Hay quienes suponen que en pleno siglo XXI (lo cual supone que existe un balance de inventario crítico, una memoria histórica del siglo XIX y XX), la existencia de una “dirección unipersonal” y de una relación líder/masas arraigada en la relación carisma-pasión popular, es condición suficiente para llevar adelante la vasta acción colectiva de la revolución democrática, socialista, descolonizadora y ecológica en nuestro tiempo.
Sin embargo, el “momento del líder” puede ser condición necesaria, pero no suficiente, si carece del momento decisivo del “protagonismo popular”. Lo decisivo en una revolución consiste en superar el falso dilema entre un movimiento espontáneo de masas, despojado de centros de dirección e instrumentos teóricos de lucha; y una conciencia socialista convertida en doctrina, en estrecho dogma, enlazada a un aparato-único de mando, desencarnado y desconectado de la “fuerza material” de la multitud popular (En este punto, Lenin sigue preso del imaginario del “renegado” Kaustky: la “conciencia que viene desde afuera”, a pesar de lo que digan los “leninistas”).
Así mismo, hay quienes suponen (haciendo caso omiso al debate sobre el papel de los partidos, la representación política, los movimientos sociales y otras organizaciones de base de las clases subalternas) que la existencia de un “partido revolucionario” de corte leninista clásico, es la garantía definitiva de una revolución (Dijo usted: ¿Que Hacer?-1902), que el “Príncipe Moderno” (Gramsci) garantiza la construcción de una nueva hegemonía y un nuevo bloque histórico, modelo de partido que llegó a transformarse bajo determinadas circunstancias y condiciones que conviene comprender y explicar, de “partido-guía” (relación pedagógica entre dirección, cuadros intermedios y bases sociales de apoyo) en “partido-mando” (relación vertical-militar entre dirección, cuadros intermedios y bases sociales de apoyo), transformando el “movimiento comunista” (tesis originaria de Marx) en “comunismo de aparato” (tesis concluida de Stalin y sus derivados).
Este modelo de partido bolchevique es claramente insuficiente en las actuales condiciones de crisis de la “política de representación”; y diríamos, prefigura lo peor de la forma-despótica del Estado revolucionario de transición; es decir, del Estado Revolucionario en la transición al socialismo bajo “regímenes de partido-único”.
Pero, Lenin fue más claro y consecuente con la idea marxiana de superación de la forma-Estado, a pesar de sus ambigüedades: hablo de “semi-Estado” en la transición. ¿Y por que se omite deliberadamente lo del “semi-”?: “El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario” (Lenin dixit).
En Lenin existía una clara tensión entre una línea de fuga y ruptura del imaginario burgués del Estado-Leviathan, pero también un repliegue pragmático sobre la forma-Estado, para imaginar y pensar el análisis concreto de la situación concreta en una revolución.
Así, el poderoso imaginario estatista derivado del Leviathan seguía haciendo estragos en Lenin. Más claro en este tópico fue Stalin en su Carta al camarada Jalopov del 28 de julio de 1950 (http://www.eroj.org/biblio/stalin/linguist/linguist.htm.)
Decía Stalin en esta memorable carta que “el marxismo es enemigo de todo dogmatismo”; es decir, de verdades incondicionales no referidas a contextos históricos especificables (Cualquier desprevenido pudiera leer en esto, que Stalin es un consistente formulador del anti-dogmatismo, olvidando que el “camarada Stalin” definía como un “acróbata audaz”, los límites o parámetros de los contextos, circunstancias y condiciones, a través de un estilo apodíctico de argumentación).
Mientras Engels decía en su «Anti-Dühring» que, después del triunfo de la revolución socialista, el Estado había de extinguirse, Stalin planteaba que había que detenerse analizar qué significaba exactamente un “triunfo de la revolución socialista”. Para Stalin no debían tomarse medidas para “acelerar la extinción de nuestro Estado, disolver los organismos del Estado, o renunciar al ejército permanente” (así distorsionaba finos aspectos y elementos de la controversia); pues en las “condiciones de cerco capitalista, cuando la revolución socialista ha triunfado en un solo país (léase atentamente la argumentación) y en todos los demás domina el capitalismo, el país de la revolución triunfante no debe debilitar, sino reforzar por todos los medios su estado, los organismos del Estado, el servicio de inteligencia y el ejército, si no quiere ser aplastado por el cerco capitalista.”
Revolución triunfante, cerco capitalista. Se trata justamente del peor escenario para una transición al socialismo, el escenario de la fortaleza asediada, lo cual invalida hablar exactamente de una revolución triunfante, incluyendo la posibilidad de la tesis del socialismo en un solo país (que es lo que hace precisamente Stalin). En estas condiciones y contextos, ¿será una tal revolución, una “revolución triunfante”?
La tesis de Stalin es clara: es posible la revolución socialista en un solo país (¡pobre Marx, y su idea de modo de producción, división del trabajo y mercado capitalista mundial!). Queda clara la falsificación histórica de una línea de continuidad entre Marx y el Estalinismo, que tanto le gusta explotar a la ideología capitalista.
Para Stalin: “la fórmula de Engels se refiere al triunfo del socialismo en todos los países o en la mayoría de los países y es inaplicable cuando el socialismo triunfa en un solo país, mientras en todos los demás países domina el capitalismo.” Léase entonces con precisión que Stalin plantea su tesis: “cuando el socialismo triunfa en un solo país”.
Preguntamos: ¿Es posible el socialismo en un solo país?
Lo interesante es que a pesar de Marx, hay quienes siguen presos de la tesis del “socialismo que triunfa en un solo país”. Conviene preguntarse entonces, acerca de las deformaciones burocrático-despóticas de los procesos revolucionarios a lo largo del siglo XX, y la imposibilidad de articular los momentos de dirección, las alianzas de fuerzas políticas y sociales, y la multitud popular constituyente, que no confunda la idea de transición al socialismo con la tesis de la construcción del socialismo en un solo país.
¿Por qué las revoluciones precedentes iniciadas extensamente contra la opresión, animadas por el poderoso aliento de la igualdad, la justicia, la fraternidad y emancipación, degeneraron en una nueva dictadura de otras capas dominantes y privilegiadas, en una nueva sujeción del pueblo, en un Estado policial-militar de control social y vigilancia?
¿Cuáles serían las condiciones que permitirían a una revolución evitar tan deleznable resultado? ¿Sería este fin, todavía por mucho tiempo, una especie de fatalidad histórica o sería el efecto de factores accidentales, o sencillamente de errores y faltas que pueden corregirse en adelante? En este último caso, ¿qué medios podrían eliminar el peligro que amenaza ya a las revoluciones del presente y del futuro?
Luego de descarnados debates históricos en la izquierda revolucionaria nuestro-americana sobre la organización eficaz y con calidad revolucionaria (tanto en la izquierda teórica, como política y social) que no pueden simplemente ignorarse, ¿repetiremos acaso la invención del “agua tibia” o de la “rueda” en cuestiones de dirección, organización, movilización y lucha revolucionaria para impulsar procesos de transición al socialismo?; es decir, ¿repetiremos las “verdades eternas y universales” (y poco dialécticas en sus propios términos) de los manuales de estalinismo; como por ejemplo, el partido-único de vanguardia y el triunfo del socialismo en un solo país?
Las fórmulas del estalinismo (socialismo en un solo país, etapismo, partido-único, planificación burocrática, propiedad estatizada, deber de sumisión ideológica, táctica de clase contra clase, hegemonía autoritaria) reaparecen en el ambiente.Se confunden con aportes del leninismo. Eso se desprende de la conversión del leninismo (que es una particular lectura del marxismo revolucionario) en ideología (complemento solemne de justificación) del Estado Soviético edificado por la contra-revolución burocrática-despótica de Stalin, ya controlando el partido-aparato, luego de las purgas históricas. Entre purgas y fijación de dogmas hay relaciones muy estrechas, que no deben olvidarse.
Por tales razones, planteamos que la revolución bolivariana requiere mucha más criticidad y creatividad histórica (pensamientos críticos socialistas contra “dogmas de manuales y aparato”); y por tanto, menos recaída y vulgarización ideológica.
No se despacharán estos debates con la vetusta táctica de los epítetos y adjetivaciones; que dan cuenta efectivamente de los referentes ideológicos y la subcultura de aparato desde donde se formulan las supuestas defensas de la “verdad universal revolucionaria”; es decir, del Dogma reaccionario. Malas noticias para estas voces: el “comunismo científico” es una coartada desgastada, una escatología que ya no funciona.
El asunto de cómo superar el impasse o la encrucijada crítica en el proceso bolivariano está abierta en la estructura de conducción de la revolución bolivariana, en el seno de las fuerzas políticas y sociales que apuntalan el proceso; y en medio de un visible reflujo de masas que se articula al desgaste, al descontento y al desencanto, que aún siguen siendo escabullidos con fáciles excusas.
Sin instrumentos teóricos como el marxismo crítico, con su praxis social consecuente; y más allá de este, de pensamientos críticos socialistas innovadores, será muy difícil la salida a este impasse o encrucijada crítica.
No es a punta de repetitivos discursos del “Comandante-Presidente” que se saldrá de esta situación, pues la estructura de dirección del proceso revolucionario (que muestra evidentes síntomas de descomposición) requiere de un “sacudón interno” de gran calado teórico y práctico.
No es tiempo de pretextos ni de epítetos para evadir la línea de apoyo crítico que exige transformaciones internas en el seno del proceso bolivariano. Hoy más que nunca es necesaria el ejercicio de la critica y la creatividad, no el miedo, la sumisión, la complicidad y la incondicionalidad.
La voluntad de revolución no se construye desde la sujeción, desde la alienación, desde una modalidad implícita de servidumbre voluntaria llamada “auto-censura revolucionaria”.
La pérdida de espacios políticos importantes, como la Asamblea Nacional puede aún evitarse con la firme decisión de colocar la crítica revolucionaria por delante, para superar los estrechos enfoques de articulación, mediación y agregación política de fuerzas en el proceso popular constituyente. Para superar el estrecho punto de vista de cada grupo, la visión acartonada de la conducción y del liderazgo, para sumar y multiplicar, en vez de restar y dividir. Para pasar a acumular fuerzas cuantitativas y cualitativas, y dejarse de pendejadas de un nuevo falso dilema: o “crecimiento electoral” o “ascenso cualitativo de la conciencia revolucionaria”.
Habrá que repetir el ejemplo de una obviedad histórica: Allende es derrotado primero en el parlamento antes de ser derrocado por el acto asesino de la fuerza bruta. Minar desde dentro la transición democrática al socialismo le abrió las compuertas a la contra-revolución. Esta transición democrática al socialismo implicaba una atípica construcción de un modelo de gobierno, de economía, sociedad y política, que no descansaba en los dogmas de la ortodoxia bolchevique.
En vez de construir una novedad histórica, un acontecimiento subversivo bajo nuevos parámetros democráticos participativos, se utilizó la plantilla bolchevique para acartonar la creatividad histórica de un proceso insurgente. Allí la derecha aprovechó todas las compuertas abiertas, como lo está haciendo precisamente en Venezuela.
Y este tipo de fórmulas derechistas de desestabilización, acoso y derribo, ya han sido ensayadas en múltiples experiencias históricas. El caso reciente de Honduras debería llamar a la reflexión al debate cada vez más necesario y urgente.
El parlamento, podemos calificarlo de “burgués y todo” (a decir de Lenin en El Estado y la Revolución), debe ganarse, preservarse y transformarse, si no se quiere dar una oportunidad histórica al desplazamiento de la ventaja política al campo opositor.
Quienes hacen (diciéndolo o no) sus tareas para minar y generar derrotas allí; para provocar una supuesta coyuntura de “encrucijada final”: “o revolución o muerte”, solo inducen a la despedida de un proceso, cuya riqueza sigue siendo ser a la vez que expresión del poder constituyente: y canalizado a través del proceso constitucional, democrático, pacífico y electoral.
El “salto revolucionario” que manejan algunos sectores no es la profundización de los contenidos revolucionarios de la Constitución de 1999, sino la liquidación de lo que interpretan como “legalidad burguesa”, repitiendo el imaginario del “terror revolucionario” de las elites o minorías activas. Serán grandes jacobinos o blanquistas, pero están raspados en pensamiento marxiano. Pues sin el movimiento autónomo de la inmensa mayoría para la mayoría inmensa, no hay revolución democrática y socialista alguna.
¿Acaso es el sectarismo el mejor clima de deliberación para abordar los debates urgentes de la construcción de prácticas hegemónicas democráticas en la encrucijada crítica de la revolución bolivariana? Ya lo decía el Tupamaro Pepe Mujica desde Uruguay diagnosticando la imposibilidad de construir unidad en la diversidad: la enfermedad de la izquierda es el sectarismo.
En este contexto, ¿alguien se habrá paseado acaso por la relación entre partidos y movimientos sociales en la experiencia de la revolución cultural descolonizadora encabezada por Evo Morales o por la revolución ciudadana de Correa en Ecuador? Hay que ser más humildes con otras experiencias de cambio en Nuestra América, menos arrogantes e impositivos. La revolución democrática del bloque de explotados, dominados y oprimidos, apenas pasa de gatear a dar sus primeros pasos, con elementales traspiés. La “transición al socialismo” no es “el triunfo del socialismo en un solo país”, sino un largo camino de acumulación de fuerzas y recursos estratégicos de poder, para construir desde prácticas hegemónicas democráticas un nuevo bloque histórico nacional-popular.
No todos los que parten a la cabeza del proceso de transformaciones son necesariamente los que proponen fórmulas más avanzadas. ¿Acaso la experiencia originaria de organización del PT brasileño puede descartarse a priori como un caso de reformismo socialdemócrata, al igual que el Frente Amplio de Uruguay?
Habrá que mirar desde diferentes perspectivas de las izquierdas post-capitalistas de Nuestra América. Nuestra América no habla desde una monótona voz de un pensamiento único de izquierda (Ramonet definía pensamiento único de derechas: “neoliberalismo”). El pensamiento único del socialismo autoritario tiene nombre y apellido: estalinismo y contra-revolución burocrática.
Nuestra América es polifónica porque parte de su heterogeneidad y mutiversalismo. En esa diversidad reside la riqueza y posibilidad de avanzar. Socialismos construidos a múltiples voces, articulando, agregando, canalizando, mediando entre múltiples pensamientos, matices y corrientes socialistas, implica construir espacios e instancias de debate abierto, crítico y creativo de tendencias de izquierda. Se trata del inexistente Diálogo Socialista, entre voces, matices, corrientes y tendencias.
Diálogo que no evade el debate y la polémica, que no busca forzar consensos, que no busca imponer la unidad, pues se trata de construir desde el reconocimiento de singularidades revolucionarias, el espacio del programa común, de las ideas, pasiones y valores comunes. De las estrategias y tácticas conjuntas. De una pluralidad socialista revolucionaria.
¿Existirán voces que propongan nuevas experiencias de dirección política y de construcción de frentes revolucionarios, que permitan superar los errores, debilidades y fracasos de las fórmulas políticas convencionales de la vieja izquierda del siglo XX? El asunto esta abierto, el reloj de arena muestra la irreversibilidad de “la carga del tiempo histórico”. No es momento de espíritus pequeños y mezquinos. Ya lo decía Mariátegui:
“Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes (…) Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.”(José Carlos Mariátegui)
No hay fórmulas rígidas, ni necesidad de encallar en egotismos sectarios. El asunto de la construcción de un frente amplio revolucionario define la posibilidad de pasar de las viejas plantillas al encuentro de todas las fuerzas, actores y movimientos que demanden una nueva democracia participativa, protagónica y socialista en la construcción del proyecto histórico.
¿Sera posible salir de las encrucijadas del laberinto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario