Javier Biardeau R.
Hemos planteado que se comprenderá al Chavismo el día en que se superen los temores y los prejuicios a que las demandas, los valores y los símbolos de origen popular alcancen una determinada articulación política por fuera de la institucionalidad del canon demo-liberal. El enfrentamiento secular entre el pueblo y el bloque de poder encuentra en el “socialismo bolivariano” un nuevo principio hegemónico, una nueva construcción de identidad.
Sin embargo, ¿Qué hay de socialismo en el “socialismo bolivariano? Desde mi punto de vista, lo que este término significa es que el populismo chavista se ha definido claramente en un sentido de radicalización social, y que las fuerzas que empujan hacia una vía de cooptación transformista, y que no pretenden romper con los parámetros del capitalismo nacional, empujarán desde dentro para bloquear la construcción del socialismo.
La NEP chavista, como la han llamado recordando la NEP Soviética, los problemas con la burocratización del Estado, de la dirección del PSUV, la emergencia de una nueva clase económica amparada en sus conexiones políticas (la llamada boli-burguesía), la nueva burguesía y pequeña burguesía de Estado construirán, a pesar de los lineamientos de Chávez, un “socialismo a conveniencia”; es decir, un “socialismo de estado” gato-pardiano, que no cambiará en esencia el metabolismo social del Capital en Venezuela.
Por esta razón, el llamado “socialismo bolivariano del siglo XXI” en esta etapa será mucho más un populismo estatista que un socialismo revolucionario, fortaleciendo el “capitalismo nacionalista de estado”, antes que el poder económico-social de la clase trabajadora del campo y de la ciudad. Las mismas contradicciones las vivieron los nacionalismos revolucionarios en América Latina en otros tiempos, colocando a las izquierdas nacionales ante los mismos desafíos. Obviamente, todo esto representa un avance significativo con relación a un proyecto de corte neoliberal de privatizaciones y desregulaciones masivas, pero ante los impactos de la crisis mundial que se avecinan, ¿Cómo enfrentarán las diversas fuerzas sociales y políticas que coexisten en el chavismo la nueva situación?
La presencia de un momento populista revolucionario pudiera ser revertida definitivamente hacia un populismo reformista, dependiendo de la activación de las contradicciones de carácter popular-democrático en el antagonismo de clase. El Chavismo en sus sectores de dirección se ha cuidado de manejar el lenguaje de la “lucha de clases”, y ha preferido mantener un discurso de sectores y grupos de interés. Cualquier terminología marxista, ha sido cuidadosamente diluida, del mismo modo como sabían demarcarse de una revolución marxista tanto Perón como Velasco Alvarado, cuando parecía que era inevitable asumir una dosis de teoría revolucionaria para enfrentar el cuadro de contradicciones de la coyuntura política.
Esta disolución del lenguaje de clase tiene algo que ver con el papel de las fracciones populistas de la burguesía y de la pequeña burguesía, que han asumido como tarea reducir el antagonismo que encierran las reivindicaciones populares, democráticas y nacionalistas, transformándolas en diferencias absorbibles por el régimen revolucionario. Esta estrategia de absorción-cooptación de demandas populares, convirtiendo intentos de radicalización en clientelas políticas es un claro síntoma de los límites populistas del chavismo. Siempre habrá una salida elegante de tipo estalinista, que justificará que nos encontramos ante las tareas de la llamada etapa democrático-burguesa, racionalizando cómo se constituye un nuevo bloque social en el poder, conformado por la alta tecno-burocracia, la pequeña y gran burguesía del sector público y del sector privado aliado respectivo. El socialismo revolucionario allí será “pan y circo”, y la realidad será la acumulación patrimonial de capitales a la sombra del ingreso fiscal petrolero y de la contratación pública.
Todo esto es consecuencia de la imposibilidad de que las clases trabajadoras del campo y de la ciudad, en alianza con una vasta masa de subempleados y excluidos, logren establecer una posición hegemónica en la dirección revolucionaria, controlada como está por la centralidad del Líder que administra el ritmo y contenido de la revolución, en coalición de sus círculos de influencia más íntimos (recuerden el carácter ambidiestro de Perón). El bloque popular bolivariano tiene una dirección política cuyas aspiraciones son a lo sumo pequeño-burguesas, nacionalistas, progresistas, reformistas, redistributivas pero nunca socialistas revolucionarias. Por eso, la democracia populista está a la orden del día.
A pesar de que se ha venido asomando la posibilidad de que el socialismo emerja como una radicalización del populismo chavista, articulando los valores y símbolos popular-democráticos a un discurso revolucionario de clase; esta posibilidad solo es terreno de oratoria, de retórica, de espectáculo y simulación. En tiempos posmodernos no es extraño que una revolución se asuma como simulacro socialista.
Lo que no es simulacro, es que el momento populista permita un proceso de reestructuración interna del bloque social dominante, impulsado por una de sus fracciones, interesada en desplazar el centro de gravedad del poder político para su propio beneficio, que tiene nombre y apellido: acumulación de capital, por una parte; explotación asalariada, por otra. De esta manera, el ciclo pendular entre capitalismos desregulados y capitalismos de estado nos recordará los peores fragmentos de la maldición de Sísifo.
Hemos planteado que se comprenderá al Chavismo el día en que se superen los temores y los prejuicios a que las demandas, los valores y los símbolos de origen popular alcancen una determinada articulación política por fuera de la institucionalidad del canon demo-liberal. El enfrentamiento secular entre el pueblo y el bloque de poder encuentra en el “socialismo bolivariano” un nuevo principio hegemónico, una nueva construcción de identidad.
Sin embargo, ¿Qué hay de socialismo en el “socialismo bolivariano? Desde mi punto de vista, lo que este término significa es que el populismo chavista se ha definido claramente en un sentido de radicalización social, y que las fuerzas que empujan hacia una vía de cooptación transformista, y que no pretenden romper con los parámetros del capitalismo nacional, empujarán desde dentro para bloquear la construcción del socialismo.
La NEP chavista, como la han llamado recordando la NEP Soviética, los problemas con la burocratización del Estado, de la dirección del PSUV, la emergencia de una nueva clase económica amparada en sus conexiones políticas (la llamada boli-burguesía), la nueva burguesía y pequeña burguesía de Estado construirán, a pesar de los lineamientos de Chávez, un “socialismo a conveniencia”; es decir, un “socialismo de estado” gato-pardiano, que no cambiará en esencia el metabolismo social del Capital en Venezuela.
Por esta razón, el llamado “socialismo bolivariano del siglo XXI” en esta etapa será mucho más un populismo estatista que un socialismo revolucionario, fortaleciendo el “capitalismo nacionalista de estado”, antes que el poder económico-social de la clase trabajadora del campo y de la ciudad. Las mismas contradicciones las vivieron los nacionalismos revolucionarios en América Latina en otros tiempos, colocando a las izquierdas nacionales ante los mismos desafíos. Obviamente, todo esto representa un avance significativo con relación a un proyecto de corte neoliberal de privatizaciones y desregulaciones masivas, pero ante los impactos de la crisis mundial que se avecinan, ¿Cómo enfrentarán las diversas fuerzas sociales y políticas que coexisten en el chavismo la nueva situación?
La presencia de un momento populista revolucionario pudiera ser revertida definitivamente hacia un populismo reformista, dependiendo de la activación de las contradicciones de carácter popular-democrático en el antagonismo de clase. El Chavismo en sus sectores de dirección se ha cuidado de manejar el lenguaje de la “lucha de clases”, y ha preferido mantener un discurso de sectores y grupos de interés. Cualquier terminología marxista, ha sido cuidadosamente diluida, del mismo modo como sabían demarcarse de una revolución marxista tanto Perón como Velasco Alvarado, cuando parecía que era inevitable asumir una dosis de teoría revolucionaria para enfrentar el cuadro de contradicciones de la coyuntura política.
Esta disolución del lenguaje de clase tiene algo que ver con el papel de las fracciones populistas de la burguesía y de la pequeña burguesía, que han asumido como tarea reducir el antagonismo que encierran las reivindicaciones populares, democráticas y nacionalistas, transformándolas en diferencias absorbibles por el régimen revolucionario. Esta estrategia de absorción-cooptación de demandas populares, convirtiendo intentos de radicalización en clientelas políticas es un claro síntoma de los límites populistas del chavismo. Siempre habrá una salida elegante de tipo estalinista, que justificará que nos encontramos ante las tareas de la llamada etapa democrático-burguesa, racionalizando cómo se constituye un nuevo bloque social en el poder, conformado por la alta tecno-burocracia, la pequeña y gran burguesía del sector público y del sector privado aliado respectivo. El socialismo revolucionario allí será “pan y circo”, y la realidad será la acumulación patrimonial de capitales a la sombra del ingreso fiscal petrolero y de la contratación pública.
Todo esto es consecuencia de la imposibilidad de que las clases trabajadoras del campo y de la ciudad, en alianza con una vasta masa de subempleados y excluidos, logren establecer una posición hegemónica en la dirección revolucionaria, controlada como está por la centralidad del Líder que administra el ritmo y contenido de la revolución, en coalición de sus círculos de influencia más íntimos (recuerden el carácter ambidiestro de Perón). El bloque popular bolivariano tiene una dirección política cuyas aspiraciones son a lo sumo pequeño-burguesas, nacionalistas, progresistas, reformistas, redistributivas pero nunca socialistas revolucionarias. Por eso, la democracia populista está a la orden del día.
A pesar de que se ha venido asomando la posibilidad de que el socialismo emerja como una radicalización del populismo chavista, articulando los valores y símbolos popular-democráticos a un discurso revolucionario de clase; esta posibilidad solo es terreno de oratoria, de retórica, de espectáculo y simulación. En tiempos posmodernos no es extraño que una revolución se asuma como simulacro socialista.
Lo que no es simulacro, es que el momento populista permita un proceso de reestructuración interna del bloque social dominante, impulsado por una de sus fracciones, interesada en desplazar el centro de gravedad del poder político para su propio beneficio, que tiene nombre y apellido: acumulación de capital, por una parte; explotación asalariada, por otra. De esta manera, el ciclo pendular entre capitalismos desregulados y capitalismos de estado nos recordará los peores fragmentos de la maldición de Sísifo.
1 comentario:
Por que se habla de uan disminucion de la praxis y el discurso de los clivajes de clase? No es el Socialismo del siglo XXI una estrategia discrsiva para reactivar la identidad de los excluidos, no esta acaso construido este dicurso de Estado dirigido a realimentar la confrontacin de clase? Apreciaria mucho un comentario suyo sbre esta inquietud.
Zuata
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