Javier Biardeau R.
Por paradojas de la historia, en el prólogo de “El Estado y la revolución”, Lenin dice: “Después de su muerte (de los grandes revolucionarios), se intenta convertirlos en santos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así; rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para ‘consolar’ y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola”.
Desde nuestro punto de vista, fue precisamente esto lo que ocurrió con el propio Lenin, cuando fue metabolizado por la contra-revolución estalinista. Fue Stalin quién enarboló toda una maquinaria de propaganda alrededor de las “banderas del leninismo”. Aún reconociendo el filo revolucionario del leninismo con relación a la tesis de la “extinción del Estado” y la “transición al socialismo”, la gran paradoja consiste en comprender cómo el leninismo, como “nombre y aureola”, devino en la prefiguración del Socialismo de Estado.
Hay al menos tres cuestiones en el leninismo que son fundamentales para abordar los extravíos de las transiciones a la democracia socialista: a) una cuestión política que gira alrededor de la tesis de la “dictadura del proletariado”, b) una cuestión económica que gira alrededor del papel progresivo del “capitalismo de estado”; y no menos importante, c) una cuestión epistemológica, derivada de la “interpretación positivista de la ciencia”, presente en Engels, Kautsky y en toda la tesis del “socialismo científico”, asumida por Lenin en su ¿Que hacer?.
Nuestra posición es que haber descuidado el entrelazamiento de estos tres aspectos explica una ceguera que facilitó la edificación del estatismo autoritario en la URSS. Sin una crítica radical y revolucionaria a estos tres eslabones, será muy difícil no repetir los errores del colectivismo burocrático. Habría que recordar planteamientos del “comunismo de consejos”, cuando planteaba que: “La lucha del proletariado no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el Poder del Estado, sino también una lucha contra el Poder del Estado mismo” (Antón Pannekoek).
Mientras Marx planteó su aguda crítica contra cualquier deificación del Estado al colocarlo por encima de la sociedad, la experiencia posterior condujo a un fortalecimiento del estatismo burocrático-autoritario. En una silenciada polémica con lo que sería las afinidades coyunturales entre el “cristianismo aplicado” de Bismark, con su “revolución desde arriba”, y Lasalle, Marx planteó en contraposición (Crítica al programa de Gotha): “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”.
En su crítica Marx planteó: “Cabe, entonces, preguntarse: ¿que transformación sufrirá el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista medía el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”
Lenin elaboró toda una línea política de este enunciado, minimizando lo planteado por Engels en 1891 y 1895, con relación a la República Democrática y la revolución de la mayoría. El poder constituyente es disuelto por la “dictadura sobre el proletariado” y el elitismo revolucionario. Allí se produce una disyunción entre la revolución democrática y socialista.
Una descontextualización de los enunciados de Marx y Engels de su mundanidad histórica, social y política (Said), generó toda una dogmática doctrinaria. Como ha planteado el propio Adam Schaff (El comunismo en la encrucijada), fue Lenin quién modifico deliberadamente el enunciado planteado por Engels,: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa.”. Lenin adultera el enunciado en su cita en el Estado y la Revolución: "Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado.”(El Estado y la Revolución; cap IV).
A partir de allí, es fácil comprender la precariedad del imaginario democrático para abordar las tareas de la transición y la imposición sobre los consejos de la “línea correcta del partido”. Además, la concepción Leninista del "Qué hacer", una conciencia que viene suministrada a los trabajadores desde fuera, a través del partido (unidad de “ciencia” y “dirección política”), es una clara manifestación de una concepción jacobina-burguesa de la revolución. Luego, la historia hecha por los “grandes hombres” encontró una expresión concentrada en el culto a la personalidad y la infalibilidad del partido. De allí al cesarismo progresivo (Gramsci), hay un solo paso.
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