viernes, 2 de noviembre de 2012

RECORDANDO A RAKOVSKY

Javier Biardeau R.

Quizás casi nadie conoce que “Cristian Rakovsky” en septiembre de 1915, hizo parte de la izquierda internacionalista de Zimmerwald, a la que también se asociaron Lenin y los bolcheviques, así como Trotski y Rosa Luxemburgo.
La Conferencia de Zimmerwald se celebró entre el 5 y el 8 de septiembre de 1915 en Suiza, oponiéndose a la Primera Guerra Mundial, a diferencia de la mayor parte de los diputados de la socialdemocracia reformista alemana.
A pesar de haber nacido en Bulgaría, Rakovsky luchó en Rumania, fue perseguido en Rusia, ocultado por los bolcheviques salió a Suecia, de donde regresó tras la revolución de octubre para participar en la defensa de la revolución frente a los invasores rumanos, que actuaban coordinados con las “potencias imperialistas”. A partir de entonces, participó en el movimiento revolucionario ucraniano, llegando a ser presidente del Soviet de Ucrania en 1918 y líder de esta República Soviética hasta 1923 cuando fue nombrado embajador de la Unión Soviética en Londres y en 1925 en París.
Pero Rakovsky comenzó a ser visto con recelo desde el momento en que se hizo pública su actividad en la llamada “Oposición de Izquierda” contra el régimen de Stalin, por lo que fue descalificado como “trotkista”, para ser deportado a Asia central en 1928.
“Persuadido” coactivamente a realizar su auto-crítica en 1934, es definitivamente condenado para luego ser ejecutado en 1941. Entre sus ideas llama la atención que para Rakovski la llamada "teoría del socialismo en un solo país...", no sólo era una "teoría oportunista..." sino "que sólo pudo surgir en la imaginación de la burocracia que confía en el poder absoluto del aparato". De manera, que fue uno de los más lúcidos analistas de las “deformaciónes burocráticas” del partido-Estado soviético.
En su texto: “Los peligros profesionales del poder” (1928) Rakovasky señaló: “La oposición exhibirá siempre, como uno de sus méritos ante el partido, del cual nadie podría despojarla, el de haber dado la alarma a tiempo sobre la terrible declinación del espíritu de actividad de las masas trabajadoras, y sobre su indiferencia creciente hacia el destino de la dictadura del proletariado y del Estado soviético”.
Es decir, que el dilema entre optar por el poder protagónico de la burocracia o de las masas trabajadoras fue también razón para que en 1930 escribiera junto con Vladímir Kosior, Nikolái Murálov y Varia Kaspárova, una carta al comité central del Partido Comunista de la URSS, rechazando el curso del poder burocrático que liquidaba la revolución. Afirmaban que:
"Ante nuestros ojos se formó y sigue formándose una gran clase de gobernantes que tienen sus propias dependencias internas y que crece mediante una cooptación bien calculada, a través del nombramiento mediato e inmediato (promoción burocrática o sistema electoral ficticio). El elemento aglutinador de esta clase original es una forma singular de propiedad privada: el poder estatal."
Rakovsky señaló mucho antes de todos los mea culpas marxista-leninistas (critica y auto-critica) sobre la burocracia que: “Cuando una clase toma el poder, un sector de ella se convierte en el agente de este poder. Así surge la burocracia. En un Estado socialista, a cuyos miembros del partido dirigente les está prohibida la acumulación capitalista, esta diferenciación comienza por ser funcional y a poco andar se hace social.(...) No me detendré aquí en la diferenciación que el poder ha introducido en el seno del proletariado, y que he calificado más arriba de funcional. La función ha modificado el órgano mismo, es decir, la psicología de aquellos que se han encargado de diversas tareas de dirección en la administración y la economía del Estado ha cambiado hasta tal punto que no sólo objetiva, sino también moralmente, han cesado de formar parte de esta misma clase obrera.”
También señaló que: “No hay un folleto comunista que, relatando la traición de la socialdemocracia alemana del 4 de agosto de 1914, no indique al mismo tiempo el papel fatal que las cumbres burocráticas del Partido y de los sindicatos jugaron en la historia de la caída de ese Partido. Por su parte, muy poco ha sido dicho, y esto en términos muy generales, sobre la función desempeñada por nuestra burocracia de los Soviets y el Partido, en la disgregación del Partido y del Estado Soviético.”
¿Qué ha ocurrido para que gente que tiene un pasado revolucionario estimable, cuya honestidad personal no arroja ninguna duda y que ha dado pruebas de su devoción a la Revolución en más de un caso, se encuentren convertidos en lastimosos burócratas?
Todo esto fue escrito en 1928, cuando ni siquiera se había fundado el Partido Comunista Venezolano, mucho menos el PRP o el futuro MIR. Mucho menos aún, cuando una juventud venezolana se había lanzado a la senda de machacar entre sus muelas los términos doctrinarios del “marxismo-leninismo ortodoxo”, ya sea para defender la órbita de la “gloriosa revolución soviética” o a la “heroica revolución cubana”.
Como si se repitieran aquellas consignas del Che, es preciso que tomemos en consideración que: “El primer deber de un revolucionario es no caer en las garras de la burocracia”.

Tendrán que recordar a Rakovsky.







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