domingo, 25 de mayo de 2008

ESCAPAR DE LA TRAMPA DEL SOCIALISMO BUROCRÁTICO

El arsenal. Diego Rivera
Javier Biardeau R
jbiardeau@gmail.com



Para enfrentar con relativa eficacia la crisis de identidad del proyecto socialista en la revolución bolivariana, hemos planteado que se requiere del coraje teórico y político para superar el mito de las dos izquierdas: tanto la estalinista-burocrática, como la socialdemócrata-reformista.

Hay que superar a la vieja izquierda de aparato. Así mismo, es indispensable comprender el papel de lo nacional-popular-democrático, sin confundirlo con las experiencias y regímenes populistas-autoritarios., donde la nación, el líder y el pueblo, asumieron totalizaciones orgánicas, marcadas por el cesarismo regresivo y por las ideologías fascistas de derecha.


Hay que construir formas de liderazgo colectivo, al intelectual colectivo, formas de dirección política participativa. Planteamos la importancia vital de la “revolución democrática”, de la radicalización de la democracia para dar paso a figuras de socialismo participativo y autogestionario, donde el protagonismo popular sea condición necesaria, indispensable, para cuestionar de raíz las diversas lógicas de dominación que atraviezan el campo social, para distanciarse del socialismo burocrático y del capitalismo de estado.


Esto no se hace ni acontece por vía de decretos ni copiando modelos. Es una lucha nacional, popular, democrática, revolucionaria con su propio ritmo, con un proceso de apropiación y aprendizaje colectivo, que desborda los tiempos del voluntarismo, de los aparatos y el culto a cualquier figura de “lo que diga el Líder”. ¿Que ocurre cuando el Líder se equivoca? Está en juego el proceso revolucionario, la existencia misma de simpatizantes y militantes, el espacio de acción de los movimientos sociales, y la capacidad de acumular fuerzas.


El imaginario jacobino-blanquista es incompatible con la democracia socialista. En este punto, Lenin y Trotsky fueron superados históricamente por las previsiones de Rosa Luxemburgo frente a la revolución rusa: “(…) el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares ”.


Hay dos errores que condenan a la derrota a una revolución: a) pretender sustituir al pueblo (vanguardismo); b) colocar en un estado de pasividad política al pueblo, convirtiéndole en clientela (reformismo) y masa de maniobra de las decisiones de la burocracia. Ambos errores llevan a una degeneración burocrática y cesarista del proceso revolucionario. Esta situación es aprovechada por los “sepultureros de la revolución”: dentro y fuera de ella. Los de dentro, son aún más peligrosos que los de afuera, pués desvían constantemente el curso revolucionario, paralizan la iniciativa de masas, regulan y disciplinan a los movimientos sociales, adormecen la lucha ideológica, estimulan el conformismo revolucionario, y sobre todo, se constituyen en una nueva clase político-económica, que acumula privilegios y espacios de poder.


Superar a la izquierda estalinista implica una confrontación crítica con las experiencias del “socialismo burocrático”, con las figuras despóticas del “socialismo realmente inexistente”. La novedad no está en la búsqueda del “modelo único”, sino en el reconocimiento de la pluralidad radical de tendencias, como valor esencial del nuevo socialismo. La pasión que alimenta la fecundación de la diversidad de tendencias es su reconocimiento en el seno del campo de la izquierda, donde las interpretaciones antidogmáticas de la tradición socialista, puedan realizar simultáneamente el trabajo de recuperación crítica de la memoria histórica y de renovación no dogmática del imaginario socialista.


La esterilidad teórica e intelectual del campo de la vieja izquierda depende de la continuidad del marxismo burocrático (el fánatico culto al marxismo-leninismo), de la hegemonía del modelo revolucionario bolchevique (el fanático culto a la sustitución de los soviets y consejos por el aparato político), del culto a la experiencia del socialismo irreal (seguir apelando a la nostalgía y no a la construcción de un futuro de innovación y esperanza). Por ese camino, no hay futuro para el socialismo, y lo más probable es una re-ofensiva a corto plazo de la derecha.


La izquierda despótica adolece de un bloqueo histórico. No es posible ni deseable, trasladar mecánicamente modelos socialistas agotados, experiencias históricas que no han mostrado signo alguno de haber logrado la emancipación radical. De esto se trata, no de simples progresismos cuando la fé en el progreso ha sido socavada, cuando los dogmas de desarrollar fuerzas productivas como santo y seña de la liberación social se han ido a pique. Se trata de emancipación radical, de "cambiar la vida en común".


Italo Calvino comparaba a las ciudades con los sueños, y decía que las ciudades están construidas de deseos y miedos. Lo mismo ocurre con las sociedades socialistas, están construidas de deseos y miedos. Hemos cuestionado durante el año 2007 la propuesta de reforma constitucional, sobre todo por la nula capacidad de intervención creadora de la multitud en su diseño y puesta en debate, por haber caído en el campo minado de la propia derecha.


Se sustituyeron los impulsos y deseos del común por una receta jacobina, por una visión de "revolución dede arriba", cancelando la participación y el protagonismo popular en la creación de contenidos de la reforma, apelando al apoyo incondicional, a la lealtad hacia el Líder (técnica reactiva por excelencia), y generando condiciones para que los miedos y los temores dominaran la escena social, en vez de que los deseos de emancipación social tomaran la agenda colectiva. Vivimos una de las peores experiencias de alienación en el Discurso del Líder, que ha llegado a conformar una idiota psicología de masas, que todavía hoy es estimulada por los cuadros más alejados del pensamiento crítico socialista: "lo que diga chávez".


Desde mi punto de vista, la propuesta de reforma fue un fracaso auto-inducido por las fracciones de la derecha endógena, por aquellos que, como planteó Luxemburgo, le temen al impulso vivo de las masas populares, de las multitudes, para que la voz y los cuerpos de los grupos subalternos entren en escena con protagonismo, para impedir el despliegue del poder constituyente real.


El modelo de socialismo propuesto se parecía demasiado al imaginario despótico del socialismo burocrático. La alta dirección de la revolución cayó en el error jacobino de transformar la sociedad desde arriba., y no desde los deseos de liberación radical, desde la movilización creativa de las pasiones libertarias del pueblo, repito desde la emancipación.


El imaginario de la vieja izquierda sepultó una oportunidad histórica constituyente. Corregir este rumbo será el costo indispensable para desplazar a la burocracia, a la nueva clase político-económica, a la dedocracia, a la nueva burguesía de estado, para que nuestra nomenclatura bolivariana pierda sus privilegios y sus espacios de poder, para que sea el pueblo organizado quién recupere el mando y determine la conducción del proceso revolucionario. Pueblo, multitud, mayorías sociales, movimientos sociales, los de abajo; en fin, singularidades revolucionarias articulados como fuerza insurgente, como bloque social contrahegemónico.


Tal vez hay que repetirlo: que sea el pueblo organizado, la inteligencia general, las multitudes, la democracia absoluta, quién recupere el mando y determine la conducción del proceso frevolucionario.
jbiardeau@gmail.com

sábado, 17 de mayo de 2008

D DE DEDO, D DE DERROTA, D DE ...?


Javier Biardeau R.

Al parecer, el Buró político del PSUV y todo el equipo de Dirección Nacional de la futura Alianza Patriótica Revolucionaria tienen una urgente y delicada tarea política: liberarse de la D del Dedo y de la D de la Derrota. Sorprende que a diez años de haber impulsado una profunda batalla al calor del debate constituyente venezolano, contra las cúpulas, los cogollos y la democracia representativa de la IV República, se adolezca de una gravísima debilidad ideológica, teórica y política acerca de la significación vital de la democracia participativa y protagónica; hecho que puede conducir a este proceso de cambio a transitar de derrota en derrota.
Palabras más, palabras menos, sustituir Cogollo por Dedocracia no implica un avance revolucionario, es un síntoma de decadencia contra-revolucionaria. No hablemos de las técnicas de selección de candidatos de la oposición, todos sabemos lo que significan ya “acuerdos de cúpulas”, “sondeos de opinión” y “marketing político”. Sabemos las limitaciones evidentes de la democracia representativa, del llamado “elitismo democrático”. Sin embargo, lo urgente, lo preocupante, es que desde el campo de la izquierda, desde las corrientes de la revolución, desde los que se auto-describen como poder constituyente, se sustituya la libre y democrática participación de la bases, de los de abajo, de la gente común, de los grupos sociales subalternos, de los simpatizantes, aspirantes y militantes de la revolución bolivariana, por la fe en el Dedo.

Estimados y estimados, sin pelos en la lengua, la derrota del 2-D fue la derrota del la creencia supersticiosa en la infalibilidad del Dedo. Dedo es Despotismo. Esto ya lo afirmó aquella tesis que expresaba: “la voz del pueblo es la voz de Dios”; que se comprendía por su contexto, legitimar o no, a los absolutismos monárquicos. Pero más allá de teologías políticas, metámonos de lleno en la propia Modernidad: la voz del Dedo no es la voz de la voluntad general, ni de las mayorías populares, ni de las clases explotadas. La voz del Dedo es la voz del Despotismo.

¿Revolución o Regresión? La carencia de análisis político de coyuntura, la debilidad ideológica flagrante, la naturalización cotidiana de un principio ideológico de cuño fascista, de derecha, repito y enfatizo, contra-revolucionario; que implica aceptar concentrar en una mano todo el poder, además de imponer un gobierno centrado exclusivamente alrededor del principio del caudillo o del capo político, llevará a una situación de derrota al proceso de revolución constituyente, democrática y pacífica iniciado en 1999.

Fue frente al elitismo fascista, que Gramsci escribió sus líneas sobre el llamado “príncipe moderno”, sobre el “intelectual colectivo”. El cesarismo, el líder carismático autoritario, ha sido tumba para los procesos revolucionarios. El estalinismo fue el crudo ejemplo del líder despótico. Cuando el Caudillo queda identificado con el pueblo ("Era" el pueblo), y sólo él conoce y representa el interés nacional, entramos en una regresión política, intelectual y psicológica de devastadoras consecuencias. Esta sustitución del pueblo por el líder fue esencial en los regimenes despóticos de derecha e izquierda: no suponía ningún procedimiento de consulta y delegación del poder.
Así, la voluntad del Führer-Duce-Caudilllo se transformaba en la ley. Históricamente, el Jefe del Estado Español de 1939 a 1975, Francisco Franco, adoptó oficialmente el título de "Caudillo" así como Oliveira Salazar en Portugal. Términos equivalentes, como Führer en alemán, o Duce, en italiano, nos llevan a la derecha despótica. El “Padre” de la revolución: Stalin, el “Gran Timonel” Mao, fueron casos ejemplares de fanáticos “cultos a la personalidad” en el despotismo de izquierda.

Lo común de todas figuras de liderazgo personalista era su autoritarismo, vinculándolos con los fenómenos ya elaborados teóricamente como cesarismo-bonapartismo, tanto progresivo como regresivo (ver Marx, Gramsci y Trotsky). Alerta, alarma, preocupación solo pueden generar posiciones como las de Diosdado Cabello y Lina Ron (que hacen apologías del Dedo), y peor aún, los que callan cómplicemente, cuando en pleno calor del debate para democratizar las decisiones en la revolución, promueven una ciega obediencia al Dedo.

En una revolución democrática y socialista, una cosa es el liderazgo, una cosa es el carisma, otra cosa es el caudillo y el estilo personalista. Que seguidores de un proceso, sean más caudillistas que el Líder, explica un sustrato de psicología de masas que crea condiciones para reforzar y entronizar un estilo de liderazgo autoritario. No saber diferenciar esto, es causa de derrota, es la diferencia entre profundizar la democracia revolucionaria, el protagonismo y la participación popular; o inclinarse por un cesarismo regresivo, por la derrota, que lleva directo a la D de Despotismo. A los cobardes de la derrota, a la izquierda arrimada a la tesis del caudillo infalible, solo le queda comenzar a atravesar el ABC del Socialismo. Esto es: ¡Todo el poder para el pueblo organizado¡ ¡Democracia socialista!

jueves, 8 de mayo de 2008

LA HERENCIA DEL 68-IV: ¿PLURALIDAD SOCIALISTA-DEMOCRATICA-REVOLUCIONARIA?


Javier Biardeau R.

¿Qué puede llegar a ser el nuevo socialismo del siglo XXI? Esta es una pregunta inquietante. En estos días se conmemora la herencia del 68, no solo del “Mayo Francés”, sino de todo un clima internacional que traduce una fase de bifurcación del sistema-mundo capitalista, de sus centros y periferias, lo que ha denominado Wallerstein: el “gran ensayo”. El “Mayo Francés” puede comprenderse como un episodio de una secuencia de turbulencias que conmocionaron las bases de legitimación y regulación político-cultural del sistema-mundo capitalista. Turbulencias en la compleja dialéctica entre revoluciones y contra-revoluciones, de revoluciones activas, pero también pasivas, con sus transformismos y cooptaciones, como las denominó Gramsci. Y frente a los flujos revolucionarios, se armó una estrategia no solo política sino cultural, con carácter contra-revolucionaria: se impuso el consenso neoconservador-neoliberal. La derecha utilizó adecuadamente a Gramsci para sus objetivos político-estratégicos. Para liquidar a la izquierda hay que asumir una guerra política-mediática-cultural: un conjunto de batallas prolongadas que atraviesan campos estéticos, éticos y cognitivos, que pasa por terrenos epistemológicos, mediáticos, e incluso religiosos, de la colonización de la vida cotidiana. Luego del auge de las narrativas sobre el “fin de la historia”, y del derrumbe del campo soviético, las oleadas del globalismo trilateral-neoliberal vivieron sus momentos de éxtasis y ocaso. Llegó el tiempo de la protesta popular, de sacudones antiglobalizadores y del llamado “giro hacia la izquierda”. Pero, ¿cuál izquierda? Re-apareció en escena, lentamente, una constelación de perfiles: lo nacional, lo popular-subalterno y lo democrático. Cada vez más, se asumió la necesidad de la “revolución”. Pero, ¿cuál revolución? Sin duda, una revolución de multitudes democráticas, no de burocracias estatales o partidistas. Sin embargo, el globalismo trilateral ha jugado cartas insospechadas. Revitalizó la etno-política reaccionaria, primero contra el bloque soviético, luego hacia otras geografías políticas. Reactivó a la vez las fronteras ideológicas entre el reformismo racional y la llamada “sinrazón revolucionaria”: “solo quienes han liquidado la “Razón”, pueden imaginar, pensar y hacer revoluciones socialistas”. Había que bloquear las conexiones entre revolución social, democrática, ecológica y descolonizadora. Allí está la trama del nuevo horizonte utópico y contra este horizonte se libran nuevas batallas político-culturales. Otras revoluciones serán posibles. Pero no olvidemos, hay una compleja dialéctica entre revoluciones y contra-revoluciones. Bolivia es hoy, un nudo clave de esta situación. Vivimos tiempos de ensayos revolucionarios, imperfectos como obras humanas, pero constructores de nuevos horizontes. Pero vivimos tiempos de contra-revolución. Y en este campo de fuerzas, se ensayan vías de renovación de la pluralidad socialista, democrática y revolucionaria. Como todo horizonte, es el ensayo de nuevas perspectivas, de nuevos locus de enunciación y de acción colectiva. Es un campo de fuerzas contra las redes imaginarias del consenso neoconservador-neoliberal: el clima de desencanto y la nueva oleada de individualismo posesivo-narcisista, que se propaga como sensibilidad, desde una tónica posmoderna en clave conservadora; es una lucha contra los valores-refugio de los arcaísmos integristas, y es a la vez, una lucha contra la modernidad-colonialidad. Nacen diversos signos de subversión de las escenas político-culturales, entre ellos, el término transmodernidad, un término transicional en un momento de transición histórica. Transmoderno es un espacio de fuga para eludir la captura de los dispositivos de poder de la modernidad-colonialidad, de la “posmodernidad neoconservadora” y de los arcaísmos etnopolíticos. Este asunto desborda cualquier simplificación y es una condición abierta, incierta y conflictiva. Pero no se puede eludir el tema. La crisis de la modernidad-colonialidad se imbrica con la crisis del capitalismo y de la vieja izquierda. Es un desafío para repensar el horizonte socialista, porque el imaginario socialista lleva inscrita la huella de la Modernidad-colonialidad, resuena constantemente en su gramática de significación y sentido. Imaginar los vínculos entre revolución, socialismo y democracia, supone una mutación existencial, de viejas y nuevas cuestiones: la cuestión social (desigualdad, explotación y exclusión), la cuestión democrática (representación/participación), la cuestión intercultural (neocolonialismo/dialogo de civilizaciones y culturas), la cuestión ambiental (productivismo-consumismo/ escala ambiental), la cuestión patriarcal, y finalmente, la cuestión económica (riqueza económica/ riqueza social). Esta compleja trama no puede articularse sino a través del ejercicio de la pluralidad radical. Por todas partes, en cualquier espacio, se reclama el tema de la diversidad; una tarea política cada vez más compleja: la unidad no totalitaria de la diversidad. Si hay un criterio de valoración de las experiencias llamadas “socialistas”, de balance de inventario del campo soviético es la crítica al “despotismo de izquierda”, simbolizado en las prácticas del “socialismo burocrático”, en la imagen condensada de la tiranía estalinista. Una apreciación del estalinismo como “despotismo de izquierda” ha permitido dos actitudes: a) la despedida del imaginario socialista y la identificación con la dupla economía capitalista de mercado+democracia liberal, b) desmontar el viejo socialismo, configurar nuevos horizontes, recuperando la memoria colectiva de luchas y sin sacrificar el “principio esperanza” (Bloch). La vieja izquierda se ha hecho trizas, porque se ha vuelto nostálgica de ruinas ideológicas y teóricas. Desde allí, solo hay repetición del pasado. Pero el presente histórico esta preñado de tensiones entre formas inéditas e inercias históricas. Ningún centro de decisión, intelectual y política, puede clausurar el debate, y pasar a “definir” qué es, aquí y ahora, el socialismo del siglo XXI. ¿Qué es el nuevo socialismo? Un horizonte en marcha, el trenzado de nuevos imaginarios sociales radicales, donde se anudan revoluciones sociales, democráticas, interculturales y ecológicas, donde queda desplazada, por ejemplo, la noción de “riqueza económica” por la de “riqueza social”, donde se prefiguran valores y prácticas post-capitalistas. Pero manuales, lectores y lectoras, no hay. Algunos mapas, cartografías, cajas de herramientas, eso tal vez, pero manuales…eso huele a farsa.

jueves, 1 de mayo de 2008

LA HERENCIA DEL 68: HACIA UNA NUEVA PLURALIDAD SOCIALISTA REVOLUCIONARIA

Javier Biardeau R.

Como lo ha denominado Wallerstein, Mayo de 1968 ha quedado planteado como el “gran ensayo” revolucionario que cierra el ciclo de luchas socialistas del siglo XX, como generador de ideas que se proyectan más sobre el siglo XXI que hacia el siglo XIX y XX.
Wallerstein plantea que la Revolución bolchevique de 1917 abandonó la democracia consejista y constituyó un capitalismo de Estado, consolidado durante la tiranía de Stalin, que entró poco a poco, en la lógica del sistema capitalista mundial, dando una batalla bajo una racionalidad análoga a la lógica de la dominación del capital y perdió. Así mismo, las revoluciones anticolonialistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron antisistema durante la guerra de liberación pero instalados los nuevos regímenes políticos entraron en los moldes de la guerra fría, primero, y de la reestructuración capitalista global, después.
Como ha dicho Negri, los movimientos de liberación nacional no han encontrado nada mejor que el regalo envenenado del Estatismo autoritario, como también lo ha denominado Poulantzas. La vieja izquierda estalinista, socialdemócrata y tercermundista se han convertido en callejones sin salida. Por tanto hay que romper estos diques de contención de las multitudes revolucionarias.
El siglo XXI comienza en 1968. Aquella revuelta estudiantil y obrera, que conmovió al gobierno de Charles De Gaulle, que sacudió las inercias ideológicas que envolvía a la civilización capitalista durante la Guerra Fría, planteó interrogantes y problemas que todavía hoy no tienen respuestas definitivas. Lo que si ha quedado claro desde entonces, es que el mito de las dos izquierdas: la socialdemócrata-reformista y la estalinista han sido firmemente enterrado.
Ha surgido un plural campo de izquierdas revolucionarias, para nuevos espacios contra-hegemónicos de justicia, libertad y liberación. Como ha sido reconocido en la obra de Simón Weil: de luchas contra las diversas figuras de la opresión. Y este campo plural de izquierdas revolucionarias todavía hoy, combate en dos frentes: contra el capitalismo global en su momentum de “globalismo trilateral”, y contra las inercias de las viejas izquierdas: contra el callejón estalinista-autoritario y socialdemócrata-reformista.
En esto consiste el difícil parto de la pluralidad socialista revolucionaria como herencia del 68, de su horizonte teórico, programático y organizativo, su carácter de “unidad no totalitaria en la diversidad”, de “movimiento de movimientos” global y poli-céntrico, del reconocimiento de las singularidades revolucionarias. Los jóvenes, que impactados por los movimientos anti-imperialistas de liberación en el Tercer Mundo, especialmente Viet Nam (ofensiva Tet), iniciaron en Nanterre un movimiento ignorando que había desencadenado una revuelta que dejaría una huella muy honda en la sociedad contemporánea.
Sin embargo, el movimiento expresa en su desorden creador, que no hay un único centro de referencia ideológica como herencia del Mayo Francés. Este simple dato genera una discontinuidad con relación al monolitismo ideológico del campo de la vieja izquierda: situacionistas, trotskystas, maoístas, teóricos críticos como Herbert Marcuse, como Castoriadis o existencialistas como Jean Paul Sartre, las intervenciones posteriores de Foucault, Deleuze, Guattari, el clima político y contracultural de la nueva izquierda norteamericana, o el autonomismo italiano, todos estos nodos intelectuales de un nuevo imaginario crítico, plantearon cuestiones novedosas que no se encontraban en el Diamat-Hismat soviético, en ninguna ortodoxia marxista ni en los criterios reformistas de la socialdemocracia.
Impulsaron la necesidad de una nueva alianza entre las clases subalternas con la inteligencia crítica que abría un boquete de contestación en la vida universitaria, dejando de lado los "clasismos" abstractos. Se rechazó como deshumanizadora a la tecnocracia y a la racionalidad instrumental, abjurándose de las burocracias de todo tipo. Fue proclamada la libertad de amar, la liberación del cuerpo y la palabra, dejando de lado prejuicios anacrónicos, se planteo abiertamente una mutación existencial de las costumbres y de la vida cotidiana, detonó con mayor fuerza la liberación femenina, se hizo indispensable la ecología radical y la defensa del ambiente, la desalienación generalizada era precondición para una revolución anticapitalista, anti-estatista y autogestionaria, donde las palabras autonomía y democracia abandonaron sus adscripciones a las formaciones ideológicas del bloque hegemónico.
Sostiene Wallerstein que los hitos revolucionarios del siglo XX no deben medirse por la Revolución bolchevique de 1917 ni los procesos de descolonización. Por el contrario, las revoluciones alumbradoras de lo nuevo fueron la de París en 1848 (primera Comuna) y la de 1968. La del 48 significó el triunfo de la burguesía republicana consolidando la revolución de 1830 y permitió el surgimiento del "cuarto estado" (el proletariado). La de 1968 fue el prolegómeno de lo porvenir que se vivirá en el siglo XXI.