sábado, 16 de febrero de 2008

El proyecto de la democracia socialista es una insurgencia contra-hegemónica: Algunos equívocos sobre Gramsci y el Socialismo

Enrique Lobo

Javier Biardeau
jbiardeau@gmail.com

Los lenguajes son relevantes para abordar como se conectan acciones y discursos, como a partir de los discursos se pueden generar aciertos o desaciertos, tanto en el juicio político como en la acción. El debate sobre el nuevo socialismo del siglo XXI ha traído la praxis teórica y política de Gramsci a la escena política por su relevancia obvia, pero este logro ha conducido a riesgos evitables, a prefigurar potenciales errores no solo de cálculo sino de la construcción de las bases de un nuevo orden en el proceso de transición hacia el Socialismo.

La alternativa a la hegemonía burguesa y capitalista no es la hegemonía proletaria o socialista. Todo lo contrario, las alternativas anti-sistémicas son movimientos contra-hegemónicos, son movimientos que afirman no la hegemonía como proyecto, sino las luchas contra-hegemónicas como horizonte de otro proyecto histórico que nace y se prefigura en las luchas contra la explotación, la coerción, la hegemonía ideológica, la exclusión, la discriminación y la negación cultural propias del metabolismo del capital.

Es inconveniente y equívoco hablar de hegemonía, hay que plantear el debate en el terreno de la contra-hegemonía popular. El volumen colectivo HEGEMONIA Y ALTERNATIVAS POLITICAS EN AMERICA LATINA (1985), que compila las ponencias del seminario del mismo nombre, celebrado en México en 1980, apunta a elucidar las posibilidades de las clases subalternas para construir una contra-hegemonía superadora de la dominación burguesa. El momento en que fue realizado el seminario, en pleno apogeo de las dictaduras militares en América Latina, incitaba a los distintos autores a reflexionar sobre la derrota pasada y a imaginar formas de superación. En este sentido, autores como Laclau, Mouffe, De Riz, De Ipola, Portantiero y Aricó, entre otros, a partir de los aportes gramscianos cuestionan la centralidad de la clase obrera en la construcción de alternativas socialistas, y plantean, a partir de una lectura del concepto gramsciano de hegemonía, la multiplicidad de "actores" sociales interpelables por la lucha anti-capitalista.

La cuestión de la democracia aparece, más o menos explícitamente, como un valor a construir por las clases subalternas a partir de los elementos presentes en la sociedad burguesa, y como el terreno privilegiado de la contra-hegemonía popular. Muchos de estos trabajos son centrales para debatir la relación entre socialismo, democracia y revolución, respecto al tema de la transición histórica y el papel de los movimientos sociales, que replantearon la atención de cuestiones tales como las características de la dominación burguesa, el problema de las clases sociales y sus luchas, ligada a la cuestión del "sujeto revolucionario" y el papel del Estado capitalista. Es pocas, palabras, sin pasearse por un debate teórico que ha replanteado desde su raíz el asunto de las transiciones al socialismo y las experiencias del socialismo burocrático, se estará condenado a repetir los errores de apreciación y de actuación histórica, que en política, como recuerda Gramsci, pueden ser muy riesgosos.

Andrés Izarra ha planteado en una entrevista del 8 de enero del 2007 al diario El Nacional lo siguiente:

“El nuevo panorama estratégico que se plantea, la lucha que cae en el campo ideológico tiene que ver con una batalla de ideas por el corazón y la mente de la gente. Hay que elaborar un nuevo plan, y el que nosotros proponemos es que sea hacia la hegemonía comunicacional e informativa del Estado. Construir hegemonía en el sentido gramsciano.”(Izarra; 2007)

En esta afirmación hay varios planteamientos. No hablaremos de la batalla por el corazón y la mente, que es un planteamiento extraído de la retórica de Kennedy y de la alianza para el progreso. El planteamiento sustantivo es que hay que construir hegemonía en el sentido gramsciano. Este planteamiento asociado a la tesis de la hegemonía informativa y comunicacional del Estado, nos aleja de un horizonte de transformación socialista, y nos mete de lleno en el tema de la Estadolatria, cuestionada precisamente por Gramsci.

La democracia socialista no implica concentrar la hegemonía en el Estado, sino construir una “sociedad regulada”, en los propios términos de Gramsci; y esto significa, transformar las relaciones de dominio capitalista tanto en la sociedad política como en la sociedad civil, implica democratizar tanto el Estado, como la esfera pública en el proceso de construcción de un nuevo bloque histórico, no sustituir la hegemonía ideológica del capitalismo en las instituciones y espacios de la sociedad civil burguesa por la hegemonía estatal.

El debate no es sustituir de una matriz societal capitalista por una matriz estado-céntrica, esto ya fue lo que aconteció precisamente en el socialismo burocrático y fue un fracaso. El problema central del socialismo sigue siendo la construcción del poder popular, con capacidad de iniciativa, organización y dirección autónoma de las clases dominadas, que democratice efectivamente el Estado Burgués, activando precisamente las contradicciones de clase en su seno, lo que implica simultáneamente la organización autónoma de las clases, grupos y sectores subalternos, para desarticular la hegemonía ideológica dominante de las sociedades capitalistas, y así afirmar un nuevo proyecto histórico, sobre nuevas bases de poder.

Este nuevo proyecto histórico es un proyecto contra-hegemónico; es decir, neutraliza y supera la influencia intelectual y moral de los grupos anteriormente dirigentes y dominantes, para construir no una configuración ético-política desde el Estado, sino desde los mundos de vida, el “buen sentido”, desde la conexión entre los que “sienten” y “comprenden” en el mundo popular, para conformar una nueva dirección intelectual y moral de los grupos, sectores y clases subalternos.

Esta nueva dirección intelectual y moral, a diferencia del elitismo de las concepciones burguesas es un “intelectual colectivo” que puede encarnarse en el partido político, pero que contiene el cuadro de dirección intelectual y moral que se disemina en el conjunto de los campos y aparatos culturales, educativos, comunicacionales, etc bajo control de las clases anteriormente sometidas. No solo se trata de democratizar el estado y la sociedad política, se trata de democratizar la sociedad civil burguesa, y esto supone una alteración de la ética social no por efecto exclusivo de una hegemonía estatal, sino por la activación e iniciativa del movimiento nacional-popular.

De allí, las constantes anotaciones críticas de Gramsci alrededor de la Estadolatria, a los fenómenos cesaristas, al culto al Jefe, a la distinción entre mafia, secta y partido, etc. Las luchas contra-hegemónicas desde lo nacional-popular deben ser co-extensivas a la transformación del Estado burgués, pero el Estado no es la única garantía de una nueva ética social. Esto es caer en una visión hegeliana y proto-fascista de la transformación. Lo que Gramsci llama precisamente Estadolatria.

No es el poder de Estado, ni el aparato de estado, ni la burocracia pública el que va a lograr “que el pensamiento y los valores socialistas de lo colectivo, lo solidario, lo social predominen como valores sobre los del capitalismo”. Son las luchas e iniciativas nacional-populares las decisivas. Hegemonía en términos nominales es que un grupo cultural convenza a otro grupo de sus valores, principios e ideas. El problema es que no se trata de cualquier grupo cultural. El problema de fondo es la naturaleza de los conflictos étnicos, de clase, raciales, sexuales y nacionales, que le dan contenido concreto a la nominal categoría de “grupo cultural dirigente”. El problema es si el sujeto nacional-popular de la transformación socialista, y su estrato dirigente, es el que efectivamente dirige este proceso, o este proceso es conducido por los funcionarios de una burocracia público-estatal.

El tema de fondo es si la vía revolucionaria es una “revolución desde el estado y desde arriba”, o si se hace correlativamente desde la transformación democratizadora del Estado, lo que implica una lucha contra el burocratismo, y desde la dirección e iniciativa del movimiento nacional-popular.

Es la construcción de un nuevo bloque histórico popular bolivariano el que define los contenidos concretos de la dirección intelectual y moral, de la influencia y capacidad de transformar el sentido común, los hábitos, costumbres, concepciones y normas de acción, de la ética social. Son los propios agenciamientos nacional-populares los decisivos para recolocar el asunto de los campos culturales, de los valores, de las concepciones del mundo, de los imaginarios. Si la iniciativa estatal sustituye o no se corresponde con el movimiento social, el peligro son los evidentes desfases que refuerzan el culto al Estado, y a la pasividad política de las multitudes populares.

De allí la diferencia entre revolución pasiva y revolución bajo la iniciativa nacional-popular. Se trata de diferencias sustantivas, al igual que la que transcurre entre los fenómenos cesaristas progresivos o regresivos. Es ciertas condiciones históricas, una gran personalidad e incluso el Estado bajo control de un nuevo grupo dirigente que nace de la movilización de las clases subalternas pueden cumplir tareas progresivas en el terreno de la desarticulación del las funciones de mando y dirección capitalitas. Pero si esta situación transitoria, episódica, coyuntural no anuncia la entrada en escena de las multitudes populares organizadas autónomamente, quienes asumen tareas de conducción moral, intelectual y política, el tema de la entronización de la división entre gobernantes y gobernados puede hacer fracasar la construcción de una sociedad socialista. Aquí es preciso, introducir el debate sobre la palabra hegemonía en la tradición socialista. Esto lo haremos e una segunda entrega

Fuente: http://www.aporrea.org/ideologia/a35363.htm

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