viernes, 29 de noviembre de 2013

AL SERVICIO DEL...¿IMPERIO?



Javier Biardeau R.
Imperio e Imperialismo son categorías manoseadas. Muchas veces poco comprendidas en su contenido y alcance. Desde muchos espacios se escucha que es preciso renovar la teoría clásica del imperialismo [1]. Desde muchos otros espacios, se señala que las supuestas superaciones de la teoría clásica del imperialismo son pasos en falso. Una brevísima referencia a ésta discusión es central para adentrarnos en el debate [2].
Sin embargo, más allá de este debate, es preciso no olvidar la tragedia de Venezuela como enclave petrolero controlado por los principales monopolios capitalistas de los países centrales del sistema-mundo. Luego, como economía extractivista-dependiente bajo el imaginario de la nacionalización chucuta en los siglos siglo XX y ahora a comienzos del XXI. Por su condición petrolera, Venezuela ha estado en el centro de la geopolítica mundial del siglo XX.
Esta es la verdadera tragedia de Venezuela en el siglo XX: su efectiva subordinación a centros de decisión ajenos a una voluntad colectiva nacional-popular autónoma. El siglo XX de Venezuela, se resumió en: Venezuela sumisa ante Washington. Todos los campos y esferas de la vida social refractaron esta condición de dependencia histórico-estructural, desde los directamente políticos y militares, hasta los campos culturales e intelectuales. De manera que quienes hablan hoy de sumisiones a China o a Cuba, sufren de un olvido selectivo. Se convierten en amnésicos intencionales que pretenden opacar la larga historia de sumisión a Washington y hacia el imperialismo, cuya historia se remonta a aquellas generaciones de lucha anti-imperialistas de los años 30 como Pio Tamayo, Gustavo Machado, Salvador de las Plaza e incluso al joven Rómulo Betancourt, aún no cooptado como agente de los intereses de Washington.
No es fácil de explicar el fenómeno histórico de amnesia selectiva que vive nuestro país y cómo segmentos de las capas medias y sectores dominantes presentan un síndrome de identificación o deseo de sumisión a Washington. Se puede, quizás entenderlo si recordamos el enfrentamiento entre la naciente entre las fuerzas democráticas venezolanas, la modernidad política y el régimen gomecista.
Ese enfrentamiento se resume en el choque entre el viejo orden oligárquico sostenido por el imperialismo, por fracciones capitalistas comerciales y bancarias, y la emergente insurgencia del bloque democrático y popular que arrastraba a una variopinta composición social de sectores, grupos y clases, pero de composición mayoritariamente popular, que aspiraban a una democracia de contenido social y de justicia, sin sumisiones a centros imperiales y superando la condición de enclave petrolero.
La intervención de una nueva dictadura militar de Pérez Jiménez, con su clara subordinación a Washington, luego del llamado trienio adeco, ha intentado ser justificada por la historiografía de los sectores dominantes, como un desenlace necesario e inevitable ante los excesos radicales y la falta de acuerdos con los factores de poder internacionales y nacionales. La culpa entonces fue de la víctima, retorica ya conocida y también difundida desde la historiografía de los vencedores.
Las consecuencias, dolorosas para Venezuela: una larga dictadura que sólo fue echada abajo cuando sus protagonistas directos no se subordinaron a los intereses de Washington, lo que implicaba no cejar en este intento de recuperación del proyecto de participación popular y de una democracia con justicia social, a pesar de quienes desde el exilio intentaban ponerle trabas a las acciones de la Junta Patriótica, y cualquier trabajo conjunto con el Partido Comunista de Venezuela para salir de la dictadura o con sectores de militares patriotas que efectivamente no consentían ni la subordinación a Washington ni la entronización de Pérez Jiménez en el poder, como fue el caso de Hugo Trejo, entre muchos otros.
El 23 de enero de 1958 abrió una compuerta de posibilidades, y las certeras maniobras de Washington y de sus aliados nacionales, sometieron a los sectores populares a un nuevo ciclo de fantasías y desilusiones, robándoles la posibilidad de establecer una autónoma dirección política de la insurrección popular y militar.
En este cuadro de maniobras, Betancourt ganó la batalla y el gobierno de unidad nacional se inclinaba no hacia un cambio profundo, sino hacia cambios sociales y económicos de corte gatopardo. Los intereses de Washington quedaron intactos.
Betancourt ganó una posición de ventaja con sus eficaces provocaciones contra las organizaciones y corrientes revolucionarias de izquierda, quienes desde la experiencia de la autodefensa armada tomaron el camino precipitado de la lucha armada encandilados ideológicamente por comparaciones con la revolución cubana, abandonando el trabajo político en las bases sociales de apoyo de masas.
El horizonte de la guerra fría, que ya se había proyectado sobre Venezuela desde mucho antes, y del cual Betancourt demostró ser un adelantado alumno, construyó en parte su legitimidad a partir de la lucha contra los extremismos, en este caso, el castro-comunismo. La amenaza real a los intereses de Washington fue (desde el primigenio gesto de autonomía del Gobierno de Medina hasta el Trienio Adeco) que EE.UU y sus aliados perdieran el control del Petróleo venezolano y de los principales recursos del país.
El enclave imperialista no estaba sólo en el control de recursos y decisiones claves, sino en la psique de las elites, en sus mentes y corazones como proclamó J.F Kennedy y su alianza para el progreso. De allí la importancia de enclavar el imaginario del Pentagonismo en el pensamiento y acción de las elites civiles y militares, como señalo Juan Bosch. Su respaldo: inversiones, armamento y entrenamiento militar.
En conclusión, EE.UU tenía bajo pleno control y subordinación a Venezuela, y como se ha dicho reiteradamente en lenguaje popular: tenía sus resortes de poder agarrados por las bolas. La vocería de los sectores dominantes responde a la ruptura del imaginario de identificación con Washington con una comprensible muestra de ansiedad ante la posibilidad de perder un puntal central que les garantiza escapar de la orfandad ideológica. Y sin Washington, ¿Quiénes somos? La respuesta para quienes dependen en su profunda personalidad de base de Washington es: somos nadie. Como dicen ahora: ¡me iría demasiado!
De manera sorprendente, en la actualidad, voceros de los sectores dominantes pretenden reactivar toda la cadena de narrativas anti-comunistas: desde del inciso sexto y del llamado betancourista frente a la amenaza del castro-comunismo hasta los cursos actuales de globalización exitosa, para intentar pasar a la ofensiva contra la Revolución Bolivariana. Chávez fue hasta hoy una pesadilla para la estructura de sentimientos de estos grupos. Para otros, fue la posibilidad cierta para darle voz y reconocer la lucha de la corriente histórica nacional-popular, sobre la que el genio de Bolívar tejió el proceso de independencia de un área geo-estratégicas de la Patria Grande. ¿Quiénes están al servicio del Imperio? Dirían: ¡Qué fastidio Bolívar, y pensábamos que era un cuadro pegado en la pared del Colegio!
El golpe del 11 de abril de 2002, así como el llamado sabotaje petrolero tuvieron olor a Washington y Petróleo, como lo tienen los actuales intentos de desestabilización del Gobierno de Maduro. Lamentable es observar en el seno de los dirigentes de los partidos del GPP, con honrosas excepciones, un conjunto de contradicciones electoralistas y sectarias en quienes deben calzar la etiqueta de ser Los hijos e hijas de Chávez. Lamentable que no asuman la estatura del legado revolucionario de Chávez (unidad revolucionaria y anti-imperialista) en el contexto de una historia que no es la de la pequeña política, sino que por los antagonismos que se anuncian, de la gran política.
Pero la historia no la hacen los deseos de las almas bellas, sino las fuerzas y las luchas en un cuadro de diferencias, tensiones, conflictos, contradicciones y antagonismos. El lenguaje de la guerra, para algunos voceros de los sectores dominantes, no concluyó en la década de los sesenta. Para ellos, es Fidel Castro y no el imperialismo norteamericano quien pretende controlar a Venezuela y a su petróleo. La amnesia tiene consecuencias políticas.
Si analizamos la historia contemporánea del siglo XX venezolano: ¿Quiénes se aprovecharon de la debilidad de los partidos políticos modernos en los años 30 para intentar influir ideológicamente en la sociedad, en las juventudes presentes en los liceos y universidades, como potenciales espacios de formación de nuevas elites? ¿No le quiso poner la mano el imperialismo norteamericanos a los aparatos educativos del país y ponerlos al servicio de su política de modernización? ¿No le quiso poner la mano el imperialismo norteamericano a los institutos militares y las Fuerzas Armadas para ponerlos al servicio de sus políticas de contención del comunismo? ¿No han sido sus mejores cuadros quienes han cacareado desde entonces que en Venezuela lo que hace falta es más modernización y más desarrollo capitalista?
Hay que estar muy alertas, pues las voces de los sectores dominantes llegan al colmo de considerar como un error político no darle un golpe de estado preventivo a la democracia venezolana en el año 1998 para impedir la llegada al poder a la propuesta constituyente de Hugo Chávez. A Chávez se le acusó desde entonces de las intenciones reales que proyectaban sobre su figura las elites del poder: totalitario, dictador, comunista, tirano y autócrata son términos manidos por quienes en nombre de una democracia a su medida, y que en realidad es un sistema de gobierno tutelado por Washington, acarician la tesis del golpe perfecto para su pasión de Vete ya.
El drama de las pasiones más entremezcladas con las vísceras que dominan las afecciones del alma de sectores radicales antichavistas es que Chávez partió físicamente, pero la revolución bolivariana sigue presente. Esto solo es posible a través de un¿Fraude?
Que Venezuela no esté controlada totalmente por el poder de Washington, es justamente lo que hace rabiar de máxima hostilidad a estos sectores aún dominantes en ciertas esferas reales del poder en el país. Lo cierto es que Chávez no avanzó más en la revolución porque una revolución sin pueblo organizado y movilizado para hacerla, se quedó atascada en las meras luchas de la pequeña política por órganos constituidos para tramitar pequeñas cuotas de poder, incluidos partidos políticos sin audacia revolucionaria que siguen sin demostrar la estatura estratégica que demostró Chávez en los momentos más difíciles.
Tampoco avanzó más porque hay una feroz resistencia de los factores económicos de poder y de sus grupos auxiliares. De manera que los órganos y aparatos del Estado venezolano están atravesados por múltiples conflictos de intereses con olor a conflictos entre sectores, grupos, clases y fracciones. En ese esfuerzo, Chávez logro posicionar una agenda de luchas, un programa para la Independencia y la construcción del Socialismo que aún sigue siendo materia pendiente.
A algunos de los hijos e hijas de Chávez podría asustarles el reto, prefiriendo buscar el camino fácil de las moderaciones concertadoras, lo que llevará inevitablemente a convertirlos en servidores del Imperio. De manera, que Washington ha abierto sus brazos para recibir a los descarriados por la aventura histórica de la revolución bolivariana.
Veremos quienes se dejan abrazar por el pacto que dibuja la trayectoria de la moderación concertadora. No será la primera vez que rabiosos antiimperialistas y retóricos marxistas se abracen con las demandas del Imperio, para ser cooptados, remodelados y reconvertidos en funcionarios respetables de las personificaciones del Capital. Esto es cuento viejo, como las mentiras de los servidores del Imperio.
Pero debemos enfatizar una arista. El proyecto revolucionario de Hugo Chávez en vida, pretendió sin engaños ni dobleces hipócritas refundar la República y transformar desde raíz al Estado Venezolano, expulsando de su seno a todos los factores de poder que pretendían levantar el vuelo de un proyecto de privatización neoliberal y desnacionalización del país. Eso implica aún la transformación de las instituciones políticas, el papel de los medios de comunicación, de los aparatos educativos, superar los chantajes de diversas fracciones de los sectores económicos dominantes, poner a PDVSA y la Fuerza Armada al servició del pueblo y las tareas del desarrollo integral de la Nación. Léase bien, no al servició de Washington ni de las corporaciones transnacionales que conforman la actual estructura de Comando del Imperio. Si analizamos la profundidad y alcance del termino revolución, aún hay demasiados retos pendientes.
El error histórico fundamental de los sectores dominantes del país sigue siendo confundir su idiosincrasia servil a Washington, con la totalidad de la Cultura nacional, de allí su recurrente ciclo de destrucción de Bolívar como héroe popular, con alma, carne y hueso de independencia y lucha nacional-popular.
Sin embargo, cabe reconocer, que los sectores dominantes manipulan a su antojo la tradición democrática del pueblo venezolana, siempre dándole una dirección hacia las reformas, la moderación, los límites y el culto a la representación política. Así mismo, han sabido construir desde la condición rentista y dependiente, una cultura consumista, unos hábitos hacia la ostentación, el despilfarro y lo suntuario que sustituyen los viejos y dolorosos grillos de Gómez por una fantasía ligera y un acondicionamiento de masas, que requeriría de profundos estudios psicosociales alrededor del mito de la soberanía del consumidor. La peor demostración de esto es el modelaje del consumismo rojo, rojito.
De manera que hay que reconocer que Hugo Chávez, en cierta forma, no superó estos pesados obstáculos, y lo que logro hacer utilizando su carisma y los altos precios petroleros fue postergar una realidad que conforma un verdadero iceberg a proa en la Revolución. El socialismo puede ser reconvertido y metabolizado en un simulacro de aspiraciones de consumismo.
El hecho real de que amplios sectores sociales hayan mantenido una permanente oposición a la revolución bolivariana; y lo que es peor, que exista una franja muy importante de potenciales canales de desplazamiento de segmentos blandos y autodefinidos como ni-ni hacia un imaginario funcional a la subordinación al servicio del Imperio, permite excavar en las reales fuerzas de transformación estructural de la sociedad venezolana. La correlación electoral de fuerzas es sólo un efecto de superficie de procesos más profundos, no sólo de la política y la cultura política, sino de los imaginarios sobre los modos de vida.
El predominio del imaginario consumista y mayamero se sigue manifestando de distintas maneras. El status y el éxito se sigue midiendo con símbolos y signos que corresponden a las expectativas y modos de vida controlados fundamentalmente por estilos de vida y consumo que poco tienen que ver con los objetivos nacionales trazados por la revolución bolivariana. De manera, que desde el punto de vista de la ideología-cultura del consumismo, al parecer aquí todos estamos al servicio directo o indirecto del Imperio, con la excepción de algunas mentalidades espartanas que plantean como hecho prioritario una revolución cultural para socavar los resortes más profundos de la dominación.
Cada día es posible constatar cómo se desvanece aquel discurso afiebrado de Chávez por el buen vivir en la propia alta dirección política de la revolución, y parece que compran el paquete ideológico del bienestar como consumo de alto estatus y llave en mano. ¿Habrá fracasado ostensiblemente allí el llamado legado de Chávez?
Las consecuencias están a la vista y ponen en jaque a la revolución bolivariana. El Imperio se frota las manos, pensando que es cuestión de desgaste y tiempo. Luego de los sucesos electorales de abril, la gran pregunta fue: ¿Y porque votaron en contra de la revolución un segmento nada despreciable de chavistas? Algunos ubican las respuestas en la escogencia de Nicolás Maduro como heredero de Hugo Chávez. Se plantea a volumen bajo que no representa ni la personalidad, ni la fortaleza necesaria ni las capacidades requeridas para la delicada situación.
Sin embargo, desde mi punto de vista, fue el reforzamiento en exceso patente del carisma y personalidad de Chávez durante 14 años, utilizándolo como factor esencial del sistema de conducción política, el boomerang que hubiese sufrido cualquiera de los que hubiesen sido seleccionados como sucesores de Chávez. Se trata de la clásica paradoja de heredar una debilidad producto de una gran fortaleza anterior.
De manera, que no son sólo los llamados apóstoles de Chávez, lo que tienen que estar a su altura, sino que hay que ser más realistas con los techos heredados por el llamado legado de Chávez. Es contradictorio buscar a Chávez en Maduro, Adán, Cabello, Ramírez o Jaua. La dirección carismática del proceso no puede ser sustituida con un carisma manufacturado, sino por una dirección colectiva, que forme verdaderos cuadros políticos preparados para el relevo generacional a Chávez. Y esto se hará en las peores condiciones. Con Chávez fuera de la escena.
Por ejemplo, los retos de la crisis del modelo económico no pueden superarse a partir de una propaganda que repite la letanía sobre Chávez. Es un reto real para la dirección política del proceso. ¿Cuentan con capacidades y apoyos suficientes para manejar la situación? Por ese flanco viene gran parte de la embestida imperial.
No es posible alegrarse de una transición al socialismo que en los hechos celebra que el crecimiento económico dependa de los sectores bancarios y especulativos. Ese crecimiento está al servició de los intereses del imperio, por si no se han dado cuenta.
¿Quién tiene el sartén agarrado por el mango ahora? ¿Quiénes concentran ahora los dólares petroleros? En este pulso económico, suponer que hay que dejar por fuera la organización y movilización del poder popular en las tareas de la revolución es el peor error. Ese error puede costar muy caro y si se comete, los ganadores serán los servidores del ¿Dijo usted imperio? ¡Bah, fantasías de trasnochados!

¿DE CUÁL LEGADO DE CHAVEZ ME HABLAN?



Javier Biardeau R
Es casi obvia la polémica sobre el llamado “legado de Chávez” en las páginas de Aporrea y en otros medios de difusión y comunicación. La polémica es en parte derivada por puntos de vista disimiles, como por el uso de evidencia contradictoria: textos, discursos, entrevistas, decisiones e intervenciones del propio Chávez a lo largo de 22 años de entrada en la escena política desde la rebelión militar del 4 de febrero de 1992.
Con la salida física de Chávez de la escena política el 5 de marzo de 2013, quedan las diferentes interpretaciones de su legado político y los efectos materiales y textuales de su pensamiento y acción.
La revolución bolivariana, y lo que ahora llaman “chavismo”, se debate en la inmanencia de estas interpretaciones, en sus conflictos y acuerdos básicos.
El problema que se presenta con esta situación, es que son pocos y cada vez menos los espacios para dilucidar con rigor de pensamiento y un mínimo de ética política, tales interpretaciones y posicionamientos. Y si a esto se agregan dispositivos de censura y de monopolio del pensamiento autorizado de Chávez, el cuadro se complica gravemente.
En este marco, escuché hace algunas semanas atentamente al Ministro Merentes conversando con José Vicente Rangel, y la impresión final es que por “pragmatismo” debemos comprender la convivencia necesaria entre el capital privado y el Estado en función del “desarrollo nacional”, así como concebir una “economía mixta” que presente al “socialismo” como “distribución de la riqueza” sin afectar el cuadro de reglas básicas de la economía capitalista de mercado.
Es evidente que tales planteamientos son funcionales a una izquierda reblandecida, al reformismo de siempre, a la socialdemocracia y al desarrollismo del que viven los políticos y economistas “pragmáticos” y “realistas” de todos los pelajes.
No hace falta ser un especialista en análisis del discurso o de contenido para comprender que la audiencia objetivo de esa entrevista eran fundamentalmente los sectores empresariales y algunos sectores de las capas medias del país.
Asociar a Merentes con la resolución de los “cuellos de botella” de la economía y con la concertación de políticas entre Estado y sector privado es parte de un mensaje continuado que aparece en toda la orquestación mediática (oficial o no). La narrativa de Merentes “el bueno” y Giordani “el malo”, es otro de los cuentos mediáticos que se tragan las audiencias pasivas.
Por mi parte, observo estas narrativas como los efectos de las contradicciones de fondo sobre la clarificación de las ideas socialistas del gobierno de Maduro.
Probablemente, sin la cobertura política e ideológica de la presencia de Chávez, del árbol sólo quedará decir: “por sus frutos los conoceréis”. El carisma de Chávez articuló no sólo a un pueblo desencantado y desilusionado por el fracaso de la llamada cuarta República para abordar con éxito la “cuestión social”, la canalización de las luchas anti-neoliberales que ponían en riesgo la existencia misma de centros nacionales de decisión y las demandas de mayor democratización de las esferas de poder, sino que también también amalgamó con éxito un lamentable archipiélago de izquierdas, micro-fracciones y algunos notables “independientes” cuyo mínimo común se había difuminado por otro legado: la derrota estrepitosa de la izquierda revolucionaria desde los años 60, y su debilidad electoral orgánica hasta la llegada de Chávez al gobierno.
Ese archipiélago de agrupamientos “arrimado” a Chávez bajo la tesis de que a “el que a buen árbol se arriba, buena sombra lo protege”, debe ahora enfrentarse desde sus propias fuerzas y capacidades a sus propias sombras y encandilamientos ideológicos.
Por cierto, si algo deben valorar de Chávez todos esos partidos, individualidades y organizaciones de izquierda es la de haberles dado la oportunidad de reposicionar ideas, prácticas y valores asociadas al antiimperialismo y al socialismo, en un cuadro de profundización de la democracia en la dirección del ejercicio directo de la soberanía popular. Ese guion estaba hecho trizas en los años 80 y 90. Sólo el llamado a una constituyente puso de nuevo sobre el tapete la combinación entre realismo político y fantasía utópica, sin la cual la política es sólo arte pragmático de lo posible para negociar una arena de intereses entre factores de poder.
Hugo Chávez, ya en un cuadro de complicación de su salud, llamó en el mes de diciembre del año 2012 a la unidad nacional y revolucionaria bajo el entendimiento de la probabilidad de ocurrencia de los peores escenarios. Y ocurrió lo peor.
Ya Hugo Chávez no está presente físicamente para intervenir directamente en el manejo de las contradicciones internas. En este contexto, ¿habrá madurado el archipiélago de las izquierdas y de grupos aparentemente nacionalistas (que de izquierda parecieran tener poco), sobre cómo entender el manejo de las contradicciones en su seno, y en el seno del pueblo, tal como señaló en alguna oportunidad Mao?
La viabilidad de una era post-Chávez depende de la resolución de esa interrogante.
Por otra parte leí con atención escritos de Carlos Lanz quien insistía en los textos del “Programa de la Patria” y en el “Golpe de Timón” sobre dos objetivos centrales de lo que se sintetiza el llamado a “traspasar la barrera del no retorno” (es decir, bloquear cualquier intento de restauración del punto-fijismo y de la hegemonía del capitalismo): a) desmontar el Estado Burgués, b) romper definitivamente con la lógica del Capital.
Es claro que tomar la primera vía esbozada por Merentes en la entrevista con JVR, se convierte en algún momento y circunstancia precisa en una contravía para la interpretación de Carlos Lanz (entre otros que opinamos que en algún momento habrá que resolver la ecuación de poder que haga viable ese propósito; es decir, con cuales relaciones de fuerzas se supera el capitalismo y el Capital que por cierto no son exactamente lo mismo). Al parecer aquí hay sectores que se han reconvertido en minimalistas y concertadores, y otros en maximalistas sin mediaciones con las relaciones de fuerzas concretas que presiden una situación.
Ciertamente, la “conciliación de clases” es un enunciado ausente de las consecuencias de seguir con coherencia una clara política revolucionaria de no retorno elaborada por Chávez.
La posibilidad del socialismo, como transición anticapitalista, se juega en el cuadro de los conflictos políticos de clase; y como señaló Gramsci en su clásico escrito sobre “El análisis de situaciones. Relaciones de fuerzas” (http://www.gramsci.org.ar/tomo4/065_analisis_situc.htm, existirán repercusiones incluso en el ámbito internacional y militar. ¿Quiénes pueden señalar que luego de los resultados electorales de abril, la correlación de fuerzas es ampliamente favorable para un acelerado tránsito a medidas radicalmente socialistas? ¿Quiénes están trabajando en función del fortalecimiento de este aspecto electoral de la correlación de fuerzas, y en otros aspectos organizativos, de movilización, políticos y militares de la correlación de fuerzas? ¿Quiénes están trabajando efectivamente en la unidad, articulación, acumulación de fuerzas revolucionarias?
Los documentos más recientes de “Marea Socialista”(http://www.rebelion.org/noticia.php?id=168369; http://www.rebelion.org/docs/172887.pdf), por su claridad de ideas, advierten sobre la perdida de rumbo de la revolución bolivariana ante el actual cuadro de política económica y sus indefiniciones sobre cuáles serían las medidas a tomar para clarificar el rumbo de la transición al socialismo y defender las conquistas de la revolución bolivariana. Sin embargo, el tema sustantivo sigue siendo cómo ir más allá del diagnóstico y pasar a la agregación de una voluntad colectiva nacional-popular que haga posible superar el actual cuadro de política.
Cabe reconocer que estas ideas no encuentran amplias resonancias en el chavismo popular, que sigue siendo un mar de orientaciones disimiles, de aspiraciones redistributivas, de consuelos reivindicativos, de agrupaciones con fuertes dosis de narcisismo cobijadas en el cuento de que dos singularidades son un “movimiento social”. No hay partido alguno en el GPP que abandere sin mezquindades la unidad de propósitos a la que llamó Chávez en diciembre del 2012. Desde el más grandote al más chiquitico se observan signos de debilidad electoralista y sectarismos. Los mariscales de la derrota se hacen pasar por imitadores del gran estratega Chávez.
Además de corrientes como “marea socialista”, hay que reconocer un variopinto y numeroso conjunto de colectivos, fuerzas políticas, organizaciones y movimientos que son mucho más que un “saco de gatos”, que apuntan a mostrar su inconformidad frente a una opción que implique abandonar el “legado revolucionario” de Chávez en la actual coyuntura y que aspiran que existan reales espacios de debate y manejo colectivo de políticas y decisiones.
Se le critica a la alta dirección del PSUV y del Gobierno que no contribuya a construir una dirección colectiva del proceso, y se cuestiona que esta idea sea un mareo para que sea el mismo cogollo de siempre el que tome las determinaciones finales.
Por otra parte, gente que piensa evidentemente distinto en ciertos temas fundamentales, como Vladimir Acosta, Toby Valderrama o Nicmer Evans advierten sobre el extravío ideológico y político con relación al “legado de Chávez”; y paradójicamente tienen en rasgo común el que fueron sometidos al implacable tribunal de la censura por no acatar la línea política tácita y correcta del “oficialismo”; es decir, por criticar las acciones, discursos o decisiones del gobierno de Maduro pasaron a formar parte de una “desviación ideológica” que tiene evidentes consecuencias en su permanencia como voceros de opinión en espacios oficiales de la revolución.
Por cierto, el lenguaje de las “desviaciones ideológicas” se institucionalizó en la URSS en 1928 aproximadamente en un periplo que paso desde la liquidación de la “oposición obrera” a la liquidación de la “plataforma de oposición de izquierda”, para abiertos objetivos de control vertical de opiniones (desde ese momento “disidentes”) desde el aparato político (del Estado y del partido-único), disolviendo así el caldo de cultivo de la lucha entre tendencias, pues si toda opinión contraria al dictat del aparato es desviación, toda desviación es el preámbulo de la división y la traición. En fin, de allí al delito de “enemigos del pueblo” había una lógica circular e implacable. Se pueden hacer algunas analogías con conductas de los funcionarios del aparato en Venezuela.
De manera, que la unidad anhelada por Chávez pareciera estar siendo echada por tierra desde arriba y desde las mezquindades también presentes desde abajo. Si no se constituyen mecanismos y espacios efectivos de debate entre opiniones y tendencias en función de la unidad de propósitos (encontrar el mínimo común de todas las fuerzas sociales y políticas que apoyan la revolución bolivariana), entonces los viejos errores del archipiélago de las izquierdas aparecerán con su sello de fábrica, y las consecuencias serán harto desastrosas.
Por otra parte, si no se parte del reconocimiento de las propias opiniones contradictorias de Chávez a lo largo de 22 años de trayectoria en la escena política, el legado revolucionario de Chávez enfatizará no la unidad de propósitos en función del cambio estructural de la sociedad venezolana, sino todas las fuerzas centrifugas que podrían explotarse para mostrar que “del árbol caído se hace leña”, utilizar a Chávez para justificar los propósitos propios de cada micro-fracción (aunque se llame PSUV); es decir, el “narcisismo de las pequeñas diferencias”. No por pura casualidad, un anterior aliado, luego radical opositor llamo a la revolución bolivariana un “Minestrón ideológico” (Miquelena dixit)
Finalmente se respira un problema en el ambiente. Sobre si Chávez era socialdemócrata o marxista, para poner un ejemplo que pareciera estar en la palestra, podrían hacerse numerosas pesquisas, siempre que se clarifiquen los términos que se usan.
Esto último lo digo porque no era lo mismo ser socialdemócrata en 1905, por ejemplo, Rosa Luxemburgo y Lenin lo eran, que serlo en la actualidad, lo cual significa simple y llanamente “liberalismo social” y claro “reformismo”; es decir, administrar la gestión del capitalismo sin modificar sus estructuras.
Igual ocurre con el término marxismo: ¿Qué significar hoy definirse como “marxista”? ¿A cuál marxismo de todos los marxismos realmente existentes se hace referencia?
Lamentablemente Chávez no está para que diga lo que piensa sobre estos temas.
De manera que hay situarse adecuadamente en circunstancias de tiempo, modo y lugar para desentrañar cómo cada actor utiliza sus marcos de interpretación, sus guiones ideológicos, como diría Umberto Eco, sus diccionarios y enciclopedias.
Sobre este último punto, siempre me llamaron la atención las líneas escritas de la entrevista de Sean Penn a Chávez en el año 2008 (http://www.prensadefrente.org/pdfb2/index.php/a/2008/11/30/p4232), como las declaraciones de Chávez en el año 2010 autodefiniéndose como cristiano y marxista (http://www.noticias24.com/actualidad/noticia/137694/chavez-ratifica-que-es-marxista-pero-ademas-dice-que-es-cristiano/). En la primera entrevista es posible leer:
“Hitchens está sentado en silencio, tomando notas durante toda la conversación. Chávez reconoce un brillo escéptico en sus ojos. –CRÍS-a-fer, hazme una pregunta. Hazme la pregunta más difícil. Ambos comparten una sonrisa. Hitchens le pregunta: –¿Cuál es la diferencia entre usted y Fidel?”. Chávez dice: –Fidel es comunista, yo no. Yo soy socialdemócrata. Fidel es marxista-leninista. Yo no. Fidel es ateo. Yo no. Un día discutimos sobre Dios y Cristo. Le dije a Castro: “Yo soy cristiano. Creo en los Evangelios Sociales de Cristo". Él no. Simplemente no cree. Más de una vez Castro me ha dicho que Venezuela no es Cuba, que no estamos en los años sesenta. –Ya ve –dice Chávez–. Venezuela tiene que tener un socialismo democrático. Castro ha sido un profesor para mí. Un maestro. No en ideología, sino en estrategia.”
En el segundo documento (audiovisual), Chávez, plantea en el marco de una particular interpretación de la metáfora del despegue económico (¿Rostow dixit?) en el marco de la crisis del capitalismo que: “Yo soy marxista y soy cristiano, y creo que el marxismo y el cristianismo pueden ir agarrados de la mano por el camino del hombre, del ser humano, de la dignidad de los pueblos”.
De manera que es muy difícil no darse cuenta que es posible explotar estas opiniones de Chávez para fines particulares que apoyen o la tesis de la socialdemocracia en Chávez o la tesis del marxismo revolucionario, incluso de no ser enemigo de la revolución comunista aunque en estos momentos eso no este planteado como señaló en otras entrevistas (¿O es que caso Marx no era básicamente un pensador comunista?).
El asunto principal, sin embargo, no es sólo este, sino clarificar las intencionalidades políticas que se están moviendo tras la escena en función de fortalecer o no la unidad de propósitos para continuar el legado revolucionario de Chávez; o quienes realizan una operación de distorsión deliberada de la dirección, contenido y alcance dado a la revolución bolivariana de acuerdo a la coherencia del mensaje de campaña de Chávez para conquistar su última victoria en octubre de 2012. ¿O es que acaso no hay diferencias ostensibles entre la campaña del 2012 y la campaña del 2013? He allí el asunto.
Por tanto no me hablen del “legado de Chávez” como fórmula imprecisa, con criterio de mescolanza ideológica, sino del legado revolucionario de Chávez como orientación final hacia la Democracia socialista y hacia una economía de transición caracterizada como mixta pero con carácter socialista (con predominio de la propiedad social directa e indirecta sobre el gran capital y sobre sus fracciones especulativas, por ejemplo), no de carácter predominantemente capitalista como la que se apuntala con el cuadro de política económica, desarrollismo y reformismo que patéticamente aparece en la praxis efectiva de la política pública del presente.
No me enreden las palabras, por favor. Como tampoco nos hagamos los locos celebrando que nos presten 5 mil millones de dólares Chinos (por cierto, una China socialista que puede apoyar la revolución bolivariana como no hacerlo, como hicieron con Allende y luego apoyar a Pinochet, no olvidemos) para correr la arruga, cuando no sabemos aún a quienes les dimos 20.000 millones dólares en el SITME en el año 2012 y donde están los reales beneficios de esta masiva transferencia de divisas.
Lo demás son cuentos, imaginarios, simulacros y espectáculos de la orquestación mediática que ya todos conocemos (¿O acaso Chávez no incito a decodificar críticamente los medios, incluso los medios oficiales?). Tampoco manoseen tanto a Chávez para fines de legitimación de una secta, un grupúsculo o fracción que se enarbola como la auténtica voz revolucionaria. Eso es síntoma de naftalina revolucionaria, un síntoma de no haber metabolizado la derrota de los años 60.
En fin de cuentas y de cuentos, no creo que el legado revolucionario de Chávez pueda tramitarse como un vulgar “Pote de Humo”. ¿Están contribuyendo a la unidad y acumulación de fuerzas?
Ojala rectifiquen todos, pues sin rectificación habrá razones de sobra para tomar distancia del previsible descalabro. Y no busquen chivos expiatorios. Saquen del baúl las tres R, las seis R o sólo una R: Revolución, no rapiña sobre los recursos públicos.