miércoles, 21 de enero de 2009

EL ENIGMA POPULISTA DEL CHAVISMO (I)



Javier Biardeau R.

Hay quienes atribuyen en Latinoamérica al término “populismo” evaluaciones ideológicas completamente negativas. Populismo sería una mala palabra y una mala elección política.
Pero populismo(s), democracias populistas, razón populista, populismo radical y populismo revolucionario, dan cuenta de la re-emergencia de las izquierdas nacional-populares, en las oleadas anti-neoliberales latinoamericanas iniciadas desde los años 90.
Ciertamente, hay populismos de derecha, como los neopopulismos afines a los intereses del Consenso de Washington. Pero, en el marco de los movimientos anti-neoliberales hay mucho espacio para nuevas experiencias nacional-populares de izquierda. Y el Chavismo es una de ellas.
La ortodoxia marxista (la izquierda sacerdotal que hace gala de la autoridad de un código-maestro llamado “materialismo histórico-materialismo dialéctico”) ha definido tradicionalmente al populismo latinoamericano como un movimiento poli-clasista, bajo la hegemonía de una dirección burguesa o pequeño burguesa, con una ideología nacionalista y el liderazgo carismático de un caudillo. De acuerdo con esta interpretación, una vez en el poder, este movimiento que pretende representar al “pueblo” en su conjunto, adopta una política bonapartista, pretendidamente por encima de los conflictos de clases, pero en último análisis, al servicio de los intereses de alguna coalición emergente del Capital (lo que no impide aplicar medidas redistributivas que generan fricciones con sectores de la burguesía tradicional, la oligarquía agraria y los intereses norteamericanos).
Otras interpretaciones que dialogan críticamente con un pensamiento marxiano, comprendido flexiblemente como conjunción de la “interpretación materialista de la historia” y del “método dialéctico”, hablan del populismo de izquierda, del populismo del bloque de clases subalternas; y a partir de la interpretación abierta por la discusión Laclau-Portantantiero-de Ipola, se problematiza la tesis que afirma que el populismo radicalizado es la antesala del Socialismo.
El debate sigue abierto, tocando la experiencia del Chavismo. El análisis del “cesarismo progresivo” en Gramsci, o del “bonapartismo progresista” en el Nacionalismo Revolucionario de Cárdenas hecho por Trotsky, muestran hasta que punto el programa teórico marxista ha dado cuenta de las potencialidades y límites de estas “anomalías políticas”. Si de anomalías históricas se trata, la trayectoria ideológico-política de Brizola en Brasil, parece encajar con la tesis de la continuidad-transmutación entre la experiencia nacional-popular y el proyecto socialista.
Sin embargo, el derrumbe del “diamat/hismat” han abierto perspectivas que superan los reduccionismos clasistas de los estudios sobre lo nacional-popular, re-significando el tema desde una teoría política crítica que se fecunda con enfoques posmarxistas, posmodernos y poscoloniales.
Octavio Ianni, desafió tempranamente la ortodoxia marxista al diferenciar el “populismo de las clases dominantes” del “populismo de las clases dominadas”; es decir, un populismo que deviene en cooptación-transformismo dirigido “desde arriba”, de un populismo que deviene potencia de radicalización-revolución socialista, dirigido “desde abajo”. El continente ha experimentado movilizaciones nacional-populares como el Cardenismo, el primer Peronismo, el Castrismo antes de la asunción del marxismo-leninismo, y el Velasquismo, entre otros. Sin embargo, a pesar de sus diferencias y singularidades, hay resonancias significativas entre el chavismo y estos movimientos históricos.
La revolución bolivariana se trenza con estas experiencias de emancipación nacional-populares. Estas resonancias no implican ni descalificación ni connotación negativa alguna. Tal vez, hay que dar cuenta previamente de las operaciones semiótico-manipulativas para sedimentar cargas negativas con relación al término “populismo”. Se trata menos de aplicar una hermenéutica atrapada en el límite de la interpretación desencarnada, que de las programaciones ideológicas y sémicas del poder. No hay sentidos sin cuerpos implicados en campos de fuerza. Y viejas fuerzas de izquierda y derecha tratan de atrapar el enigma populista.
La experiencia nacional-popular recoloca las enunciaciones de justicia social y cultural en el centro de la escena, más allá del discurso euro-céntrico de la “ciudadanía liberal” y de la “sociedad civil”, reimpulsado por organismos como el Banco Mundial o el FMI. El Chavismo ha denunciado que una democracia sin protagonismo popular es mucho peor que la oferta discursiva de aquellos que pretenden anclar la manida tesis de que la democracia no tiene adjetivos. Obviamente los tiene.
Por eso hay “modelos de democracia”, y no un exclusivo “canon democrático”. Existen variantes de “democracia capitalista”, un liberalismo democrático en el plano político con un sistema económico de mercado, propiedad privada, baja o media regulación estatal, orientada esencialmente por la lógica de la acumulación de capital. Ese es solo uno de los modelos de democracia. Pero hay más de uno.
Existen modelos de “democracia socialista”, desde las “democracias populares” hasta las “democracias de consejos”. Existe el modelo de la democracia participativa, de cara a una renovación y desmontaje de las fronteras “insuperables” del paradigma representativo. Existen democracias plebiscitarias, a pesar de las anteojeras y filtros ideológicos de la academia demo-liberal. Existe la democracia populista.
¿Es el Chavismo un movimiento nacional-popular-democrático? Si, y fractura el canon liberal-representativo del modelo de la democracia capitalista. Más coloquialmente, si alguien me pregunta: ¿Qué es el Chavismo?, contestaría: una suerte de “arepa” rellena de Cárdenas, Perón, Castro, Brizola y Velazco Alvarado. El Chavismo ofrece dones en el plano simbólico y material, mientras los “modernizadores neoliberales” ofrecen copiar y asimilar, en un gesto endocolonial con un fuerte arraigo en dos aspectos que la gesta de emancipación dejo sin resolver: la llamada “cuestión nacional” como formación de la identidad colectiva contrapuesta a la subordinación a la hegemonía euro-norteamericana; y la llamada “cuestión social”, como tratamiento de la injusticia social, agraria y urbana.
El chavismo apunta a una revolución nacional, social y democrática; y en eso reactiva las banderas históricas del fugaz PDN. A la luz del globalismo hegemónico es fundamentalmente un movimiento de reactivación nacional-revolucionario ante los efectos de las prácticas e ideologías del neoliberalismo de las elites de poder (1989-1998), quienes controlaban los resortes de la fachada representativa del llamado “pacto de punto fijo” (1958-1989). El estallido popular del 27-F reventó esta fachada. El resto es historia conocida.
Las rebeliones militares fueron expresiones sintomáticas de profundas dislocaciones, reactivaciones y reorientaciones históricas. Cuando el populismo de elites giró en exceso hacia una política de acumulación de capitales, desnacionalización y oligarquización política, selló su defunción. Brotó el magma popular, nacional y democrático de “los de abajo”. El mismo que mantiene a Chávez donde está. Navegando sobre la ola de la corriente histórica de lo popular venezolano.
Mientras el barco concrete demandas de “justicia social”, ninguna campaña de descalificaciones-deslegitimaciones: “totalitarismo”, “autocracia”, “comunismo”, “semi-dictadura”, “castro-comunismo”, “fascismo caribeño”, o “barbarie”, tendrán eficacia alguna. Para lo que viene utilizaría un denso término de Garcia Bacca: “transustanciación” o “transmutación”. El populismo o muta en revolución democrática y socialista; o se hunde en la re-inmersión transformista del populismo de una “nueva clase” dominante.

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