lunes, 29 de junio de 2009

¿IDEAS O CREENCIAS?: LOS APORTES DE LUDOVICO SILVA AL PENSAMIENTO CRITICO SOCIALISTA



Javier Biardeau R

Se habla de “artillería del pensamiento”, planteando la centralidad de la batalla de las ideas en el contexto de la transición al nuevo socialismo del siglo XXI. Insistimos, no hay aún suficiente debate pluralista, democrático, revolucionario y socialista en el campo nacional-popular, en el bloque histórico nacional-popular emergente.

Comienzan a perfilarse los síntomas y problemas teóricos, ideológicos y políticos de tal debate. Aparecen las nostalgias a los métodos policiales, burocráticos y las descalificaciones “ad hominem” a los múltiples voces que desean otro socialismo para el siglo XXI. Pero se trata de abrir el debate, de metabolizar; asimilar, apropiarse crítica y activamente de las enseñanzas del colapso del socialismo burocrático del siglo XX.
La construcción de un campo político-cultural socialista, revolucionario y democrático renovado pasa por superar el fantasma de las dos izquierdas: el reformismo socialdemócrata y el estalinismo.
El campo de la izquierda reformista deja intacta las relaciones de producción y su estructura de mando capitalista, se queda en las medidas de justicia distributiva y redistributiva. Estas medidas son indispensables, pero son insuficientes.
El campo de la izquierda estalinista traspasa el poder efectivo del sistema económico a la capa estatal tecno-burocrática: las llama nacionalizaciones socialistas. Se genera la ilusión de la propiedad común, pero mediatizada por un poder constituido, no constituyente, por una institucionalidad política y administrativa que se resiste a una transformación socialista del Aparato de Estado, que sigue siendo en sus formas y contenidos, profundamente capitalista.
El quiebre de estas visiones pasa por el control obrero y la autogestión directa del polo asalariado de los medios de producción y cambio: por la propiedad social auto-administrada de los trabajadores y trabajadoras, construyendo un plan social, escúchese bien, plan social (no plan burocrático de una nueva casta política), lo que supone, democracia socialista; es decir, participación y protagonismo directo de los trabajadores organizados en la formulación, ejecución, seguimiento, control y evaluación del plan socialista. Las acciones de recuperación de empresas por parte de los trabajadores y trabajadores de Nuestra América muestra que esto es posible y factible, que genera un nuevo poder social, un autogobierno desde abajo.
La democracia socialista rompe la separación entre decisión y ejecución, entre el plano político y económico. Transforma el hecho económico en una política de antagonismo de clases. De antagonismo frente al Capital y su lógica de reproducción metabólica. Sin estatismos, sin estructura de mando de la tecno-burocracia y sin mediatización del aparato político dominante.
No hay posibilidad de disfrazar los compromisos que se transparentan en los discursos, en las nociones, conceptos y categorías de algunas tendencias de opinión con el “marxismo soviético”. Se trata de dinosaurios de la vieja izquierda. Del discurso y las consignas de estas tendencias podemos analizar sus enclaves institucionales, sus apoyos económicos, sus conexiones políticas, sus silencios frente a la “derecha endógena”, su incapacidad de analizar los vínculos entre las fracciones capitalistas monopólicas con la alta dirección político-partidista en el seno de la propia revolución bolivariana, sean de carácter “público” o “privado”. Las conexiones económico-políticas ocultas del capitalismo de estado, se obvian y se desplazan a presuntos “enemigos internos”. Esto también lo hacían los gerentes y directores de las unidades de producción, de la burocracia administrativa del Estado y los funcionarios partidistas durante la hegemonía estalinista en su proyecto de edificación del “socialismo en un solo país”.
Las capas de la tecno-burocracia estatal, promotoras del capitalismo de estado, articulan discursos social-estatistas; es decir, aparentemente “socialistas”. Sin embargo, su realidad es el nacionalismo-estatal, no la democracia socialista participativa. Confunden deliberadamente nacionalizaciones con socializaciones. Es una vieja historia. Socialismo revolucionario es socialización efectiva del poder social: económico, político, cultural e ideológico. Es autogobierno de masas. Protagonismo y participación popular, de las clases trabajadoras, del campo y de la ciudad en la gestión directa de los asuntos económicos, sociales, políticos, ideológicos y culturales. No puede confundirse la “propiedad jurídica” con la apropiación efectiva de los medios de producción por parte del bloque histórico de clases explotadas, oprimidas y enajenadas. Este es un viejo error, y una vieja política.
No hay “Estado de todo el pueblo” (dixit Stalin). Lo que puede existir es la destrucción de la forma-estado en un periodo de transición dando paso a lo sumo a un semi-Estado, a una forma-política de transición profundamente controlada desde abajo, por la participación protagónica del bloque histórico de las clases, grupos, sectores anteriormente dominados y explotados. Y esto pasa por una democratización intensiva y extensiva del Estado, no por su encerramiento burocrático, corporativo, militar-policial y jerarquizado. No era casual que Engels, sustituyera en sus escritos la palabra “Estado” por la palabra “Comunidad”. Se trataba aún de un marxismo crítico y revolucionario, sin degeneraciones burocráticas en el pensamiento socialista.
Este preámbulo es importante para comentar la significación que en Ludovico Silva tenía la distinción entre ideas y creencias. Ludovico se negaba a considerar la “ideología dominante” como un “sistema de ideas”. Pensaba que la ideología, en sentido restringido, sería “falsa conciencia” de las clases dominantes: creencias, valores y prejuicios. Ludovico planteaba que las creencias podían ser contra-atacados por la actividad reflexiva y consciente del pensamiento crítico socialista: “(...) las ideas de la ideología no son tales ideas. No son ideas, son creencias; no son juicios, son prejuicios; no son resultado de un esfuerzo teórico individual, sino acumulación social de las “idées reçues” o lugares comunes; no son teorías creadas por individuos de cualquier clase social, sino valores y creencias difundidos por la clase económicamente dominante.” (Teoría y práctica de la ideología, Ludovico Silva. Editorial Nuestro Tiempo, Décima Primera Edición, 1982. Pág. 21.)
El combate frontal contra la industria cultura capitalista era complementario a la crítica de manuales, diccionarios y lugares comunes del marxismo burocrático, del socialismo realmente inexistente, como testimonio de lucha por el pensamiento crítico, por la heterodoxia (la misma heterodoxia que defendió Mariátegui), de contra-hegemonía cultural liberadora, de pensamiento marxiano.
Sin necesidad de recurrir al dictat del Hismat-Diamat, Ludovico Silva logró liberar la lectura de Marx del marxismo vulgar soviético, liberarlo de la simple administración de consignas y formulas de fácil consumo y de idiotización generalizada, como las narrativas de marca comercial de la industria cultural de masas. En el fondo, liberaba la utopía concreta del socialismo revolucionario de la realidad trágica del socialismo burocrático. Para eso era importante leer a Ingenieros, Ortega y Gasset, o Sábato, y no amurallarse en los Manuales de la Academia de Ciencias de la URSS.
Decía Ingenieros: “La Revolución Socialista Rusa es un experimento cuyas enseñanzas deben ser aprovechadas, sin que ello importe creer que es un modelo cuyos detalles convenga reproducir servilmente en cualquier otro país.”
Uno pudiera decir lo mismo con el conjunto de las experiencias socialistas del siglo XX, positivas o negativas, desde la Yugoslavia de Tito, la Cuba de Castro, la China de Mao hasta la Camboya de Pol Pot. El asunto clave es el anti-dogmatismo; está en suponer si constituyen o no “modelos de socialismo” para justificar creencias, para reproducir servilmente.
El pensamiento de creencias es servil, es una manifestación del pensamiento degenerado por el hábito por el lugar común, una muestra de producción en masa de engranajes, no de seres humanos críticos y reflexivos. Mas que repetir la creencia en el “método de crítica y autocrítica”, podríamos ir a las fuentes, partir de la reflexión y la auto-reflexión crítica, beber en las fuentes de la razón histórico-crítica. Nos toparíamos seguramente con Marx, con su crítica al cualquier fetichismo y alienación. Se trataría de sumergirse en la posibilidad de la conquista de un pensamiento autónomo, no de la construcción de conformismo y sumisión social. Nada de manuales, nada de guiones, nada de credos. Hay que pensar con cabeza propia y críticamente, esta es la soberanía cognitiva. Si caligrafías mentales, sin discursos empaquetados, sin la consigna-fetiche que paraliza la reflexión crítica, sin opio para el pueblo.
Por tanto, la lucha en el siglo XXI es en dos frentes: contra el capitalismo histórico y contra las regresiones burocráticas que hablan “en nombre del socialismo”. Ambas son la barbarie. Nada fácil, pero no imposible. El historiador inglés, Erich Hobsbawm, planteaba en su momento la necesidad de separar la cuestión del socialismo en general de la práctica específica del socialismo existente. Thompson planteó separar definitivamente las aguas de la “familia de tradiciones marxistas”, y afirmó: ¡ninguna concesión al estalinismo!: Socialismo Revolucionario si, pero profundamente democrático. Anti-dogmatismo y anti-burocratismo para enfrentar la contra-revolución estalinista.
Esta distinción permite afirmar que el colapso del socialismo soviético, ni de cualquier estatismo burocrático-autoritario de izquierda, no empaña la posibilidad de otros “modelos de socialismos”. Hay que ir más allá de las sociedades estatistas, centralistas y burocráticas donde el pueblo deja de ser el protagonista y los órganos de participación popular se transforman en entidades puramente formales; donde el partido, o el Líder supremo e indiscutible, se transforman en la autoridad absoluta, en el único depositario de la verdad, eliminándose el debate de ideas, considerándose “diversionismo ideológico” o “desviaciones pequeño burguesas”, cualquier crítica a una política en curso.
En estas sociedades estatistas-burocráticas, el Líder infalible o el partido-aparato terminan por controlar todas las actividades: económicas, políticas, culturales y, como en la URSS, poco a poco, el gobierno democrático directo de los soviets fue derivando en una dictadura del partido, responsable de verdaderas regresiones históricas, entre ellas los horrores vividos durante el período de contra-revolución estalinista. No es cuento, es tragedia, sufrimiento, humillación y dolor. Solo basta hurgar en el subsuelo de las vivencias de quienes han dado testimonio de sus experiencias directas.
Tal vez sería conveniente pasearse por la recuperación de Ludovico Silva de viejos temas de Ortega y Gasset, para recrear el pensamiento crítico. La máxima eficacia sobre nuestro comportamiento reside en las implicaciones latentes de nuestra actividad intelectual, en todo aquello con que contamos y en que, de puro contar con ello, no pensamos. Esta en el estrato de las creencias, prejuicios y presupuestos.
Estas creencias de base constituyen el continente de nuestras vidas, son “ideas que somos” para Ortega y Gasset. Foucault hablaría de epistemes, Kuhn de paradigmas, Marx de ideologías. Son simples lugares comunes, fetiches ideológicos que repetimos sin reflexionarlos críticamente. Y los fetiches nos convierten en analfabetos políticos, pues dejamos efectivamente que otros piensen y decidan por nosotros. Son el climax de la sumisión ideológica.
Con las creencias simplemente estamos en ellas. Ellas hacen de nosotros “marionetas ideológicas”, una suerte de “antenas repetidoras” que reducen la ansiedad, que paralizan la actitud crítica, hasta convencernos de que efectivamente nos sostienen, que son nuestro fundamento espiritual. Pero las creencias son prejuicios, no juicios. Son hábitos de pensamiento, son costras que nos llevan a errar cuando compulsivamente nos dominan. Hay que impedir que nuestros pensamientos se conviertan en creencias para los otros, púes lo que deben suscitar son pensamientos todavía mas críticos, respuestas y replicas que profundicen la inteligencia, la sensibilidad y la voluntad autónoma. El pensamiento crítico socialista no abona fanatismos, ni sectarismos ni manipulaciones psicológicas.
Ludovico Silva abordó la teoría y practica de las ideologías, planteando como Ortega y Gasset que las "ideas" eran resultado de nuestra actividad intelectual, de nuestra responsabilidad intelectual. Pues todos y todas somos intelectuales, como somos seres políticos, y seres integrales. Ya Marx es sus manuscritos económico-filosóficos nos dibujaba algunas intuiciones sobre la posibilidad de edificar seres humanos multilaterales.
Hay que luchar contra los prejuicios ideológicos, que “operan ya en nuestro fondo cuando nos ponemos a pensar sobre algo”. Por eso no solemos formularlas, sino que nos contentamos con aludir a ellas como solemos hacer con “todo lo que nos es la realidad misma”.
Las teorías críticas contrahegemónicas, en cambio, aun las más verídicas, sólo existen mientras son pensadas: de aquí que “necesiten ser formuladas”, puestas en discurso de manera reflexiva. Para Ortega y Gasset la vida de una época debía evaluarse no por su ideario sino por el estrato de sus creencias. Decía que “fijar el inventario de las cosas con que se cuenta, sería, de verdad, construir la historia, “esclarecer la vida desde su subsuelo”.
No dejemos que el subsuelo de las creencias estalinistas se conviertan en la verdad oficial del socialismo. Es desde la crítica a este subsuelo de nociones y presupuestos del Socialismo del siglo XX, que se pueden evitar los errores y desvaríos de la “ortodoxia socialistas del siglo XX”. Si se tratara de credos, como quien está operando bajo la lógica de los rezanderos, sería mejor comenzar con una creencia paradójica: “todo lo solido se desvanece en el aire”.
No defenderemos la mitología de la URSS como país socialista, pues fue un experimento de transición al socialismo, que como Marx, Luxemburgo y Trotsky plantearon, solo podría existir en tanto fuese un socialismo de escala mundial. Existirán proyectos socialistas, gobiernos con medidas que apuntan hacia el socialistas, pero no hay socialismo en un solo país en un cuadro de mundialización capitalista. A lo sumo serán, países en transición al socialismo. Por esto es que el socialismo es internacionalista, no porque apoya “socialismos nacionales”, sino porque apoya la revolución socialista a escala mundial.
No es hora de rezanderos, es momento de debates, de poner las ideas a moverse, no a pararse de manos en creencias y prejuicios. La revolución es el poder constituyente en acto, en movimiento, no hacerle tareas de propaganda ideológica al poder constituido, pues lo constituido es el “capitalismo de Estado”. Chávez no es el socialismo auténtico, Chávez es un líder revolucionario que impulsa el socialismo a escala mundial. Y los líderes revolucionarios del siglo XXI no son fetiches infalibles, deben aprender a mandar obedeciendo al pueblo.

miércoles, 24 de junio de 2009

CONCIENCIA DEL DEBER SOCIAL SIN CONTRABANDOS IDEOLOGICOS-COMPLETO




Javier Biardeau R.
I.-Reflexionar críticamente sobre el deber social en los trabajos del Che:

Llama la atención las diversas interpretaciones que sobre el papel de la “ética socialista” se realizan en la revolución bolivariana. Hay incluso quienes han sustituido la centralidad de la conciencia en los derechos humanos, en la dignidad humana, en la emancipación social, política, económica, en la liberación cultural, colocando el acento en enunciados referidos a la “elevada conciencia del deber social”.

Desde nuestra perspectiva, sería un error practicar una diseminación de baja intensidad de formulaciones que corresponden a otras circunstancias históricas y a viejos mapas teórico-ideológicos, como enunciados fundamentales del Nuevo Socialismo del siglo XXI.

Por ejemplo, hay quienes suponen que la expresión “conciencia del deber social” es creación propia del Che Guevara. A pesar de la centralidad que adquiere el tema de la conciencia revolucionaria, de la construcción del “hombre nuevo” y del “deber social” en la obra del Che, es importante reflexionar sobre el clima ideológico de influencia del “marxismo soviético”, para pensar las interpretaciones sobre el “deber social”.

Dice Guevara, citando a Lenin: “Si para implantar el socialismo se exige un determinado nivel cultural (aunque nadie puede decir cuál es este determinado «nivel cultural», ya que es diferente en cada uno de los países de Europa Occidental), ¿por qué, entonces, no podemos comenzar primero por la conquista, por vía revolucionaria, de las premisas para este determinado nivel, y luego, ya a base del Poder obrero y campesino y del régimen soviético, ponernos en marcha para alcanzar a los demás países? (Lenin, Problemas de la edificación del socialismo y comunismo en la URSS.)

El tema de fondo son las premisas objetivas y subjetivas, el papel de las “infraestructuras” y las “superestructuras” para la construcción del socialismo.

En su trabajo sobre el “Sistema presupuestario de financiamiento” (1964), refiriéndose a la formación de las tradiciones de trabajo y su relación con normas, recompensas y castigos, plantea el Che que: “Es importante señalar que se va creando en el obrero la idea general de la cooperación entre todos, la idea de pertenecer a un gran conjunto que es el de la población del país; se impulsa el desarrollo de su conciencia del deber social.” Incluso habla de hacer “que el deber social sea el punto fundamental en el cual se apoya todo el esfuerzo del trabajo del obrero, pero vigilar la labor consciente de sus debilidades, premiar o castigar, aplicando estímulos o des-estímulos materiales de tipo individual o colectivo, cuando el obrero o la unidad de producción sea o no capaz de cumplir con su deber social.”.

En su trabajo “El Socialismo y el hombre en Cuba” (1965) se hacen referencias fundamentales sobre la concepción del “deber social” y se plantea un párrafo que podría ser pretexto de necesarias discusiones: “Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.”

¿Hacia que modalidad de concepción ética y moral apuntan estas interpretaciones de la transición hacia el socialismo? ¿Cuál modelo de socialismo esta implícito en estas formulaciones? ¿Podrá combinarse eclécticamente lecturas del Che con la reflexión de Mezsaros, para impulsar políticas de transición al socialismo? ¿Qué hay de nuevo en los conceptos que se manejan sobre el socialismo del siglo XXI?

Desde nuestro punto de vista, la fórmula “elevada conciencia del deber social” no pertenece al siglo XXI sino al siglo XX, no remiten exclusivamente como fuente al ideario del Che Guevara, sino a formulaciones de la propia cultura ética, política y jurídica del “marxismo soviético”. Una investigación a fondo de estos planteamientos nos llevan tanto a la URSS de los años 50-60, como a Cuba en los años 60 del siglo XX.

La honestidad intelectual y política implican hacer explícito el contexto histórico y político de estos debates, si contrabandos ideológicos. Si el asunto va por valorizar una actitud no dogmática de los planteamientos del Che con relación a la ideología soviética, sería conveniente aclararlo. En esto estamos de acuerdo.

Pero también hay que reconocer que existe una filiación del pensamiento del Che con el marxismo burocrático de la época. Si el asunto pasa por emular las motivaciones que llevaron a las formulaciones del llamado “código del constructor del comunismo científico”, entonces es problemática la posibilidad de imaginar, crear y pensar el nuevo socialismo del siglo XXI. Estaríamos en presencia de un “contrabando ideológico” del socialismo burocrático del siglo XX.

Hay quienes presuponen que no ha existido la bancarrota del socialismo burocrático ni del marxismo-leninismo, ni como crisis histórica, teórico-ideológica ni como crisis de legitimación política. No es momento de nostalgias o malabarismos en los planteamientos y en las consignas. Marx lo decía con una refinación incomparable: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” Ya decía Robinson: ¡O inventamos o erramos!

II.- Reflexionar críticamente sobre el deber social en el marxismo soviético:

Veamos. Stalin muere en 1953. Ya en 1951, Sharia había escrito “Acerca de algunos problemas de la moral” donde planteaba: “El marxismo-leninismo enseña que no solo la construcción de la nueva economía comunista, sino también la formación de la nueva conciencia comunista del hombre no es algo autoimpulsado, no es un producto impuesto por el destino, sino que se desprende de la actividad educacional multilateral y totalmente consagrada del partido bolchevique y el gobierno soviético.” (Introducción, pag 3).

Luego en 1955, Shishkin, el llamado “decano de los filósofos morales soviéticos” publicó sus “Fundamentos de la moral comunista” donde comienzan a aparecer claras referencias a formulas ideológicas sobre el “deber social”.

En su informe al XXI Congreso del Partido Comunista, también Kruschov había subrayado la importancia de la educación moral: “Debemos desarrollar, entre el pueblo soviético, la moral comunista, en cuya base se encuentra la lealtad al comunismo y la enemistad sin compromisos hacia sus adversarios, la conciencia del deber social, la participación activa en el trabajo, el cumplimiento voluntario de las normas fundamentales de la vida humana comunal, la ayuda mutua propia de los camaradas, la honestidad y la veracidad, y la no tolerancia a los perturbadores del orden social” (Materiales del XXI Congreso extraordinario del PCUS).

En la sociedad soviética, la prédica de fines y deberes sustituyó la conciencia de derechos, la moral de los productores directos y la ética de la emancipación social y política. Se plantea entonces el “código moral de edificador del comunismo”, entre cuyas exigencias y obligaciones proclama entre otras la “elevada conciencia del deber social, intolerancia con las infracciones de los intereses sociales”.

Este código moral del constructor del comunismo aparece en el proyecto de estatutos del PCUS de 1961. Y para que no quede duda de su inclusión permanente en el llamado “marxismo soviético”, en el Diccionario soviético de filosofía (Rosental-Iudin; 1965) se afirma: “En la sociedad socialista, la base del deber civil está constituida por los intereses de la lucha en pro del comunismo. Es deber de todos los ciudadanos de la U.R.S.S. participar activamente en la edificación del comunismo. El código moral del constructor del comunismo incluye en sí el principio de la elevada conciencia del deber social, la intolerancia frente a toda infracción del mismo. El cumplimiento del deber llena de sentido la vida y el trabajo del individuo, proporciona la más alta satisfacción a la conciencia”. También Afanasiev en sus “Fundamentos del comunismo científico” (1977) plantea el citado código moral del constructor del comunismo presente en el programa del PCUS, y el tema de la “elevada conciencia del deber social”.

Como vemos, se trata de elaboraciones anteriores a los trabajos del Che, que formaban parte del cultura marxista-leninista para la época. Aunque Chávez haya planteado que la “conciencia del deber social” y “la propiedad social de los medios de producción como los dos elementos fundamentales del socialismo”, seria importante debatir y reflexionar a que fuentes teóricas e ideológicas se remite. Incluso, esto contrasta con lo planteado en el Primer Plan Socialista, donde el énfasis de la Ética Socialista remite con mayor énfasis a una conciencia de derechos humanos para la emancipación social, política y cultural, que a temas de obligación o conciencia del deber social.

III.- Primer Plan Socialista y conciencia de la emancipación social, política y cultural:

Es la primera vez que en la historia de los Planes Nacionales de la Nación se le otorga un papel tan relevante a cuestiones éticas y morales, articulándola además a un proyecto Socialista; es decir, como ética de la liberación. Allí se habla de la “refundación de la Nación venezolana”, la cual se cimentaría en la “fusión de los valores y principios mas avanzados de las corrientes humanistas del socialismo y de la herencia histórica del pensamiento de Simón Bolívar”. Toda una agenda teórica de reflexión crítica podría adelantarse alrededor de esta posible “fusión de horizontes de valores y principios”.

Se trataría de un proyecto ético y moral de vasto calado si lo que se propone no es nada más y nada menos que la refundación de la Nación. Y llama la atención que a pesar de su relevancia, en ningún planteamiento del Primer Plan Socialista se haga mención explícita a una formula ideológica de vasta difusión propagandística como la denominada “conciencia del deber social”. También llama la atención en el PPS su clara referencia a una “ética material” (satisfacer las necesidades primarias de hombres y mujeres para la realización colectiva de la individualidad ya que el estado de necesidad-privación material y espiritual impide la realización de la ética social) y así superar el capitalismo, “basado en el individualismo egoísta, la codicia personal, y en el afán de lucro desmedido”.

También se plantea que el trabajo creador y productivo, propio del proyecto socialista, se enfrenta a la subcultura de la corrupción y del soborno, subcultura que alimenta una acelerada acumulación de bienes y riqueza monetaria, que existe en importantes sectores de la sociedad. Y finalmente se hace énfasis en la lucha contra la violencia psicológica y material que los medios de comunicación utilizan para configurar la “convicción de la imposibilidad de vivir en paz, en democracia y en la confianza de que es posible la realización del bien común”.

Queda clara la relación entre “conciencia revolucionaria” y una nueva “moral colectiva” basada en el “proyecto ético socialista bolivariano”. Se plantea incluso la figura de un Estado ético, una nueva ética del hecho público, donde los funcionarios públicos exhiban una conducta moral en sus condiciones de vida, en la vocación de servicio y en su relación con el pueblo. La civilidad (donde ningún ciudadano será súbdito ni vasallo), la justicia y la igualdad, la adecuada dialéctica de la justicia y el derecho, la tolerancia activa militante como reconocimiento de un medio pluralista, donde conviven distintas religiones, distintas culturas y distintas concepciones de la vida (las diferencias se toleran y se respetan dice el PPS).

Se reconocen en este documento significativos valores y principios: tolerancia, pluralismo, lucha contra la impunidad, libertad y contra la violación de los derechos humanos, al igual que la justicia social, la igualdad, la solidaridad y la dignidad. Creo que además del texto constitucional del año 1999, el PPS asume explícitamente la “conciencia de los derechos humanos” en todas sus generaciones como un eslabón clave de sus planteamientos. También se incluyen referencias a la conciencia revolucionaria, tomando los planteamientos del “Che” Guevara cuando dice que “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, ya que “el ser humano solo puede realizarse en los otros seres humanos”.

Mas que un burdo colectivismo o individualismo, se busca realizar personas con dignidad, derechos que nos hagan sentir solidarios con todos los seres humanos. Y cierra el capitulo sobre ética socialista con una ratificación de los principios establecidos en el preámbulo de la Constitución de 1999 y con el llamado a construir el “hombre nuevo del siglo XXI”. La conciencia moral revolucionaria se relaciona con la construcción de una sociedad realmente humanista.

Hasta aquí pueden observarse importantes énfasis, valoraciones y acentos. No hay absolutamente ninguna referencia a un proyecto ético y moral de carácter compulsivo, a ningún discurso sobre una moral social e histórica que coloque al colectivo por encima del individuo, se habla de corresponsabilidad ética y moral. Se mantiene el necesario equilibrio de compromiso entre los valores de igualdad, justicia, libertad, solidaridad y dignidad. Incluso se concibe una democracia política con marcado acento pluralista. ¿Cómo comprender este cambio de énfasis desde los derechos humanos, la justicia, la libertad, la igualdad, la solidaridad y la dignidad, al las formula de la conciencia del deber social como motor del socialismo? ¿Se trata de una radicalización o de una regresión histórica a los planteamientos del marxismo soviético?

IV.- Ética en el pensamiento marxiano y proyecto socialista:

La mejor manera de no naufragar en las aguas del marxismo burocrático es actualizar la teoría y la praxis revolucionaria en los planteamientos del marxismo heterodoxo, crítico y abierto. Por ejemplo, en cuestiones de ética es prudente referirse a Adolfo Sánchez Vásquez, a Enrique Dussel, Herbert Marcuse o a Eugene Kamenka, quienes hacen énfasis en el vínculo entre socialismo, pensamiento marxiano y matriz emancipadora. Ellos no ofrecen consignas tranquilizantes, pero nos convocan a pensar con criterios las articulaciones entre ética y revolución.

La ética de inspiración marxiana, se distingue de las éticas individualistas, formales o especulativas que pretenden explicar la moral al margen de la historia y de la sociedad, o de los intereses de los grupos o clases sociales. Se trata de fecundar una práctica política necesaria para transformar el mundo presente en una dirección emancipatoria, donde hay que esclarecer el lugar de la moral en esa práctica política. Allí se conjugan los fines y valores que se persiguen con los medios nece­sarios y adecuados para alcanzarlos.

Por el contenido moral de los fines y valores del Socialismo: igualdad y desigual­dad, libertades individuales y colectivas efectivas, justicia, dignidad humana y autorrealización del hombre como fin. Se trata de fines y valores propiamente morales. Si bien los medios han de ser considerados instrumentalmente, o sea, por su eficacia, deben ser juzgados también por criterios que imponen límites a su uso, aun siendo eficaces.

El marxismo, como filosofía de la praxis, se interpreta, no en un sentido cientificista, determinista, instrumental está constituido por cuatro aspectos: crítica de lo existente, proyecto alternativo de emancipación, conocimiento de la realidad y vocación práctica, en una unidad indisoluble y articulados en torno a su eje central: la práctica transformadora. Pero no se trata de cualquier transformación, se trata de construir una sociedad cualitativamente distinta. Para nosotros, Marx es ante todo el que encontramos tempranamen­te en sus famosas Tesis sobre Feuerbach, especialmente en la Tesis XI: “Los filósofos se han limitado has­ta ahora a interpretar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo”. Pero Marx no está prescindiendo, en modo alguno –como creen los pragmáticos o practi­cistas– de la necesidad de interpretar o pensar al mundo. Lo que está criticando es el hecho de limitarse a interpretarlo, o sea: aquel pensar que se encierra en sí mismo al margen de la práctica necesaria si se de­sea transformar el mundo.

El marxismo es una crítica del capitalismo: crítica que pre­supone ciertos valores desde los cuales se ejerce. El marxismo es un proyecto, idea o utopía de emancipación social, humana, o de nueva sociedad como alternati­va social en la que desaparezcan los males sociales criticados. Se trata de un proyecto de nueva sociedad (socialista) en la que los hombres libres de la opresión y la explotación, en condiciones de liber­tad, igualdad y dignidad humana, dominen sus condiciones de existen­cia; un proyecto a su vez deseable, posible y realizable, pero no inevita­ble en lo que respecta a su realización. Por tanto, ni el capitalismo es eterno, ni el so­cialismo es inevitable. El marxismo es conocimiento de la realidad (ca­pitalista) a transformar y de las posibilidades de transformación ins­criptas en ella, así como de las condiciones necesarias, de las fuerzas sociales y los medios adecuados para llevar a cabo esa transformación. Finalmente, el marxismo se distingue por su voluntad de realizar el proyecto; es decir, por su vinculación con la práctica, pues no basta criticar lo existente, ni proyectar una alternativa frente a él, como tam­poco basta el conocimiento de la realidad a transformar. Se necesita todo un conjunto de estos actos efectivos que constituyen la práctica y, en especial, la práctica política destinada a realizar el proyecto de emancipación.

Claros enunciados de contenido moral plantea Marx en su teoría de la enajenación del obrero en los Ma­nuscritos de 1844 y, ya en su madurez, en los Grundrisse (escritos prepa­ratorios de El Capital), al criticar la usurpación por parte del capitalista del tiempo libre que crea el obrero. El mismo contenido impregna sus últimos escritos, la Crítica del Programa de Gotha, su visión de la sociedad desenajenada, comunista, articulada, en lo que respecta a la distribución de los bienes producidos, en torno a dos principios: conforme al trabajo aportado, en la primera fase de esa sociedad, y en torno a las necesidades de cada individuo en la fase superior, propia­mente comunista. Pero Marx nunca pensó en deber social sin que quedara clara la asociación de seres humanos libres como prerrequisito de una sociedad emancipada. Ninguna concesión al estatismo autoritario, al burocratismo, ni a concebir a la clase trabajadora ni a los individuos sociales, como simples engranajes de un nuevo despotismo que administra recompensas y castigos de acuerdo a su comportamiento evaluado desde una dirección política o administrativa. En fin, la emancipación radical de los trabajadores y trabajadores, será obra de los trabajadores y trabajadoras mismas.


CONCIENCIA DEL DEBER SOCIAL SIN CONTRABANDOS IDEOLOGICOS-I

Javier Biardeau R.

Llama la atención las diversas interpretaciones que sobre el papel de la “ética socialista” se realizan en la revolución bolivariana. Hay incluso quienes han sustituido la centralidad de la conciencia en derechos humanos, en la dignidad humana, en la emancipación social, política, económica, en la liberación cultural, colocando el acento en enunciados referidos a la “elevada conciencia del deber social”.
Sin embargo, no hay revolución sin deseo revolucionario, sin pasiones libertarias, sin cambiar los territorios existenciales. Pues no es lo mismo cambiar la vida en multitud, que cambiarla por decretos, controles ideológicos y normas administrativas.
Sería entonces un grave error diseminar “a baja intensidad” fórmulas que corresponden a otras circunstancias históricas y a viejos mapas teórico-ideológicos, como consignas del Socialismo del siglo XXI. Por ejemplo, hay quienes suponen que la expresión “conciencia del deber social” es creación propia del Che Guevara, que las formulaciones teóricas del Che, constituyen uno de los faros ideológicos de la revolución bolivariana.
A pesar de la centralidad que adquiere el tema de la conciencia revolucionaria, de la construcción del “hombre nuevo” y del “deber social” en la obra del Che, es importante reflexionar sobre el clima ideológico de influencia del “marxismo soviético”, para pensar las interpretaciones sobre el “deber social” en sus planteamientos.
Dice Guevara, citando a Lenin: “Si para implantar el socialismo se exige un determinado nivel cultural (aunque nadie puede decir cuál es este determinado «nivel cultural», ya que es diferente en cada uno de los países de Europa Occidental), ¿por qué, entonces, no podemos comenzar primero por la conquista, por vía revolucionaria, de las premisas para este determinado nivel, y luego, ya a base del Poder obrero y campesino y del régimen soviético, ponernos en marcha para alcanzar a los demás países? (Lenin, Problemas de la edificación del socialismo y comunismo en la URSS.)
El tema de fondo son las premisas objetivas y subjetivas, las “infraestructuras” y “superestructuras” necesarias en la construcción del socialismo.
En su trabajo sobre el “Sistema presupuestario de financiamiento” (1964), refiriéndose a la formación de las tradiciones de trabajo y su relación con normas, recompensas y castigos en el terreno económico, el Che plantea que: “Es importante señalar que se va creando en el obrero la idea general de la cooperación entre todos, la idea de pertenecer a un gran conjunto que es el de la población del país; se impulsa el desarrollo de su conciencia del deber social.” Incluso habla de hacer “que el deber social sea el punto fundamental en el cual se apoya todo el esfuerzo del trabajo del obrero, pero vigilar la labor consciente de sus debilidades, premiar o castigar, aplicando estímulos o des-estímulos materiales de tipo individual o colectivo, cuando el obrero o la unidad de producción sea o no capaz de cumplir con su deber social.”.
En su trabajo “El Socialismo y el hombre en Cuba” (1965) hace referencias sobre el “deber social”, y plantea un párrafo que podría ser pretexto de necesarias discusiones: “Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.”
¿Hacia que modalidad de concepción ética y moral apuntan estas interpretaciones de la transición hacia el socialismo? ¿Cuál modelo de socialismo esta implícito en estas formulaciones? ¿Podrá combinarse eclécticamente lecturas del Che, por ejemplo, con las reflexiones de Mezsaros, para impulsar políticas de transición al socialismo? ¿Qué hay de innovación en los conceptos que se manejan sobre el socialismo del siglo XXI?
Desde nuestro punto de vista, la fórmula “elevada conciencia del deber social” no pertenece al siglo XXI sino al siglo XX. No remite exclusivamente al ideario del Che Guevara, sino que tiene como fuente los fundamentos éticos, políticos y de cultura jurídica, al “marxismo soviético”.
Una investigación a fondo de estos planteamientos nos llevan tanto a la URSS de los años 50-60 (Sharia, Shishkin, los Estatutos del PCUS del 61), a los intentos de codificación normativa de “obligaciones sociales y legales”, como al debate doctrinario de Cuba en los años 60.
La honestidad intelectual implica hacer explícito el contexto histórico y político de estos debates, sin contrabandos ideológicos. Si el asunto va por valorizar una actitud no dogmática de los planteamientos del Che con relación a la ideología soviética, sería conveniente aclararlo. En este punto estamos de acuerdo.
Pero hay que reconocer que existe una clara filiación del pensamiento del Che con el “marxismo burocrático” de la época. Nos interrogamos si se realizará una lectura dogmática, o si es posible una lectura crítica y abierta de “socialismo realmente inexistente” del siglo XX.
Si el asunto pasa por emular las motivaciones que llevaron en la URSS a formular un “Código del constructor del comunismo científico”, entonces se liquidan las condiciones para imaginar, crear y pensar nuevas ideas para el socialismo del siglo XXI. Estaríamos ante un “contrabando ideológico” del socialismo burocrático del siglo XX.
Quienes presuponen que no ha existido la bancarrota del socialismo burocrático ni del marxismo-leninismo, ni como crisis histórica, teórico-ideológica ni como crisis de legitimación política, están no en una encrucijada, sino en una calle ciega. No es momento de nostalgias o malabarismos ideológicos.
Marx lo decía con una refinación incomparable: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.
Ya decía Robinson: ¡O inventamos o erramos!

viernes, 19 de junio de 2009

SOCIALISMO BUROCRATICO, ANTICRITICA Y POLICIA




Javier Biardeau R.

Mas allá de las reacciones marcadas por el “efecto de agenda” de los dispositivos mediáticos capitalistas, y de algunos espacios que pretenden marcar una lógica policial (en el estricto sentido dada a esta reflexión, por ejemplo en Foucault o Ranciere), es importante aclarar definiciones.
Dice Foucault: “A partir del siglo XVII, va a comenzarse a llamar “policía” al conjunto de los medios por los cuales se puede hacer crecer las fuerzas del Estado manteniendo al mismo tiempo el buen orden de este Estado. Es decir la policía, va a ser el cálculo y la técnica que va a permitir establecer una relación móvil, pero a pesar de todo estable y controlable, entre el orden interior del Estado y el crecimiento de sus fuerzas.”(Foucault; “Seguridad, Territorio, Población”).
Se trata fundamentalmente de acciones guiadas por una voluntad reguladora: disciplina, estabilidad, control y normalización. Por otra parte, Ranciere plantea: “Para que una cosa sea política, es preciso que dé lugar al encuentro de la lógica policial y la lógica igualitaria, el cual nunca está pre-constituido.”
Para Ranciere, la política surge cuando el orden de la dominación es interrumpido por lo que Rancière denomina “el desacuerdo” entre iguales. Éste no es ni el desconocimiento ni el malentendido. Más bien, es una situación en la que está en pugna la misma significación. Como expresa Rancière, el desacuerdo no es entre quien dice blanco y quien dice negro, sino entre dos formas distintas de entender el significado de la blancura.
Y no es extraño que un debate sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo” permita que la política entre en escena: ¿Cual socialismo? ¿Socialismo democrático y revolucionario? ¿Socialismo burocrático? ¿Se ha asimilado críticamente la experiencia del Socialismo Realmente Existente (Bahro)? Obviamente, la policía no entiende nada de esto: “[...] generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía.”(Ranciere; El Desacuerdo. Política y Filosofía).
Lo que funda la política no es un marco normativo comunitario imaginado como totalidad sin tensiones, sino el reconocimiento de la diversidad, de desacuerdos entre iguales. La política, a diferencia de la policía, percibe el debate como normal, deseable y hasta necesario. Para la policía, el debate es “peligro”, “sospecha” y “amenaza”. La policía trata de distinguir el “discurso” del “ruido”, la “norma” de la “desviación”, mientras la política hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como “ruido”. Esto ocurre con frecuencia con las instancias de poder, simplemente no escuchan; y si lo hacen, escuchan ““desviación” y “amenaza”; es decir: los fulanos “anarcoides”, “reformistas”, “pequeño-burgueses”, ultraizquierdistas”, “habladores de paja” e “infiltrados”. Posturas donde domina evidentemente la “lógica de la policía”, no el horizonte de la política.
El contacto de la política y la policía es un encuentro de heterogéneos: entre quienes articulan la regulación social, y quienes articulan los potenciales de emancipación. Pues hay una estrecha relación entre la palabra insumisa y la emancipación social. Ni el estalinismo ni el marxismo soviético constituyen ya marcos normativos comunitarios para pensar el imaginario crítico socialista en Nuestra América. Podrán fundar una lógica policial, tal vez consignas de un engranaje propagandístico, pero no pensamiento crítico y revolucionario.
Uno podría decirle a la policía: ¡Bienvenidos al debate! Lo que no está garantizado, es que quieran o puedan debatir, que toleren el desacuerdo, la gestión de la diferencia. La hegemonía de la policía sobre la política conduce a la suspensión del pensamiento crítico y revolucionario. De allí, que sea importante otorgarle significación a las “líneas de Chávez” publicada el día domingo 14 de junio; por cierto, el mismo día en que enfiló su legítima crítica a algunos tópicos del Seminario sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo”.
Chávez reconoce el papel del Che en la crítica a los dogmas. Cualquier comprensión dialéctica implicaría reconocer que las ideas del Che no son tampoco dogmas, “calco y copia”, simple caligrafía de un pensamiento. Tampoco los planteamientos de Rosa Luxemburgo pueden leerse como dogmas. Chávez dice que el socialismo “es un producto histórico, surgido de sus propias experiencias, en el curso de su concreción", no hay dogma, receta o fórmula que sirvan para implantar su dinámica”. Habla de la importancia del ejercicio critico colectivo como hecho permanente, que no tiene sustitutos y es indelegable. Dice que “la crítica garantiza la fluidez que el socialismo necesita en el curso de su concreción: si la crítica fuera desplazada por el dogma, éste se estancaría irremediablemente.”. Allí, Chávez plantea: “El socialismo, lo sabemos, no puede decretarse: tiene que construirse y crearse colectivamente. Es la capacidad crítica y creadora, constructora y liberadora del pueblo, la que le da vida a una nueva sociedad.”
Como dice Luxemburgo, “es la experiencia la que puede corregir y abrir nuevos caminos, ésta, la experiencia, es sustantivamente crítica.” Dice Chávez: “Si el socialismo se decretara, esto es, si deviniera en dogma, receta o fórmula, los intentos equivocados, los errores, no se corregirían verdaderamente y terminarían multiplicándose. Bienvenidos, entonces, todos los espacios de discusión crítica sobre nuestra experiencia socialista.”
La democracia socialista no es una “democracia gobernable”, sino una democracia insumisa, una democracia de alta intensidad, conformadas por subjetividades que luchan contra la opresión y la sumisión (Del lat. submissĭo, -ōnis); al menos en estas acepciones: 1. f. Sometimiento de alguien a otra u otras personas; 2. f. Sometimiento del juicio de alguien al de otra persona; 3. f. Acatamiento, subordinación manifiesta con palabras o acciones.
Socialismo democrático y revolucionario es lo contrario al retorno trágico y compulsivo de los regímenes despóticos, una mezcla de burocratismo policial con culto a la personalidad infalible e indiscutible. El estalinismo y sus derivados no son excusas. Son una tragedia real que no pueden ni deben repetirse.
Es indispensable maximizar la política del debate en la construcción de la revolución democrática y socialista.
¡Insumisos e insumisas del mundo, uníos!




martes, 16 de junio de 2009

IDEAS PARA EL DEBATE: PLANTEAMIENTOS PARA EL SEMINARIO: "INTELECTUALES, DEMOCRACIA Y SOCIALISMO", DEL CENTRO INTERNACIONAL MIRANDA



Javier Biardeau R.
Yo quisiera comenzar mi intervención rápidamente con una pequeña cita del actual embajador en Argelia, Michel Mujica:

“Aquí se nos plantea un dilema. La alternativa no reside entre un capitalismo consustanciado en al desigualdad o en un socialismo privado de democracia. Si nos resignamos ante una de las dos posibilidades anteriormente mencionadas, ahogaremos las posibilidades de la democracia socialista.” (Democracia sustantiva, democracia formal y hegemonía en Antonio Gramsci; 1994, p. 51)

Michel Mujica escribió un texto que no debería estar durmiendo en silencio de las bibliotecas, sino que debería estar habitando justamente los debates de lo que llamamos acá el “proceso popular constituyente”. Se llama “Democracia sustantiva, democracia formal y hegemonía en Antonio Gramsci”. Yo quisiera hacer de alguna manera hoy una suerte de homenaje a unas tesis de este libro, porque son muy pertinente para lo que estamos discutiendo hoy, sobre todo para una discusión que yo no la percibo desde la perspectiva de un “moralismo optimista”, desde la “profecía auto cumplida” que proyecta que en el 2021 veremos el cielo y llegaremos al paraíso socialista; sino justamente observando y planteando que los procesos históricos están sometidos a las luchas sociales y políticas, que las luchas históricas dependen de una composición social y de clases específica y que, como decimos nosotros en términos de sentido común, los “deseos no preñan”.
I.- Estamos en una encrucijada crítica

Si en física casi todos los “modelos teóricos” están construidos a partir del supuesto del “vacío”, de un “espacio sin fricciones”, en el proceso histórico, social y político nosotros tenemos fricciones, luchas, conflictos, antagonismos, avances, retrocesos, flujos y reflujos. Y creo que la revolución bolivariana esta viviendo un momento que el intelectual Edgardo Lander calificó como encrucijada crítica (Ver: http://www.aporrea.org/actualidad/a47861.html).
II.- ¿Se ha hecho un balance del socialismo real?
Una encrucijada, y por eso hay caminos que no deberían seguirse si no se quieren repetir errores que ya se conocen en las experiencias del llamado “socialismo realmente existente”, sobre todo ya que desde Venezuela no se ha hecho balance de inventario de la experiencia de transición al socialismo del socialismo burocrático, o como deseen llamarlo, esa sería la primera inquietud. ¿Hasta que punto, en Venezuela, se ha metabolizado, desde un punto de vista de la estructura política y intelectual, el balance e inventario de las experiencias de socialismo real? ¿Que conclusiones surgen de este balance de inventario para la praxis política?
III.- Muchas dudas sobre el Primer Plan Socialista
Creo que hay múltiples guiones de referencia presentes en las políticas públicas de la revolución bolivariana. En Venezuela hemos logrados que la Agenda Alternativa Bolivariana cumpla todos sus objetivos. Pero si analizamos los planes posteriores, y sobre todo esto que llamamos el Primer Plan Socialista, la pregunta que nos debemos hacer es ¿Hasta que punto el proceso popular, nacional, revolucionario tiene la capacidad efectiva de lograr, concretar, las ambiciones y aspiraciones que allí están contenidas? ¿En que condiciones políticas? ¿En que condiciones institucionales? ¿Con cuales fuerzas motrices, dirigentes y de apoyo nacionales e internacionales? ¿En que contexto de fuerzas internacionales? ¿En que contexto económico? Hay que evitar, desde mi punto de vista, una invariante histórica, algo que ha sucedido reiteradamente en la experiencia del socialismo real: el tema de la “fortaleza asediada”. Es decir, ¿La revolución venezolana va a justificar permanentemente un debate marcado por una transición al socialismo en el contexto de convertirse en una “fortaleza revolucionaria asediada”?
Tenemos por ejemplo, un caso específico: el caso chileno. Una revolución democrática, pacifica, legal, constitucional, una transición democrática al socialismo, que no contaba justamente entre sus fortalezas con aquella que suponemos todos los aquí presentes con que contamos: con la “base de sustentación” de unas fuerzas armadas comprometidas con la estabilización del proceso popular constituyente, con el proceso revolucionario, pero justamente ¿cuál fue el devenir y destino del caso Chileno a partir de las fricciones del campo político? No fue simplemente un “golpe seco y frío”. Nosotros pudimos observar en el caso chileno —que fue emblemático— cómo la fluidez e inestabilidad de las correlaciones de fuerzas en el parlamento chileno generaron una precondición para el golpe de estado de Pinochet. Es decir, el propio parlamento chileno le abrió la puerta al golpe militar. Y a veces nosotros perdemos de vista estos pequeños detalles históricos.
IV.- Hay un campo minado que debemos desarmar para el 2010
Eso lo digo a propósito de la prospectiva política inmediata para el año que viene. A veces nosotros pensamos que lo que se esta discutiendo en la coyuntura y la situación presente, la ley electoral, las elecciones de este año, las elecciones que vienen, se movilizan como si el carril donde va el “tren revolucionario” estuviese completamente aceitado. Yo creo que hay piedras en el camino, que hay un campo minado que debemos desarmar, y eso creo que es la tarea de los intelectuales: prever y analizar en detalle ese campo minado.
Un campo geopolíticamente minado por la administración norteamericana y sus aliados, y geopolíticamente minado por la derecha venezolana, que ha ido labrando, tejiendo una estructura de apoyos, en eso que llaman “sociedad civil organizada”, que ellos la denominan como “sociedad democrática”. Ellos se asumen como monopolizadores de la “sociedad democrática”. Intentan volver a revitalizar los llamados “programas de transición”, lo que llaman en los Estados-Unidos la oficina de transición democrática, con sus “revoluciones de colores”.
V.- La oposición puede llegar a ganar no menos del 30 a 35% del parlamento nacional
Yo no preveo un 2021 como le proyecta Luis Britto Garcia. Yo preveo unos años por venir en los cuales se va a tratar de nuevo de montar una “oficina de transición democrática” en Venezuela, donde el parlamento se va convertir en una fundamental “caja de resonancia” para una ofensiva de la derecha venezolana, tratando de capitalizar el poco espacio político-institucional que controlan. Tratarán de generar un 30 o 35% mínimo de espacio parlamentario a partir de una coalición perfecta que les permita a ellos controlar este espacio. Tratando simultáneamente de dividir la alianza política y social que apoya la revolución bolivariana (PPT, PCV, PSUV y movimientos sociales), tratando de causar fricciones, tratando de seducir algunos sectores de la alianza política revolucionaria desde Washington, para tratar de generar un escenario si no de división, por lo menos de debilitamiento de las fuerzas que apoyan la revolución y de crecimiento y avance de la derecha en el parlamento venezolano.
Entonces en ese contexto que no es de 2021 sino de 2010 yo planteo lo que para mi son, retos fundamentales que nosotros debemos abordar y entre ellos la relación entre democracia y transición al socialismo.
VI.- Chávez ha ocupado un vacío político y si sigue haciéndolo eso puede generar problemas
Una de las observaciones que se hacía al principio es el tema del llamado “hiper-liderazgo”. Otros le hemos llamado el “bonapartismo progresivo”, otros el cesarismoa secas, algunos han confundido la terminología de Gramsci sobre el cesarismo progresivo, con la lectura positivista de Vallenilla Lanz sobre el cesarismo democrático. Aquí conviene recordar que para Gramsci el Cesarismo tiene como trasfondo una situación de equilibrio catastrófico de fuerzas en conflicto, lo que lo lleva a asumir compromisos con sectores no comprometidos con la revolución para alcanzar ventaja relativa en el equilibrio de poder. Creo que este esquema de poder es un gran error, y no permite avanzar en la revolución desde la perspectiva de la construcción de una contra-hegemonía democrática y socialista. Lo que Gramsci plantea es básicamente que en momentos en los cuales una estructura de dirección política colectiva no esta bien asentada, una “gran personalidad” política toma, bajo su peso, la dialéctica de la revolución o la dialéctica de la restauración. Y creo que Chávez ha ocupado un vacío político, un vacío de mediación e interlocución político importante que si sigue ocupándolo puede generar “cuchillos para la propia garganta de la revolución bolivariana”: la indispensabilidad del Líder, la fragilidad de la conducción revolucionaria. Aquí el “momento del Líder” se traga al “momento popular protagónico y organizado”, que es que debe garantizar la continuidad del proceso popular constituyente.
Para las tareas, para las funciones, para el avance de la revolución bolivariana se requiere una estructura política, vamos a llamarla, un intelectual colectivo, no solo una estructura administrativa y electoral, como la ha denominado Vladimir Acosta. No se requieren solamente intelectuales individuales, notables o personalidades destacadas, se requiere un pensamiento crítico orgánico al movimiento revolucionario, se requiere una recuperación del vínculo entre socialismo y democracia, que la derecha ideológica ha tratado constantemente de opacar, para generar una suerte de disyuntiva en la cual el socialismo es el “totalitarismo”, y la democracia representativa es justamente el modelo político del “fin de la historia”, la estación de llegada y el último camino que nos queda.
VII.- Replantear la relación entre socialismo y democracia
Yo creo que una de las tareas fundamentales, si es por asignarnos tareas, es justamente volver a replantear la relación entre socialismo y democracia, superando los hábitos mentales que ha dejado el guión leninista, el guión de la ortodoxia bolchevique sobre una izquierda, que en Venezuela, ha sido troquelada por la pregnancia, por el papel que jugó la influencia de la Tercera Internacional sobre el socialismo revolucionario en América Latina; y por la función de esa intelectualidad vehiculada a la Tercera Internacional, al modelo de los Estados socialistas, y al marxismo-leninismo como guión, como hábitos, como reflejo condicionado para pensar e imaginar la transición al socialismo. El estalinismo jugo un papel castrante en la conformación de un pensamiento crítico y revolucionario nuestro-americano.
VIII. Vía venezolana y vía cubana al socialismo
Yo veo con preocupación que en Venezuela no hay una repuesta contundente sobre la significación de la vía nacional y especifica de la revolución bolivariana, con relación a la experiencia cubana. Veo con sorpresa como la actitud básicamente es defender sin diferenciar, sin matizar, el devenir político de la revolución cubana, sin comprender las singularidades diferencias y especificidades del proceso popular constituyente de cada país. Cada país sigue una experiencia histórica singular y específica, construye su propio camino, pero no copia ni trasplanta “modelos de socialismo”. No creo que sea necesario que nosotros carguemos con la defensa del legado histórico de la revolución cubana. Podemos apoyar la experiencia, pero esa es tarea fundamental que le corresponde al pueblo cubano y sus corrientes revolucionarias, sus fallas o debilidades no deben convertirse en “hándicaps” de la revolución venezolana.
IX. Crece el sector capitalista pero se radicaliza el discurso anticapitalista
Me parece que durante la transición al socialismo, como ha dicho Víctor Álvarez, resulta bastante sugerente pensar, que al tiempo que se fortalece una economía mixta de signo aún capitalista, donde se fortalece fracciones específicas del sector privado, el discurso presidencial plantea un discurso de radicalización socialista. Entonces ¿cómo se compaginan los datos de la evolución sobre el crecimiento de la matriz productiva capitalista con una radicalización del discurso presidencial? ¿Cómo nosotros asimilamos estas dos tendencias? ¿Qué es lo que sucede allí?
X. No tenemos un espacio donde se discutan a fondo los dilemas de la construcción socialista
Creo que hay un segundo tema de fondo. A propósito de que Eva Golinger plantea la necesidad de crear centros de pensamiento socialista, por ejemplo, observo con preocupación que nosotros no tengamos en las estructuras de pensamiento revolucionario, un balance o inventario de todas esas discusiones teóricas sobre la transición desde el punto de vista de la economía socialista. Es decir, ¿Dónde en Venezuela se discute por ejemplo a Oscar Lange, a Kalecki? ¿Donde se discute el debate de Mandel, de Bettelheim, sobre la ley de valor, sobre la acumulación socialista, con Guevara en la propia Cuba? ¿Dónde se esta discutiendo eso para informar al movimiento, al poder popular constituyente sobre el tránsito de la “propiedad privada de los grandes medios de producción” a las diferentes modalidades de propiedad social (distinguiendo que “nacionalizaciones” no son “socializaciones”) y sobre la dinámica de la economía de mercado en condiciones de Planificación socialista? ¿Dónde se esta discutiendo el tema de la acumulación capitalista y socialista en Venezuela?
XI. El socialismo y las correlaciones de fuerza
Samir Amin ha escrito recientemente que el tema de las transiciones en el siglo XXI no podrá verse con la facilidad, como se pensó en el imaginario revolucionario del siglo XIX y XX. Marx suponía, escribiendo el Manifiesto Comunista, que la revolución estaba bastante cerca, muy cerca. La experiencia de 1871 le hizo pensar que no estaba tan cerca y se replegó en su critica d ela economía política burguesa en el museo británico. Engels escribió un prólogo con relación a la lucha de clases en Francia donde se plantea un viraje desde la perspectiva insurreccional al avance paulatino a través de una revolución de la mayoría, utilizando los parlamentos en la social-democracia alemana. Luego, el mismo partido socialdemócrata alemana —concentrada en la primera guerra mundial y la aprobación a los créditos de guerra— echó por tierra toda la polémica en Europa sobre la posibilidad de una alianza amplia de las fuerzas del socialismo revolucionario.
Eso terminó en la división de aguas entre lo que fue la Internacional Socialista de la época y la Tercera Internacional leninista. En cuanto al socialismo revolucionario podemos observar como Stalin participó en el llamado “tercer período”, en una cuña que profundizó la división entre social-demócratas y comunistas en el propio partido alemán, en el cual había expectativas de continuar la revolución. Stalin llego a plantear que la izquierda socialdemócrata era lo peor del “social-fascismo”, como lo denominó. Mas tarde se trata de enmendar con los llamados “frentes populares”, pero la contra-revolución estalinista ya había avanzado. También tenemos la polémica, luego de la muerte de Lenin, en relación con la sucesión en el partido bolchevique, en relación con las diferentes alas ideológicas, luego tenemos al conflicto chino-soviético y paremos de contar. Luego de la muerte de Lenin, ya se prefiguraban tendencias despóticas y contra-revolucionarias en el seno de la tradición bolchevique.
Es decir que el camino del balance e inventario del socialismo real, del socialismo burocrático, no es simplemente una profecía optimista donde nosotros lo vamos a llenar de flores por simple voluntad o por simple moralización o por una simple psicología optimista de autoayuda, sino que tenemos que enfrentar, precisamente, las dificultades reales de cualquier transición al socialismo de acuerdo a las correlaciones de fuerzas que están allí. Es decir, donde el optimismo depende no de simples ensoñaciones sino de la composición de clases y la composición social de las luchas.
XII.- Las diferentes miradas sobre la revolución
Aquí Roland Denis nos está diciendo que el movimiento popular luce parcialmente administrado, donde hay una suerte de república militar, corporativo, burocrática en interpretación de Roland y, al mismo tiempo, escucho voces que dicen que este socialismo camina aceleradamente hacia la conquista justamente de una sociedad de igualdad, libertad y justicia. ¿Como es posible que dos personas que habiten en el mismo espacio social, tengan percepciones tan radicalmente disímiles del “proceso” formando parte del campo de izquierda?
Por eso a mí me parece importante reflexionar de manera profunda sobre la transición al socialismo. Recuperar por ejemplo, a Samir Amin, cuando dice: ¿es posible mantener el paradigma del sovietismo, del desarrollo que iniciaba el Estado de bienestar o del desarrollo nacional de los países del Tercer-mundo, para mantener la ilusión de la transición post capitalista? La repuesta de él es no. Incluso él dice cómo enfrentar las tres contradicciones fundamentales del capitalismo en términos estructurales, no en términos de gobierno revolucionario o de proyecto revolucionario de coyuntura.
La primera es la alineación económica, es decir pensar la sustitución de una sociedad montada sobre la economía de propiedad privada y de mercado, sobre la alineación mercantil que sigue presente a escala mundial. Cuando habla por ejemplo de China: un país, dos sistemas, que no es un país, dos sistemas, sino la expansión justamente regulada y controlada ciertamente por la planificación estatal de la mercantilización de grandes sectores de la actividad económica de China.
En segundo lugar, Samin Amir nos plantea ¿que vamos a hacer nosotros con la destrucción de la naturaleza? ¿Hasta que punto nuestros proyectos políticos y nuestras políticas públicas abordan efectivamente la critica al productivismo y el desarrollismo para abordar, no en términos retóricos sino prácticos, el tema de desarrollo sustentable, del crecimiento y la acumulación en condiciones de las cuales la ecología esta diciendo que productivismo, crecimiento y acumulación son problemáticas?.
XIII.- El hiper-consumismo, la contracara del rentismo
En tercer lugar y correlativo con este segundo punto, el tema del consumismo. A mí me parece que los centros comerciales en Venezuela son emblemáticos como polos de referencias frente a las reuniones que realiza el PSUV algunos sábados o domingos. Yo he participado en las reuniones de mi batallón del PSUV, pero me sorprende llamativamente la capacidad de atracción, de movilización de los Centros Comerciales, frente la movilización que tiene actualmente los batallones del PSUV. Yo veo a los Centros Comerciales llenos de racionalidad y deseo mercantil. Yo veo la lógica de la alienación mercantil, en una sociedad de transición al socialismo, operando con toda la facilidad del mundo. Y veo que no hay discusión sobre este punto en los batallones socialistas. Entonces que a mí me digan ¿en qué mundo de flores y de ángeles socialistas estamos? Creo que estamos ante una sociedad capitalista de consumo, sin tener una estructura productiva capitalista que soporte este patrón de necesidades y aspiraciones inducidas por la industria cultural, publicitaria y mediática.
Y finalmente, para cerrar, Samin Amin nos plantea el tema del desarrollo desigual Norte-Sur. A mí me parece que Venezuela cumple una función fundamental —con todos los errores y logros— como vanguardia de la internacionalización para reorganizar los movimientos de izquierda revolucionaria del mundo. Y creo que Venezuela, cumpliendo esa labor, ha ido gastando fuerzas que deben dedicarse al fortalecimiento interno del proceso revolucionario en una proyección fundamental propagandística de los logros de la revolución bolivariana.
XIV.- El papel de Venezuela y el de los intelectuales
Es necesario, desde mi punto de vista, que Venezuela entienda su papel en las luchas de los movimientos alter-mundialistas, en las luchas de los países del Sur en relación con los nuevos esquemas de integración multipolar, pero que sea humilde también con relación a la presentación de sus avances. Porque si nosotros hacemos propaganda excesiva sobre logros de la revolución que no son tales, y se hace un balance crudo, un inventario descarnado sobre el avance efectivo de la revolución en diversos campos, podemos quedar muy mal. Podemos quedar muy mal, por ejemplo, en la dificultad para pasar efectivamente de los logros de Barrio Adentro I a los demás niveles del sistema publico nacional de Salud, como los Hospitales públicos. Podemos quedar muy mal si observamos que la mayor parte de los mercales no son fortalecidos por la producción o la oferta interna sino por la importación, por la dependencia alimentaria. Podemos quedar muy mal si, como decía Víctor Álvarez, analizamos cómo los incentivos fiscales y financieros están siendo capitalizados por una burguesía emergente o por sectores económicos que pueden hacer como aquél que volteaba el cuadro y tenía en una faz a Hugo Rafael Chávez Frías y a la otra faz, a la oposición.
XV.- Ser mucho menos complacientes en este momento con la revolución
Es decir, creo que nosotros tenemos que ser mucho menos complacientes en este momento con la revolución bolivariana y exigirle a la estructura de liderazgo político que no convierta a los intelectuales como ha sido historia conocida en maleteros del poder. Si Rómulo Betancourt decía que las fuerzas armadas se compraban con prostitutas y con whisky, creo que también decía y si no lo decía uno lo pensaba, que los intelectuales se “cocinaban en su propia salsa”. Es decir, Betancourt “decapitó” o neutralizó en la práctica a fracciones importante de la intelectualidad revolucionaria: ¿Que hizo Betancourt de Acción Democrática, que hizo magistralmente y maquiavélicamente para impedir justamente la posibilidad de la radicalización de izquierda? En este movimiento nacional popular revolucionario, si nosotros no observamos que fue lo que hizo Betancourt, no vamos a observar lo que esta tratando de hacer la derecha con los jóvenes venezolanos.
XVI. Están recuperando el mito Betancourt como un liderazgo democrático alternativo
Para finalizar, solamente un detalle. Revisen en bibliotecas y librerías la gran ofensiva con relación a la mitología del “padre de la democracia”. Jóvenes repitiendo las consignas de Acción Democrática y volviendo a pensar que Rómulo Betancourt es el modelo a seguir como liderazgo. Jóvenes que se entrenan, que son pagados para ir a cursos internacionales y nacionales para recibir el guión del anticomunismo, elaborado justamente por esa bisagra que se conformó en el seno de un partido que también fue un partido nacionalista popular y revolucionario y que terminó siendo justamente la cabeza de playa para impedir un proceso socialista en Venezuela. No lo olvidemos, Betancourt derrotó política y militarmente a la izquierda revolucionaria venezolana. Y la izquierda contribuyó con muchos errores ideológicos y políticos. Entre ellos, asumir dogmáticamente el marxismo-leninismo y descuidar las relaciones entre socialismo y democracia.

lunes, 15 de junio de 2009

¿INTELECTUALES?: MÁS ALLÁ DE GRAMSCI

Javier Biardeau R
Dice Gramsci: “Todos los hombres (-y mujeres-) son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”.
Cualquier discusión sobre la intelectualidad pasa por reconocer que en terminos genéricos, los seres humanos poseen la facultad de pensar, de comprender, no solo de sentir; así como reconocer que en la sociedad se acreditan algunas funciones y categorías como “intelectuales”. ¿Por que aparecen las funciones sociales específicas del trabajo intelectual?
Dice Gramsci: “Cuando se distingue entre intelectuales y no intelectuales, en realidad sólo se hace referencia a la inmediata función social de la categoría profesional de los intelectuales, es decir, se tiene en cuenta la dirección en que gravita el mayor peso de la actividad específica profesional, si en la elaboración intelectual o en el esfuerzo nervioso-muscular”.
Una segunda indicación deriva del análisis de lo que en el régimen metabólico del Capital se transforma en división social y jerárquica del trabajo: división entre dirección y ejecución en el terreno económico-productivo, división entre gobernantes y gobernados en el terreno político, división entre dirección intelectual y moral, por una parte, y pasividad intelectual y moral, por otra.
Gramsci nos invita a romper estas divisiones y conformismos. Se trata de una lectura renovadora contra la lógica de la dominación, para superar la explotación económica, la coerción política y la hegemonía ideológica.
¿Por qué las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes? Porque existen hegemonías filosóficas, científicas, artísticas, religiosas; en fin, “académicas”. Es frente a estas hegemonías, que se requiere una contra-hegemonia cultural liberadora.
Para Gramsci queda claro que: “No hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el homo faber del homo sapiens”. También para Marx la plena existencia humana implica apropiarse de la riqueza social expropiada, incluyendo las actividades intelectuales, sensoriales y afectivas, para derrumbar los muros y privilegios que se levantan en la “cultura”. El propósito es romper el embrutecimiento unilateral generado por el propio regimen social del Capital.
El nuevo socialismo implica entonces una contra-hegemonía liberadora, termino que va más allá de Gramsci, para no recaer en la burda “hegemonía política” de raíces jacobino-blanquistas (Lenin-Stalin). Para romper con la alienación económica, política, filosófica, religiosa, estética, afectiva, diría Ludovico Silva. Para afirmar la revolución cultural permanente, desmantelando las raices del poder-sobre, para afirmar el poder-hacer, diría Holloway.
El estalinismo teme (porque está vivito y coleando en algunos espíritus) el proyecto de des-alienación radical, teme el poder constituyente. Porque la multitud implica superar cualquier regresión masificadora en la deriva cesarista, como mito protector, y en la deriva burocratica como poder constituido. La multitud plantea el aglutinamiento de las pasiones alegres, a través de la conciencia de derechos por la emancipación, no una tenaza superyoica (¿conciencia del deber social?...léase su uso en los diccionarios soviéticos antes de caer en el automatismo psíquico).
El culto a liderazgos infalibles o a la dirección burocrática, reproducen la claudicación del pensamiento crítico y revolucionario. Son formas que retrotraen el proceso popular constituyente, que impiden que multiples voces, que multiples cuerpos, en un movimiento social revolucionario promuevan el poder instituyente, la creación de formas, experiencias, discursos y agenciamientos del socialismo desde abajo.
Democracia participativa y protagónica es la construcción de la autoridad compartida: es mandar obedeciendo al pueblo, es revolución democratica y socialista.
Gramsci destaca la elaboración de concepciones del mundo articuladas a una consciente línea moral, actividad propia de la categoría de los intelectuales. Pero destacaba la autonomía, la crítica, la voluntad de de desprendimiento de relaciones de sumisión. En ningún caso, se trata de doblegar la conciencia, sino superar las tradiciones heredadas como habitos compulsivos de pensamiento.
Los seres humanos participan de una, o una mezcolanza de concepciones del mundo, contribuyendo a sostener o a modificar una concepción del mundo hegemónica, es decir, suscitar nuevos modos de pensar, que se corresponden con las tareas de la coerción, de comando, de dirección o de consenso.
Este hecho tiene obvias implicaciones políticas: “Cada grupo social, al nacer en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se crea conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de la propia función, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político”.
Un análisis más amplio de los intelectuales, como la desplegada en el texto de Carlos Altamirano (Intelectuales. Notas de investigación.), permite comprender su significación para la vida política. Desde el asunto Dreyfus hasta la actualidad, existen culturas nacionales que valoran la importancia de las ideas y valores esgrimidos en el debate público para la sociedad.
La intelligentsia aparece desde diversos lugares de enunciación: a) custodios de valores permanentes de la “civilización”, b) comprometidos con las luchas de su tiempo con base a un proyecto revolucionario, c) articuladores de la queja común, d) portavoces de los débiles, e) contradictores del poder, e) aseguradores del saber-experto, f) servidores de Amos de turno.
Desde nuestra perspectiva, los nodos de pensamiento crítico socialista adversan el “intelectualismo”, como ejercicio del privilegio y poder-sobre, pero no a la “función intelectual”. Intentar socializar el poder cultural e intelectual, plantear “cajas de herramientas” para la lucha, es una tarea indispensable. Antagonizar con funcionarios orgánicos de la dominación de la “elite del poder”. Adversar la racionalidad burocrática-instrumental. Desmantelar tanto la dominación simbólica del capitalismo, como de la burocracia del “socialismo realmente inexistente”. Desenmascarar al “marxismo de derecha”, tanto como al capitalismo neoliberal y su consenso manufacturado.
Quien reaccione “paranoicamente” descalificando la polémica sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo” del CIM, desconoce el ABC del “método dialéctico” (Marx), el ABC del “principio dialógico” (Morin), un pensamiento complejo-otro para la lucha.
Una revolución sin polémica, sin planteamientos diversos, sin tensiones, diferencias, conflictos y antagonismos, no fecunda el espíritu revolucionario. Más bien es la confesión de quienes claman por un… ¿Termidor?

jueves, 4 de junio de 2009

EL COLONIALISMO ES EL TOTALITARISMO

Javier Biardeau R.

Ciertamente, no hay nada original en las experiencias totalitaria, fascistas o estalinistas, que no hubiese sido implementado ya por el colonialismo contra los pueblos no europeos.
Aun así, existe una intelectualidad tradicional que defiende los valores superiores y permanentes de la modernidad liberal, siendo ciega, sorda y muda frente al racismo y la negación cultural de la “modernización”, el “desarrollo” y la “asimilación cultural”.
También existe una intelectualidad de izquierda deudora de una mentalidad colonial euro-céntrica, que somete el imaginario emancipador a la plantilla conceptual de los saberes teórico-prácticos de las luchas europeas, marcada por una narrativa de trasfondo, el tránsito evolutivo desde el salvajismo y la barbarie, hasta la civilización.
No hemos analizado a fondo como esa filosofía de la historia sigue marcando la falacia desarrollista presente en algunas formulaciones del “Socialismo del siglo XXI”. No basta una crítica posmoderna, es preciso avanzar a una crítica descolonizadora.
Colonialismo, productivismo y consumismo van de la mano en la falacia desarrollista. Construir un “modelo productivo socialista” para satisfacer las “necesidades inducidas” por el troquelado de la mercadeo y la publicidad capitalista es un contrasentido. Sin socavar la “lógica de las necesidades” que opera en los ideólogos del socialismo del siglo XXI no habrá revolución alguna. Lo que se configurará es la reproducción ampliada del modelo de la ideología-cultura del consumismo.
El mundo de vida cotidiana nos habla del patrón de necesidades y aspiraciones de la tecno-burocracia bolivariana: tener más, alcanzar el status de la burguesía tradicional y un estilo consumista-derrochador. Genera perplejidad observar multimillonarios vehículos de altos funcionarios que tienen el cinismo de colocar en sus vidrios, gigantescas calcomanías que dicen “Patria, socialismo o muerte. Venceremos”. De allí uno explica el descontento, el desconcierto y el desencanto de las bases sociales de la revolución. Ese no es el camino de transición al socialismo. de este modo, el capitalismo de estado se vuelve mafioso y arrogante.
En terminos generales, hoy sabemos lo que podemos esperar de la tesis unilateral del “desarrollo de las fuerzas productivas”, si no observamos las graves implicaciones del dominio de la racionalidad burocrático-instrumental. Socialismo no es emular lo peor del capitalismo. Socialismo implica una revolución cultural descolonizadora.
Por otra parte, tampoco olvidemos los emblemas civilizatorios de “libertad, igualdad y fraternidad”. Así como la “carta de derechos del hombre y del ciudadano”, fue una conquista del universalismo abstracto que marco el despligue de los dispositivos del derecho liberal moderno, poco se habla de esta dimensión como procedimiento que encubre y legitima el racismo, así como la arrogancia del proyecto imperial euronorteamericano.
Racismo, sexismo y etnocentrismo se anudan estrechamente a la explotación clasista. El referente y destinatario de tales discursos es el “hombre europeo, blanco, propietario y heterosexual”. Lo que Marx llamo, la “burguesía moderna europea”.
Habría que aprender de Aimé Cesaire y Frantz Fanon a descolonizar el propio imaginario socialista, comprender la crisis del humanismo europeo, de su principio de razón suficiente, el mito del heleno-centrismo, un proyecto civilizatorio que ha deshecho principios, valores e ideales a través de su hipocresía, cinismo, arrogancia y mentiras frente a la situación colonial, frente a la problemática del proletariado interno y externo.
Europa y occidente muestran una cruda incapacidad para comprender y encarnar el respeto a la dignidad humana, en tanto que dignidad de una humanidad culturalmente diversa, en tanto diálogo simétrico de civilizaciones, culturas y naciones. En este contexto, el llamado “progresismo” de la izquierda occidental también debe mirarse con pinzas.
La ceguera a la opresión, el racismo y la alienación cultural sigue siendo parte de las relaciones entre el Norte y el Sur. No basta el reduccionismo de clase, ni ningún doctrinarismo marxista. El trabajo alienado a la cosificación economicista, la depredación ecológica y la polarización norte sur siguen marcando la trayectoria civilizatoria dominante.
Entonces, hay que liberar a Marx y a los marxismos históricos del eurocentrismo y del desarrollismo. La falacia desarrollista se sustenta en la creencia en la superioridad unilateral de Europa, en que las trayectorias del cambio tienen que seguir el curso de la “modernización refleja”, pues este Progreso con mayúsculas es el único posible y el único deseable. Hay que comprender también, lo que del imaginario socialista es producto de un eurocentrismo excluyente.
Cesaire nos plantea desprendernos del reduccionismo europeo. Desde allí, el sujeto popular será también indo-afro-mestizo, y no solo un “proletariado” de “calco y copia” europeo. El proyecto a alcanzar no puede encallar ni en el particularismo estrecho ni en el universalismo imperial, se trata de construir vías para el “pluriverso radical descolonizador”, como premisa de problematización del “socialismo del siglo XXI”. Pluriverso significa reconocimiento y asunción de diferencias para la fecundación e intercomprensión de multiples mundos de vida.
Mientras la tecno-burocracia revolucionaria aspira a alcanzar el nivel de vida, consumo y ostentación de la burguesía compradora, es preciso proyectar el despliegue de experiencias de empoderamiento popular para otro desarrollo humano. Ante la patética conducta de imitación servil a la psicología social del colonizador de unos, hay que afirmar el depliegue del poder popular constituyente.
Sabemos que el socialismo burocrático del siglo XX encierra una pretensión de universalidad, de autoritarismo epistémico, de racismo que encubre el provincialismo de sus estructuras de conocimiento, sensibilidad, estética y afectividad. Los "intelectuales revolucionarios" aliados a la tecnoburocracia de estado se parecen en muchos casos a los evangelizadores europeos.
Por tanto, se requiere de una contra-hegemonía cultural liberadora, no de la hegemonía ideológica, comunicacional o epistémica calcadas de prácticas euro-centradas, desarrollista y manipuladoras.
Hay que descolonizar no solo a Marx y a Gramsci, sino a los “marxistas” y “gramscianos”. Quizas comprender más a Simón Rodríguez, a Tupac Katari, a Cesaire, a Mariategui y a Fanon. La descolonización del socialismo del siglo XXI es un reto pendiente. No basta disfrazarse de rojo rojitos. Podría ser una degradada muestra de “piel negra y máscara roja”.
Aunque el socialismo puede ser presentado como espectáculo, mascarada, como impostura, como existencia in-auténtica, hay que luchar por otras experiencias, formas y contenidos del nuevo socialismo. Existen múltiples maneras de estar y darle sentido a lugares, mundos y experiencias, para construir subjetividades desde la diferencia reconocida. Más allá del mundo occidental, hay policronías y polifonías de enunciación, hay nuevos territorios existenciales. Un socialismo de policronias y polifonias debe contrastar con el socialismo gris y monológico de la burocracia del siglo XX.
Socialismo no es burocracia sin fin, no cae del cielo ni brota de los infiernos del colonialismo, es además de democracia sin fin, aquel mundo donde caben múltiples mundos.
Sabemos entonces, que el totalitarismo tiene una genealogía distinta a la que nos pintan algunos malos lectores de Hanna Arendt. Comienza en el colonialismo.

miércoles, 3 de junio de 2009

REINVENCIÓN SOCIALISTA Y DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Javier Biardeau R.

Sería conveniente que los portavoces de la “vieja izquierda” se paseara por la polémica que emerge del artículo de Boaventura de Sousa Santos titulado: ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda? (disponible en http://www.kaosenlared.net/noticia/cuba-ha-vuelto-problema-dificil-para-izquierda). Sería un excelente pretexto para repensar las relaciones entre democracia y socialismo en las tradiciones de izquierda.
La democracia socialista no puede ser un tabú. Lo que ocurre con las tradiciones de izquierda en el mundo y en nuestra América no puede ser un tabú. A pesar del pertinente seminario sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo” en el Centro Internacional Miranda, el debate no se focalizó suficientemente en este tópico, profundizando en una agenda imprescindible. Se inició un debate y el debate debe continuar.
¿Puede existir transición al socialismo sin pensamiento crítico de izquierda? La respuesta es negativa. No hay cesarismo progresivo, directriz ideológica, decisionismo político o replica de modelos de “calco y copia”, que pueda sustituir instancias de debate que fecunden el pensamiento crítico socialista.
Desde nuestro punto de vista, el nuevo socialismo del siglo XXI implica una reinvención radical del imaginario socialista, más allá de los callejones agotados de las dos izquierdas, tanto la socialdemocracia reformista (Bernstein y sus derivados) como del marxismo-leninismo (Stalin y sus derivados).
La vía venezolana al socialismo democrático y revolucionario (denominación acertada del historiador británico Thompson) ganaría mucho en densidad teórica, en apalancamiento de la praxis de los movimientos sociales y de las políticas del gobierno bolivariano si asumiera la relevancia del debate, un auténtico balance crítico de inventario de las experiencias históricas de transición en el socialismo burocrático del siglo XX, para comprender los retos singulares y específicos de la propia transformación venezolana. Ganaría mucho si por ejemplo, superase la colonización de la mentalidad revolucionaria por la idiotización del dogma.
No existe posibilidad de apelar a un “socialismo científico” de cuño euro-céntrico, positivista y determinista, frente a las realidades del post-cientificismo, de crisis de la modernidad, del post-racionalismo, como lo denominó en su momento José Carlos Mariátegui (Defensa del marxismo), recolocando el lugar de la revolución teórica inconclusa de Marx, entre los programa de investigación-transformación que fecundan nuevos modos de reflexión crítica y revolucionaria para un nuevo socialismo. Ya no hay “gran teoría” revolucionaria, hay múltiples nodos de pensamiento crítico que pueden reinventar nuevos socialismos.
Aunque muchos repiten como loros que el socialismo debe ser “creación heroica”, sin especificar los lugares epistémicos, teóricos, metódicos, de intervención social de esta “creación heroica”, es imprescindible exigir a los loros dogmáticos que dejen de errar. Crear es configurar nuevas expresiones, formas, contenidos y experiencias. Nuevas prácticas, discursos y agenciamientos.
Doctrinarismo, calco y copia, liturgias, colonialidad del saber, consignismo y empirismo dominan aun el clima del “Socialismo del siglo XXI”. El asunto vital es reconocer qué territorios existenciales son novedosos para hablar del “socialismo del siglo XXI”, demarcarse efectivamente del socialismo burocrático del siglo XX en diferentes ámbitos interdependientes: económicos, sociales, políticos, militares, culturales, territoriales, ambientales e internacionales.
Es imprescindible la transición, pero no al viejo proyecto socialista estatista del siglo XX, al sovietismo tropical. Hay quienes quedan encallados en la polémica Kaustky-Lenin al abordar la democracia socialista. Este es el guión de la vieja izquierda, tanto reformista como marxista-leninista.
El asunto está en si se asume o no la democracia radical, la democracia participativa como nuevo paradigma de la democracia socialista. Demasiada evidencias teórica e histórica permitiría una relectura de Marx desde la idea de democracia radical, no desde el estatismo autoritario ni desde la el fin de la historia de la democracia liberal.
Hay planos de consistencia que permiten repensar el socialismo como democracia sustantiva, más allá del elitismo liberal-conservador y del arquetipo de la “nueva clase”. Existe un campo posible para repensar la democracia económica y social, más allá del fundamentalismo de mercado o de la planificación burocrático-centralista, que no confundan “nacionalizaciones” con “socializaciones”, ni “corporativismo estatista” con la “autogestión” y “control obrero de la producción”.
No es posible confundir hoy la contra-hegemonía cultural liberadora con el monopolio de la información-comunicación, con el despotismo del “gran hermano ideológico, cultural y comunicacional”.
Marx planteó convertir la democracia de “instrumento de engaño en medio de emancipación” (Maximilien Rubel investigó este matiz fundamental). En la actualidad, trabajos de D. Held, C.P. Mcpherson, Toni Negri, Frank Cunnigham, Ellen Meiksings Wood, Chantal Mouffe permiten el reconocimiento de las insuficiencias del liberalismo político para repensar la democracia radical. Es necesario imaginar opciones distintas a la sumisión al modelo Rawls, Bobbio, Arendt o Habermas desde lugares, mundos y subjetividades de Nuestra América, sin necesidad de empantanarse con un remix de la ortodoxia bolchevique ni del eurocentrismo.
Creación heroica es potenciar a fondo la democracia participativa, exigirle al socialismo burocrático que “descanse en paz”, para hacer y decir nuevas formas, expresiones, contenidos y experiencias socialistas, hechura de un proceso popular constituyente.
Pues burocratismo es la expresión concentrada del hábito constituido.