la política venezolana. Percibo en el Chavismo una potencial “antesala” hacia el Socialismo en clave venezolana.
El sintagma “Socialismo Bolivariano”, no es simplemente una “ideología de reemplazo” (Germán Carrera Damas), comprendida en sentido despectivo y desde la vieja retórica anticomunista de los guiones del Betancourismo.
Se trata de la constitución de un nuevo imaginario nacional-popular de izquierdas, es decir, una suerte de recorrido en reversa, desde el Gran viraje neoliberal de CAP hacia una de las procedencias más auténticas de la movilización nacional-popular venezolana: el Partido Democrático Nacional. El PSUV podría comenzar la tarea nunca desplegada de una corriente histórica socialista, democrática, nacionalista y popular, que se hace multitud en el siglo XXI, obviamente desde otras circunstancias y condiciones. Por tanto, no comparto que por populismo se presuponga una descalificación política. Todo depende.
Asumiría completamente la potencia del argumento de Laclau en su razón populista, si no encontrase un límite infranqueable en los populismos, su radical embrague con el mito de la Forma/Estado. La derecha schmitiana diría, fusión del pueblo y del Estado, a través de Führer. Obviamente, no me identifico con ese populismo. El Caudillo, Pueblo, Ejercito de Ceresole, es una pobre traducción de lo que Schmitt planteaba con mejor efecto sofístico.
Los populismos, poco importa en este punto si son de derecha o izquierda, hacen gala de una identificación con el Estatismo, no con la constitución de una esfera pública democrática (económico-política), imposibilitando lo público en tanto espacio de la multitud constituyente.
Lasalle fue maestro del Socialismo de Estado, Stalin del socialismo despótico. El Estatismo no es la socialización del poder, la propiedad estatal, las nacionalizaciones no garantizan la superación de la explotación salarial, ni de la coerción, de la hegemonía ideológica. Cuidado. Lo que esta planteado es cambiar radicalmente los términos del vocabulario y de la conversación sobre la cuestión socialista.
Al Chavismo lo identifico parcialmente con una variante del “populismo de izquierda”, un populismo del bloque de las clases dominadas y subalternas, que pueden llegar al renovar el socialismo, o puede irse a pique, si asume el horizonte del colectivismo burocrático. Reitero, el chavismo es un claro avance de dignidad social, frente al proyecto neoliberal-neoconservador.
Pero, ¿Socialismo, democracia socialista, participación protagónica de muchos? Falta muchísimo trecho. Faltan prácticas socialistas, no solo bruma discursiva. Faltan texturas práctico-discursivas (Jesús Puerta dixit), un mínimo de consistencia entre palabras, acciones y realizaciones.
Cuando escucho “pueblo” ubico sentidos y unidades político-culturales de referencia, a decir de Eco, escucho voces de un poli-clasismo movilizado contra de bloques de poder tangibles. Pero, cuando escucho “socialismo”, identifico farsas, simulacros, espejismos, y lo que más me inquieta, proyecciones del socialismo burocrático, lo que Poulantzas llamó, figuras del Estatismo Autoritario.
Los habitus del socialismo burocrático arruinan la emergencia y despliegue de nuevos imaginarios para el socialismo. Predomina la reducción doctrinaria a código ideológico, no la fecunda movilidad de la imaginación colectiva, la creación de significaciones, nuevas formas de vida, de sentir-decir-hacer-socialismo. Me inquieta la adequidad-clientelar-patrimonial del carril populista venezolano, inercia subcultural del pasado cuarto-republicano en la quinta; también me inquieta el estatismo-burocrático como enmarcamiento del proyecto de futuro.
Prefiero apostar abiertamente por una renovación radical del imaginario socialista (ruptura radical con el doctrinarismo y la codificación marxista-leninista), puesta en escena de la democracia socialista (no la copia de soviets-consejos venidos a menos, controlados por una maquinaria-aparato político-policial), des-dogmatización y descolonización del socialismo, para salir de los núcleos epistémicos del euro-centrismo, del desarrollismo y de la modernidad occidental.
El puerto de llegada no puede ser el Estado, sino otras formas de vida marcadas por experiencias de lo común, de lo público. Democratizando el Estado al máximo, democratizando la “sociedad civil” al máximo. Como ha dicho Virno en su “Gramática de la Multitud”, el concepto de “multitud” a diferencia del más familiar “pueblo”, es una herramienta decisiva para toda reflexión contemporánea. “Multitud” y “Pueblo” jugaron un papel de enorme importancia en las definiciones de las categorías sociopolíticas de la modernidad. Fue la noción de “pueblo” la prevaleciente, reforzando la centralidad de la forma-Estado.
Virno plantea que cuando la teoría política de la modernidad padece una crisis radical, aquella noción derrotada de Multitud nos muestra una extraordinaria vitalidad. En Europa, pueblo y multitud, reconocen como padres putativos a Hobbes y Spinoza. Creo que Marx apunta más a una procedencia Spinoziana. Stalin, en cambio, a una Hobbsiana.
Todavía hoy se borran las Glosas al programa de Gotha. ¿Sabemos por que?
Superar el populismo-estatista en poder popular que deviene multitud es un transito que rompe límites de la vieja doxología de izquierda. Quién dice “Populismo” si aclara alguna especificidad, lo Popular-Estatal.
Una arepa es una arepa. Pero no es la misma Arepa la que se construye desde múltiples experiencias de lo popular-comunal-común-comunitario, que la que se hace solo si la universalidad se encarna en el Estado-Moloch. No se trata solo de rellenos, pues hay muchos y buenas combinaciones. El problema es el populismo que deviene Forma-Estatista.

EL ENIGMA POPULISTA DEL CHAVISMO II




Javier Biardeau R.

Hemos planteado que se comprenderá al Chavismo el día en que se superen los temores y los prejuicios a que las demandas, los valores y los símbolos de origen popular alcancen una determinada articulación política por fuera de la institucionalidad del canon demo-liberal. El enfrentamiento secular entre el pueblo y el bloque de poder encuentra en el “socialismo bolivariano” un nuevo principio hegemónico, una nueva construcción de identidad.
Sin embargo, ¿Qué hay de socialismo en el “socialismo bolivariano? Desde mi punto de vista, lo que este término significa es que el populismo chavista se ha definido claramente en un sentido de radicalización social, y que las fuerzas que empujan hacia una vía de cooptación transformista, y que no pretenden romper con los parámetros del capitalismo nacional, empujarán desde dentro para bloquear la construcción del socialismo.
La NEP chavista, como la han llamado recordando la NEP Soviética, los problemas con la burocratización del Estado, de la dirección del PSUV, la emergencia de una nueva clase económica amparada en sus conexiones políticas (la llamada boli-burguesía), la nueva burguesía y pequeña burguesía de Estado construirán, a pesar de los lineamientos de Chávez, un “socialismo a conveniencia”; es decir, un “socialismo de estado” gato-pardiano, que no cambiará en esencia el metabolismo social del Capital en Venezuela.
Por esta razón, el llamado “socialismo bolivariano del siglo XXI” en esta etapa será mucho más un populismo estatista que un socialismo revolucionario, fortaleciendo el “capitalismo nacionalista de estado”, antes que el poder económico-social de la clase trabajadora del campo y de la ciudad. Las mismas contradicciones las vivieron los nacionalismos revolucionarios en América Latina en otros tiempos, colocando a las izquierdas nacionales ante los mismos desafíos. Obviamente, todo esto representa un avance significativo con relación a un proyecto de corte neoliberal de privatizaciones y desregulaciones masivas, pero ante los impactos de la crisis mundial que se avecinan, ¿Cómo enfrentarán las diversas fuerzas sociales y políticas que coexisten en el chavismo la nueva situación?
La presencia de un momento populista revolucionario pudiera ser revertida definitivamente hacia un populismo reformista, dependiendo de la activación de las contradicciones de carácter popular-democrático en el antagonismo de clase. El Chavismo en sus sectores de dirección se ha cuidado de manejar el lenguaje de la “lucha de clases”, y ha preferido mantener un discurso de sectores y grupos de interés. Cualquier terminología marxista, ha sido cuidadosamente diluida, del mismo modo como sabían demarcarse de una revolución marxista tanto Perón como Velasco Alvarado, cuando parecía que era inevitable asumir una dosis de teoría revolucionaria para enfrentar el cuadro de contradicciones de la coyuntura política.
Esta disolución del lenguaje de clase tiene algo que ver con el papel de las fracciones populistas de la burguesía y de la pequeña burguesía, que han asumido como tarea reducir el antagonismo que encierran las reivindicaciones populares, democráticas y nacionalistas, transformándolas en diferencias absorbibles por el régimen revolucionario. Esta estrategia de absorción-cooptación de demandas populares, convirtiendo intentos de radicalización en clientelas políticas es un claro síntoma de los límites populistas del chavismo. Siempre habrá una salida elegante de tipo estalinista, que justificará que nos encontramos ante las tareas de la llamada etapa democrático-burguesa, racionalizando cómo se constituye un nuevo bloque social en el poder, conformado por la alta tecno-burocracia, la pequeña y gran burguesía del sector público y del sector privado aliado respectivo. El socialismo revolucionario allí será “pan y circo”, y la realidad será la acumulación patrimonial de capitales a la sombra del ingreso fiscal petrolero y de la contratación pública.
Todo esto es consecuencia de la imposibilidad de que las clases trabajadoras del campo y de la ciudad, en alianza con una vasta masa de subempleados y excluidos, logren establecer una posición hegemónica en la dirección revolucionaria, controlada como está por la centralidad del Líder que administra el ritmo y contenido de la revolución, en coalición de sus círculos de influencia más íntimos (recuerden el carácter ambidiestro de Perón). El bloque popular bolivariano tiene una dirección política cuyas aspiraciones son a lo sumo pequeño-burguesas, nacionalistas, progresistas, reformistas, redistributivas pero nunca socialistas revolucionarias. Por eso, la democracia populista está a la orden del día.
A pesar de que se ha venido asomando la posibilidad de que el socialismo emerja como una radicalización del populismo chavista, articulando los valores y símbolos popular-democráticos a un discurso revolucionario de clase; esta posibilidad solo es terreno de oratoria, de retórica, de espectáculo y simulación. En tiempos posmodernos no es extraño que una revolución se asuma como simulacro socialista.
Lo que no es simulacro, es que el momento populista permita un proceso de reestructuración interna del bloque social dominante, impulsado por una de sus fracciones, interesada en desplazar el centro de gravedad del poder político para su propio beneficio, que tiene nombre y apellido: acumulación de capital, por una parte; explotación asalariada, por otra. De esta manera, el ciclo pendular entre capitalismos desregulados y capitalismos de estado nos recordará los peores fragmentos de la maldición de Sísifo.

EL ENIGMA POPULISTA DEL CHAVISMO (I)



Javier Biardeau R.

Hay quienes atribuyen en Latinoamérica al término “populismo” evaluaciones ideológicas completamente negativas. Populismo sería una mala palabra y una mala elección política.
Pero populismo(s), democracias populistas, razón populista, populismo radical y populismo revolucionario, dan cuenta de la re-emergencia de las izquierdas nacional-populares, en las oleadas anti-neoliberales latinoamericanas iniciadas desde los años 90.
Ciertamente, hay populismos de derecha, como los neopopulismos afines a los intereses del Consenso de Washington. Pero, en el marco de los movimientos anti-neoliberales hay mucho espacio para nuevas experiencias nacional-populares de izquierda. Y el Chavismo es una de ellas.
La ortodoxia marxista (la izquierda sacerdotal que hace gala de la autoridad de un código-maestro llamado “materialismo histórico-materialismo dialéctico”) ha definido tradicionalmente al populismo latinoamericano como un movimiento poli-clasista, bajo la hegemonía de una dirección burguesa o pequeño burguesa, con una ideología nacionalista y el liderazgo carismático de un caudillo. De acuerdo con esta interpretación, una vez en el poder, este movimiento que pretende representar al “pueblo” en su conjunto, adopta una política bonapartista, pretendidamente por encima de los conflictos de clases, pero en último análisis, al servicio de los intereses de alguna coalición emergente del Capital (lo que no impide aplicar medidas redistributivas que generan fricciones con sectores de la burguesía tradicional, la oligarquía agraria y los intereses norteamericanos).
Otras interpretaciones que dialogan críticamente con un pensamiento marxiano, comprendido flexiblemente como conjunción de la “interpretación materialista de la historia” y del “método dialéctico”, hablan del populismo de izquierda, del populismo del bloque de clases subalternas; y a partir de la interpretación abierta por la discusión Laclau-Portantantiero-de Ipola, se problematiza la tesis que afirma que el populismo radicalizado es la antesala del Socialismo.
El debate sigue abierto, tocando la experiencia del Chavismo. El análisis del “cesarismo progresivo” en Gramsci, o del “bonapartismo progresista” en el Nacionalismo Revolucionario de Cárdenas hecho por Trotsky, muestran hasta que punto el programa teórico marxista ha dado cuenta de las potencialidades y límites de estas “anomalías políticas”. Si de anomalías históricas se trata, la trayectoria ideológico-política de Brizola en Brasil, parece encajar con la tesis de la continuidad-transmutación entre la experiencia nacional-popular y el proyecto socialista.
Sin embargo, el derrumbe del “diamat/hismat” han abierto perspectivas que superan los reduccionismos clasistas de los estudios sobre lo nacional-popular, re-significando el tema desde una teoría política crítica que se fecunda con enfoques posmarxistas, posmodernos y poscoloniales.
Octavio Ianni, desafió tempranamente la ortodoxia marxista al diferenciar el “populismo de las clases dominantes” del “populismo de las clases dominadas”; es decir, un populismo que deviene en cooptación-transformismo dirigido “desde arriba”, de un populismo que deviene potencia de radicalización-revolución socialista, dirigido “desde abajo”. El continente ha experimentado movilizaciones nacional-populares como el Cardenismo, el primer Peronismo, el Castrismo antes de la asunción del marxismo-leninismo, y el Velasquismo, entre otros. Sin embargo, a pesar de sus diferencias y singularidades, hay resonancias significativas entre el chavismo y estos movimientos históricos.
La revolución bolivariana se trenza con estas experiencias de emancipación nacional-populares. Estas resonancias no implican ni descalificación ni connotación negativa alguna. Tal vez, hay que dar cuenta previamente de las operaciones semiótico-manipulativas para sedimentar cargas negativas con relación al término “populismo”. Se trata menos de aplicar una hermenéutica atrapada en el límite de la interpretación desencarnada, que de las programaciones ideológicas y sémicas del poder. No hay sentidos sin cuerpos implicados en campos de fuerza. Y viejas fuerzas de izquierda y derecha tratan de atrapar el enigma populista.
La experiencia nacional-popular recoloca las enunciaciones de justicia social y cultural en el centro de la escena, más allá del discurso euro-céntrico de la “ciudadanía liberal” y de la “sociedad civil”, reimpulsado por organismos como el Banco Mundial o el FMI. El Chavismo ha denunciado que una democracia sin protagonismo popular es mucho peor que la oferta discursiva de aquellos que pretenden anclar la manida tesis de que la democracia no tiene adjetivos. Obviamente los tiene.
Por eso hay “modelos de democracia”, y no un exclusivo “canon democrático”. Existen variantes de “democracia capitalista”, un liberalismo democrático en el plano político con un sistema económico de mercado, propiedad privada, baja o media regulación estatal, orientada esencialmente por la lógica de la acumulación de capital. Ese es solo uno de los modelos de democracia. Pero hay más de uno.
Existen modelos de “democracia socialista”, desde las “democracias populares” hasta las “democracias de consejos”. Existe el modelo de la democracia participativa, de cara a una renovación y desmontaje de las fronteras “insuperables” del paradigma representativo. Existen democracias plebiscitarias, a pesar de las anteojeras y filtros ideológicos de la academia demo-liberal. Existe la democracia populista.
¿Es el Chavismo un movimiento nacional-popular-democrático? Si, y fractura el canon liberal-representativo del modelo de la democracia capitalista. Más coloquialmente, si alguien me pregunta: ¿Qué es el Chavismo?, contestaría: una suerte de “arepa” rellena de Cárdenas, Perón, Castro, Brizola y Velazco Alvarado. El Chavismo ofrece dones en el plano simbólico y material, mientras los “modernizadores neoliberales” ofrecen copiar y asimilar, en un gesto endocolonial con un fuerte arraigo en dos aspectos que la gesta de emancipación dejo sin resolver: la llamada “cuestión nacional” como formación de la identidad colectiva contrapuesta a la subordinación a la hegemonía euro-norteamericana; y la llamada “cuestión social”, como tratamiento de la injusticia social, agraria y urbana.
El chavismo apunta a una revolución nacional, social y democrática; y en eso reactiva las banderas históricas del fugaz PDN. A la luz del globalismo hegemónico es fundamentalmente un movimiento de reactivación nacional-revolucionario ante los efectos de las prácticas e ideologías del neoliberalismo de las elites de poder (1989-1998), quienes controlaban los resortes de la fachada representativa del llamado “pacto de punto fijo” (1958-1989). El estallido popular del 27-F reventó esta fachada. El resto es historia conocida.
Las rebeliones militares fueron expresiones sintomáticas de profundas dislocaciones, reactivaciones y reorientaciones históricas. Cuando el populismo de elites giró en exceso hacia una política de acumulación de capitales, desnacionalización y oligarquización política, selló su defunción. Brotó el magma popular, nacional y democrático de “los de abajo”. El mismo que mantiene a Chávez donde está. Navegando sobre la ola de la corriente histórica de lo popular venezolano.
Mientras el barco concrete demandas de “justicia social”, ninguna campaña de descalificaciones-deslegitimaciones: “totalitarismo”, “autocracia”, “comunismo”, “semi-dictadura”, “castro-comunismo”, “fascismo caribeño”, o “barbarie”, tendrán eficacia alguna. Para lo que viene utilizaría un denso término de Garcia Bacca: “transustanciación” o “transmutación”. El populismo o muta en revolución democrática y socialista; o se hunde en la re-inmersión transformista del populismo de una “nueva clase” dominante.