Javier Biardeau R.
Mucho se ha escrito sobre la acción hegemónica como la capacidad de un grupo, sector o clase social para la construcción de una "voluntad colectiva nacional-popular" sostenida sobre una gran "reforma intelectual y moral". Aquí, es fundamental comprender que se trata de una auténtica reforma intelectual y moral en sentido progresivo, donde las modificaciones ético-culturales y epistémicos, no sean asuntos de intelectuales tradicionales, sino de la constitución de una inteligencia general (colectivos intelectuales de investigación-acción transformadora), para construir un horizonte de superación del predominio intelectual y moral de una civilización, cultura o nación en decadencia. En nuestro caso, la civilización capitalista, moderna-occidental e imperial-colonial vive un espacio de fase de decadencia, degradación y entropía. Sin una reforma intelectual y moral de avanzada, pluricultural y territorialmente poli-céntrica, la construcción nacional-popular deviene en formas/contenidos despóticos, estado-céntricos, e incluso fascistas. Es tiempo de ir más allá de los formatos que han fosilizado los planteamientos de Gramsci (generando una escolástica gramsciana), y plantear diferencias decisivas entre la acción hegemónica que deviene en forma-estado; y por tanto, en dispositivos de control que de modo inmanente, naturalizan la separación entre gobernantes y gobernados; de la acción contra-hegemónicas, cuyo horizonte implica la construcción de democracias radicalizadas y sustantivas. Lo que está en juego son las mediaciones institucionales del nuevo socialismo, y la comprensión adecuada entre movimiento instituyente, institucionalización y formas de poder instituidas. El horizonte de la “sociedad regulada” es precisamente la utopía concreta de una forma social post-capitalista y post-burocrática. Teórica y prácticamente, se ha avanzado radicalmente a partir de concepciones no reduccionistas de la hegemonía, pero ha llegado el tiempo de imaginar y pensar, sobre todo a partir de los límites estado-céntricos de los movimientos de liberación nacional del siglo XX en concepciones y prácticas contra-hegemónicas. De manera pragmática, es evidente que hay que construir gobiernos revolucionarios, pero nada indica que deban replicar las formas despóticas de administración capitalistas y su división social del trabajo. Desde los enfoques contra-hegemónicos, la relación entre intelectuales y masas queda re-significada planteando una crítica radical a la “tecno-burocracia” y de la división asimétrica del saber/conocimientos; entre sentido común, buen sentido y conciencia crítica; así como entre distintas formas de organización-constitución de sujetos sociales de transformación. Además de superar la forma clásica de tratar las "alianzas de clases", como un agregado mecánico de clasificaciones sociales preexistentes que "pactaban", a través de representaciones políticas, la constitución de un "frente único"; se trata ahora de pensar e imaginar las alianzas entre clasificaciones sociales subalternas, como una articulación constante de luchas contra-hegemónicas en forma de red-plataforma, constituyendo multitudes en acto, con máquinas de lucha y auto-gobierno. Es sobre luchas específicas que se trenzan los movimientos en plataforma-red y en máquinas de lucha/auto-gobierno, compartiendo un imaginario crítico de democratización radical, recolocando a los formatos organizativos clásicos, y sobre todo a la forma-partido, como un espacio de concentración de iniciativas de lucha, pero no como prefiguración de una nueva forma-estado. Cuidémonos del despotismo-burocrático y de la seducción del Leviathan Socialista Devenir en forma-estado, que no supere la división naturalizada entre gobernantes y gobernados, es el abc de la degradación de la teoría política radical y revolucionaria. Se requieren máquinas de lucha, no de nuevos diagramas de poder con sus funcionarios/sujetos de poder; se requieren nodos de centralización de la iniciativa política transformadora, que no devengan en formaciones de poder al modo de “estados mayores permanente” e imaginarios de rangos, estatutos y jerarquías. Se requieren equipos políticos de lucha, direcciones compartidas y colegiadas, para avanzar en la construcción de voluntades colectivas auto-organizadas y auto-propulsadas. El tema de no es la hegemonía de una nueva forma-estado, sino el tránsito de un estado que ha liquidado la iniciativa del bloque social subalterno, a una forma-administración que se ha vaciado de funciones de dominio y dirección política, totalmente recuperadas y controladas por un bloque de organizaciones y movimientos de carácter nacional-populares, que impiden la constitución de una nueva casta política dominante. Cuando la mayoría nacional-popular devenga autogobierno democrático, habremos superado el tiempo de las hegemonías; y la racionalidad contra-hegemónica sedimentará una cultura política orientada a una crítica permanente a cualquier lógica de dominación.
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