miércoles, 29 de mayo de 2013

SABERES CONTRA-HEGEMÓNICOS Y LEGADO DE CHÁVEZ. (NOTAS PARA SU DISCUSIÓN ANTE LOS DESAFÍOS DE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA):

Javier Biardeau R.
1.- INTRODUCCIÓN:
Generalmente se supone que un proceso revolucionario se acompaña de la generación de una nueva “concepción del mundo”, de un pensamiento crítico revolucionario construido a partir de informaciones, conocimientos, saberes, ciencias, nuevos valores y normas de conducta, formas de sensibilidad, afectividad y también “conceptos” que se enfrentan al “sistema hegemónico” mediante la articulación de sentidos y significaciones de un “proyecto alternativo frente al Capital”.
De allí la importancia de la teoría crítica y revolucionaria. No basta que una teoría crítica se postule como crítica teórica de la realidad dominante, pues debe fecundar una praxis revolucionaria; es decir, responderse a la interrogante: ¿Cómo contribuye esta interpretación crítica a la transformación de la realidad social?
Y en contraste con las experiencias históricas de construcción del socialismo, sabemos que un aparato político burocrático puede degradar la “teoría revolucionaria” hasta hacerla irreconocible, decapitando y excluyendo de su seno lo que la hace diferente sustantivamente de las teorías funcionales del poder-dominación: su carácter radicalmente crítico, su irrevocable vocación de insumisión en el terreno del pensamiento y de la acción. Sin embargo, aunque esto es teóricamente es correcto, no basta…
2.- RENOVAR LOS CÓDIGOS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO SOCIALISTA:
Como ha planteado el pensador crítico portugués Boaventura de Sousa Santos las formulaciones convencionales de la “teoría crítica moderna” (desde el marxismo, en todas sus variantes, a la teoría crítica de la escuela de Frankfurt) persisten en su empeño de desarrollar las posibilidades emancipadoras dentro del paradigma dominante de la Modernidad occidental, transformándose en estrategias reguladoras dictadas por el propio sistema histórico y, en definitiva, al servicio del paradigma  de ciencia dominante.
De allí, cabe afirmar que con la consolidación de la convergencia entre el paradigma de la modernidad y el capitalismo, a partir de la mitad del siglo XIX, se entra en un proceso de degradación producido por la transformación de las energías emancipadoras en energías reguladoras. De Sousa santos analiza el mundo de las cinco mono-culturas hegemónicas:
a) mono-cultura del saber, que cree que el único saber es el saber riguroso calcado de la tecno-ciencia y de los paradigmas empírico-analíticos (epistemicidio);
b) mono-cultura del progreso, del tiempo lineal, que entiende la historia como un camino de dirección única de desarrollo;
c) mono-cultura de la naturalización de las jerarquías, que considera un fenómeno inscrito en la naturaleza, y por tanto, cree inmodificable las jerarquías por razones de raza, etnia, clase, género;
d) mono-cultura de lo universal como único criterio válido, al margen del contexto; lo opuesto a lo universal es vernáculo, carece de validez; lo global toma preeminencia sobre lo local;
e) mono-cultura de la productivismo, que define la realidad humana por el criterio del crecimiento económico como objetivo racional incuestionable; criterio que se aplica al trabajo humano, pero también a la naturaleza, convertida en objeto de explotación y depredación.
Una lectura atenta de estos criterios críticos lleva necesariamente a transformar el paradigma de la transición socialista en una dirección imprevista para sus fundadores:
a) Cuestionar el llamado “socialismo científico” en la medida en que su fundamentación epistémica refiera a la ciencia burocrático-instrumental y al positivismo,
b) Cuestionar la asunción desde la izquierda de la idea de progreso propia de la modernidad occidental,
c) Cuestionar la separación entre explotados y explotados, junto a la separación entre gobernantes y gobernados, incluyendo una superación del reduccionismo de clase, lo cual implica tomar en cuenta la lucha contra todas las desigualdades, dominaciones y exclusiones;
d) Cuestionar los modelos mono-culturales de socialismo, en tanto reconocimiento inevitable de los contextos culturales específicos y particulares;
e) Romper decididamente con la idea del socialismo basado en el desarrollo necesario e inevitable de las fuerzas productivas, sin tomar en cuenta simultáneamente que el Capital promueve fuerzas destructivas sobre la condición humana y sobre los sistemas ambientales, derrumbando el mito del productivismo socialista.
De esta manera, lo que convencionalmente la teoría revolucionaria denominó “transición socialista”, hoy puede ser transformada por un llamado simultáneo a una revolución socialista, democrática, ecológica y descolonizadora.
Una revolución socialista a secas es completamente insuficiente. De allí la importancia de los saberes contra-hegemónicos: saberes contra las hegemonías establecidas en diversos espacios de poder, contra las clasificaciones jerárquicas y excluyentes establecidas en función de un proceso abierto de revolución democrática permanente.
3.- LA IMPORTANCIA DE LA DEMOCRACIA RADICAL:
Como conclusión tenemos que aquellas formas de socialismo  que no se fundan en formas de democracia radical, conducen a las conocidas formas de estatismo autoritario o colectivismo burocrático. De allí la centralidad de la democracia radical, participativa, deliberativa y protagónica distinta las formas de elitismo político revolucionario (leninismo dixit) y burocratismo socialista (estalinismo dixit).
No es posible seguir manteniendo hoy desde el campo de las izquierdas el desprecio a la democracia participativa y protagónica de formas de socialismo contra-hegemónico, como los consejos democráticos del poder popular, como  formas de liberalismo o de anarquismo. Lo que está en juego en estas formas de desprecio de la democracia radical es la conversión de energías emancipadoras en energías reguladoras.
O para decirlo en palabras de Marx: la “veneración supersticiosa del Estado” y de su razón instrumental de “mantenimiento del poder por el poder mismo” se devora la construcción del Poder Popular y Comunal. De allí que muchos “compañeros y compañeras revolucionarias” son bautizados con fuego por la “razón de estado” como encarnaciones de roles de  burócratas-funcionarios apenas son tomados de la mano para cumplir y exigir obediencia a la “razón burocrático-instrumental”: el pragmatismo del poder. De esta manera se enfrentan al dilema existencial entre el rol de “conservar el poder” (con todo el espacio de racionalidad, cálculo y control que esta exigencia comporta) y promover la “revolución” (con todas las limitaciones de las revoluciones realizadas desde la caja de herramientas de una burocracia).
El proyecto de democracia socialista y participativa recupera otras procedencias silenciadas u olvidadas  en el seno de la propia tradición derivada de Marx: la crítica de Rosa Luxemburgo a los errores de la revolución Rusa, la autocrítica de Trotsky en la “revolución traicionada”, la crítica de Gramsci a las formas de concebir la formación de la conciencia y la ideología revolucionaria (conciencia bancaria), la crítica del austro-marxismo frente al silenciamiento de la cuestión nacional y los contextos culturales específicos, la crítica del consejismo a la desconfianza de las formas organizativas autónomas de las clases explotadas sin la mediatización del partido-aparato que los concibe solo como correas de maniobra y control desde arriba.
4.- CONTRA LA REPRODUCCIÓN DE LA DOMINACIÓN DESDE LA REVOLUCIÓN:
Para combatir los registros simbólicos e imaginarios de la dominación, de la coerción política, de la hegemonía ideológica, de la explotación económica, de la injusticia y exclusión social, de la negación-discriminación cultural, de la destructividad ambiental, es preciso contar no sólo con herramientas teóricas, con pensamientos críticos, con teorías, con lo que algunos marxistas críticos y heterodoxos llamaron “ciencia revolucionaria” (“pensamiento insumiso o insurgente”), sino que además es preciso contar con lo que Gramsci llamó “núcleos de buen sentido”, con lo que Castoriadis llamo “Imaginarios críticos radicales”. Plantea Gramsci sobre las relaciones entre sentido común y buen sentido:
“Cada estrato social tiene su sentido común que, es en el fondo, la concepción más difundida de la vida y de la moral” concepción que es “absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”.
La dislocación del sentido común hegemónico o la individualidad moral e intelectual del “hombre-medio”, es justamente una tarea práctica de superación de las concepciones y hábitos de pensamiento acríticamente asimilados, a partir del ejercicio de formas de reflexión profundamente críticas, que no son espontáneas sino actitudes vitales y conscientemente guiadas para el desprendimiento de las visiones reproductoras desde los propios sectores dominados y subalternos, distintas además de una visión de la “conciencia revolucionaria” que es depositada desde afuera por intelectuales revolucionarios provenientes de otras clases o estratos (Kaustky y Lenin dixit).
Ni “espontaneidad” de la conciencia revolucionaria ni “concepción bancaria” que “desde afuera” rellena al pueblo alienado de la verdadera conciencia para transformar la realidad hegemónica.
Para Gramsci, en cambio (como para Luxemburgo, Korsch, Pannekoek y una estela de pensadores críticos, como Castoriadis) la transformación del orden establecido, es impensable sin el involucramiento directo del propio pueblo; y aunque sin desestimar el rol orgánico de los estratos intelectuales, advirtiendo lo infecundo de una separación respecto a las masas trabajadoras, respecto al bloque social de los oprimidos y explotados.
Las clases subalternas no son sólo clientes o las beneficiarias directas del cambio social, sino que son sus propios protagonistas y participantes en un marco de autonomía moral, intelectual, política y organizativa. Esto tendrá consecuencias fundamentales sobre la concepción de las organizaciones de lucha social y política.
Para lograr esto, es preciso hacer la crítica de las concepciones encubiertas de las clases dominantes presentes en las clases subalternas, superarlas para construir una concepción nueva, en la que se establezca la unidad entre la teoría y la práctica, entre la política y la filosofía. Unidad, aunque sea relativa, entre teoría y práctica, existe en la clase dominante. Pero las clases subalternas y populares aparecen fracturadas y dislocadas en su capacidad de expansión de su espacio hegemónico. El control ideológico sigue estando en la estructura de mando y explotación del Capital, producto de la eficacia de sus dispositivos hegemónicos pero también de los graves errores de dirección de quienes son portavoces de tareas de conducción revolucionaria.
Se trata, por cierto, de ver si esta unidad en la burguesía, no es ella misma contradictoria, pero además la unidad que caracteriza a las clases subalternas no puede ser funcional a la dominación de los sectores dominantes. La unidad entre acción y teoría de los sectores populares y subalternos es para derrumbar un sistema hegemónico, no para reproducirlo y ser vagón de cola de esta estructura de mando y explotación. Tales clases populares permanecerán siendo subordinadas hasta que haya avanzado el proceso de unificación entre acción y teoría, entre política y filosofía revolucionaria de la liberación.
Se trata, pues de elaborar una concepción nueva, que parta del sentido común, no para quedar estancada en el sentido común, sino para criticarlo, depurarlo, unificarlo y elevarlo a lo que Gramsci llama buen sentido, que es para él la visión crítica del mundo. Este proceso queda claramente establecido en el siguiente pasaje:
"La posición de la filosofía de la praxis es antitética a la católica: la filosofía de la praxis no tiende a mantener a los simples en su filosofía primitiva del sentido común, sino, al contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de la vida. Se afirma la exigencia del contacto entre intelectuales y simples, no para limitar la actividad científica y mantener la unidad al bajo nivel de las masas, sino para construir un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de masas y no sólo para pocos grupos intelectuales".
En Gramsci, entonces no podemos encontrar ni una concepción bancaria (Freire dixit) de la pedagogía y la política revolucionaria, ni una concepción “populista” en la cual se suponga que los saberes populares, por si mismos, puedan superar las influencias e intrusiones de los procesos de hegemonía de las clases dominantes. La formación de un bloque intelectual moral, de un intelectual colectivo supone superar la visión individualista-capitalista de la función de los intelectuales. De manera tal que la hegemonía no es sólo política, sino que es además un hecho cultural, moral, de formación y despliegue de una nueva concepción crítica y revolucionaria del mundo.
5.- CONTRA EL REFORMISMO ADECO EN LA REVOLUCIÓN:
Hay quienes suponen, en nuestro contexto sociopolítico, que basta confiar en el sentido común de las clases populares y subalternas para que la revolución bolivariana vaya en el camino correcto. Grave error de una concepción populista y reformista que no se plantea las tareas de una “filosofía de la praxis” como critica revolucionaria.
Para Gramsci, la hegemonía que ejerce el bloque social dominante no sólo se hace través de la coerción, sino además, a través de la diseminación del consenso desde una sedimentación histórica de “sentido común”, logrando convencer de su visión del mundo, costumbres, sentido hegemónico que favorecen el reconocimiento de su dominación por las clases dominadas y subalternas. Debemos retener esto, costumbre, hábito y supuestos que permiten la reproducción de las separaciones naturales entre gobernantes y gobernados, entre dominadores y dominados, entre explotadores y explotados, entre intelectuales y masa.
Recordando siempre que para Gramsci, una cosa es poseer las facultades de construcción intelectual (que es de todos y todas), y otra cumplir la función social de los intelectuales. De manera que el sentido común hegemónico actúa como precipitado histórico, como sedimentación el discurso hegemónico constituyendo la visión que los sujetos hacen suya como “reconocimiento de su propia concepción del mundo”, a partir de dispositivos de saturación de sentidos y significados, que sustentan o incrementan reiteradamente el poder ideológico de las clases dominantes. Interesante en este punto, es observar como la propia clase política dirigente de la revolución se impregna de la ideología dominante, reproduciéndola y marcando los límites de lo posible en concordancia con sus nuevas condiciones de existencia material; es decir, como controladores inmediatos de recursos económicos, cargos y funciones de dirección política.
A su vez, al producirse la “precipitación”, “sedimentación” y ésta "saturación" del poder hegemónico, se va generando en medio de un clima de tensiones, resistencias y ahogo de impugnaciones, las formas de consenso en las clases subalternas, indispensable también para el mantenimiento y reproducción del sistema.  El colmo del asunto es que las llamadas “vanguardias revolucionarias” son inhibidoras de la activación de la conciencia revolucionaria: el partido revolucionario se vuelve partido del “orden” y el gobierno revolucionario se vuelve “gobierno de reformas”.
Actúan entonces como sensatos bomberos para promover la estabilización relativa, contribuyendo a fijar como camino correcto, o incluso configurando conductas de “pacto y conciliación” con las elites de poder económico, mediático, militar o eclesiástico en nombre de los principios tácticos de la maniobra y la flexibilidad, para ganar tiempo y otros pretextos ya conocidos. Detrás de los llamados promotores del “diálogo y la concertación social” con los sectores dominantes no estamos sino frente a portavoces de las “revoluciones interrumpidas” (Florestan Fernández dixit).
De manera que una clase política dirigente que no esté comprometida con la formación de núcleos de buen sentido, que no estimule la conciencia crítica en contra de la hegemonía del bloque social dominante, que no favorezca la impugnación y desarrollo del pensamiento crítico y revolucionario, junto con luchas que afecten las relaciones de dominación establecidas, sino que más bien contribuya a reforzar el sentido común hegemónico trabajando a favor del pacto con los sectores dominantes para un proceso de estabilización de la hegemonía capitalista no puede considerarse una concepción afín a una revolución socialista.
Allí reside el engaño del “populismo” y del “reformismo” de izquierdas”. ¿Dijo usted social democratización? Mejor digamos “comportamiento ADECO”. Aquí son recomendables algunas palabras dichas por Luis Beltrán Pietro Figueroa, por provenir de alguien que conoció muy desde dentro este comportamiento ADECO:
La visión que tiene la gente del adeco es la de un hombre sin convicciones. Alguien que usa el poder para su propio beneficio. Es una persona que se cree autorizada a no tener ninguna doctrina o abandonarla cuando le conviene”. (Entrevista en VENEDEMOCRACIA de Alicia Freilich de Segal).
Para Prieto, flexibilizar una ideología política en nombre del pragmatismo de las situaciones era algo muy distinto a capitular en cuestiones de concepción del mundo por las presiones de las circunstancias y conveniencias del momento. Por ejemplo, el llamado “golpe de timón” y el “Proyecto Independencia y Patria Socialista” pueden ser completamente desmontados, bajo la conveniencia del “pragmatismo del Poder”. Todo en nombre de “no perder la Revolución”.
6.- SE PUEDE PERDER LA BATALLA DE IMAGINARIOS:
Por otra parte, a la batalla de ideas le acompaña la batalla de imaginarios, de representaciones, sean estéticas, éticas, de todo el material semiótico disponible para afectar la trama de relaciones sociales dominantes: imágenes, sonidos, sabores, corporalidades, afectividades e intensidades.
Toda la trama sociocultural en las sociedades de dominación y desigualdad está teñidas de la violencia de los símbolos sociales (Harry Pross dixit): clasificaciones jerárquicas, mandatos, órdenes, prescripciones, interdicciones, dominaciones “naturales”, meritocracias “justas”, jerarquización de categorías sociales, capitales simbólicos diferenciados (Boudieu dixit).
Suponer que la llamada “lucha ideológica” trata de una “batalla de doctrinas político-filosóficas” es un reduccionismo por partida doble, es una escena donde compiten “sacerdotes” e “intelectuales” con diferentes dogmas y capitales sistematizados. Eso puede ser útil, pero no suficiente. La lucha entre “intelectuales tradicionales” no es una lucha que compromete protagónicamente al pueblo trabajador. De manera que, existe una concepción tradicional de los intelectuales domesticados, que hacen apologías o silencios cómplices a determinada situación estratégica de conjunto de las relaciones de poder.
En los procesos revolucionarios confiscados e interrumpidos (por ejemplo, la Revolución Mexicana o la Revolución Soviética) los llamados “intelectuales críticos” pasaron a ser unos “intelectuales palaciegos”, es decir, lo que el lenguaje llano denomina unos “huele-peos” de la burocracia política que controlaba la escena de la legitimación de un nuevo sistema hegemónico de poder. Pero no se trata sólo de “pensamiento crítico”, sino de un “imaginario crítico radical” (Castoriadis dixit) consistente con una praxis transformadora. Allí se desenmascaran todas las imposturas prácticas disfrazadas de vociferaciones revolucionarias:
Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida”. (Marx-Engels: La ideología Alemana).
Lo interpretaremos con lenguaje prestado y trataremos de traducirlo. No se trata sólo de “sistemas de ideas, de concepciones o visiones” con un fuerte componente de refinamiento o elaboración intelectual, sino además de “flujos sémicos” que operan en las pre-concepciones, en los prejuicios, en las actitudes, en las posturas, hábitos, estereotipos,  perceptos, rumores, consignas, dichos, representaciones, esquemas operantes, e incluso la afectividad y sensorialidad de los pobladores y pobladoras. Allí dicen más las posturas corporales, los gestos significativos que los conceptos manejados.  Einstein decía con acierto que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Sabía que un prejuicio se cristalizaba, se cosificaba, se volvía fetiche.
7.- LA REVOLUCIÓN SE INTERRUMPE CUANDO SE VUELVE REVOLUCIÓN ADMINISTRADA:
Por eso hay que tener cuidado con los fetiches, incluso con los “fetiches revolucionarios”, que como hemos señalado reaparecen en todas las experiencias de las revoluciones confiscadas o interrumpidas. Por ejemplo, sabemos que una “conceptualización marxista” puede estar encriptada y vociferada en una corporalidad academicista, con una actitud teorizante, buscando la lucha por el reconocimiento en el espacio universitario, para reclamar un rango de una jerarquía de intelectuales domesticados. Esta corporalidad del “mandarín intelectual” contribuye poco al derrumbe del sistema de dominación, explotación y desigualdad. Eso no significa que todos los “intelectuales marxistas” son mandarines y burócratas de la teoría revolucionaria, pero hay vociferantes marxistas cuya actitud es la de “intelectuales tradicionales” (A. Gramsci dixit), es decir, no son intelectuales orgánicos a la construcción de un nuevo bloque histórico.
También una conceptualización “marxista” puede estar encriptada o vociferada en un funcionario medio o alto de una burocracia sindical, partidista o estatal, buscando la lucha por las prebendas o privilegios del cargo y la función, intentando desde ese lugar controlar el “orden y el progreso” de la “revolución” siempre en los rieles de la correcta “revolución administrada”.
De allí que aprender a hablar “marxismo” se puso de moda cuando “hablar marxismo” era estar en un  “régimen de verdad y de poder”. Eso ocurrió en la URSS con toda la estratocracia que contribuyó a liquidar, por ejemplo, a los miembros insurgentes de la vieja guardia bolchevique en nombre de un nuevo sistema hegemónico que instauró Stalin. Fueron calificados de “traidores”, de “espías” y de otras etiquetas de acuerdo a los humores de los fiscales del caso; es decir y para entendedores, descalificados como “salta-talanquera.
¿Quiénes traicionaron el legado revolucionario de Lenin? El asunto no reside sólo en aprender a tararear “marxismo” o una “teoría revolucionaria disponible”: llámese leninismo, trotskismo, fidelismo, guevarismo, maoismo o luxemburguismo. No, el asunto es existencial: se está o no se está con un régimen social y político que “produce y reproduce dominación, opresión, explotación, negación y destructividad”. He allí la cuestión.
¿Cómo combatir y superar un régimen social y político de dominación controlado de cabo a rabo por el metabolismo social del Capital? La herramienta teórica, obviamente, no puede ser inútil para el fin propuesto. La teoría tiene que ser irreverente con la dominación social y política. Pero sobretodo no podemos dejar de analizar la dirección, contenido y alcance de una praxis política, sus preconcepciones, sus criterios de decisión, sus líneas de acción en la coyuntura.
8.- LOS RETOS DEL IMAGINARIO DE LA REVOLUCIÓN EN VENEZUELA:
Desde este marco y para Venezuela, los obstáculos son dos: ante la partida física de Chávez, algunas voces se han refugiado en la compensación radical, se han tornado más radicales que Chávez reclamando ser portadores exclusivos del legado revolucionario de Chávez. Obviamente construyen un Chávez a la medida de su radicalismo.
Otros, en cambio, pretenden hacer un montaje inverso: pretenden posicionarse desde el legado de Chávez “gobernante”, destruyendo en los hechos su mensaje y acción revolucionaria. Se trata de los “Socialistas de fachada” que han preparado las condiciones para una capitulación de la praxis revolucionaria en nombre del pragmatismo del poder. ¿Socialdemócratas? ¿Reformistas? ¿Salto atrás?
Yo prefiero llamarlos ADECOS extraviados de las filas de su espacio organizativo correspondiente a sus actitudes y prácticas. Frente a los extravíos ADECOS en la revolución bolivariana, hay que reconsiderar la importancia de los saberes contra-hegemónicos. Es en la actitud insumisa que produce saberes contra hegemónicos, donde está el manantial, los cimientos, las semillas, el núcleo de buen sentido de una praxis de emancipación radical.
El asunto es que por cada acto de insumisión, en medio de las contradicciones sociales, encarnando miles de papeles y actos de reproducción de la estructura de mando y explotación. ¿Quién le pone el cascabel al gato entonces? El asunto es que puede ocurrir, como ocurrió en la URSS desde 1924, que el teatro social y político prescribe un guion para que la “revolución” sea simulacro, espectáculo o simulación y no acontecimiento para quebrar hegemonías y dominaciones.
Nuestro amigo Rigoberto Lanz, transmitió unas enseñanzas que algunos asimilaron y otros no. Unos disfrutaran del significante “RL” para una trayectoria de reconocimiento en el campo del “Homo Academicus” o en el “campo intelectual” (Bourdieu dixit). Pero comentando este posible devenir, el amigo Juan Barreto decía algo aparentemente complicado, pero que es en verdad muy comprensible: “RL” nos enseñó a descifrar, en su crítica de la “modernidad” y de la “metafísica occidental”, una “metafísica de la dominación”.
Si no se lucha en el plano intelectual y político contra la lógica de la dominación no habrá revolución alguna. Los ADECOS fueron expertos en liquidar su historia de contribuciones a la revolución nacional, democrática e incluso socialista al capitular sobre sus orígenes históricos: repudio del socialismo, pacto con el capital nacional e internacional. Olvido de ORVE, olvido del PDN, pragmatismo del poder.
De los inflados discursos antiimperialistas y socialistas de los años 30 pasamos a los discursos del pacto y la conciliación desde los años 40. De manera que no se trata de reformismo y social democratización, sino de evitar la posible adequizaciòn de la revolución bolivariana. Olvido del legado revolucionario de Chávez, o camino en reversa: del PSUV al MVR-miquelena, del anticapitalismo al desarrollo capitalista nacional, del antimperialismo a la conciliación con el capital transnacional internacional y subregional. Lastimoso destino del legado de Chávez  si en manos de sucesores el camino es “dos pasos para atrás y ninguno para adelante”.
En palabras más sencillas, cuando en alguna oportunidad le planteaba a RL que el “socialismo desde abajo” podría enfrentarse a la burocratización de la revolución o su adequización, me decía: ¡Cuidado camarada, que “abajo” también hay ñoña! “Abajo” no quería decir “pureza revolucionaria”, pues también es un lugar donde hay procesos de reproducción de la “ideología de la dominación” bajo el formato de la “legitimación populista-reformista”. El asunto de la dominación desborda oposiciones simples como “arriba” y “abajo”. Los cultores adecos del saber popular sabían lo que hacían desde una línea de acción populista: desarmar a los sectores populares de criterios revolucionarios.
Detrás de una defensa de los llamados “saberes populares”, sin desentrañar la mixtura entre “sentido común dominante” y “sentido de insumisión social”, podíamos asumir un gesto populista que no conduce a ninguna “revolución”, a ninguna impugnación de prácticas de poder, pues detrás de muchas prácticas llamadas “tradicionales” o “saberes populares”, se anidan regímenes despóticos o alienaciones de mayor calado.
9.- ¿LUCHAMOS POR UNA NUEVA SERVIDUMBRE O POR LA LIBERTAD?
De manera que el criterio no sólo es el “abajo” o la subalternidad (Modanesi dixit), sino el sentido contra-hegemónico de una práctica popular, si desafía o no un régimen de verdad, explotación y dominación. ¿Evaluada por quienes? Bueno, allí vienen interesantes cuestiones. ¿Por una vanguardia? ¿Por los mismos actores locales o subalternos? ¿Por unos intelectuales iluminados por el don de la liberación espiritual?
La tan citada cita del filósofo Spinoza vuelve a cobrar actualidad: “¿Por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad?”.
El problema de lo que convencionalmente se ha denominado “desalienación” es un asunto que compromete de fondo la impugnación de la separación entre explotados y explotadores, entre dominados y dominantes, entre gobernados y gobernantes, entre intelectuales y masas, es allí donde se tramita la frontera entre revolución o adequización. Y esto afecta a los imaginarios post-Chávez.
El meollo de los “flujos sémicos” (actitudes, imaginarios, representaciones y discursos) que dan cuenta de las formaciones ideológicas reside en sus gramáticas, en sus matrices, en sus condiciones de producción y codificación a partir de una actividad práctico-sensible sometida a ciertas condiciones de producción y de división social del trabajo (bajo el modo de producción y reproducción capitalista). Los procesos de transición socialista son tales si comienzan a romper esas condiciones de producción y reproducción de la “división capitalista del trabajo” articulada ciertos dispositivos de dominación y hegemonía. Detrás de relatos, narrativas, sistemas de signos o guiones ideológicos, operan “logiciales”, prácticas, reglas de generación de sentidos y significaciones sociales. Estas prácticas son tejidas por determinadas relaciones de poder, dominación, explotación, exclusión, negación, etc. 
Lo que ocurre con las “revoluciones” y con los “revolucionarios” administrados es que sus sistemas de representaciones ideológicas reproducen las lógicas de significación y sentido que pretenden derrumbar. Hay adequización en la medida en que predomina el discurso y la práctica del pacto, de la gobernabilidad, el “cuanto hay paz eso”, la defensa del cargo, la prebenda y el privilegio, una acción política sin convicciones. De allí el socialismo de fachada.
Más allá de las fraseologías, más allá de las vociferaciones, más allá de verbos exaltados; los revolucionarios y revolucionarias que creen que la “teoría revolucionaría” ya ha sido elaborada ex ante para ser simple y mecánicamente aplicada, son los primeros en reconstruir de cabo a rabo un régimen social y político de mando y explotación. Allí el opuesto al anterior: la compensación radical: una suerte de chavismo radical encallejonado en sus frases fosilizadas.
El consejo de Rigoberto Lanz fue sencillo: ¡Sospéchese de los sacerdotes de la revolución! Luego de 14 años de revolución bolivariana, hay razones para sospechar tanto del socialismo de fachada como de la compensación radical… Luego de la partida física de Chávez, hay un verdadero campo desolado de voces socialistas revolucionarias con suficiente habilidad para comprender la coyuntura crítica en el campo de la gobernabilidad bolivariana.
10.- ¿MANOSEAR “EL LEGADO DE CHÁVEZ”  COMO IMPUSTURA?:
El legado de Chávez no es completamente positivo si valoramos la ausencia sintomática de la formación ideológica y política de “cuadros revolucionarios anticapitalistas” en la alta dirección política del proceso.
Podríamos listar las acciones (nos las verborreas exaltadas), las prácticas, las intenciones y sus impactos reales para comprender si la direccionalidad del proceso apunta a una revolución anticapitalista.
De manera que sin una comprensión cabal de las experiencias de revoluciones interrumpidas (ver: Florestan Fernández: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/secret/cuadernos/flores/florestan.pdf) no podremos desentrañar la siguiente cuestión:
(…) las  alternancias de “conciliación” y “reforma” traducen el conflicto crónico tanto del capitalismo neocolonial como del  capitalismo dependiente. Para destruir ese conflicto es necesario acabar con la conciliación y con la reforma como “algo  que viene impuesto desde arriba” y “sólo permanece arriba”.
Y lo más importante:
Porque es preciso combatir una “tradición  revolucionaria” mecanicista que se ha vuelto verdaderamente letal en los países industrializados de América Latina, y  que consiste en dejar que las contradicciones “se acumulen” y “maduren”. ¡Como si de allí pudiese resultar algo útil para  el movimiento sindical y obrero! Si éstos se mantienen indiferentes al uso que las clases burguesas hacen de las  contradicciones, lo que se acumula y madura no es el desarrollo independiente ni la capacidad de lucha política de los  proletarios como clase, sino su condición servil dentro de la sociedad capitalista subdesarrollada. Una relación  puramente defensiva (no simplemente adaptativa o pasiva) ya sería suficiente para que, bajo el capitalismo neocolonial y  el capitalismo dependiente, los proletarios nunca tuvieran voz ni voto. Ello obliga a una toma de posición firme e  inflexible. Las contradicciones que no son aprovechadas activamente por el movimiento sindical y obrero son canalizadas  por el sistema capitalista de poder y convertidas en apatía de las masas, es decir, en sumisión dirigida.”
Y por si fuera poco el efecto negativo de una relación puramente defensiva, genera la siguiente situación que Florestan Fernández señala:
(…) un largo período de hegemonía casi total de una burguesía neocolonial o dependiente provocó que el “vagón  de cola” social y político de las clases dominantes reflejase más la ideología de la burguesía hegemónica de los países  capitalistas centrales que su propia situación de intereses de clase como proletarios. El socialismo reformista y las  tácticas de apoyo a la burguesía nacional de ciertas corrientes del socialismo revolucionario reforzaron esa tendencia. El  riesgo dramático que enfrentamos consiste en un nuevo sumergimiento. La incorporación al espacio económico, social y  político de las sociedades capitalistas centrales renueva el horizonte cultural de las clases burguesas. Bajo el capitalismo  monopolista dependiente podrá ocurrir el fenómeno que se dio bajo el capitalismo competitivo dependiente. Tanto  internamente como desde afuera, el escenario está preparado para compatibilizar el crecimiento morfológico de los  proletarios como clase en sí con una conciencia de clase “esterilizada” y con dinamismos de “lucha de clases”  desposeídos de cualquier elemento político y de un eje verdaderamente revolucionario.
Y por si fuese poco, la gran preocupación no sólo va en la dirección del comportamiento del Movimiento obrero, sino del bloque social de los oprimidos y explotados en su conjunto frente al dilema del radicalismo compensatorio o los “Socialismos de Fachada”:
El conocimiento preciso de las contradicciones y su  aprovechamiento inteligente, organizado y despiadado es vital, pues, para el movimiento obrero. O bien permanece  como vagón de cola del movimiento burgués, como su “otro invertido”, o si no, avanza por el terreno espinoso de lanzar  las contradicciones contra el orden existente, para mejorarlo o para destruirlo. Esto significa salir de sí mismo, realizar las  funciones negadoras intrínsecas al movimiento obrero, hacer que la sociedad capitalista salte de una revolución que  abortó a otra revolución que comenzará llevando a todas las contradicciones existentes a su disolución completa y final.
El asunto no está en el pacto con la burguesía monopólica (porque no se trata ni siquiera de las PYMES) o en la vociferación radical, sino en la construcción de un vasto frente amplio revolucionario que pueda abordar las tareas de la unidad en la diversidad, en las tareas del avance revolucionario, sin caer en las trampas de la compensación radical que no lleva a nada, o de un reformismo que sabe muy bien lo que hace: capitular casi imperceptiblemente ante la estructura de mando y explotación del metabolismo social del Capital, en nombre del legado revolucionario de Chávez. ¡Ni desesperación ni cinismo!
Sobre la figura, pensamiento y acción de Chávez se construyen las más paradójicas versiones para fines de legitimación de determinadas posiciones y decisiones políticas del presente.
¿Quiénes podrán ver en el legado de Chávez sus complejidades, tensiones, contradicciones, aciertos, errores, avances, retrocesos, contribuciones, vacíos; en fin, analizarlo no como monolito apologético cargado de superlativos para beneficios de una legitimidad post-Chávez, ya sea de compensaciones radicales o de socialismos de fachada: “gigante”, “eterno”, “supremo”?
¿Por qué no comprenderlo más bien en su dimensión “humana, demasiado humana”; líder de la revolución, no cabe duda alguna, pero como igual entre iguales, para seguirlo y para mantener la critica que tanto persistió en valorizar, tal como postula una concepción rigurosa de la democracia socialista y participativa?
Como decía Martí pues, ¡Criticar es amar!

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