sábado, 16 de febrero de 2008

Socialismo sin idolatría cesarista


Diego Rivera

Javier Biardeau R.

No hay nada más incongruente, desde el punto de vista de la democracia socialista, que la idolatría cesarista. Que no se confunda la crítica radical al mito-cesarista con un ataque al liderazgo político, personal o colectivo, reconocido por una base social y política de apoyo. No, se trata de otro fenómeno a cuestionar, de una modalidad conservadora de plantear la relación entre liderazgo y base de apoyo. Es conservadora por su apelación a la tesis del culto a los héroes, del arquetipo del líder que simboliza la potencia omnipotente del genio individual, que exalta sus presuntas cualidades infalibles, su voluntad indoblegable o su razón indiscutible como atributos excepcionales, por encima de la experiencia de lo común, de la voluntad colectiva.
La élite, el representante, el personalismo, son sustituciones de la voluntad popular. El horizonte socialista requiere de multitudes, de movimientos, de voluntades colectivas, de inteligencias sociales, de la superación de las viejas tesis sobre vanguardias y masas. En la izquierda histórica el elitismo revolucionario bolchevique dio lugar a trágicas experiencias de personalización del poder: Stalin, por ejemplo. El déspota revolucionario que sustituía finalmente a un partido de cuadros, que representaban la figura mítica de la dirección política. El culto a la personalidad y el vanguardismo son dispositivos de anulación del protagonismo popular y ambos son producto de culturas políticas con valores reaccionarios. Entramos en el terreno de la voluntad de dominio. Este es el mito-cesarista, la necesidad para una camarilla política de un mito de legitimación de su función de mando. Es allí donde las camarillas utilizan al mito-cesarista como revestimiento ideológico de un tipo de liderazgo carismático. Las camarillas obtienen a cambio prebendas de poder, obstaculizando así la formación éticopolítica, la autodeterminación de la multitud, el autogobierno popular. El sistema de movilización populista se ha convertido en ritual electoral, sin analizar que entramos en nuevos momentos del despliegue de las correlaciones de fuerzas y de los proyectos en conflicto. No es lo mismo el clivaje neoliberalismo/justicialismo, que el clivaje capitalismo/socialismo. El segundo requiere de nuevas capacidades éticoculturales. El socialismo como experiencia y tradición histórica requiere de revisiones, rectificaciones y reimpulsos. Agregaría otras "R". Renovación radical, por ejemplo. Sin una renovación radical del imaginario socialista no habrá posibilidad alguna de revisar, rectificar y reimpulsar la revolución. Hay que introducir novedades radicales en el socialismo como horizonte estratégico, y, entre ellas, sellar el vínculo entre revolución democrática y revolución socialista. La idolatría cesarista requiere de un pueblo convertido en votanteespectador, y no en protagonista efectivo de los cambios. La viabilidad del horizonte socialista está en la radicalización de la democracia, no en su restricción ni en la degeneración personalista del poder. ¿Y el nuevo socialismo? En vez de una iniciativa popular tendiente a la mayor distribución y diseminación del poder, el mito-cesarista terminó proyectando la imagen de una reforma que secuestraba la democracia y restringía derechos fundamentales. Conclusión: la dirección política revolucionaria no ha propuesto renovación alguna del discurso socialista. No logró plantear el pluralismo igualitario frente al pluralismo liberal, plantear la importancia de superar la tolerancia-indiferencia de las inmensas desigualdades de clase que reproduce el capitalismo, la indiferencia ante las inmensas discriminaciones sociales en el país. Frente al pluralismo liberal, que refuerza la tolerancia represiva, hay que impulsar el pluralismo igualitario, la diversidad en la igualdad, el tratamiento conjunto de la igualdad y la diferencia. Sin idolatrías cesaristas, con liderazgos, sí, pero sin mitos reaccionarios. Entonces, socialismo con pluralismo político y, sobre todo, con pluralismo igualitario. Son tiempos de encrucijadas: de renovación o de compulsión al fracaso.

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