Anton Pannekoek
Javier Biardeau R
Al parecer en Venezuela, el pensamiento crítico socialista (que desde ahora solo podrá llamarse Eco-Socialista) comenzará a salir de su inmadurez política y ético-cultural en la que se encuentra sumergido desde décadas, cuando logre romper su lamentable seguidismo ideológico, su dependencia y colonialismo intelectual, su infantilismo para consumir guiones, recetas y tantos “calcos y copias”.
Hasta ahora ha demostrado su inocultable incompetencia para abordar las tendencias del presente histórico, que afectan la configuración de pensamientos autónomos, consistentes y con cierta profundidad, para enfrentar los desafios del siglo XXI.
Se trata nada más y nada menos que confrontar resistencias y censuras, que además impiden cuestionar y cuestionarse hasta la raíz, que sirven a cualquier dogmatismo o vulgarización, o a lo que es peor, a cualquier “programación ideológica”, de acuerdo a lo revelado por una semiótica política de los registros imaginarios y simbólicos.
La historia de la izquierda revolucionaria en América Latina es la historia de su primigenia bolchevización y de su coloniaje histórico-cultural. Repetir a estas alturas, como reflejos condicionados, creencias y consignas que giran en círculos viciosos sobre la tesis de la “veneración supersticiosa del Estado”, o sobre la llamada “moral de constructor del comunismo” propia del “marxismo soviético”, sin comprender la necesaria transformación democratizadora del Estado, o la reflexión crítica a fondo sobre el carácter libertario de la ética eco-socialista labrada desde nuevos imaginarios populares, hacer perder la mira sobre la urgente socialización del poder (¡oh, el temido poder!), para ir demoliendo el sello de dominación de clase, de negación cultural y discriminación social que caracterizan a nuestros tejidos sociales y políticos.
Hay que comprender que hay un “más allá del Estado” en la gestión social de modos alternativos de producción, apropiación, distribución e intercambio, para un “más allá del Capital” que deviene, ante la crisis ecológica mundial, necesariamente post-productivista y post-consumista (¿Qué significa hoy “Desarrollo Socialista”?...pues nada).
Sin comprender finalmente, las líneas de fuerza ni los campos de batalla que se perfilan bajo el colapso de la matriz epistémica de la Modernidad occidental, de la cual los nombre propios y singulares de Marx y Engels, bebieron, y también se intoxicaron (Marx/Engels: ideólogos de la Modernidad euro-céntrica/Apología de las fuerzas productivas del Capital, podría ser el título de cualquier foro).
El horizonte eco-socialista no puede orientarse por derruidos faros ideológicos que no llevan sino a naufragios colectivos. No basta masticar alguna que otra frase extraída de cualquier manual que comience con el rimbombante subtítulo: “Academia de Ciencias de la URSS”, o con compilaciones estructuradas por una nada inocente mano política: “Marx, Engels y Lenin-Fundadores del Socialismo Científico”.
Dejémonos de idioteces. Ni siquiera son banales ideologizaciones. Son idiota-logiciales: “Socialismo-tips”, algoritmos de pensamiento totalmente predecibles y estructurados como una dogmática.
No nos hagamos los locos. No es tiempo de citas de autoridad, sino de pensar de verdad-verdad, de ejercer las soberanías cognitivas, sin las cuales las demás soberanías son subterfugios de la sumisión.
Se trata de des-aprender (desprendimiento y apertura) casi todo lo que significó el imaginario y el lenguaje del socialismo realmente inexistente, que fabuló que existió “socialismo” por simple mimetismo político-cultural, o por caligrafía literaria de un pensamiento domesticado que no permitía "cambiar la vida".
No solo se trata de dar cuenta del derrumbe del “socialismo real” (1989). El patético asunto es que esos regímenes político-económicos no fueron nunca sino caricaturas de socialismo, o a lo sumo auténticos “Socialismo de Estado” (1920-1989) (y la tragedia de muchos que se creyeron el relato o se lo siguen creyendo); es decir, de "electrificación sin soviets", sin figura alguna de democracia socialista. Allí esta la clave, no en la propiedad estatal, ni en un remix de la moral soviética. Está en la cruda ausencia de democracia socialista.
Recordando para fines de polémica dialógica, palabras del singular Pannekoek:
“En el sistema del socialismo de Estado, es esta burocracia de funcionarios la que, considerablemente ampliada, dirige la producción. Estos disponen de los medios de producción, tienen el comando supremo del trabajo. Deben ocuparse de que todo marche bien, administran el proceso de producción y determinan la distribución del producto. Así, los trabajadores han encontrado nuevos dueños, que les asignan sus salarios y guardan a su disposición el resto de la producción. Esto significa que los trabajadores aún son explotados; el socialismo de Estado puede llamarse también con razón capitalismo de Estado, de acuerdo con el énfasis que se dé a sus diferentes partes, y con la mayor o menor influencia que se adjudique a los trabajadores.” (Consejos Obreros)
Pannenkoek lanzaba su dardo contra la socialdemocracia y el llamado socialismo soviético: “A la clase trabajadora no pueden liberarla otros; sólo puede liberarse por sí misma”.
Allí se juega la polémica sobre el “Adiós al proletariado” (Gorz). ¿Fue un adiós o un hasta luego?
Apenas se asoma la muchedumbre: ¡Oh, peligrosa turba! ¡Oh, condenados de la tierra! ¡Y además osan gobernarse por si mismos! ¡Oh, cadáver insepulto de la multitud!
Sin mulitud no habra ninguna revolución.
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