miércoles, 24 de febrero de 2010

EL DESACUERDO Y LAS PURGAS

STALIN Y YEZHOV

Javier Biardeau R.
El desacuerdo sin reconciliación no es un indicador del fracaso de la política democrática y del espacio público sino más bien su rasgo constitutivo.”(Benjamin Arditi)
En medio del devenir de la “revolución bolivariana rumbo al socialismo del siglo XXI”, según la fórmula más difundida, se ha pretendido montar un dispositivo de control ideológico-político de corte estalinista, por parte de quiénes hacen apología del legado del “socialismo real”, claramente identificadas en el proceso venezolano. Se inicia una encrucijada política en la cual, o se rompe definitivamente con el dispositivo estalinista en todos los terrenos, o el proceso popular constituyente queda completamente engullido en la trayectoria del socialismo burocrático.
La defensa encubierta de la sub-cultura estalinista y de sus residuos ideológicos, pasa por una postura acrítica de las experiencias del Socialismo Burocrático realizado (URSS y sus satélites). Sus tácticas son vino viejo en aparentes nuevas odres: todo lo que no sea el Socialismo troquelado desde la idea marxista-leninista ortodoxa más ramplona, extraída de los manuales de “comunismo científico”, es descalificada y atacada como “reformista, anarquista, pequeñoburguesa y contra-revolucionaria”. Viejos estigmas de viejas polémicas.
Se trata “casualmente”, de los estigmas que utilizó la subcultura de aparato de izquierda para disciplinar autoritariamente a sus militantes a lo largo del siglo XX, a partir del ciclo de luchas que se inicia desde la revolución rusa, y que se cierran con los acontecimientos de finales de los años 60, donde la defensa del estalinismo explícitamente queda completamente desacreditada. Sin embargo, lo que se diluye en el plano manifiesto, asume una existencia latente, esperando su reactivación histórica.
Esta micro-política estalinista avant la lettre, es la mejor demostración de que el socialismo burocrático realizado, sigue presente como clima en determinadas tendencias de la izquierda, aún significando la demostración histórica de nuevas formas de alienación, opresión y explotación; lo cuál explica parcialmente, algunas de las condiciones subjetivas por la cuales no pudo representar alternativa histórica alguna al capitalismo hegemónico.
El uso del monopolio de la “voz revolucionaria”, la descalificación de cualquier diferencia o desacuerdo, es un ejemplo típico de las pretensiones de control ideológico, del lenguaje y del pensamiento, suficientemente analizado por intelectuales de respetable trayectoria en la izquierda mundial (Para muestra: Chomsky)
Aunque el nuevo imaginario socialista asume la diferencia y el desacuerdo como elemento indispensables de la política de la igualdad y la emancipación (ver Ranciere, por ejemplo), la vieja izquierda se inclina a conservar su pretensión de policía (En el estricto sentido dado por Foucault: disciplina, normalización y control).
El uso del monopolio de la “voz correcta”, en el capitalismo neoliberal hegemónico, tuvo un gran impacto y fue analizado como “pensamiento único” (Ramonet dixit). Pero el “pensamiento único”, desborda las cartografías de “derecha e izquierda” propias de la geo-cultura de la Modernidad occidental; delimita vastos problemas filosófico-políticos de diferentes círculos civilizatorios, culturales y nacionales (pues toda filosofía tiene sus implicaciones políticas).
Uno de estos problemas es la distinción entre posturas absolutistas-despóticas, y las interpretaciones que consideran que a “ilustración de la liberación”, a la “razón histórica” o las “hermenéuticas-críticas”, como un patrimonio valioso para los movimientos de emancipación social, política y cultural.
El despotismo anida en aquel lugar común que plantea, por ejemplo, que la “Iglesia” siempre habla de “libertad” cuando está en la oposición, y de “verdad monolítica” cuando ejerce el poder. Algo semejante ocurre con el dispositivo estalinista, al convertirse en una maquina de constitución de identidades contra-revolucionarias (todo lo que no sea como el “acróbata audaz”, es contra-revolución).
La analogía es útil en la medida en que se reconoce que hay un “marxismo de derecha”: un marxismo burocrático, sectario, dogmático, vulgar, que con aparentes expresiones marxistas, reproduce y vehicula un principio (arché) de cuño despótico.
Por tanto, las nuevas figuras de los Socialismo participativos, democráticos, plurales y libertarios, no se construyen desde los viejos métodos, plantillas, expresiones y contenidos del imaginario despótico del estalinismo.¡Ni desde las armas melladas del capitalismo, ni desde las armas melladas del estalinismo!.
Hacerse cómplices, dejarse llevar o intimidarse por el dispositivo estalinista, es justamente la puerta de entrada a la sedimentación, desde la vida cotidiana hasta las instituciones, de los “lugares comunes” y “habitus” del Socialismo Burocrático del siglo XX; liquidando la posibilidad de la experiencia crítica y creativa del Socialismo participativo, democrático, plural y libertario.
Sin amplia participación, protagonismo popular y deliberación, sin decisión de bases, sin diversidad de corrientes de pensamiento crítico socialistas, sin ampliación de los espacios de libertad de los individuos sociales, como singularidades revolucionarias, el dispositivo estalinista se apropia de los espacios de la revolución como un “virus gusano”.
Se habla, por ejemplo, desde el dispositivo estalinista de “avanzar al Socialismo”, de “profundizar la revolución”, de “radicalización” en medio de más patético seguidismo ideológico y la repetición acrítica de cuatro o cinco “axiomas” de los manuales de “comunismo científico” (propiedad estatizada, táctica de clase contra clase, partido único, planificación burocrática y deber de sumisión ideológica).
Sin embargo, la conciencia socialista emancipadora es autonomía liberadora de multitudes populares, no sumisión castradora de aparatos, partidos ni engranajes estatistas. Se pretende imponer el estilo de “socialismo “correcto”, pues se trata del monopolio de la “voz única”, que se complementa a su vez con un abstracto y simplificador “análisis sociológico de clases”, donde cualquier “idea” es un simple “reflejo ideológico” de una situación definida por algunos atributos sociológicos.
La manipulación es muy sencilla. Un “pequeño grupo de decisión” (el equipo de propaganda de la “voz correcta”) pre-define cuál es la “conciencia revolucionaria” (“Nosotros” estamos en la “Verdad”), así como los “parámetros de desviación y divergencia ideológica” (A la izquierda de “nosotros” solo hay "anarquistas", a la derecha, “oligarcas” y “reformistas”. Ambos hacen “causa común contra-revolucionaria”.
Así, se definen los axiomas, principios y dogmas de la “secta”, que son obviamente normas, valores y creencias incuestionables. Luego, se establece si las “opiniones analizadas” se desvían o no de la opinión sostenida por el “núcleo de decisión” (la “voz correcta” del núcleo), tratando de relacionarlas con situaciones de clase sociológicamente definidas.
La plantilla de clases es elemental, no parte de ningún “análisis concreto de una formación social específica”, con sus rasgos y características particulares, se trata de una simple clasificación sobre-puesta: “oligarquía, burguesía, pequeña burguesía, proletariado, marginales”, y en algunos casos, el “campesinado”. Allí comienza el ejercicio de atribución de “actitudes ideológicas básicas” para cada una de estas clases.
Si la opinión objeto de “seguimiento político” es la de una persona o grupo de “condición obrera y popular”, pero se desvía o diverge de la posición atribuida por el “grupo de decisión”, entonces será etiquetada como afectada por el “poder espiritual de la ideología dominante”; la opinión estará presa de la “falsa conciencia”; es decir, su valor será nulo o negativo, en estado de “debilidad ideológica”, “potencial peligrosidad” o “contra-revolucionario”.
El esquema binario, lo que la semiología han llamado el “binarismo del código”, o los filósofos: el “maniqueísmo”, es parte de la fórmula para efectos de control ideológico y normalización social. No se trata entonces de facilitar o catalizar la reflexión crítica, los pensamientos autónomos y creativos, sino de imponer la “opinión ideológica correcta”: Malo/bueno, correcto/incorrecto, verdadero/falso, aparecen relacionados en una suerte de “bloque mágico”: pasiones, actitudes, creencias, enunciados e ideas.
Así mismo, si la opinión analizada es la de una persona perteneciente a los “sectores medios”, “campesinos” o “marginales”; además tiende a desviarse de la opinión del “núcleo de decisión”, entonces la opinión es etiquetada como “reformista, anarquista, pequeñoburguesa o contra-revolucionaria”.
El chantaje es permanente (bajo la fórmula: o estás con nosotros o estás en el camino de la “contra-revolución”), e implica ejercer formas de “violencia simbólica” muy similares, por cierto, a los esquemas de propaganda política, de su institución fundadora (Iglesia), o de los “comunicadores estratégicos” de la industria cultural capitalista.
Desde allí, el criterio de contraste de opiniones aplica la regla de la "desviación ideológica, sea de derecha o de izquierda”; técnica institucionalizada en el partido-aparato estalinista. Obviamente, el “grupo de decisión” ya ha establecido la “voz ideológica correcta” de antemano. Lo demás es un juego de invariantes que giran alrededor de cuatro o cinco “axiomas” de la política estalinista (propiedad estatizada, táctica de clase contra clase, partido único, planificación burocrática y deber de sumisión ideológica).
Adicionalmente, operan racionalizaciones complementarias, extraídas de los manuales soviéticos, utilizando iconos ejemplares, para reforzar la identificación con los “héroes pertenecientes a la épica revolucionaria” (quienes encarnan y personifican los axiomas ya establecidos), basadas en la concepción de la forma ideológica como simple reflejo ideológico de situaciones de clases.
Se utiliza, con criterio de liturgia eclesiástica: el cuerpo, el rostro y la carne. Se trata de una suerte de “monjes” de la revolución, preñados de la “pureza moral” descrita en el recomendable trabajo de Barrington Moore (“Pureza moral y persecuciones en la historia”).
Aunque parece elemental su lógica y su funcionamiento, son devastadores sus efectos para la sedimentación de una cultura política autoritaria en las corrientes de izquierdas, pues instituye un modelo de “propaganda bancaria y alienante” (Denunciada por Paul Freire, en su crítica a los métodos de concientización de la vieja izquierda autoritaria).
Se trata del más burdo y vulgar “adoctrinamiento coercitivo”, que para ser completamente eficaz, debe articularse adicionalmente a espacios o a campañas dirigidas a la “critica y auto-crítica revolucionaria”, que se asemejan a rituales de “desposesión”, “purificación moral” y “ex culpación ideológica”.
El ideal colectivo coercitivo construye las fantasías centrales de grupo (culto a la personalidad, vanguardia-aparato, legalidad revolucionaria, criminalización de la diferencia), con rasgos persecutorios y paranoides, explicitamente articulados a demandas de penalización y castigo.
Se trata más que de estimular el debate socialista, de diseminar "fórmulas de juicios de opinión" utilizadas en las grandes "purgas soviéticas".
Los estudios de influencia social y psicología social de la persuasión coactiva, muestran cómo “sectas, servidumbres y despotismos”, utilizan este tipo de técnicas y métodos de manipulación ideológica. En el caso del campo de izquierda, el dispositivo estalinista se basa en principios similares a las más burguesa y capitalista “Sociología de la desviación social”, pues se trata de técnicas de dominación, control y gobernabilidad, que pretenden anular opiniones, actitudes y pensamientos disconformes, críticos o contestatarios; por tanto, potencialmente divergentes.
Aunque esta retórica reaccionaria fue quebrada durante los acontecimientos del 68, dando lugar a nuevos flujos y singularidades revolucionarias, se mantiene latente en determinados espacios. Han sido las voces subalternas, marginadas y excluidas las que le dieron la espalda al dispositivo estalinista. Stalin, con su sociología de la desviación y su criminación de toda diferencia, fue emblema de los que la nueva izquierda rechazó a lo largo y ancho del mundo. ¡Pero…aún quedan sus cultores y comisarios, reactivando su estilo político!
El lucha por la contra-hegemonía socialista no es entonces un consenso construido por prácticas hegemónicas democráticas, o por pedagogías políticas emancipadoras, sino por prácticas hegemónicas autoritarias, imponiendo consensos forzados, con una “intoxicación lingüística” de base, desinformando, manipulando, suprimiendo información, chantajeando al destinatario, manejando culpas y proyectando “chivos expiatorios”.
Las etiquetas son diseminadas: la “maldición ideológica” de la “pequeña burguesía” es su “oscilación política”. Vive permanentemente una suerte de trastorno ideológico bipolar, con su hibrido esquizoide. Así mismo, los etiquetados como “marginales”, viven bajo la desorganización socio-genética de sus ideas y valores, por la fragmentación social, vicios y “conductas antisociales” del “lumpen”. Sirven de “masa de maniobra”, de rebaño electoral, pero están presos de tendencias egoístas, cálculos inmediatos y utilitarios. Los “campesinos” son siervos ideológicos de la pequeña propiedad agraria y de la pequeña producción mercantil; y así sucesivamente, con las diversas capas o sectores, que no se consideran portadores de la verdadera “ideología proletaria”; es decir, la que postula los cuatro o cinco axiomas del “socialismo correcto” (propiedad estatizada, táctica de clase contra clase, partido único, planificación burocrática, deber de sumisión ideológica).
Finalmente, la única ideología auténtica es la del “proletariado revolucionario”; pero no la del “proletariado empírico”, ni la de los “obreros de carne y hueso”, sino la que expone magistralmente la “vanguardia portadora de la conciencia revolucionaria”, encarnada en el aparato-partido marxista-leninista (si es “partido-único”, mejor), que será un “destacamento de vanguardia”, cuyos miembros, son como señalaba la fórmula leninista: “profesionales de la revolución” (si lo confunde con los Fasci italiani di combattimento es una simple “confusión pequeñoburguesa”).
Este paquete ideológico de adoctrinamiento coactivo pretende imponerse bajo un ambiente de “no debate”. El “debate de ideas” es la táctica difusionista, donde se liquidan por descalificación todas las opiniones distintas a las del “núcleo de decisión o propaganda” (La forma de debatir es singularmente dialéctica: simplemente, se declara la verdad y se concluye en la misma verdad.)
Sin embargo, hay un terreno donde el núcleo de decisión de la “voz correcta” es incompetentes: una lectura crítica de Marx. Como los filtros del estalinismo son los operadores simbólicos (¡Peor para Marx!). Si uno lee en profundidad, por ejemplo, al mismísimo Marx, no encuentra ninguna de estos axiomas, principios ni terminología de “desviaciones, líneas, aparatos” y “voz correcta”. ¿Cuando comenzó toda esta nomenclatura de la “desviación ideológica”, en el seno del pensamiento de la izquierda revolucionaria?
Se trata de un acto político fundacional que se institucionaliza con el lenguaje de la ortodoxia bolchevique y su “sub-cultura de partido-aparato”. La retórica, los tropos, las figuras del lenguaje remiten al imaginario jacobino de la “elite revolucionaria”.
¿Conocemos el significado los procesos y circunstancias históricas que llevaron a la etapa del “terror revolucionario”, sus “comités de salud pública”, durante la “Revolución Francesa”?. Obviamente, el “monopolio de la virtud” y la “pureza moral” están del lado de un grupo auto-designado como encarnación de la “voluntad general”. El resto es pura “contra-revolución”, por tanto, “homo saccer”, “spam”, “desperdicio”, “destino en el gulag”.
Desde este esquema, cualquier divergencia de criterios, valores o ideas es descalificada bajo la intención de fortalecer el “polo reformista”, o peor, el “polo contra-revolucionario”. Aquí, debemos recordar al “padrecito” Stalin (Sobre el peligro de derechas en el PC de la URSS-1928):
La desviación derechista en el comunismo, bajo las condiciones del capitalismo, es la tendencia, la propensión de una parte de los comunistas -- sin forma definida aún, verdad es, y quizá inconsciente, pero propensión, a pesar de todo -- a apartarse de la línea revolucionaria del marxismo, inclinándose hacia la socialdemocracia. Cuando ciertos círculos comunistas niegan la oportunidad de la consigna de "clase contra clase" en la lucha electoral (en Francia) o se manifiestan contrarios a que el Partido Comunista presente una candidatura independiente (en Inglaterra) o no quiere agudizar el problema de la lucha contra la socialdemocracia de "izquierda" (en Alemania), etc., etc., eso significa que dentro de los Partidos Comunistas hay gente que pugna por adaptar el comunismo a la socialdemocracia.
Se trata de toda la jerga del llamado “tercer período” estalinista (contra el frente único revolucionario, contra el frente popular, contra el frente amplio de izquierdas), basada en la idea que enuncia que para “radicalizar la revolución” hay que acometer una jornada de purgas, liquidando las “desviaciones de derecha” (socialdemocracia) y las “desviaciones de izquierda” (trotskismo, anarquismo, democratismo, entre otras).
El dispositivo estalinista adquiere su éxtasis justamente en el acontecimiento criminal que se desencadena con las “purgas”. Cualquier arqueología de las ideologías políticas puede analizar, comprender y caracterizar esta retórica de la “ortodoxia de aparato”. El extremo de este sectarismo puede llevar, por ejemplo, a la institución del “Pensamiento-Gonzalo”, en el caso del “maoísmo” de Sendero Luminoso, por ejemplo.
El culto a la personalidad es, definitivamente, la etapa superior del sectarismo. La enfermedad de la izquierda es el sectarismo.
La cohesión ideológica del grupo sectario responde, entre otras dimensiones, a la difusión del “enemigo oculto, disfrazado, infiltrado”, a la proyección del fantasma paranoico-agresivo de grupo, como base de la “ilusión grupal”. Cualquier diferencia de opinión es traición, no hay apertura alguna a nuevos horizontes de comprensión, ni a explorar la fecundidad de una multiplicidad de perspectivas, cualquier divergencia de políticas, es contra-revolución, el camino es único, y el pensamiento-único también; como la “revolución está ahora asediada desde adentro”, ha llegado el tiempo de las “grandes purgas”.
¡Ya tenemos nuestros pequeños pichones de Yezhov!
El asunto clave y estrategico es si esta reacción estalinista, provocará una contestación que ponga en juego axiomas radicalmente democráticos, diversos y complejos de una política-otra para nuevos socialismos contra-hegemónicos.
¡Insumisos, unios!

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