Javier Biardeau R.
Ni el viejo socialismo despótico y burocrático del siglo XX, ni el desmantelado Welfare liberal-socialdemócrata alientan ningún entusiasmo ni esperanza de transformación. La doble crisis de la socialdemocracia reformista y del marxismo-leninismo, abre un extraordinario espacio para la reinvención de modelos de socialismo, radicalmente democráticos, participativos, desde abajo, con arraigos culturales y particularidades nacionales.
Ni el viejo socialismo despótico y burocrático del siglo XX, ni el desmantelado Welfare liberal-socialdemócrata alientan ningún entusiasmo ni esperanza de transformación. La doble crisis de la socialdemocracia reformista y del marxismo-leninismo, abre un extraordinario espacio para la reinvención de modelos de socialismo, radicalmente democráticos, participativos, desde abajo, con arraigos culturales y particularidades nacionales.
El llamado “Socialismo Bolivariano”, presente en el primer plan socialista, podría ser un esbozo de los primeros perfiles que se anuncian, superando por cierto, sus propensiones cesaristas y el estatismo-clientelar, que se acerca mucho más a una economía política del populismo, que a una elevación de la productividad y de la igualdad de capacidades, asociadas a una auténtica revolución democrática y socialista.
Por eso, es muy significativo que se enfatice que el “socialismo no cae del cielo” (Lebowitz), que depende de una construcción colectiva desde un proyecto histórico de emancipación. Gran parte del legado de la izquierda histórica ha sido extremadamente miope con el legado libertario, con los valores de la emancipación, anclándose en una gramática moderna del progresismo liberal.
Como ha dicho Alan Badiou la política de la emancipación debe ser completamente repensada, reinventada, mucho más allá de la libertad como no interferencia. Se trata de la posibilidad de socialismos profundamente libertarios, no liberales. ¿A partir de qué acontecimientos?
En primer lugar, de un balance de inventario sumamente riguroso y crítico del Socialismo Burocrático, en todas sus formas. En segundo lugar, del nuevo ciclo de luchas de los movimientos sociales, populares y nacionales que se inician desde 1968, vinculándolas a grandes y pequeñas experiencias políticas que se refieren a problemas particulares: desde revoluciones moleculares a transformaciones molares, reconociendo la turbulencia de movimientos que han echado por tierra la centralidad del partido-aparato, reclamando una plataforma de articulación de movimientos y fuerzas emergentes. Una tercera fuente son los grandes esfuerzos de rupturas en el pensamiento filosófico, teórico y político, que comenzó desde la década de los 60 del siglo pasado, presentando textos significativos para repensar el legado del imaginario socialista a partir de nuevas claves gnoseológicas y ético-políticas.
Existe toda una red poli-centrada de pensamiento crítico que muestra una variedad de perfiles, pero que apunta a saldar cuentas con el magma epistémico de la Modernidad Occidental, con la intrusión positivista de la falaz tesis del “socialismo científico”. La crisis de la geo-cultura hegemónica, del reformismo progresivo, del horizonte liberal de progreso, eclosionó a finales de los años 60, y su colapso se ha pretendido detener con una contraofensiva neoliberal que muestra su agotamiento definitivo.
El turbo-capitalismo financiero muestra su brutal des-anclaje de las aspiraciones de vida digna de una inmensa mayoría del planeta. Re-aparece una sensibilidad anticapitalista contra las formas financieras mundializadas, aunque ahora es esencial la capacidad de una nueva política que se exprese de manera afirmativa. Lo sustantivo es qué idea de la libertad igualitaria de grupos, comunidades y personas, logre afirmar esta política, qué ideas acerca del nuevo pensamiento social, de los modos de organización, de construcción de las relaciones sociales, en el marco de una revalorización de la diversidad de pensamientos en la unidad de la acción colectiva.
Emergen formas inéditas de subjetivación colectiva, de singularidades revolucionarias, que transforman el espacio público. Por suerte, ya no hay una figura única de la política de emancipación en cuyo centro encontraremos un hiper-Estado, como la “patria del socialismo”, con una III Internacional castradora de la diversidad.
Las políticas de la emancipación serán múltiples, rizomáticas. La vieja izquierda todavía vive un proceso de desgarramiento del “progresismo moderno”, pues la emancipación no es una política de modernización productivista, de ampliación desbordada de niveles de consumo, ni de industrialización anti-ecológica. Se trata de una eco-antro-política igualitaria, que gira alrededor de modelos provisorios de “desarrollo humano sustentable”.
Una nueva articulación de emancipación, justicia, democracia, eco-política e interculturalidad. Ya no hay espacio para una opción reformista, llamada al poder para resolver, dentro del orden capitalista establecido, problemas propios del sistema-mundo que el conservadurismo no lograba resolver, por falta de apoyo popular. Ha llegado el espacio para los nuevos socialismos, pues atrás quedaron tanto los despotismos del Bonapartismo/Partido-Único/Estatismo-Autoritario, como los naufragios ideológico de una tímida socialdemocracia, que pretendió gestionar el capitalismo industrial, con reformas simplemente asistenciales.
El Capitalismo mundial integrado, la globalización neoliberal, comienza a fracturarse desde dentro.
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