Javier Biardeau R.
Decía Paulo Freire (1), que la acción política junto a los oprimidos debe ser una acción cultural para la libertad, rompiendo con la visión de los opresores que refuerza los vínculos de dependencia y sumisión en las relaciones de poder. A través de la concientización, de la reflexión y de la acción, la dependencia de la situación de dominación deber dar paso a la independencia, a la auto-liberación junto con otros. Se trata de una experiencia de auto-emancipación a través de una política crítico-dialógica.
Por tanto, el método del liderazgo revolucionario no es la “propaganda liberadora”, no se trata de “depositar la creencia de la libertad en los oprimidos”, sino en el hecho de dialogar críticamente con ellos. Esto implica no solo hablar, sino escuchar, comprender activamente la palabra ajena, sus significados, sentidos y acentos socio-ideológicos en la interacción verbal y semiótica (2).
Mientras el liderazgo populista supone que realiza una donación hacia el pobre, y que por tanto el pobre entra deuda con el líder, el liderazgo revolucionario rompe las cadenas de la dependencia y el clientelismo, construyendo la reciprocidad. Construir el consentimiento activo, como sujetos, y no el consentimiento pasivo, como objetos disponibles y manipulables, no nace de la propaganda, nace del diálogo, de la reflexión y la acción que problematiza la realidad a ser transformada. De allí el carácter eminentemente pedagógico de una revolución.
Contra-hegemonía equivale a desmantelar la separación entre gobernantes y gobernados, entre dirigentes y dirigidos, entre elites y masas. También puede hablarse de “hegemonía democrática” en contraposición a la “hegemonía autoritaria” (3). Planteamos el debate sobre contra-hegemonías (4).
No es posible usar la acción pedagógica para la liberación usando los métodos de propaganda del opresor. No se trata de engranajes, sino de seres humanos activos, reflexivos y responsables. Dice Freire que la propaganda, el dirigismo, la manipulación, como armas de dominación, no pueden ser instrumentos de liberación. El liderazgo revolucionario no puede reproducir la conversión de seres humanos en cosas, en objetos manipulables, sino que debe advenir en relación dialógica, crítica que problematice permanentemente. Freire suponía que ningún orden opresor soportaría el cuestionamiento permanente, la pregunta de los oprimidos sobre el ¿Por qué? de las situaciones que experimentan en la vida cotidiana.
Por tanto, una concepción bancaria de la pedagogía es incompatible con el liderazgo revolucionario. El liderazgo revolucionario no puede tomar a los oprimidos como ejecutores de sus determinaciones, como meros activistas a los que se les niega su reflexión sobre su propia acción. En la praxis revolucionaria, la manipulación, la esloganización, el depósito, la conducción, la prescripción deben ser cuestionadas porque son métodos de la praxis opresora.
El liderazgo revolucionario que no sea dialógico con la multitud, mantiene la “sombra” del dominador dentro de si, y es presa de un sectarismo que conlleva a reforzar la lógica del opresor. El diálogo revolucionario se opone a la “propaganda bancaria”, al discurso vertical, a la transformación de la pronunciación del mundo en intercomunicación por la consigna burocrática. Del diálogo revolucionario nace la intersubjetividad, la intercomunicación liberadora, no la palabra hueca.
No se trata de un hegemon comunicacional, político o cultural, se trata de la contra-hegemonía, de la intercomunicación liberadora. La revolución es hecha junto al pueblo por el liderazgo en una solidaridad inquebrantable, en un encuentro amoroso, humilde y valeroso. Se trata de comunión con el pueblo, para superar el dirigismo y el mesianismo.
El liderazgo revolucionario estimula el pensamiento crítico de las multitudes, no transforma negativamente su entusiasmo a través de una senso-propaganda-Tchakhotine (4) alienando las pasiones revolucionarias con los mitos utilizados por las elites opresoras. Solo cuando liderazgo y pueblo se vuelven críticos, es cuando se impide la burocratización.
El liderazgo revolucionario se distingue de la elite dominadora no solo por sus objetivos sino por sus métodos de actuación, tiene pues un compromiso con la libertad, pues la adhesión verdadera es la conciencia libre de opciones, verificándose en la intercomunicación, mediando y transformando la realidad.
Aquellos que insisten en imponer su palabra de orden, no estimulan ni organizan al pueblo, simplemente manipulan. Cuando uno aborda la contra-hegemonía plantea la necesidad de construir la autoridad compartida (5). Se trata de un quiebre paradigmático del término eghesthai que significa "conducir", "ser guía", "ser jefe". La dirección política en la democracia socialista del siglo XXI, no puede confundirse con estilos burocráticos o militaristas, debe ser fundamentalmente una acción pedagógica y cultural liberadora.
Entonces el asunto tampoco es transformar el reaccionario “principio del Líder” por el liderazgo colectivo, sin transformar el paradigma del liderazgo revolucionario. Tarea pendiente, sobre todo para quienes pregonan el fetichismo del Líder indiscutible, desconociendo que la fortaleza de una revolución, en una etapa de ascenso revolucionario, está en el pueblo organizado, consciente y dispuesto a luchar por un proyecto socialista. Pues el Liderazgo revolucionario es necesario, pero más necesario es un pueblo que quiera hacer una revolución para su auto-liberación.
El dilema entonces es: ¡Democracia Socialista o Barbarie!
Bibliografía:
(1) Freire, Paulo. Pedagogía del Oprimido.
(2) Bajtin-Voloschinov. El signo ideológico y la filosofía del lenguaje.
(3) Laclau-Mouffe. Hegemonía y Estrategia Socialista
(4) Garcia Agustin, Oscar. Contra-hegemonía y desacuerdos.
(5) Tckakhotine, Serge. La violencia de las multitudes por la propaganda política.
(6) Gramsci, Antonio: Elementos de Política. Cuadernos de la Cárcel.
jueves, 2 de julio de 2009
LIDERAZGO REVOLUCIONARIO Y CONTRA-HEGEMONIA: ENSEÑANZAS DE PAULO FREIRE
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