Javier Biardeau R.
Imperio e Imperialismo son categorías manoseadas. Muchas veces poco comprendidas en su contenido y alcance. Desde muchos espacios se escucha que es preciso renovar la teoría clásica del imperialismo [1]. Desde muchos otros espacios, se señala que las supuestas superaciones de la teoría clásica del imperialismo son pasos en falso. Una brevísima referencia a ésta discusión es central para adentrarnos en el debate [2].
Sin embargo, más allá de este debate, es preciso no olvidar la tragedia de Venezuela como enclave petrolero controlado por los principales monopolios capitalistas de los países centrales del sistema-mundo. Luego, como economía extractivista-dependiente bajo el imaginario de la nacionalización chucuta en los siglos siglo XX y ahora a comienzos del XXI. Por su condición petrolera, Venezuela ha estado en el centro de la geopolítica mundial del siglo XX.
Esta es la verdadera tragedia de Venezuela en el siglo XX: su efectiva subordinación a centros de decisión ajenos a una voluntad colectiva nacional-popular autónoma. El siglo XX de Venezuela, se resumió en: Venezuela sumisa ante Washington. Todos los campos y esferas de la vida social refractaron esta condición de dependencia histórico-estructural, desde los directamente políticos y militares, hasta los campos culturales e intelectuales. De manera que quienes hablan hoy de sumisiones a China o a Cuba, sufren de un olvido selectivo. Se convierten en amnésicos intencionales que pretenden opacar la larga historia de sumisión a Washington y hacia el imperialismo, cuya historia se remonta a aquellas generaciones de lucha anti-imperialistas de los años 30 como Pio Tamayo, Gustavo Machado, Salvador de las Plaza e incluso al joven Rómulo Betancourt, aún no cooptado como agente de los intereses de Washington.
No es fácil de explicar el fenómeno histórico de amnesia selectiva que vive nuestro país y cómo segmentos de las capas medias y sectores dominantes presentan un síndrome de identificación o deseo de sumisión a Washington. Se puede, quizás entenderlo si recordamos el enfrentamiento entre la naciente entre las fuerzas democráticas venezolanas, la modernidad política y el régimen gomecista.
Ese enfrentamiento se resume en el choque entre el viejo orden oligárquico sostenido por el imperialismo, por fracciones capitalistas comerciales y bancarias, y la emergente insurgencia del bloque democrático y popular que arrastraba a una variopinta composición social de sectores, grupos y clases, pero de composición mayoritariamente popular, que aspiraban a una democracia de contenido social y de justicia, sin sumisiones a centros imperiales y superando la condición de enclave petrolero.
La intervención de una nueva dictadura militar de Pérez Jiménez, con su clara subordinación a Washington, luego del llamado trienio adeco, ha intentado ser justificada por la historiografía de los sectores dominantes, como un desenlace necesario e inevitable ante los excesos radicales y la falta de acuerdos con los factores de poder internacionales y nacionales. La culpa entonces fue de la víctima, retorica ya conocida y también difundida desde la historiografía de los vencedores.
Las consecuencias, dolorosas para Venezuela: una larga dictadura que sólo fue echada abajo cuando sus protagonistas directos no se subordinaron a los intereses de Washington, lo que implicaba no cejar en este intento de recuperación del proyecto de participación popular y de una democracia con justicia social, a pesar de quienes desde el exilio intentaban ponerle trabas a las acciones de la Junta Patriótica, y cualquier trabajo conjunto con el Partido Comunista de Venezuela para salir de la dictadura o con sectores de militares patriotas que efectivamente no consentían ni la subordinación a Washington ni la entronización de Pérez Jiménez en el poder, como fue el caso de Hugo Trejo, entre muchos otros.
El 23 de enero de 1958 abrió una compuerta de posibilidades, y las certeras maniobras de Washington y de sus aliados nacionales, sometieron a los sectores populares a un nuevo ciclo de fantasías y desilusiones, robándoles la posibilidad de establecer una autónoma dirección política de la insurrección popular y militar.
En este cuadro de maniobras, Betancourt ganó la batalla y el gobierno de unidad nacional se inclinaba no hacia un cambio profundo, sino hacia cambios sociales y económicos de corte gatopardo. Los intereses de Washington quedaron intactos.
Betancourt ganó una posición de ventaja con sus eficaces provocaciones contra las organizaciones y corrientes revolucionarias de izquierda, quienes desde la experiencia de la autodefensa armada tomaron el camino precipitado de la lucha armada encandilados ideológicamente por comparaciones con la revolución cubana, abandonando el trabajo político en las bases sociales de apoyo de masas.
El horizonte de la guerra fría, que ya se había proyectado sobre Venezuela desde mucho antes, y del cual Betancourt demostró ser un adelantado alumno, construyó en parte su legitimidad a partir de la lucha contra los extremismos, en este caso, el castro-comunismo. La amenaza real a los intereses de Washington fue (desde el primigenio gesto de autonomía del Gobierno de Medina hasta el Trienio Adeco) que EE.UU y sus aliados perdieran el control del Petróleo venezolano y de los principales recursos del país.
El enclave imperialista no estaba sólo en el control de recursos y decisiones claves, sino en la psique de las elites, en sus mentes y corazones como proclamó J.F Kennedy y su alianza para el progreso. De allí la importancia de enclavar el imaginario del Pentagonismo en el pensamiento y acción de las elites civiles y militares, como señalo Juan Bosch. Su respaldo: inversiones, armamento y entrenamiento militar.
En conclusión, EE.UU tenía bajo pleno control y subordinación a Venezuela, y como se ha dicho reiteradamente en lenguaje popular: tenía sus resortes de poder agarrados por las bolas. La vocería de los sectores dominantes responde a la ruptura del imaginario de identificación con Washington con una comprensible muestra de ansiedad ante la posibilidad de perder un puntal central que les garantiza escapar de la orfandad ideológica. Y sin Washington, ¿Quiénes somos? La respuesta para quienes dependen en su profunda personalidad de base de Washington es: somos nadie. Como dicen ahora: ¡me iría demasiado!
De manera sorprendente, en la actualidad, voceros de los sectores dominantes pretenden reactivar toda la cadena de narrativas anti-comunistas: desde del inciso sexto y del llamado betancourista frente a la amenaza del castro-comunismo hasta los cursos actuales de globalización exitosa, para intentar pasar a la ofensiva contra la Revolución Bolivariana. Chávez fue hasta hoy una pesadilla para la estructura de sentimientos de estos grupos. Para otros, fue la posibilidad cierta para darle voz y reconocer la lucha de la corriente histórica nacional-popular, sobre la que el genio de Bolívar tejió el proceso de independencia de un área geo-estratégicas de la Patria Grande. ¿Quiénes están al servicio del Imperio? Dirían: ¡Qué fastidio Bolívar, y pensábamos que era un cuadro pegado en la pared del Colegio!
El golpe del 11 de abril de 2002, así como el llamado sabotaje petrolero tuvieron olor a Washington y Petróleo, como lo tienen los actuales intentos de desestabilización del Gobierno de Maduro. Lamentable es observar en el seno de los dirigentes de los partidos del GPP, con honrosas excepciones, un conjunto de contradicciones electoralistas y sectarias en quienes deben calzar la etiqueta de ser Los hijos e hijas de Chávez. Lamentable que no asuman la estatura del legado revolucionario de Chávez (unidad revolucionaria y anti-imperialista) en el contexto de una historia que no es la de la pequeña política, sino que por los antagonismos que se anuncian, de la gran política.
Pero la historia no la hacen los deseos de las almas bellas, sino las fuerzas y las luchas en un cuadro de diferencias, tensiones, conflictos, contradicciones y antagonismos. El lenguaje de la guerra, para algunos voceros de los sectores dominantes, no concluyó en la década de los sesenta. Para ellos, es Fidel Castro y no el imperialismo norteamericano quien pretende controlar a Venezuela y a su petróleo. La amnesia tiene consecuencias políticas.
Si analizamos la historia contemporánea del siglo XX venezolano: ¿Quiénes se aprovecharon de la debilidad de los partidos políticos modernos en los años 30 para intentar influir ideológicamente en la sociedad, en las juventudes presentes en los liceos y universidades, como potenciales espacios de formación de nuevas elites? ¿No le quiso poner la mano el imperialismo norteamericanos a los aparatos educativos del país y ponerlos al servicio de su política de modernización? ¿No le quiso poner la mano el imperialismo norteamericano a los institutos militares y las Fuerzas Armadas para ponerlos al servicio de sus políticas de contención del comunismo? ¿No han sido sus mejores cuadros quienes han cacareado desde entonces que en Venezuela lo que hace falta es más modernización y más desarrollo capitalista?
Hay que estar muy alertas, pues las voces de los sectores dominantes llegan al colmo de considerar como un error político no darle un golpe de estado preventivo a la democracia venezolana en el año 1998 para impedir la llegada al poder a la propuesta constituyente de Hugo Chávez. A Chávez se le acusó desde entonces de las intenciones reales que proyectaban sobre su figura las elites del poder: totalitario, dictador, comunista, tirano y autócrata son términos manidos por quienes en nombre de una democracia a su medida, y que en realidad es un sistema de gobierno tutelado por Washington, acarician la tesis del golpe perfecto para su pasión de Vete ya.
El drama de las pasiones más entremezcladas con las vísceras que dominan las afecciones del alma de sectores radicales antichavistas es que Chávez partió físicamente, pero la revolución bolivariana sigue presente. Esto solo es posible a través de un¿Fraude?
Que Venezuela no esté controlada totalmente por el poder de Washington, es justamente lo que hace rabiar de máxima hostilidad a estos sectores aún dominantes en ciertas esferas reales del poder en el país. Lo cierto es que Chávez no avanzó más en la revolución porque una revolución sin pueblo organizado y movilizado para hacerla, se quedó atascada en las meras luchas de la pequeña política por órganos constituidos para tramitar pequeñas cuotas de poder, incluidos partidos políticos sin audacia revolucionaria que siguen sin demostrar la estatura estratégica que demostró Chávez en los momentos más difíciles.
Tampoco avanzó más porque hay una feroz resistencia de los factores económicos de poder y de sus grupos auxiliares. De manera que los órganos y aparatos del Estado venezolano están atravesados por múltiples conflictos de intereses con olor a conflictos entre sectores, grupos, clases y fracciones. En ese esfuerzo, Chávez logro posicionar una agenda de luchas, un programa para la Independencia y la construcción del Socialismo que aún sigue siendo materia pendiente.
A algunos de los hijos e hijas de Chávez podría asustarles el reto, prefiriendo buscar el camino fácil de las moderaciones concertadoras, lo que llevará inevitablemente a convertirlos en servidores del Imperio. De manera, que Washington ha abierto sus brazos para recibir a los descarriados por la aventura histórica de la revolución bolivariana.
Veremos quienes se dejan abrazar por el pacto que dibuja la trayectoria de la moderación concertadora. No será la primera vez que rabiosos antiimperialistas y retóricos marxistas se abracen con las demandas del Imperio, para ser cooptados, remodelados y reconvertidos en funcionarios respetables de las personificaciones del Capital. Esto es cuento viejo, como las mentiras de los servidores del Imperio.
Pero debemos enfatizar una arista. El proyecto revolucionario de Hugo Chávez en vida, pretendió sin engaños ni dobleces hipócritas refundar la República y transformar desde raíz al Estado Venezolano, expulsando de su seno a todos los factores de poder que pretendían levantar el vuelo de un proyecto de privatización neoliberal y desnacionalización del país. Eso implica aún la transformación de las instituciones políticas, el papel de los medios de comunicación, de los aparatos educativos, superar los chantajes de diversas fracciones de los sectores económicos dominantes, poner a PDVSA y la Fuerza Armada al servició del pueblo y las tareas del desarrollo integral de la Nación. Léase bien, no al servició de Washington ni de las corporaciones transnacionales que conforman la actual estructura de Comando del Imperio. Si analizamos la profundidad y alcance del termino revolución, aún hay demasiados retos pendientes.
El error histórico fundamental de los sectores dominantes del país sigue siendo confundir su idiosincrasia servil a Washington, con la totalidad de la Cultura nacional, de allí su recurrente ciclo de destrucción de Bolívar como héroe popular, con alma, carne y hueso de independencia y lucha nacional-popular.
Sin embargo, cabe reconocer, que los sectores dominantes manipulan a su antojo la tradición democrática del pueblo venezolana, siempre dándole una dirección hacia las reformas, la moderación, los límites y el culto a la representación política. Así mismo, han sabido construir desde la condición rentista y dependiente, una cultura consumista, unos hábitos hacia la ostentación, el despilfarro y lo suntuario que sustituyen los viejos y dolorosos grillos de Gómez por una fantasía ligera y un acondicionamiento de masas, que requeriría de profundos estudios psicosociales alrededor del mito de la soberanía del consumidor. La peor demostración de esto es el modelaje del consumismo rojo, rojito.
De manera que hay que reconocer que Hugo Chávez, en cierta forma, no superó estos pesados obstáculos, y lo que logro hacer utilizando su carisma y los altos precios petroleros fue postergar una realidad que conforma un verdadero iceberg a proa en la Revolución. El socialismo puede ser reconvertido y metabolizado en un simulacro de aspiraciones de consumismo.
El hecho real de que amplios sectores sociales hayan mantenido una permanente oposición a la revolución bolivariana; y lo que es peor, que exista una franja muy importante de potenciales canales de desplazamiento de segmentos blandos y autodefinidos como ni-ni hacia un imaginario funcional a la subordinación al servicio del Imperio, permite excavar en las reales fuerzas de transformación estructural de la sociedad venezolana. La correlación electoral de fuerzas es sólo un efecto de superficie de procesos más profundos, no sólo de la política y la cultura política, sino de los imaginarios sobre los modos de vida.
El predominio del imaginario consumista y mayamero se sigue manifestando de distintas maneras. El status y el éxito se sigue midiendo con símbolos y signos que corresponden a las expectativas y modos de vida controlados fundamentalmente por estilos de vida y consumo que poco tienen que ver con los objetivos nacionales trazados por la revolución bolivariana. De manera, que desde el punto de vista de la ideología-cultura del consumismo, al parecer aquí todos estamos al servicio directo o indirecto del Imperio, con la excepción de algunas mentalidades espartanas que plantean como hecho prioritario una revolución cultural para socavar los resortes más profundos de la dominación.
Cada día es posible constatar cómo se desvanece aquel discurso afiebrado de Chávez por el buen vivir en la propia alta dirección política de la revolución, y parece que compran el paquete ideológico del bienestar como consumo de alto estatus y llave en mano. ¿Habrá fracasado ostensiblemente allí el llamado legado de Chávez?
Las consecuencias están a la vista y ponen en jaque a la revolución bolivariana. El Imperio se frota las manos, pensando que es cuestión de desgaste y tiempo. Luego de los sucesos electorales de abril, la gran pregunta fue: ¿Y porque votaron en contra de la revolución un segmento nada despreciable de chavistas? Algunos ubican las respuestas en la escogencia de Nicolás Maduro como heredero de Hugo Chávez. Se plantea a volumen bajo que no representa ni la personalidad, ni la fortaleza necesaria ni las capacidades requeridas para la delicada situación.
Sin embargo, desde mi punto de vista, fue el reforzamiento en exceso patente del carisma y personalidad de Chávez durante 14 años, utilizándolo como factor esencial del sistema de conducción política, el boomerang que hubiese sufrido cualquiera de los que hubiesen sido seleccionados como sucesores de Chávez. Se trata de la clásica paradoja de heredar una debilidad producto de una gran fortaleza anterior.
De manera, que no son sólo los llamados apóstoles de Chávez, lo que tienen que estar a su altura, sino que hay que ser más realistas con los techos heredados por el llamado legado de Chávez. Es contradictorio buscar a Chávez en Maduro, Adán, Cabello, Ramírez o Jaua. La dirección carismática del proceso no puede ser sustituida con un carisma manufacturado, sino por una dirección colectiva, que forme verdaderos cuadros políticos preparados para el relevo generacional a Chávez. Y esto se hará en las peores condiciones. Con Chávez fuera de la escena.
Por ejemplo, los retos de la crisis del modelo económico no pueden superarse a partir de una propaganda que repite la letanía sobre Chávez. Es un reto real para la dirección política del proceso. ¿Cuentan con capacidades y apoyos suficientes para manejar la situación? Por ese flanco viene gran parte de la embestida imperial.
No es posible alegrarse de una transición al socialismo que en los hechos celebra que el crecimiento económico dependa de los sectores bancarios y especulativos. Ese crecimiento está al servició de los intereses del imperio, por si no se han dado cuenta.
¿Quién tiene el sartén agarrado por el mango ahora? ¿Quiénes concentran ahora los dólares petroleros? En este pulso económico, suponer que hay que dejar por fuera la organización y movilización del poder popular en las tareas de la revolución es el peor error. Ese error puede costar muy caro y si se comete, los ganadores serán los servidores del ¿Dijo usted imperio? ¡Bah, fantasías de trasnochados!
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