jueves, 21 de junio de 2012

INTRODUCCIÓN A LOS PROBLEMAS DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA: 1.- CONSTRUCCIÓN SOCIALISTA SIN PENSAMIENTO ÚNICO.

Javier Biardeau R.
Cuando se plantean los espinosos asuntos de la transición socialista en la geografía de las experiencias latinoamericanas y caribeñas, se reactivan cuestiones aparentemente elementales: ¿Es posible imaginar y pensar la transición socialista desde una variante del “pensamiento unidimensional, simplificador o único?¿Que es el Socialismo? ¿Que es el Comunismo? ¿Qué es el Post-capitalismo? ¿Cómo traducir estos debates de marcado acento euro-céntrico a las realidades de los cuerpos, voces e imaginarios nuestro-americanos? ¿Acaso las derechas tienen el monopolio de la voz sobre términos como democracia, pluralismo o libertad, lo cual impide imaginar y pensar la transición socialista como una proceso de radicalización democrática?
No hay nada elemental en estos asuntos, son problemas medulares para construir alternativas deseables, posibles y factibles al actual orden de reproducción metabólica del Capital y a la modernidad hegemónica.
La primera conclusión es que una “revolución” por decreto y desde arriba, basada en un pensamiento unidimensional y simplificador no es ninguna revolución. Allí siempre cabe rectificar a profundidad. Ya en 1964, Marcuse habia descrito el pensamiento unidimensional como resultante del “cierre del universo del discurso” impuesto por la clase política dominante y sus aparatos de difusión de masas: “Su universo del discurso está poblado de hipótesis que se auto-validan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados”. Estas definiciones hipnóticas o dictados ocurren tanto en el pensamiento de la derecha como en el de la izquierda. Se constituyen en guiones o marcos de sentido que reproducen hábitos ideológicos de las fuerzas políticas y movimientos sociales. Sin duda, el pensamiento unidimensional y simplificador en el siglo XXI es una plaga espiritual, una estupidez generalizada, que cruza transversalmente ambos campos: izquierda y derecha, incluso para aquellos perplejos que han perdido éstas elementales referencias.
En segundo lugar, provisionalmente por izquierda entenderemos una actitud vital, si se prefiere un horizonte de prejuicios existenciales frente a la sociedad basada en una concepción de la dignidad-condición humana. Pertenecen al campo de las izquierdas (con todas sus diferencias internas) aquellos y aquellas que NO se resignan a naturalizar la injusticia, el despotismo, la violencia, la opresión y la barbarie del mundo. Los que perciben las condiciones y causas de dicha situación en un modo histórico de organización de la sociedad que llamamos capitalismo, que debe y puede transformarse en una forma social que denominamos Socialista (con todas sus figuras y modelos), que las condiciones de existencia y el modo de hacer capitalistas no residen en la voluntad divina o en la naturaleza de las cosas.
Las izquierdas pretenden cambiar las condiciones de un mundo de explotación, injusticia y exclusión mediante la acción colectiva organizada, para hacerlo más conforme a los valores que sostienen: libertad individual y social, igualdad y justicia social, solidaridad, derechos humanos y colectivos, democracia radical y participativa, inter-culturalidad y defensa a toda costa de la naturaleza.
Aquellos que desconocen estas elementales referencias (que distinguen a la izquierda de la derecha), que pretenden afirmar que esta distinción ya no tienen sentido y significación, se conforman con la reproducción de las condiciones de existencia del capitalismo, por tanto actúan conforme al espacio de racionalidad y el Proyecto histórico de la derecha. Por tanto, para imaginar y pensar la posibilidad efectiva de la transición socialista hay que ubicarse, posicionarse, reconocerse en el campo de las izquierdas. Allí se concibe la posibilidad histórica de tal transición y alternativa al orden del capital.
Ahora bien, hay izquierda(S) y no sólo pensamiento único de izquierda. No enumeraremos por ahora las diferentes corrientes de izquierda, sus distinciones y matices internos, sus afiliaciones organizativas. Lo fundamental es la unidad de acción transformadora de todas estas tendencias en el campo histórico del poder, la constitución de un Frente Amplio Revolucionario.
Es el logro de un horizonte de convergencias estimulado por el liderazgo político integrador de un sistema de valores y actitudes vitales. Que pueda haber interminables debates, controversias, polémicas, perspectivas, esto es indispensable. Pero la unidad de acción transformadora permite distinguirse, separarse y antagonizar al campo de la derecha. Este es el adversario fundamental, o como decía Mao Tse Tung, “saber distinguir en cada situación cuál es el enemigo principal”.
Pero también hay contradicciones secundarias. De allí la importancia de cuestionar el sectarismo y el dogmatismo, suponer que una micro-fracción o una variante del pensamiento de izquierda es la “vanguardia esclarecida” o el “pensamiento único revolucionario” es justamente hacer un gratuito servicio al campo de la derecha, permitir que la izquierda se fragmente, impedir que se conforme una voluntad colectiva para la transformación, utilizar los viejos guiones de ataque al “reformismo” y al “revisionismo” para espantar a potenciales aliados en la construcción de una hegemonía democrática y socialista.
Ya no se trataría del uno que se divide en dos, como en las formulaciones dialécticas, sino en provocar la fuerza al Uno-despótico a partir de la proliferación de una serie inconsistente, fragmentada, dislocada. Esta es la función del sectarismo: dividir sin fortalecer, sin salto cualitativo, disipando la energía revolucionaria.
Suponer que las verdades en política no se hacen desde un proceso de construcción colectiva, sino desde una posición definida y sostenida de antemano, desde un archivo de dogmas, dictados y automatismos ideológicos, esto es justamente recaer en el pensamiento único de izquierda. Por esa vía será difícil establecer encuentros entre corrientes, tendencias y fuerzas de izquierda, pues ante el monopolio de la voz y la verdad revolucionaria por una micro-fracción, lo que se le exige al resto es simplemente obediencia, sumisión y conformismo al axioma predefinido por un genio revolucionario, por un acróbata audaz.
Este sectarismo condena el proceso de transición socialista a una escaramuza permanente entre “reformismo” y “revolución”, sin pasar a considerar que las condiciones específicas de la revolución democrática, pacífica, electoral y constitucional que se vive en regiones de Nuestra América no son idénticas al tiempo político donde la frontera ideológica se definía exclusivamente por la adopción de la lucha armada o de la violencia revolucionaria como medio de acción política.
En fin, el sectarismo desconoce lo específico, lo particular, lo singular y original de una situación política para recaer en generalidades, en calcos y copias, en modelos universales inaplicables a condiciones particulares; es como si quisieran comer sopa con un destornillador, confundiendo situaciones, medios y fines; lanzándose a la retórica temeraria, a una fraseología seudo-revolucionaria para impedir la construcción del trabajo político que construya “mayorías nacional-populares” que tendrán una clara expresión electoral (pero no exclusivamente electoral), confundiendo el “trabajo político de masas” con la propaganda bancaria y difusionista de su particular línea política.
Olvidan incluso un enunciado estratégico clave del Manifiesto Comunista: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.” (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista).
Llama la atención la selección del término “movimiento” para caracterizar al “movimiento proletario”, además de agregarle inmediatamente el rasgo de devenir en un “movimiento autónomo”, no guiado desde afuera y desde arriba por otras grupos, sectores y clases, por los intelectuales orgánicos del Capital, un aparato político vanguardista o la burocracia estatal.
Es además el movimiento de una inmensa mayoría, de un bloque social de explotados y oprimidos, en función de los intereses de la “mayoría inmensa”. Se trata del movimiento autónomo de la multitud proletaria. Marx no planteó revoluciones de “minorías conspirativas”, o “revoluciones desde arriba”. Allí hay una disyunción entre Lenin y Marx, y entre toda la ortodoxia soviética y Marx, por más acrobacias que realice la escatología “marxista-leninista ortodoxa”.
Fijémonos en algunas líneas que desbaratan cualquier pretensión de un partido-único o de un pensamiento único:
“¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado. Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.”
Con la excepción del pasaje que señala que los comunistas “teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario”, que pudiera ser interpretada como una suerte de “preeminencia epistemológica” del punto de vista de la totalidad concreta, el conjunto del texto contrasta con la arrogancia del sectarismo y del dogmatismo: no forma un partido aparte y opuesto a otros partidos obreros: busca la unidad de los partidos obreros, no busca incrementar oposiciones o divisiones; no proclaman principios especiales para amoldar al movimiento proletario; es decir, para encuadrarlo o acartonarlo; defiende y representa los intereses del movimiento en su conjunto, no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
Tal vez hoy, puede postularse una manera de distanciarse amigablemente de Marx, que implicaría modificar aquel enunciado de “privilegio epistemológico” por un enunciado más consistente con las revolución epistemológica post-positivista contemporánea y con la revolución democrática ininterrumpida: “Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, aportan al resto del proletariado, una interpretación de conjunto de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario."
¿Qué aportan los comunistas desde el punto de vista teórico? Una perspectiva más amplia, de conjunto, quizás una interpretación más compleja, multidimensional, para avanzar como movimiento proletario, proceso que debía ser mostrado en la práctica. Sin ninguna prerrogativa epistemológica, como aquella trasvasada por Kautsky a Lenin, que terminó por volver intelectualmente arrogantes a los militantes comunistas en los asuntos del conocimiento, la filosofía y las ciencias.
¿Revisionismo? ¿Y cuál dogma hay que mantener incolume? ¿El dogma de la infalibilidad del Partido único portador de la verdad objetiva y la línea política correcta?. Este dogma es lo más parecido a los dogmas de fe. Pues este enunciado lleva en su seno las marcas del imaginario jacobino-blanquista, y por demas, de una Modernidad hegemónica, cuya epistemología se desliza velozmente por el camino del autoritarismo en la imposición de verdades; por tanto, en la pretensión de imponer la razón mono-lógica. Pués hay algo en la dialéctica solipsista que sigue siendo resistente y recalcitrante a la razón dialógica y al pluriverso: esa ambición por “tener la Razón”. Hacer “como si” la teoría revolucionaria universal fuese un monolito prefabricado, fue justamente el argumento central del “marxismo soviético” luego que Bujarin y Stalin, para fines estrictos de control ideológico y propaganda política, institucionalizaran el llamado “marxismo-leninismo ortodoxo”, a fines de estabilizar una hegemonía política que desembocó en el termidor estalinista. Este es un dato histórico que no puede pasarse por alto para comprender que el campo de la izquierda, y muchos menos el campo del marxismo, puede reducirse a una interpretación unidimensional, simplificadora y esquemática del pensamiento revolucionario socialista.
El sintagma “marxismo-leninismo” fue usado por Bujarin, en su Informe sobre el Programa de la Internacional Comunista, en su calidad de Secretario del Comité Ejecutivo, en el VI Congreso de la Internacional Comunista realizado en 1926. Es allí precisamente, donde Bujarin señala que los principios fundamentales del Programa son los del “marxismo-leninismo", considerando que “(…) debemos insistir particularmente sobre el hecho de que nosotros nos mantenemos firmemente sobre el terreno del marxismo-leninismo ortodoxo". Sin embargo, resulta esclarecedor tener en cuenta que J.V. Stalin había publicado dos textos: “Fundamentos del Leninismo” (1924) y “Cuestiones del Leninismo” (1926), donde acotaba la interpretación ortodoxa: “El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular”.
Fue este “leninismo”, el que circuló como “marxismo bolchevique” en Nuestra América, y no la obra crítica y abierta de Marx, logrando ser hegemónico desde los años 30 hasta llegar como inercia sedimentada en la actualidad. Allí reside la génesis del pensamiento único de izquierda. Un pensamiento que articulando orgánicamente el sectarismo y el dogmatismo funciona cerrando el universo del discurso, con dictados y definiciones hipnóticas, con premisas incontrovertibles, llegando al absurdo de repetir tautologías hasta finalizar con un horizonte de autismo político, donde los códigos y mensajes son sólo auto-referencias, auto-validaciones, ecos, iteraciones compulsivas en círculos viciosos, recursividad de lo Mismo, como diría Adorno, pensamiento identitario = fetichismo.
Más recientemente Lucien Sfez ha propuesto el término “Tautismo” en su “Crítica a la comunicación”. El concepto remite a un “neologismo formado por la contracción de 'tautología' (el 'repito y por lo tanto pruebo' corriente en los medios) y 'autismo' (el sistema de comunicación que me vuelve sordo y mudo, aislado de los otros, casi autista), neologismo que sugiere una mirada totalizadora, incluso totalitaria (la materia viscosa que me adhiere a la imagen, la realidad de la cultura visual, realidad siempre mediada, que se exhibe por lo tanto como “realidad primera”). En otras palabras, a partir del Tautismo, tomo en adelante la “realidad representada”, sus simulacros y espectáculos mediados, se asumen como realidad directamente expresada. Dice Sféz, confusión primordial y fuente de todo delirio. El marxismo soviético no escapó a la orbita del Tautismo, a una extrema ritualización del discurso que asemejaba a una máquina productora de enunciados para fines de liturgia política, como diría Foucault, una auténtica “sociedad de discurso”: una doctrina y no una teoría crítica-revolucionaria.
Hay por tanto una izquierda tautista y una derecha tautista. Suponen que su auto-referencia es la “realidad objetiva” y la “única realidad normativa”. Mundos sin perspectivas, sin disonancias y sin disensos, como ha dicho Marcuse: “cierre del universo del discurso”. Ya Marcuse habìa reconstruido uno de los retratos más exhaustivos del “marxismo soviético”, lo que Bujarin y Stalin calificaron como “marxismo-leninismo ortodoxo” cuya función fue apoderarse del legado leninista, hacer propaganda mundial e intentar clausurar el debate en el campo de las izquierdas revolucionarias.
La obra abierta, heterogénea y crítica de Marx se hizo monolito dogmático bajo una actitud de interpretación unívoca, simplificadora y unidimensional. Se buscaba sobre todo la lealtad revolucionaria hacia la interpretación unidimensional de la “élite bolchevique”, no la irreverencia en la discusión que supone un pluri-verso polémico. El que no asentía pasaba a “tribunal disciplinario”, purga o silenciamiento institucional. La doctrina se impuso sobre la teoría crítica-revolucionaria.
Por otra parte, también las derechas han pretendido homologar o fundarse desde otros axiomas a esta lógica estalinista con sus fascismos político-culturales. Por ejemplo, micro-fascismos más sutiles nos proponen aceptar que por “pluralismo” y “diversidad” sólo aceptemos el “pluralismo liberal”. Se clausura el campo semiótico del discurso, con el subterfugio de la “pluralidad”, algo muy difundido en el “saber universitario” que ha hecho de las luchas por una Universidad Latinoamericana, Democrática, Autonóma, Pública, y sobre todo Popular, para reconvertirla en una Universidad Liberal, mercantil, corporativa y tecnocrática al servicio de los intereses de la llamada “internacionalización de los conocimientos” para una economía de servicios capitalista, que acepta el pluralismo sólo si es de “pluralismo liberal”. De nuevo, se pretende hacer de la voz: pluralismo y democracia un asunto de consensos y acuerdos definidos auto-referencialmente, desconociendo tensiones, diferencias, matices, alteridades, conflictos y antagonismos.
Cuando Ramonet reintrodujo la idea de pensamiento único enfatizaba la pretensión universal de los intereses del capital financiero transnacional, reconocía que el paisaje ideológico posterior a la caída del muro de Berlín, había suprimido en los altares del proyecto neoliberal/neonservador la idea de “pensamiento aceptable”, monopolizando todos los foros académicos e intelectuales. Por tanto, en el pensamiento único hay un tufillo de violencia simbólica y de prefiguración de la violencia atroz cuando izquierdas y derechas son monopolizadoras de la “verdad objetiva”. Se trata, como ha dicho Maturana, de argumentos para obligar, para someter, para uniformar representaciones, discursos e imaginarios. No hay perspectivas, sino acceso privilegiado a lo real. Como dice Sféz, posición delirante.
Como ha planteado Michel Lebowitz, para quienes se mantienen apegados a los guiones, relatos y textos del siglo XX sobre la transición socialista, los siguientes enunciados siguen siendo vigentes:
a) El Socialismo sería la primera fase luego del capitalismo y a ella sigue una fase superior, el llamado Comunismo.
b) El desarrollo de las fuerzas productivas es la condición necesaria para el Comunismo.
c) El principio que estipula que el modo de distribución debe ser definido según la contribución de cada uno según su trabajo es el más adecuado para la etapa Socialista y para el desarrollo de las fuerzas productivas; mientras en la fase superior Comunista sería: a cada quien según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades.
De esta manera, nuestros guiones ideológicos, profundamente arraigados en la tradición de la izquierda engelsiana-leninista, insisten en señalar la separación tajante entre “Socialismo Utópico” y “Socialismo Científico”, o si se prefiere, entre “Socialismo marxista” y “Socialismo pre-marxista”. Imaginemos los cortocircuitos que se establecen entre estas perspectivas si las articualmos a los desafíos de esta ortodoxia planteados por formas de discurso del “Socialismo Neo-marxista y/o Post-marxista”. Y si excavamos aún más en los debates contemporáneos sobre el post-desarrollismo, los estudios culturales y la descolonización de la teoría crítica, hay quienes asumen la necesidad de superar el propio término “Socialismo”, sustituyéndolo por el ambiguo y nebuloso término de “Post-capitalismo”. ¿Cómo imaginar desde estos cortocircuitos la transición socialista o post-capitalista?
Mientras el capitalismo transnacional en su expresión ideológica más conocida de “globalismo neoliberal” avanza en su ofensiva depredadora y excluyente en los ámbitos ambientales, sociales, militares y políticos, para el campo de las izquierdas se propone un falso dilema: o repetir el guión del “marxismo vulgar” o transformar la izquiera socialista en una “izquierda liberal”, una izquierda sin profundidad transformadora, que abandona su radicalidad. La más reciente iniciativa de despolitización y exclusión es conocida como “pos-democracia”; es decir, hacer irrelevante a la propia “democracia parlamentaria” para la legitimación política del metabolismo del orden del Capital (algo que pone histéricos a los liberales de izquierda).
En fin, estamos a las puertas de un Imperio global cada vez más cínico y descarnado, donde imperan resistencias extremadamente ingenuas que suponen que sus voces y demandas serán escuchadas y que el Discurso-Amo capitalista incorporará su retórica. En este orden de ideas, parece cierta la tesis de que el derrumbe de la URSS (1992) ha generado un barrido de los relatos y prácticas de la emancipación socialista, sin olvidar los cuerpos y voces que alertaron mucho antes sobre la significación de estos polémicas aún descalificadas como debates euro-céntricos (que tendrían poco que ver con las realidades del “proletariado externo”, los “condenados de la tierra” o los pueblos coloniales): a) polémicas entre marxistas y bakuninistas; luego b) el asunto del revisionismo y el reformismo en el seno de la socialdemocracia alemana en la ultima década del siglo XIX (Bernstein-Kautsky-Luxemburg); c) el propio campo de debates en la construcción del socialismo en lo que a la postre fue la URSS (1905-1924), lo cual ha dejado de nuevo abierto terreno sobre la “transición socialista”.
El debate euro-centrado entre la socialdemocracia reformista, el comunismo bolchevique y otras corrientes menos conocidas (pero no menos relevantes), como el austro-marxismo o el comunismo de consejos, marcaron estas polémicas hasta la hegemónica consolidación de la “edad media” estalinista; es decir, hasta la institucionalización de un oscurantista marco de relatos y prácticas que denominamos: “marxismo soviético”, con sus derivaciones bonapartistas y tercermundistas.
Las experiencias de China y Vietnam, entre otras, marcaron de alguna manera una “traducción oriental” de estas polémicas, así como las polémicas sobre la obra teórica y política de personajes tan variopintos para generar una clasificación como: Zapata, Villa, Mella, Gustavo Machado, Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui, Gaitán, Lázaro Cárdenas, Sandino, Farabundo Martí, Luís Carlos Prestes, Joao Goulart, Rómulo Betancourt, Salvador de la Plaza, Fidel Castro, Juan Domingo Perón o Salvador Allende, y tantos otros; que están cruzadas por referencias a estos debates. ¿Cuál Capitalismo? ¿Cuál Socialismo? ¿Cuál Comunismo? ¿Cuál “Tercera vía? ¿Cuál Anti-Imperialismo? ¿Cuál Nacionalismo?
En el terreno del marxismo latinoamericano, con contadas excepciones, la receta del Diamat-Hismat, inundó la doxa y los habitus de la militancia revolucionaria instituyendo un contrasentido a la obra crítica y abierta de Marx: dogmatismo, sectarismo e idiotización ideológica. Una mirada pesimista con ciertos devaneos trotkistas, podría afirmar que la teoría crítica y revolucionaria ha sido demolida por el propio Termidor estalinista y sus satélites latinoamericanos. En la otra acera, una teoría pragmática de centro-izquierda, alentó la transformación del nacionalismo popular democrático de corte reformista, con base al carril abierto a su inscripción a la Internacional Socialdemócrata, mejor conocida como Internacional Socialista. De allí que el campo popular-subalterno fue efectivamente neo-colonizado por una falsa alternativa: ¡o comunismo estalinista o socialdemocracia reformista!
Pero, ¿y si la perdida de “carta de navegación” para las alternativas y luchas ocurrió mucho antes? ¿Y si los sujetos populares y subalternos hubiesen tenido que aprender como si fuese su idioma político, una lengua política ajena y extranjerizante? ¿Y si la “izquierda” y la “derecha” fuesen empresas coloniales, expresiones de una mentalidad que invade con sus patrones discursivos, que abren muy poco espacio a la escucha de otras voces? Y finalmente: ¿Si llegásemos al prejuicio neo-conservador y posmoderno de condenar toda tentativa utópica de transformación radical del capitalismo para apegarnos apasionadamente a la doxa de Margaret Thatcher, para llegar a las mismas conclusiones que ella, como dictan nuestros ex marxistas re-convertidos en ideólogos liberales: “No hay otra alternativa”?
Hay que recalcar la poderosa existencia del magma socio-ideológico del enunciado: “No hay otra alternativa” (abreviada como “TINA”). Se ha minimizado la poderosa sedimentación de los sentidos comunes legitimadores del proyecto neoliberal/neoconservador en el imaginario colectivo, incluso bajo el despertar de la ingenua ilusión de la “marea rosa” de “gobiernos progresistas” en Latinoamérica. Sin embargo, el lema de Margaret Thatcher se arraigó profundamente en estratos previos de la memoria social, formados por las capas geo-ideológicas del “anticomunismo”, troqueladas por largos procesos de socialización ideológica y aculturación modernizadora en el Continente.
Existe por tanto, una estrecha solidaridad semiótica entre la oleada de mercadeo publi-propagandístico del termino “globalización” y todas las oposiciones binarias presentes en las representaciones sociales construidas alrededor de la lucha anti-comunista: progreso/atraso, libertad/servidumbre, democracia/autoritarismo, pobreza/riqueza, etc.
En teoría económica, en ciencia política y en la propia economía política, se ha llegado a decir que "no hay alternativa" ante los axiomas del liberalismo económico , que los “mercados libres” y el “libre comercio”, que “la globalización” son la vía del progreso para las sociedades modernas, para “desarrollarse”, para alcanzar nuevas fronteras de expansión del potencial material y espiritual de los individuos. Así, no estamos muy lejos del social-darwinismo de Herbert Spencer en su texto Estática social (1851) hasta llegar a Francis Fukuyama, quien escribió “El Fin de la Historia y el último hombre” (1992), argumentando que la democracia liberal y la economía de mercado habían triunfado definitivamente sobre el comunismo y que la lucha histórica entre los sistemas políticos rivales había terminado (aunque todavía podría haber acontecimientos futuros ). En fin, duro y crudo “pensamiento único”, bajo variopintas mascaradas de cinismo ilustrado y pos-modernismo neo-conservador.
Ahora bien, ¿son relevantes o pertinentes estas cuestiones para la transición socialista? ¿O son cuestiones irrelevantes que deben ser tiradas al cesto de la basura, para ser actualizadas parcialmente en la hegemónica tesis de construir un “capitalismo con rostro humano”? He allí una tarea política e intelectual: o imaginar y pensar desde la perspectiva de una transiciòn postcapitalista o socialista; o imaginar y pensar desde una perspectiva que pretende darle un rostro humano al orden metabólico del Capital. Son proyectos históricos que marcan líneas de tendencia antagónicas. El rostro humano del Capital es mascarada.

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