sábado, 25 de abril de 2009

LLAMAR A ELECCIONES, ESTO ES DEMOCRACIA



Javier Biardeau R.

Hay muchos momentos en los hay que recordar la primera pregunta que abrió las compuertas para la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente en 1999: “¿Convoca usted una Asamblea Nacional Constituyente con el propósito de transformar el Estado y crear un nuevo ordenamiento jurídico que permita el funcionamiento efectivo de una Democracia Social y Participativa?”.
Una revolución democrática y socialista es perfectamente congruente con este propósito transformador: democracia social y participativa. Pero ni el despotismo burocrático ni el estatismo autoritario son compatibles con la democracia social y participativa.
En su estudio sobre la “revolución congelada”, Feher calificaba al movimiento jacobino como partidario de una “democracia dirigida”. El intelectual latinoamericano Jorge Vergara habla, por otra parte, del leninismo como una figura de la democracia elitaria. Y es que el elitismo “revolucionario” dio paso a los cultores de la contrarrevolución estalinista, una tiranía que echó por tierra la experiencia de los Soviets y Consejos en la construcción del Socialismo.
Decía el intelectual palestino Edward Said: “hay que hablarle claro al poder”. Cuando en una revolución democrática y socialista las pasiones revolucionarias se distancian de las pasiones democráticas, cuando la sombra de poder entroniza la ceguera estratégica y táctica, entonces se manifiestan derivas, errores e infortunios. Gramsci advertía que en política hay que evitar errores que pueden echar por tierra no solo la pequeña política, sino la gran política. Y si no, corregirlos a tiempo.
Considero un grave error desconocer el papel de la soberanía popular en la construcción de los poderes constituidos, pues un gobierno, un régimen o una autoridad política que no emanen de la soberanía popular, carece de legitimidad democrática.
Está planteado en el Primer Plan Socialista 2007-2013 como objetivos: a) alcanzar irrevocablemente la democracia protagónica revolucionaria en la cual la mayoría soberana personifique el proceso sustantivo de decisiones. b) construir las bases sociopolíticas del socialismo del siglo XXI.
Queda suficientemente claro que la soberanía popular no puede enajenarse, que hay ejercicio directo; es decir, participación protagónica en diversos espacios e instancias; además, que hay ejercicio indirecto, mediante el sufragio. ¿Que ocurre cuando un poder constituido, cuando una autoridad política constituida no emana de la soberanía popular?
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece el principio restrictivo de la competencia, según el cual los órganos que ejercen el Poder Público sólo pueden realizar aquellas atribuciones que les son expresamente consagradas por la Constitución y la ley. Además, los cargos ejecutivos de gobierno emanan de la soberanía popular.
Hay toda una coherencia sistemática en el texto constitucional que refuerza esta interpretación. Principios fundamentales: son derechos irrenunciables, la soberanía (art.1). Es valor superior del ordenamiento jurídico: la democracia (art.2). El Estado tiene como fin esencial el ejercicio democrático de la voluntad popular (art.3). Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular ya ellos están sometidos (art.5). El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables (Art.6). Se define la organización jurídico-política que adopta la Nación venezolana como un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia (art. 2). Hay una plataforma de principios fundamentales del texto constitucional que son soportes fundamentales de la legitimación política, o si prefieren, de la hegemonía política y ético-cultural de la democracia social y participativa.
Llegamos al meollo del asunto. Art.18: “Una ley especial establecerá la unidad político territorial de la ciudad de Caracas, (…) En todo caso, la ley garantizará el carácter democrático y participativo de su gobierno”.
Es cierto que el artículo 156-10 constitucional dicta que es de la competencia del Poder Ejecutivo Nacional, la organización y régimen del Distrito Capital y de las dependencias federales. Sin embargo, no hay razones para que el Gobierno del Distrito Capital no emane de la soberanía popular, sea democrático, electivo y participativo. Lo prudente es corregir el artículo 7 de la Ley.
Además, no hay autoridad política alguna en la Constitución que reciba la denominación de “Jefe de Gobierno”. Tampoco autoridad política que no pueda ser revocada por mandato popular. Una Constitución Democrática define la estructura de competencias de los órganos de gobierno y sus autoridades.
Hay que tener summa prudencia. Rectificar y llamar a elecciones, esto es Democracia.

SOCIALISMO: PENSAMIENTO CRÍTICO Y TRANSICIÓN IV


Javier Biardeau R.


Por paradojas de la historia, en el prólogo de “El Estado y la revolución”, Lenin dice: “Después de su muerte (de los grandes revolucionarios), se intenta convertirlos en santos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así; rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para ‘consolar’ y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola”.

Desde nuestro punto de vista, fue precisamente esto lo que ocurrió con el propio Lenin, cuando fue metabolizado por la contra-revolución estalinista. Fue Stalin quién enarboló toda una maquinaria de propaganda alrededor de las “banderas del leninismo”. Aún reconociendo el filo revolucionario del leninismo con relación a la tesis de la “extinción del Estado” y la “transición al socialismo”, la gran paradoja consiste en comprender cómo el leninismo, como “nombre y aureola”, devino en la prefiguración del Socialismo de Estado.

Hay al menos tres cuestiones en el leninismo que son fundamentales para abordar los extravíos de las transiciones a la democracia socialista: a) una cuestión política que gira alrededor de la tesis de la “dictadura del proletariado”, b) una cuestión económica que gira alrededor del papel progresivo del “capitalismo de estado”; y no menos importante, c) una cuestión epistemológica, derivada de la “interpretación positivista de la ciencia”, presente en Engels, Kautsky y en toda la tesis del “socialismo científico”, asumida por Lenin en su ¿Que hacer?.

Nuestra posición es que haber descuidado el entrelazamiento de estos tres aspectos explica una ceguera que facilitó la edificación del estatismo autoritario en la URSS. Sin una crítica radical y revolucionaria a estos tres eslabones, será muy difícil no repetir los errores del colectivismo burocrático. Habría que recordar planteamientos del “comunismo de consejos”, cuando planteaba que: “La lucha del proletariado no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el Poder del Estado, sino también una lucha contra el Poder del Estado mismo” (Antón Pannekoek).

Mientras Marx planteó su aguda crítica contra cualquier deificación del Estado al colocarlo por encima de la sociedad, la experiencia posterior condujo a un fortalecimiento del estatismo burocrático-autoritario. En una silenciada polémica con lo que sería las afinidades coyunturales entre el “cristianismo aplicado” de Bismark, con su “revolución desde arriba”, y Lasalle, Marx planteó en contraposición (Crítica al programa de Gotha): “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”.

En su crítica Marx planteó: “Cabe, entonces, preguntarse: ¿que transformación sufrirá el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista medía el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”

Lenin elaboró toda una línea política de este enunciado, minimizando lo planteado por Engels en 1891 y 1895, con relación a la República Democrática y la revolución de la mayoría. El poder constituyente es disuelto por la “dictadura sobre el proletariado” y el elitismo revolucionario. Allí se produce una disyunción entre la revolución democrática y socialista.

Una descontextualización de los enunciados de Marx y Engels de su mundanidad histórica, social y política (Said), generó toda una dogmática doctrinaria. Como ha planteado el propio Adam Schaff (El comunismo en la encrucijada), fue Lenin quién modifico deliberadamente el enunciado planteado por Engels,: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa.”. Lenin adultera el enunciado en su cita en el Estado y la Revolución: "Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado.”(El Estado y la Revolución; cap IV).

A partir de allí, es fácil comprender la precariedad del imaginario democrático para abordar las tareas de la transición y la imposición sobre los consejos de la “línea correcta del partido”. Además, la concepción Leninista del "Qué hacer", una conciencia que viene suministrada a los trabajadores desde fuera, a través del partido (unidad de “ciencia” y “dirección política”), es una clara manifestación de una concepción jacobina-burguesa de la revolución. Luego, la historia hecha por los “grandes hombres” encontró una expresión concentrada en el culto a la personalidad y la infalibilidad del partido. De allí al cesarismo progresivo (Gramsci), hay un solo paso.

SOCIALISMO: PENSAMIENTO CRÍTICO Y TRANSICIÓN III

Javier Biardeau R.

“(…) desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. (…) Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas.” (Engels. Del Socialismo utópico al Socialismo científico”)
Algunos suponen que los Estados que replican el modelo estalinista de despotismo burocrático son socialistas porque sus economías han sido “nacionalizadas”; es decir, estatizadas. Sin embargo, socialismo no es propiedad estatal. Tampoco es Socialismo, suponer que por decreto se crea un “Estado Socialista”.
Hay que desconfiar de algunos “desafortunados” actos de habla. Mientras la vieja guardia bolchevique afirmaba que la revolución soviética había logrado no el socialismo, sino un Estado Obrero con deformaciones burocráticas, Stalin decretó: “somos un Estado socialista” en los años treinta. Hoy sabemos, que ni siquiera para Marx, el Socialismo era una “etapa” específica en el desarrollo de una sociedad sin explotadores y sin explotados. Sencillamente, Marx había echado por tierra toda la pedantería doctrinaria que hablaba de una “etapa socialista” y de una “etapa comunista” (Ludovico Silva dixit).
Era obvio que la creación de semejante doctrina era producto, de lo que llaman las academias, una “hermenéutica particular”. Sabemos qué determina que una hermenéutica particular, sea la interpretación que no admita controversias, polémicas ni refutaciones; producto de “actos de fuerza”, de declaraciones de “clausura de la deliberación y de punto final”.
La tesis de la naturaleza “socialista” de las transiciones al socialismo, fue sostenida por los partidos comunistas marxista-leninistas (es decir, estalinistas) que justificaron el curso soviético luego de los años 30. Su argumento principal es que la “propiedad nacionalizada” crea un modo de producción cualitativamente diferente al capitalismo. Mantienen que “su” socialismo defiende los intereses del “pueblo trabajador” y “desarrolla las fuerzas productivas más allá de la capacidad del capitalismo”. Estos entrecomillados se justifican para desmantelar parte de la retórica de aquella propaganda oficial. Se partía erróneamente de la tesis de que la conjunción de estatizaciones con la planificación central, dominaría la “ley del valor” que gobernaba la acumulación, crecimiento y distribución de la economía mundial capitalista. La evidencia que es citada a menudo es que estos países tenían poco o ningún desempleo, ninguna miseria masiva comparada al capitalismo, ningunas diferencias de riquezas excesivas y ningún desperdicio.
Sin embargo, se minimizaba o se ocultaba que se había liquidado nada más y nada menos que con la auto-emancipación de los trabajadores del campo y de la ciudad, que se había construido una “fortaleza asediada”. Una economía colectivizada por la vía de las estatizaciones autoritarias, como en los años treinta en la URSS, podía mostrar los signos de expansión industrial, contratándola favorablemente con la depresión económica y el desempleo masivo del capitalismo en crisis. Pero lo que lograba realmente era justificar la centralidad del Estado sobre el proceso económico, social, ideológico y político. Pero, Estatismo no es Socialismo.
Una “transformación socialista de las relaciones sociales” desde el Estado, sin la activa, protagónica y consensuada participación de los trabajadores de la ciudad y el campo, no podía llamarse “socialismo”. La “línea política correcta” del partido gobernante no era suficiente. Todo este imaginario revolucionario ha hecho aguas, es un “pescado podrido”. El asunto va por otros lados: ¿cuál democracia socialista para cuál transición?
Obviamente no será un socialismo de burócratas, de tecnócratas, o de funcionarios de partido sobre-impuestos al “pueblo trabajador”. Posterior a la muerte de Trotsky, algunos de sus seguidores mantuvieron su evaluación de la URSS, como un estado obrero degenerado en tránsito hacia la restauración capitalista o hacia una nueva revolución obrera. Se quedaron esperando la “revolución obrera”
El estalinismo fue capaz de llevar a cabo su contra-revolución despótica y burocrática en la Europa oriental, en China y en otros lugares. Autores influenciados por el “maoísmo”, supusieron una ruptura de imaginarios revolucionarios en el conflicto chino-soviético. Pero el paradigma despótico burocrático era ampliamente compartido, a pesar de las tensiones entre “timoneles”. Para lograr la socialización efectiva del poder económico, político, ideológico; en fin social, la URSS tenía que lograr una superación económica cualitativa (no solo cuantitativa) sobre el capitalismo.
Hoy China es una pujante potencia económica que demuestra la viabilidad del capitalismo de estado, basado en el nacionalismo popular revolucionario. Sin embargo, estos modelos se distancian abismalmente de Marx, de la auto-emancipación del polo explotado. Este es el meollo del socialismo de Marx. Por tanto, una superación cualitativa del modo de producción de la vida capitalista sigue siendo tarea pendiente del Socialismo, un socialismo que no puede ignorar ni al polo asalariado, ni a Marx.