domingo, 14 de febrero de 2010

NI LENIN NI BETANCOURT: ¡QUE VIVA SIMÓN RODRÍGUEZ!



Javier Biardeau R.
Napoleón quería gobernar el género humano: Bolívar quería que se gobernara por sí y Yo quiero que aprenda a gobernarse”.
(Simón Rodríguez. Sociedades Americanas)

En 1931 le advertía Mariano Picón Salas a Rómulo Betancourt con relación al “marxismo” y “comunismo” lo siguiente:
Sería una tontería predicarle a gente tan arraigada al suelo y de imaginación concreta la abstracción comunista, esa especie de algebra espiritual que ellos no pueden entender” (1).
Llama la atención en esta suerte de “consejo al futuro príncipe”, las consideraciones sobre la eficacia material de los enunciados, formaciones discursivas e ideologías en el terreno de intervención propiamente política.
También llama la atención tres atribuciones que identificarían el “sujeto popular” como “masa de maniobra” y “audiencia política”: “gente tan arraigada al suelo”, de “imaginación concreta”, un “algebra espiritual que ellos no pueden entender”. El terreno de la sujeción/sometimiento por el discurso y los afectos adecuadamente implementados comenzaba a preparase. El efecto sofistico del partido de masas entraba en escena. Y la entrada de las masas a la historia venezolana se hacía como vagón de cola, como masa disponible para la movilización contra Gómez y el gomecismo.
Por cierto, allí se anidaba un tema típico de la política reaccionaria: ¿cómo “instrumentalizar políticamente” una “psicología de masas”, para beneficio de una “minoría dirigente”? No se trataba de impulsar la auto-emancipación, la autonomía revolucionaria de masas, el auto-gobierno democrático, sino la institución de las “elites dirigentes”, un imaginario jacobino-radical, tentado por la terminología leninista como herramienta política, pero sin las implicaciones anticapitalistas de la “Revolución Rusa”. Por un lado, los “intelectuales revolucionarios”; por el otro, las “masas depauperadas moral e intelectualmente”.
Obviamente, se requería una adecuada estrategia de anclaje de pasiones revolucionarias y discursos bien ensamblados en consignas, para ser anclados en el imaginario popular; es decir, consignas concretas incardinadas a las estructuras de sentimiento de los sectores populares. Pues las masas debían ser conducidas (muchas veces por otros grupos, capas, clases y sectores).
Este axioma termina bloqueando la radicalidad de la tesis marxiana, siguiendo a Flora Tristán: la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos. ¿Es posible una dirección proletaria sin concurso protagónico del proletariado? ¿Es decir, por “obra y gracia” del “espíritu de los profesionales de la política revolucionaría, por la acción de los expertos de la razón burocrática y del aparato político”? Fe en el burocratismo. Superstición ante los sujetos del “supuesto saber infalible” de la política: el marxismo como “socialismo científico”, como discurso del estrato de los “intelectuales revolucionarios”.
Gramsci a su manera, trataba de cerrar el hiato entre el “sentimiento” y los “conceptos”, poniendo en juego el “espíritu de escisión”, entre los efectos de la ideología dominante en las clases subalternas, el “sentido común”, el “buen sentido” y la “teoría revolucionaria”, pero su horizonte fue de nuevo reducido, a una burda teoría de los “intelectuales revolucionarios”. Ellos, siempre arriba; los expropiados del saber, abajo. Así se liquidaba la veta libertaria de Gramsci.
En medio de las implicaciones políticas de la reflexión del lenguaje y las ideologías en el campo del poder social, el semiólogo Roland Barthes (2), decía en su lección inaugural en el Colegio de Francia, que el problema no era un asunto de sustraerse del Poder en mayúscula (pues hay una multiplicidad de poderes, lo mismo diría Michel Foucault), sino colocar sobre la mesa el asunto de no someter a nadie. Esta línea de fuga de la lógica de la dominación, vía violencia simbólica era bloqueada por las “teorías de la reproducción”. El asunto clave es si partiendo de la noción de reproducción se puede imaginar y pensar la transformación revolucionaria. Pienso que no.
Esta inquietud puede ponerse en contacto con la problemática de Gramsci, en sus “Elementos de política” (3): ¿Es posible superar la barda entre gobernantes y gobernados? Si no fuese posible, se naturalizaría la “servidumbre voluntaria”. Existiría una voluntad de sumisión, de sometimiento. ¿Y para que la revolución, entonces?
Hay que aligerar la carga de los llamados “intelectuales”. No podemos hacer fuerza para apalancar a los sacerdotes del “Capitalismo de Estado” o del “Socialismo de Estado”. El Estado genera sus propias supersticiones para auto-reproducirse. Una de ellas, instituir la más pesada alienación política. De ser servidores de los intereses públicos, se convierten en dominadores incontrolados. Mentalidad de funcionarios de partido y aparato, una verdadera casta de capataces políticos, con sus látigos y incentivos.
Los intelectuales han sido cuna de muchas “Nuevas Clases” (Goldner dixit). Elegir desmantelar evidencias incontestables comporta riesgos, así como aburrirle la fiesta a los poderosos, a quienes aspiran en su lecho imaginario a gobernar-nos sin fin, en vez de crear las condiciones para el auto-gobierno de masas. De eso trata la democracia participativa y protagónica: Impedir que nos gobiernen nuestras vidas.
Si se trata de definiciones, no esperen una “línea correcta” sino una actitud de contestación. Hay demasiadas curvaturas y ondulaciones en los “territorios existenciales”. De líneas rectas y correctas hablan los geómetras del orden. Si los pueblos pueden aprender a auto-gobernarse, ¿por qué dejan que los gobiernen? ¿Anarquismo? A 100 años de la Revolución Mexicana (una auténtica revolución social indo-americana inconclusa), será hora de releer a los hermanos “Flores Magón” (4):
Bendito momento aquel en que un pueblo se yergue. Ya no es el rebaño de lomos tostados por el sol, ya no es la muchedumbre sórdida de resignados y de sumisos, sino la hueste de rebeldes que se lanza a la conquista de la tierra ennoblecida porque al fin la pisan hombres. El derecho de rebelión es sagrado porque su ejercicio es indispensable para romper los obstáculos que se oponen al derecho de vivir. Rebeldía, grita la mariposa, al romper el capullo que la aprisiona; rebeldía, grita la yema al desgarrar la recia corteza que cierra el paso; rebeldía, grita el grano en el surco al agrietar la tierra para recibir los rayos del sol; rebeldía, grita el tierno ser humano al desgarrar las entrañas maternas; rebeldía, grita el pueblo cuando se pone de pie para aplastar a tiranos y explotadores.
Un socialista libertario contemporáneo, Noam Chomsky (5) escribió algunas palabras polémicas que todavía hoy son censuradas por las mentalidades de aparato: “La Unión Soviética vs el Socialismo” (http://kamita.com/misc/nc/textos/urss01.html). Hay quienes quieren reactivar la pureza del legado leninista como si por allí fuesen los tiros de nuevos socialismos democráticos, plurales y libertarios. Lo diremos, siguiendo a Maurice Brinton (6), y sin pedido de disculpas: esta vía es una “estafa ideológica”.
También Betancourt trato de inspirarse o identificarse en una suerte de “Leninismo criollo”, como si la “ortodoxia bolchevique” (el Manual de Materialismo Histórico de Bujarin, por cierto) representara los más avanzado del pensamiento revolucionario. ¿“Betancourt leninista”?: una seria advertencia para las recientes “conversiones” de miembros de la alta dirección del PSUV. ¡Cuidado si siguen los pasos de Betancourt, hasta aterrizar en el “social-reformismo anticomunista”, con su inevitable subordinación a Washington! Pero supongamos que se convierten más bien, en “ortodoxos post-leninistas”. ¿Donde aterrizarán? ¿En el leninismo que codificó el Estalinismo? El imaginario jacobino-blanquista está lleno de trampas. Allí están las semillas de los “sacerdotes del Estado” y su veneración supersticiosa. Gracias Karl Marx, por hacerlo presente, a pesar que desaparezcan a gente como Riazanov.
Por tanto, quedémonos con Simón Rodríguez. Si, viremos sin temor del Socialismo real, el del los burócratas de Estado, hacia el “utopismo socialista”, hacia la creación heroica de la multitud popular. Sin horizonte utópico, solo quedan los contables de la revolución, los que suponen que se trata de cambiar “sistemas”, sin cambiar la vida misma, la fibra existencial misma, con sus registros afectivos, estéticos y éticos.
Hay que catalizar que un aprendizaje liberador: que el pueblo se auto-gobierne. La “izquierda leninista” reclama una suerte de monopolio de la “voz revolucionaria”. Escuchemos a Chomsky:
En la revolución Rusa, el Soviet y los comités fabriles se desarrollan como instrumentos de lucha y liberación, con varios defectos, pero con un rico potencial. Lenin y Trotsky, asumiendo el poder, inmediatamente devotos a ellos mismos destruyeron el potencial liberador de esos instrumentos estableciendo el mando del Partido, en práctica su Comité Central y sus Máximos líderes, exactamente como Trotsky había predicho años antes, como Rosa Luxemburgo y otros Marxistas advirtieron al mismo tiempo, y como los anarquistas siempre habían entendido. No únicamente las masas, sino también el Partido deben ser sujetos a ‘vigilante control desde arriba’, así Trotsky realizó la transición desde intelectual revolucionario a Sacerdote del Estado.
El problema no era solo Stalin. Malas noticias. Rosa Luxemburgo lo decía con claridad extrema. Estimados Lenin y Trotsky, en el jacobinismo perdura una actitud existencial burguesa.
También Betancourt cometió el error de plantear una suerte de Leninismo sin profundizar en el “marxismo crítico” o en el imaginario libertario. Obviamente deseaba gobernar-nos. Llevaba bajo el brazo el Manual de Bujarin como una receta. Algunos plantearon que todo esto olía a Petróleo. Y es cierto. Betancourt (7) mismo parece confirmarlo:
Es hora de decirle concretamente a los venezolanos de Venezuela que nuestro país con Gómez, es una factoría yanqui y sin Gómez dejará de serlo sólo a costa de un gesto heroico, de una radical actuación colectiva, semejante en la cantidad de sacrificio que reclama a la lucha por la independencia política. Que hasta ahora no hemos tenido un solo Sandino y sí que en muchos mandatarios nuestros se ha perfilado la cara aindiada de Adolfo Díaz y que mientras negociaban con los musiúes de la Standard Oil concesiones y royalties, ha bailado en los labios de nuestros innumerables vende-pueblo —abogados y capitalistas, gomecistas o seudorebeldes, aún «revolucionarios» de última hora— la misma cínica sonrisa del nicaragüense Chamorro, cuando suscribía con Bryan el tratado canalero de 1916, pacto del vasallaje centroamericano; o la del antillano Menocal, cuando gestionaba ante el cónsul Steinhart la tercera intervención de Cuba.
Uno tiene que tener cuidado con lo que plantea. Sobre todo de escupir, como decimos en lenguaje coloquial, pa´arriba. El ejemplo de quien escupe para arriba es evidente en el anti-imperialismo de Betancourt. Usted puede verbalizar hoy consignas rabiosas extraídas del “El Estado y la Revolución”, mañana recibirá un premio, beca o incentivo de una “Fundación” que hace engranaje con la “plutocracia yankee”.
El campo político e intelectual no es ajeno a un análisis de las trayectorias en el espectro ideológico. Rigoberto Lanz ha planteado las vicisitudes de una “intelectualidad radical”, que pasa por un proceso de desprendimiento para aterrizar en una conversión en el credo de Margaret Thatcher: TINA (“There is no alternative”: No hay ninguna alternativa, al capitalismo obviamente). Yo diría que son sujetos-agentes de una política transformista (Gramsci dixit), plagada de cooptaciones hacia el universo político e ideológico de derechas. Nombres sobran en nuestro paisaje intelectual y político-cultural.
Pero lo fundamental no son las biografías singulares, sino la dinámica del poder, las pasiones, identificaciones y enunciaciones (Guattari o Foucault dixit). Betancourt puede ser un ejemplo en el campo político. Pero sobran nuestros ejemplares intelectuales. ¿Quien puede comprender los procesos que llevan a furibundos “trotskistas” a convertirse en apóstoles neocons de Reagan o Bush? Prefiero seguir el consejo de Marx: evaluar a los sujetos-agentes no por lo que dicen, se representan o se imaginan, sino por lo que hacen (o dejan de hacer) efectivamente.
Un análisis de Betancourt desborda la tradicional justificación retórica: del “sarampión revolucionario” a la “madurez pragmático-conservadora”. A su vez, un análisis de Lenin nos lleva a la trágica imposibilidad de detener el burocratismo y despotismo que Lenin mismo sembró. No hay excusas, habrá que leer con pinzas críticas el legado Leninista, como aprendimos a de-construir el imaginario político del “Padre de la Democracia”. Betancourt decía:
Que el gobierno yanqui no es «democrático» ni es «grande», sino que esa oligarquía de cuáqueros y de judíos aventureros e inescrupulosos, ha cometido, comete actualmente y está dispuesta a cometer en toda época, los peores actos de bandidaje contra nuestros desorganizados pueblos de América Latina.
Sería bueno recordarle esta frase a Manuel Caballero. También decía:
Expondremos nuestra tesis y marcaremos la brecha que estamos resueltos a defender. La hora es de definirse. Y definiéndonos estamos. Encuadra nuestro sector su posición política, fiel al método del materialismo histórico, dentro del campo de la lucha de clases. Descubre en la raíz de todos nuestros problemas sociales sólo aspectos del conflicto universal entre las fuerzas que crean las riquezas de los pueblos —las trabajadoras— y las que explotan esas riquezas y a sus productores en beneficio de minorías parasitarias —las capitalistas—. Colocados sobre este ángulo de doctrina vemos en Gómez y su régimen a los defensores armados, dentro de las fronteras del país, de un vasto sistema internacional de explotación organizada. Derivamos como primera consecuencia —de esa concepción teórica -no apriorística ni sentimental, sino dialécticamente extraída de nuestra realidad— una activa posición de lucha no sólo contra el transitorio régimen político denominado «Gómez», sino también contra los fundamentos económicos constantes, contra los determinantes permanentes, de gobiernos de su tipo. Por eso, perseguimos por vías revolucionarias la destrucción del despotismo, mas, destruyendo al mismo tiempo su base social -la alianza capitalista-caudillista. En consecuencia, son nuestros enemigos irreconciliables, en el plano de la acción política, y contra ellos estamos y estaremos: a) La burguesía imperialista internacional, mediatizadora de nuestra economía, y su aliada nativa, la clase nacional de latifundistas y de grandes señores del comercio y de la industria, y b) el caudillaje militar.
Al parecer, hay quienes simulan seguir la retórica leninista del mismísimo Betancourt (Betancourt: Con quien estamos y contra quien estamos-1932). ¿Quieren definiciones hoy?: no le entreguemos ni una gota más de petróleo a la Chevron ni al Imperio.
Nuestra alianza con las transnacionales del petróleo se parece a la hipócrita denuncia de Betancourt de la burguesía imperialista internacional.
Después de dejar atrás la trampa del populismo ventrílocuo (mimetizando los códigos de nuestras audiencias-objetivo), podremos sentarnos a hablar de la pureza revolucionaria de Lenin.
Por mi parte, y sin pedido de disculpas, planteo: Ni Lenin ni Betancourt. ¡Que viva Simón Rodríguez!
Referencias:
(1) Carta de Mariano Picón Salas a Rómulo Betancourt. El Libro Rojo. 1931. Pp. 223
(2) Roland Barthes. Lección inaugural a la cátedra de semiología literaria del Colegio de Francia.1977.
(3) Antonio Gramsci. Elementos de Política
(4) Artículos Políticos de Ricardo Flores Magón. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/ap1910/caratula_ap1910.html
(5) Noam Chomsky. La Unión Soviética vs El Socialismo. (http://kamita.com/misc/nc/textos/urss01.html).
(6) Maurice Brinton. (http://www.klinamen.org/textos/brinton_losbolcheviquesyelcontrolobrero.pdf)
(7) Rómulo Betancourt. Con quien estamos y contra quién estamos. 1932.

1 comentario:

Jesús Suárez dijo...

Hola Javier, desde hace tiempo vengo siguiendo con interés y admiración tu trabajo aunque no siempre coincido con tus planteamientos. En lo personal, creo que es peligroso deducir posiciones ideológicas a partir de la mera exégesis de textos que responden a circunstancias muy específicas. El caso del maestro Rodríguez es, en este punto, paradigmático: pese a su poderosa originalidad y a la pertinencia de muchos de los temas que abordó en su momento, no deja de esconder una raíz conservadora en sus escritos, imbuido sin duda por el credo liberal de la época.Rodríguez es un vástago más del proyecto ilustrado: revolucionario en la independencia y "ordenador" en la posindependencia. en la introducción de Sociedades Americanas de 1842 dice: "Sólo pido, a mis contemporáneos, una declaración que me recomiende a la posteridad, como al primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar las costumbres para evitar revoluciones"; y en el texto de 1828 sostiene cosas como ésta: "Desengañémonos: la obra de la libertad no pertenece a los jóvenes. Con la espada se cortan dificultades...no plumas; y éstas son las armas que han de manejar los viejos". Como en los grandes filósofos de la sospecha, la obra de Rodríguez es demoledora en amplias zonas, pero también da para todo. Saludos,

Jesús Suárez