«El jefe verdadero no es un hombre enamorado y celoso de una idea, sino aquél que une al amor de la idea, la facultad de poder determinar, en todo instante, cual es la parte de la idea que puede hacerse realidad en cada nueva etapa. Robespierre no lo comprendió. Fue un mal jefe. Porque lo era, y no quiso reconocerlo, se convirtió en tirano y en asesino de la Revolución». (Dantón)
1. Salir del laberinto, pero sin la brújula del Socialismo Burocrático:
Una de las lecciones más difíciles de asumir de las experiencias de transición-edificación socialista del siglo XX, ha sido la dificultad para superar las figuras del “marxismo-dogma” (determinado en gran medida por las recepciones a-críticas del marxismo soviético) y las actitudes sectarias, verdaderos obstáculos epistemológicos, políticos, éticos, afectivos y estéticos para crear mapas teóricos renovados y formas de praxis revolucionaria, que construyan eficaces procesos de acumulación de fuerzas para las clases populares y sectores subalternos, conquistando mayores espacios de libertad y liberación.
Cuando se cancela la posibilidad de comprender el socialismo como un horizonte de mayores espacios de libertad y liberación, confundiéndolo con relaciones y prácticas despóticas: desde un autoritarismo suave, pasando por regímenes dictatoriales, por autocracias hasta llegar a las tiranías, estamos frente a algo radicalmente distinto de la “Democracia Socialista”:
“El socialismo es, en su meta y en todo su camino, una lucha por la realización de la libertad”. (Anti-crítica. Karl Korsch)
“La libertad que se concede únicamente a los partidarios del gobierno y a los miembros del partido, por numerosos que sean éstos, no es libertad. La libertad es solamente libertad para los que piensan de otro modo. Y no precisamente a causa del fanatismo de la "justicia", sino debido a que todo lo que hay de enriquecedor, de saludable y de purificador en la libertad política, depende de" ello y su eficacia desaparece cuando la "libertad" se convierte en un privilegio.”(Rosa Luxemburgo)
Estas dos citas se traen a debate para recordar que el proyecto de emancipación, justicia social e igualdad sustantiva son parte de un horizonte libertario, no de una clausura despótica. Por tanto, con dogmas y sectarismos no habrá praxis revolucionaria para el siglo XXI, mucho menos ante la convocatoria de un bloque popular revolucionario, como eje fundamental de reagrupamiento del gran polo patriótico en el proceso de re-politización, re-unificación y re-polarización mayoritaria de las fuerzas socialistas, democráticas y contra-imperiales del país.
2.- Combatir el sectarismo y el dogmatismo que aíslan y debilitan:
Aislar la revolución bolivariana del conjunto de fuerzas progresistas mundiales, incluidas las fuerzas intelectuales de las izquierdas anticapitalistas a escala mundial, es parte de una estrategia de debilitamiento del avance de la revolución democrática, socialista, ecológica y descolonizadora que se inició con la activación inédita del poder constituyente en Venezuela en 1998. Y si esta inducción del aislamiento viene de sectores de izquierda, retóricamente intransigentes, radicales y grupusculares, se trataría de una estrategia suicida, debilitante y funcional a los intereses de los sectores capitalistas dominantes, tanto nacionales como transnacionales.
Recordemos las vicisitudes de la Revolución Bolivariana desde el 4-F de 1992 hasta 1998. La llamada “ventana táctica”, tuvo como eje la necesidad no de conquistar una mayoría electoral cualquiera en función de integrarse al sistema de conciliación de elites, sino que llevó a impulsar la transformación radical del Estado heredado desde 1958, a partir (repetimos) de la activación del poder constituyente, así como logrando una transformación del ordenamiento jurídico-constitucional, para dar paso a la V República, en función de la construcción de la democracia social y participativa. Quienes suponen que el poder constituyente se ha detenido, que ya no es necesario retomar los alcances radicales de la soberanía popular directa y de todas las formas de democracia participativa, han encallado en la visión (incluso desde la una “izquierda cesarista”) de las teorías del “elitismo democrático”, del jacobinismo y el vanguardismo, de la minoría revolucionaria selecta ó del imaginario blanquista, con todas sus limitaciones para abonar las condiciones para conquistar lo que Alfredo Maneiro llamó la “Democracia Radical”.
3. El culto a la personalidad es la fase superior del sectarismo:
La revolución constituyente, pacífica y electoral, abrió las compuertas a una participación sin precedentes de las mayorías populares en la escena política del país. Esta participación protagónica del pueblo se ha convertido gradualmente, sobre todo a partir de 2007, más que en una realización efectiva y permanente de la revolución, en un mito de legitimación en una fase de estancamiento, reflujo y burocratización temprana del proceso bolivariano, perdiendo la centralidad del “momento del protagonismo popular” (iniciativa popular-constituyente) ante la exaltación de la legitimación carismática-personalista del poder. Pasamos muchas veces sin percibirlo de: “Con Chávez, manda el pueblo” a la tesis: “Aquí quien manda es Chávez”.
Pero el socialismo participativo de la democracia radical, es mandar obedeciendo al pueblo, no mandar obedeciendo sobre el pueblo, hecho que las corrientes burocráticas en el seno de la revolución han omitido completamente. Suponer ahora que las tesis del poder constituyente, la democracia participativa, la reconstrucción de la izquierda, ir más allá del metabolismo social del Capital, proyectar formas de una economía de transición post-capitalista, de una ética-política de la liberación, incentivando el protagonismo del poder popular, son todas tesis contrarrevolucionarias, no es más que una muestra de cerrazón mental, arcaísmo ideológico y necedad intelectual.
Cuando se hace gala de ignorancia combinada con la arrogancia, entramos en el terreno de la necedad, se desprecia el trabajo intelectual y las experiencias que han hecho balance de inventario crítico de los socialismos reales, se postula una praxis cargada de imprudencia y presunción. Estas actitudes son el síntoma más evidente de la inscripción de los códigos del marxismo dogmático, el socialismo burocrático y las facciones sectarias en el seno de los espacios ideológicos de la revolución bolivariana.
Pues pasan por alto el siguiente hecho: ha sido la convergencia de diferentes “posiciones de sujeto” en la construcción de voluntades colectivas para la lucha mundial contra el neoliberalismo, uno de los motores fundamentales para la creación de condiciones para reimpulsar el horizonte socialista para el siglo XXI. El capitalismo neoliberal aún sigue vigente en los centros estratégicos de poder a escala global (como lo demuestran sus centros de gravedad en los EE.UU, Gran Bretaña, Francia, España, Grecia, Portugal e Irlanda), aunque se ha replegado tácticamente de algunos espacios, ha sido contenido en otros, y ha sido francamente derrotado en menor medida.
Por tanto, el proyecto neoliberal/neoconservador sigue siendo un proyecto contrario a la profundización de la democracia y su extensión a las esferas económicas y sociales, a las conquistas de los trabajadores y sectores populares, así como a la idea de alternativas post-capitalistas a la civilización (Wallerstein dixit) hoy hegemónica.
4.- Quién abandona la democracia participativa abandona las condiciones necesarias para la democracia socialista:
De modo que la democracia socialista es justamente la lucha por la profundización y la radicalización de la democracia social y participativa, con la finalidad de construir una sociedad justa, una sociedad cuyo horizonte utópico-concreto es la lucha de actores, movimientos y fuerzas sociales, edificando el bloque social nacional-popular en lucha contra la explotación del trabajo, la coerción política, la hegemonía ideológica, la desigualdad y exclusión social, la discriminación, la negación cultural y la destrucción de la naturaleza.
Una democracia radical, social y participativa, de amplia deliberación y protagonismo de multitudes: trabajadores y trabajadoras, pueblos indígenas, estudiantes, campesinos, precarizados, desempleados, mujeres, científicos, técnicos y militares patriotas, sigue siendo percibida como una “amenaza revolucionaria” para la estructura de mando y explotación del Capital.
A esta movilización por la participación ampliadas de la multitud podemos llamarla socialismo participativo, comunismo libertario, democracia radical o democracia socialista, pero no podemos confundirla con las experiencias del socialismo real bajo la hegemonía de dogmas marxistas-leninistas ortodoxos.
Todas las investigaciones sobre mapas teóricos y praxis revolucionaria en el siglo XX, han dado cuenta de las severas limitaciones de los códigos del marxismo dogmático, el socialismo burocrático y las facciones sectarias en el seno de los espacios ideológicos de la revolución. Cuando las voces de estas facciones pretenden ser hegemónicas, estamos en una evidente etapa de reflujo,
bloqueo, estancamiento y debilitamiento del proceso revolucionario.
5. Reconstruir, renovar y reimpulsar las izquierdas sobre bases amplias y diversas:
Afirmar la urgencia de reconstruir y renovar las izquierdas sobre bases amplias, flexibles, superadoras de dogmas, posturas colonialistas, euro-céntricas y despóticas, ha sido parte de nuevas composiciones sociales y ciclos de lucha de clases, grupos subalternos, naciones y pueblos. No se trata entonces del micro-relato de un post-modernismo conservador, ni de la narrativa ideológica del proyecto neoliberal, ni del guión de la tercera vía (síntoma de un reformismo socialdemócrata decadente). Pero tampoco se trata del calco y copia del imaginario dogmático del Socialismo Burocrático.
Se trata de un radical renacimiento del imaginario crítico post-capitalista, post-colonialista y post-imperialista. De allí la importancia de superación de viejas fronteras, distinciones y mapas del socialismo real y del marxismo burocrático, hegemónicos en el siglo XX.
6. Y, ¿qué cosa es el “marxismo soviético"?
Definamos sus contornos para precisar su impacto en la recepción-apropiación del pensamiento marxista latinoamericano y caribeño a partir de los años 20 del siglo pasado, cuando se crean los principales Partidos Comunistas del continente, reconociendo aquellas posiciones teórico-ideológicas que constituyen obstáculos, censuras y bloqueos para una reconstrucción y renovación de las izquierdas, identificadas con el impulso de un frente amplio de fuerzas revolucionarias, no solo en el ámbito político, sino en el terreno intelectual y ético-cultural (nueva plataforma teórica de pensamientos insurgentes y contra-hegemónicos).
Ferenc Feher, autor de un excelente ensayo sobre los desvaríos del jacobinismo en la Revolución Francesa (La Revolución Congelada. Editorial siglo XXI), miembro de la llamada “Escuela de Budapest”, conocedor “desde las entrañas del monstruo” de las experiencias del Socialismo Real, planteó en su análisis del “marxismo soviético” (caracterizado en profundidad por Herbert Marcase en su obra: “El marxismo soviético”) cuatro momentos o períodos de constitución, expansión, consolidación y declive de esta constelación ideológica:
a) El momento jacobino-blanquista de carácter ideológico-político, período de la influencia determinante de Lenin hasta su fallecimiento en 1924, constituye un extraordinario período de polémicas revolucionarias en varios frentes ideológicos, definiendo desde éste lugar de enunciación los temas de contraste con el marxismo centro-europeo, con la socialdemocracia alemana, con el comunismo de consejos, con los fabianos ingleses, socialistas franceses, autro-marxistas, entre otros. Lenin se presenta a sí mismo con el intérprete correcto y defensor del “marxismo revolucionario”, que en definitiva no es más que la versión bolchevique del marxismo.
b) El momento totalitario-manipulador (período de Stalin-hasta 1953), período de influencia determinante de Stalin en la codificación del subgénero del discurso oficial del “marxismo-leninismo”, de la construcción del código del “Hismat-Diamat”, apropiación y distorsión oficiosa del legado leninista, purgas ideológicas y liquidación de la vieja guardia bolchevique.
c) El momento de relativo deshielo y búsqueda reformadora de la dimensión ideológica perdida del “leninismo” (período de Kruschev- hasta 1964), donde se devela el culto a la personalidad y los errores del período anterior, se tratan de corregir algunos de los más atroces errores del estalinismo, llamando a renovar el legado leninista original, pero simplemente refrescando algunos aspectos de legitimación de una nomenclatura ya consolidada en el poder.
d) el momento iconográfico-conservador (período de Breznev-hasta 1982), donde queda patentemente manifiesto los bloqueos institucionales y políticos para reformar el estalinismo, como subcultura política e ideológica hegemónica de la nomenclatura soviética.
George Lukács había denominado "Escuela de Budapest", a aquel grupo de filósofos y sociólogos húngaros, cuya actividad teórica comenzó durante el llamado "deshielo post-estalinista" bajo su propia dirección espiritual. El mismo se refiere a autores como: Agnes Heller; György Márkus; Mihály Vajda y Ferenc Fehér. Comúnmente son también incluidos András Hegedüs, María Márkus e Istvan Meszaros así como los autores más jóvenes György Becde y János Kis.
Usando las palabras de Lukács, la función e importancia de la "Escuela de Budapest" se circunscriben a la recreación, constatación y aplicación del método de Marx (sin los filtros del “marxismo oficial”) a todas las áreas de la vida social, incluyendo la crítica a las sociedades de tipo soviético, bajo el prisma central de la teoría de la alienación y la cosificación.
Sin embargo este movimiento de renovación y renacimiento del “marxismo crítico” implicó recrear el “pensamiento de Marx”, así como una revisión exhaustiva de nuevas fuentes documentales y archivos incluso censurados, que tendrá expresiones similares en otros países del campo socialista: RDA, Polonia, Checoslovaquia, así como fuera de este, como en el caso de Yugoslavia.
Se abren vías de dialogo y controversia semejantes al clima de debates entre marxistas, socialistas, socialdemócratas y libertarios previo a 1917, momento extra-ordinariamente rico en la sedimentación de las diversas tradiciones del pensamiento de izquierda en Europa. Una revisión detalla de estos climas ideológicos y tradiciones puede leerse en las obras tan contrastantes como Leszek Kolakowski (Las principales corriente del marxismo), Iring Festcher (Marxismo, Socialismo, Comunismo) y G.D.H. Cole (Historia del Pensamiento Socialista).
El llamado “marxismo bolchevique”, del cual forma parte el subgénero del “marxismo-leninismo ortodoxo” (elaborado bajo la iniciativa de Stalin y Bujarin en el V Congreso de la Comitern en 1924), ha reivindicado cuatro herencias teóricas de las que ha extraído su propia interpretación del marxismo:
1. La tradición de Plejanov de interpretar la dialéctica del “pensamiento marxiano” como “materialismo dialéctico”. Ello supuso una continuidad más cercana a las elaboraciones de Engels que a Marx; retomada críticamente por Lenin en su idea de “materialismo” y de “crítica al empirio-criticismo”. Estos elementos fueron refutados, entre otros, por Antón Pannekoek en su libro: “Lenin, filósofo”. Otras consideraciones críticas a este tipo de “materialismo de la ilustración” pueden rastrearse en Karl Korsch, Lucáks, Labriola y Gramsci. Con Lenin, también se constituye en orientación sociológica definible la división de la filosofía en una forma materialista, defendida por las “fuerzas progresistas” y una forma idealista, sostenida por las “fuerzas reaccionarias”. Se trata de la lucha entre dos campos: materialismo e idealismo como forma de comprender la historia de las ideas.
2. La tradición tanto sociológica como económica de Marx, interpretada ahora bajo el prisma del “materialismo histórico” (ver: Breve esbozo biográfico de Marx con una exposición de marxismo-1913), en las obras referidas al estudio del desarrollo del capitalismo en Rusia, y la teoría del imperialismo ó del Estado. De esta idea de “sociología marxista” o “economía marxista” surgen iniciativas como las del Manual de Bujarin en su Ensayo Popular de Sociología (1921).
Respecto a esta aportación específica de Bujarin que marcará a la teoría del “materialismo histórico” derivada del “marxismo soviético”, es necesario comentar las numerosas críticas que recibió desde el campo de la propia reflexión marxista. La obra consta de los siguientes capítulos:
i. Materialismo histórico: La causa y el fin de las ciencias sociales (causalidad y finalismo).
ii. Determinismo e indeterminismo (necesidad y libre albedrío).
iii. Materialismo dialéctico.
iv. La sociedad.
v. El equilibrio entre la sociedad y la naturaleza.
vi. El equilibrio entre los elementos de la sociedad.
vii. Ruptura y restablecimiento del equilibrio social.
viii. Las clases y la luchas de clases.
Aldo Zanardo, en un trabajo titulado “El Manual de Bujarin visto por los comunistas alemanes y por Gramsci”, realizó una síntesis de las críticas que recibió el Manual de Bujarin. Dice: “En 1927, Kautsky juzga al manual de Bujarin como una de las expresiones más burdas del materialismo económico y observa que casi todos los marxistas rusos son materialistas.” Entre las valoraciones positivas, Hermann Duncker indica su aspecto de anti-revisionismo radical, en la adhesión abierta a la concepción materialista de la realidad (que es además una adhesión genuina a las posiciones de Marx, Plejanov y Mehring). El hecho de que Bujarin no discuta los problemas del conocimiento significa simplemente que el marxismo es ajeno a los planteamientos neo-kantianos. Duncker, con todo, recalca algunos puntos presentes efectivamente en el “Manual de Bujarin” pero que no fueron desarrollados: el materialismo de Marx no es mecanicista; la ideología no es mera apariencia: hay reciprocidad entre base y superestructura; materialismo no significa fatalismo.
Fritz Rückert se basa no ya en el materialismo, sino en la dialéctica, en el segundo de los aspectos que sirven para la polémica filosófica contra la socialdemocracia. Es justamente la dialéctica, la admisión de que en la sociedad y en la naturaleza existen saltos, revoluciones, la que sirve para distinguir el comunismo de la socialdemocracia. “El marxismo es una doctrina de la realidad, de la vida viviente, de la acción: el hombre no es ciego instrumento de la suerte, sino elemento activo en el necesario proceso de desarrollo de la sociedad”. Pero estos motivos están desarrollados a continuación del texto de Bujarin, y está sin desarrollar la otra implícita concepción, es decir, la implícita crítica al determinismo.
Por su parte Lukács, en el comentario crítico que hace del libro de Bujarin, recalcaba especialmente que se trataba de un manual de una tentativa de popularización y sistematización y, dentro de estos límites, hacía algunas consideraciones positivas. Pero el resto de las consideraciones es predominantemente negativo y crítico. Y justamente, en cuanto a la popularización, según Lukács, el “Manual” quiebra la tradición de Plejanov y Mehring, que habían indicado como se pueden unir popularización y rigor científico. La posición filosófica de Bujarin es la del materialismo vulgar, intuitivo. Este materialismo es una comprensible reacción al idealismo de los socialdemócratas, desde Berstein a Cunow, pero excluye el método marxista de todos los elementos que provienen de la filosofía clásica alemana y en particular excluye la dialéctica, que es la que hace inteligible el proceso histórico.
Para Lukács, Bujarin transforma la dialéctica, que es un método, en una ciencia objetiva y positivista; admite una causalidad irresuelta, una objetividad por la objetividad fetichista. Pero para el marxismo es esencial “remitir todos los fenómenos de la economía y la sociología a relaciones sociales de los hombres entre sí”. Típica de la posición objetivista, materialista vulgar, es la afirmación de Bujarin de que la técnica es determinante para las relaciones de trabajo. La argumentación negativa de Lucaks se vale del conocido capítulo sobre el fetichismo de la mercancía, que interpreta como negación de la objetividad histórica aparente, de un tipo semejante a la forma-mercancía y de la objetividad más general, propia del materialismo filosófico burgués.
Otro motivo central de la posición de Lukács (como de la de Gramsci) es la crítica de la doctrina de la previsión; afirma, fundándose en algunas tesis de Lenin, que existe una imposibilidad metodológica de prever un hecho con absoluta certeza: la estructura de la realidad no es la exactitud, la matemática, sino la tendencia, la posibilidad, el movimiento. Las ciencias sociales e históricas no son exactas ni deterministas. Las leyes del marxismo son tendenciales no estáticas, sometidas además a contra-tendencias, al movimiento de diferencias, conflictos y antagonismos de lo histórico-social.
Así Bujarin, se habría colocado fuera de la gran tradición del marxismo (Marx, Engels, Mehring, Plejanov, Luxemburgo): en lugar de criticar las ciencias de la naturaleza con el método dialéctico, aplica el método de esas ciencias, el materialismo vulgar y positivista, al estudio de la sociedad. Todavía en este punto no se ha comprendido la distinción entre ciencias empírico-analíticas y aproximaciones socio-criticas y dialécticas en los procesos sociales. Ni siquiera se han detenido ha comprender la diferencia hegeliana entre “entendimiento” y “razón”.
Sobre las deficiencias dialécticas de Bujarin, la definición más rotunda fue la de Lenin, en los textos que se consideraron como el testamento del dirigente soviético. Lenin escribía: “En lo que respecta a los miembros jóvenes del Comité Central, quiero decir unas palabras sobre Bujarin y Piatakov. Son, en mi opinión, los hombres más sobresalientes (entre los más jóvenes) y en relación con ellos no habrá que perder de vista lo siguiente: Bujarin no es sólo el teórico más valioso y destacado del Partido, sino que además es considerado, merecidamente, el preferido de todo el partido. Sin embargo, sus conceptos teóricos sólo pueden ser considerados, desde todos los puntos de vista, marxistas con la mayor reserva, porque hay en él algo de escolástico (no ha estudiado nunca y pienso que jamás ha entendido del todo la dialéctica”).
Para Zanardo, en última instancia, la crítica de Gramsci a Bujarin supera tanto a la crítica de los comunistas alemanes como a la del mismo Lukács, Según él, el grueso se la crítica filosófica de Gramsci a Bujarín se entrelaza en torno de los problemas de la sociología y del materialismo filosófico con todas sus implicaciones (previsión, regularidad de los eventos, determinismo, ciencias naturales, etc) en torno al problema de la ubicación histórica del materialismo histórico de Bujarin.
Su “Manual” parte de la distinción rígida entre lo general y lo particular, entre teoría e historiografía y quiere ser una indagación, primero de lo que es general en la realidad natural y humana, después de la vida de la sociedad y en particular de la sociedad moderna. Primero trata de los principios universales, los conceptos metodológicos de la sociología: regularidad, causa, libertad, necesidad, caso, transformación; después construye la sociología verdadera y particular: la sociedad, los estados de equilibrio, desequilibrio y reequilibrio entre la sociedad y la naturaleza, entre los distintos elementos de la sociedad.
Para Gramsci, la “sociología” era una extensión indebida de los métodos de las ciencias naturales a la ciencia de la sociedad, “un intento de obtener experimentalmente las leyes de evolución de la sociedad humana, del modo de prever el futuro con la misma certeza con la que se prevé que de una bellota se desarrollará una encina (…).”
Para concretar más la crítica de Gramsci a Bujarin (que es una crítica al traslado de la epistemología empírico-analítica a las ciencias sociales e históricas críticas), conviene citar directamente al filósofo italiano en algunos párrafos de su amplio trabajo titulado “Notas críticas sobre la tentativa de Ensayo Popular de sociología”: “En el Ensayo Popular tampoco está justificada coherentemente la premisa implícita en la exposición y explícitamente esbozada en algún lugar: causalmente, la de que la verdadera filosofía es el materialismo filosófico y de que la filosofía de la praxis es una pura “sociología” (Gramsci denominaba “filosofía de la praxis” al marxismo en sus Cuadernos de Cárcel). ¿Qué significa realmente esta afirmación? Significa que si fuera verdadera, la teoría de la filosofía de la praxis sería el materialismo filosófico. Pero, en tal caso, ¿Qué significa que la filosofía de la praxis es una sociología? ¿Y que sería esta sociología? ¿Es una ciencia de la política y de la historiografía? ¿O tal vez un conjunto sistematizado y clasificado según un cierto orden, de observaciones puramente empíricas sobre arte político y de cánones exteriores de investigación empírica? Las respuestas a estas preguntas no se hallan en el libro, a pesar de que sólo así se podrá hablar de teoría. Así no está justificado el nexo entre el título general Teoría, etc. y el subtítulo Ensayo Popular. El subtítulo sería el término más exacto, si al término “sociología” se le diese un significado más circunscrito (…) La reducción de la filosofía de la praxis a una sociología ha representado la cristalización de una tendencia vulgar ya criticada por Engels (en las cartas a dos estudiantes publicadas en Social Akademiker) y consistente en reducir una concepción del mundo a un formulario mecánico, que da la impresión de meterse toda la historia en el bolsillo. Ella ha sido el mayor incentivo para las fáciles improvisaciones periodísticas de los “genialoides”.
La experiencia en la que se basa la filosofía de la praxis no puede ser esquematizada: es la historia misma en su infinita variedad y multiplicidad, cuyo estudio puede dar lugar al nacimiento de la “filología” como método de la erudición, en la verificación de los hechos particulares, y al nacimiento de la filosofía, entendida como metodología general de la historia (…)
Para Gramsci, en el Ensayo, toda la polémica contra la concepción subjetivista de la realidad, con el “terrible” problema de la “realidad del mundo exterior” está mal encarada, peor conducida y, en gran parte es fútil y ociosa (se refiere también a la Memoria presentada al Congreso de Historia de las Ciencias, realizado en Londres en Junio-Julio de 1931) Desde el punto de vista del “Ensayo Popular”, dicha tarea responde más a un prurito de pedantería intelectual que de una necesidad lógica (…) El público popular no cree siquiera que pueda plantearse tal problema, el problema de si el mundo existe objetivamente (...) En el Ensayo se juzga el pasado como “irracional” y “monstruoso” y la historia de la filosofía se convierte en un tratado histórico de teratología, porque se parte de un punto de vista metafísico” (En cambio en el Manifiesto Comunista se halla contenido el más alto elogio del mundo que va a morir).
7. Reconocer las bases teóricas del “marxismo crítico”:
Estas críticas de Gramsci, del comunismo alemán, del consejismo holandés y Lucaks van a conformar las bases del marxismo crítico, heterodoxo y abierto frente al marxismo dogmático u ortodoxo que se fue institucionalizando como “marxismo-leninismo” luego del V Congreso de la Comitern en 1925. Este dogmatismo del “leninismo ortodoxo” es el inconsciente epistemológico y político de las generaciones que recibieron y aún recrean alguna versión del “marxismo soviético”. Frente a esta herencia hay que reclamar la potencia subversiva del marxismo crítico (Luxemburgo, Lucáks, Korsch, Labriola, Pannekoek, Gramsci, entre otros), antecedente fundamental para construir figuras del pensamiento contra-hegemónico y de la teoría crítica radical.
8.- Momentos del “marxismo soviético”:
Desde el punto de vista económico, el primer período o momento del “marxismo soviético”, generó significativas controversias acerca de los problemas de transición al socialismo en el campo económico (Bujarin, Preobrazhensky, Trotsky, por ejemplo, participaron ampliamente en estas polémicas), tanto en el período del llamado “comunismo de guerra” como en el período de la NEP. Los problemas de la economía planificada, la compatibilidad del mercado con el socialismo y el Capitalismo de Estado estaban en el fondo de estas controversias, en las que también participo activamente Lenin.
En 1926 Preobrazhensky escribió su obra, La Nueva Economía, en la que analizó las contradicciones entre la planificación socialista y el mercado; el debate sobre las leyes de la acumulación socialista y se pronuncia porque el Estado soviético subordinara la ley del valor a la regulación planificada de la sociedad. En 1927 fue expulsado del partido y deportado junto con Trotsky. La NEP avalada por Bujarin suscito el debate sobre la economía mixta y el Capitalismo de Estado. Sin embargo, a pesar de que este primer periodo del marxismo bolchevique estuvo cruzado de significativos debates, a partir de la muerte de Lenin hasta el control absoluto del poder por parte de Stalin, donde comenzó un proceso de intimidación y persecución contra las llamadas oposición de “izquierda” y de “derecha”, que selló el fin del espíritu vivo y polémico de la reflexión del “marxismo soviético” de este primer momento en el campo económico, social, político y cultural.
Así mismo, este primer periodo constituye un extraordinario apogeo del pensamiento de Lenin, como interprete hegemónico del “marxismo revolucionario” frente a la ortodoxia reformista y revisionista de la II Internacional, pero además contra cualquier desafío a su hegemonía (comunismo de consejos, austro-marxismo, oposición obrera, pensamiento anarquista), transcurrieron importantes debates en la URSS como la discusión sobre el poder del Estado, la violencia, el derecho y la “legalidad revolucionaria” donde participan Pasukanis, Stucka, Krilenko y otros. La interpretación leninista de la “Dictadura del Proletariado” (cuyo concepto es creación de Blanqui, de la experiencia de la Comuna y de allí lo tomó Marx) dominó este debate.
Fueron tales las implicaciones de estas controversias, que por sostener que el Estado socialista debía extinguirse para dar a luz el Comunismo, según la teoría de la transición de Marx, personajes como Stučka y Pasukanis, fueron calificados por Vishinski de "saboteadores" y "espías". Tal era el “clima de debate” en el apogeo del estalinismo (que llamaba a fortalecer el Estado y el Socialismo en un solo país); en fin, la controversia era descalificada como abono para el terreno contra-revolucionario y de las acciones del los “enemigos del pueblo”. Stalin fue el propagador de la mayor parte de las clasificaciones que identificaron de manera abusiva, sectaria y estigmatizadora a diversas tendencias, grupos y personalidades dentro de los llamados “enemigos del pueblo” y “contra-revolucionarios”
Finalmente, también es importante referirse al movimiento Proletkult (Organizaciones proletarias de cultura e ilustración). Un teórico prominente de este movimiento fue Bogdanov, pero al buscar demasiada independencia respecto al dirigente Partido Comunista y construir sus propia tesis constructivo-sistémicas sobre el conocimiento, se ganó el rechazo de Lenin. Gradualmente, la idea de vanguardia estética con cierta dosis de experimentalismo y creación dio paso al culto oficial por la estética del “realismo socialista”. En todo este debate es importante destacar la teoría cultural de Lunatchartski. Cuando el Partido Comunista rechazó estilos modernos como el impresionismo, el surrealismo, el dadaísmo y el cubismo debido a los principios “subjetivistas” que subyacían a ellos (el subjetivismo chocaba frontalmente con la aspiración objetiva del “materialismo dialéctico oficial” y a los temas que trataban (el realismo socialista sólo consideraba relevantes los temas relacionados con la política y los trabajadores); ello llevó a considerar a dichos estilos como manifestaciones de arte burgués. El realismo socialista se convirtió entonces, en política oficial del Estado en 1932 al promulgar Stalin el decreto de reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas.
En el periodo estalinista, el “marxismo soviético” se institucionalizó como “marxismo-leninismo” (Cuestiones de leninismo y Fundamentos del leninismo, elaborados por Stalin fueron el ABC de esta versión ortodoxa del “marxismo soviético”, incluyendo la oficiosa “Historia del Partido Comunista de la URSS”). A partir de entonces, apareció la función de legitimación carismática hacia la figura del Stalin vivo, heredero del legado leninista y autoridad del “marxismo soviético”.
El “marxismo-leninismo” pasó a ser un pensamiento único de izquierda, única visión correcta y científica (ambos adjetivos comenzaron a usarse de manera intercambiada como simple apoyo dogmático a sus planteamientos). Stalin se encargó de combatir y perseguir las alternativas posibles a esta deformación del marxismo bolchevique: el Trotskismo y el Luxemburguismo, y estableció claramente que el materialismo histórico y dialéctico, descrito en sus propios términos, correspondía a la visión del mundo del partido comunista.
Todavía hoy se viven los estragos ideológicos de esta visión del mundo, sobre todo en las generaciones que cultivaron esta modalidad de “marxismo oficial” como única y correcta verdad del pensamiento de Marx.
El período de Kruschev trató de deslindarse de la idea del marxismo como mera propaganda, como simple racionalización y justificación de la política del partido comunista de la URSS, para redescubrir las funciones de una ideológica con poder de atracción y expansión. Se trataron de subsanar los peores errores teóricos de Stalin en los congresos XX y XXII del PCUS, tratando de sustituir el culto de Stalin por un renovado culto a la obra teórica y práctica de Lenin” (pero se condenaba igualmente al trotskismo), así como combinar el “espíritu de partido” (“marxismo-leninismo”), con la promoción de investigaciones más rigurosas y una racionalidad análoga a los protocolos del racionalismo crítico, en el terreno de la filosofía, la historia, el derecho, las ciencias sociales y las ciencias naturales. Sin embargo, aun no se ha estudiado detenidamente la influencia de este tercer período del marxismo soviético sobre el “marxismo latinoamericano”, ni la significación que adquirió la polémica con el “Maoísmo” (quien también reclamó ser heredero del legado marxista-leninista”, pues desde el PCCH se descalificó la política de Kruschev.
El cuarto período del “marxismo soviético”, o momento iconográfico-conservador, se caracterizó por el abandono incluso de las “reformas nominales”, y se hizo hincapié en establecer sólidamente manuales expresamente dedicados a exigir la existencia y validez de los principios doctrinarios. El “marxismo soviético pasó a convertirse en un sistema de formulas vacías para justificar la política pragmática de sus gobernantes, trazando lo que Adorno intuyó como circulo completo de la dialéctica negativa.
9. La Revolución Cubana también bebió su dosis del “marxismo soviético”. Retomar la autonomía del socialismo indo-americano de Mariátegui: ¡Ni calco ni copia!
Ni siquiera un acontecimiento extraordinariamente heterodoxo y creativo como lo fue la revolución cubana en sus inicios, pudo escapar a la tentación dogmática y sectaria del “marxismo soviético”. Ni siquiera el más heterodoxo de la tradición marxista-leninista en la revolución cubana, como lo fue sin duda el Che, pudo escapar a la sedimentación de algunos de los dogmas más vetustos del “marxismo soviético” en sus escritos. Su acercamiento tardío a obras del “marxismo crítico” (compiladas en el texto “Los Marxistas” de Ch. Wright Mills, así como a obras de Trotski, no permiten suponer que existió una discontinuidad radical con ésta tradición del pensamiento de izquierda, sobre todo por la impronta de muchas de las ideas del XXII Congreso del PCUS en el propio pensamiento del Che.
Por tanto, el “marxismo crítico latinoamericano” tiene aún la tarea de de-construir sus propios puntos ciegos teóricos e ideológicos con relación al marxismo soviético, retomando la poderosa inflexión teórica que significó la obra crítica de José Carlos Mariátegui, así como todo el legado de recreación abierta, heterodoxa y crítica del pensamiento de Marx, elaborada desde los pensadores latinoamericanos y caribeños afines ó críticos parcialmente a las “teorías de la dependencia”. La revisión, rectificación y renovación de muchos de sus originales planteamientos podría ser punto de partida para recrear la escena contemporánea de los nodos de pensamiento crítico socialista en América Latina, siempre vigilantes ante la potencial recaída en los formulismos vacíos y en la esterilidad de reiterar dogmas.
América latina y el Caribe, requieren hoy más que nunca, muchos contingentes de trabajadores intelectuales para la transformación democrática y socialista necesaria, para blindar la construcción de la Patria Grande ante la evidente derechización de los centros imperiales del Norte. Se requieren muchas batallones intelectuales, redes y centros de investigación para orientar la construcción de opciones históricas y alternativas post-capitalistas, vigilando cualquier recaída en viejas regresiones dogmáticas y arcaísmos sectarios. Diversas iniciativas de intelectuales, partidos políticos y movimientos sociales intentan hoy apalancar esfuerzos para reconstruir una teoría crítica post-capitalista, post-imperialista y post-colonialista a la altura de los desafíos de los nuevos tiempos. No es tiempo ni de distracciones ni de regresiones ideológicas a los dogmas del “marxismo soviético”.
10. La Revolución Bolivariana carece del imprescindible “Intelectual Colectivo”: ¿cuál revolución y desde cual reflexión teórica insurgente?
La revolución bolivariana aún adolece de la existencia de rigurosos núcleos de debate, instancias de discusión política abiertas al pueblo, de la prefiguración del intelectual colectivo para su proceso específico y particular de insurgencia y transformación. En momentos donde se hacen evidentes contradicciones profundas de todo tipo, asociadas no sólo a la composición social y de clases de las luchas que se manifiestan, sino a los problemas relacionados con la consolidación de un esquema burocrático de ejercicio del poder en los órganos del Estado y en espacios fundamentales de los partidos aliados de la revolución, la re-politización mayoritaria necesaria para la construcción de un gran polo patriótico (como referencia política, intelectual y moral), implica revalorizar las redes de trabajo intelectual y el sistema de formación, comunicación política y educación política desde y junto al pueblo.
La continuidad de Chávez en el gobierno para el 2012 no es sólo un hecho electoral, sino el punto de condensación de un conjunto de contradicciones que pondrán en tensión el avance de las fuerzas de izquierda en el país; quienes dependen de la asunción de tareas políticas, intelectuales y ético-culturales directamente vinculadas a la lucha contra el dogmatismo, la desvalorización del trabajo intelectual, el mimetismo ideológico, el sectarismo y el culto a la personalidad. La ecuación reforma-revolución no puede despejarse mientras sean los viejos dispositivos teóricos los que pretendan imponer los criterios de debate y los términos del lenguaje para abrir la posibilidad de una nueva iniciativa socialista.
No se puede ser consistentemente antiimperialista ni anticapitalista utilizando la lengua afilada de ultra-izquierda y unas manos de seda que hacen maniobras de derecha. Entre lo que se siente, se dice y se hace, debe haber mínimos de coherencia para generar una dosis prudente de credibilidad democrática y socialista. La salida no es vociferar consignas ni símbolos históricos, asociados a la izquierda revolucionaria latinoamericana, cuando en la práctica se combate por cuotas de poder, privilegios y manejo de recursos del Estado. Eso no es una revolución ni democrática ni socialista. No hablemos de los retos pendientes de la transformación paradigmática para abordar radicalmente las cuestiones ecológicas y la crítica del euro-centrismo ramplón en nuestras políticas culturales, sobre todo, en nuestra visión de construcción de identidades y conciencia histórica.
Calcar, copiar y mejorar los mejores ejemplos de avance social, científico, técnico, en materia de seguridad y defensa de la Revolución Cubana es un hecho deseable y loable. Pero no lo es una conducta de servilismo ideológico y auto-censura ante la necesidad de construir un camino específico y particular de transformación socialista, profundizando una democracia participativa apenas incipiente pero que prefigura el horizonte de una democracia socialista porvenir.
11. El reformismo es tan condenable como la sumisión ideológica a las inercias del marxismo soviético y del Socialismo Burocrático.
La revolución será posible en la medida en que sea el pueblo, sus clases trabajadoras, sus movimientos sociales, los protagonistas directos de las transformaciones en curso y no los espectadores pasivos o la “masa de maniobra” tratada como simple “rebaño electoral”.
Una “concepción bancaria” (Freire) de la revolución, de la educación popular, de la comunicación política, del partido político, nos lleva directamente a los bloqueos y fracasos de las experiencias de transición del socialismo real en el siglo XX.
Avanzar en reformas de corte socialdemócratas y desarrollistas, para crear condiciones de acumulación de fuerzas en los sectores populares, en el contexto de derechización de los centros imperiales, puede ser una condición necesaria para caracterizar un proceso como “progresista”, pero nunca para avanzar en una estrategia post-capitalista.
Ahora bien, una estrategia post-capitalista no consiste en decretar un guión de medidas calcadas de las experiencias de otras sociedades, bajo tiempos y circunstancias distintas, sobre todo si las mayorías populares quedan atadas a los desvaríos de dogmatismos y sectarismo, disfrazados de un vanguardismo esclarecido, como un lejano vagón de cola. Los tiempos jacobinos y blanquistas pueden verse en el espejo de sus derrotas históricas.
«El jefe verdadero no es un hombre enamorado y celoso de una idea, sino aquél que une al amor de la idea, la facultad de poder determinar, en todo instante, cual es la parte de la idea que puede hacerse realidad en cada nueva etapa. Robespierre no lo comprendió. Fue un mal jefe. Porque lo era, y no quiso reconocerlo, se convirtió en tirano y en asesino de la Revolución». (Dantón)
Hay claros antídotos para no repetir las historias, no cometer los mismos errores y no tenerle miedo al palpitar de las multitudes que reclaman mayor deliberación y participación protagónica en los asuntos públicos.
El poder constituyente de la idea de democracia social y participativa es justamente aquel que puede hacerse realidad en una nueva etapa, para construir una sociedad justa en el horizonte de la democracia socialista.
No hay que asilar ni debilitar el proceso, pues eso es asesinar la revolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario