Javier Biardeau R
Uno de los temas de mayor relevancia en el seno de la multiforme izquierda consiste en clarificar los “problemas de transición al socialismo”. A la luz de las experiencias históricas de los “socialismos burocráticos”, el rigor teórico, histórico y sentido crítico es cada vez mas urgente, dadas las obvias implicaciones de política, estrategia y táctica, que llega incluso a afectar procesos constituyentes y debates constitucionales en la coyuntura.
Hemos planteado que la Revolución Rusa evidenció encrucijadas democráticas, donde el desvarío jacobino-blanquista se apoderó de la dirigencia bolchevique. Este asunto, analizado en contraste con los errores de diseño teórico-ideológico del llamado “proyecto de reforma constitucional” en Venezuela, cobra especial significación, ya que quienes incluyeron el enunciado “Estado Socialista” en el proyecto (Art. 16 y 318) parecieran no comprender el fondo y consecuencias del debate sobre las formas de gobierno y de Estado en la “transición socialista”.
El desvarío autoritario tiene que ver además con los cortocircuitos de la interpretación leninista de los textos de Marx y Engels. El hecho de haber descuidado la relevancia de estos cortocircuitos ha tenido consecuencias funestas en la cultura y la acción política de la izquierda. El marxismo-leninismo, al igual que la izquierda cesarista, se opone en muchos sentidos a Marx y se vincula al imaginario blanquista-jacobino. Para esta izquierda despótica, el valor democracia se considera una simple forma, una mascarada, un elemento retórico, que puede ser instrumentalizado sin más, rompiendo la articulación entre socialismo y democracia.
Sin embargo, no hay Socialismo factible sin la revolución democrática. Siguiendo a Laclau-Mouffe en su “Hegemonía y Estrategia Socialista”, hay que distinguir entre quienes plantean una interpretación autoritaria de la hegemonía (de lo jacobinos al estalinismo) de quienes realizan una interpretación democrática del término hegemonía (inflexión de Gramsci de conquista del una cada vez más amplio consenso en la transformación correlativa de la “sociedad civil”: de la sociedad burguesa a la sociedad socialista).
Incluso de este contraste surgen visiones que replantean el debate entre “hegemonía” o “contra-hegemonía”; y en este último caso, plantear la ruptura con la biopolítica de la separación absoluta entre gobernantes y gobernados. La democracia socialista implica superar, rebasar, ir más allá del liberalismo democrático (el socialismo a diferencia del fascismo en post-liberal, no antiliberal). Este es el error básico de la izquierda despótica, anular la democracia y las libertades para reforzar un patrón de regresión-vulneración de derechos históricos fundamentales.
Por esto, la forma de Estado de la transición al socialismo es una forma más avanzada de Estado Democrático, no su sustitución por el enunciado “Estado Socialista” de cuño marxista-leninista.
En cuestiones de formas de gobierno y Estado, lo esencial es diferenciar el predominio de la fuerza/coacción del consenso ético-cultural. Tan importante como reconocer “quién gobierna” es saber “cómo gobierna”. Lenin pretendió ejercer la voz hegemónica de la “Teoría del Estado Marxista”, cuando en realidad fue la “Teoría Bolchevique del Estado”. Para Lenin ser “marxista” era aceptar su propia interpretación de Marx.
Para Marx, el contenido de todo Estado era la dimensión de “dominación de clase” (Dictadura), pero la “forma de la dominación” es tan relevante como su contenido de clase (Estado Bonapartista, Representativo). De allí la importancia de la utopía concreta de la “extinción del Estado”, idea que el estalinismo liquidó.
Marx fue un crítico radical e implacable de la Burocracia, de Socialismo de Estado, del Bonapartismo, y consideró al movimiento proletario como “el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa” (nada de gobierno de minorías conspirativas). Para Marx y Engels, la República Democrática era la forma de gobierno y de Estado indispensable para la transición al socialismo.
Se trataba de radicalizar la democracia, no de anularla. Cuando se monopolizó la dirección y control de la “Democracia de Consejos” en la forma/partido, se liquidó la democracia socialista. Allí se instaló aquella cadena de sustituciones de masas = clase = partido = jefatura unipersonal, que terminó en la identificación del Pueblo con la voz del Jefe Supremo, matriz imaginaria y simbólica del despotismo. La democracia socialista (autogobierno+autogestión) se sustituye por la autocracia pura: la tiranía personalista de Stalin. De este modo, el culto extremo a los dogmas en la izquierda revolucionaria, llevó a aceptar lo que Adam Schaff denominó las adulteraciones interpretativas de Lenin.
Engels planteó sin ambigüedades que la República Democrática era la forma de Estado de la “dictadura del proletariado”, mientras Lenin en su texto “El Estado y la Revolución” extrajo como conclusión otra línea de acción.
Engels (Crítica del programa de Eufurt) dice: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa.”. Lenin adultera: "Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado.”(El Estado y la Revolución; cap IV).
De un diminuto abuso interpretativo se justificó posteriormente la liquidación del Estado Democrático. Como nos recuerda Barbara Cassin (El efecto sofístico): la lógica política descansa en el orden del decir y sus efectos de poder. Frente a los ideologemas del socialismo burocrático, hay que volver a enfatizar que no hay Socialismo factible sin profundizar la forma de Estado Democrático, en una dirección que apunta al modelo democrático participativo de organización de los consejos del poder popular.
Es fundamental reconocer que los consejos del poder popular son instancias de autogobierno, no de subordinación a las visiones monolíticas verticales de las estructuras de aparato-partido, ni a las estructuras burocráticas del Estado representativo aún existente. Profundizar el Estado democrático para el nuevo socialismo implica debilitar viejas instituciones y practicas de la vieja maquinaria administrativa, sustituyéndolas por nuevas instancias y espacios de poder, donde el poder popular organizado asuma nuevas tareas de dirección política y de control de las actividades administrativas, de planificación y de presupuesto (presupuesto participativo), en función de la mejora sustantivamente de las condiciones materiales y ético-culturales de vida de las multitudes populares.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Marx-Engels (1848): El Manifiesto Comunista.
Engels (1891): Constribución a la crítica al programa socialdemócrata de Erfurt.
Lenin (1917): El Estado y la Revolución.
Laclau-Mouffe (1985): Hegemonia y Estrategia Socialista.
Schaff Adam (1983): El Comunismo en la Encrucijada.
Cassin Barbara (2008): El efecto sofístico
Uno de los temas de mayor relevancia en el seno de la multiforme izquierda consiste en clarificar los “problemas de transición al socialismo”. A la luz de las experiencias históricas de los “socialismos burocráticos”, el rigor teórico, histórico y sentido crítico es cada vez mas urgente, dadas las obvias implicaciones de política, estrategia y táctica, que llega incluso a afectar procesos constituyentes y debates constitucionales en la coyuntura.
Hemos planteado que la Revolución Rusa evidenció encrucijadas democráticas, donde el desvarío jacobino-blanquista se apoderó de la dirigencia bolchevique. Este asunto, analizado en contraste con los errores de diseño teórico-ideológico del llamado “proyecto de reforma constitucional” en Venezuela, cobra especial significación, ya que quienes incluyeron el enunciado “Estado Socialista” en el proyecto (Art. 16 y 318) parecieran no comprender el fondo y consecuencias del debate sobre las formas de gobierno y de Estado en la “transición socialista”.
El desvarío autoritario tiene que ver además con los cortocircuitos de la interpretación leninista de los textos de Marx y Engels. El hecho de haber descuidado la relevancia de estos cortocircuitos ha tenido consecuencias funestas en la cultura y la acción política de la izquierda. El marxismo-leninismo, al igual que la izquierda cesarista, se opone en muchos sentidos a Marx y se vincula al imaginario blanquista-jacobino. Para esta izquierda despótica, el valor democracia se considera una simple forma, una mascarada, un elemento retórico, que puede ser instrumentalizado sin más, rompiendo la articulación entre socialismo y democracia.
Sin embargo, no hay Socialismo factible sin la revolución democrática. Siguiendo a Laclau-Mouffe en su “Hegemonía y Estrategia Socialista”, hay que distinguir entre quienes plantean una interpretación autoritaria de la hegemonía (de lo jacobinos al estalinismo) de quienes realizan una interpretación democrática del término hegemonía (inflexión de Gramsci de conquista del una cada vez más amplio consenso en la transformación correlativa de la “sociedad civil”: de la sociedad burguesa a la sociedad socialista).
Incluso de este contraste surgen visiones que replantean el debate entre “hegemonía” o “contra-hegemonía”; y en este último caso, plantear la ruptura con la biopolítica de la separación absoluta entre gobernantes y gobernados. La democracia socialista implica superar, rebasar, ir más allá del liberalismo democrático (el socialismo a diferencia del fascismo en post-liberal, no antiliberal). Este es el error básico de la izquierda despótica, anular la democracia y las libertades para reforzar un patrón de regresión-vulneración de derechos históricos fundamentales.
Por esto, la forma de Estado de la transición al socialismo es una forma más avanzada de Estado Democrático, no su sustitución por el enunciado “Estado Socialista” de cuño marxista-leninista.
En cuestiones de formas de gobierno y Estado, lo esencial es diferenciar el predominio de la fuerza/coacción del consenso ético-cultural. Tan importante como reconocer “quién gobierna” es saber “cómo gobierna”. Lenin pretendió ejercer la voz hegemónica de la “Teoría del Estado Marxista”, cuando en realidad fue la “Teoría Bolchevique del Estado”. Para Lenin ser “marxista” era aceptar su propia interpretación de Marx.
Para Marx, el contenido de todo Estado era la dimensión de “dominación de clase” (Dictadura), pero la “forma de la dominación” es tan relevante como su contenido de clase (Estado Bonapartista, Representativo). De allí la importancia de la utopía concreta de la “extinción del Estado”, idea que el estalinismo liquidó.
Marx fue un crítico radical e implacable de la Burocracia, de Socialismo de Estado, del Bonapartismo, y consideró al movimiento proletario como “el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa” (nada de gobierno de minorías conspirativas). Para Marx y Engels, la República Democrática era la forma de gobierno y de Estado indispensable para la transición al socialismo.
Se trataba de radicalizar la democracia, no de anularla. Cuando se monopolizó la dirección y control de la “Democracia de Consejos” en la forma/partido, se liquidó la democracia socialista. Allí se instaló aquella cadena de sustituciones de masas = clase = partido = jefatura unipersonal, que terminó en la identificación del Pueblo con la voz del Jefe Supremo, matriz imaginaria y simbólica del despotismo. La democracia socialista (autogobierno+autogestión) se sustituye por la autocracia pura: la tiranía personalista de Stalin. De este modo, el culto extremo a los dogmas en la izquierda revolucionaria, llevó a aceptar lo que Adam Schaff denominó las adulteraciones interpretativas de Lenin.
Engels planteó sin ambigüedades que la República Democrática era la forma de Estado de la “dictadura del proletariado”, mientras Lenin en su texto “El Estado y la Revolución” extrajo como conclusión otra línea de acción.
Engels (Crítica del programa de Eufurt) dice: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa.”. Lenin adultera: "Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado.”(El Estado y la Revolución; cap IV).
De un diminuto abuso interpretativo se justificó posteriormente la liquidación del Estado Democrático. Como nos recuerda Barbara Cassin (El efecto sofístico): la lógica política descansa en el orden del decir y sus efectos de poder. Frente a los ideologemas del socialismo burocrático, hay que volver a enfatizar que no hay Socialismo factible sin profundizar la forma de Estado Democrático, en una dirección que apunta al modelo democrático participativo de organización de los consejos del poder popular.
Es fundamental reconocer que los consejos del poder popular son instancias de autogobierno, no de subordinación a las visiones monolíticas verticales de las estructuras de aparato-partido, ni a las estructuras burocráticas del Estado representativo aún existente. Profundizar el Estado democrático para el nuevo socialismo implica debilitar viejas instituciones y practicas de la vieja maquinaria administrativa, sustituyéndolas por nuevas instancias y espacios de poder, donde el poder popular organizado asuma nuevas tareas de dirección política y de control de las actividades administrativas, de planificación y de presupuesto (presupuesto participativo), en función de la mejora sustantivamente de las condiciones materiales y ético-culturales de vida de las multitudes populares.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Marx-Engels (1848): El Manifiesto Comunista.
Engels (1891): Constribución a la crítica al programa socialdemócrata de Erfurt.
Lenin (1917): El Estado y la Revolución.
Laclau-Mouffe (1985): Hegemonia y Estrategia Socialista.
Schaff Adam (1983): El Comunismo en la Encrucijada.
Cassin Barbara (2008): El efecto sofístico
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