Javier Biardeau R.
Existe
un debate sobre el papel y carácter de los estratos de intelectuales,
pensadores, cultores, artistas, científicos, activistas, formadores de opinión,
profesionales y técnicos en un proceso que se auto-comprende como una
“revolución democrática y socialista”. En contraste con los “socialismos
realmente inexistentes” en la historia (sobremanera con el modelo soviético a
partir de la 1934), se ha señalado que los intelectuales no pueden cumplir el
rol histórico de simples apologistas o propagandistas del “status quo”; es
decir, cumplir la función de “intelectuales palaciegos” o “cortesanos del
poder”.
Uno de
los mas emblemáticos ejemplos de las actitudes palaciegas y cortesanas, en sus
relaciones con los dispositivos de poder, es relatado en referencia a la
llamada “Aldea de Potemkim”, una aldea ficticia, que ordenó levantar Potemkin,
Ministro y favorito de Catalina de Rusia, a cierta distancia, pero bien visible
en el horizonte del camino que ésta habia de recorrer, para mantener en ella la
ilusión de la prosperidad de su Imperio.
La idea
de construir estas fachadas ilusorias, o como crudamente se les denomina en la
vida política venezolana: “potes de humo”, es lograr construir una muralla de
protección, mecanismos de defensa simbólicos e imaginarios que organicen y
estabilicen un esquema de significados dominantes, una coartada ideológica para
presuponer que “así como van las cosas, todo va bién”.
La
tentación de la apología es esencial para mantener la ilusión creada por
Potemkin. El arte del simulacro y el disimulo ha sido esencial en los análisis
de la teatrología del poder, por ejemplo en la socio-antropología dinamista de
G. Balandier, indagando como, en ciertas
circunstancias, un sistema de dominación política y desigualdad social intenta
disimular su desastroso estado real. A primera vista, las fachadas proyectan
muy buenos acabados y deja a todos impresionados; sin embargo, tras bastidores
encontramos los agujeros de lo real.
De modo que,
recordando el famoso triángulo de gobierno de Carlos Matus (el proyecto de
gobierno, la gobernabilidad del sistema social y la acción de Gobierno), es
posible evaluar las fortalezas y debilidades de sus tres vértices principales,
así como las relaciones que entre ellos se establecen. La ilusión de Potemkin
remite a la evaluación, seguimiento y control de la acción de gobierno, a la
matriz de criterios que establecen los saldos ó balances acumulados y
combinados en los ámbitos de la política internacional, la gestión económica,
la política social, comunicacional y la macropolítica interna.
Evaluar la
acción de gobierno implica realizar un balance combinado de logros y fallas en
diferentes áreas de política, así como en las diferentes dimensiones que es
posible analizar en el interior de cada ámbito de gobernabilidad y actuación.
Si el resultado global es positivo es porque se dan resultados favorables por
compensaciones de aciertos y fallas en cada una de las áreas de la acción de
gobierno. Si el resultado es negativo es
porque la acumulaciones de desaciertos en todas las áreas es mayor que los
logros.
Un gobierno
progresista no debería olvidar que no basta con asegurar la estabilidad
política (esto es lo que busca un gobierno conservador con amenazas abiertas,
coerción y diseminación del fatalismo en la población), sino que es preciso
logros en la acción de gobierno y legitimidad democrática en las mayorías
nacional-populares.
Por otra parte
no hay que olvidar que existe una poderosas maquinaria de evaluación sesgada de
la acción de los gobiernos que depende de la cartelización de la opinión
pública, lo que Chomsky ha deminado acertadamente como los “Guardianes de la
libertad”: dispositivos massmediáticos de reproducción de patrones de
legitimación simbólica e imaginaria de la reglas y recursos de las sociedades
capitalistas realmente existentes. De hecho, sin dispositivos massmediáticos,
las sociedades capitalistas se verían turbadas por la explotación económica
cruda y la dominación política cada vez menos disfrazada. Les quedaría comprar
lealtades, la violencia psíquica y el uso de la represión.
De hecho, el
llamado “cuarto poder”, como factor fáctico de poder, ha pretendido suplantar a
poderes legitimados democráticamente, intentando imponer sus creencias,
valores, ideas, razones, intereses, pasiones, afectividades y polos de
identificación social. Para estos fines, moviliza todo sus recursos
tecnológicos y sus herramientas para configurar representaciones e imaginarios
sociales, hasta llegar incluso a lo que Vicente Romano llamó procesos de
“intoxicación lingüística”.
Efectivamente,
la llamada “batalla de ideas” es un campo de poder donde rivalizan modelos
culturales, con toda la complejidad de sus registros simbólicos, imaginarios e
ideológicos. De modo que cabe distinguir la “opinión publicada” por la gran
prensa y sus medios, de la “esfera pública” de la ciudadanía y sus diferentes
campos de experiencia y comprensión cultural.
No siempre (y
en algunos ámbitos, casi nunca) los grandes medios representan las necesidades,
aspiraciones, expectativas y demandas de la ciudadanía común, en especial de
los trabajadores y los sectores populares. De hecho, más bién muchas veces
pretenden suplantar e imponer sus versiones de la realidad (que generalmente
coinciden con el sentido común legitimidor del capitalismo como única y deseada
alternativa), llevando al silencio y a lo invisible, las representaciones
sociales elaboradas en la experiencia cotidiana y en los mundo de vida de
diferentes sectores, grupos y clases sociales.
La opinión
publicada es muchas veces una representaciones configurada desde intereses
creados por grupos económicos de poder y
de presión social, a través de la manipulación de agendas temáticas, mensajes
altamente codificados y anclas de opinión que cumplen sus roles de funcionarios
del consenso ideológico massmediático.
En efecto, sin
una lectura crítica de los medios y los mensajes, no es posible reconocer que
no solo las aldes de Potemkin son elaboradas por Gobernantes de turno, sino
también por quienes controlan los aparatos y dispositivos massmediáticos,
quienes al decidir cual gobierno no conviene, activan campañas de asedio y
derrumbe de gobiernos incómodos.
En algunos
casos, la acción de gobierno vista desde cierta distancia y cierto horizonte tiene
un aspecto idílico e impecable. De hecho, en algunos países gobernados por la
derecha, en los cuales hay una alianza abierta entre los propietarios de medios
y los gobiernos se impone un neoliberalismo idílico e impecable. Basta escuchar
en la reciente Cumbre de las Américas al Presidente de Honduras, para que el
velo de los éxitos de las políticas neoliberales se conviertan en efecto
demostración para toda Centroamérica y hasta quizás Suramérica.
Pero a la vez,
en aquellas experiencias donde gobiernos populares y progresistas, cuentan con
recursos massmediáticos, y desarrollan una refriega cotidiana contra la
orquestación mediatica de la derecha, ya los temas relevantes y significativos
para los sectores populares, para los trabajadores y para los excluidos, dejan
de tener visibilidad y relevancia.
Lo fundamental
es la lucha entre unidades organizadas y jerarquizadas de poder, la lucha por
la conquista o el mantenimiento del poder. El debate se reduce a gobierno
progresista contra oposición derechista, pero poco se habla de las
contradicciones entre los privilegiados del poder y la oligarquía del dinero, y
las clases populares en su intento por construir autentica justicia social,
mejorar sus condiciones de vida y democratizar efectivamente el poder.
En este último
escenario, los gobiernos progresistas tienen un doble reto. Defender su logros,
sus conquistas y su gobierno, sin someter a silencio e invisibilizar la agenda
de necesidades, aspiraciones, demandas y hasta reclamos de las mayorías
nacional-populares. Muchos gobiernos progresistas se han vuelto
extraordinariamente efectivos en su maquinaria propagandística, pero famélicos
a la hora de escuchar, procesar y levantar las experiencias cotidianas de los
sectores populares, de los trabajadores, las mujeres, los campesinos, indígenas
y los excluidos de siempre.
Es tarea de los
activistas, intelectuales, científicos, cultores, artistas y profesionales de
diversas áreas: educativas, salud, vivienda, seguridad social, alimentación,
empleo y un largo etc., levantar tribunas y agendas para que las pequeñas voces
de la historía no sean suplantadas ni por la orquestación mediática de los
grupos del capital, ni por la maquinaria propagandística de los gobiernos
progresistas.
De hecho, a
quién le conviene mejor calibrar y sintonizarse con las voces de las clases
populares y subalternas es a los gobiernos progresistas, si no quieren ver
reducida su capacidad de influencia, consenso y dirección política; y en fín,
su propia legitimidad democrática. De manera, que es allí que surge la
denostada palabra y praxis de la “crítica social y política”.
Gobierno
progresista que no sepa leer a contrapelo las voces críticas del pueblo, de los
trabajadores, campesinos, indígenas y capas medias (recuperar el grano de
verdad, rectitud ética y pertinencia de cualquier crítica), se ve llevado a
colocar la interpelación, demanda y queja realizada desde las experiencias
referidas de las clases populares y subalternas, al campo de los “adversarios y
los enemigos del gobierno”.
Gobierno
progresista que incluso no logre separar lo útil y lo inútil, lo relevante o
irrelevante, de las críticas de la
oposición y de los grupos tradicionales de poder económico, para encontrar allí
elementos de control, evaluación y corrección de errores, termina siendo un
gobierno sordo y ciego para preveer realidades y tendencias de su entorno.
De manera que
si algo deben identificar, valorar y procesar los sensores y radares de un
gobierno progresista son las voces críticas, sin convertirlas a todas en una
masa ruidosa que simplemente aspira a “derrocar o deslegitimar” al Gobierno.
En conscuencia,
el peor trabajo que le puede prestar un estrato de intelectuales orgánicos al
propio gobierno es no lograr discernir en la critica social y política los
elementos para mejorar la acción de gobierno, para corregir rumbos, para
encarar situaciones. Más que reaccionar con estereotipos y estigmas hacia la
crítica social y política, se requiere una alta capacidad de escucha, una
receptividad hacia el debate de alta intensidad que opera en las fachadas y
trás bastidores de la opinión pública y los mundos de vida populares.
Quizas ver
realidades desde la lejanía y desde el horizonte de la idealización del
proyecto, impide que los decisiores se mezclen con la gente común y corriente,
con sus necesidades, demandas, aspiraciones y expectativas. Se llega a los
extremos de construir “jaulas de cristal”, incluso colocando como fundamental
pretexto, las necesarias cuestiones de seguridad.
Sin embargo, es
preciso que los decisores políticos comprendan que no es conveniente percibir
el mundo político y social, sólo y exclusivamente, a partir de fachadas y
versiones oficiosas. Tras bastidores, muchas veces construidos a la propia
medida de los deseos de los gobernantes, se llega a palpar con todos los
sentidos que nada o muy poco se había hecho para encarar las demandas y
necesidades de las gentes del pueblo, que incluso se seguian manteniendo
condiciones de la más completa miseria material y espiritual.
Un gobierno
progresista hipersensible a la crítica pero insensible a la “misería social”, está
condenado a su progresivo aislamiento. Así pues, y volviendo al ejemplo citado,
durante las visitas de Catalina la Grande, iban era a pueblos de ficción y que
además siempre era el mismo montaje, pues al terminar la visita a un pueblo, era
desmontado y se volvía a montar en otro emplazamiento distinto que sería
visitado después. De modo, que las visitas del gobernante cabalgaban su
cronograma de un “pote de humo” a otro “pote de humo”. Y allí cortesanos y
aduladores construían una verdadera pantalla protectora, donde el gobernantes
escuchaba de manera selectiva lo que el quería en su deseo simplemente oir. La
zarina regresaba convencida de que se estaban haciendo políticas correctas para
llevar bienestar a su pueblo. Pero nunca imaginó que era engañada, preñados sus
engañadores de supuestas buenas (convenientes) intenciones.
Los
pensadores, activistas, trabajadores intelectuales, científicos, técnicos,
profesionales, artistas y funcionarios comprometidos con la critica social y
política no deben dejar de hablarle claro al poder. Sin una crítica radical a
la dominación política y social no habrá revolución alguna.
El rol
del trabajo intelectual, científico, técnico, en el terreno de las artes y las
humanidades es el de despejar obstáculos, bloqueos, estancamientos, ofrecer
alternativas, imaginar posibilidades, explorar lo que las rutinas, hábitos y
rituales cierran por imperativo de la conservación de instituciones, intereses
y rieles culturales.
La
creación y la contestación social se han imbricado de tal manera en la historia
de los estratos intelectuales, que allí luce desaconsejable colocar grilletes a
lo que Manuel González Prada (Maestro de J. C Mariategui) o Simón Rodríguez
(Maestro del Libertador Simón Bolívar) practicaron como “libre-pensamiento”.
Una
revolución domesticada naufraga como revolución interrumpida, estancada,
bloqueada. De allí que sea importante adentranos en las ambivalencias del
amaestramiento. Dicta el DRAE: Amaestrar. (De maestro). 1.
tr. Enseñar o adiestrar. U. t. c. prnl. 2. tr. Domar a un animal, a veces enseñándole a hacer habilidades.
¿Qué
se pretende en una revolución democrática rumbo a la transición al socialismo?
¿Educar para la libertad y la liberación social, o domesticar para el
conformismo y la obediencia?
El
discurso histórico de la izquierda siempre ha reiterado que no hay revolución
sin condiciones objetivas y subjetivas. Pero, si de verdad se quiere que
existan condiciones subjetivas; es decir, construir desde la eticidad de los
espacios de libertad, el devenir de la subjetividad revolucionaria, esto no se
hará por el camino de la sujeción o el avasallamiento.
¿Cómo
hacer revolución desde la sujeción, la domesticación de la rebeldía o el
avsallamiento?
Esta
es la antinomía del adoctrinamiendo y la “propaganda bancaria” (Freire dixit)
por una parte, y el compromiso subjetivo en un proceso de insumisión común; es
decir, nuevos modos de relación social y nuevos lazos inter-subjetivos:
entre-ayudarse en vez de entre-joderse, o someterse unos a otros. Puede sonar
abstracto, pero si en una llamada revolución se piensa que la solidaridad, lo
común, la ayuda mutua son ilusiones para tontos, y que lo que debe predominar
es el canibalismo politico, la ambición por el poder y la intriga, entonces es
porque los rasgos predominantes apuntan a una deriva despótica y a una
afectividad más bien contra-revolucionaria, o al menos conservadora de
privilegios y prerogativas.
Los
códigos de comportamiento, las tecnicas de amaestramiento (dressage)
funcionales a las medidas disciplinarias, que integran a los individuos al
sistema mismo, las prácticas de estímulo, de intimidación, de coerción, son los
mecanismos que constituyen a los sujetos desde la sujeción, una lógica dictada
desde las estructuras de poder.
Si
se anulase la capacidad activa de mediación simbólica autónoma, que se
manifiesta en la capacidad de apropiación, negación o toma de distancia
respecto a significados o practicas dominantes, impidiendo la elaboración
reflexiva de la experiencia propia, entonces no habra condiciones subjetivas
para una revolución que no sea sino “revolución administrada desde arriba”; es
decir, farsa revolucionaria. El imaginario de los partidos únicos, de los
lideres infalibles, de las disciplinas sin sustancia ética, del conformismo
ciego, de las lenguas amarradas, de la clientela intelectual no contribuyen a
un clima cultural que se pueda llamar revolucionario.
Mucho
aprenderíamos de la historia de las revoluciones truncadas, si identificaramos
paso a paso las condiciones, razones y afectos que llevaron a la degradación de
condiciones subjetivas y objetivas para avanzar en la construcción del
socialismo participativo, desde abajo, con deliberaciones colectivas y una
democracia de alta intensidad.
El
fracaso de las revoluciones pasa por el espacio del amaestramiento y sus
ambivalencias con relación a los procesos de sujeto: o se educa cotidianamente
para la libertad y la liberación social, para el ejecicio de una ciudadanía
activa y comprometida con el bien común, lo cual implica una fuerte dosis de
critica social y política, de creatividad y apertura a la donación de nuevos
sentidos y significados, o simplemente se entiende por revolución una nueva “psicología
de masas” para la domesticación e incluso el avasallamiento.
Un
ejemplo para concluir: el mejor comentario subversivo que escuché (desde este
punto de vista que desarrollo en este artículo) en la Cumbre de las Américas
transcurrió cuando interpelaron a Evo Morales como “Señor” en una rueda de
prensa con los medios, y Evo respondió:
“¿Señor?...
no, no me diga Señor, eso viene del señoraje, llámeme hermano, Camarada…” y le
dijeron luego: “Evo” y contesto: “Si por favor, dígame Evo”.
Descolonización
en acto. Una lección de la trama de significados que se mueven tras bastidores,
sin tanto culto al poder, a jerarquías y a estructuras de dominio.
Así
los pueblos saldran de los abismos. Cuando las cumbres no sean para los
poderosos, sean nuevos o viejos poderosos, y sean cumbres lo más parecidas a
los pueblos protagonistas que buscan caminos de liberación con justicia social.
¿Dijo
usted justicia social? Obviamente, con corrupción, pobreza y avasallamiento no
habra Socialismo del siglo XXI.
Una
lección para buenos entendedores y entendedoras, no para cortesanos ni
palaciegos como Potemkin.
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