sábado, 12 de abril de 2008

LA HERENCIA DEL 68: EL BLOQUEO DE LA UTOPIA POR PARTE DE LA VIEJA IZQUIERDA (II)


Javier Biardeau R.

Una de las enseñanzas de la herencia del 68 consiste en comprender el papel conservador de la vieja izquierda ante la emergencia de situaciones, aclimatadas por la presencia de las energías utópicas. Como estas situaciones-acontecimientos no siguen el guión de los manuales estalinistas ni el dictat de los aparatos, la vieja izquierda juega su tragicómico papel de neutralizar la potencia revolucionaria, cancelando al mismo tiempo la innovación de formas de pensamiento-praxis socialista. Por eso, se hace necesario desentrañar los dispositivos que hacen posible el bloqueo histórico de los movimientos anti-sistémicos, de manera tal que se puedan vislumbrar nuevos horizontes.

¿Cómo comprender y explicar que en menos de un mes, se asistiera en Francia del 68 a una crisis social y política de una extraordinaria fuerza, que en pocas semanas parecía disolver un sistema hegemónico y un Estado capitalista; en cuya cabeza figuraba uno de las figuras políticas más emblemáticos de la derecha del siglo XX: Charles De Gaulle; y que finalmente todo este “gran ensayo revolucionario”, quedara recuperado?

Una de las aristas para analizar estos sucesos, se articula al papel de la dirección del PCF en la coyuntura política, y al lastre que representó el estalinismo-burocrático, su visión estratégica, su modelo organizativo y su férreo control de la CGT (sindicatos). Desde entonces, ni la derecha ni la vieja izquierda sacaron las consecuencias de aquel reconocimiento del primer ministro Pompidou, cuando se enfrentó al malestar generalizado que invadía la situación no solo francesa, sino internacional. Para Pompidou se revelaba una “crisis de civilización”. (Casi 40 años, Sarkozi utiliza los enunciados de Edgar Morin, y habla de una política de civilizaciones, pero a la vez llama a liquidar la memoria del Mayo Francés; es decir, la memoria de una lucha por construir una “civilización no represiva”. El odio al 68 sigue siendo una actitud defensiva de los viejos valores, que precisamente socavan la posibilidad de despejar opciones de futuro, más allá del predominio del “pragmatismo del poder”, con todo lo que éste entraña en términos de miopía histórica.)

Ante el asombro del Gobierno de derecha y de la vieja izquierda, un movimiento de activistas de una universidad de las afueras de Paris (Nanterre) se transformó en una multitud, que integró de modo virtual a todos los estudiantes de París, y que gozó inicialmente de un inmenso apoyo popular, dando lugar a un aparente clima insurreccional. En un primer momentum, se fue generalizando una huelga general espontánea de enormes proporciones, que culminó con el rechazo por parte de los huelguistas del acuerdo, que en su nombre, negociaron los líderes oficiales de los sindicatos y la patronal, bajo la tutela del gobierno.

No podríamos comprender la resonancia de las ideas de Marcuse, Castoriadis, libertarios, situacionistas, trotskistas, y posteriormente maoistas; si no comprendemos el clima de rechazo a los viejos valores civilizatorios, si suponemos que fue la vieja izquierda la que asumió el protagonismo de los eventos. No podríamos comprender por que razón Cohn-Bendit, un joven estudiante franco-alemán tituló su texto: El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo. (Actualmente Cohn-Bendit, plantea desmitificar el Mayo Francés como fantasía revolucionaria…vueltas de las historia)

Cuando nace el Movimiento 22 de Marzo, Georges Marcháis, secretario general del PCF, con desprecio califica de “grupúsculos izquierdistas”, a estos movimientos. Las etiquetas se dirigen especialmente al anarquista “alemán” Cohn-Bendit. El discurso oficial del PCF dicta: la agitación favorece las “provocaciones fascistas”, esos “seudo-revolucionarios” pretenden “dar lecciones al movimiento obrero”. Marcháis concluye “Esos falsos revolucionarios debían ser enérgicamente desenmascarados” (una típica reacción paranoica del burócrata de turno). Por tanto, “servían a los intereses del poder gaullista”. No bastando las acusaciones de “quinta-columnas”, tenían como uno de sus referentes intelectuales a filósofos alemanes, como Bloch y Marcuse (este último vivía en Estados Unidos). Marcháis utiliza citas textuales del entonces profesor de Berkeley para acusarlo de enemigo de los partidos comunistas. Ya antes de estos hechos, Marcuse había escrito “El marxismo soviético” donde desenmascaraba las falacias estalinistas. Estaba claro que a Marcháis y al PCF no le gustaban las ideas de Marcuse. Ya en 1965 la dirección del PCF se había encargado de “depurar” a la UEC, la desobediente organización estudiantil comunista.

En la fase política del 27 de mayo al 23 de junio, era claro el desbordamiento del poder. La sucesión parecía abierta. Sin embargo, las fuerzas contestatarias carecen de la unidad política para fructificar una insurrección. Se trata del fin de la revuelta, no del inicio de la revolución. Los obreros desconfían de los estudiantes, y la derecha comienza a manipular a la opinión pública con el pathos del miedo, los llamados al orden y la acción cívica en contra del “terror y caos revolucionario”. La CGT y el PC, hostiles al “izquierdismo”, apuestan por el mantenimiento del poder establecido antes que por “lo desconocido”.

Fue ese deseo infinito de forjar una civilización no represiva, donde reposa una de las herencia del 68. De ahí la desconfianza de la vieja izquierda, que representa aún la vieja civilización.

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