sábado, 5 de diciembre de 2009

CONSTRUIR LA DEMOCRACIA SOCIALISTA DESDE LA MULTITUD NACIONAL-POPULAR



Javier Biardeau R
Si se quieren evitar las imposturas para el horizonte democrático, revolucionario y socialista en el siglo XXI, hay que desenmascarar las maniobras de los sinecuristas y sicofantes que pretenden confundir el ejercicio de la crítica radical en el seno del campo revolucionario, con simples “ataques” y “traiciones”, presuntamente promovidas por la “oligarquía del dinero”, el imperialismo y sus agencias de inteligencia. Si cualquier desacuerdo es “traición”, si cualquier crítica es “ataque” a la revolución, entonces el debate socialista será extremadamente pobre y estéril.
Se trata en realidad no una lucha entre los “verdaderos revolucionarios” y unos “agentes oligarcas encubiertos”, sino de una lucha entre una multiplicidad de matices, corrientes y tendencias en el seno del campo revolucionario; sobre todo, entre una corriente que siguen diseminando la tesis del seguidismo ideológico al socialismo burocrático del siglo XX, representado una defensa y promoción acrítica de la revolución cubana y de la soviética; y múltiples voces, entre las que nos identificamos, que consideramos que es imprescindible una renovación radical del ideario socialista, para diferenciarse claramente de las experiencias de transición al socialismo del siglo XX.
El siglo XXI requiere de nuevos referentes de socialismo democráticos, revolucionarios y libertarios distanciados abiertamente de cualquier figura del colectivismo oligárquico y sus estilos bonapartistas, del centralismo autoritario y del monolitismo ideológico.
Ciertamente, si se requiere profundizar la irreverencia del debate socialista, sin necesidad de funcionar como simples “antenas repetidoras” de fracciones de la dirección burocráticas del “monopolismo de estado”; es decir, de las experiencias del socialismo realmente inexistente del siglo XX; de sus oligarquías políticas, nomenclaturas o agentes de disciplina policial, en el estricto sentido dado a esta función por Jacques Rancière (El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996), hay que asumir las implicaciones de las intervenciones y posiciones intelectuales, teóricas, reflexivas en el debate sobre la revolución democrática y socialista venezolana.
La revolución democrática, socialista, descolonizadora, bolivariana no tiene porque recaer en las posturas dogmáticas de los “apparatchik”, o de quienes pretenden serlo, pues esta es una servil reproducción de la cultura de izquierda estalinista. Si cuestionar la inexistencia de verdaderos espacios e instancias de ejercicio de la democracia interna en en el proceso bolivarianao es un ataque o una traiciòn, entonces el devenir del proceso se asemeja a una implosiòn a cámara lenta.
Uno de los errores históricos de los “sicofantes históricos” (desde Grecia hasta la actualidad), de quíenes confunden la polémica revolucionaria con actitudes de delación de presuntos infiltrados "impuros" e "incómodos", es precisamente su puesta al servicio de una estrategia política velada de dominación y de justificaciòn de determinadas matrices de poder; en este caso, se trata del “calco y copia”, del trasplante mecánico del guión, como si las revoluciones fueran simples libretos trasplantados desde los laboratorios de la “propaganda bancaria”, del dirigismo vertical, impositivo y alienante, ya cuestionado por Freire en su análisis del liderazgo revolucionario en su ya clásico trabajo: “Pedagogía del oprimido”.
Creemos en la importancia de los órganos democráticos y revolucionarios de la dirección política, pero no en la cultura del partido/aparato, monolítico, sin democracia interna, y basado en formas de centralismo autoritario y burocrático. No se trata, por tanto de defensas "pequeño-burguesas" o "anarcoides" de la ultra-democracia, sino de no temerle a la iniciativa de masas, a su autonomía de clase, ni intelectual, ni política ni ético-cultural. Pues, las lealtades ciegas en las revoluciones, cuando son revoluciones democráticas y socialistas, solo conducen a la derrota.
El fondo de todo esto es la reacción ante la crítica del trasvase mecánico del esquema de gobernabilidad comandante-buró político-partido único-clase-frente de masas a la situaución venezolana, superponiéndole al proceso popular constituyente formas de encuadramento verticales y autoritarias, propias del socialismo de estado.
Las revoluciones son algo distinto de “calcos y copias”, son construcciones colectivas, puestas en acto por la intervención decisiva y la iniciativa de las masas o multitudes populares, de las clases trabajadoras, de los movimientos sociales y populares, a través de la guía ideológica y orientación de sus órganos democráticos y revolucionarios de dirección política.
En momentos en que los movimientos sociales y populares venezolanos comienza a asumir tareas de profundización de herramientas de reflexión y orientación socialistas, es preciso referirse a la crítica de Marx y Engels hacia el blanquismo y el jacobinismo político tanto en 1891 Engels: Introducción a La guerra civil en Francia de Carlos Marx., como en 1895, Engels: Introducción a la edn. de 1895 de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx.
Estas, son importantes referencias que enriquecen el debate político, y que aclaran muchas de las dudas que surgirán en polémicas posteriores, a comienzos de la Revolución Rusa, y sobre todo para comprender las críticas de voces, como las de Rosa Luxemburgo a las claras tendencias jacobino-blanquistas de la dirección revolucionaria bolchevique encarnadas en Lenin.
Y como lo hemos planteado polémicamente, decisiones y estilos del propio leninismo prefiguraron el estalinismo. Hay hilos de continuidad entre Stalin y la sub-cultura del aparato-partido constituida bajo la participación de Lenin.
En aquella poca leída, intencionalmente ignorada, o muchas veces peor recordada: Introducción de Engels a la “Lucha de la clases sociales en Francia de 1848 a 1850” de Carlos Marx, reaparece un hilo conductor del pensamiento crítico y revolucionario marxiano: la crítica del imaginario “jacobino-blanquista”.
Pocos reconocen la forma como Marx y Engels se fueron desprendiendo gradualmente de las mitologías revolucionarias que proyectaron los acontecimientos de la Revolución Francesa, como modelos de orientación para las clases populares y subalternas. No hay que olvidar que la “Revolución Francesa” fue una revolución burguesa, no una revolución bajo una dirección popular o proletaria.
Tampoco hay que olvidar un enunciado clave de los fundadores de la filosofía de la praxis colectiva del proletariado: “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”. No se puede suplantar la acción colectiva de clase, del pueblo, de las masas, de la multitud, por diversas cadenas de sustitución que terminan generando “nuevas clases”, “nomenclaturas”, “oligopolios de poder” y ficciones reaccionarias como el “principio del caudillo”, de cuño claramente fascista.
Lo planteamos sin ambigüedades, solo es posible comprender las condiciones y causas históricas de la presencia del “cesarismo socialmente progresivo”, o incluso de variantes del cesaro-populismo, en la dialéctica entre revolución y restauración, por la ausencia orgánica del “príncipe moderno” en el proceso revolucionario, por la debilidad de los espacios y órganos democráticos de dirección política de las clases, grupos y sectores populares y subalternas, por la inexistencia del “intelectual colectivo” (Gramsci).
El fenómeno transitorio del “cesarismo progresivo” no puede devenir en suplantación, en sustitución del "movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa". Si fuese así, solo estaríamos en una simple tesis de “circulación de las elites”, de cuño políticamente reaccionario, no en una revolución democrática y socialista; es decir, no estariamos bajo el predominio del momento de la acción colectiva de clase, de las masas, del pueblo para la transformación completa de la organización social.
El “momento del líder” no puede desfigurar, sustituir, suplantar el protagonismo popular, la iniciativa de masas, el ejercicio del poder proletario como clase gobernante, sin caer en una u otra variante del cesaro-populismo o bonapartismo socialmente progresivo, pero a la larga, políticamente regresivo.
Recordemos palabras del Manifiesto Comunista de Marx y Engels: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (Manifiesto Comunista-1848).
En la Introducción de 1891, Engels plantea: “(…) los blanquistas partían de la idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, podría mantenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al pequeño grupo dirigente. Esto suponía, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario.”
Y en la Introducción de 1895, Engels vuelve sobre el mismo punto: “Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.”
Y más adelante, Engels reconoce: “Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del proletariado. El método de lucha de 1848 (Barricadas y la insurrección) está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.”
Mientras Marx y Engels modificaban de acuerdo al contraste crìticio de sus planteamientos con la situación histórica sus hipótesis estretégicas, el dogmatismo insiste en el lema: "peor para la realidad". La revolución socialista no deja de ser en su contenido esencial “el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa”, pues “la época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de masas inconscientes, ha pasado”. Y sintetiza Engels: “Allí donde se trate de la transformación completa de la organización social tiene que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por si mismas de que se trata (…)”.
Por tanto, una revolución socialista, como transformación completa de la organización social no es asunto de “minorías”, de “individuos o vanguardias”, por más conscientes que sean, a menos que se pretenda repetir aquella trágica experiencia y expresión del Libertador con relación al proceso de independencia: “He arado en el mar”. La historia del "vanguardismo" en la izquierda latinoamericana ha mostrado la clara disyunción entre el trabajo político desde las bases y los portavoces de las "verdades únicas y monotópicas".
En el caso de las revoluciones socialistas, lo decisivo no son los individuos excepcionales, ni actividad de las minorías conscientes, sino la comprensión del papel de la iniciativa de las “masas populares”, de las clases subalternas”, de la multitud popular, en las tareas de la transformación completa de la organización social. No olvidemos: el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de mayoría inmensa, la capacidad del movimiento autonomo de quíenes habian sido hasta ahora encerredos por la hegemonía intelectual y ético-cultural de las clases dominantes.Sobre todo, si se trata de superar el dogmatismo, el seguidismo ideológico, la compulsión a repetir errores históricos:
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” (Marx. 18 Brumario)
¿Cuáles son los espíritus del pasado, sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, sus disfraces de vejez venerable, el lenguaje prestado? Justamente, en esto consiste la actitud de “calco y copia”, frente al llamado de creación heroica de Mariátegui, o el lema de Inventamos o erramos de Simón Rodríguez.
O reproducimos servilmente los detalles de las revoluciones que dieron lugar al estatismo autoritario, con sus sistemas de partido único y su burocratización generalizada, o asumimos la necesidad de crear figuras de socialismo que profundicen la democracia sustantiva, el poder popular, el pluripartidismo revolucionario, la existncia de corrientes, matices y tendencias en un frente amplio por el socialismo, y la socialización del poder en todos los espacios de una sociedad en plena transformación.
Estos son asuntos que involucran a los movimientos sociales y populares, a todas las clases y sectores populares y subalternos, a los sectores medios, profesionales, militares, estudiantes, indígenas, mujeres, a los pequeños y medianos empresarios de la ciudad y el campo, a los intelectuales En fin, al bloque históricos nacional-popular emergente.
Una revolución democrática y socialista, descolonizadora, profundamente participativa y libertaria, no se puede dar el lujo de repetir los profundos y graves errores del socialismo y del comunismo de Estado.
Pués no queremos repetir la barbarie. Construyamos la democracia socialista desde la multitud nacional-popular.

No hay comentarios: