Las acepciones y connotaciones de la palabra “extraviar” son un pretexto para debatir polémicamente el presente histórico. Una revolución puede “perder el camino”. También puede “colocar en otro lugar, una cosa distinta a la que debía ocupar ese espacio”. También puede “perder el horizonte, el objetivo, la meta”. También “los sujetos se extravían, se pierden, ignorándose su paradero”. Finalmente hay una forma afín del extraviarse, que es el “desvarío”, acontecimiento articulado a signos, a la palabra, al discurso.
Desvarío político implica fenómenos delirantes, llenos de despropósito, una performance política desordenada y catastrófica, que no llega a construir respuestas satisfactorias a demandas sociales, con debida eficiencia, eficacia y calidad revolucionaria, a decir de Alfredo Maneiro. Las revoluciones atroces, despóticas, terribles, forman parte de los monstruos políticos de la Modernidad. Revelan que existe una conexión oculta entre desmesura y lo monstruoso.
La atrocidad, el exceso de fuerza, lo contrario a lo razonable, el abuso de poder, la perdida de medida y sensatez, son invariantes de las revoluciones extraviadas. En este punto, podríamos anticiparnos a algunas críticas, ya que conservadores y reformadores, plantean que cualquier revolución es un extravío, una insensatez. Evidentemente, no compartimos este juicio. Es posible llevar a cabo cambios radicales sin necesidad de reiterar despotismos, aunque reconocemos que algunos de estos argumentos contrarios esconden elementos razonables.
Algunos tratan de distinguir, por ejemplo, entre una “izquierda moderada” y una “izquierda radical”. Esta es una viejísima fórmula. Desde nuestro punto de vista, la distinción es otra. Es entre una izquierda democrático-radical, y a la vez revolucionaria; frente a las dos viejas izquierdas del siglo XX: a) la reformista, pro-capitalista y socialdemócrata solo de nombre; b) la revolucionaria ortodoxa, bolchevique, con sus ideologías voluntaristas en el mal-llamado “tercer mundo”.
Una revolución democrática y socialista sui generis implica romper viejos esquemas de pensamiento y dicotomías heredadas. Si se hubiese seguido el guión leninista o guevarista en Venezuela, en la década de los 90, no tendríamos el proceso constituyente que tenemos. El asunto crucial es entonces, avanzar a partir de las disposiciones, principios y derechos fundamentales recogidos en la Constitución de 1999, en una estrategia socialista democrática innovadora, que logre distanciarse efectivamente de las ortodoxias del siglo XX.
Si se tratara de replicar ortodoxias revolucionarias, no hay otro camino que convocar a una nueva Asamblea Nacional Constituyente, o pasar a hechos constituyentes que encuadran en la manida tesis de que “la violencia es la comadrona de la historia”. Por tanto, es cada vez más necesario discutir el camino, el rumbo, las metas, los sujetos y el discurso de la revolución democrática y socialista en Venezuela. Ni el PSUV, ni el PPT, ni el PCV han abierto instancias de debate público sobre estos tópicos.
Es positivo que cada quien asuma su perfil en el debate, su tónica distintiva, su voz diferencial; en fin, que ubique su tendencia en un proceso que asume su carácter contradictorio, complejo y diverso. Si algo puede aprenderse es un manejo diferente de la existencia de tendencias, de opiniones diferentes, conflictivas y contradictorias. Asumirlas democráticamente, sin las viejas etiquetas estalinistas que estigmatizaban toda voz diferencial, endilgándole adjetivaciones de “enemigos del pueblo”, “traidores” o “contra-revolucionarios”. Esto demuestra estupidez, autoritarismo y pobreza de argumentos.
Lo distintivo del siglo XXI es que no hay solo dos polos de referencia (capitalismo-socialismo) en el espectro político, sino múltiples nodos de articulación, en campos mucho más fluidos y heterogéneos, que los presentes en el siglo XIX y XX. ¿Acaso para el pueblo y demás sectores sociales, es igual una política keynesiana que una política neoliberal? ¿Acaso es igual el comunismo de guerra que la NEP?¿Acaso es igual la democracia de consejos que la dictadura de la burocracia de estado? Abandonar el espacio de la revolución democrática y socialista implica asumir un discurso doctrinario de la vieja ortodoxía marxista soviética. Por tanto, hay que discutir matices, no brochazos de pintores mediocres (¡con el perdón de Hitler!).
No es suficiente decir: Allá, los capitalistas; aquí, los socialistas. Los matices son el verdadero problema de una estrategia socialista democrática innovadora: ¿Cuál socialismo? ¿Cuál capitalismo? ¿Cual democracia? ¿Cual civilización? ¿Cuál estilo de Desarrollo? ¿Cuál modelo cultural? ¿Cuál sistema político y electoral? ¿Cuáles fuerxas sociales, políticas y culturales del cambio? ¿Cuál política pública con cuál participación y control popular?
Pintar con brocha gruesa y en un solo color grandes extensiones de problemas del espectro social y político se llama pensamiento monocolor (¿único?). Es frente a estos problemas que ni la ortodoxia leninista, ni el estalinismo ni el guevarismo tienen ya respuestas. La articulación política del siglo XXI pasa por mediaciones distintas a las del siglo XX. ¿Pueblo? ¿Multitud? ¿Nación? ¿Clase?, estas referencias no significan ya lo que significaron para los actores revolucionarios del siglo XIX y XX.
El “sujeto” de la revolución se escribe en plural, en forma de movimientos sociales y populares, de actores articulados en redes y bloques de lucha, cruzados no solo por determinaciones económicas y sociales (¡los analisis sociológicos de la composición de clase y sus estratos!), sino sobre todo culturales y políticas (¡los actores en lucha y sus modelos de referencia!), sin dejar de lado articulaciones ambientales (nueva Civilización ecológica).
En este contexto, una retórica de radicalización revolucionaria que no radicalice de hecho la democracia, que la encuadre en la dirección conocida por el socialismo burocrático del siglo XX, por el jacobinismo, o el blanquismo del siglo XIX, es simplemente inviable. Terminará chocando contra una montaña de demandas democráticas, y reforzando una revolución pasiva de la derecha.
Llámese ortodoxia bolchevique, guevarismo o marxismo-leninismo, estas visiones constituyen extravíos para el siglo XXI. Su elemental incompetencia para abordar las demandas democráticas del siglo XXI, las descarta como opciones. El elitismo capitalista está en crisis ( esto lo ha denunciado el enfoque pluralista desde hace tiempo), pero el elitismo revolucionario también (aunque algunos sigan sin enterarse). Se requiere un enfoque que reconozca la pluralidad socialista revolucionaria, su pluriverso.
No hay chance para trampear o salir del atolladero con discursos y prácticas revolucionarios caducas. El tan citado Che Guevara, traído a debates en la actualidad en Venezuela, sostuvo luego de los acontecimientos del 23 de enero de 1958 que había que agotar las luchas cívicas. Que no todas las condiciones empujaban hacia revoluciones violentas en América Latina. ¡Que era un error plantear la lucha armada en Venezuela!
En la “Guerra de guerrillas” dijo (aunque sus lectores desprevenidos no lo asimilen): “Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. Nuevos y viejos guevaristas podrían detenerse a analizar estos textos. Ya los viejos se extraviaron en una oportunidad, y se sabe cual fue el saldo de aquella aventura.
Finalmente, Guevara poco aportó teóricamente para la construcción de una democracia distinta a la planteada por el canon de la ortodoxia bolchevique. Guevara hablaba en nombre del "marxismo-leninismo", así discrepara puntualmente con el dictat del marxismo soviético.
¿Volveremos a desempolvar la derruida tesis de la “Dictadura del proletariado”? Mejor construyamos definitivamente la democracia participativa y protagónica, una sociedad justa y de bienestar, así como el Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia. Pues, todavía falta demasiado. ¡No es momento para extravíos!
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