Javier Biardeau R.
1.- Entrada:
Ya han comenzado a manifestarse los dolientes de la muerte del mito de las dos izquierdas. Dolientes de la socialdemocracia-reformista y dolientes del estalinismo marxista-leninista. Desde nuestra perspectiva, mientras más re-inventemos el imaginario crítico socialista y dejemos atrás a las viejas izquierdas del siglo XX, con mayor creatividad se perfilarán las nuevas figuras de la pluralidad socialista del siglo XXI. No habrá un solo socialismo, como nunca lo hubo, pero se hará explícita la multiplicidad de modelos de socialismo. No hay recetarios, ni catecismos, revestidos o no, de retóricas cientificistas. Lo que viene emergiendo es un nuevo imaginario crítico radical. Desde este imaginario, habrá que socavar y conmover a las ciencias sociales históricas establecidas, analizar sus bases ideológicas y sus adscripciones a geopolíticas culturales. Las teorías, codificaciones y representaciones conceptuales, quedarán en un segundo lugar, en un plano accesorio, de donde no deberán salir, sino como “cajas de herramientas”, como “instrumentos teóricos”. Esta decisión responde a la propensión de reificar a los productos de la actividad científica en el campo histórico-social, como ideologías justificadoras de determinadas opciones políticas. Sabemos lo sencillo que es construir ideologías justificadoras desde supuestos y presunciones de “teorías científicas” de lo histórico-social. No entreguemos los movimientos de lo contingente a un nuevo discurso-amo. Las ciencias histórico sociales o son críticas, o son siervas de las pretensiones de poder. En éstas, no hay ni pura contingencia ni pura necesidad, ni pura libertad, ni pura causalidad. Hay aperturas de planos de consistencia, de tendencias y contra-tendencias. Allí se juegan las estrategias y las tácticas, los juegos y las constricciones.
2.- Acontecimientos:
Tratemos son respeto y rigor los interrogantes hechos por Margarita López Maya (El bolivarianismo ¿Cuál izquierda?: http://www.aporrea.org/ideologia/a51214.html). La izquierda del siglo XX mantiene sus espectros por inercias, caligrafías mentales, dogmas, repeticiones e incluso, actitudes típicas del “colonialismo interno”. Washington quisiera revivir el mito de las dos izquierdas, utilizarlo como herramienta de división-disgregación, y llama a sus mensajeros a posicionar de alguna manera su mitología polarizadora. Esta mitología es enemiga del pluralismo. Maniqueísmo no es pluralidad, no es sociodiversidad. Ahora, son las izquierdas “carnívoras” o “vegetarianas”, de Vargas Llosa, de Montaner. Antes fueron, Castañeda, Villalobos, Petkoff, sectores de la Internacional Socialista, etc. Por otra parte, el estalinismo tropical también mueve sus piezas. Todavía hay dolientes en el imaginario del estalinismo-burocrático. Todavía hoy se intenta conjurar la lectura atenta de los Manuscritos económico-filosóficos, de los Grundrisse o de los Anales Franco-Alemanes. Mucho más las correspondencias, donde se despejan controversias teóricas y se derriban dogmas. Es muy peligroso que el viejo Marx y sus escritos subversivos salgan de su tumba para enterrar la entelequia del marxismo-leninismo, para sepultar la ideología de justificación del partido-Estado. En Marx y Engels habita una flexibilidad, un rigor, que justifican la pluralidad socialista, la existencia de tendencias revolucionarias diversas que luchan ciertamente, pero que fecundan la diversidad y libertad de pensamiento crítico, que hacen gala de la centralidad de la soberanía popular, de la República democrática, de una utopía comunista libertaria de cabo a rabo, más allá de la máquina-estado y su función de servidumbre, mas allá del régimen de producción, propiedad y mando capitalista. Los teatros reformista y estalinista son dos montajes simétricos, falsas polarizaciones de una misma lógica del poder: gobernantes y gobernados, explotados y explotadores, colonizantes y colonizados, cada uno en su lugar, en su emplazamiento objetivo, sin mutaciones. Pero estos montajes se han desvanecido con la caída de sus grandes-relatos ideológicos. Desde un punto de vista socio-semiótico, sus programas narrativos no generan el más mínimo efecto realizativo. Producen desiertos de sentido. No logran movilizar lo que Nietszche llamó en algún lugar, “quanta de potencia”, o Marx, “quanta de valor”. Constituyen el “grado cero” del proyecto-liberación, simulacros, espejismos. Se han vaciado de aceptabilidad y de pasión libertaria, y muestran su verdadero rostro: simples imposturas burocráticas.
Reformar el capitalismo para hacerlo “humano”, o salir de la prehistoria desde el telos del despotismo-burocrático, constituyen simples estupideces, bufonadas, engaños, consuelos para idiotas. Las historias y sus creatividades van por otros lados. Como dicen algunos sacerdotes: hay que prestarle atención a la morfogénesis. Analicemos si hay novedad, si hay reinvención del imaginario socialista y para la izquierda anticapitalista, o si los fantasmas del pasado tienen el poder de aprisionar el cerebro de los vivos. El análisis de las movidas electorales de América Latina indica el llamado “giro político hacia la izquierda”. Pero más que un giro hacia una dirección única, es un rechazo de la imposición única llamada neoliberalismo. De allí a la izquierda anticapitalista hay un largísimo trecho. No olvidemos que el neoliberalismo es la ideología-fuerza del capitalismo del siglo XXI, pero hay propuestas de recambio en puerta. El capitalismo juega con propuestas des-reguladoras y reguladoras. Todo depende del empuje del bloque popular subalterno, o si prefieren, de la multitud. Se abre un nuevo ciclo de luchas, de movimientos, de insurgencias y nadie está en capacidad de codificarlas en las plantillas de la izquierda del siglo XX. Construyamos nuevos conceptos, también en el plano teórico, conceptual, hay que hacer revoluciones. Tradición e innovación son originariamente parte del trazado de fronteras entre izquierda y derecha. La derecha conserva y tiene una ansiedad cartesiana por el orden y la estabilidad, la izquierda subvierte, y su pathos es cambiar la vida, esta ruinosa vida de alienaciones múltiples. Por esto, la vieja izquierda del siglo XX, tanto la reformista como la marxista-leninista son de derecha.
¿Qué significa ser de izquierda en este siglo XXI?, se interroga Margarita López Maya tratando de comprender el llamado bolivarianismo. Creo que el bolivarianismo es un enigma de múltiples caras: hay izquierdas, pero también derechas. La cuestión no va por el camino de concretar la identidad política de la izquierda del siglo XXI desde el universo de referencias del siglo XIX y XX. La historia no ayuda mucho en este caso, a menos que sea para des-sedimentar las viejas identificaciones de la vieja izquierda. No seamos lo que fue, sino lo que podamos devenir con nuestras prácticas históricas. No hay que nacer viejos, hay que crear novedades. Pero es pertinente la pregunta: ¿Qué significó ser de izquierda en el siglo XIX y XX, para no repetir sus errores y tragedias?
3.- Cuentos:
Podemos utilizar con Margarita, como punto de partida un ensayo del historiador marxista británico Eric Hobsbawm, llamado ¿Qué queda de la izquierda? (en On the Edge of the New Century, 1999). Podríamos utilizar a Bobbio, a Canfora, a Jaurés, a cualquier otro u otra; y porque no, a Marx. Los puntos de partida no son inocentes. Pero, cuidado, los términos derecha e izquierda tienen una sedimentación, una procedencia, una genealogía. Las narraciones ya no son simples descripciones:
“A la izquierda de la Asamblea estaban Barnave, el romántico Buzot, el hermoso Pétion, y Robespierre, abogado de Arras y adicto a la causa popular. En el centro, grandes señores liberales o curas demócratas; a la derecha, algunos hombres de valor, pero sin influencia, y que no intervenían para nada en las sesiones”. André Maurois. Historia de Francia
Sabemos que el criterio definitorio fue que en aquella Asamblea Nacional, a la derecha se sentaban los partidarios de cambios muy leves (o de ningún cambio), y a la izquierda los que exigían transformaciones drásticas, profundas y rápidas del “ancien régime”. Lo que no decimos, es que eran una izquierda y una derecha de contenido básicamente burgués. Así que no es lo mismo decir izquierda que socialismo. Ni lo mismo decir socialismo que anticapitalismo. Marx ya lo advertía en su contexto (Manifiesto comunista), hay socialismos burgueses y pequeño-burgueses, incluso feudales. Hay una izquierda burguesa, y esa es una de las enseñanzas de la Revolución Francesa, que no hay que descuidar. Una larga serie de historiadores, desde Louis Blanc hasta Daniel Guérin, pasando por Jean Jaurés, ha propuesto, sin embargo, interpretaciones diferentes a las oficiales, que tienden a poner de relieve la participación de las clases populares y los componentes «socialistas» de la revolución. Lo importante parece señalar la acción del pueblo en la gesta revolucionaria, junto a la existencia de un pensamiento «comunista» (Mably, D’Argenson) y, más que «liberal», «libertario» (Maréchal, Diderot), en los escritores de la época.
Mientras la burguesía entendía la proclamada «igualdad» como igualdad ante la ley, el pueblo subalterno la interpretaba como igualdad social y económica, y se esforzaba por llegar al nivel de la realidad concreta lo que no era sino una abstracción jurídica. La «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», basada en la «Declaración de la Independencia» de los Estados Unidos y redactada por representantes de la burguesía, seguía considerando «inviolable y sagrado» el derecho de propiedad. El célebre abate Siéyes, vocero de esa burguesía, proponía por entonces una división general de la población de Francia en ciudadanos activos, es decir, propietarios (con derecho a elegir para el gobierno) y ciudadanos pasivos, esto es, proletarios (sin derechos políticos). Poco después, la Asamblea, dominada por representantes de la burguesía, acogía esta dicotomía como principio esencial de la Constitución. Desde entonces, los usufructuarios de la Revolución, interpretaron el principio de igualdad anunciando que «todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros». La lucha de clases durante la Revolución francesa conformó sus sistemas narrativos, como los ha denominado Jean Pierre Fayé. Cada sistema narrativo hecha su cuento (y esa es la historia como relato, cuentos, memorias hechas narraciones, aunque revestidas de modelos explicativos, de simulaciones nomológico-deductivas). Por ello, la conciencia histórica es objeto de disputa política, y desde allí la lucha por las memorias e historias “oficiales”. Falsificaciones, farsas, controversias, es difícil encontrar en la historia una objetividad distinta de la humana objetividad. A decir, de Nietszche. Humana, demasiado humana.
Por ejemplo, constituye una controversia histórica, la exaltación del jacobinismo como la «izquierda» de la revolución. Los jacobinos fueron, para otras interpretaciones, la izquierda de la burguesía. El terror que instauraron estaba ideológicamente vinculado con su concepción centralista del Estado, con su idea de la «dictadura democrática», con su propósito de utilizar al pueblo antes que de serle útil. En este error incurrieron muchos historiadores marxistas-leninistas, como A. Soboul (La Revolution francaise), que, aun reconociendo el papel de la masa popular en la gesta revolucionaria, trataron de minimizar, con óptica rigurosamente estalinista, los intentos de autogestión y de democracia directa, puestos de relieve, en cambio, por D. Guérin y, ya antes, en alguna medida, por M. Aulard. Más allá del jacobinismo, aunque originadas en él, surgieron las sociedades secretas comunistas, promovidas desde 1794 por Babeuf y Buonarroti, que postulaban la nacionalización de la tierra. Pero más allá de este comunismo centralista (llamado a desembocar en Blanqui y en Lenin), hay todavía un comunismo abierto y popular, muchas veces libertario y federalista, desarrollado en calles y plazas y predicado en las secciones de barrios, cuyos exponentes fueron, entre otros, Varlet, Chalier, Leclerc, Jacques Roux («el cura rojo») (M. Dommanget, Jacques Roux. Le curé rouge, 1948), Dolivier (cura de Mauchamp y autor de un Ensayo sobre la justicia primitiva), Boisel (que escribió el Catecismo del género humano), L’Ange (a quien Michelet considera como un predecesor de Fourier). Pero también el redactor del célebre Manifiesto de los Iguales, Sylvain Maréchal, rechaza tanto la propiedad privada como cualquier forma de gobierno (M. Dommanget, Sylvain Maréchal L’egalitaire, 1950). Éstas eran las visiones del mundo, los horizontes de mundo de las clases populares-subalternas; ésta era la otra izquierda de la revolución
Considero desacertado decir que la izquierda como referencia política aparece en Europa con la revolución inglesa. Por rigor socio-semiótico, no se etiquetaron de estas formas los movimientos radicales ingleses. Trasladar terminología de unos tiempos a otros, genera una amalgama que termina por confundir los mazos de cartas. Su procedencia es la Asamblea nacional de la Revolución Francesa. Retroceder en el uso social de estos terminos a la “revolución” inglesa del siglo XVII, y tomar como referencia, una “derecha”: los puritanos del propio Cromwell y su yerno, Ireton, un “centro” (los levellers) y una “izquierda” (los diggers), implica utilizar términos que no se corresponde con las propias interpretaciones de los protagonistas. También los sujetos importan, no solo las proyecciones del investigador. No carece de interés y de vinculación histórica, que la fractura se produce en torno a dos cuestiones que son importantes: el sufragio universal o condición de ciudadanía y la apropiación privada de la tierra, cuestionada por los diggers de Lilbume, que proponen un régimen comunal, pero no fue propiamente una revolución, sino un acomodamiento pactado en el que los sectores dominantes lograron cooptar el radicalismo.
Apuesto por una perspectiva histórica más restringida y menos laxa con el uso de izquierda y derecha. Permite hacer distinciones más ricas, más complejas, construir determinaciones mucho más multilaterales. Ser de izquierda antes del socialismo ruso era captar las luchas en el seno de la Gran Revolución, no solo luchas entre los de arriba y sus fracciones, sino entre los de abajo y sus formaciones. No se trató solo fue compartir ideales como la lucha contra la monarquía, las aristocracias y el absolutismo, sino además de diferir sobre si estar a favor o no de las nacientes instituciones burguesas de gobierno constitucional y liberal. No fue que “una vez que la burguesía alcanzó el poder, las agendas de los izquierdistas cambiaron y se diversificaron”. NO, ya las agendas eran diversificadas antes y lo serán después. Hay tanto compartir ideales: alianzas, como estar en desacuerdo: conflictos. El Imaginario de izquierda es inherentemente conflictivo, y esto no es negativo per se.
Obviamente, estoy comentando mis desacuerdos sobre el propio texto de López Maya. Cambios de acentos y énfasis que tienen implicaciones políticas. Veamos. Ser de izquierda en el siglo XIX no era formar parte de un “continuo” que iba de posiciones moderadas a radicales. Moderada fue el centro y la derecha. ¿Eran moderados los jacobinos? Ciertamente no, y eran la izquierda de una fracción burguesa. El Imaginario jacobino era Republicano, democrático, pero liberal. Pensar que este imaginario agota el campo de la izquierda es una pesada ilusión, que todavía tiene consecuencias políticas. Se asocia el radicalismo a las posiciones violentas, pero no olvidemos que esta asociación es parte de una sedimentación histórica.
No fue la revolución bolchevique siguiendo a Hobsbawm, la que produjo una escisión polarizante en las izquierdas. Previamente, existieron polarizaciones en la AIT, por ejemplo, con la expulsión de la Bukunin y los suyos. Es falso decir que la socialdemocracia mantuvo la lucha por gobiernos constitucionales, derechos civiles, políticos y sociales que permitieran la inclusión y vida de buena calidad para todos. Aquí comienza Margarita a deslizar sus preferencias morales: vida buena/vida mala, ¿Calidad de vida? No, este cuento puede ser contado de otras maneras. Primero ¿Cuál socialdemocracia? ¿La de Lasalle, la de Engels, la de Kaustky, la de Bernstein?. No son pequeñas las diferencias. Eso que llaman pomposamente, la socialdemocracia europea, vivió sus peores momentos justo antes de la primera guerra mundial: ¿apoyamos o no la guerra? ¿Somos colonialistas o no? ¿Seguimos a Marx o no? ¿Apoyamos la revolución rusa o no? No tornemos invisibls estos “pequeños detalles”. Incluso, mas tarde, recordemos los intentos por crear una Internacional del dos y medio, ni alemana ni bolchevique. La izquierda socialista ha sido plural y conflictiva, y la historiografía sigue buscando continuidades, unidades, en vez de desgarramientos y diferencias. La agenda socialdemócrata, si es por crear cartografías de dividió en revolucionarios y reformistas, mucho antes de la polémica entre bolcheviques y la dirección de la social-democracia alemana. Y digo esto, por sencillez. Hay implicaciones políticas en cada una de las lecturas.
Cuando López Maya dice que la socialdemocracia “se centró en democratizar la política con la inclusión y dominio en ella de las masas populares lideradas por el movimiento obrero. Se pensó que una vez completada esta agenda, se avizoraría el camino hacia la sociedad libertaria socialista. La izquierda bolchevique, en cambio, se consideró revolucionaria y optó por la idea de la revolución permanente como medio para alcanzar la construcción de un nuevo tipo de sociedad, que hasta ese momento nadie podía caracterizar o dibujar con certeza”; estamos en la propia intrusión de la mitología de las dos izquierdas, recuerdan: la vida buena/la vida mala. Si fuéramos quisquillosos con la lógica del significante, diríamos: la vía buena/ la vía mala al socialismo. Pero esta es una deformación, ¡de las socio-semióticas críticas y del plano de la expresión! Este es el criterio de valor, el pre-juicio de valor de toda la mitología de las dos izquierdas. Tampoco en la Revolución Rusa había una sola izquierda socialista. Pero no continuaré, por eso he titulado esta parte como Cuentos: ¿Qué son las historias escritas y narradas desde diferentes perspectivas ideológicas? Cuentos, Marx: “de te fabula narratur! Ueber dich word hier berichtet! ( de ti se habla aquí- aquí se cuenta de ti).
4.- Implicaciones…realizativos…los discursos son actos que ensamblan acciones de masa:
Antes de tomar como punto de partida a la guerra fría pasaron muchas cosas, acontecimientos, eventos. Entre ellos apuntaré algunos. Es solo en 1951 que se crea la Internacional Socialista, el COMISCO se transforma en el Consejo de la IS. No es una línea recta la ruta de la II Internacional a la Internacional obrera y socialista, y de ésta a la Internacional Socialista. Allí pasaron muchas cosas, con grandes implicaciones, que es conveniente estudiar y difundir. Es materia pendiente, pero no olvidemos dos: a) el Estalinismo, b) el abandono del programa de investigación-acción fundado por Marx y de la centralidad de una crítica radical-revolucionaria del capitalismo, por parte de la socialdemocracia reformista.
La polarización entre bolcheviques y la dirigencia de la socialdemocracia alemana es el punto neurálgico para abandonar el mito de las dos izquierdas. La cuestión es remontarse a esta polémica para comprender que otras voces fueron silenciadas e invisibilizadas, y que desde allí se destruyó el vínculo orgánico entre Socialismo, Democracia y Revolución (ver declaración de principios de internacional socialista: http://www.socialistinternational.org/viewArticle.cfm?ArticleID=31) Actualmente, la revolución es la “revolución tecnológica”, y una simple referencia a la revolución bolchevique tratada de la siguiente forma: “El comunismo ha perdido el atractivo que tuvo en ciertos momentos -tras la revolución de Octubre o durante la lucha antifascista- para una parte del movimiento obrero o para algunos intelectuales. Los crímenes del estalinismo, las persecuciones masivas y la violación de los derechos humanos, así como sus problemas económicos sin solución, han erosionado la imagen del comunismo como alternativa al socialismo democrático o como modelo para el futuro.”
Para la izquierda socialista, anticapitalista y democrática del siglo XXI, la cuestión es derrumbar la farsa reformista del “capitalismo con rostro humano”, y derrumbar las concepciones burocrático-despóticas del socialismo que tuvieron como epicentro la Revolución Bolchevique. Al mismo tiempo, hay que comprender las implicaciones de la crisis de la modernidad/colonialidad y de su racionalidad hegemónica, luchar para des-dogmatizar y descolonizar el pensamiento crítico socialista. Nada más y nada menos. ¿Puede el bolivarianismo apoyar alguna de estas tareas? Hay que resolver muchos enigmas con las múltiples caras del bolivarianismo.
Margarita López Maya acierta desde mi punto de vista cuando plantea que: “En América Latina se replican estos antagonismos entre socialdemócratas y comunistas hasta hoy, cuando uno oye que existen dos izquierdas: la buena y la mala, la vegetariana y la carnívora, la revolucionaria y la reformista. Estas simplificaciones ayudan poco a dilucidar qué camino es mejor en los albores del siglo XXI cuando se está en busca de nuevos paradigmas para construir mejores sociedades. Las crisis de los referentes del siglo XX debieran más bien despertar curiosidad y tolerancia para entender los experimentos en curso, con sus cómos y el por qué de sus diferencias. El debate de proyectos tan disímiles como los de la Concertación en Chile, el MAS en Bolivia, el PT en Brasil o el bolivarianismo en Venezuela enriquecería las posibilidades de desarrollar proyectos socialistas alternativos en el siglo XXI.”
La izquierda popular-subalterna indo-afro-latinoamericana ha venido resurgiendo de la mano de los movimientos populares y multitudes, más que de los partidos marxista-leninistas. En este contexto, el movimiento bolivariano ha demostrado ser una poderosa fuerza de movilización y de impacto internacional, a pesar de sus debilidades ideológicas a la luz de su adscripción al ideario socialista. El bolivarianismo es algo más que una “izquierda confusa y contradictoria”, expresa una izquierda anticapitalista, popular, subalterna, como quanta de potencia. Pero también expresa tendencias despóticas, socialdemócratas, populistas e incluso fascistoides. Allí reside su potencial y sus peligros. Dependerá de la capacidad intelectual, moral y política de una renovación socialista, democrática y revolucionaria, en el seno del bolivarianismo, para que la balanza ideológica se incline hacia esta dirección.
Hasta ahora, y prueba de ellos ha sido el polémico transito de la reforma constitucional, el comportamiento del bolivarianismo no es solo confuso y contradictorio, sino errático. La construcción de una plataforma de movimientos sociales, populares y fuerzas partidistas que sellen la unidad entre la particularidad nacional-popular, el nuevo socialismo, la democracia participativa y la revolución anticapitalista es una tarea pendiente. La izquierda socialista debe abandonar el complejo psicológico-político de sentirse “arrimados” a la revolución bolivariana, confiscada en términos generales por la derecha endógena, y bajo cierta complicidad (¿Táctica? ¿Estratégica? ¿Quién lo sabe aún?), del propio liderazgo de Chávez. ¿Será posible que el Gobierno aplique las tres R a su visión de la política? Diría que si y solo si rectifica en profundidad, para no perderse en la deriva cesarista-populista, ahora remozada de prudencia pragmática. Analizando la composición ideológico-política del personal político del gabinete de Gobierno, no me queda duda del giro hacía el pragmatismo, lo que Lanz ha llamado la “derecha de la izquierda”. Falta saber si se rearticulará una plataforma socialista, revolucionaria y democrática en el seno del proceso bolivariano, y si tendrá tiempo para evitar el ocaso de la revolución. Como dicen: el futuro es ahora.
1.- Entrada:
Ya han comenzado a manifestarse los dolientes de la muerte del mito de las dos izquierdas. Dolientes de la socialdemocracia-reformista y dolientes del estalinismo marxista-leninista. Desde nuestra perspectiva, mientras más re-inventemos el imaginario crítico socialista y dejemos atrás a las viejas izquierdas del siglo XX, con mayor creatividad se perfilarán las nuevas figuras de la pluralidad socialista del siglo XXI. No habrá un solo socialismo, como nunca lo hubo, pero se hará explícita la multiplicidad de modelos de socialismo. No hay recetarios, ni catecismos, revestidos o no, de retóricas cientificistas. Lo que viene emergiendo es un nuevo imaginario crítico radical. Desde este imaginario, habrá que socavar y conmover a las ciencias sociales históricas establecidas, analizar sus bases ideológicas y sus adscripciones a geopolíticas culturales. Las teorías, codificaciones y representaciones conceptuales, quedarán en un segundo lugar, en un plano accesorio, de donde no deberán salir, sino como “cajas de herramientas”, como “instrumentos teóricos”. Esta decisión responde a la propensión de reificar a los productos de la actividad científica en el campo histórico-social, como ideologías justificadoras de determinadas opciones políticas. Sabemos lo sencillo que es construir ideologías justificadoras desde supuestos y presunciones de “teorías científicas” de lo histórico-social. No entreguemos los movimientos de lo contingente a un nuevo discurso-amo. Las ciencias histórico sociales o son críticas, o son siervas de las pretensiones de poder. En éstas, no hay ni pura contingencia ni pura necesidad, ni pura libertad, ni pura causalidad. Hay aperturas de planos de consistencia, de tendencias y contra-tendencias. Allí se juegan las estrategias y las tácticas, los juegos y las constricciones.
2.- Acontecimientos:
Tratemos son respeto y rigor los interrogantes hechos por Margarita López Maya (El bolivarianismo ¿Cuál izquierda?: http://www.aporrea.org/ideologia/a51214.html). La izquierda del siglo XX mantiene sus espectros por inercias, caligrafías mentales, dogmas, repeticiones e incluso, actitudes típicas del “colonialismo interno”. Washington quisiera revivir el mito de las dos izquierdas, utilizarlo como herramienta de división-disgregación, y llama a sus mensajeros a posicionar de alguna manera su mitología polarizadora. Esta mitología es enemiga del pluralismo. Maniqueísmo no es pluralidad, no es sociodiversidad. Ahora, son las izquierdas “carnívoras” o “vegetarianas”, de Vargas Llosa, de Montaner. Antes fueron, Castañeda, Villalobos, Petkoff, sectores de la Internacional Socialista, etc. Por otra parte, el estalinismo tropical también mueve sus piezas. Todavía hay dolientes en el imaginario del estalinismo-burocrático. Todavía hoy se intenta conjurar la lectura atenta de los Manuscritos económico-filosóficos, de los Grundrisse o de los Anales Franco-Alemanes. Mucho más las correspondencias, donde se despejan controversias teóricas y se derriban dogmas. Es muy peligroso que el viejo Marx y sus escritos subversivos salgan de su tumba para enterrar la entelequia del marxismo-leninismo, para sepultar la ideología de justificación del partido-Estado. En Marx y Engels habita una flexibilidad, un rigor, que justifican la pluralidad socialista, la existencia de tendencias revolucionarias diversas que luchan ciertamente, pero que fecundan la diversidad y libertad de pensamiento crítico, que hacen gala de la centralidad de la soberanía popular, de la República democrática, de una utopía comunista libertaria de cabo a rabo, más allá de la máquina-estado y su función de servidumbre, mas allá del régimen de producción, propiedad y mando capitalista. Los teatros reformista y estalinista son dos montajes simétricos, falsas polarizaciones de una misma lógica del poder: gobernantes y gobernados, explotados y explotadores, colonizantes y colonizados, cada uno en su lugar, en su emplazamiento objetivo, sin mutaciones. Pero estos montajes se han desvanecido con la caída de sus grandes-relatos ideológicos. Desde un punto de vista socio-semiótico, sus programas narrativos no generan el más mínimo efecto realizativo. Producen desiertos de sentido. No logran movilizar lo que Nietszche llamó en algún lugar, “quanta de potencia”, o Marx, “quanta de valor”. Constituyen el “grado cero” del proyecto-liberación, simulacros, espejismos. Se han vaciado de aceptabilidad y de pasión libertaria, y muestran su verdadero rostro: simples imposturas burocráticas.
Reformar el capitalismo para hacerlo “humano”, o salir de la prehistoria desde el telos del despotismo-burocrático, constituyen simples estupideces, bufonadas, engaños, consuelos para idiotas. Las historias y sus creatividades van por otros lados. Como dicen algunos sacerdotes: hay que prestarle atención a la morfogénesis. Analicemos si hay novedad, si hay reinvención del imaginario socialista y para la izquierda anticapitalista, o si los fantasmas del pasado tienen el poder de aprisionar el cerebro de los vivos. El análisis de las movidas electorales de América Latina indica el llamado “giro político hacia la izquierda”. Pero más que un giro hacia una dirección única, es un rechazo de la imposición única llamada neoliberalismo. De allí a la izquierda anticapitalista hay un largísimo trecho. No olvidemos que el neoliberalismo es la ideología-fuerza del capitalismo del siglo XXI, pero hay propuestas de recambio en puerta. El capitalismo juega con propuestas des-reguladoras y reguladoras. Todo depende del empuje del bloque popular subalterno, o si prefieren, de la multitud. Se abre un nuevo ciclo de luchas, de movimientos, de insurgencias y nadie está en capacidad de codificarlas en las plantillas de la izquierda del siglo XX. Construyamos nuevos conceptos, también en el plano teórico, conceptual, hay que hacer revoluciones. Tradición e innovación son originariamente parte del trazado de fronteras entre izquierda y derecha. La derecha conserva y tiene una ansiedad cartesiana por el orden y la estabilidad, la izquierda subvierte, y su pathos es cambiar la vida, esta ruinosa vida de alienaciones múltiples. Por esto, la vieja izquierda del siglo XX, tanto la reformista como la marxista-leninista son de derecha.
¿Qué significa ser de izquierda en este siglo XXI?, se interroga Margarita López Maya tratando de comprender el llamado bolivarianismo. Creo que el bolivarianismo es un enigma de múltiples caras: hay izquierdas, pero también derechas. La cuestión no va por el camino de concretar la identidad política de la izquierda del siglo XXI desde el universo de referencias del siglo XIX y XX. La historia no ayuda mucho en este caso, a menos que sea para des-sedimentar las viejas identificaciones de la vieja izquierda. No seamos lo que fue, sino lo que podamos devenir con nuestras prácticas históricas. No hay que nacer viejos, hay que crear novedades. Pero es pertinente la pregunta: ¿Qué significó ser de izquierda en el siglo XIX y XX, para no repetir sus errores y tragedias?
3.- Cuentos:
Podemos utilizar con Margarita, como punto de partida un ensayo del historiador marxista británico Eric Hobsbawm, llamado ¿Qué queda de la izquierda? (en On the Edge of the New Century, 1999). Podríamos utilizar a Bobbio, a Canfora, a Jaurés, a cualquier otro u otra; y porque no, a Marx. Los puntos de partida no son inocentes. Pero, cuidado, los términos derecha e izquierda tienen una sedimentación, una procedencia, una genealogía. Las narraciones ya no son simples descripciones:
“A la izquierda de la Asamblea estaban Barnave, el romántico Buzot, el hermoso Pétion, y Robespierre, abogado de Arras y adicto a la causa popular. En el centro, grandes señores liberales o curas demócratas; a la derecha, algunos hombres de valor, pero sin influencia, y que no intervenían para nada en las sesiones”. André Maurois. Historia de Francia
Sabemos que el criterio definitorio fue que en aquella Asamblea Nacional, a la derecha se sentaban los partidarios de cambios muy leves (o de ningún cambio), y a la izquierda los que exigían transformaciones drásticas, profundas y rápidas del “ancien régime”. Lo que no decimos, es que eran una izquierda y una derecha de contenido básicamente burgués. Así que no es lo mismo decir izquierda que socialismo. Ni lo mismo decir socialismo que anticapitalismo. Marx ya lo advertía en su contexto (Manifiesto comunista), hay socialismos burgueses y pequeño-burgueses, incluso feudales. Hay una izquierda burguesa, y esa es una de las enseñanzas de la Revolución Francesa, que no hay que descuidar. Una larga serie de historiadores, desde Louis Blanc hasta Daniel Guérin, pasando por Jean Jaurés, ha propuesto, sin embargo, interpretaciones diferentes a las oficiales, que tienden a poner de relieve la participación de las clases populares y los componentes «socialistas» de la revolución. Lo importante parece señalar la acción del pueblo en la gesta revolucionaria, junto a la existencia de un pensamiento «comunista» (Mably, D’Argenson) y, más que «liberal», «libertario» (Maréchal, Diderot), en los escritores de la época.
Mientras la burguesía entendía la proclamada «igualdad» como igualdad ante la ley, el pueblo subalterno la interpretaba como igualdad social y económica, y se esforzaba por llegar al nivel de la realidad concreta lo que no era sino una abstracción jurídica. La «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», basada en la «Declaración de la Independencia» de los Estados Unidos y redactada por representantes de la burguesía, seguía considerando «inviolable y sagrado» el derecho de propiedad. El célebre abate Siéyes, vocero de esa burguesía, proponía por entonces una división general de la población de Francia en ciudadanos activos, es decir, propietarios (con derecho a elegir para el gobierno) y ciudadanos pasivos, esto es, proletarios (sin derechos políticos). Poco después, la Asamblea, dominada por representantes de la burguesía, acogía esta dicotomía como principio esencial de la Constitución. Desde entonces, los usufructuarios de la Revolución, interpretaron el principio de igualdad anunciando que «todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros». La lucha de clases durante la Revolución francesa conformó sus sistemas narrativos, como los ha denominado Jean Pierre Fayé. Cada sistema narrativo hecha su cuento (y esa es la historia como relato, cuentos, memorias hechas narraciones, aunque revestidas de modelos explicativos, de simulaciones nomológico-deductivas). Por ello, la conciencia histórica es objeto de disputa política, y desde allí la lucha por las memorias e historias “oficiales”. Falsificaciones, farsas, controversias, es difícil encontrar en la historia una objetividad distinta de la humana objetividad. A decir, de Nietszche. Humana, demasiado humana.
Por ejemplo, constituye una controversia histórica, la exaltación del jacobinismo como la «izquierda» de la revolución. Los jacobinos fueron, para otras interpretaciones, la izquierda de la burguesía. El terror que instauraron estaba ideológicamente vinculado con su concepción centralista del Estado, con su idea de la «dictadura democrática», con su propósito de utilizar al pueblo antes que de serle útil. En este error incurrieron muchos historiadores marxistas-leninistas, como A. Soboul (La Revolution francaise), que, aun reconociendo el papel de la masa popular en la gesta revolucionaria, trataron de minimizar, con óptica rigurosamente estalinista, los intentos de autogestión y de democracia directa, puestos de relieve, en cambio, por D. Guérin y, ya antes, en alguna medida, por M. Aulard. Más allá del jacobinismo, aunque originadas en él, surgieron las sociedades secretas comunistas, promovidas desde 1794 por Babeuf y Buonarroti, que postulaban la nacionalización de la tierra. Pero más allá de este comunismo centralista (llamado a desembocar en Blanqui y en Lenin), hay todavía un comunismo abierto y popular, muchas veces libertario y federalista, desarrollado en calles y plazas y predicado en las secciones de barrios, cuyos exponentes fueron, entre otros, Varlet, Chalier, Leclerc, Jacques Roux («el cura rojo») (M. Dommanget, Jacques Roux. Le curé rouge, 1948), Dolivier (cura de Mauchamp y autor de un Ensayo sobre la justicia primitiva), Boisel (que escribió el Catecismo del género humano), L’Ange (a quien Michelet considera como un predecesor de Fourier). Pero también el redactor del célebre Manifiesto de los Iguales, Sylvain Maréchal, rechaza tanto la propiedad privada como cualquier forma de gobierno (M. Dommanget, Sylvain Maréchal L’egalitaire, 1950). Éstas eran las visiones del mundo, los horizontes de mundo de las clases populares-subalternas; ésta era la otra izquierda de la revolución
Considero desacertado decir que la izquierda como referencia política aparece en Europa con la revolución inglesa. Por rigor socio-semiótico, no se etiquetaron de estas formas los movimientos radicales ingleses. Trasladar terminología de unos tiempos a otros, genera una amalgama que termina por confundir los mazos de cartas. Su procedencia es la Asamblea nacional de la Revolución Francesa. Retroceder en el uso social de estos terminos a la “revolución” inglesa del siglo XVII, y tomar como referencia, una “derecha”: los puritanos del propio Cromwell y su yerno, Ireton, un “centro” (los levellers) y una “izquierda” (los diggers), implica utilizar términos que no se corresponde con las propias interpretaciones de los protagonistas. También los sujetos importan, no solo las proyecciones del investigador. No carece de interés y de vinculación histórica, que la fractura se produce en torno a dos cuestiones que son importantes: el sufragio universal o condición de ciudadanía y la apropiación privada de la tierra, cuestionada por los diggers de Lilbume, que proponen un régimen comunal, pero no fue propiamente una revolución, sino un acomodamiento pactado en el que los sectores dominantes lograron cooptar el radicalismo.
Apuesto por una perspectiva histórica más restringida y menos laxa con el uso de izquierda y derecha. Permite hacer distinciones más ricas, más complejas, construir determinaciones mucho más multilaterales. Ser de izquierda antes del socialismo ruso era captar las luchas en el seno de la Gran Revolución, no solo luchas entre los de arriba y sus fracciones, sino entre los de abajo y sus formaciones. No se trató solo fue compartir ideales como la lucha contra la monarquía, las aristocracias y el absolutismo, sino además de diferir sobre si estar a favor o no de las nacientes instituciones burguesas de gobierno constitucional y liberal. No fue que “una vez que la burguesía alcanzó el poder, las agendas de los izquierdistas cambiaron y se diversificaron”. NO, ya las agendas eran diversificadas antes y lo serán después. Hay tanto compartir ideales: alianzas, como estar en desacuerdo: conflictos. El Imaginario de izquierda es inherentemente conflictivo, y esto no es negativo per se.
Obviamente, estoy comentando mis desacuerdos sobre el propio texto de López Maya. Cambios de acentos y énfasis que tienen implicaciones políticas. Veamos. Ser de izquierda en el siglo XIX no era formar parte de un “continuo” que iba de posiciones moderadas a radicales. Moderada fue el centro y la derecha. ¿Eran moderados los jacobinos? Ciertamente no, y eran la izquierda de una fracción burguesa. El Imaginario jacobino era Republicano, democrático, pero liberal. Pensar que este imaginario agota el campo de la izquierda es una pesada ilusión, que todavía tiene consecuencias políticas. Se asocia el radicalismo a las posiciones violentas, pero no olvidemos que esta asociación es parte de una sedimentación histórica.
No fue la revolución bolchevique siguiendo a Hobsbawm, la que produjo una escisión polarizante en las izquierdas. Previamente, existieron polarizaciones en la AIT, por ejemplo, con la expulsión de la Bukunin y los suyos. Es falso decir que la socialdemocracia mantuvo la lucha por gobiernos constitucionales, derechos civiles, políticos y sociales que permitieran la inclusión y vida de buena calidad para todos. Aquí comienza Margarita a deslizar sus preferencias morales: vida buena/vida mala, ¿Calidad de vida? No, este cuento puede ser contado de otras maneras. Primero ¿Cuál socialdemocracia? ¿La de Lasalle, la de Engels, la de Kaustky, la de Bernstein?. No son pequeñas las diferencias. Eso que llaman pomposamente, la socialdemocracia europea, vivió sus peores momentos justo antes de la primera guerra mundial: ¿apoyamos o no la guerra? ¿Somos colonialistas o no? ¿Seguimos a Marx o no? ¿Apoyamos la revolución rusa o no? No tornemos invisibls estos “pequeños detalles”. Incluso, mas tarde, recordemos los intentos por crear una Internacional del dos y medio, ni alemana ni bolchevique. La izquierda socialista ha sido plural y conflictiva, y la historiografía sigue buscando continuidades, unidades, en vez de desgarramientos y diferencias. La agenda socialdemócrata, si es por crear cartografías de dividió en revolucionarios y reformistas, mucho antes de la polémica entre bolcheviques y la dirección de la social-democracia alemana. Y digo esto, por sencillez. Hay implicaciones políticas en cada una de las lecturas.
Cuando López Maya dice que la socialdemocracia “se centró en democratizar la política con la inclusión y dominio en ella de las masas populares lideradas por el movimiento obrero. Se pensó que una vez completada esta agenda, se avizoraría el camino hacia la sociedad libertaria socialista. La izquierda bolchevique, en cambio, se consideró revolucionaria y optó por la idea de la revolución permanente como medio para alcanzar la construcción de un nuevo tipo de sociedad, que hasta ese momento nadie podía caracterizar o dibujar con certeza”; estamos en la propia intrusión de la mitología de las dos izquierdas, recuerdan: la vida buena/la vida mala. Si fuéramos quisquillosos con la lógica del significante, diríamos: la vía buena/ la vía mala al socialismo. Pero esta es una deformación, ¡de las socio-semióticas críticas y del plano de la expresión! Este es el criterio de valor, el pre-juicio de valor de toda la mitología de las dos izquierdas. Tampoco en la Revolución Rusa había una sola izquierda socialista. Pero no continuaré, por eso he titulado esta parte como Cuentos: ¿Qué son las historias escritas y narradas desde diferentes perspectivas ideológicas? Cuentos, Marx: “de te fabula narratur! Ueber dich word hier berichtet! ( de ti se habla aquí- aquí se cuenta de ti).
4.- Implicaciones…realizativos…los discursos son actos que ensamblan acciones de masa:
Antes de tomar como punto de partida a la guerra fría pasaron muchas cosas, acontecimientos, eventos. Entre ellos apuntaré algunos. Es solo en 1951 que se crea la Internacional Socialista, el COMISCO se transforma en el Consejo de la IS. No es una línea recta la ruta de la II Internacional a la Internacional obrera y socialista, y de ésta a la Internacional Socialista. Allí pasaron muchas cosas, con grandes implicaciones, que es conveniente estudiar y difundir. Es materia pendiente, pero no olvidemos dos: a) el Estalinismo, b) el abandono del programa de investigación-acción fundado por Marx y de la centralidad de una crítica radical-revolucionaria del capitalismo, por parte de la socialdemocracia reformista.
La polarización entre bolcheviques y la dirigencia de la socialdemocracia alemana es el punto neurálgico para abandonar el mito de las dos izquierdas. La cuestión es remontarse a esta polémica para comprender que otras voces fueron silenciadas e invisibilizadas, y que desde allí se destruyó el vínculo orgánico entre Socialismo, Democracia y Revolución (ver declaración de principios de internacional socialista: http://www.socialistinternational.org/viewArticle.cfm?ArticleID=31) Actualmente, la revolución es la “revolución tecnológica”, y una simple referencia a la revolución bolchevique tratada de la siguiente forma: “El comunismo ha perdido el atractivo que tuvo en ciertos momentos -tras la revolución de Octubre o durante la lucha antifascista- para una parte del movimiento obrero o para algunos intelectuales. Los crímenes del estalinismo, las persecuciones masivas y la violación de los derechos humanos, así como sus problemas económicos sin solución, han erosionado la imagen del comunismo como alternativa al socialismo democrático o como modelo para el futuro.”
Para la izquierda socialista, anticapitalista y democrática del siglo XXI, la cuestión es derrumbar la farsa reformista del “capitalismo con rostro humano”, y derrumbar las concepciones burocrático-despóticas del socialismo que tuvieron como epicentro la Revolución Bolchevique. Al mismo tiempo, hay que comprender las implicaciones de la crisis de la modernidad/colonialidad y de su racionalidad hegemónica, luchar para des-dogmatizar y descolonizar el pensamiento crítico socialista. Nada más y nada menos. ¿Puede el bolivarianismo apoyar alguna de estas tareas? Hay que resolver muchos enigmas con las múltiples caras del bolivarianismo.
Margarita López Maya acierta desde mi punto de vista cuando plantea que: “En América Latina se replican estos antagonismos entre socialdemócratas y comunistas hasta hoy, cuando uno oye que existen dos izquierdas: la buena y la mala, la vegetariana y la carnívora, la revolucionaria y la reformista. Estas simplificaciones ayudan poco a dilucidar qué camino es mejor en los albores del siglo XXI cuando se está en busca de nuevos paradigmas para construir mejores sociedades. Las crisis de los referentes del siglo XX debieran más bien despertar curiosidad y tolerancia para entender los experimentos en curso, con sus cómos y el por qué de sus diferencias. El debate de proyectos tan disímiles como los de la Concertación en Chile, el MAS en Bolivia, el PT en Brasil o el bolivarianismo en Venezuela enriquecería las posibilidades de desarrollar proyectos socialistas alternativos en el siglo XXI.”
La izquierda popular-subalterna indo-afro-latinoamericana ha venido resurgiendo de la mano de los movimientos populares y multitudes, más que de los partidos marxista-leninistas. En este contexto, el movimiento bolivariano ha demostrado ser una poderosa fuerza de movilización y de impacto internacional, a pesar de sus debilidades ideológicas a la luz de su adscripción al ideario socialista. El bolivarianismo es algo más que una “izquierda confusa y contradictoria”, expresa una izquierda anticapitalista, popular, subalterna, como quanta de potencia. Pero también expresa tendencias despóticas, socialdemócratas, populistas e incluso fascistoides. Allí reside su potencial y sus peligros. Dependerá de la capacidad intelectual, moral y política de una renovación socialista, democrática y revolucionaria, en el seno del bolivarianismo, para que la balanza ideológica se incline hacia esta dirección.
Hasta ahora, y prueba de ellos ha sido el polémico transito de la reforma constitucional, el comportamiento del bolivarianismo no es solo confuso y contradictorio, sino errático. La construcción de una plataforma de movimientos sociales, populares y fuerzas partidistas que sellen la unidad entre la particularidad nacional-popular, el nuevo socialismo, la democracia participativa y la revolución anticapitalista es una tarea pendiente. La izquierda socialista debe abandonar el complejo psicológico-político de sentirse “arrimados” a la revolución bolivariana, confiscada en términos generales por la derecha endógena, y bajo cierta complicidad (¿Táctica? ¿Estratégica? ¿Quién lo sabe aún?), del propio liderazgo de Chávez. ¿Será posible que el Gobierno aplique las tres R a su visión de la política? Diría que si y solo si rectifica en profundidad, para no perderse en la deriva cesarista-populista, ahora remozada de prudencia pragmática. Analizando la composición ideológico-política del personal político del gabinete de Gobierno, no me queda duda del giro hacía el pragmatismo, lo que Lanz ha llamado la “derecha de la izquierda”. Falta saber si se rearticulará una plataforma socialista, revolucionaria y democrática en el seno del proceso bolivariano, y si tendrá tiempo para evitar el ocaso de la revolución. Como dicen: el futuro es ahora.
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